Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 30 de marzo de 2025

La medinesa fundación para doncellas de Agustín Villota.

 
De este centro no queda más que el solar porque la vivienda residencial del siglo XVII debió ser derribado por ruina. Estaba en la calle que luego se llamaría Fundador Villota número siete y fue donde estuvo la casa de Agustín de Villota. Los textos consultados no nos dicen cómo amasó su fortuna Agustín, pero en su testamento dedicó una cantidad de fondos a la creación de un colegio de niñas y dotación de doncellas (dar un dinero a las chicas cuando se casasen o cuando se hiciesen monjas). Ese documento fue otorgado el 9 de agosto de 1779 ante el escribano Juan de Careaga, de Cádiz. En la cláusula seis de este documento se designaba a Ignacio Díaz de Saravia como ejecutor del testamento, pero concediéndole el poder de ser sustituido en el encargo de fideicomisario. Ignacio era un conocido comerciante gaditano que, mortis causa, delegó en su esposa María del Rosario Díaz de Saravia y en Lucas Ontañón, secretario del Tribunal del Consulado, por escritura otorgada en Cádiz el 5 de abril de 1802 ante el Notario Juan Gómez de Torres, la gestión de la última voluntad de Agustín. Fueron testigos de la firma Francisco de Paula Fret, Juan José Rubio y José Ortega, vecinos de Cádiz. Los estatutos del Colegio fueron aprobados el 30 de septiembre de 1827.

 
Agustín de Villota nació en Medina de Pomar el 28 de agosto de 1728. Fue hijo de Ventura de Villota y Vicencia de Mardones. Tras estudiar lo que pudo entre la oferta existente en Medina de Pomar, algunos autores dicen que ingresó en la carrera de Indias a las que marchó a desempeñar su cometido. En otras de las mínimas biografías lo denominan clérigo. Murió en 1779 con cincuenta y un años. Y, surgen los problemas: No sabemos si fue a algún virreinato ultramarino, pero sí parece importante la vinculación de Agustín con Cádiz de donde era su albacea testamentario, Ignacio Diaz de Saravia. De hecho, Agustín e Ignacio aparecen como consignatarios gaditanos de Diego de Agüero que era un comerciante asentado en el Río de la Plata. Además, Agustín figura en reuniones de comerciantes de esa ciudad. Con esta información, ¿era Agustín un jándalo? Lo parece. Y, quizá, descartamos eso de ser un clérigo o su marcha a América.
 
Agustín no solo creó ese colegio del que hablaremos, sino que, también, ayudó a otra institución de Medina de Pomar: la Preceptoría de gramática latina fundada por Isabel de Salcedo. El 20 de Julio de 1779 Agustín de Villota, y en su nombre Ignacio Díaz de Saravia, aumentó la dotación de la preceptoría en 2.500 pesos de a quince reales vellón. Dichos 2.500 pesos o 30.000 reales los tenía impuestos sobre las haciendas de María Ordoño Rosales, mujer de Bartolomé Tirso de Velasco, vecino de Espinosa de los Monteros, según escritura otorgada en Briviesca en 21 de Marzo de 1781, ante el escribano Juan Pérez. Se distribuía este dinero colocando 18.000 reales de principal y 540 reales al tres por ciento para la escuela de primeras letras de Medina de Pomar y aumento de sueldo de su Maestro y 12.000 reales de principal y 360 de réditos para el del Preceptor de Gramática.

 
Y, por supuesto, debemos fijarnos en el dinero destinado por Agustín para el colegio de niñas que se fundó el dos de agosto de 1775. Destinó su casa natal para aulas. La reconstruyeron para tal fin. En el primer piso se hallaba el colegio de primeras letras, dirigido por una maestra y en el segundo el aula de costura dirigido por otra maestra.
 
Para el correcto gobierno de la institución había tres censores: el Rector del Cabildo eclesiástico, el alcalde de Medina de Pomar y el que fuera Prepósito de San Felipe de Neri, a quien sustituyó el Beneficiado más antiguo de Medina cuando aquella institución desapareció. Para cumplir los objetivos de la Fundación Villota se disponía de varias escrituras de censos ya redimidos, la casa colegio y doscientas cincuenta mil pesetas sobre los bienes propios de la ciudad de Santander al tres por ciento, rentando 7.500 pesetas. ¿Es importante hablar de los dineros? No mucho. Pero sirve para explicar una carta publicado en el diario “La fidelidad castellana” donde, bajo el título de “los parásitos” dejaba constancia del retraso en el pago de las dotes y de las dificultades económicas que sobrellevaba la fundación. Decía que no se habían cobrado 50.000 pesetas de intereses del principal de 250.000 pesetas. Eso en el año 1888. ¡Gracias a Dios culpa al consistorio santanderino! Y, desgraciadamente, ese problema con los cántabros parece que fue recurrente. En 1931 se lograban cobrar 31.000 pesetas gracias a la intermediación del Gobierno Civil de Burgos con la que se podían pagar veintitantas dotes. Pero, por no dejar mala imagen, el ayuntamiento de Santander siempre pagaba algo.

Localización de la 
Fundación Villota
 
Los albaceas testamentarios de Ignacio Diaz, María del Rosario Diaz de Saravia -su viuda - y Lucas Ontañon (caballero de la Orden de Carlos III y secretario del Real Tribunal del Consulado de Cádiz) se encomendaron para cumplir la tarea del difunto. Entre los diferentes documentos y escrituras estaban los relativos a Agustín de Villota. Así vemos que Ignacio había comprado una casa arruinada en Medina de Pomar que cae por su frente a la calle principal y por la espalda hacia la parte de Nuestra Señora del Rosario y su campo con su huerta que linda con casa del Duque de Frías, la cual se reedifico después y la fabrico de tres altos al barrio de la puerta de la Villa y que costó treinta y seis mil reales de vellón. Lo hizo para cumplir los deseos de su amigo Agustín. Ignacio Diaz de Saravia disponía de capacidad de obrar concedida por Agustín de Villota en su testamento (09/08/1779) para la creación, en Medina de Pomar, de una escuela de primeras letras y de labores para niñas.
 
¡Muy Justo! Un hombre adelantado a su tiempo que buscaba educar a las niñas, ¿verdad? Pues no. En Medina de Pomar ya había una escuela para niños y niñas. Lo que buscaba Agustín era una educación separada porque pensaba que la convivencia de niños con niñas podía influir contra la buena moralidad y costumbres. Esta misión la heredaron -de rebote- María del Rosario y Lucas fundando esa Escuela para niñas en la que se las enseñase la doctrina cristiana y las primeras letras sin que se admitiese ningún niño varón. Las niñas aprenderían, a su vez, “a hilar, coser, hacer medias, calzetas, gorros y todas las demás labores propias de sexo mugeril como son teger lienzos, cintas de seda e hilo, hacer encajes”.

 
La escritura de constitución de la Fundación Villota contenía una serie de condiciones como que la maestra fuese de buena vida y conducta, de costumbres cristianas y religiosas, capaz por sus propios conocimientos o auxiliada de buenas maestras y libros de instruir, y enseñar a las niñas en la doctrina cristiana y a leer, escribir y las primeras reglas de sumar, restar, multiplicar y dividir. Pasaría un examen del patrono y habría informes reservados de la buena vida y costumbres para los Censores. La maestra tendrá habitación en el piso alto en la casa escuela y ocho reales al día. Habría otra maestra para las labores que se entendían femeninas. Debía cumplir las mismas condiciones que su compañera y el salario diario era de nueve reales de vellón. Algunas de las niñas de la Escuela de leer y escribir podían concurrir a la de labores y, para ello, se adaptaban sus horarios. Todas las niñas empezaban y terminaban la jornada con algún acto religioso por el alma de Agustín de Villota.
 
Si no hubiese sitio para los dormitorios de las maestras estas residirían en una casa adyacente a la escuela que ellas costearían complementando su salario con medio real diario. Patrono y censores determinaban el horario laboral de la maestra tanto “por las mañanas como por las tardes con consideración a las estaciones del año y a lo que se observe en otras escuelas de igual clase”. También vigilaban el cumplimiento de las obligaciones de las Maestras. ¿Incumplimiento? Despido.
 
Las niñas podían llevar a su casa la costura y labores y la maestra no podía cobrar a las niñas por la formación. Pero, si los vecinos de Medina o de otros pueblos hubieran encargado trabajos a la escuela, su importe se repartía -mitad y mitad- entre la Maestra y la niña que hubiera hecho el trabajo.
 
Todos los años, en noviembre, debía honrarse el alma de Agustín de Villota con asistencia de todo el Cabildo Eclesiástico de la Villa de Medina de Pomar y las maestras. Esa ceremonia se celebraba en la Parroquia principal o, si no, en el Convento de San Francisco con asistencia de sus Religiosos. Para costear estas ceremonias el Patrono apartaba 180 reales cada año. La escritura contenía las condiciones de su reparto entre los intervinientes a la ceremonia.

(21/09/1910 El Cantábrico)
 
El Patrono lo sería a perpetuidad y cobraba un diez por ciento del rendimiento líquido que producían los bienes adscritos. Pagaba a los Censores 500 reales de vellón a cada uno. Deducidos todos los pagos anteriores, los Censores, de acuerdo con el Patrono, invertían un máximo de 1.500 reales anuales en comprar material escolar y pagar dotes. Estas eran, inicialmente, de quinientos ducados cada dote. El remanente se tenía que guardar en una caja con tres llaves, para el Patrono, el Rector del Cabildo Eclesiástico y el Rector de San Felipe Neri. Curiosamente no había equidad en el reparto de las dotes. Había preferencia con las parientes dentro del cuarto grado de consanguinidad con Agustín de Villota. Si no hubiese parientes se adjudicaban las dotes entre las hijas de Medina y sus Aldeas que fuesen o hubiesen sido alumnas de la fundación. La edad mínima para ser dotada eran los 16 años y la máxima era de 30 años. Adjudicadas las dotes, si las chicas no se casaban o no se hacían monjas en los seis años siguientes perderían el derecho y se entregaría el montante a otra muchacha. Al parecer, entorno a 1950 ese plazo rozaba los siete años. Y, según diversas notas de prensa, el retraso excesivo en el cobro era cosa común. Una de las jóvenes que obtuvieron esta ayuda -por citarla como ejemplo- fue romana Fernández Andino que recibió 1.375 pesetas de manos de los Censores Raimundo Zatón y Andrés del Val en 1907. Incluso si fallecía la muchacha antes de recibir el pago, como fue el caso de Modesta del Hoyo García, lo cobraban los herederos.
 
Llevaban un libro de contabilidad, custodiado en el mismo lugar que los fondos de la fundación, donde se incluía el importe de los dotes que se adjudicaban. Además, había otro libro donde anotaban los sobrantes y su aplicación. A final del año los Censores revisaban las cuentas y las firmaban si estaban conformes. En caso de disconformidad podían, incluso, denunciar al Patrono para que corrigiese sus actos y, mientras, quedaba suspendido de la Administración y cobro de las rentas. En su lugar los Censores nombraban un tercero externo para “cobrar dichas rentas y llenar las demás obligaciones del Patrono hasta que este conteste y satisfaga los reparos que le hayan puesto los Señores Censores”. Lo mismo en caso de que el Patrono fuese persona de mala conducta. Piensen que el Patrono custodiaba los caudales. A principios del siglo XX el Patronato radicó en la familia de los Paz que parece que cometieron ciertas irregularidades.
 
Los Patronos procederían de los descendientes legítimos de Teresa de Villota, hermana mayor de Agustín de Villota. Finalizada esta línea se seguiría con los de Francisca de Villota, hermana segunda de Agustín, siempre con preferencia del varón a la hembra y de la mayor edad a la menor por el orden de sucesión de los Mayorazgos de España. No se olvidaron de legislar que sí se extinguían ambas líneas se seguiría por el parentesco de consanguinidad más inmediato a Agustín. Si quien tenía derecho a ser Patrono era mujer esta debía nombrar, con acuerdo de los Censores, a un administrador. Su sueldo era el de la “patrona” con una merma del diez por ciento para ella. Lo mismo cuando el Patrón era varón menor de diez y ocho años o un hombre adulto incapaz de ejercer el cargo.

Heraldo de Zamora
 (10/09/1927)
 
En 1803 aparece un anuncio en el Diario de Madrid ofreciendo dos plazas de maestra. La fundación fue más exitosa que lo que su recuerdo público parece indicarnos. Hubo una época en que gran parte de las mozas de Medina de Pomar pasaron por este centro educativo. Desde la década de 1920 -y quizá antes- fue maestra de esta institución Leonida Diaz-Ufano Valerio, que era zamorana y cobraba 625 pesetas de subvención, seguía allí en 1933 y, dicen, durante la década de 1940. En 1928 sabemos que como profesora de labores estaba Aurelia Rosales y en 1929 Avelina Rosales Zorrilla (aunque podría ser una errata). Tras Leonida cuenta que estuvo la Señora Carmen. Por esas fechas la actividad de formación profesional recaía en Ángeles López- Quintana quien había sido convencida por su jefe, el sastre César Cadiñanos, para cambiar de trabajo y aceptar esta oferta. Angelines vivió, al principio, en su casa familiar de calle Condestable número seis hasta el fallecimiento de su madre Petra. En 1941 se trasladó a vivir a la Fundación. En los años de la década de 1950 el aula formativa operaba bajo el control de Palmira Barros que vivía en las inmediaciones y que había trabajado previamente en la Escuela de Salinas de Rosio.

Diario de Madrid 14/06/1803
 
También consta, durante los años cuarenta del siglo XX, que en esa segunda planta del edificio de "la Fundación" vivía Federico Elías que se dedicaba a dar clases particulares a los chicos de Medina y de los pueblos. De este centro educativo, durante sus últimos años, salieron las chicas de la escuela de letras hacia las escuelas nacionales y viceversa. Hay recuerdo de que era así en 1961. Se ha publicado que chicos más mayores de las escuelas que estuvieron junto al depósito de agua llegaron a pasar a este edificio.
 
En la entrada del centro, sobre su puerta, existía un cartel con la leyenda de Escuela de Niñas. Publicaba Jesús Oleaga que, en las décadas de 1950 y 1960, funcionaba el cine de Acción Católica. También comentaba Jesús en su libro “Fuimos” que “en la segunda planta, habitaba en la década de los años 60 la familia del Estanquillo, Alejandro, Pilar y sus hijos. Pilar tenía sus gallinas y algo de huerta en la parcela y realizaba venta de sus productos en el portal del Estanquillo”.
 
Hay un recuerdo de esta desaparecida institución en el ayuntamiento de Medina de Pomar. En octubre de 1899, cuando se estaba construyendo el actual edificio consistorial, se encargó a Julio del Val, pintor nacido en Villaverde de Peñahorada (Burgos), la decoración del techo del Salón de Plenos. Las pinturas están realizadas al óleo sobre lienzos que se adhirieron al techo. Uno de ellos representa la fundación de Agustín de Villota.

(08/07/1930)
 
Pero Agustín de Villota no solo creó esta institución. Si queremos ver un tercer retazo de su generosidad debemos acercarnos a la parroquia de Nuestra Señora del Rosario donde hay una imagen de la Virgen del Rosario que fue traída desde Cádiz y regalada a fines del siglo XVII por Agustín de Villota. El suelo del templo es de piedra blanca y también lo pagó Agustín de Villota, según se deduce de la licencia que, para llevarlo a cabo, dio el Vicario de Medina de Pomar el 27 de mayo de 1777. Se dispuso un suelo para enterramientos familiares con un total de setenta y seis huecos en su nave central. No faltaban muchos años para que se prohibiesen los enterramientos dentro de las iglesias.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Fuimos. Una crónica del comercio local. Medina de Pomar 1900-1970”. Jesús Oleaga.
“Apuntes históricos sobre la ciudad de Medina de Pomar”. Julián García Sainz de Baranda.
“Medina de Pomar. Cuna de Castilla”. Inocencio Cadiñanos Bardecí, Emilio González Terán y Antonio Gallardo Laureda.
“La naturaleza del comercio monopolista en el Río de la Plata tardo-colonial.
El caso de Diego de Agüero (1773-1814)”. Mariano Martín Schlez.
Boletín oficial de la Diputación Provincial de Burgos.
Periódico “La fidelidad castellana”.
Revista “El magisterio español”.
Periódico “El castellano”.
Revista “Anuario del Maestro”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Revista “Suplemento a la escuela moderna”.
“Fotografías y recuerdos de Medina de Pomar”. Gabriel Fernández Barros.
“Descripción histórico artística de la Catedral de Cádiz”. Javier de Urrutia.
Periódico “Heraldo de Zamora”.
 

domingo, 23 de marzo de 2025

Iglesia de San Lorenzo de Vallejo de Mena.

  
En otra entrada de esta bitácora ya hablamos sobre Enderquina, la donante del templo a la orden de Malta. En esta conoceremos lo más llamativo de esta iglesia de San Lorenzo de Vallejo que es una de las joyas del románico en Las Merindades. Fue construida en dos fases, siendo la más antigua la cabecera que se enmarcaría en el último cuarto del siglo XII, coincidiendo -según la teoría general- con las fechas de Anderquina. San Lorenzo era la iglesia parroquial de Vallejo, pero no dependía del obispado de Burgos, puesto que la Orden de San Juan de Jerusalén tenía jurisdicción propia y exenta de la organización episcopal.

 
El primer estudio de conjunto de este templo fue escrito por López del Vallado en 1914. Dedujo la duplicidad de campañas constructivas y calificó de “ojival” el abovedamiento. José Pérez Carmona (1959) dedicó en su obra de síntesis del románico burgalés algunos apartados a esta iglesia. Los benedictinos Luis María de Lojendio y Abundio Rodríguez (1966) publicaron el siguiente estudio monográfico seguido por los de Ruiz Vélez (1986) y Paloma Rodríguez-Escudero (1996).

 
Juan Luis García Muñoz (2023), en función de las fechas de fallecimiento de Endrequina -para él, antes del año 1124-, adelanta la construcción del tambor del ábside y el tramo recto que le precede a finales del siglo XI o principios del XII. Esto hubiera permitido la existencia de un templo anterior puramente románico. ¿Posible? Pensemos que los padres de Endrequina Álvarez, en el año 1107, refundaron el monasterio de Ibeas, por tanto, si esta señora fuese natural de Mena, y hubiera heredado el Monasterio de Vallejo de sus padres, se podría barajar como fecha del primer templo de Vallejo ese año de 1107 o, incluso, anteriores. ¿Por qué? Porque sus padres pudieron hacer más fundaciones y obras. Si esta señora no fuera de Mena -que únicamente lo fuera su marido, Diego Sánchez- el templo lo hubieran podido construir tanto su marido como los padres de él. Ángel Nuño, siguiendo a otros autores, dice que es una iglesia amplia en un entorno rural pequeño. Una iglesia-monasterio con un claustro que podemos observar en la fachada sur.

 
Veríamos así, que la Orden de San Juan de Jerusalén reconstruyó la iglesia de San Lorenzo de Vallejo con un románico de transición, dado el apuntamiento de los arcos. Los canteros tallaron cruces de la orden de San Juan en diferentes partes exteriores como el husillo de la fachada sur o la puerta de la fachada norte. También encontrarán un singular capitel de temática caballeresca y las arquivoltas de la puerta que mira hacia el oeste. La temática guerrera no aparece en el tambor y tramo recto del ábside. Esto lleva a algunos autores a descartar esta parte como ejecutada por la Orden de San Juan de Jerusalén.

Foto cortesía de José Antonio San Millán Cobo
 
Identificamos las dos fases constructivas gracias a la diferencia de color de la piedra. A la primera corresponde la cabecera, compuesta de un presbiterio coronado por un ábside semicircular en el interior y pentagonal al exterior. Este diseño lo vemos también en San Juan de Ortega o la ermita de San Vicentejo de Treviño. Dispone de ocho pilares, cuatro en el tambor con columnas a diferentes niveles, y otros cuatro en el tramo recto, dando idea de que el primer templo iba a ser más grande y pesado que lo que ha terminado siendo. Todos los arcos en esa zona son de medio punto, presentando un aspecto románico mucho más puro y rico, con influencias lombardas, definidas mediante las arquerías ciegas.

 
La cabecera se asienta sobre un alto zócalo que salva el desnivel norte-sur. Los haces de columnas-estribos de la cabecera parten de basas áticas con fino toro superior, breve escocia y toro inferior aplastado -siento los tecnicismos-, componiéndose de cinco columnas, la centras el doble de gruesa. Será esta columna media la que alcanza con su capitel la línea de canes de la cornisa. Las demás columnas disminuyen de tamaño en cascada.

Cortesía de José A. San Millán Cobo.
 
En la línea de arquillos de medio punto se han llegado a ver influencias lombardas, catalanas o de Daroca, pero algunas de las formas arquitectónicas aquí presentes gozaron de cierto éxito en el tardío románico soriano (Almazán, Caltojar, etc.), zamorano, gallego o del sudoeste de Francia. En casi todas las paredes del ábside son tres los arquillos de medio punto, sobre el mismo número de canes y los capiteles de las columnas medias del haz. Si visitan el lugar fíjense en los arquillos del lienzo central donde vemos una “chapuza” que pudo surgir por un mal cálculo del espacio que resultó en tres canecillos desiguales y en que el extremo de uno de ellos no se apoye en la columna sino en un canecillo adicional.
 

La conexión entre el ábside y el resto de la iglesia se produce con desiguales haces de columnas. Las centrales y sus colaterales alcanzan la cornisa, mientras que las extremas recogen un tejaroz recto sobre canes, dispuesto a mayor altura que la cornisa con arquerías del ábside. Aquí parece que la obra se interrumpió sin rematarse, por lo que se ha sugerido que los haces de columnas que sobrepasaban la cota de cubierta del presbiterio debían integrarse en una previsible estructura torreada o linterna, al estilo de Santa María de Siones o Tabliega.

 
El interior del ábside se alza sobre un banco corrido de fábrica bajo el cuerpo de ventanas. Sólo se abre en el hemiciclo la ventana central, abocinada al interior y flanqueada por una pareja de columnas compuestas de fuste quebrado en zigzag y que se enlazan sobre el vano a modo de arco de medio punto. En el sector meridional de la cabecera, correspondiéndose con la ornamental del exterior, se dispuso una doble ventana ciega, a modo de hornacinas pareadas, con tornapolvos biselado y dobles arcos baquetonados que se continúan como un haz de cuatro fustes en el centro. Una banda decorativa recorre arcos y fustes enrollándose helicoidalmente. Este diseño es más propio de un edificio renacentista que románico. En el otro lado del ábside se disponía una ventana ciega similar, de la que únicamente restan los arranques del arco, pues fue el lugar elegido para colocar el monumento funerario de Fernando de Vivanco y Sarabia, fallecido en 1631.

Foto cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
 
Se cubre el ábside con bóveda de horno reforzada por dos fuertes cuadrados que descansan en sendas ménsulas integradas en la línea de imposta de la que parte la bóveda. Una de esas ménsulas está decorada con dos cuadrúpedos y la otra con dos bustos masculinos. En el cruce de los nervios de la bóveda hay un florón a modo de clave.
 
Las ventanas abiertas en los muros laterales del presbiterio tienen diseño en el interior que en el exterior. Vemos un arco trilobulado que corona la de la derecha -mirando hacia el ábside-, cuyo vano aparece enmarcado por una moldura de mediacaña con bolas. De la del muro opuesto resta el arco decorado con triple haz de boceles (moldura convexa lisa, de sección semicircular) y tornapolvos achaflanado, habiendo desaparecido las columnas que lo sostenían.
 
Separa la cabecera y la nave un arco triunfal de medio punto y triple rosca hacia el oeste, que reposa en un pilar compuesto de gruesos fustes, dejando una columna en el centro para recoger el arco interior.

 
La primera campaña terminó tras finalizar el ábside. Algunos investigadores suponen que se dejó trazado, pero sin cubrir, el tramo cuadrado de la nave inmediato a la cabecera. El resto de la iglesia lo terminaría un segundo taller, aunque influido por el trabajo del primero. Incluso en la primera campaña se llegó a trazar el husillo con la escalera de caracol que daría acceso –a través de puerta trilobulada dispuesta en el interior– al posible falso crucero, luego aprovechado para dar servicio a la galería que sobre la fachada meridional conduce a la espadaña, que data de época moderna, tal como atestigua una inscripción en el pasadizo que deja memoria de la intervención del maestro José Ruiz. La interrupción de la obra debió de durar poco tiempo por lo que quizá debamos hablar más de un cambio de proyecto o de equipo de canteros que de un parón como tal.

Cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
 
La nave del segundo equipo ha sido denostada por la mayor parte de la historiografía al considerar que vulgariza la magnificencia del ábside, pero, quizá, su ejecutor sólo terminó una obra que había pecado por exceso. Probablemente se mantuvo el perímetro del proyecto original, completando la nave con dos tramos rectangulares de desigual longitud y abovedando el conjunto. Desechada la idea de alzar sobre el falso crucero interior una linterna o torre, se cerró este tramo y los dos más occidentales con bóvedas de crucería para lo que debieron acomodar los pilares ya alzados del tramo oriental de la nave con una solución de compromiso: los nervios cruceros apean hacia el este sobre capiteles que rematan dos de las columnas centrales del pilar, mientras que otros capiteles recogen la rosca exterior del arco triunfal.

 
Dividen los tramos fuertes arcos dobles de medio punto, que reposan en machones con dobles columnas en sus frentes y tres parejas de columnas acodilladas a los lados. A estos pilares llegan los arcos que aligeran los muros excepto en el tramo central donde recogen los nervios cruceros de la bóveda. Por lo demás, los maestros de la segunda fase encajaron su obra de forma notable. Al exterior dispusieron una imposta saliente nacelada, a modo de tejaroz, sustentada por canecillos. Sobre ésta el muro se retranquea para favorecer el desarrollo de las bóvedas, coronándose con una cornisa sustentada por canes de simple nacela.

Cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
 
La duplicidad de campañas constructivas es notoria también en lo escultórico. En la cabecera trabajó un taller “cantábrico”, pues sus recursos y expansión parecen seguir los valles de la cordillera desde Cantabria al norte de Las Merindades. Los capiteles de los haces de columnas de la cabecera están tallados, los de las ventanas y la serie de canecillos también y, al interior, los capiteles que reciben los formeros y torales. Los tallistas tocaron temas figurativos, vegetales y geométricos, sin un programa iconográfico como tal. En el alero encontramos capiteles vegetales de caulículos y hojas picudas acogiendo bolas; otros contienen rostros humanos en los ángulos de la cesta y aun caulículos de los que penden pesados frutos. Si paseamos la mirada nos encontraremos una mano mostrando la palma, una figura humana acuclillada, barrilillos, figurillas humanas frontales -una con los brazos en jarras-, lo que parece un contorsionista o bien un personaje engullido por una máscara monstruosa, una campanilla o cencerro, cabezas humanas barbadas o infantes armados.

Cortesía de J. A. San Millán Cobo.
 
Los capiteles que recogen la arquería ornamental y los de las ventanas se decoran con hojas de palmera con cogollos en las puntas, palmetas colgantes en forma de venera, anchas hojas rizadas con frutos centrales y un cuerpo, bustos humanos y volutas, un león rampante de cabeza humana y anchas hojas lisas con frutos en las puntas, entre otros elementos. Los capiteles de las ventanas son más elaborados encontrándonos con prótomos -medios cuerpos- de cánidos, máscaras humanas -alguna barbada-, un híbrido de cuerpo de ave y enroscada cola de reptil, una venera, etc. Destacan los capiteles de la ventana abierta en el paño central del ábside donde, de izquierda a derecha del espectador, vemos una cabeza de venado de astas ramificadas, un prótomo de cuadrúpedo de cuello encorvado, monstruos cuyos cuerpos forman dos aspas rematadas en cabezas indeterminadas cogiendo objetos globulares con sus garras y una serpiente enroscada rematada en cabeza animal de enhiestas orejas.

Cortesía de J. A. San Millán Cobo.
 
Si nos fijamos en la decoración exterior de los haces de columnas que comunican el ábside con la nave, en sus capiteles laterales vemos un animal bajo volutas, un busto humano, una cabeza de raposo con grandes y enhiestas orejas, una forma irreconocible bajo volutas y un monstruo que engulle la cabeza de un personaje acuclillado que alza sus brazos impotente. Las últimas cestas se colocaron inacabadas, dando idea de una interrupción no programada de las obras. En la columna central presentaron dos asuntos asociados entre sí: un personaje que introduce sus manos en las fauces de un león y, junto a él, la escena del caballero victorioso, jinete barbado y coronado de corcel ricamente enjaezado y espada al cinto que aplasta con las patas de su caballo a un hombre postrado de larga melena. Con el gesto de su diestra alzada se dirige el jinete a una figura femenina que ocupa el frente de la cesta. Viste ésta velo y túnica con ceñidor de grandes mangas según la moda de la época, alzando en su brazo izquierdo un halcón. Vemos aquí una complementación entre el personaje dominando a la fuerza bruta o diabólica (el presunto Sansón) y el noble sometiendo al enemigo vencido.

 
El primer taller, en el interior, labró los capiteles de los haces de columnas de la nave y presbiterio, así como los del arco triunfal y algunos del sector oriental del tramo este de la nave, esa especie de falso crucero. Comenzando la descripción por el haz de columnas por el lado del evangelio, el capitel central se decora con dos bestias del apocalipsis de siete cabezas afrontados. Su escamoso cuerpo de reptil, alado y con fuertes garras, termina en un largo cuello del que brotan seis pequeñas cabezas de serpiente, mientras que otra mayor se contorsiona en sentido opuesto. Lo flanquean otros pequeños capiteles con hojas lisas con bolas colgantes, vegetal con volutas y bolas y un prótomo de cánido o felino de fuertes garras que parece morder. En el haz de columnas del lado de la epístola tenemos un capitel con aspas rematadas en cabecitas monstruosas. Entre las aspas que determinan los cuerpos de los monstruos se disponen los cuartos delanteros de bestezuelas, con cabezas del mismo tipo y dos prótomos más salientes. Hacia la nave nos debemos fijar en el capitel que recibe el nervio crucero donde un personaje hace ademán de partir en dos con su espada una capa siendo la representación de la caridad de San Martín. Otro capitel tiene una arpía velada de cola de reptil rematada en brote vegetal.

 
En los haces de tres columnas que articulan el paso al ábside, las del lado del evangelio muestran un capitel decorado con dos bestezuelas reptiliformes, dos cabezas humanas entre una hoja carnosa en abanico con un ramillete central en el que soporta el nervio crucero, y una escena enigmática en el que recibe el toral. Vemos en el frente un sarcófago del que asoma un personaje con las manos unidas en actitud orante, mientras un cortejo de seis figuras parece abrir la tapa del sepulcro. Paloma Pérez-Escudero cree que una de las figuras -masculina- es alada, interpretando la escena como la “Visitatio Sepulchri”, aunque luego admite la posibilidad de que se refiera al hallazgo y enterramiento de los restos del apóstol Santiago, opinión que luego recogen Palomero e Ilardia. Lojendio y Rodríguez se decantan por ver aquí la resurrección de Lázaro, aunque no se identifica a Jesucristo. 


Entre los capiteles del haz de columnas del lado de la epístola nos encontramos con un felino que muerde el collarino, y tras él y bajo un prótomo de oveja, un caprino atacado por otro felino que le muerde una de las patas traseras.

 
Al primer taller se adscriben la mayoría de los capiteles que coronan los truncados haces de columnas del sector oriental del falso crucero, aunque en algunos parece evidente que fueron recolocados y adaptados al reanudarse las obras y, en otros, se duda sobre su autoría. Se observan al menos dos facturas dentro del taller escultórico que trabaja en la zona oriental de la iglesia; una es más cuidadosa, domina la composición y el volumen, y pese a que no sea excesivamente proclive al detallismo, dota a sus figuras de un cierto encanto. Caracterizan su estilo los rostros alargados de aire grave, con gruesos labios de comisuras caídas y ojos globulosos. Junto a este maestro tenemos un “aprendiz” que se ocupa de los elementos menores. Daría la sensación de que en Vallejo intervienen dos equipos bien diferenciados: uno arquitectónico y otro escultórico.

Cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
 
No debió tardar mucho tiempo en reanudarse la actividad constructiva en San Lorenzo, pues si en la obra escultórica de la primera campaña encontramos vínculos con la cercana iglesia de Siones, éstos se refuerzan en los frutos de la segunda, pudiendo incluso pensarse en la continuidad de parte de los escultores. El taller de la segunda fase recurre más a lo vegetal.

 
En el tercer tramo vemos un capitel con nueve personas embarcadas, destaca el situado a popa que sostiene un remo o timón. En el mascarón de proa advertimos una cruz. Paloma Rodríguez-Escudero llegaba a ver en este capitel a un grupo de peregrinos dirigiéndose a Santiago de Compostela por la ruta marítima. En el capitel doble cercano hay dos híbridos afrontados de aves con cuerpo de serpiente que entrecruzan sus picos atacándose mientras alzan sus patas interiores asiendo con sus garras el brote vegetal que las separa. Sobre los híbridos se disponen dos pequeñas aves y tras ellos un leoncillo y una cabecita de reptil que muerden sus colas en un lateral y dos aves afrontadas en el otro.

 
Vayamos al capitel que corona la doble columna del pilar norte del primer tramo donde hay dos caballeros enfrentados a ambos lados de un árbol de ramas ondulantes. Están pertrechados para el combate, armados de yelmos con protección nasal y embrazando escudos, jinetes y monturas protegidos con lorigas. No parece que empuñasen lanzas o espadas. El gesto del de la izquierda tirando del freno se refleja en el caballo. Acompañan a los jinetes sendos infantes también protegidos por yelmos y lorigas, portando espadas y grandes escudos normandos en los que se marca perfectamente la bloca, en forma de gran cruz de brazos flordelisados en uno y con más radios la otra.

 
El templo cuenta con tres portadas: norte, sur y pie del templo. Tienen arcos apuntados y, evidentemente, son de la segunda campaña. La más monumental es la abierta en un antecuerpo del lado oeste. Tenemos cuatro arquivoltas rodeadas por chambrana (una moldura sobre la portada) que apean en jambas escalonadas. Hay cuatro parejas de columnas, sobre basas áticas de toro inferior aplastado y con lengüetas y alto basamento. El arco se moldura con dos baquetones (moldura redonda vertical, normalmente dispuesta en hilera con otras) en las aristas entre mediascañas decoradas con puntas de clavo y la arquivolta interior y la siguiente reciben boceles (moldura convexa lisa) entre mediascañas. Las dos arquivoltas exteriores reciben decoración historiada, con las figuras dispuestas en sentido longitudinal, algunas muy maltratadas por la erosión. Veremos una figura femenina; dos varones portando cayados (probablemente peregrinos pues uno luce una concha en su zurrón y lleva sobre el hombro un manto colgando); un grupo de tres figuras, la central sedente y las otras sujetándola; un rey, un santo y un hombre y, sobre ellos, la tapa de un sepulcro y la figura de un ángel; dos animales afrontados; un posible San Miguel sin alas que clava su lanza en la boca de una serpiente; un peregrino; una peregrina con vieira en el zurrón en bandolera, bastón y otra concha junto a ella; un ángel rodilla en tierra y un personaje de torso desnudo y larga cabellera, encadenado de cuello y manos al estilo de los de Soto de Bureba y Bercedo. La arquivolta externa se inicia con una mujer encadenada, castigada, sufriendo por los mordiscón de una serpiente en pechos y lengua mientras otras dos culebrillas se introducen por sus orificios nasales; una figura arrodillada alza una maza y porta una vaina de espada o un carcaj; un centauro que apunta su arco contra un cuadrúpedo descabezado; una dovela irreconocible; dos arpías de colas enroscadas; tres figuras femeninas vestidas con túnicas de arrugados pliegues y luciendo tocas con barboquejo, la central muestra las palmas de sus manos sobre su pecho y las laterales se abrazan a ella; dos infantes ataviados con cota de malla y espadas entre la representación de un sepulcro; un ave atacando a un pez; tres dovelas irreconocibles; un centauro disparando su arco; dos infantes cubiertos con loriga, yelmo con protector nasal, alzando sus espadas y protegidos por escudos normandos con bloca; vemos el Pecado Original mediante un de árbol de cuyas ramas penden pesados frutos y los primeros padres ocultando sus vergüenzas, con los detalles recurrentes de la serpiente inspirando el pecado a Eva y Adán llevándose la mano a la garganta; un juglar tocando la viola acompañado de un acróbata y dos desleídas figuras, una blandiendo una maza.

 
La portada abierta al sur tiene un arco apuntado liso rodeado por tres arquivoltas y chambrana (moldura que rodea la puerta) de mediacaña. Vemos jambas escalonadas en las que se acodillan tres parejas de columnas. Lograremos ver entre las tallas puntas de clavo, botones vegetales, piñas, zarcillos, rosetas, veneras, bolas con caperuza, cabezas humanas y tres figuras humanas, una portando un libro abierto, otra femenina y frontal y una que parece portar un incensario, así como una escena juglaresca en la que un músico toca una especie doble cuerno y sobre él realiza sus acrobacias una mujer.
 


Cortesía de José Antonio San Millán Cobo.

La puerta del muro norte, de arco apuntado liso, dos arquivoltas y chambrana, dispone de jambas escalonadas con dos parejas de cortas columnas de basas áticas y plintos. Aparte de las figuras decorativas identificaremos dos serpientes entrelazadas y una prevención ante el pecado, bajo la imagen de la tapa de un sepulcro y una figura acosada por una serpiente.
 
Tenemos, tras este rápido recorrido, que iconográficamente vemos representaciones del castigo de los vicios, alusiones a la muerte y la presencia de peregrinos. Esto último quizá sea una referencia al paso de los mismos por esta comarca.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Vallejo de Mena”. Texto: JMRM - Planos: PSJS - Fotos: JMRM/JLAO
“El Valle de Manzanedo. El Valle de Mena.” María del Carmen Arribas Magro.
“La encomienda de Vallejo: Orden de San Juan de Jerusalén”. José Luis García Muñoz Ortiz de Taranco.
La guía digital del arte románico. 
www.ArteGuías.com
www.torresanmartin.com
“El caballero victorioso en la escultura románica española. Alguinas consideraciones y nuevos ejemplos”. Margarita Ruiz Maldonado.
 
 

domingo, 16 de marzo de 2025

Enderquina. Endrequina. Andrequina. Andrea.

 
 
Acerquémonos al Valle de Mena. A Vallejo. Este pueblo aparece en los papeles por primera vez en 1170 cuando Alfonso VIII confirmó sus propiedades al monasterio de San Cristóbal de Ibeas entra las cuales figura una serna entre Villanueva y Vallejo.
 
La primera mención documental a la encomienda de la orden de San Juan de Jerusalén de Vallejo se produce en 1220 en la que aparece como testigo Gil, comendador de Vallejo. Esta orden es una orden militar medieval nacida de esa corriente socioreligiosa del siglo XII. Sus miembros -freires- se hallaban sujetos a disciplina y votos monásticos y al servicio a las armas. Aunque la del Hospital de San Juan de Jerusalén, orden de San Juan u Hospitalarios tenía como función principal la atención a peregrinos y caminantes a través de sus hospitales.

Iglesia de San Lorenzo (Cortesía de Ricardo Martín)
 
La orden se dividía administrativa y jerárquicamente en lenguas, éstas en prioratos; los prioratos se dividían en encomiendas o bailías. Una de esas encomiendas fue establecida en Vallejo de Mena, y tenía como iglesia de referencia la de San Lorenzo. El establecimiento debió surgir por la donación de Enderquina, la mujer protagonista de este artículo. San Lorenzo aparece entre las advocaciones de la orden desde su establecimiento en San Juan de Acre, por tanto, la donación de Vallejo de Mena debió producirse a partir de 1187 y antes de 1220 en que ya existía el comendador de Vallejo.
 
La pregunta es: ¿quién es Enderquina? Para ello debemos analizar la inscripción grabada en letra Carolina, en ocho campos separados por un motivo floral que se repite: “DOMN (roseta) A: EN (roseta) DREQVI (roseta) NA: DE (roseta) MENA (roseta): DIIO : E (roseta) STACA (roseta) SA : AHIE (roseta) // RUSSALEM” Traducido dice “Domna Enderquina de Mena dio esta casa a Hierusalem”. La tardía grafía del epígrafe, su complicada adaptación entre los florones que decoran la lauda y el mismo hecho de desbordar la línea, partiendo la palabra “Hie/rusalem”, hacen pensar que fuera grabada a posteriori sobre la pieza, que podríamos datar en el tránsito del siglo XII al XIII.

Foto cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
 
Lope García de Salazar fija la versión canónica de quién es Endrequina en la segunda mitad del siglo XV en su obra “Bienandanzas e Fortunas”. Hay referencia de ella en dos epígrafes diferentes:
 
“De la casa e linaje / de los señores de la casa de ayala, e donde su / cedieron, e de sus fechos: En el tiempo que reinaua el Rey don / Alonso en Castilla, que ganó a Toledo // vino un fijo vastardo del Rey de Aragón, que lla / mauan don Vela, a lo seruir. E andando este / Rey don Alonso a correr monte sobre las peñas de Mena, vió dençima la tierra donde es agora / Ayala, que no era poblada, que se llamaua la / Sopeña. Estando el Rey sobre la peña de Sal / vada, dixiéronle los caualleros que porque no po / blaua aquella tierra, e dixoles que la poblaría. E algunos que allí esta / van que lo querían bien, dixieronle señor, Ayala. / E el Rey dixo pues Ayala, e por esto ovo nombre Ayala, e llamóse Conde don Vela Se / ñor de Ayala, e poblada aquella tierra de / vascos e latinados, morió, e está se / pultado en Santa María de Respaldiça. E muerto este Conde don Vela, quedó por Señor de la / casa de Ayala don Vela Velasques, su fijo. E / muerto este don Vela Velasques, dejó fijos / a don Galindo Velasques e a don Sant Velas / ques, que pobló en Mena, e después pobló / a Valmaseda. E don Galindo Velasques ere / dó el Señorío de Ayala...”
 
Y en este:
 
“De cómo sucedió el señorío de la casa de ayala en la generacion de doña Mari Sanches, fija legitima de d. Sant Garcia de Salzedo: Contando ha la ystoria destos se / ñores de Ayala, como Don Sant García de Salsedo, Señor de Ayala, / que morió en Alarcos, ovo fijos a una fija / que llamaron Doña Mari Sánches de Sal / sedo, que casó con Don Pedro Velas de Guebara, / estando viudo. E ovieron fijos a Don Sancho Peres de Ganboa, que fue el primero que / tomó este nombre, por que pobló en Ubi / varri Ganboa, que ge la dio este su padre / que era suya, en arras a su madre,... e casó con Andrequiña Días, fija de Diego Sans de Mena, e / njeta de Don Sant Velazques de Ayala. / E ovo en ella una fija sola, que llama /ron Doña Elujra Sanches, que casó con Don Pedro López, fijo de Don Lope el chico, que fue fijo vastardo de Don Lope Días, Señor de Vizcaya...”
 
Para Lope García de Salazar, Andrequiña Díaz de Mena era hija de Diego Sans o Sánchez de Mena, el cual a su vez era nieto de Sancho Velázquez de Ayala -que es el que pobló Mena y Valmaseda-, biznieto de Vela Velázquez y tercer nieto del conde Vela, primer señor de Ayala.

 
Julián de San Pelayo, en su obra titulada “Noticia del Noble y Real Valle de Mena, provincia de Cantabria”, del año 1892, citando a Argote de Molina (historiador, genealogista, y heraldista, de la segunda mitad del siglo XVl), escribe: “... que el Rey D. Alonso (el de Toledo), dio al Infinite D. Vela el Señorío de Ayala, y que preguntando a sus rico-hombres si se la daría, le dijeron ayalá, de cuya respuesta tomó el nombre. Que el Infante (D. Vela), tuvo un hijo llamado Sancho Velázquez, que fue padre de D. Lope Sánchez y de D. Diego Sánchez de Mena, y que este último engendró a Doña Andrea Díaz de Mena, mujer de Sancho Pérez de Gamboa”. Julián de San Pelayo señalaba que ambos hermanos, Lope y Diego Sánchez de Mena, procederían del Diego Sánchez que confirmaba los privilegios del año 1089, y más teniendo en cuenta la proximidad entre la tierra de Ayala y Bortedo. Un baile nada excepcional. Ángel Nuño, en su obra titulada “El Valle de Mena y sus Pueblos” (1925) y José Bustamante en su libro “La tierra y los Valles de Mena” (1971) siguen, esta línea familiar.
 
Sobre la figura de esta “doña Enderquina”, Lojendio piensa, también, en la esposa de Sancho Pérez de Gamboa. Sobre el progenitor de la dama dice que, quizá, se tratase de Diego Sánchez de Velasco, una de las principales figuras que intervinieron en la repoblación del valle de Mena. Un Lope Díaz de Mena, probablemente el mismo “Lupus de Mena” que vemos en 1181 como “merinus regis in Castella”, aparece confirmando diversos documentos relacionados con la Orden de San Juan entre 1174 y 1182. En “Las Bienandanzas e Fortunas” de Lope García de Salazar se da noticia de Andrequina como residente en el valle de Mena a principios del siglo XIII. Un lío, un problema.

 
Pero el problema principal en este asunto es que se han documentado varias mujeres de nombre Anderquina o Enderquina en la segunda mitad del siglo XII y principios del siglo XIII. Para María del Carmen Arribas Magro, sólo hay una a la que podamos considerar ricahembra y con la capacidad de ejercer por sí misma al ser rica y viuda. María del Carmen opta por Anderquina de Llodio. Ella fue la segunda mujer de Lope Díaz de Mena, que murió en 1195. Probablemente, Anderquina tuvo un primer matrimonio del que nacieron, al menos, dos hijos. Para afirmarlo se recurre a un documento del monasterio de Bujedo, fechado entre 1168 y 1204, donde vemos cómo Anderquina de Llodio vende a Bujedo la tercera parte de la villa de Evernales y presenta a Eneco y Diego, sus hijos. Un segundo documento de la misma fecha, presenta a Anderquina donando a Bujedo las casas de Garci Vélez y el mayor castañar de Llodio, en cuyo acto hace de testigo Martin Velaz. Dada su capacidad fecharíamos esos documentos después de 1195, en que se dice que muere Lope Díaz de Mena.
 
Ese mismo año, María Vele y Anderquina donaron el monasterio de San Pelayo de Ayega rodeadas de sus hombres de armas y colonos, casi todos vecinos de Mena. En febrero de 1209 Anderquina de Llodio donaba a Bujedo las heredades que tenía junto al río Pobes por la remisión de sus pecados y del hijo que había tenido de Lope Diaz de Mena. ¿Qué dice esto? Pues, que ese hijo habría fallecido antes de ese febrero cuando Anderquina hace la donación al monasterio de Bujedo. Aún existe otro documento de ese año en el que la donante se llama Anderquina que ofrece por su alma una tierra en Valsorda, si bien el personaje no incluye el título de Llodio.

 
Sucede con Anderquina lo mismo que había sucedido con su probable pariente Sancha de Frías, que a partir de morir el marido se ocupan y se nombran por sí mismas. Con esa misma independencia disponen de sus bienes en su propio nombre, porque recordemos que las dotaciones de mujeres se donan y venden, pero los documentos están siempre encabezados por el marido cuando este vive, lo que es engañoso en las ventas y donaciones medievales a efectos de conocer origen de las propiedades.
 
Otra hipótesis sobre la señora Endrequina, esa que donó la iglesia de San Lorenzo de Vallejo, es la de Juan Luis García Muñoz. Desarrollada mediante los estudios de, entre otros, Ignacio Álvarez Borge, Ramón Menéndez Pidal, Jaime de Salazar Acha o Margarita Torres Sevilla. Trabajos relacionados con el monasterio de San Cristóbal de Ibeas de Juarros y otras facetas de esos tiempos medievales. En esta opción, su Enderquina, vive entre los siglos XI y XII. Juan Luis parte de la inscripción de la tapa del sepulcro (“Donna Endrequina de Mena dio esta casa a Hierusalem”). En el texto no aparece el apellido de esta señora. Se indica que la donante se llamaba “Doña Endrequina” y que era de Mena, o de la casa de Mena. Entonces, ¿por qué la han apellidado Diaz? Pues, entiende este autor que, por falta de otros datos se la asocian con la Andrequiña de la cita de “Las Bienandanzas e Fortunas”.
 
Sabemos, por una refundación y donación de bienes en relación al Monasterio de San Cristóbal de Ibeas a principios del siglo XII (1107), que en esos años existía el matrimonio compuesto por Alvar Díaz y su mujer Teresa Ordoñez. Enderquina, donante de la iglesia, se la ha definido como una persona principal que descendería del conde de Castilla Diego Álvarez de Oca, gobernador de Oca, su abuelo paterno. Y por vía de su madre, (Teresa Ordóñez), Endrequina descendía de Ordoño Ordoñez, uno de los magnates y ricohombres de la alta nobleza de aquella época, y de Anderquina, su abuela, y a su vez también era sobrina del conde de Castilla García Ordoñez.

 
El matrimonio entre Alvar Díaz, señor de Oca y Grañón, y Teresa Ordoñez únicamente tuvieron una hija, a la que se le puso el mismo nombre de su abuela Enderquina Álvarez. Esta muchacha se casó con Diego Sánchez, probablemente del linaje de los Sánchez de Mena descendientes de la casa de Ayala, por lo cual todas sus hijas se apellidarían Díaz. Diego Sánchez pudo nacer hacia el año 1050 y morir en el año 1109. Su señora Enderquina antes del año 1124.
 
Nuestro Diego Sánchez puede ser el mismo Diego Sánchez de Mena que indica Julián de San Pelayo en su libro de la siguiente manera: “Es probable que D. Lope Sánchez de Mena procediese de D. Diego Sánchez, que confirmaba en los privilegios de Alfonso VI del año 1089”. ¿Es posible, a su vez, que fuese hermano del Lope Sánchez de Mena que dio privilegios y fuero en el año 1119 a Mena y a Valmaseda? El matrimonio entre Enderquina Álvarez y Diego Sánchez tuvo, al menos, cuatro hijas llamadas Toda, Mayor, Sancha, y Teresa Díaz. Toda Díaz casó con un importante magnate de la época llamado Gutierre Fernández de Castro que era pariente de Enderquina Álvarez.
 
Sancha Díaz se casó con Pedro González de Frías, quien era tenente de Frías. En 1146, Sancha Díaz donó, entre otros bienes, al Monasterio de Ibeas, el Monasterio de Santiago de Villanueva. Así mismo, en el año 1160, donó más cosas. Según indica Ignacio Álvarez Borge, esta familia siguió realizando más donaciones al monasterio de Ibeas, porque consta que diez años después, en el año 1170, los señores Lope Diaz de Mena y sus hermanos Martín y Sancho, le entregaron al mismo cenobio, dos sernas en el Valle de Mena, en términos precisamente situados entre pueblos de Villanueva y Vallejo, (lo que se conoce como El Pedrón), una la donaron en el mes de noviembre del año 1170 y la otra en el mes de junio del año 1175. Este flujo de donaciones de bienes en Mena por parte de Sancha Díaz hace suponer que el resto de hermanas dispusiesen de bienes en el Valle de Mena.
 
Juan Luis García Muñoz asume como hipótesis razonable que Enderquina Álvarez, fuera de Mena per se, o por casamiento con Diego Sánchez, siendo ella la doble donante que dio por un lado a la Orden de San Juan de Jerusalén la iglesia-monasterio de San Lorenzo de Vallejo y por otro lado, al cabildo del Valle de Mena el molino de Parapaja y más bienes raíces con este. Si a ello unimos que su hija Sancha Díaz (seguramente Díaz de Mena), dona por su parte el Monasterio de Santiago de Villanueva al Monasterio de San Cristóbal de Ibeas, vemos que todo ello en conjunto, mediante diferentes personas de una misma familia, constituye una triple donación que…le “suena bien”. No puede ser una casualidad que una hija de esta Enderquina done un monasterio situado en Villanueva de Mena y su madre done la otra iglesia de este pueblo, la de San Miguel, a la Orden de San Juan de Jerusalén.

 
Pero, ¿Es tan lioso encontrar el rastro de la “autentica” Endrequina? Para los “friquis”, sí. Además, la vemos nombrada de manera parecida, pero de diferentes formas: Andrea o Andrequiña en el caso de las “Bienandanzas e Fortunas”; Enriquena o Endrequina, Enrrequina, Entrequina, en la inscripción del sarcófago y en otros documentos.
 
En cualquier caso, sobre Endrequina o Enderquina no sabemos ni nadie sabe dónde residía exactamente, si residiría siempre en Mena, o en la corte itinerante y pasaría temporadas en el Valle de Mena, ni tampoco que edad alcanzó. En cuanto a lo relativo a su fallecimiento, Ángel Nuño calcula que pudo ser entre los años 1165 y 1170, mientras que José Bustamante estima que ya a finales del siglo XII, en el año 1188, en base al sarcófago de Vivanco. Estas fechas son dispares y, según Juan Luis, no se sustentan. Sobre todo, si en la hipótesis más extendida su tío Lope Sánchez de Mena estaba activo en el año 1199, y son muchos años en el ínterin para la época. En la hipótesis de José Luis, Endrequina ya habría fallecido antes de 1124.
 
Sobre la donación de Endrequina a la Orden de San Juan de Jerusalén, se produciría en el siglo XII. En una de las posibilidades la que venimos llamando hipótesis más extendida o tradicional, la donación sería antes de los años 1165-70 o 1188, que es el año de su fallecimiento según indican los autores locales citados en el párrafo anterior. Juan Luis García Muñoz opina que, si no a finales del siglo XI sería muy al principio del XII, antes del año 1124, con la certeza documental, en base a su trato cercano a los reyes de Castilla.
 
 
 
 
Bibliografía:
 
“Vallejo de Mena”. Texto: JMRM - Planos: PSJS - Fotos: JMRM/JLAO
“El Valle de Manzanedo. El Valle de Mena.” María del Carmen Arribas Magro.
“La encomienda de Vallejo: Orden de San Juan de Jerusalén”. José Luis García Muñoz Ortiz de Taranco.
 
 
 
Anejos:
 
Gutierre Fernández de Castro: Era un personaje de primera magnitud de la Castilla del siglo XII. Fue hijo de Fernando García de Hita o de Castro y de su primera mujer, Trigidia Fernández, nieto del conde García Ordoñez y biznieto de Ordoño Ordoñez. Aparece por primera vez en documentos fechados en el año 1105, durante los últimos años del reinado del rey Alfonso VI, “el Bravo”. Fue mayordomo real de la reina Urraca en el año 1111; mayordomo mayor de Alfonso VII de León, “el Emperador”, desde el año 1125 hasta 1137; el rey Alfonso VII le encomendó la tutela del infante Sancho III de Castilla en el año 1134 el mismo año de su nacimiento. Gobernó varias tenencias: en 1132 era tenente de Amaya y Castrojeriz, entre 1135 y 1138, ya como mayordomo mayor de Alfonso VIl; tenente de Soria entre el año 1142 y 1144 y entre el año 1145 y 1146; en 1145-1146 señor de Arnedo; tenente de Roa y Amaya en 1148; de nuevo en Soria entre el año 1148 y 1152; tenente de Calahorra entre los años 1140 o 1150 (según versiones), y 1152. También fue mayordomo mayor de Sancho III entre los años 1153 y 1155; participó en las principales campañas bélicas del momento, entre ellas nos consta su participación en la campaña de Oreja (1139), y en la toma de Almería. Gozó de la confianza personal del rey Alfonso VIl, dado que le nombró mayordomo real; fue embajador ante Saif Al-Dawla. Posteriormente fue ayo del infante Sancho, y protagonizó una importante comisión real, como fue acompañar a la infanta Urraca para su casamiento con el rey de Navarra. Parece que tuvo una larga vida para la época, nada menos que unos ochenta años, esto le permitió mantener la mayordomía de palacio durante dos reinados, los de Alfonso VIl y Sancho III. También fue ayo de dos infantes, Sancho III y su hijo Alfonso VIII (el de la batalla de las Navas de Tolosa), precisamente la tutoría del futuro rey Alfonso VIII provocó el enfrentamiento del poderoso linaje de los lastro con los Lara. Falleció según unos en esa contienda en el año 1166 y según otra aparición en los documentos.