domingo, 11 de mayo de 2025

Una mirada sobre la Medina de Pomar de 1913.

 
 
En este mundo en que viajamos a las antípodas en pocas horas o visitar cualquier capital europea está a un vuelo de distancia por pocos euros nos resultan extraños los libros de viajes. Un estilo literario que describía lugares y personas a gentes que no podían viajar. Una de este tipo de autores fue Isidro Gil Gavilondo que nos contó en su libro “Memorias Históricas de Burgos y su provincia” cosas de Las Merindades.

Isidro Gil Gavilondo
 
Isidro nació en Azcoitia (Guipúzcoa) en 1843 y falleció en Burgos en marzo de 1917. Era hijo de Bonifacio Gil Rojas -médico del balneario de Cestona- y de Josefina Gavilondo Alberdi, natural de Vergara. Durante su infancia sus padres se mudan a Burgos donde Isidro estudia el bachillerato. En 1858 comenzó sus estudios en la Universidad Central de Madrid, licenciándose en 1865 en Derecho Civil y Canónico. Tras ello se asentará en Burgos.
 
Fue, en cierta forma, un hombre renacentista: pintor, dibujante, ilustrador, historiador, abogado y escritor. Se le ha considerado uno de los principales exponentes de la pintura burgalesa del siglo XIX. Aun así, fue concejal, teniente de alcalde, presidente entre 1888 y 1890 de la Cámara de Comercio (de la que era fundador), vicepresidente de la Comisión provincial de Monumentos y trabajó de secretario del Ayuntamiento desde el 17 de junio de 1896. Además, fue profesor y director de la Academia Provincial de Dibujo (1875-1896), director del Museo Arqueológico y de Bellas Artes (1892-1897) y profesor de Dibujo en el Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, donde es nombrado Catedrático Interino en 1893, cargo que desempeña hasta 1903. Por si no era suficiente, fue miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real Academia de la Historia como académico correspondiente en la provincia de Burgos. Como vemos no se dedicó precisamente al derecho. Pero sí a la fotografía, novedad snob en aquellos tiempos. El Instituto Conde Diego Porcelos, heredero del centro de Segunda Enseñanza en que ejerció como profesor Isidro Gil, conserva algunos objetos de él. Se posee su expediente como alumno del instituto en el que luego estuvo diez años dando clases; el libro en el que figura como catedrático interino; o el proyecto fallido para la bóveda del palacio de la Diputación.

Diario de Burgos
 
Su vocación artística se inició ya en su periodo de estudiante en Madrid. En 1878 realizó un viaje artístico por Italia, acompañado de su hermano gemelo Fermín, en el que recorrieron las principales ciudades y monumentos del país. En Roma llegaron a ser recibidos por el papa León XIII en su despacho privado junto a otros pocos españoles. En febrero de 1899 se renovaron los gigantes para las fiestas y el Ayuntamiento encargó a Isidro Gil y a Evaristo Barrio, el diseño de dos nuevos gigantillos. Actualmente se siguen sacando a las calles cada año, siendo conocidos como el “Alcalde” y la “Alcaldesa”.
 
Pictóricamente se le encuadra en la corriente tardorromántica a la que se adscriben “La Independencia de Castilla” (1890) y “Mazepa” (1892). Como ilustrador, sus obrar aparecieron en revistas como “El Bazar” y “La Ilustración Española y Americana”, así como en libros de tema literario o histórico.
 
Fue uno de los principales protagonistas de la buena sociedad burgalesa durante el último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX. Casó con la barcelonesa Elvira Gardyne Baüer. Ella era hija de un militar destinado en Castilla. Fueron padres de Federico y María Eleuteria. El domicilio familiar estuvo en la Plaza Huerto del Rey. La muerte le alcanzó el 22 de marzo de 1917, a las seis y media de la mañana. Es un autor que ha sido recuperado para el gran público en varias exposiciones como la de Montserrat Fornells, “Pintores Románticos Guipuzcoanos” (2013), o la de 2015, en Burgos, titulada “Hojas de mi álbum”.
 
Tras conocer al autor conoceremos su descripción de Medina de Pomar publicada en “Memorias Históricas de Burgos y su provincia”:
 
“Entre tanto, el coche que nos conduce avanza por la carretera dejando a un lado las pintorescas riberas del Ebro y pasando a la vista de Trespaderne por donde hemos de tomar el escabroso camino de Frías para visitar su famoso castillo, emprendemos de frente la dirección de Medina de Pomar, población situada en alta meseta y cuyo agrupado caserío comenzamos a divisar algún tiempo después por entre los grandes árboles que decoran ambos lados de la calzada”. Si suponemos que llegaba por Moneo, las necesidades viarias de hoy han desnudado los bordes de esta carretera. Antes, los árboles, daban sombra a los viandantes.

 
“Su pintoresco caserío, los campanarios de sus iglesias y monasterios, se descubren ya, clara y distintamente al caer la tarde de un hermoso día de primavera, surgiendo sobre todas las edificaciones del pueblo y achicando con su enorme masa conventos y templos, la silueta del castillo-palacio de los Duques de Frías, cuyas vetustas paredes y murallones almenados ilumina con dorados reflejos el sol poniente que envía un saludo de despedida a la mansión señorial de aquel arrogante prócer, tan rico y acaudalado en el siglo XV, que montando a caballo en el portalón de su palacio de Burgos recorría todo el trayecto desde dicha Ciudad a Santander, sin dejar de pisar tierras de su propiedad, ni abandonar por un momento el territorio de sus dominios o estados”. Vemos en este párrafo referencias indirectas al Duque de Frías y una descripción romántica de Medina de Pomar que poco, o nada, nos dice del pueblo pudiéndose referir a cualquier otra población de España.
 
“El coche llegó a una casa de hospedaje (¡¡¿Cuál?!! ¿Cómo se llamaba?) que nos recordaba la Posada de la sangre, de Toledo, y los mesones que describió Cervantes con su pluma inmortal: porque esta villa de Medina de Pomar, animada, alegre, feliz, industriosa, atenta con los viajeros, servicial y noble, parece por su aspecto típico una población castellana de antiguos tiempos en los que se desarrollaban las escenas de las Novelas ejemplares del príncipe de nuestros ingenios y las trapacerías y truhanerías picarescas del patio de Monipodio y sus héroes Riconete y Cortadillo de la hampa clásica. Porque su aspecto general, sus calles empinadas y tortuosas, su anticuado caserío de aleros pronunciados, balconaje de madera, voladizos y ventanales desiguales, brindan al artista a dibujar en su álbum pintorescos rincones o plazoletas solitarias, sobre cuyos edificios se alzan en último término campanarios góticos, o el ábside torreado de sabor románico, agrietado, corroído, pero cubierto con los matices que los años saben imprimir de modo indeleble dorando y abrillantando los más viejos paredones”. Si se han fijado habla de Cervantes sin nombrarlo. Supongo que asumía que sus lectores eran cultos conocedores de la literatura española. No describe la población, sino que deja caer las impresiones que le produce.

 
“Con gusto hablaríamos de Medina enumerando sus bellezas arquitectónicas, como la parroquia de Santa Cruz y Nuestra Señora del Rosario, la de Santa Lucía, hoy en ruina y abandonada, el famoso convento de monjas clarisas, peregrina fundación gótica y panteón monumental de los Duques sus fundadores, el de San Pedro y el de San Francisco, deformados y maltrechos, que hace ya muchos años estaban destinados a viviendas humildes.
 
Preciso es distraer nuestra atención, separarla de estos lugares interesantes para acercarnos a las cuadradas torres que de lejos divisamos desde la calzada al paso rápido del coche que nos trajo a esta ilustre villa histórica de Medina de Pomar. Nos ceñiremos, por lo tanto, a dar algunas noticias del Palacio-Castillo del Duque de Frías, de adusta forma, verdadera casa de armería, que, a pesar de su aspecto grave y austero, más propio de cárcel o prisión, debió tener habitaciones suntuosas de espléndida elegancia y de lujo extraordinario, a juzgar por los olvidados restos que aún quedan dentro de este monumento.
 
Un puentecillo tendido sobre el foso, ancho y profundo, daba acceso a una muralla que cercaba toda la casa. Sobre ese antemural del primer recinto y en un cuerpo saliente del centro, se abre una puerta sencilla de arco semicircular. Traspuesta esa entrada se llega al pie del edificio principal elevándose a derecha e izquierda los dos famosos torreones de planta cuadrada y de altura extraordinaria, coronadas de almenas en sus cuatro fachadas, pero sin barbacanas ni voladizos. Ambas torres se unen por medio de murallas que van elevándose hasta la línea o imposta del piso superior de aquellas formando la fachada principal del palacio, de modo que las grandes torres laterales se alzan sobre el muro de fachada algunos metros más. En el centro mismo de esta fachada se desarrollan otras dos torrecillas, estrechas, de varias caras, ligerísimas y esbeltas, empotradas en el paramento.

 
Son husillos, o escaleras de caracol, que se desarrollan en su interior y a las cuales dan luz de trecho en trecho saeteras o troneras dispuestas al efecto. Entre esas dos torrecillas se abre la puerta de ingreso y sobre ella una gran ventana ojival que da luz al salón central del palacio. Esta hermosa lucera estaba resguardada por una fuerte reja de hierro que, al ser arrancada de su sitio en tiempos modernos (nos resuelve un misterio), ha dejado en los sillares en que se apoyaba profundos agujeros que denuncian su ausencia, reja que por su tamaño nos recordaba otra muy hermosa y original que todavía conserva la torre del homenaje del magnífico castillo de Peñafiel. Quizá dicha reja fuese tan notable y característica corno las que en el mismo Medina de Pomar pueden admirarse hoy en el convento de Santa Clara y que lucen en lo alto de las naves de aquel magnífico templo que parece construido para instalar en él una soberbia catedral.
 
En las grandes torres que flanquean este cuerpo central y a la misma altura del ventanal ojivo ya citado, se abren otros dos gemelos de arco apuntado, de cuyas jambas han desaparecido también las grandes rejas que las resguardaban. En el resto de la fachada y repartidas sin orden ni simetría aparecen otras siete ventanas, como portillos o huecos abiertos al capricho, unas en el centro, otras en los costados, y todas en línea diferente.
 
Tal es el aspecto exterior del formidable albergue de los Duques de Frías, inspirado en el temor, en la desconfianza, en el miedo de una sorpresa probable de un enemigo desconocido. Sin embargo, se comprende desde luego que ni por su trazado, ni por su distribución interior, fue nunca una verdadera fortaleza, aunque sí por su robustez y pesados murallones. En el cuerpo del centro correspondiendo a la parte en que está abierta la gran ventana de la fachada, so desarrolla un amplísimo salón de recepciones que ostenta un friso decorativo de yesería que es un primor de elegancia, finura y delicadeza, obra verdaderamente notable de esa arquitectura intermedia llamada mudéjar, de tanto mérito y valor como las más célebres de su estilo que existen en España, digno rival de los alicatados y atauriques más bellos que pueden admirarse en el alcázar sevillano o en los palacios de la Alhambra granadina.
 
Estas torres de la Casa Armera de Medina, construidas en el siglo XIV y XV, época en la que tuvo gran desarrollo el estilo mudéjar, no es extraño que guarden como un tesoro semejante detalle decorativo, pero nadie podría imaginarse que ese tesoro fuese de tan sobresaliente mérito. ¡Lástima grande que esté llamado a desaparecer pronto, dado el olvido y abandono en que le tiene el actual dueño del palacio!” Ese actual dueño no citado era el ayuntamiento. Si se fijan la mayor parte de las referencias de Medina de Pomar se centran en el alcázar describiéndolo de forma mucho más minuciosa que al resto de la población.
 
“Coronado el ancho friso por una sencilla moldura destruida en muchos sitios del largo salón que decora, corre a su lado y paralelamente una faja que, en relieve bastante pronunciado y letras góticas usuales, traza algunas inscripciones latinas y castellanas, algo incoherentes en ciertos puntos, que obedece sin duda a reformas de que fue objeto en el transcurso de los siglos. Otra faja igual y con leyenda semejante, corre también en la parte inferior, quedando en el espacio intermedio el rico y elegante friso decorativa.

 
La leyenda pudimos copiarla y aún dibujar su primorosa labor, subidos al mismo nivel del salón que carece de suelo y techo, pero sentados sobre un muro lateral a favor de una altísima escalera que nos proporcionó un amable vecino y comerciante que tenía su tienda frontera al castillo. La inscripción gótica decía así: “Miserere mei Dei, miserere Dei mei, Dei miserere mei, Mater Dei miserere mei de mal non remedie en fin desto e ps diz apostara rasón primera sipre coe”. En la cenefa de la parte inferior leímos también “(…) potest criatura Pater Dei miserere mei Mater mei miserere mei” que continúa repitiéndose y termina el epígrafe con las siguientes palabras “Salido por servir triste, triste por partir Credo in Deo Pater Potenti, criator celo et térra Non es diño de la…”. Los blasones de los Duques, encerrados dentro de un círculo ornamental, contribuyen a completar el decorado con otros escudos que ostentan figuras geométricas de complicada composición”. Reconoce ya Isidro que la estructura interior del palacio estaba arrasada.
 
“El hermoso friso que entre ambas leyendas se desarrolla, se compone de una serie de arcos lobulados que se apoyan en columnas pareadas de irreprochable carácter oriental, cuyo espacio de columna a columna llenan geométricas figuras de buen gusto y ventanas de celosías figuradas, mientras las enjutas se llenan de alicatados finísimos y letras árabes de carácter cúfico que como elemento decorativo completan esta bellísima labor de yesería.
 
En el torreón de la izquierda se reproducen con iguales arcos lobulados, exornes orientales y leyendas latinas, de las cuales claramente distinguimos la oración del Padre nuestro. Otras inscripciones árabes existen combinadas con aquellas y para su interpretación acudimos a un epigrafista notable y arabista distinguido, el señor D. Rodrigo Amador de los Ríos, que en su “Historia de Burgos” las tradujo del siguiente modo: “No es vencedor sino Allah. Él es el mejor y el custodio”. Repartidas entre la decoración se hallan las frases, “El Imperio”, “No hay divinidad”, parte esta última del credo muslímico: “No hay otro Dios que Allah”, la misma palabra de “él imperio”, escrita en ambos sentidos y en caracteres cúficos, y los de Allah, que forma con aquella la frase tan vulgar de “el imperio (del mundo) es de Allah”, a la cual corresponde la de “la gloria es de Allah”, también allí escrita”.
 
Resumiendo, se centra el alcázar en ruinas dejando solo pinceladas sobre Medina de Pomar.
 
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “El Correo de Burgos”.
Dbpedia.
Periódico “El Diario Vasco”.
Web “Habilitados Nacionales”.
Burgospedia.
Periódico “Diario de Burgos”.
“Memorias Históricas de Burgos y su provincia”. Isidro Gil Gavilondo.
 
 

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