En
este mundo en que viajamos a las antípodas en pocas horas o visitar cualquier
capital europea está a un vuelo de distancia por pocos euros nos resultan
extraños los libros de viajes. Un estilo literario que describía lugares y
personas a gentes que no podían viajar. Una de este tipo de autores fue Isidro
Gil Gavilondo que nos contó en su libro “Memorias Históricas de Burgos y su
provincia” cosas de Las Merindades.
Isidro Gil Gavilondo
Isidro
nació en Azcoitia (Guipúzcoa) en 1843 y falleció en Burgos en marzo de 1917. Era
hijo de Bonifacio Gil Rojas -médico del balneario de Cestona- y de Josefina
Gavilondo Alberdi, natural de Vergara. Durante su infancia sus padres se mudan
a Burgos donde Isidro estudia el bachillerato. En 1858 comenzó sus estudios en
la Universidad Central de Madrid, licenciándose en 1865 en Derecho Civil y
Canónico. Tras ello se asentará en Burgos.
Fue,
en cierta forma, un hombre renacentista: pintor, dibujante, ilustrador,
historiador, abogado y escritor. Se le ha considerado uno de los principales
exponentes de la pintura burgalesa del siglo XIX. Aun así, fue concejal,
teniente de alcalde, presidente entre 1888 y 1890 de la Cámara de Comercio (de
la que era fundador), vicepresidente de la Comisión provincial de Monumentos y trabajó
de secretario del Ayuntamiento desde el 17 de junio de 1896. Además, fue
profesor y director de la Academia Provincial de Dibujo (1875-1896), director
del Museo Arqueológico y de Bellas Artes (1892-1897) y profesor de Dibujo en el
Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, donde es nombrado Catedrático
Interino en 1893, cargo que desempeña hasta 1903. Por si no era suficiente, fue
miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y de la Real
Academia de la Historia como académico correspondiente en la provincia de
Burgos. Como vemos no se dedicó precisamente al derecho. Pero sí a la
fotografía, novedad snob en aquellos tiempos. El Instituto Conde Diego
Porcelos, heredero del centro de Segunda Enseñanza en que ejerció como profesor
Isidro Gil, conserva algunos objetos de él. Se posee su expediente como alumno
del instituto en el que luego estuvo diez años dando clases; el libro en el que
figura como catedrático interino; o el proyecto fallido para la bóveda del
palacio de la Diputación.
Su
vocación artística se inició ya en su periodo de estudiante en Madrid. En 1878
realizó un viaje artístico por Italia, acompañado de su hermano gemelo Fermín,
en el que recorrieron las principales ciudades y monumentos del país. En Roma
llegaron a ser recibidos por el papa León XIII en su despacho privado junto a
otros pocos españoles. En febrero de 1899 se renovaron los gigantes para las
fiestas y el Ayuntamiento encargó a Isidro Gil y a Evaristo Barrio, el diseño
de dos nuevos gigantillos. Actualmente se siguen sacando a las calles cada año,
siendo conocidos como el “Alcalde” y la “Alcaldesa”.
Pictóricamente
se le encuadra en la corriente tardorromántica a la que se adscriben “La
Independencia de Castilla” (1890) y “Mazepa” (1892). Como ilustrador, sus obrar
aparecieron en revistas como “El Bazar” y “La Ilustración Española y Americana”,
así como en libros de tema literario o histórico.
Fue
uno de los principales protagonistas de la buena sociedad burgalesa durante el
último tercio del siglo XIX y primeras décadas del XX. Casó con la barcelonesa
Elvira Gardyne Baüer. Ella era hija de un militar destinado en Castilla. Fueron
padres de Federico y María Eleuteria. El domicilio familiar estuvo en la Plaza
Huerto del Rey. La muerte le alcanzó el 22 de marzo de 1917, a las seis y media
de la mañana. Es un autor que ha sido recuperado para el gran público en varias
exposiciones como la de Montserrat Fornells, “Pintores Románticos Guipuzcoanos”
(2013), o la de 2015, en Burgos, titulada “Hojas de mi álbum”.
Tras
conocer al autor conoceremos su descripción de Medina de Pomar publicada en “Memorias
Históricas de Burgos y su provincia”:
“Entre
tanto, el coche que nos conduce avanza por la carretera dejando a un lado las
pintorescas riberas del Ebro y pasando a la vista de Trespaderne por donde
hemos de tomar el escabroso camino de Frías para visitar su famoso castillo, emprendemos
de frente la dirección de Medina de Pomar, población situada en alta meseta y
cuyo agrupado caserío comenzamos a divisar algún tiempo después por entre los grandes
árboles que decoran ambos lados de la calzada”. Si suponemos que llegaba por Moneo, las
necesidades viarias de hoy han desnudado los bordes de esta carretera. Antes,
los árboles, daban sombra a los viandantes.
“Su
pintoresco caserío, los campanarios de sus iglesias y monasterios, se descubren
ya, clara y distintamente al caer la tarde de un hermoso día de primavera,
surgiendo sobre todas las edificaciones del pueblo y achicando con su enorme masa
conventos y templos, la silueta del castillo-palacio de los Duques de Frías,
cuyas vetustas paredes y murallones almenados ilumina con dorados reflejos el
sol poniente que envía un saludo de despedida a la mansión señorial de aquel arrogante
prócer, tan rico y acaudalado en el siglo XV, que montando a caballo en el
portalón de su palacio de Burgos recorría todo el trayecto desde dicha Ciudad a
Santander, sin dejar de pisar tierras de su propiedad, ni abandonar por un momento
el territorio de sus dominios o estados”. Vemos en este párrafo referencias indirectas al Duque de Frías
y una descripción romántica de Medina de Pomar que poco, o nada, nos dice del
pueblo pudiéndose referir a cualquier otra población de España.
“El
coche llegó a una casa de hospedaje (¡¡¿Cuál?!!
¿Cómo se llamaba?) que nos recordaba la Posada de la sangre, de Toledo, y
los mesones que describió Cervantes con su pluma inmortal: porque esta villa de
Medina de Pomar, animada, alegre, feliz, industriosa, atenta con los viajeros,
servicial y noble, parece por su aspecto típico una población castellana de
antiguos tiempos en los que se desarrollaban las escenas de las Novelas
ejemplares del príncipe de nuestros ingenios y las trapacerías y truhanerías
picarescas del patio de Monipodio y sus héroes Riconete y Cortadillo de la
hampa clásica. Porque su aspecto general, sus calles empinadas y tortuosas, su
anticuado caserío de aleros pronunciados, balconaje de madera, voladizos y
ventanales desiguales, brindan al artista a dibujar en su álbum pintorescos rincones
o plazoletas solitarias, sobre cuyos edificios se alzan en último término
campanarios góticos, o el ábside torreado de sabor románico, agrietado, corroído,
pero cubierto con los matices que los años saben imprimir de modo indeleble
dorando y abrillantando los más viejos paredones”. Si se han fijado habla
de Cervantes sin nombrarlo. Supongo que asumía que sus lectores eran cultos
conocedores de la literatura española. No describe la población, sino que deja
caer las impresiones que le produce.
“Con
gusto hablaríamos de Medina enumerando sus bellezas arquitectónicas, como la
parroquia de Santa Cruz y Nuestra Señora del Rosario, la de Santa Lucía, hoy en
ruina y abandonada, el famoso convento de monjas clarisas, peregrina fundación
gótica y panteón monumental de los Duques sus fundadores, el de San Pedro y el
de San Francisco, deformados y maltrechos, que hace ya muchos años estaban
destinados a viviendas humildes.
Preciso
es distraer nuestra atención, separarla de estos lugares interesantes para
acercarnos a las cuadradas torres que de lejos divisamos desde la calzada al
paso rápido del coche que nos trajo a esta ilustre villa histórica de Medina de
Pomar. Nos ceñiremos, por lo tanto, a dar algunas noticias del Palacio-Castillo
del Duque de Frías, de adusta forma, verdadera casa de armería, que, a pesar de
su aspecto grave y austero, más propio de cárcel o prisión, debió tener
habitaciones suntuosas de espléndida elegancia y de lujo extraordinario, a
juzgar por los olvidados restos que aún quedan dentro de este monumento.
Un
puentecillo tendido sobre el foso, ancho y profundo, daba acceso a una muralla
que cercaba toda la casa. Sobre ese antemural del primer recinto y en un cuerpo
saliente del centro, se abre una puerta sencilla de arco semicircular. Traspuesta
esa entrada se llega al pie del edificio principal elevándose a derecha e
izquierda los dos famosos torreones de planta cuadrada y de altura
extraordinaria, coronadas de almenas en sus cuatro fachadas, pero sin
barbacanas ni voladizos. Ambas torres se unen por medio de murallas que van
elevándose hasta la línea o imposta del piso superior de aquellas formando la
fachada principal del palacio, de modo que las grandes torres laterales se
alzan sobre el muro de fachada algunos metros más. En el centro mismo de esta
fachada se desarrollan otras dos torrecillas, estrechas, de varias caras,
ligerísimas y esbeltas, empotradas en el paramento.
Son
husillos, o escaleras de caracol, que se desarrollan en su interior y a las
cuales dan luz de trecho en trecho saeteras o troneras dispuestas al efecto. Entre
esas dos torrecillas se abre la puerta de ingreso y sobre ella una gran ventana
ojival que da luz al salón central del palacio. Esta hermosa lucera estaba
resguardada por una fuerte reja de hierro que, al ser arrancada de su sitio en tiempos
modernos (nos resuelve
un misterio), ha dejado en los sillares en que se apoyaba profundos agujeros
que denuncian su ausencia, reja que por su tamaño nos recordaba otra muy
hermosa y original que todavía conserva la torre del homenaje del magnífico castillo
de Peñafiel. Quizá dicha reja fuese tan notable y característica corno las que
en el mismo Medina de Pomar pueden admirarse hoy en el convento de Santa Clara
y que lucen en lo alto de las naves de aquel magnífico templo que parece construido
para instalar en él una soberbia catedral.
En
las grandes torres que flanquean este cuerpo central y a la misma altura del
ventanal ojivo ya citado, se abren otros dos gemelos de arco apuntado, de cuyas
jambas han desaparecido también las grandes rejas que las resguardaban. En el resto
de la fachada y repartidas sin orden ni simetría aparecen otras siete ventanas,
como portillos o huecos abiertos al capricho, unas en el centro, otras en los
costados, y todas en línea diferente.
Tal
es el aspecto exterior del formidable albergue de los Duques de Frías,
inspirado en el temor, en la desconfianza, en el miedo de una sorpresa probable
de un enemigo desconocido. Sin embargo, se comprende desde luego que ni por su trazado,
ni por su distribución interior, fue nunca una verdadera fortaleza, aunque sí
por su robustez y pesados murallones. En el cuerpo del centro correspondiendo a
la parte en que está abierta la gran ventana de la fachada, so desarrolla un amplísimo
salón de recepciones que ostenta un friso decorativo de yesería que es un
primor de elegancia, finura y delicadeza, obra verdaderamente notable de esa
arquitectura intermedia llamada mudéjar, de tanto mérito y valor como las más
célebres de su estilo que existen en España, digno rival de los alicatados y
atauriques más bellos que pueden admirarse en el alcázar sevillano o en los
palacios de la Alhambra granadina.
Estas
torres de la Casa Armera de Medina, construidas en el siglo XIV y XV, época en
la que tuvo gran desarrollo el estilo mudéjar, no es extraño que guarden como un
tesoro semejante detalle decorativo, pero nadie podría imaginarse que ese
tesoro fuese de tan sobresaliente mérito. ¡Lástima grande que esté llamado a
desaparecer pronto, dado el olvido y abandono en que le tiene el actual dueño
del palacio!” Ese actual
dueño no citado era el ayuntamiento. Si se fijan la mayor parte de las
referencias de Medina de Pomar se centran en el alcázar describiéndolo de forma
mucho más minuciosa que al resto de la población.
“Coronado
el ancho friso por una sencilla moldura destruida en muchos sitios del largo
salón que decora, corre a su lado y paralelamente una faja que, en relieve
bastante pronunciado y letras góticas usuales, traza algunas inscripciones latinas
y castellanas, algo incoherentes en ciertos puntos, que obedece sin duda a
reformas de que fue objeto en el transcurso de los siglos. Otra faja igual y
con leyenda semejante, corre también en la parte inferior, quedando en el
espacio intermedio el rico y elegante friso decorativa.
La
leyenda pudimos copiarla y aún dibujar su primorosa labor, subidos al mismo
nivel del salón que carece de suelo y techo, pero sentados sobre un muro
lateral a favor de una altísima escalera que nos proporcionó un amable vecino y
comerciante que tenía su tienda frontera al castillo. La inscripción gótica
decía así: “Miserere mei Dei, miserere Dei mei, Dei miserere mei, Mater Dei
miserere mei de mal non remedie en fin desto e ps diz apostara rasón primera sipre
coe”. En la cenefa de la parte inferior leímos también “(…) potest criatura
Pater Dei miserere mei Mater mei miserere mei” que continúa repitiéndose y
termina el epígrafe con las siguientes palabras “Salido por servir triste,
triste por partir Credo in Deo Pater Potenti, criator celo et térra Non es diño
de la…”. Los blasones de los Duques, encerrados dentro de un círculo ornamental,
contribuyen a completar el decorado con otros escudos que ostentan figuras
geométricas de complicada composición”. Reconoce ya Isidro que la estructura interior del palacio estaba
arrasada.
“El
hermoso friso que entre ambas leyendas se desarrolla, se compone de una serie
de arcos lobulados que se apoyan en columnas pareadas de irreprochable carácter
oriental, cuyo espacio de columna a columna llenan geométricas figuras de buen
gusto y ventanas de celosías figuradas, mientras las enjutas se llenan de
alicatados finísimos y letras árabes de carácter cúfico que como elemento
decorativo completan esta bellísima labor de yesería.
En
el torreón de la izquierda se reproducen con iguales arcos lobulados, exornes
orientales y leyendas latinas, de las cuales claramente distinguimos la oración
del Padre nuestro. Otras inscripciones árabes existen combinadas con aquellas y
para su interpretación acudimos a un epigrafista notable y arabista
distinguido, el señor D. Rodrigo Amador de los Ríos, que en su “Historia de
Burgos” las tradujo del siguiente modo: “No es vencedor sino Allah. Él es el
mejor y el custodio”. Repartidas entre la decoración se hallan las frases, “El
Imperio”, “No hay divinidad”, parte esta última del credo muslímico: “No hay
otro Dios que Allah”, la misma palabra de “él imperio”, escrita en ambos sentidos
y en caracteres cúficos, y los de Allah, que forma con aquella la frase tan
vulgar de “el imperio (del mundo) es de Allah”, a la cual corresponde la de “la
gloria es de Allah”, también allí escrita”.
Resumiendo,
se centra el alcázar en ruinas dejando solo pinceladas sobre Medina de Pomar.
Bibliografía:
Periódico
“El Correo de Burgos”.
Dbpedia.
Periódico
“El Diario Vasco”.
Web
“Habilitados Nacionales”.
Burgospedia.
Periódico
“Diario de Burgos”.
“Memorias
Históricas de Burgos y su provincia”. Isidro Gil Gavilondo.
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