Este
día de San Juan Bautista es uno de los tres nacimientos que celebramos los católicos,
junto al de la Virgen y el de Jesús. El culto a San Juan empieza en el siglo V,
en la misma fecha que hoy: 24 de junio. Aunque el solsticio de verano es el 21
de junio, más o menos. La desviación es cosa “del tiempo”. Ya el poeta latino
Ovidio contaba cómo era preciso cruzar, esos días, tres veces saltando la
hoguera en la fiesta de Palas Atenea y cómo pasaban su ganado a la carrera
sobre una línea en llamas para protegerlo de las alimañas. El cristianizador
del solsticio fue Benito de Nursia por la relación de este santo con el agua
purificadora del bautismo. Religiosidad judía y paganismo, de origen
indoeuropeo, se fundieron dando lugar a la Noche de San Juan. Y es una muestra
del sincretismo marca de la casa cristiana donde se aprovecha todo lo pagano
que no atenta contra los dogmas de la Iglesia. San Agustín decía, en uno de sus
Sermones: “Nosotros solemnizamos este día, no como los infieles a causa del
Sol, sino a causa del que ha hecho el Sol”.
Gracias
a los ritos solares la humanidad primitiva creó mitos y leyendas que hoy
sobreviven como meras supersticiones. Había, y hay, dos puntos destacados: el
fuego como destructor del mal y el agua como elemento purificador. Es decir, honrar
al Dios solar (fuego, coronas, flores) y festejar al Dios de la lluvia o de las
tormentas (baños, lavados en las fuentes, y paseos por el rocío de los campos).
También ciertas plantas, como la albahaca o el helecho, adquieren propiedades
curativas y están presentes en la noche de San Juan. Toda la naturaleza y sus
principios vitales eran fuente de salud durante esta noche y su madrugada. ¿Por
qué ocurre esto? Los paganos, y después nosotros los cristianos, asumían que,
en determinadas fechas, la virtud purificante y curativa descendía de los Cielos
a las fuentes, como descendió el espíritu del Señor sobre la piscina de Siloé
rizando, como un aire, el cristal de sus aguas y curando al ciego.
Esta
expansión del culto al bautista llegó a los visigodos. Y a Hispania. En el río
Pisuerga había unos baños con aguas medicinales, consagrados a las ninfas de la
religión romana. El rey Recesvinto acudió allí aquejado de dolores nefríticos.
Y, tras sanar, erigió una ermita bajo la advocación de Juan el Bautista, el año
661.
Lo
cierto es que en esa tercera noche del verano celebramos que el sol llega a su
máxima latitud, al trópico de Cáncer, y marca un momento de esplendor en los
campos. El antropólogo James George Frazer, al referirse a las ceremonias
sanjuaneras de España, alude a las hogueras que duran toda la noche y añade: “En
las costas, las gentes se bañan en el mar; en el interior, los aldeanos se
pasean y se revuelven desnudos en el rocío de las praderas, que pasa por un
preservativo soberano contra las enfermedades de la piel”. En Fresno de
Losa, en el verano de 1999, el entrevistado de Elías Rubio contaba que iba “a
bañarse desnudo en el rocío de San Juan, antes de salir el sol, a revolcarse en
el rocío desnudos. Mis abuelos lo decían. Era para la sarna”. Y uno
de Sotoscueva (1998) dejaba constancia de que “por la mañana de San Juan
ibas a remojarte con el rocío de San Juan. Y no te entraba la enfermedad. Yo sí
lo he visto, era antes de salir el sol”.
Dicho
esto, para el siglo VII la fiesta del 24 de junio estaba muy extendida, por lo
que se deduce de los consejos de san Eloy -o Eligio (588-660)- a sus
feligreses: “No creáis en las hogueras y no os sentéis cantando, porque
todas estas prácticas son obras del demonio. No os reunáis en los solsticios y
que ninguno de vosotros dance, ni salte, ni cante canciones diabólicas el día
de la fiesta de san Juan, ni de otro santo”. De todos los ritos asociados a
esta noche mágica, el del fuego es el que más ha perdurado, tanto saltando la
hoguera como pisando las brasas. Los cristianos mozárabes tenían costumbre, la
noche de San Juan, de regar sus casas y sacar los vestidos al rocío. O los
olivos milagrosos en Granada.
Como
llevamos puntualizando desde el inicio de esta entrada, esta fecha se relaciona
también con el agua para curar enfermedades, neutralizar maleficios, proteger el
hogar y conferir fertilidad o dotes adivinatorias. Nuestros antepasados
adoraban los ríos, manantiales, y especialmente las fuentes, donde veneraban a
los espíritus de la naturaleza. Antaño, los campesinos ofrendaban a las fuentes
pan y vino, considerando al agua como principio y origen de toda vida, por su
condición creadora, purificadora y fecundadora de la tierra. Además, era el
único elemento capaz de vencer al fuego. El poder purificador del agua -de
fuentes, ríos, mar o rocío- duraba hasta el despertar del día veinticuatro de
junio lavando las manos y el rostro con hierbas y flores de San Juan (como
hinojo, helecho macho o ramos de aliso), que se debían coger antes del
anochecer. Tenían un fin profiláctico, curativo o mágico. Sarpullidos,
verrugas, enfermedades de la vista y mal de ojo desaparecían con la combinación
de estos elementos en un recipiente expuesto toda la noche a la luz de la luna
y en dirección a oriente, para recibir así las primeras luces de la aurora, y a
la vez servían de antídoto contra la vejez.
Incluso
había preocupación por la salud de los animales porque estos entrevistados contaban
que “había un vecino que tenía un rebaño [de] cabras, y por la mañana de San
Juan, temprano, antes de que saliera el sol, pues las iba cogiendo y todas las
iba tirando al pozo, a una charca que había, para mojarlas todas; dice que no
tenían sarna ya, que no las entraba la sarna”. En Villarías, 1997, contaban
que “el día de San Juan, a bañar todos los bueyes al río antes de salir el
sol. Yo siempre lo veía, y era muy pequeña. Se cogía agua del rio para que no
se ponga mala la gente. Nos bañábamos en casa, y luego la tirábamos”. Un residente
de La Aldea contaba que “Se salía a lavarse. Y se hacía agua en unas hierbas
que se llaman mallares. Y ésas se llenan de agua. Y, aunque haga calor, ésas
siempre se llenan de agua, ésas siempre tienen agua, y con ésa se iba a
lavarse, porque dicen que crecía el pelo. Crecían a orillas de los arroyos los
mallares. Y, como tenían vaso, pues con eso se lavaban. En mi pueblo, la mañana
de San Juan se bajaban todos los bueyes a bañarse al río Nela, en ese puente
que ha cruzado usted. Pues allí se juntaban los pastores con la vereda. Y a
hacerlos atravesar el río, hacerlos cruzar el pozo que había grande. Los bueyes
pasaban a nado, muy pronto por la mañana”. Era el año 1990.
Tomar,
coger o recoger la flor del agua ha sido una acción mágica que durante siglos ha
estado presente en el imaginario y en las tradiciones de muchos pueblos peninsulares,
sobre todo de las provincias del norte. Consistía, en que las mozas solteras
debían madrugar el día de San Juan, salir de casa antes del alba, correr hasta
determinada fuente -la que la tradición señalase- y arrojar sobre sus aguas una
flor, o un ramo, o bien llenar el cántaro, o cumplir algún otro rito, con tal
de que ella fuese la primera. Eso la señalaba como la moza que había cogido la flor
del agua, y significaba que ese año sería muy bueno para ella en cuestión de
amores, que se echaría novio o que se casaría. En Bortedo (2003), los
informantes de Elías Rubio Marcos contaban que “echaban unas flores en la
fuente, y luego, de muy madrugada, iban a coger la flor y el agua. La víspera
se echaban unas rosas en la fuente, y a otro día por la mañana, pues
madrugaban, a ver quién madrugaba más. Y una prima de mi madre, pues iba
corriendo. Y resulta que se encontró que un primo ya lo había cogido. Ya venía
con ella. Le tiró la rada de agua, que era una rada de esas de cobre. Y el otro
llegó a casa llorando. Y luego se engancharon los dos cuñados”. Este es un
claro ejemplo de la importancia que se le daba a esta noche.
Noche
propicia también para intentar adivinar el futuro, por ello algunas jóvenes
dejaban al sereno, a las doce en punto de la noche un plato con agua, en el
cual ponían la clara y la yema de un huevo. Al romper el día, observan la forma
que ha adoptado el contenido, analizando la silueta que el huevo ha dibujado
como si de un caprichoso lienzo se tratara y dando rienda suelta a sus
pensamientos y deseos. Así, si se parece a un barco, su novio será marinero; si
a un martillo, carpintero; si a un castillo, militar, etc. Esto lo ratificaba
un informante de Huidobro (1997) que decía que “siempre se decía que, si el
día de San Juan cascaban un huevo y le echaban en un vaso de agua, si subía la
rama, es que iba a salir novio. La rama es la clara, que sube como para arriba”.
A
su vez, la persona entrevistada en Valmayor de Cuesta Urria, en 1998, dejaba
registrado que “las mujeres salían algunas a buscar la flor del sabuco el
día de San Juan. Me acuerdo de ver a mi madre. Decían que era bueno para los
caballos cuando se ponían como acatarraos. Hacían humo con aquello, y se le
metían en las narices, como vahos. Y le ayudaba mucho”. Y, en Plágaro,
contaban en 1997: “Lo único que siempre se hacía es coger saúco. Lo
guardaban para cuando un caballo, por ejemplo, se cogían el muermo, que decían:
un catarro. Y [entonces] le daban los humos. O para desinfectar la casa: ponían
en el portal, en un balde, fuego, unas brasas. Y allí ponían el saúco, como un
incienso, para que...”
En
Munilla (1997) “solían decir que las hierbas que se cogían en la mañana de
San Juan valían para siempre. Cogíamos por la mañana flores de malvas (y de)
sabuco (saúco). El sabuco más bien para el ganado. Cuando tenía hinchada una
pierna, se hervía el sabuco. La malva era para el catarro”. En Argés (1997)
grabaron que “una vez nos llevaron a las chicas a la sierra. Pasamos el río.
Entonces no había puentes. Anduvimos por allí, por la sierra, para coger sanguinaria,
que parece que era para quitar esa cosa de la garganta, de anginas y esas
cosas. [La sanguinaria] es una planta pequeñita. Se conservaba a la sombra todo
el año. Era como manzanilla, pero más pequeñita”.
Con
todo esto, desde Siete Merindades, esperamos que, en la mañana de San Juan, recuerden
estas tradiciones eternas de la cultura occidental.
Bibliografía:
“La
noche de San Juan”. María de los Ángeles Lamprea Chaves.
“El
folklore del día de San Juan”. José María Iribarren.
“Leyendas
y tradiciones de la noche de San Juan en la provincia coruñesa”. Manuel
Cousillas Rodríguez.
“Famosas
fiestas de San Juan. Análisis de las fiestas de Granada”. Demetrio E. Brisset
Martín.
Revista
“Kobie”.
“Creencias
y supersticiones populares de la provincia de Burgos. El cielo, la tierra, el
fuego, el agua, los animales”. Elías rubio Marcos, José Manuel Pedrosa y César
Javier Palacios.
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