Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 29 de septiembre de 2024

El olvido de un viajero del tiempo en Barriosuso.

 
 
Aún más, les diré que ese crononauta hizo una escala en España entre 1869 y 2001 o ¡sorpréndanse! Partió hacia el pasado antes del siglo XXI. Esta segunda posibilidad significaría que, conviviendo con nosotros, tenemos turistas temporales. ¡Incluso puede que duerman en apartamentos de AIRBNB! ¿Se lo imaginan?

 
No estamos en “Cuarto Milenio” ni es el argumento de un episodio de aquella serie titulada “The Twilight Zone” o “En los límites de la realidad” sino que es una conclusión sacada a partir del estudio de los documentos conservados en el arca de documentos en Barriosuso. Esta bitácora tuvo el privilegio de tener entre sus manos, gracias a Ángel Paz, las ordenanzas municipales originales del año 1573; Órdenes Reales y Decretos Reales dados a través de los Intendentes Generales y Corregidores de la Provincia de Burgos entre los años 1760 y 1835; o recibos de pago del año 1811 al ejército del General Francisco de Longa y el recibo de pago en especies del año 1833 al ejército Real de Carlos III (los carlistas).
 
Y, además, preservado entre ellos está el recuento de los dineros custodiados en el Arca, un documento del año 1779, donde podemos leer tras los nombres de los presentes: “Monedas del archivo: ocho duros gordos segovianos, tres pesetas, dos reales de plata y tres reales (¿?) en calderilla”. En la foto adjunta pueden leerlo ustedes mismos.
 
 
El duro segoviano era una moneda de Felipe V y es la última moneda de ocho reales acuñada. Gerónimo de Vivanco, Francisco García de Arroyo y los demás fueron puntillosos en marcar la diferencia de los tipos de moneda. Incluidas las pesetas. ¡Las “dichosas” pesetas! Unas genuinas oopart (“out of place artifact” o “artefacto fuera de lugar”) de Las Merindades. No nos han llegado, pero asumo que los citados no fantaseaban. Lo que me sorprende es que nadie podría canjear unas monedas que no eran de curso legal.
 
¿O sí eran canjeables? Porque en el libro “Recuerdos de un viaje por España” de Francisco de Paula Mellado nos dicen, en 1862: “De repente vio Mauricio que Cascabel movía con el hocico un objeto situado a orillas del camino; pasó a recogerle y vio que era una bolsa de cuero. Había dentro unas cuantas monedas; una pieza de oro valor de cuatro duros y seis pesetas. ¡Oh fortuna!”. Este mismo autor recoge en 1842 referencia al uso común de la denominación: “En Bayona la mejor fonda y donde comúnmente paran los españoles, es la del Comercio, que tiene mesa redonda de á tres pesetas, buen servicio y bastante amabilidad por parte de los sirvientes”.
 
¡Cada vez nos sorprendemos más! Y más endeble se hace nuestra teoría del crononauta. Aclarémonos: ¿existía la peseta antes de la peseta? No. Punto final. O sí. Porque tenemos emisiones de pesetas en 1837, 1836 y 1823 en Mallorca y Barcelona. Viajando más en el tiempo, también en Barcelona, desde finales de agosto de 1808 hasta finales de mayo de 1814, se estamparon monedas con los siguientes valores: en oro, piezas de 20 pesetas; en plata, piezas de 5 pesetas, 2`50 pesetas y 1 peseta. En la parte de Cataluña que permaneció bajo la autoridad de los partidarios de Fernando VII, se empleó esta denominación para las monedas de 5 pesetas.
 

¿Entonces? Entonces vemos que este término monetario era de uso corriente, al menos, en parte de la Corona de Aragón a principios del siglo XIX. Y por eso se adopta cuando se decide unificar el sistema monetario español. En 1774, cinco años antes del documento de Barriosuso, consta referencia a “pesetas” en el encalamiento de una iglesia barcelonesa.
 
Pero, ¿de donde venía el nombrecito? Algunos autores afirman que empezó a usarse en Lima, Potosí y Cuba y que en Cataluña se hizo popular a partir de principios del siglo XVII. Claro que, es difícil admitir el paso directo a Cataluña del nombre “peseta”, pues sus relaciones con América eran prácticamente inexistentes hasta que en 1778 se levantó la prohibición oficial por la que el Principado comerciase con América.
 
Otros autores creen que fueron los hechos históricos de principios del siglo XVIII los que dieron nacimiento a esta denominación. El autor Pierre Vilar afirmó que, en 1705, Carlos de Austria, que se había proclamado Rey de España en Barcelona, acuñó como moneda válida para toda España piezas de plata de unos 5 gramos. Estas estaban copiadas de la moneda interior catalana, estable y no exportable desde 1674. Incide en que “la pequeña moneda del Archiduque será denominada, como su modelo catalán, y en lengua catalana, "peçeta" (lo cual significa piececita)”.

 
J. Vicens Vives en su “Historia Económica de España”, escribe: “A mediados del siglo XVIII (1726-1737) la pieza de dos reales provincial -múltiplo más pequeño del real- empezó a llamársele peseta que sería el diminutivo del catalán peça (pieza, pronunciado pesa). Corominas cree, en efecto, que peseta es inseparable de peso y que sólo el sufijo en “-eta” es un catalanismo. Molí, en cambio, recuerda que ya a comienzos del siglo XV existían en Cataluña “pecetes” de plata”.
 
Para matar, y rematar, nuestra teoría inicial del viajero temporal diremos que el Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española (edición de 1737) incluye peseta como “la pieza que vale dos reales de plata de moneda provincial, formada en figura redonda. Es voz modernamente introducida”. La peseta de dos reales de plata provincial valía cuatro reales de vellón, y el duro valía veinte reales de vellón, reducidos a moneda de cuenta la relación entre ambos (duro nacional, peseta provincial) era de cinco a uno. Por tanto, al erigirse la peseta en unidad del sistema, se denominó, popularmente, duro a su múltiplo de cinco. Con el euro estamos buscando dar contenido al término “duro”, pero, eso es otra historia.

 
Como el crononauta.
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “Crónica de Las Merindades”.
Numismática Mayor 25, C.B.
“Los nombres del dinero. Breve historia del real de a ocho”. Julio Torres.
“La “peseta” antes de 1869”. E. Goig.
“Guía del viajero por España”. Francisco de Paula Mellado.
“Recuerdos de un viaje por España”. Francisco de Paula Mellado.
 

domingo, 22 de septiembre de 2024

¿Cómo se llegó a la idea de Federación Ibérica del duque de Frías?

 
Nos metemos de cabeza en el carajal de visiones sobre la independencia americana tan deformada por los deseos políticos tanto a este lado del océano Atlántico como al otro lado. ¡Cosas de hispanos! Que mutilaron parte de sí mismos para ofrecerse al inglés como dijo Francisco de Miranda en su propuesta al premier inglés Pitt (14-2-1 790) donde hablaba de “una América desde el Mississippi al cabo de Hornos” bajo influencia británica.

La Gran Colombia.
 
Pero la independencia de los virreinatos americanos -y su atomización- ya estuvo sobre la mesa del gobierno de la Corona y, con ella, los proyectos para integrar ese nuevo entorno, o adaptarse al mismo. Pedro Pablo Abarca de Bolea y Ximénez de Urrea, conde de Aranda, dirigió un memorial al rey Carlos III en el que decía que “la independencia de las colonias inglesas ha sido reconocida y, esto mismo es para mí un motivo de dolor y de temor”. Aranda recomendaba:
 
  • Dividir América en tres reinos: Nueva España, Perú y Tierra Firme.
  • Colocar en cada uno de ellos, como Rey, a un Infante español.
  • El Rey de España mantendría el vínculo de la Corona con estos nuevos reinos en calidad de Emperador.
  • España conservaría Cuba y Puerto Rico.
  • El comercio entre España y los reinos americanos se realizaría en pie de igualdad.
  • Francia proveería las manufacturas de que careciera España.
  • Inglaterra estaría absolutamente excluida.
  • Los Reyes americanos y sus hijos casarían con princesas españolas; los príncipes españoles casarían con princesas americanas.
 
No le hicieron ni caso. Y, al final, con la chispa bonapartista se desencadenó una guerra, larga guerra. Es en este estado cuando se traslada a Europa Zea para conseguir varios objetivos entre los que estaba lograr reconocimiento internacional para su nueva república: la Gran Colombia. Francisco Antonio de Zea venía de presidir el Congreso de Angostura, que había discutido los fundamentos de la constitución de la nueva república, y que, una vez vigente, hizo de él vicepresidente de la república. Era íntimo de Bolívar y conocía cómo pensaba.

Francisco Antonio de Zea.
 
En mayo de 1820 Zea está navegando hacia Europa investido de facultades para buscar la paz y gestionar créditos externos y, en América, los independentistas acuerdan una tregua con el realista general Pablo Morillo y Morillo. Llega Zea a Londres el 16 de junio de 1820. Cuatro días después se vio obligado a desmentir públicamente “los rumores de reconciliación con la España”. El 1 de julio el duque de Frías informa a Madrid. Bernardino Fernández de Velasco y Benavides, XIV Duque de Frías, IX Duque de Uceda, XI Conde de Peñaranda y XII Marqués de Frechilla y Villarramiel (Madrid, 1783-1851), inicia su gestión consular el 12 de junio de 1820. Había sustituido al fernandista absolutista José Miguel de Carvajal-Vargas y Manrique de Lara Polanco, II duque de San Carlos, quien criticaba las costumbres inglesas y la libertad de prensa. Fernández de Velasco perteneció a las filas del liberalismo español y había tratado a Zea en sus días de funcionario de la corona a principios del siglo XIX, cultivando su amistad. Igualmente había conocido a Simón Bolívar, quien contrajo matrimonio en la capilla de su palacio madrileño en 1802. Bernardino veía la solución del conflicto americano, solo en el acatamiento a la Constitución de 1812, pero su perspicacia política le hacía comprender que tal solución era difícil y pergeñaba un plan “B”. Aun así, no tenía buena opinión política de los líderes independentistas. Zea confesó a Bernardino que “el objeto de mi comisión es asegurar la independencia de Colombia por concesiones liberales, por privilegios si es necesario, y por íntima Santa Alianza y adhesión a alguna gran potencia”. Y la opinión de Zea sobre la constitución de 1812 era, francamente, mejorable.

 
La designación del Duque de Frías como Embajador en Londres se hizo pública en Madrid a finales de marzo de 1820. Fdez. de Velasco fue recibido oficialmente en St. James, tres días después de llegar a la cuidad. Bernardino debía insistir en Londres sobre la bondad, interna y externa, del nuevo gobierno español y solicitar un pronunciamiento del gabinete inglés en contra de una eventual intervención armada en España por parte de las potencias de la Santa Alianza. Finalizando la primera quincena de junio Robert Stewart, vizconde de Castlereagh, -ministro de AAEE inglés- comentaba al duque de Frías el interés de Zea en la mediación de Londres. Castlereagh informó a Bernardino que, en caso de mediar, Inglaterra antepondría como requisito la entronización de un Príncipe español al frente de los destinos de la nueva república de Colombia. Otra de las funciones del duque de Frías fue controlar las actividades y planes subversivos de los independentistas americanos, tolerados por Gran Bretaña y su opinión pública. Incluido Zea. De hecho, hasta el 9 de septiembre de 1820, la víspera del primer contacto formal entre Zea y Bernardino, el duque remitió a Madrid numerosas actividades por parte del enviado colombiano. Y la vigilancia siguió durante las negociaciones. Y se infirmó a Pérez de Castro en Madrid. Aun así, el nuevo Embajador español reiteró al gabinete inglés la voluntad pacificadora y reconciliadora con América que animaba al nuevo gobierno liberal español.

Fernando VII
 
Zea hizo un primer acercamiento el 7 de octubre de 1820 con una extensa comunicación en la que propuso un “Plan de Reconciliación entre la España y la América por medio de una íntima reconciliación que identifique sus intereses y relaciones y conserve la unidad de la Nación, y la de su poder y dignidad”. El proyecto se compuso de dos partes: una “Plan de Reconciliación entre España y América” y un llamado “Proyecto de Decreto sobre la emancipación de la América y su confederación con España, formando un gran Imperio federal”. Éste último para ser puesto en “ejecución, y necesidad de verificarlo inmediatamente” por Fernando VII, quien, aparecería como único y último autor de dicho decreto. Zea advirtió expresamente que el texto y forma de su Proyecto de Decreto miraba, antes que nada, al interés y al decoro de la Madre Patria que veía impotente, desarmada y desorientada.
 
El plan de Francisco Antonio Zea fue remitido al Primer secretario del Despacho, el ya mencionado Evaristo Pérez de Castro, el lunes 9 de octubre de 1820 desde Londres a Madrid por el duque de Frías. Había, pues, negociaciones con los insurrectos que llevaban siete años de lucha. Bernardino añadió que “los insurgentes tienen en el día casi total seguridad de ver muy en breve reconocida su independencia por los principales Estados de Europa y por la Republica Anglo-americana. Si V. E. juzga oportuno mandar unir a este mis precitados despachos, creo que el Gobierno de S. M. se hallara suficientemente instruido para poder abrazar en grande nuestra verdadera posición con respecto a la América disidente y al espíritu de la política europea en tan importante cuestión, así como para poder calcular con acierto la mejor manera de sacar todo el partido dable en favor de la España de las circunstancias críticas en que nos encontramos relativamente al asunto”.

Proyecto del Conde de Aranda.
 
El plan era obra de Zea, pero según sus propias afirmaciones, lo conocían las primeras autoridades de Colombia. Y, les indico, esto ha generado ríos de tinta. Anticipó al Duque que lo que entonces le sometía a su consideración, era apenas un borrador cuyo contenido y forma dejaba en sus manos para su acabado y perfeccionamiento. Sin embargo, advirtió que existían en el Proyecto dos cosas esenciales inalterables: independencia y confederación. El duque de Frías comentó a Zea su pesimismo respecto al resultado de las negociaciones.
 
El proyecto de Zea implicaba que, al firmar el rey España, finalizaba la guerra al reconocer la soberanía independiente de los nuevos Estados americanos: la República de Colombia (que abarcaba lo que hoy son Ecuador, Colombia, Panamá y Venezuela), Chile y las repúblicas del Río de la Plata (Argentina, Uruguay y Paraguay), y otras provincias americanas que tuvieran la capacidad de independizarse. Además, permitía que los combatientes y ciudadanos que desearen regresar a la nueva España pudieran hacerlo. Determinaba que los armamentos existentes quedaran en poder de los nuevos Estados; que se pagarían las indemnizaciones correspondientes; que se estableciera una alianza de mutua defensa; se proponía una confederación bajo la presidencia del Imperio de la monarquía constitucional; y se pactaba la doble nacionalidad, por el mero hecho de residir en territorio de un país los nacionales del otro; se establecía la exención de aranceles mutuos y España sería centro logístico de los mismos en Europa. Todo esto estaría bajo la presidencia, no bajo el dominio, de una monarquía constitucional según lo define Zea. El nombre final de esta gran Confederación, sería igualmente decidido en la Ley Fundamental. Una gran fiesta nacional recordaría anualmente en España la “época en que el Pueblo español emancipo a los pueblos de la América...” Algunas consideraciones adicionales de Zea, se referían a la necesidad de que fuese inmediata la retirada de las autoridades civiles y militares de Venezuela y la Nueva Granada. Y, si no, los hispanoamericanos se verían obligados a entregarse a potencias enemigas de la hispanidad.

Evaristo Pérez de Castro.
 
Zea manifestó al embajador español algunas circunstancias adversas que podían limitar su iniciativa: su mal estado de su salud y el reconocimiento de la independencia de su nueva patria colombiana. Zea anticipó al Velasco estar, no obstante, dispuesto a trasladarse a España para proseguir con las negociaciones. Y, si fracasasen las negociaciones con España, él seguiría con los tratos con las demás naciones. El colombiano recalca a Fdez. de Velasco que la correspondencia mutua debe ser privada durante el proceso de acuerdo… en la independencia americana. Aunque había otros aspectos donde buscar acuerdos. El propósito fundamental era acabar con los combates, los asesinatos de opositores y el robo de propiedades.
 
Bernardino ya había comunicada lo esencial de su contenido a Madrid, cuyo ministerio el 26 de septiembre, en nota que en Londres recibe el duque de Frías el 24 de octubre (y que se cruza con la del 9 de octubre en que el velasco remitió la exposición y plan de Zea), comunicaba a éste que la “proposición de Zea era inadmisible”. No estaba el gobierno ni la nación en estado de admitir la independencia. Así, pues, España, sin conocer y estudiar los detalles del plan, no accedía a lo esencial: la independencia. Y, conocidos los detalles, tampoco cambia su resolución. Pérez de Castro ordenaba al duque de Frías, tras agradecerle “el zelo y amor al servicio de S. M. y del Estado”, no “dar más consecuencia á tentativas de Cea de esta naturaleza [debiendo continuar] avisando cuanto descubra sobre las intenciones, esperanzas, o proyectos de los insurgentes pues el conocimiento de todo esto es siempre de conocida utilidad (...)”

 
A su vez, Bernardino propuso a su gobierno otro plan, igualmente confederal pero ibérico antes que hispanoamericano al quedar involucrado en el mismo Portugal y sus posesiones americanas. ¿Portugal? Sí, nosotros no lo recordamos, pero en 1820 se produjo el Golpe de Oporto que instauró la constitución de Cádiz en Portugal. Por ello, el 24 de septiembre de 1820, el duque de Frías remitió a Pérez de Castro un documento explicando la necesidad de unirse con Portugal que era, ahora también, constitucional y liberal. Se trataba de crear una especie de Federación Ibérica que aupase el nuevo estado en el teatro internacional si España perdía sus territorios “al sur del Istmo de Panamá”.
 
La propuesta de Fernández de Velasco hubiera cercenado los intereses británicos en la Península. Y mostraba la euforia liberal española respecto a la internacionalización de su proyecto. Lo cual preocupaba al Foreing Office y restantes cancillerías europeas del momento. Parece ser que esta iniciativa confederativa surgía después de una entrevista entre el duque de Frías y el ministro de Asuntos Exteriores Castlereagh donde el embajador español había ratificado al inglés las seguridades de una plena neutralidad española respecto al problema portugués.

 
Bernardino reconocía en su escrito la debilidad militar española y el quebranto industrial y comercial para derrotar a los independentistas americanos que, además, contaban con el reconocimiento informal, de todos los demás gobiernos europeos. El duque de Frías, consciente de la inconsecuencia política entre su Plan y las garantías de neutralidad dadas a Inglaterra respecto de la revolución portuguesa, advirtió a Pérez de Castro que lo prometido a Castlereagh, no impedía que “el Rey, mi Amo, respetaba siempre los derechos de los demás pueblos, según exigía la buena fe española”. Y, si el nuevo gobierno portugués decidía unirse a España, esta respetaría la voluntad del pueblo vecino. Así, ni Inglaterra ni las demás Potencias legitimistas de la Santa Alianza podrían oponerse debiendo, cada una de ellas, respetar semejante decisión común. La unión sería del grado que decidiesen las dos naciones. Otrosí, la federación peninsular evitaría la acción inglesa contra el nuevo gobierno portugués. Bernardino argüía que la unión era necesaria para que, tras la pérdida de América, España “no decaiga del rango que le corresponde”.
 
Ahora bien, la nueva unión también permitiría la recuperación de alguna parte del imperio al “vernos prontos á reunirnos con el Portugal... el temor de que seamos así una Nación formidable mediante las influencias de buenas leyes, les contendrá en su conducta (a terceras potencias) respecto á nuestras Américas, más que todas las declaraciones y otros preceptos de moral que quieran inculcárseles. Entonces es cuando más probablemente abandonarán á los rebeldes á sus propios recursos, y caminando nosotros con el orden en que corresponde á nuestra regeneración, estaremos más en el caso de reducirlos”.

San Martín y Simón Bolívar
 
Al duque de Frías le parecía viable el proyecto dada “la poca ilustración de los diferentes [y] sucesivos cabezas de la insurrección”, quienes en tantos años de guerra frente a una España débil no habían ganado “y estoy persuadido que ellos solos no sabrán gobernarse, y que copiando groseramente á los Estados Unidos, vagarán de facción en facción como ha sucedido en Buenos Ayres, hasta caer en manos de las potencias extranjeras, que les impondrán Reyes y leyes de su elección”. El proyecto no obtuvo relevancia en la Corte, como la propuesta de Zea. El ministro destinatario se redujo a anotar, en la caratulilla del despacho de Frías: “El recibo, enterado de quanto manifiesta. Fdo en 10 de octubre...”
 
Por sus cartas vemos a un Francisco Antonio Zea convencido de que “sólo una estrecha confederación puede hacer que se reconcilien cordialmente, que haya unidad en sus miras y en su poder, y que aprovechen los grandes medios que tienen para elevarse a la suprema altura de la prosperidad y de la gloria”. Señala que una separación violenta “obtenida por las armas y por la exaltación de las pasiones” sería un mal para España, en tanto que una separación pacíficamente convenida serán un bien para España y para América. E insistía en que “Si deliran los que piensan que las provincias disidentes pueden volver a unirse a la Metrópoli por la fuerza de las armas, no deliran menos los que se prometen este resultado de la Constitución de las Cortes, de esa misma Constitución que fue la primera causa de la insurrección”.

 
El duque de Frías el 30 de noviembre da cuenta a Zea que la independencia es absolutamente inadmisible, y éste le replica el 4 de diciembre que “lamentará toda su vida el fracaso de las únicas relaciones ya posibles entre España y América”. Todo quedó como secreto de Estado. La presentación del plan y gestionar que el rey de España lo ponga en marcha es, en sí, una de las maniobras más desacostumbradas e intrépidas, y de tan formidable alcance, que constituía una jugada de gran riesgo y justificable sólo por convencimiento de que siendo la independencia inevitable resultaba absurdo y cruel seguir segando vidas, tranquilidad, riquezas, y ahondando odiosidades y enconos.
 
Francisco Antonio Zea, al dar por concluida su fracasada iniciativa, reconoció el esfuerzo y riesgo personal que el duque de Frías había asumido al secundar su propuesta. Para ello, halagó y agradeció el diálogo cordial y franco que su interlocutor quiso. Fracasada esta primera apertura del enviado colombiano de finales de 1820, e igualmente frustrada una segunda iniciativa acometida a mediados de 1821, Zea obtuvo, en la víspera del desmoronamiento definitivo del gobierno liberal del Trienio, el reconocimiento “de facto”, no sólo para Colombia, sino también para el resto de los nuevos gobiernos americanos. Aunque al retomar el control Fernando VII rechazó las pretensiones independentistas de América.
 
Un último punto sobre este intento de fin de la guerra en américa es saber si Bolívar apoyaba, o al menos era conocedor, del plan de Zea. Los bolivaristas han rechazado que el “libertador” Simón Bolívar supiese nada del asunto. Pero pudo saberlo y dejó seguir el asunto a ver qué se conseguía: ¿Rechazo? Victimismo. ¿Aceptación? Victoria.

General Pablo Morillo
 
Primero hay que señalar que cuando el gobierno colombiano nombró como comisionado en Londres a Francisco Antonio de Zea a negociar con España lo hizo con el objetivo de lograr un reconocimiento al gobierno de Colombia y un fin de la guerra. Ese mismo año de 1820 el gobierno colombiano que buscaba el reconocimiento de España, lo logró parcialmente por medio de los tratados de armisticio de Trujillo en noviembre, donde el objetivo de Simón Bolívar citado por Luis Perú de Lacroix, en el “Diario de Bucaramanga” era: “El armisticio de 6 meses que se celebró entonces y que tanto se ha criticado, no fue para mí sino un pretexto para hacer ver al mundo que ya Colombia trataba como de potencia a potencia con España. (…)”.
 
Simón fija sus intenciones en una carta a Fernando VII desde Bogotá el 24 de enero de 1821, donde dice que la existencia de Colombia es necesaria y que les ofrece una segunda patria a los españoles: “La existencia de Colombia es necesaria, Señor, al reposo de V.M. y a la dicha de los colombianos. Es nuestra ambición ofrecer a los españoles una segunda patria, pero erguida, pero no abrumada de cadenas. Vendrán los españoles a recoger los dulces tributos de la virtud, del saber, de la industria; no vendrán a arrancar los de la fuerza”. Está claro que se habla de naciones diferentes y que hay una óptica independiente pero no antiespañola. Se buscó el fin de la guerra y la independencia. Bolívar nunca promovería un imperio-confederación con la metrópoli.

Simón Bolívar
 
Claro que Zea, el enviado del caudillo americano era -como hemos dicho- su amigo íntimo y un científico y humanista educado en España de donde fue director del Jardín Botánico. De lo que se duda es si fue una idea propia de Zea, si fue una propuesta sincera de Bolívar o si fue un engaño. Los que no dudan de la inspiración simoniana (de simón Bolívar) arguyen que lo hizo porque, tal vez, no sabía cómo salir del sufrimiento generado por la guerra y de la hostilidad a su mando único.
 
En Francisco Antonio Zea pareció sincero porque ya dos años antes había escrito su “Mediación entre España y América”, cierto es que también a instancias de Bolívar. Proponía en ese escrito publicado en agosto de 1818 su receta para el engrandecimiento de España: comercio. El argentino Marcelo Gulló, ha escrito: “Francisco Antonio Zea, consciente de la importancia histórica de la misión que le había encomendado el Libertador, enfatizó que la motivación última de la propuesta era la de construir un imperio democrático con capital en Madrid que salvara la unidad de España y el Nuevo Mundo”.
 
Simón Bolívar “crucificó” a Zea por el fracaso de su gestión mediante una estrategia populista: “El maldito plan de Zea” fue la expresión a usar. Bolívar ordenó revocar poderes a Zea, y el 25 de abril de 1821, que terminaba una tregua, dirigiéndose a las tropas españolas, dijo: “Es el Gobierno español el que quiere la guerra. Se le ha ofrecido la paz por medio de nuestro enviado en Londres, bajo un solemne pacto, y el duque de Frías, por orden del Gobierno español, ha respondido que es inadmisible”.
 
Pero… Zea continuó siendo el eje de las actuaciones diplomáticas de Colombia en Europa, hasta morir en 1822. Fue Zea el que logró el reconocimiento europeo de la Gran Colombia. ¿Quién puede hoy pensar que no siguió gozando de la plena confianza de Bolívar y que el plan no fue inspiración de éste?
 
El proyecto de Zea, como bien lo juzgó Madariaga fue utópico. Trató de unir lo que existía separado a lo largo del período hispánico, no hay que olvidar que los virreinatos, las capitanías generales, las audiencias se comunicaban con Madrid. Pero su intercomunicación era muy limitada, salvo en el sur, por los vínculos primero fundacionales y luego comerciales entre Lima y el Rio de La Plata.

Conde de Aranda
 
A su vez no hubo unión ibérica. La Santa Alianza e Inglaterra, no veían con agrado a la península unificada y liberal. Tampoco se daría entre las naciones recién independizadas a pesar de los esfuerzos de San Martín y Bolívar por lograrla.
 
 
 
Bibliografía:
 
La web de las biografías.
“Los falsos planes de unión de los insurgentes (la confederación hispanocriolla de Bolívar”. Antonio Moreno Ruiz.
“El sueño fugaz de una Hispanidad que pudo ser y que tal vez será”. Pedro de Tena.
“El intento de reconciliación de Simón Bolívar con España para formar la “Confederación Hispánica””. Rubén García.
“Utopía y atopía de la Hispanidad (De Londres 1820 a Guadalajara 1991)”. Alberto Navas Sierra.
“Las negociaciones de paz entre la Gran Colombia y España: esperanzas y desencantos de un referente latinoamericano de reconciliación”. Roger Pita Pico.
“La partida de bautismo de la Hispanidad. Simón Bolívar, su adalid”. Miguel Aspiazu Garbo.
“Los proyectos de integración iberoamericana (Siglo XIX)”. María de las Nieves Pinillos Iglesias.
 
 
 
Anexos:
 
 
Francisco Antonio Zea: Intelectual colombiano, nacido en Villa de la Candelaria de Medellín, Provincia de Antioquia (Virreinato de la Nueva Granada), el 23 de noviembre de 1766, y muerto en Bath (Inglaterra), el 28 de noviembre de 1822. Hijo legítimo de Pedro y Rosalía, pertenecientes ambos a la pequeña nobleza provincial, realizó sus primeros estudios en la única escuela existente en su ciudad natal. En 1782 inició el bachiller en el Real Colegio y Seminario San Francisco de Asís, de la ciudad de Popayán. A comienzos de 1786, Zea obtuvo una beca para continuar sus estudios superiores de Jurisprudencia en el Colegio de San Bartolomé, regentado por los padres de la Compañía de Jesús. Al concluir sus dos primeros cursos, presentó oposición a la cátedra de Gramática, la cual obtuvo con mención sobresaliente. Concluidos sus estudios, no sin grandes penurias económicas, optó y obtuvo por oposición la cátedra de Humanidades. Gracias a un pronto ganado prestigio intelectual, el virrey José de Ezpeleta le nombró preceptor de sus hijos.
 
Dentro del aún incipiente ambiente ilustrado santafereño, a los 24 años Zea se inició como activo publicista de la nueva filosofía natural, la cual, desde 1762, había empezado a pregonar en el virreinato el médico, filósofo y naturalista gaditano José Celestino Mutis, desde 1783 fundador y director de la Real Expedición Botánica de la Nueva Granada. A primeros de abril de 1791, Zea publicó en el Papel Periódico de Santafé de Bogotá, el primer y recién aparecido periódico neogranadino, su siempre citado “Avisos de Hebephilo”, ardorosa llamada a los jóvenes del Virreinato para abrazar la causa de la regeneración patriota por medio del cultivo de las ciencias naturales y las matemáticas, olvidándose del escolasticismo y su método, el peripato.
 
En noviembre de 1791, a petición del mismo Mutis, Zea fue designado Agregado Científico de la Real Expedición Botánica de Santafé. Entre 1792 y 1794, Zea alternó sus actividades como botánico y la agitación intelectual que por doquier bullía en la capital del virreinato. Entre otros, trabó amistad con Antonio Nariño y Álvarez y Pedro Fermín de Vargas, los dos más connotados precursores de la emancipación de la Nueva Granada. A finales de 1791, el primero de ellos le había hecho miembro del Arcano de la Filantropía, primer y selecto club “literario”, casi siempre asociado con los orígenes de la masonería neogranadina y la ideología emancipadora del Virreinato.
 
En agosto de 1794, Zea fue inculpado en uno de los tres sumarios, el denominado Pesquisa de Sublevación, dentro de la supuesta y abortada conspiración en contra del virrey y la audiencia neogranadinas. A los 29 años, a comienzos de noviembre de 1795, Zea partió de Santafé rumbo a Cádiz en calidad de reo de Estado; quedaba en el Consejo de Indias el fallo definitivo sobre su causa y la de nueve procesados más, el cual se falló a mediados de 1799, gracias al interés que por ellos demostraron, a la caída de Godoy, los ministros Saavedra y su sustituto interino Mariano Luis de Urquijo. Aunque primero se les concedió la ciudad de Cádiz y sus arrabales como cárcel provisional, se decretó a continuación su inmediata libertad, el derecho a continuar sus estudios y profesiones, la restitución a sus pueblos de origen, la devolución de todos los bienes embargados y el pago de los sueldos atrasados.
 
Contando siempre desde Santafé con un permanente apoyo de Mutis, logró Zea relacionarse con los más selectos círculos botánicos de la Corte. Con la ayuda de José de Cavanilles, en 1800 publicó en los Anales de Historia Natural, su primer trabajo científico en España: "Memoria sobre la quina según los principios del Sr. Mutis", con el cual se inició una ardua batalla científica en la Península en contra de la escuela y práctica botánicas de Casimiro Gómez Ortega y su más allegado colaborador, Hipólito Ruiz (director de la Expedición Botánica del Perú y Chile), uno y otro celosos y apasionados enemigos de la persona y obra científica de Mutis. En octubre de 1800, el ministro Urquijo autorizó que Zea pudiera pasar un año en París, con el objeto de actualizarse científicamente antes de regresar a Santafé, y así ayudar en la conclusión y publicación de la obra médica y botánica de Mutis.
 
Aunque se ignoran casi totalmente las actividades profesionales de Zea en París, se dice que fue entonces cuando conoció y alternó con las principales autoridades científicas europeas presentes entonces en la capital francesa. Zea regresó a Madrid a finales de 1802, y por petición de Cavanilles, a comienzos de enero 1803, Pedro Cevallos le nombró segundo profesor de Botánica del Real Jardín Botánico de Madrid, asignándolo además como segundo redactor de los periódicos oficiales, “la Gaceta de Madrid” y “El Mercurio Histórico y Político”, cargos que ocupó hasta mediados de mayo de 1804. Entusiasta promotor de la "botánica agrícola", y tras la muerte de Cavanilles, Pedro Cevallos lo nombró, a comienzos de mayo de 1804, director y primer profesor del Real Jardín Botánico de Madrid, a lo cual añadió, a finales de 1804, la redacción y dirección del “Semanario de Agricultura y Artes”. Durante el ejercicio de Zea como director del Jardín Botánico se planeó la creación de veinticuatro jardines provinciales.
 
A comienzos de 1806, Zea contrajo matrimonio en Cádiz con Felipa Meilhon de Montemayor. Del matrimonio nacieron dos hijas, de la cuales se crio la mayor, Felipa, nacida en mayo de 1807, que, años más tarde, casó en Francia con el Mariscal de Campo francés, Vizconde Alexandre De Rigny.
 
En marzo y julio de 1807, Zea propuso y obtuvo de Cevallos la creación en el Jardín Botánico de la cátedra de Agricultura y Economía Rural, seguida de un sistema de premios y distinciones de mérito y honor para los alumnos más destacados del Real Jardín.
 
En 1807 la carrera científica de Zea empezó a tornarse en política. En agosto de dicho año, planteó en “El Mercurio madrileño” la inevitable difusión y seductora penetración de las ideas de la Revolución Francesa, anticipando varias de sus inevitables consecuencias, tanto en España como fundamentalmente en Hispanoamérica. La invasión napoleónica marcó un nuevo rumbo en la vida de Zea. A mediados de mayo de 1808, Joachim Murat le designó como diputado americano en las recién convocadas Cortes de Bayona, en esta ocasión en representación de la Capitanía General de Guatemala, una vez que Ignacio Sánchez de Tejada había sido nombrado en representación del Virreinato de la Nueva Granada. En unión a los otros seis diputados americanos, Zea influyó, más que los demás, en la redacción del Capítulo X de la que sería la primera constitución escrita de la nueva España peninsular y ultramarina.
 
Zea adhirió entonces con entusiasmo, como los cinco restantes diputados americanos de Bayona, al credo regeneracionista, antes que revolucionario, que Napoleón ofreció y quiso plasmar en dicha carta: enunciados de derechos y garantías individuales; libertad económica, de comercio, cultivo e industria; igualdad formal entre peninsulares y americanos; diputación y representación permanente para éstos en las Cortes y otros órganos de gobierno del reino. En julio de 1808, Zea dio la bienvenida y juró al nuevo monarca José Napoleón I en nombre de los dominios americanos. Ingresó luego en Madrid dentro de la comitiva oficial del nuevo Monarca, y a finales de julio de 1808 siguió a José en su huida hacia el Norte, tras el desastre francés de Bailén. No obstante, a finales de septiembre del mismo año, Zea fue acusado y procesado por el Consejo de Castilla por mantenerse fiel al nuevo régimen francés. Sufrió el embargo y confiscación de todos sus bienes, los cuales recuperó al retornar a la capital a finales del mismo año.
 
Si bien Zea continuó en sus cargos del Jardín Botánico, siendo ya miembro de la Orden de España Josefina, fue nombrado, en agosto de 1810, jefe de la Segunda División del Ministerio del Interior presidido por el Marqués de Almenara. Sin embargo, a comienzos de septiembre de 1811, fue designado Prefecto en Comisión de la Provincia de Málaga en reemplazo de otro neogranadino, el Conde de Casa Valencia. Su misión tuvo por objeto reorganizar la Administración Civil de una provincia clave para el pretendido dominio francés en el sur y este español.
 
Ocho meses escasos estuvo Zea al frente de la prefectura malagueña. A mediados de agosto de 1812 acogió y acompañó al rey José durante su rápida visita a la provincia de Málaga en tránsito hacia Valencia, tras la derrota francesa de los Arapiles. A continuación, Zea siguió el paulatino repliegue de las tropas francesas del sur, vía Granada. Permaneció en Madrid hasta mediados de marzo de 1813, cuando partió junto a José rumbo a la frontera francesa.
 
Poco o nada se sabe de las actividades de Zea en Francia entre junio de 1814 y marzo de 1815. A comienzos de marzo de este año, después de dejar a su mujer e hija en París bajo el cuidado del naturista francés Aimé Bompland, pasó a Londres. Más tarde, se embarcó para las Antillas inglesas con el propósito de unirse a la causa emancipadora sudamericana. A mediados de mayo de 1815 llegó a Kingston, donde encontró a Simón Bolívar, que había abandonado Cartagena de Indias en la víspera de la llegada de Pablo Morillo. A mediados de febrero de 1816, estando en Puerto Príncipe, Simón Bolívar lo designó Intendente de Hacienda de la nueva fuerza expedicionaria. A comienzos de mayo de 1816 desembarcó en la Isla Margarita, siguiendo a las tropas de Bolívar en sus fallidos intentos por controlar la costa oriental venezolana.
 
Muy pronto tuvo que presenciar los primeros actos de barbarie de uno y otro bando: fusilamientos, quema y destrucción de pueblos y ahorcamientos de civiles. El último día de dicho año de 1816, Zea desembarcó nuevamente con Bolívar en Nueva Barcelona (Venezuela), provenientes de Haití, donde éste se había refugiado desde finales de junio de 1816, harto del inicial desorden militar patriota. A comienzos de mayo de 1817, en el puerto de Cariaco, cerca de Cumaná, Zea se unió al canónigo chileno José Cortés de Madariaga; al general Santiago Mariño, segundo jefe militar venezolano; al almirante Bryon y a nueve más preclaros patricios venezolanos, quienes, sin la anuencia del Libertador, conformaron el primer Congreso Venezolano, que luego desconoció y deshizo Bolívar.
 
Tras la caída de Angostura, Zea fue pieza clave en los esbozos de construcción del futuro Estado colombiano. A finales de septiembre, Bolívar lo designó Presidente del Tribunal de Secuestros, que debía ejecutar el decreto, dictado por aquél desde Guayana la Vieja, confiscando todos los bienes pertenecientes tanto al anterior gobierno español como a sus partidarios, españoles o americanos. A mediados de octubre, Bolívar lo nombró miembro de la Comisión que debía repartir entre los oficiales y soldados el producto de las ya ejecutadas confiscaciones realistas. A finales de dicho mes, Zea resultó electo Presidente de la Sala de Estado y Hacienda del Consejo de Estado, órgano recién creado por Bolívar y en el cual éste depositó todos los poderes civiles y militares existentes en sus manos. A comienzos de noviembre, Bolívar conformó un Consejo de Gobierno, cuerpo propiamente gubernativo, presidido por el almirante Brión, y del cual Zea fue electo vocal. A comienzos de 1818, Zea asumió la presidencia del Consejo de Gobierno al partir Bolívar y Brión para sus respectivos frentes militares.
 
Desde este momento, y gracias a la íntima unión que mantuvo con las ideas y pretensiones de Bolívar, Zea fue el indiscutido cofundador de la nueva República de Colombia, que sellaría la Unión de Venezuela y la Nueva Granada. A finales de junio de 1818 apareció, bajo su dirección y con la ayuda de Juan Germán Roscio y José Luis Ramos, el primer número de “El Correo del Orinoco”, periódico o gaceta oficial del gobierno venezolano. A primeros de octubre de 1818, y por encargo de Bolívar, Zea redactó una dura respuesta a las gestiones españolas, tendentes a lograr una mediación de las potencias europeas en la pacificación americana, documento que fue la base del conocido manifiesto del 20 de noviembre siguiente, por el cual Bolívar, como Jefe Supremo de la República de Venezuela, rechazó enfáticamente tal iniciativa europea.
 
En enero de 1819, a la vez que Zea era elegido Presidente del referido Congreso venezolano de Angostura, Bolívar y aquél fueron en seguida designados Presidente y Vicepresidente del gobierno provisional emanado de dicha Asamblea. Al ausentarse Bolívar del teatro de operaciones, Zea acaparó las presidencias del Ejecutivo y Congreso venezolanos. A comienzos de septiembre de 1817, varios militares, ya héroes venezolanos, entre ellos Arismendi y Mariño, forzaron y obtuvieron su renuncia. Con el rotundo triunfo patriota en Boyacá (7 de agosto de 1819), y con la toma de Santafé de Bogotá (10 de agosto siguiente), cambiaron las cosas en Angostura. El último día de noviembre de 1819, el Congreso reeligió a Zea nuevamente Presidente de la corporación. A mediados de diciembre el Congreso aprobó la "Ley Fundamental de la República de Colombia", corredactada por Zea. Le correspondió a éste pronunciar las históricas palabras: "¡La República de Colombia queda constituida! ¡Viva la República de Colombia!" Una vez más Bolívar y Zea fueron designados primer Presidente y Vicepresidente de la Unión colombiana.
 
Por voluntad expresa de Bolívar, a comienzos de 1819 y sin perder su calidad de Vicepresidente, Zea fue nombrado Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario ante los gobiernos de los Estados Unidos de América y varias Cortes europeas, con el objeto de obtener un pronto reconocimiento político internacional para Colombia o, en su defecto, encontrar un abierto apoyo financiero, si no militar, para concluir su lucha emancipadora frente a España.
 
A comienzos de marzo de 1820, después de cinco años de ausencia y manifiesta añoranza, Zea partió para Europa. Recaló primero en la Isla danesa de St. Thomas y, tras conocer el golpe de Riego, decidió dirigirse directamente a Londres, prescindiendo de su tránsito por Washington. A mediados de junio de 1820 Zea arribó a la capital inglesa llevando consigo varios y ambiciosos objetivos para su misión europea, entre ellos recuperar para la nueva Colombia el arruinado crédito financiero y moral de las precedentes repúblicas de Venezuela y Nueva Granada; solicitar el reconocimiento inmediato y formal de Inglaterra, y en su defecto alcanzar al menos un decidido apoyo inglés para una negociación definitiva con España de un pacto que, aunque provisional, implicara un reconocimiento expreso de la emancipación y autogobierno colombianos por parte de España, y con ello el cese inmediato de tan calamitosa guerra de exterminio; y, después de fracasar en los anteriores propósitos, obtener del resto de las potencias europeas, con o sin la iniciativa inglesa, una serie de apoyos financieros y militares que deberían concluir con el reconocimiento comercial y finalmente político de Colombia.
 
A comienzos de agosto de 1820, mes y medio después de su llegada, Zea suscribió con los representantes de un Comité de Acreedores, Herring, Graham y Powles, un acta o póliza de compromiso por la cual se consolidaban las aludidas deudas en un monto de 547.789`12 libras. Paralelamente, y tras varias entrevistas privadas sostenidas con lord Castlereagh, a comienzos de octubre de 1820, Zea presentó al Duque de Frías, embajador español en Londres, un "Plan de reconciliación y Proyecto de Confederación Hispánica", por el cual España reconocería gradualmente la independencia de todas los virreinatos americanos que así lo solicitasen, empezando por Colombia, a cambio de lo cual ésta recibiría, a título de compensación por tales renuncias, una cierta supremacía política, comercial y, eventualmente, alguna cesión territorial, dentro de la Confederación que unas y otra crearían como conclusión de tal propuesta. El proyecto fue rechazado en Madrid, y luego desautorizado y condenado por Bolívar y Santander.
 
A la vez que negociaba con Frías, Zea obtuvo de Richard Rush, ministro de los Estados Unidos en Londres, una promesa formal para un próximo reconocimiento de Colombia por parte del gobierno de J. Monroe, habiendo además adelantado con aquél las bases de un próximo Tratado de Comercio bilateral. Igualmente, negoció la compra de armamentos desde Bélgica, que completó con la adquisición de tres grandes navíos suecos con destino a la armada de almirante Brión. Promovió, igualmente, Zea en estas fechas el envío de varios contingentes de colonos noruegos, irlandeses e ingleses a Colombia.
 
Durante el otoño de 1820, Zea recibió y alternó intensamente con su entrañable amigo Antonio Nariño, a quien acompañó a Francia desde donde éste se embarcó para unirse a Bolívar, en la conformación política de la recién creada Unión colombiana, viaje que aprovechó Zea para concretar el embarque de la expedición Mazeroni.
 
En junio de 1821 el ministro Eugenio De Bardaxi le invitó a Madrid para unirse a los recién llegados comisionados colombianos José Rafael Revenga y José Tiburcio Echavarría, enviados a España por Bolívar con el objeto de negociar la paz prevista en los Tratados de Santa Ana (Venezuela) de finales del anterior mes de noviembre (Armisticio y Regularización de la Guerra). Como consecuencia de las pretensiones colombianas por un reconocimiento pleno de su independencia por parte de España, como en virtud de la ruptura del Armisticio por parte de Bolívar y subsiguiente triunfo patriota en Carabobo (24 de junio de 1821) y recuperación de Caracas (29 de junio siguiente), Zea y sus colegas fueron expulsados y obligados a salir de España a finales de agosto de 1820.
 
En agosto de 1821, y en razón de la tenaz oposición que sobre los créditos de Zea hizo ante Bolívar el antiguo agente de Venezuela en Londres, Luis López Méndez, el nuevo gobierno colombiano, salido del Congreso constituyente de Cúcuta, no sólo desconoció los contratos pactados por Zea, sino que en octubre de dicho año le revocó todos los poderes de que disponía éste para arreglar la deuda colombiana. No obstante, y a falta de otros recursos para cumplir con lo inicialmente pactado en Londres, Zea suscribió en la primavera de 1822, esta vez en París, un nuevo empréstito con Herring, Graham y Powles, por la suma de 183.978 libras, el cual nuevamente mereció la desaprobación de las autoridades colombianas.
 
A comienzos de abril de 1822, Zea lanzó en París su famoso Memorándum dirigido al ministro de Relaciones Exteriores francés, el Vizconde de Chateaubriand, y, posteriormente, a todos los embajadores de las potencias europeas residentes en París, por el cual Colombia declaró que, ante la incapacidad española no sólo para recuperar sino para gobernar sus antiguas colonias, la mayoría de las cuales había ganado militarmente su independencia, Colombia se abstendría a partir de entonces de entablar relaciones políticas y comerciales con aquellos gobiernos que no reconociesen como tal al gobierno de su país. Anunció, en consecuencia, que Colombia cerraría sus puertos y comercio a los súbditos de los gobiernos que continuasen dilatando su reconocimiento como nuevo miembro de la sociedad de naciones.
 
A comienzos de marzo de 1822, mermado notablemente en su salud, Zea recibió en París un significativo homenaje público por parte de los más selectos financieros y políticos franceses afectos a la causa colombiana, encabezados por el Abad de Pradt. A comienzos de julio, se le ofreció en Londres un nuevo homenaje público, al cual asistieron igualmente las más prominentes personalidades de la ciudad y no menos de catorce miembros de la Cámara de los Comunes y uno de la Cámara de los Pares. A finales de septiembre, Pedro GUAL, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, comunicó a Zea la cancelación de todos los exiguos poderes que aún le quedaban. Se designó una vez más al exministro Revenga para sustituirlo en todas sus funciones y gestiones en Europa.
 
Tras su muerte, debida a un ataque de hidropesía, Zea fue enterrado en la Abadía de San Pedro y San Pablo de Bath, donde aún reposan sus restos a la espera de su repatriación a Colombia.
 
A comienzos de diciembre de 1825, tres años después de su muerte, y tras muchas y nuevas inconsecuencias de la primera diplomacia colombiana, Colombia fue reconocida formalmente por Gran Bretaña. Las restantes potencias europeas lo harían un poco más tarde. España tan sólo reconocería a Venezuela en 1845, y a la antigua Nueva Granada, desde siempre heredera del nombre de Colombia, a finales de enero de 1881.
 
 

domingo, 15 de septiembre de 2024

Papeles y puentes en Las Merindades. (II)

  
Retomamos el sorprendente recorrido a través de la burocracia asociada a la construcción y mejora de los puentes de Las Merindades de la mano de Ricardo San Martín Vadillo, importante colaborador de esta bitácora digital. Seguro que encuentran similitudes entre el marasmo burocrático de los Austrias y el que padecemos hoy.
  
El documento con signatura 269, Fondo Corregimiento, de los años 1696 y 1697, titulado “Pleito entre el Concejo de Frías y el maestro de cantería Martín de Carasa, vecino de Término, por no haber concluido las obras del puente de dicha localidad” no dice directamente que había un… “desacuerdo entre las partes”. Este legajo de 16 folios en muy mal estado (comidos por los ratones, con pérdida de soporte en la parte superior e inferior de todos los folios, y letra desvaída, todo lo cual conlleva la pérdida de información y una gran dificultad de comprensión del contenido del documento) nos cuenta que los reparos del Puente de Frías se habían rematado con Martín de Carasa, maestro de cantería aunque participó también Pedro de Landeral.

 
El asunto es que “aunque se izo alguna porzión de dicha obra faltta lo más esenzial, a cuya causa esttá a riesgo de que benga vna avenida y la llebe, en graue perjuizio de la uttilidad pública y además esttá deviendo a dicha ziudad el dicho maestro trezientos y ochentta mill treszienttas y nobentta y ocho maravedís (380.398 mrs.) de dinero presttado para la fábrica de dicha obra a dichos maesttros… (roto)”. Era corregidor de las Siete Merindades don Joseph de Miera, (también figura como corregidor don Juan Antonio de Bustamante y Tagle) y depositario del dinero para ese reparo del Puente de Frías don Joseph González de Cartes (En la primera parte de este artículo comentábamos que el documento 248 señalaba que las obras se pagarían con dinero sobrante de los puentes de Hijar y Carcaval). Por su parte integraban el Concejo de Frías: Diego Fernández de Manzanos -alcalde ordinario- y los regidores Ramiro Bernabé de Arredondo, Pedro de Aparicio Galdamiz, Juan de Herrán y Joseph Martínez de Carriedo. El concejo dio un poder a don Pedro de Herrera, de los Reales Consejos, y a Manuel de Escalante, vecino de Villarcayo, para proceder judicialmente contra Martín de Carasa (y sus herederos) y lograr el embargo de sus bienes por incumplimiento de contrato al no haber acabado las obras del puente de Frías y exigir que se acaben las mismas. Pide la ciudad de Frías en el pleito “se aga vista ocular de la dicha puente y ruina que padeze y el estado en que se alla y que por Phelipe de la Lastra, maestro, se a presentado petición con poder de doña María de Arredondo, viuda de Martín de Carasa, en quien se remattó dicha obra… (roto) En un informe de los maestros canteros que ven el estado del puente se lee: “Dijeron […] que an visto la dicha puente y visto y reconozido la primera zepa como se sale de esta ziudad azia la hermita (roto) Santo Cristo, el tajamar de ella está socauado las primeras (roto) que ha hecho quiebra la nariz de dicha zepa; la segunda zepa, como se sigue, está la mayor parte del taxamar desmolido (sic) y arruynado […]. Se puede temer el ybierno se las lleue o por lo menos vna ruina considerable, de forma que si suzede, como está próximo, no se podrá fabricar otra puente con menos de ciento y cinquenta mill ducados (150.000 ducados) por ser muy grande obra antigua y nezesitarse ser muy segura por el caudal tan grande del río y ser vn passo tan prezisso y nezesario…” Acaba así el documento. Afortunadamente aquella previsible ruina no se produjo pues se debieron acometer las obras y reparos necesarios para dejar el puente firme y con la solidez que hoy le vemos. Sin embargo, es una lástima no poder obtener más noticias del estado del puente en 1696 debido a las pésimas condiciones del documento.

 
Sobre ese precioso Puente de Frías también consulté el legajo con signatura 313, del 13 de octubre de 1708, “Solicitud presentada por Manuel de Castañeda y otros, maestros albañiles en la obra del puente de Frías, para que José González de Cartes les pague la cantidad estipulada por él”. Son 12 folios y tres cartas de pago. Si en el anterior documento (signatura 269) veíamos cómo el maestro Cantero Martin de Carasa se veía incurso en un pleito por no acabar las obras a las que se comprometió para el reparo del Puente de la ciudad de Frías, aquí son los maestros canteros los que exigen se les pague su salario por los reparos en el mismo puente. Tan sólo doce años habían pasado (de 1696 a 1708) cuando, debido a las crecidas del Ebro y al empuje del agua, el puente se resintió de nuevo.
 
Don Bartolomé Martínez de la Fuente, como abogado de los Reales Consejos y capitán a guerra de las Siete Merindades, hace saber a Joseph Martínez de Cartes, depositario de los fondos para el reparo del puente, que quedó inconclusa la reparación del puente que se había rematado en el fallecido Martín de Carasa y que Manuel de Castañeda, actual maestro, “que esttá entendiendo en los reparos que falttan para la conclusión de la obra del puente de la ziudad de Frías […] están aprestados los matteriales y los ofiziales trabajando […] con sus tareas y pague el coste de los matteriales conduzidos y otros // gastos que se ban causando […] lo más prontto a lo menos los quarenta y siette mill reales (47.000 rs.) de la cantidad que mandó reparttir […] Manuel de Castañeda”. Actuaba como veedor de las obras del puente mayor el maestro cantero de la ciudad de Frías Francisco Pérez del Herbal (¿?). Fueron “verederos” para averiguar el vecindario de los cinco partidos para el repartimiento de gastos: Manuel de Castañeda, vecino del Valle de Hoz, Pedro Martínez, Juan González de Agüera, Juan de Cervera y Manuel de Solano que recibieron 200 reales cada uno por su trabajo. Fue maestro visitador de las obras Mateo de la Candera, que recibió por el reconocimiento del puente 2.333 maravedís, en Villarcayo, 20 de octubre de 1708.

 
No debió quedar satisfecho con sus emolumentos el maestro cantero, Manuel de Castañeda -documento con signatura 324, Fondo Corregimiento, del año 1710- porque interpone pleito contra Pedro Martínez de Acebedo, por irregularidad en las cuentas del arreglo. Son tan sólo siete folios muy maltratados por la humedad en su lateral derecho (con pérdida de soporte) pero leemos la declaración de Manuel de Castañeda, vecino del Valle de Hoz, a través de su procurador, junto con los herederos de Martín de Carasa, maestro cantero, por los reparos del puente mayor de Frías, sus caminos y calzadas. Dice que se le cometió dicha obra por orden de don Fernando de Acebedo siguiendo lo mandado por reales provisiones.
 
Queda pendiente de un posterior estudio el expediente y legajo con signatura 1987, Fondo Corregimiento, con documentos entre los años 1625 y 1646, “Remate y repartimiento del reparo y aderezo del puente de Valdivielso y de las calzadas y cuestas del Almiñé”. Dicho legajo, por su grosor y número de folios, que estimo en más de doscientos y que los folios están afectados por humedad y pérdida de soporte en la parte inferior de los mismos, deberé trabajarlo en mi próxima visita al Archivo Municipal de Villarcayo. Les diré, de forma resumida, de qué trata y para hacerlo de un modo novelesco tomaré este fragmento con tintes de crónica periodística: “En la uilla de Villarcayo a trece días del mes de abril de mil y seiscientos y veinte y seis años (1626), ante su merçed el liçençiado Miguel de Vrtaza Hernanico (¿?), rejidor y justicia destas Siete Merindades de Castilla Bieja, por el rey nuestro señor, y en presencia y por ante mí Alonso Yñiguez, secretario del rey nuestro señor […] parezió presente Bernabé de la Garza, regidor de la Puente de Valdibielso desta dicha Merindad, y dijo que sabe e dio notizia a su merced de cómo esta noche pasada, como a las nuebe o diez de la noche, se vndió la puente del dicho lugar, que llaman la Puente de Baldibielso, questá fundada sobre el río Ebro, vno de los ríos más cavdalosos de toda España, y la puente de más ynportanzia que ay en España (sic) para el serbizio de la Corte…”

 
Aquella aciaga noche de abril de 1626 se cayó el puente de Puente Arenas. Las obras de su reparo se remataron en el maestro de cantería Pedro de Saravia, en cuatro mil ducados (4.000 ducados). Los más de 200 folios detallan todos los avatares de esa larga serie de reparaciones (1626-1646). ¡Veinte años de obras!
 
También voluminoso es el legajo 1985, de los años 1616 a 1627, “Repartimiento y ejecución de las obras de reparo del Puente sobre el río Jerea en Quintana de Entrepeñas”. Son un total de 159 folios, en un aceptable estado de conservación, aunque algunos de ellos muestran destrozos causados por roedores y por la acción destructiva de la humedad. Comienza con una carta del rey Felipe IV que da cuenta de la petición de Jerónimo de Nisso, en nombre del Concejo de Quintana de Entrepeñas. Dice la provisión real que “… por el término pasaua el río Xerea, el qual tiene vna puente de piedra que llamauan la Puente de Arroyo, la qual por benir el río muy caudaloso se a llebado con las abenidas que auía auido la mayor parte de la dicha puente, lo qual, por ser el camino real por donde se pasauan todas las mercadurías que se trayen de Bilbao, Castro Vrdiales, Portugalete y otros puertos hera nezesario repararse la dicha puente […] para el paso y comercio de las mercadurías y pasaxeros que no podían pasar sin arrodear más de ocho leguas […] lo mandásemos repartir doze leguas en contorno…”

 
Era corregidor de las Siete Merindades de Castilla la Vieja ese año de 1617, don Juan de Villafranca Ortiz, el cual será el encargado de coordinar y llevar a cabo los mandatos reales y de su Consejo en lo referente a hacer repartimiento de aportaciones entre los pueblos de doce leguas alrededor, pregonar la obra, sacarla a subasta, rematarla y controlar los reparos que se efectuasen.
 
En el folio décimo se describen los desperfectos que tiene el puente: “… por la fuerça del río, que como ba // tan furiosso, que baxa por las montañas y tan apretado y tan rápido, si no se rremedia con dilijencia la acabará de rronper y llebar porque de la dicha puente le tiene llebado el arco postrero de hacia donde sale el sol y las dobelas del segundo arco los tiene socabados y tan maltratados que si no se rremedia presto se los llebará todo…”

 
Contiene el legajo completa información sobre las condiciones que se debían cumplir para la reedificación del puente sobre el Jerea: el maestro -o maestros- cantero en quien se rematen las obras estará obligado a retirar todo lo que esté caído; se ha de hacer el arco del puente que queda hacia oriente que será con buenas dovelas; del arco menor viejo se han se sacar todos los anillos que están helados y ponerle otros nuevos; los cimientos del arco que se haga nuevo deberán ir asentados sobre roca firme; se han de hacer cuatro manguardias (Cada una de las dos paredes o murallones que refuerzan por los lados los estribos de un puente) de treinta pies de largo y cuatro pies y medio de grueso a los lados del puente; los antepechos del puente deberán tener de alto lo señalado en la traza y serán de mampostería, con pasamanos de piedra de grano labrados, redondos y de la mejor piedra; el Concejo de Entrepeñas estará obligado a señalar el monte para cortar maderas para las cimbras y andamios, así como señalar lugar para hacer las caleras; el maestro de cantería deberá dar fianzas buenas y abonadas.
 
Encontré el documento con signatura 1929, Fondo Corregimiento, del año 1743 con el título: “Poder de José de la Biesca, vecino de Tezanos, a Pedro José Fernández de Castañeda, vecino de Tezanillos, para poder cobrar lo que se le adeuda por los reparos en el Puente de Hernán [Peláez]”. Son tan sólo dos folios en mal estado, afectados por humedad en su lateral derecho, lo cual impide su lectura y la comprensión del contenido de los mismos. En efecto, se trata de una escritura de poder de Joseph de la Biesca, vecino de Somo, jurisdicción de Ribasmontán, en la Merindad de Trasmiera, aunque en la actualidad reside en Tezanos, en el valle de Carriedo. Otorga poder al referido José Fernández de Castañeda para cobrar 2.000 reales de vellón que se le adeudan “por razón de los gasttos que se originaron en el quartteo, mejora y rreparos que (roto) (¿se hicieron?) en el Puente de Hernán Peláez y su construzión, como rresulta del despacho que a este fin se (roto) (¿mandó dar?) por dichos señores […] dé y otorgue la cartta o carttas de pago nezesarias que se la satisfagan finiquittos // zesiones y rastos...” Dado en Tezanos, 3 de abril de 1746. En definitiva, un documento que viene a hablarnos de este José de Biesca o Viesca, maestro cantero de Trasmiera, que se ocupó de los reparos del Puente de Rampalay.

 
El siguiente documento, con signatura 876, Fondo Corregimiento, viene a hablarnos y darnos noticia de una denuncia, en el año 1767, por la tala de árboles en el Brezal (La Cerca), para hacer un Puente sobre el río Trueba. “Auto criminal sobre tala de árboles en el Brezal” reza el título del documento, de 15 folios en muy buen estado de conservación, aunque con algunos folios de letra desvaída. Está datado en Villarcayo, en 18 de marzo de 1767, siendo corregidor y capitán a guerra de nuestra villa el licenciado don Felipe Antonio Vadillo. Ante él comparece el regidor de Torres y procurador general de la Junta de la Cerca, junto a Medina de Pomar, Ambrosio Álvarez. Se había convocado a los vecinos del lugar a hacer una tala y desbroce de robles y alisos sin permiso y contraviniendo las órdenes reales sobre montes y arbolado, “aviendo fabricado con dicha madera vn puente nuevo sobre las aguas del río Trueba, en graue perjuicio de dicho pueblo…” Levanta acta y redacta el escribano Juan Ruiz de Revolleda que comparece ante el corregidor Tomás de Baranda, vecino de Torres, el cual declara bajo juramento ser cierto que se realizó dicha tala sin licencia de las autoridades a finales del anterior mes de febrero. Declara que la mitad de los vecinos, convocados por el regidor Miguel Álvarez, acudieron al paraje del Brezal, sitio del Soto, y talaron ocho árboles: cinco robles y tres alisos, y rozaron y desbrozaron toda la zona, “para una puente que se fabricó de nueua plantta sobre las aguas del río Trueua”. Insistió en valorar la utilidad de ese nuevo puente y su uso y dice que “jamás a uisto ni reconocido puentte alguno ni lo a oydo y si sucede algún daño en ella no ay duda que estte pueblo se alla espuestto a sufrir perjicios […] los ganados pueden pasar y ttransittar el río en ttodo ttienpo esceptto en alguna benida (avenida) y el prouecho de dicho puentte sólo es para la jente de a pie…” Prestan también testimonio otros vecinos: Íñigo de Vivanco, José Villamor, Pedro Manuel López de Brizuela y Miguel Zorrilla, cuyas declaraciones coinciden en lo sustancial con la de Tomás de Baranda.

 
Sigue el reconocimiento del lugar donde se cortaron los árboles, conocido como término de las Viñas u Olmillo, por el escribano y el vecino Baltasar de Rueda y se vio que se habían cortado por el pie doce árboles (otros 16 se habían cortado el año anterior para reparar la casa del Concejo). Sigue la declaración de los diputados del pueblo de Torres: Miguel Álvarez y Miguel Zorrilla. Alegó el primero haber hecho la tala de los árboles sin licencia por considerar que no era necesaria y explicó que esos árboles, debido a las heladas, estaban casi inútiles. Para apoyar sus testimonios presentaron como testigo a Gregorio Fernández, vecino de Villamezán que apoyó la construcción del pontón como medio de atender a los ganados y acceder a las tierras labrantías. En términos similares testifica Antonio de Rueda que defiende la construcción y existencia de ese pontón sobre el Trueba: “Que le consta que para dicho pontón se balieron de dos travesaños que tenía el anterior pontón, de dos o tres pies de alisa como madera inútil para otra fábrica de quattro o cinco pies de robre, delgados y como de tres baras de largos. Que en este lugar conoce un reducido rebollarexo, que se le da el nombre de monte y no ttiene maderas de considerazión y ha oído se valieron de una para el pan, que se conoce a este lugar sobre el río Cauce Salado sin el que no se pueden governar sus uecinos y forasteros, que es vien notorio lo riguroso del ibierno del año próximo pasado y que de ello resultó aver suspendido con el yelo porción de maderas, árboles de ttodas expecies […] lo beneficiaron los vecinos deste lugar para reparos del molino de casa de Concexo […] Que el testigo no sólo tiene por necesario dicho pontón, sino aun por preciso…” También defendieron a Miguel Álvarez por la construcción de ese pontón Bartolomé García de la Peñilla y Marco Fernández, vecino de Villatomil.

 
Todo cuanto antecede me hace pensar que detrás de ambas posturas, en contra o a favor de ese nuevo pontón, subyace un enfrentamiento entre dos grupos de vecinos. Lo confirma el hecho de que se recoja por escrito un compromiso de concordia entre ambas partes que dejan la decisión a tomar en manos de don Vicente Antonio García de la Peña, abogado de los Reales Consejos, y asimismo presbítero de Villanueva la Blanca. Pero éste responde: “Por mis obligaciones no puedo aceptar este compromiso y las partes vsarán de su derecho, como les convenga…” Algo así como el castizo: “Apañaos como podáis”.
 
Finalmente, estudié el legajo con signatura 1011, Fondo Corregimiento, de los años 1775-1777, “Pleito entre los Concejos de Escanduso y Casillas sobre obligación del arreglo del Puente sobre el río Nela en el término de Escanduso”. Conjunto de documentos con más de cien folios en muy buen estado y escrito con tinta de buena calidad. Comienza con una real provisión del rey Carlos IV. El procurador Manuel Plaza Isla, en nombre del cura de Casillas, Manuel González de Pereda y otros vecinos de Casillas y de Salazar pleitean con el pueblo de Escanduso por entender que no deben participar en los gastos del reparo del puente de Escanduso, según pretende José López de Brizuela, único habitante del pueblo. Era entonces teniente de corregidor de Las Merindades de Castilla Vieja don Ambrosio Álvarez. De los documentos estudiados se concluye que más que de un puente se trataba de un pontón hecho de maderas trabadas con clavos. Argumenta José López que en 1691 se hizo una escritura de concordia entre los pueblos de Escanduso, Casillas y Salazar por la cual los dos últimos se comprometían a compartir los gastos de mantenimiento de un molino y de un puente sito en el lugar de la Isla, en Escanduso, y así lo habían cumplido. Hasta ahora que se niegan a compartir los gastos de reparo pues ese puente “en esta última auenida la descalzó y puso muy maltratada, de modo que está peligrosa, no sólo para gentes sino es tamuién para cauallerías; no an querido acudir a dicha composición del puente aunque les consta el peligro manifiesto y que no acudiendo pierden el derecho a dicho molino…” Por su parte, los vecinos de Casillas alegan que todos los reparos anteriores del molino y del puente fueron ejecutados por los vecinos de Escanduso y a su costa. Siguen declaraciones de testigos presentados por una y otra parte. Finalmente, se dicta sentencia que obliga a los vecinos de Casillas y Salazar a contribuir en los gastos de composición del molino y puente de Escanduso sobre el río Nela. Asimismo, el licenciado Álvarez, en documento dado en Villarcayo, a 4 de septiembre de 1777, da la razón al vecino de Escanduso, dicta y ordena que se proceda al reparo del puente “buscando personas inteligentes para ello”.

 

Es triste acabar las dos partes de este artículo refiriéndonos al vil metal, pero, cómo decía Francisco de Quevedo, “poderoso caballero es don dinero”.
 
 
 
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Con mi agradecimiento a María Arce Fueye y a Gustavo Gómez Santamaría por su ayuda y facilidades para realizar mi investigación.