Nos
metemos de cabeza en el carajal de visiones sobre la independencia americana
tan deformada por los deseos políticos tanto a este lado del océano Atlántico
como al otro lado. ¡Cosas de hispanos! Que mutilaron parte de sí mismos para
ofrecerse al inglés como dijo Francisco de Miranda en su propuesta al premier
inglés Pitt (14-2-1 790) donde hablaba de “una América desde el Mississippi al
cabo de Hornos” bajo influencia británica.
La Gran Colombia.
Pero
la independencia de los virreinatos americanos -y su atomización- ya estuvo sobre
la mesa del gobierno de la Corona y, con ella, los proyectos para integrar ese
nuevo entorno, o adaptarse al mismo. Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de
Urrea, conde de Aranda, dirigió un memorial al rey Carlos III en el que decía
que “la independencia de las colonias inglesas ha sido reconocida y, esto
mismo es para mí un motivo de dolor y de temor”. Aranda recomendaba:
- Dividir
América en tres reinos: Nueva España, Perú y Tierra Firme.
- Colocar
en cada uno de ellos, como Rey, a un Infante español.
- El
Rey de España mantendría el vínculo de la Corona con estos nuevos reinos en
calidad de Emperador.
- España
conservaría Cuba y Puerto Rico.
- El
comercio entre España y los reinos americanos se realizaría en pie de igualdad.
- Francia
proveería las manufacturas de que careciera España.
- Inglaterra
estaría absolutamente excluida.
- Los
Reyes americanos y sus hijos casarían con princesas españolas; los príncipes
españoles casarían con princesas americanas.
No
le hicieron ni caso. Y, al final, con la chispa bonapartista se desencadenó una
guerra, larga guerra. Es en este estado cuando se traslada a Europa Zea para
conseguir varios objetivos entre los que estaba lograr reconocimiento
internacional para su nueva república: la Gran Colombia. Francisco Antonio de
Zea venía de presidir el Congreso de Angostura, que había discutido los
fundamentos de la constitución de la nueva república, y que, una vez vigente,
hizo de él vicepresidente de la república. Era íntimo de Bolívar y conocía cómo
pensaba.
Francisco Antonio de Zea.
En
mayo de 1820 Zea está navegando hacia Europa investido de facultades para
buscar la paz y gestionar créditos externos y, en América, los independentistas
acuerdan una tregua con el realista general Pablo Morillo y Morillo. Llega Zea
a Londres el 16 de junio de 1820. Cuatro días después se vio obligado a
desmentir públicamente “los rumores de reconciliación con la España”. El
1 de julio el duque de Frías informa a Madrid. Bernardino Fernández de Velasco
y Benavides, XIV Duque de Frías, IX Duque de Uceda, XI Conde de Peñaranda y XII
Marqués de Frechilla y Villarramiel (Madrid, 1783-1851), inicia su gestión consular
el 12 de junio de 1820. Había sustituido al fernandista absolutista José Miguel
de Carvajal-Vargas y Manrique de Lara Polanco, II duque de San Carlos, quien
criticaba las costumbres inglesas y la libertad de prensa. Fernández de Velasco
perteneció a las filas del liberalismo español y había tratado a Zea en sus
días de funcionario de la corona a principios del siglo XIX, cultivando su
amistad. Igualmente había conocido a Simón Bolívar, quien contrajo matrimonio
en la capilla de su palacio madrileño en 1802. Bernardino veía la solución del
conflicto americano, solo en el acatamiento a la Constitución de 1812, pero su
perspicacia política le hacía comprender que tal solución era difícil y
pergeñaba un plan “B”. Aun así, no tenía buena opinión política de los líderes
independentistas. Zea confesó a Bernardino que “el objeto de mi comisión es
asegurar la independencia de Colombia por concesiones liberales, por
privilegios si es necesario, y por íntima Santa Alianza y adhesión a alguna
gran potencia”. Y la opinión de Zea sobre la constitución de 1812 era,
francamente, mejorable.
La
designación del Duque de Frías como Embajador en Londres se hizo pública en
Madrid a finales de marzo de 1820. Fdez. de Velasco fue recibido oficialmente
en St. James, tres días después de llegar a la cuidad. Bernardino debía
insistir en Londres sobre la bondad, interna y externa, del nuevo gobierno español
y solicitar un pronunciamiento del gabinete inglés en contra de una eventual
intervención armada en España por parte de las potencias de la Santa Alianza. Finalizando
la primera quincena de junio Robert Stewart, vizconde de Castlereagh, -ministro
de AAEE inglés- comentaba al duque de Frías el interés de Zea en la mediación
de Londres. Castlereagh informó a Bernardino que, en caso de mediar, Inglaterra
antepondría como requisito la entronización de un Príncipe español al frente de
los destinos de la nueva república de Colombia. Otra de las funciones del duque
de Frías fue controlar las actividades y planes subversivos de los independentistas
americanos, tolerados por Gran Bretaña y su opinión pública. Incluido Zea. De
hecho, hasta el 9 de septiembre de 1820, la víspera del primer contacto formal
entre Zea y Bernardino, el duque remitió a Madrid numerosas actividades por
parte del enviado colombiano. Y la vigilancia siguió durante las negociaciones.
Y se infirmó a Pérez de Castro en Madrid. Aun así, el nuevo Embajador español
reiteró al gabinete inglés la voluntad pacificadora y reconciliadora con
América que animaba al nuevo gobierno liberal español.
Fernando VII
Zea
hizo un primer acercamiento el 7 de octubre de 1820 con una extensa
comunicación en la que propuso un “Plan de Reconciliación entre la España y la
América por medio de una íntima reconciliación que identifique sus intereses y
relaciones y conserve la unidad de la Nación, y la de su poder y dignidad”. El
proyecto se compuso de dos partes: una “Plan de Reconciliación entre España y
América” y un llamado “Proyecto de Decreto sobre la emancipación de la América
y su confederación con España, formando un gran Imperio federal”. Éste último
para ser puesto en “ejecución, y necesidad de verificarlo inmediatamente”
por Fernando VII, quien, aparecería como único y último autor de dicho decreto.
Zea advirtió expresamente que el texto y forma de su Proyecto de Decreto miraba,
antes que nada, al interés y al decoro de la Madre Patria que veía impotente,
desarmada y desorientada.
El
plan de Francisco Antonio Zea fue remitido al Primer secretario del Despacho, el
ya mencionado Evaristo Pérez de Castro, el lunes 9 de octubre de 1820 desde
Londres a Madrid por el duque de Frías. Había, pues, negociaciones con los
insurrectos que llevaban siete años de lucha. Bernardino añadió que “los
insurgentes tienen en el día casi total seguridad de ver muy en breve
reconocida su independencia por los principales Estados de Europa y por la
Republica Anglo-americana. Si V. E. juzga oportuno mandar unir a este mis
precitados despachos, creo que el Gobierno de S. M. se hallara suficientemente
instruido para poder abrazar en grande nuestra verdadera posición con respecto a
la América disidente y al espíritu de la política europea en tan importante cuestión,
así como para poder calcular con acierto la mejor manera de sacar todo el partido
dable en favor de la España de las circunstancias críticas en que nos
encontramos relativamente al asunto”.
Proyecto del Conde de Aranda.
El
plan era obra de Zea, pero según sus propias afirmaciones, lo conocían las
primeras autoridades de Colombia. Y, les indico, esto ha generado ríos de
tinta. Anticipó al Duque que lo que entonces le sometía a su consideración, era
apenas un borrador cuyo contenido y forma dejaba en sus manos para su acabado y
perfeccionamiento. Sin embargo, advirtió que existían en el Proyecto dos cosas
esenciales inalterables: independencia y confederación. El duque de Frías
comentó a Zea su pesimismo respecto al resultado de las negociaciones.
El
proyecto de Zea implicaba que, al firmar el rey España, finalizaba la guerra al
reconocer la soberanía independiente de los nuevos Estados americanos: la
República de Colombia (que abarcaba lo que hoy son Ecuador, Colombia, Panamá y
Venezuela), Chile y las repúblicas del Río de la Plata (Argentina, Uruguay y
Paraguay), y otras provincias americanas que tuvieran la capacidad de
independizarse. Además, permitía que los combatientes y ciudadanos que desearen
regresar a la nueva España pudieran hacerlo. Determinaba que los armamentos
existentes quedaran en poder de los nuevos Estados; que se pagarían las
indemnizaciones correspondientes; que se estableciera una alianza de mutua
defensa; se proponía una confederación bajo la presidencia del Imperio de la
monarquía constitucional; y se pactaba la doble nacionalidad, por el mero hecho
de residir en territorio de un país los nacionales del otro; se establecía la
exención de aranceles mutuos y España sería centro logístico de los mismos en
Europa. Todo esto estaría bajo la presidencia, no bajo el dominio, de una
monarquía constitucional según lo define Zea. El nombre final de esta gran
Confederación, sería igualmente decidido en la Ley Fundamental. Una gran fiesta
nacional recordaría anualmente en España la “época en que el Pueblo español
emancipo a los pueblos de la América...” Algunas consideraciones
adicionales de Zea, se referían a la necesidad de que fuese inmediata la
retirada de las autoridades civiles y militares de Venezuela y la Nueva
Granada. Y, si no, los hispanoamericanos se verían obligados a entregarse a
potencias enemigas de la hispanidad.
Evaristo Pérez de Castro.
Zea
manifestó al embajador español algunas circunstancias adversas que podían
limitar su iniciativa: su mal estado de su salud y el reconocimiento de la
independencia de su nueva patria colombiana. Zea anticipó al Velasco estar, no
obstante, dispuesto a trasladarse a España para proseguir con las negociaciones.
Y, si fracasasen las negociaciones con España, él seguiría con los tratos con
las demás naciones. El colombiano recalca a Fdez. de Velasco que la
correspondencia mutua debe ser privada durante el proceso de acuerdo… en la
independencia americana. Aunque había otros aspectos donde buscar acuerdos. El
propósito fundamental era acabar con los combates, los asesinatos de opositores
y el robo de propiedades.
Bernardino
ya había comunicada lo esencial de su contenido a Madrid, cuyo ministerio el 26
de septiembre, en nota que en Londres recibe el duque de Frías el 24 de octubre
(y que se cruza con la del 9 de octubre en que el velasco remitió la exposición
y plan de Zea), comunicaba a éste que la “proposición de Zea era inadmisible”.
No estaba el gobierno ni la nación en estado de admitir la independencia.
Así, pues, España, sin conocer y estudiar los detalles del plan, no accedía a
lo esencial: la independencia. Y, conocidos los detalles, tampoco cambia su
resolución. Pérez de Castro ordenaba al duque de Frías, tras agradecerle “el
zelo y amor al servicio de S. M. y del Estado”, no “dar más consecuencia
á tentativas de Cea de esta naturaleza [debiendo continuar] avisando cuanto descubra
sobre las intenciones, esperanzas, o proyectos de los insurgentes pues el
conocimiento de todo esto es siempre de conocida utilidad (...)”
A
su vez, Bernardino propuso a su gobierno otro plan, igualmente confederal pero
ibérico antes que hispanoamericano al quedar involucrado en el mismo Portugal y
sus posesiones americanas. ¿Portugal? Sí, nosotros no lo recordamos, pero en
1820 se produjo el Golpe de Oporto que instauró la constitución de Cádiz en
Portugal. Por ello, el 24 de septiembre de 1820, el duque de Frías remitió a
Pérez de Castro un documento explicando la necesidad de unirse con Portugal que
era, ahora también, constitucional y liberal. Se trataba de crear una especie
de Federación Ibérica que aupase el nuevo estado en el teatro internacional si España
perdía sus territorios “al sur del Istmo de Panamá”.
La
propuesta de Fernández de Velasco hubiera cercenado los intereses británicos en
la Península. Y mostraba la euforia liberal española respecto a la
internacionalización de su proyecto. Lo cual preocupaba al Foreing Office y restantes
cancillerías europeas del momento. Parece ser que esta iniciativa confederativa
surgía después de una entrevista entre el duque de Frías y el ministro de
Asuntos Exteriores Castlereagh donde el embajador español había ratificado al inglés
las seguridades de una plena neutralidad española respecto al problema
portugués.
Bernardino
reconocía en su escrito la debilidad militar española y el quebranto industrial
y comercial para derrotar a los independentistas americanos que, además,
contaban con el reconocimiento informal, de todos los demás gobiernos europeos.
El duque de Frías, consciente de la inconsecuencia política entre su Plan y las
garantías de neutralidad dadas a Inglaterra respecto de la revolución
portuguesa, advirtió a Pérez de Castro que lo prometido a Castlereagh, no
impedía que “el Rey, mi Amo, respetaba siempre los derechos de los demás
pueblos, según exigía la buena fe española”. Y, si el nuevo gobierno
portugués decidía unirse a España, esta respetaría la voluntad del pueblo
vecino. Así, ni Inglaterra ni las demás Potencias legitimistas de la Santa
Alianza podrían oponerse debiendo, cada una de ellas, respetar semejante
decisión común. La unión sería del grado que decidiesen las dos naciones. Otrosí,
la federación peninsular evitaría la acción inglesa contra el nuevo gobierno
portugués. Bernardino argüía que la unión era necesaria para que, tras la
pérdida de América, España “no decaiga del rango que le corresponde”.
Ahora
bien, la nueva unión también permitiría la recuperación de alguna parte del imperio
al “vernos prontos á reunirnos con el Portugal... el temor de que seamos así
una Nación formidable mediante las influencias de buenas leyes, les contendrá
en su conducta (a terceras potencias) respecto á nuestras Américas, más
que todas las declaraciones y otros preceptos de moral que quieran
inculcárseles. Entonces es cuando más probablemente abandonarán á los rebeldes
á sus propios recursos, y caminando nosotros con el orden en que corresponde á
nuestra regeneración, estaremos más en el caso de reducirlos”.
San Martín y Simón Bolívar
Al
duque de Frías le parecía viable el proyecto dada “la poca ilustración de
los diferentes [y] sucesivos cabezas de la insurrección”, quienes en tantos
años de guerra frente a una España débil no habían ganado “y estoy
persuadido que ellos solos no sabrán gobernarse, y que copiando groseramente á
los Estados Unidos, vagarán de facción en facción como ha sucedido en Buenos Ayres,
hasta caer en manos de las potencias extranjeras, que les impondrán Reyes y
leyes de su elección”. El proyecto no obtuvo relevancia en la Corte, como
la propuesta de Zea. El ministro destinatario se redujo a anotar, en la
caratulilla del despacho de Frías: “El recibo, enterado de quanto
manifiesta. Fdo en 10 de octubre...”
Por
sus cartas vemos a un Francisco Antonio Zea convencido de que “sólo una
estrecha confederación puede hacer que se reconcilien cordialmente, que haya
unidad en sus miras y en su poder, y que aprovechen los grandes medios que
tienen para elevarse a la suprema altura de la prosperidad y de la gloria”.
Señala que una separación violenta “obtenida por las armas y por la
exaltación de las pasiones” sería un mal para España, en tanto que una
separación pacíficamente convenida serán un bien para España y para América. E
insistía en que “Si deliran los que piensan que las provincias disidentes
pueden volver a unirse a la Metrópoli por la fuerza de las armas, no deliran
menos los que se prometen este resultado de la Constitución de las Cortes, de
esa misma Constitución que fue la primera causa de la insurrección”.
El
duque de Frías el 30 de noviembre da cuenta a Zea que la independencia es
absolutamente inadmisible, y éste le replica el 4 de diciembre que “lamentará
toda su vida el fracaso de las únicas relaciones ya posibles entre España y
América”. Todo quedó como secreto de Estado. La presentación del plan y
gestionar que el rey de España lo ponga en marcha es, en sí, una de las
maniobras más desacostumbradas e intrépidas, y de tan formidable alcance, que
constituía una jugada de gran riesgo y justificable sólo por convencimiento de
que siendo la independencia inevitable resultaba absurdo y cruel seguir segando
vidas, tranquilidad, riquezas, y ahondando odiosidades y enconos.
Francisco
Antonio Zea, al dar por concluida su fracasada iniciativa, reconoció el
esfuerzo y riesgo personal que el duque de Frías había asumido al secundar su
propuesta. Para ello, halagó y agradeció el diálogo cordial y franco que su
interlocutor quiso. Fracasada esta primera apertura del enviado colombiano de
finales de 1820, e igualmente frustrada una segunda iniciativa acometida a
mediados de 1821, Zea obtuvo, en la víspera del desmoronamiento definitivo del
gobierno liberal del Trienio, el reconocimiento “de facto”, no sólo para
Colombia, sino también para el resto de los nuevos gobiernos americanos. Aunque
al retomar el control Fernando VII rechazó las pretensiones independentistas de
América.
Un
último punto sobre este intento de fin de la guerra en américa es saber si Bolívar
apoyaba, o al menos era conocedor, del plan de Zea. Los bolivaristas han
rechazado que el “libertador” Simón Bolívar supiese nada del asunto. Pero pudo
saberlo y dejó seguir el asunto a ver qué se conseguía: ¿Rechazo? Victimismo.
¿Aceptación? Victoria.
General Pablo Morillo
Primero
hay que señalar que cuando el gobierno colombiano nombró como comisionado en
Londres a Francisco Antonio de Zea a negociar con España lo hizo con el
objetivo de lograr un reconocimiento al gobierno de Colombia y un fin de la
guerra. Ese mismo año de 1820 el gobierno colombiano que buscaba el
reconocimiento de España, lo logró parcialmente por medio de los tratados de
armisticio de Trujillo en noviembre, donde el objetivo de Simón Bolívar citado
por Luis Perú de Lacroix, en el “Diario de Bucaramanga” era: “El armisticio
de 6 meses que se celebró entonces y que tanto se ha criticado, no fue para mí
sino un pretexto para hacer ver al mundo que ya Colombia trataba como de
potencia a potencia con España. (…)”.
Simón
fija sus intenciones en una carta a Fernando VII desde Bogotá el 24 de enero de
1821, donde dice que la existencia de Colombia es necesaria y que les ofrece
una segunda patria a los españoles: “La existencia de Colombia es necesaria,
Señor, al reposo de V.M. y a la dicha de los colombianos. Es nuestra ambición
ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, pero no abrumada de
cadenas. Vendrán los españoles a recoger los dulces tributos de la virtud, del
saber, de la industria; no vendrán a arrancar los de la fuerza”. Está claro
que se habla de naciones diferentes y que hay una óptica independiente pero no
antiespañola. Se buscó el fin de la guerra y la independencia. Bolívar nunca
promovería un imperio-confederación con la metrópoli.
Simón Bolívar
Claro
que Zea, el enviado del caudillo americano era -como hemos dicho- su amigo
íntimo y un científico y humanista educado en España de donde fue director del
Jardín Botánico. De lo que se duda es si fue una idea propia de Zea, si fue una
propuesta sincera de Bolívar o si fue un engaño. Los que no dudan de la
inspiración simoniana (de simón Bolívar) arguyen que lo hizo porque, tal vez, no
sabía cómo salir del sufrimiento generado por la guerra y de la hostilidad a su
mando único.
En
Francisco Antonio Zea pareció sincero porque ya dos años antes había escrito su
“Mediación entre España y América”, cierto es que también a instancias de
Bolívar. Proponía en ese escrito publicado en agosto de 1818 su receta para el
engrandecimiento de España: comercio. El argentino Marcelo Gulló, ha escrito: “Francisco
Antonio Zea, consciente de la importancia histórica de la misión que le había
encomendado el Libertador, enfatizó que la motivación última de la propuesta
era la de construir un imperio democrático con capital en Madrid que salvara la
unidad de España y el Nuevo Mundo”.
Simón
Bolívar “crucificó” a Zea por el fracaso de su gestión mediante una estrategia
populista: “El maldito plan de Zea” fue la expresión a usar. Bolívar ordenó revocar
poderes a Zea, y el 25 de abril de 1821, que terminaba una tregua, dirigiéndose
a las tropas españolas, dijo: “Es el Gobierno español el que quiere la
guerra. Se le ha ofrecido la paz por medio de nuestro enviado en Londres, bajo
un solemne pacto, y el duque de Frías, por orden del Gobierno español, ha
respondido que es inadmisible”.
Pero…
Zea continuó siendo el eje de las actuaciones diplomáticas de Colombia en
Europa, hasta morir en 1822. Fue Zea el que logró el reconocimiento europeo de
la Gran Colombia. ¿Quién puede hoy pensar que no siguió gozando de la plena
confianza de Bolívar y que el plan no fue inspiración de éste?
El
proyecto de Zea, como bien lo juzgó Madariaga fue utópico. Trató de unir lo que
existía separado a lo largo del período hispánico, no hay que olvidar que los
virreinatos, las capitanías generales, las audiencias se comunicaban con Madrid.
Pero su intercomunicación era muy limitada, salvo en el sur, por los vínculos
primero fundacionales y luego comerciales entre Lima y el Rio de La Plata.
Conde de Aranda
A
su vez no hubo unión ibérica. La Santa Alianza e Inglaterra, no veían con
agrado a la península unificada y liberal. Tampoco se daría entre las naciones
recién independizadas a pesar de los esfuerzos de San Martín y Bolívar por
lograrla.
Bibliografía:
La
web de las biografías.
“Los
falsos planes de unión de los insurgentes (la confederación hispanocriolla de
Bolívar”. Antonio Moreno Ruiz.
“El
sueño fugaz de una Hispanidad que pudo ser y que tal vez será”. Pedro de Tena.
“El
intento de reconciliación de Simón Bolívar con España para formar la
“Confederación Hispánica””. Rubén García.
“Utopía
y atopía de la Hispanidad (De Londres 1820 a Guadalajara 1991)”. Alberto Navas
Sierra.
“Las
negociaciones de paz entre la Gran Colombia y España: esperanzas y desencantos
de un referente latinoamericano de reconciliación”. Roger Pita Pico.
“La
partida de bautismo de la Hispanidad. Simón Bolívar, su adalid”. Miguel Aspiazu
Garbo.
“Los
proyectos de integración iberoamericana (Siglo XIX)”. María de las Nieves
Pinillos Iglesias.
Anexos:
Francisco
Antonio Zea: Intelectual
colombiano, nacido en Villa de la Candelaria de Medellín, Provincia de
Antioquia (Virreinato de la Nueva Granada), el 23 de noviembre de 1766, y
muerto en Bath (Inglaterra), el 28 de noviembre de 1822. Hijo legítimo de Pedro
y Rosalía, pertenecientes ambos a la pequeña nobleza provincial, realizó sus
primeros estudios en la única escuela existente en su ciudad natal. En 1782
inició el bachiller en el Real Colegio y Seminario San Francisco de Asís, de la
ciudad de Popayán. A comienzos de 1786, Zea obtuvo una beca para continuar sus
estudios superiores de Jurisprudencia en el Colegio de San Bartolomé, regentado
por los padres de la Compañía de Jesús. Al concluir sus dos primeros cursos,
presentó oposición a la cátedra de Gramática, la cual obtuvo con mención
sobresaliente. Concluidos sus estudios, no sin grandes penurias económicas,
optó y obtuvo por oposición la cátedra de Humanidades. Gracias a un pronto
ganado prestigio intelectual, el virrey José de Ezpeleta le nombró preceptor de
sus hijos.
Dentro
del aún incipiente ambiente ilustrado santafereño, a los 24 años Zea se inició
como activo publicista de la nueva filosofía natural, la cual, desde 1762,
había empezado a pregonar en el virreinato el médico, filósofo y naturalista
gaditano José Celestino Mutis, desde 1783 fundador y director de la Real
Expedición Botánica de la Nueva Granada. A primeros de abril de 1791, Zea
publicó en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, el primer y recién
aparecido periódico neogranadino, su siempre citado “Avisos de Hebephilo”,
ardorosa llamada a los jóvenes del Virreinato para abrazar la causa de la
regeneración patriota por medio del cultivo de las ciencias naturales y las
matemáticas, olvidándose del escolasticismo y su método, el peripato.
En
noviembre de 1791, a petición del mismo Mutis, Zea fue designado Agregado
Científico de la Real Expedición Botánica de Santafé. Entre 1792 y 1794, Zea
alternó sus actividades como botánico y la agitación intelectual que por
doquier bullía en la capital del virreinato. Entre otros, trabó amistad con
Antonio Nariño y Álvarez y Pedro Fermín de Vargas, los dos más connotados
precursores de la emancipación de la Nueva Granada. A finales de 1791, el
primero de ellos le había hecho miembro del Arcano de la Filantropía, primer y
selecto club “literario”, casi siempre asociado con los orígenes de la
masonería neogranadina y la ideología emancipadora del Virreinato.
En
agosto de 1794, Zea fue inculpado en uno de los tres sumarios, el denominado
Pesquisa de Sublevación, dentro de la supuesta y abortada conspiración en
contra del virrey y la audiencia neogranadinas. A los 29 años, a comienzos de
noviembre de 1795, Zea partió de Santafé rumbo a Cádiz en calidad de reo de
Estado; quedaba en el Consejo de Indias el fallo definitivo sobre su causa y la
de nueve procesados más, el cual se falló a mediados de 1799, gracias al
interés que por ellos demostraron, a la caída de Godoy, los ministros Saavedra
y su sustituto interino Mariano Luis de Urquijo. Aunque primero se les concedió
la ciudad de Cádiz y sus arrabales como cárcel provisional, se decretó a
continuación su inmediata libertad, el derecho a continuar sus estudios y
profesiones, la restitución a sus pueblos de origen, la devolución de todos los
bienes embargados y el pago de los sueldos atrasados.
Contando
siempre desde Santafé con un permanente apoyo de Mutis, logró Zea relacionarse
con los más selectos círculos botánicos de la Corte. Con la ayuda de José de
Cavanilles, en 1800 publicó en los Anales de Historia Natural, su primer
trabajo científico en España: "Memoria sobre la quina según los
principios del Sr. Mutis", con el cual se inició una ardua batalla
científica en la Península en contra de la escuela y práctica botánicas de
Casimiro Gómez Ortega y su más allegado colaborador, Hipólito Ruiz (director de
la Expedición Botánica del Perú y Chile), uno y otro celosos y apasionados
enemigos de la persona y obra científica de Mutis. En octubre de 1800, el ministro
Urquijo autorizó que Zea pudiera pasar un año en París, con el objeto de
actualizarse científicamente antes de regresar a Santafé, y así ayudar en la
conclusión y publicación de la obra médica y botánica de Mutis.
Aunque
se ignoran casi totalmente las actividades profesionales de Zea en París, se
dice que fue entonces cuando conoció y alternó con las principales autoridades
científicas europeas presentes entonces en la capital francesa. Zea regresó a
Madrid a finales de 1802, y por petición de Cavanilles, a comienzos de enero
1803, Pedro Cevallos le nombró segundo profesor de Botánica del Real Jardín
Botánico de Madrid, asignándolo además como segundo redactor de los periódicos
oficiales, “la Gaceta de Madrid” y “El Mercurio Histórico y Político”, cargos
que ocupó hasta mediados de mayo de 1804. Entusiasta promotor de la
"botánica agrícola", y tras la muerte de Cavanilles, Pedro Cevallos
lo nombró, a comienzos de mayo de 1804, director y primer profesor del Real
Jardín Botánico de Madrid, a lo cual añadió, a finales de 1804, la redacción y
dirección del “Semanario de Agricultura y Artes”. Durante el ejercicio de Zea
como director del Jardín Botánico se planeó la creación de veinticuatro
jardines provinciales.
A
comienzos de 1806, Zea contrajo matrimonio en Cádiz con Felipa Meilhon de
Montemayor. Del matrimonio nacieron dos hijas, de la cuales se crio la mayor,
Felipa, nacida en mayo de 1807, que, años más tarde, casó en Francia con el
Mariscal de Campo francés, Vizconde Alexandre De Rigny.
En
marzo y julio de 1807, Zea propuso y obtuvo de Cevallos la creación en el
Jardín Botánico de la cátedra de Agricultura y Economía Rural, seguida de un
sistema de premios y distinciones de mérito y honor para los alumnos más
destacados del Real Jardín.
En
1807 la carrera científica de Zea empezó a tornarse en política. En agosto de
dicho año, planteó en “El Mercurio madrileño” la inevitable difusión y
seductora penetración de las ideas de la Revolución Francesa, anticipando
varias de sus inevitables consecuencias, tanto en España como fundamentalmente
en Hispanoamérica. La invasión napoleónica marcó un nuevo rumbo en la vida de
Zea. A mediados de mayo de 1808, Joachim Murat le designó como diputado
americano en las recién convocadas Cortes de Bayona, en esta ocasión en
representación de la Capitanía General de Guatemala, una vez que Ignacio
Sánchez de Tejada había sido nombrado en representación del Virreinato de la
Nueva Granada. En unión a los otros seis diputados americanos, Zea influyó, más
que los demás, en la redacción del Capítulo X de la que sería la primera
constitución escrita de la nueva España peninsular y ultramarina.
Zea
adhirió entonces con entusiasmo, como los cinco restantes diputados americanos
de Bayona, al credo regeneracionista, antes que revolucionario, que Napoleón
ofreció y quiso plasmar en dicha carta: enunciados de derechos y garantías
individuales; libertad económica, de comercio, cultivo e industria; igualdad
formal entre peninsulares y americanos; diputación y representación permanente
para éstos en las Cortes y otros órganos de gobierno del reino. En julio de
1808, Zea dio la bienvenida y juró al nuevo monarca José Napoleón I en nombre
de los dominios americanos. Ingresó luego en Madrid dentro de la comitiva
oficial del nuevo Monarca, y a finales de julio de 1808 siguió a José en su
huida hacia el Norte, tras el desastre francés de Bailén. No obstante, a
finales de septiembre del mismo año, Zea fue acusado y procesado por el Consejo
de Castilla por mantenerse fiel al nuevo régimen francés. Sufrió el embargo y
confiscación de todos sus bienes, los cuales recuperó al retornar a la capital
a finales del mismo año.
Si
bien Zea continuó en sus cargos del Jardín Botánico, siendo ya miembro de la
Orden de España Josefina, fue nombrado, en agosto de 1810, jefe de la Segunda
División del Ministerio del Interior presidido por el Marqués de Almenara. Sin
embargo, a comienzos de septiembre de 1811, fue designado Prefecto en Comisión
de la Provincia de Málaga en reemplazo de otro neogranadino, el Conde de Casa
Valencia. Su misión tuvo por objeto reorganizar la Administración Civil de una
provincia clave para el pretendido dominio francés en el sur y este español.
Ocho
meses escasos estuvo Zea al frente de la prefectura malagueña. A mediados de
agosto de 1812 acogió y acompañó al rey José durante su rápida visita a la
provincia de Málaga en tránsito hacia Valencia, tras la derrota francesa de los
Arapiles. A continuación, Zea siguió el paulatino repliegue de las tropas
francesas del sur, vía Granada. Permaneció en Madrid hasta mediados de marzo de
1813, cuando partió junto a José rumbo a la frontera francesa.
Poco
o nada se sabe de las actividades de Zea en Francia entre junio de 1814 y marzo
de 1815. A comienzos de marzo de este año, después de dejar a su mujer e hija
en París bajo el cuidado del naturista francés Aimé Bompland, pasó a Londres.
Más tarde, se embarcó para las Antillas inglesas con el propósito de unirse a
la causa emancipadora sudamericana. A mediados de mayo de 1815 llegó a
Kingston, donde encontró a Simón Bolívar, que había abandonado Cartagena de
Indias en la víspera de la llegada de Pablo Morillo. A mediados de febrero de
1816, estando en Puerto Príncipe, Simón Bolívar lo designó Intendente de
Hacienda de la nueva fuerza expedicionaria. A comienzos de mayo de 1816
desembarcó en la Isla Margarita, siguiendo a las tropas de Bolívar en sus
fallidos intentos por controlar la costa oriental venezolana.
Muy
pronto tuvo que presenciar los primeros actos de barbarie de uno y otro bando:
fusilamientos, quema y destrucción de pueblos y ahorcamientos de civiles. El
último día de dicho año de 1816, Zea desembarcó nuevamente con Bolívar en Nueva
Barcelona (Venezuela), provenientes de Haití, donde éste se había refugiado
desde finales de junio de 1816, harto del inicial desorden militar patriota. A
comienzos de mayo de 1817, en el puerto de Cariaco, cerca de Cumaná, Zea se
unió al canónigo chileno José Cortés de Madariaga; al general Santiago Mariño,
segundo jefe militar venezolano; al almirante Bryon y a nueve más preclaros
patricios venezolanos, quienes, sin la anuencia del Libertador, conformaron el
primer Congreso Venezolano, que luego desconoció y deshizo Bolívar.
Tras
la caída de Angostura, Zea fue pieza clave en los esbozos de construcción del
futuro Estado colombiano. A finales de septiembre, Bolívar lo designó
Presidente del Tribunal de Secuestros, que debía ejecutar el decreto, dictado
por aquél desde Guayana la Vieja, confiscando todos los bienes pertenecientes
tanto al anterior gobierno español como a sus partidarios, españoles o
americanos. A mediados de octubre, Bolívar lo nombró miembro de la Comisión que
debía repartir entre los oficiales y soldados el producto de las ya ejecutadas
confiscaciones realistas. A finales de dicho mes, Zea resultó electo Presidente
de la Sala de Estado y Hacienda del Consejo de Estado, órgano recién creado por
Bolívar y en el cual éste depositó todos los poderes civiles y militares
existentes en sus manos. A comienzos de noviembre, Bolívar conformó un Consejo
de Gobierno, cuerpo propiamente gubernativo, presidido por el almirante Brión,
y del cual Zea fue electo vocal. A comienzos de 1818, Zea asumió la presidencia
del Consejo de Gobierno al partir Bolívar y Brión para sus respectivos frentes
militares.
Desde
este momento, y gracias a la íntima unión que mantuvo con las ideas y
pretensiones de Bolívar, Zea fue el indiscutido cofundador de la nueva
República de Colombia, que sellaría la Unión de Venezuela y la Nueva Granada. A
finales de junio de 1818 apareció, bajo su dirección y con la ayuda de Juan
Germán Roscio y José Luis Ramos, el primer número de “El Correo del Orinoco”,
periódico o gaceta oficial del gobierno venezolano. A primeros de octubre de 1818,
y por encargo de Bolívar, Zea redactó una dura respuesta a las gestiones
españolas, tendentes a lograr una mediación de las potencias europeas en la
pacificación americana, documento que fue la base del conocido manifiesto del
20 de noviembre siguiente, por el cual Bolívar, como Jefe Supremo de la
República de Venezuela, rechazó enfáticamente tal iniciativa europea.
En
enero de 1819, a la vez que Zea era elegido Presidente del referido Congreso
venezolano de Angostura, Bolívar y aquél fueron en seguida designados
Presidente y Vicepresidente del gobierno provisional emanado de dicha Asamblea.
Al ausentarse Bolívar del teatro de operaciones, Zea acaparó las presidencias
del Ejecutivo y Congreso venezolanos. A comienzos de septiembre de 1817, varios
militares, ya héroes venezolanos, entre ellos Arismendi y Mariño, forzaron y
obtuvieron su renuncia. Con el rotundo triunfo patriota en Boyacá (7 de agosto
de 1819), y con la toma de Santafé de Bogotá (10 de agosto siguiente),
cambiaron las cosas en Angostura. El último día de noviembre de 1819, el
Congreso reeligió a Zea nuevamente Presidente de la corporación. A mediados de
diciembre el Congreso aprobó la "Ley Fundamental de la República de
Colombia", corredactada por Zea. Le correspondió a éste pronunciar las
históricas palabras: "¡La República de Colombia queda constituida!
¡Viva la República de Colombia!" Una vez más Bolívar y Zea fueron
designados primer Presidente y Vicepresidente de la Unión colombiana.
Por
voluntad expresa de Bolívar, a comienzos de 1819 y sin perder su calidad de
Vicepresidente, Zea fue nombrado Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario ante los gobiernos de los Estados Unidos de América y varias
Cortes europeas, con el objeto de obtener un pronto reconocimiento político internacional
para Colombia o, en su defecto, encontrar un abierto apoyo financiero, si no
militar, para concluir su lucha emancipadora frente a España.
A
comienzos de marzo de 1820, después de cinco años de ausencia y manifiesta
añoranza, Zea partió para Europa. Recaló primero en la Isla danesa de St.
Thomas y, tras conocer el golpe de Riego, decidió dirigirse directamente a
Londres, prescindiendo de su tránsito por Washington. A mediados de junio de
1820 Zea arribó a la capital inglesa llevando consigo varios y ambiciosos
objetivos para su misión europea, entre ellos recuperar para la nueva Colombia
el arruinado crédito financiero y moral de las precedentes repúblicas de
Venezuela y Nueva Granada; solicitar el reconocimiento inmediato y formal de
Inglaterra, y en su defecto alcanzar al menos un decidido apoyo inglés para una
negociación definitiva con España de un pacto que, aunque provisional,
implicara un reconocimiento expreso de la emancipación y autogobierno
colombianos por parte de España, y con ello el cese inmediato de tan calamitosa
guerra de exterminio; y, después de fracasar en los anteriores propósitos,
obtener del resto de las potencias europeas, con o sin la iniciativa inglesa,
una serie de apoyos financieros y militares que deberían concluir con el
reconocimiento comercial y finalmente político de Colombia.
A
comienzos de agosto de 1820, mes y medio después de su llegada, Zea suscribió
con los representantes de un Comité de Acreedores, Herring, Graham y Powles, un
acta o póliza de compromiso por la cual se consolidaban las aludidas deudas en
un monto de 547.789`12 libras. Paralelamente, y tras varias entrevistas
privadas sostenidas con lord Castlereagh, a comienzos de octubre de 1820, Zea
presentó al Duque de Frías, embajador español en Londres, un "Plan de
reconciliación y Proyecto de Confederación Hispánica", por el cual España
reconocería gradualmente la independencia de todas los virreinatos americanos
que así lo solicitasen, empezando por Colombia, a cambio de lo cual ésta
recibiría, a título de compensación por tales renuncias, una cierta supremacía
política, comercial y, eventualmente, alguna cesión territorial, dentro de la
Confederación que unas y otra crearían como conclusión de tal propuesta. El
proyecto fue rechazado en Madrid, y luego desautorizado y condenado por Bolívar
y Santander.
A
la vez que negociaba con Frías, Zea obtuvo de Richard Rush, ministro de los
Estados Unidos en Londres, una promesa formal para un próximo reconocimiento de
Colombia por parte del gobierno de J. Monroe, habiendo además adelantado con
aquél las bases de un próximo Tratado de Comercio bilateral. Igualmente,
negoció la compra de armamentos desde Bélgica, que completó con la adquisición
de tres grandes navíos suecos con destino a la armada de almirante Brión.
Promovió, igualmente, Zea en estas fechas el envío de varios contingentes de
colonos noruegos, irlandeses e ingleses a Colombia.
Durante
el otoño de 1820, Zea recibió y alternó intensamente con su entrañable amigo
Antonio Nariño, a quien acompañó a Francia desde donde éste se embarcó para
unirse a Bolívar, en la conformación política de la recién creada Unión
colombiana, viaje que aprovechó Zea para concretar el embarque de la expedición
Mazeroni.
En
junio de 1821 el ministro Eugenio De Bardaxi le invitó a Madrid para unirse a
los recién llegados comisionados colombianos José Rafael Revenga y José
Tiburcio Echavarría, enviados a España por Bolívar con el objeto de negociar la
paz prevista en los Tratados de Santa Ana (Venezuela) de finales del anterior
mes de noviembre (Armisticio y Regularización de la Guerra). Como consecuencia
de las pretensiones colombianas por un reconocimiento pleno de su independencia
por parte de España, como en virtud de la ruptura del Armisticio por parte de
Bolívar y subsiguiente triunfo patriota en Carabobo (24 de junio de 1821) y
recuperación de Caracas (29 de junio siguiente), Zea y sus colegas fueron
expulsados y obligados a salir de España a finales de agosto de 1820.
En
agosto de 1821, y en razón de la tenaz oposición que sobre los créditos de Zea
hizo ante Bolívar el antiguo agente de Venezuela en Londres, Luis López Méndez,
el nuevo gobierno colombiano, salido del Congreso constituyente de Cúcuta, no
sólo desconoció los contratos pactados por Zea, sino que en octubre de dicho
año le revocó todos los poderes de que disponía éste para arreglar la deuda
colombiana. No obstante, y a falta de otros recursos para cumplir con lo
inicialmente pactado en Londres, Zea suscribió en la primavera de 1822, esta vez
en París, un nuevo empréstito con Herring, Graham y Powles, por la suma de
183.978 libras, el cual nuevamente mereció la desaprobación de las autoridades
colombianas.
A
comienzos de abril de 1822, Zea lanzó en París su famoso Memorándum dirigido al
ministro de Relaciones Exteriores francés, el Vizconde de Chateaubriand, y,
posteriormente, a todos los embajadores de las potencias europeas residentes en
París, por el cual Colombia declaró que, ante la incapacidad española no sólo
para recuperar sino para gobernar sus antiguas colonias, la mayoría de las
cuales había ganado militarmente su independencia, Colombia se abstendría a
partir de entonces de entablar relaciones políticas y comerciales con aquellos
gobiernos que no reconociesen como tal al gobierno de su país. Anunció, en
consecuencia, que Colombia cerraría sus puertos y comercio a los súbditos de
los gobiernos que continuasen dilatando su reconocimiento como nuevo miembro de
la sociedad de naciones.
A
comienzos de marzo de 1822, mermado notablemente en su salud, Zea recibió en
París un significativo homenaje público por parte de los más selectos
financieros y políticos franceses afectos a la causa colombiana, encabezados
por el Abad de Pradt. A comienzos de julio, se le ofreció en Londres un nuevo homenaje
público, al cual asistieron igualmente las más prominentes personalidades de la
ciudad y no menos de catorce miembros de la Cámara de los Comunes y uno de la
Cámara de los Pares. A finales de septiembre, Pedro GUAL, ministro de
Relaciones Exteriores de Colombia, comunicó a Zea la cancelación de todos los
exiguos poderes que aún le quedaban. Se designó una vez más al exministro
Revenga para sustituirlo en todas sus funciones y gestiones en Europa.
Tras
su muerte, debida a un ataque de hidropesía, Zea fue enterrado en la Abadía de
San Pedro y San Pablo de Bath, donde aún reposan sus restos a la espera de su
repatriación a Colombia.
A
comienzos de diciembre de 1825, tres años después de su muerte, y tras muchas y
nuevas inconsecuencias de la primera diplomacia colombiana, Colombia fue
reconocida formalmente por Gran Bretaña. Las restantes potencias europeas lo
harían un poco más tarde. España tan sólo reconocería a Venezuela en 1845, y a
la antigua Nueva Granada, desde siempre heredera del nombre de Colombia, a
finales de enero de 1881.
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