Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 23 de febrero de 2025

La cueva de San Patricio (o de San Martín) de Bentretea.

  

Los eremitorios rupestres estuvieron presentes en todo el mundo mediterráneo durante la Antigüedad. Los lugares donde se han encontrado más de ellos fueron Capadocia, Egipto, Tierra Santa, Italia, las Galias y la Cordillera Cantábrica y el valle del Ebro (Valderredible, Valdivielso, Oña, Tobalina, Cuenca del Omecillo y Treviño suroriental, entre otros lugares).

Pueblo de Bentretea (Google)
 
Nuestro objetivo de hoy nos lleva hasta Bentretea, una pedanía perteneciente al municipio de Oña, para visitar la que llaman “Cueva de San Patricio”, aunque resulta un nombre muy irlandés para Burgos. Es una cavidad bajo la antigua iglesia de San Martín. Quizá por eso también aparecen publicaciones que refieren a esta cueva como de “San Martín”. La iglesia está en ruinas y la encontramos en un alto a las afueras del pueblo donde aflora roca de conglomerado. Para llegar debemos, desde la fuente del pueblo, seguir por la calle Encimera y casi al final de la misma, tomar un camino hormigonado a la derecha hasta que veamos aparecer, a la izquierda, una pequeña senda que pasa junto a una ermita. Siguiendo por ella, llegaremos hasta la cueva.

 
Una cueva que contrasta con la idea celda de ermitaño común en la comarca. Pero hay que tener en cuenta que la mayoría de este tipo de habitáculos han sufrido transformaciones a lo largo del tiempo que les habrían alejado de su empleo original dificultando el análisis de los elementos primitivos que los integraban. Otro problema con el que nos encontramos es la escasez de material arqueológico asociado y de excavaciones arqueológicas que pudieran datar la cueva y mostrar su evolución cronológica.

 
Nuestra solitaria cueva excavada en la base del promontorio de arenisca abre al Norte. Frente a nosotros tendremos una cámara alargada, de planta rectangular, cubierta con bóveda de cañón y entrada recta sin cubierta. En la pared del fondo, orientada al Sur-Suroeste, se observa un resalte a modo de repisa y sobre éste, aparece una pequeña ranura. Quizá fuese el resalte de un altar o la base de una tumba elevada ya que a los costados de la entrada se aprecian dos oquedades destinadas a cierre del habitáculo. La cueva carece de elementos decorativos que nos hiciesen pensar en que estamos dentro de una iglesia eremítica. Pero, por otro lado, los tres metros de ancho no casan bien con las dimensiones que conocemos en las celdas trogloditas presentes en Las Merindades y aledaños. Eso sí, la impresión que tenemos es que debemos estar en la celda de un eremita. Y, es que, solemos asumir que estas cuevas talladas proceden todas de las manos de eremitas, cenobitas o anacoretas que vivían aislados o en grupo. Por cierto, anacoreta es un término que originariamente, anachoresis, tuvo un fuerte trasfondo económico, ya que en el Egipto romano sirvió para denominar a aquellos que huían de unos impuestos que ya no podían satisfacer. ¡Hoy, la gente que puede, escapa a Andorra o Portugal!
 
El resto de sus dimensiones son seis metros de desarrollo y doscientos veinte centímetros de altura. Su estado de conservación es bueno porque la erosión ha afectado levemente a la estructura original de la cámara. Pero siempre hay que cuidar que no termine convertida en un basurero o lugar para “botellón”.
 
En 1929, José María Ibero asignó a esta cavidad, una cronología antigua relacionada con supuestos cultos celtas. Monreal Jimeno la identifica como eremitorio, aunque nada en su morfología avala esa función, salvo quizá el poyo en la cabecera. En cambio, la cercanía entre el habitáculo y la iglesia parroquial situada sobre él podría ser interpretada como prolongación de un hipotético carácter sacro. Podría tratarse de un hábitat eremítico, convertido en lugar de veneración -por lo del posible altar o nicho- a la muerte del personaje que lo ocupa.

 
No hay datos para fijar su cronología, salvo la aparente existencia previa de la cueva respecto de la iglesia parroquial ubicada sobre ella y que podría ser la causa de la presencia del templo sobre la misma. De ahí podría venir el llamarla “cueva de San Martín”, como la iglesia. O al revés. Monreal ha sugerido una datación “antigua” en función de la forma de trabajar las paredes de la cueva, de su gran tamaño, cubierta abovedada y posición en relación con la iglesia y el pueblo. Otros autores sopesan la idea de que esta forma de labrar la roca sería fruto de una segunda ocupación, que amplía y regulariza el espacio, y lo corona con la bóveda de cañón lo que explicaría una cueva eremítica tan grande.
 
 
 
 
Bibliografía:
“Eremitorios rupestres en la comarca de Las Merindades (Burgos)”. Judit Trueba Longo.
“Eremitorios rupestres y colonización altomedieval”. Eugenio Riaño Pérez.
“Los orígenes de Oña y el estudio del territorio”. Francisco Reyes Téllez y Julio Escalona.
“La realidad material de los monasterios y cenobios rupestres hispanos (siglos V-X)”. Artemio Manuel Martínez Tejera.
“Catálogo de cuevas de Burgos”. G.E. Edelweiss.
ZaLeZ.
 
 
 

domingo, 16 de febrero de 2025

El perdonador de Belgas.

  
¿Qué o quién es este “perdonador de belgas” del encabezamiento? Estamos hablando de un soldado nacido en Quintanilla Sopeña, en Montija (Las Merindades- Burgos) que despuntó en las guerras mejicanas. ¿Y los belgas, entonces? Luego saldrán. El nacimiento de este soldado fue el 10 de septiembre de 1826. Era hijo de Leonardo de Régules y María Rita Cano y se llamaba Nicolás. A los quince años (1837) fue enviado por sus padres a la Escuela de Caballería de Segovia. Allí aprenderá el uso de las armas y las estrategias para el manejo de la tropa en la batalla. Según algún hagiógrafo -E. M. de los Ríos-, combatió contra los carlistas logrando ascender hasta ser capitán de escuadrón y formó parte del Estado Mayor del General Espartero. Lo que nos hace creer que el muchacho fue un portento precoz porque Espartero fue líder en la primera guerra carlista (1833-1840) y eso significa que Nicolás participó en esa guerra siendo un niño. No me lo imagino con el grado de capitán.

 
Nicolás Régules se trasladará a la provincia de Cuba, tal vez por no ser partidario de los que detentaban el gobierno en España. Al fin y al cabo, según el señor de los Ríos, debió estar con Espartero en la carlistada. De La Habana pasó a los Estados Unidos y luego a México donde llegó en 1846. Con veinte años.
 
Al poco estalló la guerra con Estados Unidos (1846-1848) donde México perdió más de la mitad de su territorio. Fue la oportunidad que necesitaba Nicolás. Prestó servicio en el ejército mexicano tras que le confirmaran su grado de Capitán traído del ejército isabelino. Lo que es seguro es que tuvo este grado en el ejército mexicano. Participó en las batallas de la Angostura, Padierna, Molino del Rey y Chapultepec. Tras la derrota siguió sirviendo en el ejército de México, hasta que subió al poder el General Santa-Anna en su último mandato (1853-1855). Por ponernos en situación: Se erigió como dictador vitalicio con el tratamiento de Alteza Serenísima en 1853, pero fue derrocado dos años más tarde.

 
Cuando se produjo el levantamiento de Ayutla (1 de marzo de 1854) contra los modos dictatoriales del presidente Santa-Anna, Régules marchó a Michoacán para incorporarse a las fuerzas del General Epitacio Huerta después de lo cual fue ascendido a comandante de escuadrón. Su jefe decidió apoderarse de la plaza después de un ataque que duró una noche y parte de un día. Huerta se retiró. La población estaba defendida por el comandante santa-anista Ohoa y el encargo de cubrir la retirada de Huerta lo recibió Régules con 15 jinetes. Los soldados de Santa-Anna, de la guarnición de Uruápam, estaban fortificados en la casa de altos de Luis Coria y, viendo la retirada de sus enemigos, abrieron sus puertas y se relajaron. Viendo esto el burgalés se lanzó contra la puerta abierta, penetraron en la casa y subieron las escaleras a caballo combatiendo así dentro del inmueble. Envió aviso al General Huerta y éste retrocedió y tomó la plaza.
 
En 1858 cuando tenía 32 años de edad se casó con María de la Soledad Solórzano Ayala (1844-1884) en Ciudad de México. Fueron padres de:
 
  • Juana de Regules Solórzano (1859). Casada el 24 de septiembre de 1884, en Ciudad de México, con Melquiades Mazón de Régules.
  • José Fidel de Regules Solórzano (1862).
  • Teresa de Regules Solórzano (1863). Casada el 24 de septiembre de 1884, en Ciudad de México, con José Celada Romilla.
  • Concepción de Regules Solórzano (1866).
  • Nicolás de Regules Solórzano (1868).
  • María de la Soledad de Regules Solórzano (1870).
  • Leonardo de Regules Solórzano (1872). Casado con María González de la Cavala.
  • María de la Paz de Regules Solórzano (1874).
 
La Guerra de Reforma -guerra de los Tres Años- fue del año de 1858 al 10 de enero de 1861. México estaba dividido en dos grandes Partidos: Liberales y Conservadores que luchaban por sus ideales. Durante esa guerra, en la Batalla de Silao (10 de agosto de 1860) tuvo una intervención decisiva a las órdenes del General Jesús González Ortega, quien le otorgó el grado de General de Brigada por méritos de guerra y participó en la batalla de Calpulalpan.

 
El 25 de diciembre de 1860, el general González Ortega, junto con los generales Ignacio Zaragoza, Leandra Valle, Nicolás Regules y Francisco Alatorre, al mando de 20.000 hombres, toman Ciudad de México, para hacer posible el retorno de los legítimos poderes a la Ciudad. Benito Juárez, presidente Interino, anunció al pueblo mexicano el restablecimiento de su gobierno y el inicio del camino de la legalidad constitucional al país.
 
Nicolás era un hombre de ideas liberales que siguió sirviendo al Gobierno constitucional mexicano hasta el desembarco de las tropas francesas, españolas e inglesas para el cobro de deudas. El 7 de diciembre de 1861, arribó a Veracruz una escuadra española, a la que se unieron los barcos ingleses y franceses el 7 de enero de 1862. Al desembarcar tropas de España, país natal de Nicolás Régules Cano, pidió la baja del ejército mejicano. Juárez se lo concedió. Cuando Prim, en 1862, retiró de la aventura mexicana a las tropas españolas Régules se reincorporó.
 
Estando Régules en Puebla, en 1863, al mando de la tercera Brigada hicieron una salida el 14 de mayo para traer harina de un depósito que estaba junto a la línea enemiga y lo consiguieron. Se opuso osadamente a la rendición de Puebla ante los soldados imperiales y, posiblemente, escapó antes de caer prisionero ya que no aparece en las listas de jefes y oficiales que tomaron los franceses.

Maximiliano I de México.
 
Peleó en el Estado de Michoacán. Uno de sus mayores hechos de armas fue el 11 de abril de 1865 en Tacámbaro (Michoacán). Cuatro días antes, una legión belga al mando del mayor Tydgat tomaron el lugar y supieron que los familiares de Nicolás Régules no habían podido salir del pueblo.
 
Allí llegó Régules que decidió asaltar la población. Según el poeta Juan de Dios Peza, se presentó ante los asaltantes un hombre advirtiendo que, en una trinchera situada a la entrada de la ciudad y que se veía desde donde estaba el jefe republicano, habían colocado los belgas a la esposa e hijos del General Régules. Un clásico de “escudos humanos”. La situación guarda un sospechoso paralelismo con Guzmán “el Bueno” o el general Moscardó. Y, también, la respuesta de Régules: “¡Fuego! ¡Primero es la Patria!”.
 
Otra versión más truculenta dijo que, mientras se acercaban las tropas mejicanas, la esposa de Régules gritaba: “¡Nicolás, no vaciles! ¡    Tira!” Al final ni ella ni los hijos que tenían en esas fechas resultaron heridos. Los imperialistas se replegaron al convento desacralizado de San Francisco de Tacámbaro. Fue entonces que Régules mandó el grupo de parlamentarios que fue recibido a tiros por los belgas matado al coronel Morales. El combate generó un incendio en el monasterio. Cuando se desplomó el techo de la iglesia y los imperialistas se refugiaron en la sacristía, que ya comenzaba a arder también, el general Régules entró a caballo envuelto en un sarape para protegerse del fuego, e hizo que los belgas se rindieran.

El perdón de los belgas.
 
Todos esperaban que Régules se vengara, pero los entregó como prisioneros al general Vicente Riva Palacio, quien semanas después los canjeará por republicanos en poder de los franceses. Por esta acción, el presidente Benito Juárez ascendió a Nicolás Régules a general de División. Los belgas seguirán luchando al lado de los franceses hasta 1867, fecha final de la aventura de Napoleón III. Menos de la mitad de ellos regresarán a su país.
 
El 19 de junio de 1865 el general en jefe Arteaga fracasaba en la conquista de la plaza de Uruápam y pensaba en retirarse cuando Régules pidió realizar un último intento. “¿Y con qué me responde usted si no toma Uruápam?”. Preguntó Arteaga. “Con nada”- contestó Régules -“porque habré muerto”. Régules lanzó a las 10:00 h sus tropas en varias columnas. Una de ellas debía tomas la parroquia donde se fortificaban los “reaccionarios”. Iba al mando del teniente coronel Montenegro. Tenía las órdenes de avanzar y no disparar su cañón hasta estar muy cerca de la puerta y, una vez disparado, entrar rápidamente por el hueco. Así fue.

 
El 3 de octubre de 1865, el emperador Maximiliano expidió una ley por la que declaraba que todos los ligados a bandas o reuniones armadas, después de ser juzgados por Cortes Marciales, serían pasados por las armas si se les encontraba culpables y que la condena debía ser aplicada a las veinticuatro horas de ser dictada. Al poco, en Santa Ana Amatlán los mejicanos sufrieron una derrota en la que fueron fusilados, en aplicación del decreto anterior, varios mandos republicanos quedando la dirección del ejército del Centro en manos del General Nicolás de Régules. Guerreó por su cuenta hasta que se incorporó al ejército de Occidente que mandaba el General Ramón Corona. Después del asalto y toma de Zamora, concurrieron al sitio de Querétaro, llamándose ya División de Michoacán. Este año Nicolás Régules es ascendido a General de División.
 
Corre la anécdota de que, en el ataque a la plaza de Zamora, el 4 de si febrero de 1867, mientras recorría Régules y su estado mayor la línea para reconocer las fortificaciones enemigas se les disparó con un cañón. Un coronel que vio venir la bala se cubrió con su caballo. Viéndolo Régules le dijo que “coronel, si se le cayó el pañuelo aquí traigo otro”.
 
Después del triunfo de la República Benito Juárez, presidente de la misma (21 de enero de 1858-18 de julio de 1872), licenció la mayor parte de los soldados voluntarios, y mercenarios, que habían combatido por la independencia de México. Tras ello, reorganizó el ejército formando cinco divisiones: la del Norte, al mando del General Escobedo con su cuartel general en San Luis Potosí; lado Occidente, al mando del General Corona con su cuartel general en Guadalajara; la de Oriente, al mando del General Porfirio Díaz con su cuartel general en Tehuacán; la del Sur, al mando del General Juan Álvarez, y la del Centro con su cuartel general en México, al mando del General Nicolás de Régules.

 
En 1871 se presentaron como candidatos a la presidencia de la república Sebastián Lerdo de Tejada y el general Porfirio Díaz como opositores a Benito Juárez que fue reelegido. Lerdo se incorporó al gobierno como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Porfirio Díaz dio un golpe de estado. El 18 de julio de 1872 murió Benito Juárez y Lerdo asumió la presidencia en forma interina. En las elecciones extraordinarias de 1872, Lerdo derrota a Díaz y obtuvo la presidencia en el periodo de 1872 a 1876. Buscó su reelección contraviniendo la constitución. Durante las elecciones, Lerdo de Tejada fue apoyado por el Poder Legislativo el cual declaró válido el resultado a favor de Lerdo y, por lo tanto, ganador de los comicios presidenciales de 1876. Sin embargo, el Poder Judicial encabezado por José María Iglesias declaró que las elecciones habían sido fraudulentas.
 
El 15 de enero, Porfirio Díaz aprovechó la situación para levantarse en armas mediante el Plan de Tuxtepec (10/01/1876). La rebelión triunfó en la Batalla de Tecoac (16/11/1876). Lerdo se vio en la necesidad de renunciar y abandonó el país en enero de 1877. El liberal hijo de Las Merindades rescató a este presidente de las manos de los porfiristas y lo embarcó hacia los EEUU.

 
Nicolás Régules fue gobernador del estado de Michoacán (1866) y, también, vicepresidente de la Suprema Corte de Justicia Militar durante la Presidencia del General Manuel González (1880-1884). Se retiró del servicio activo en 1882.
 
El día 9 de enero de 1895 murió Régules a los sesenta y nueve años de edad en Ciudad de México. Cuando la Secretaría de Guerra supo su muerte dispuso que una compañía del decimosexto Batallón diera guardia de honor al cadáver. Se formó una División de honores que lo acompañaron hasta el panteón del Tepeyac en la villa de Guadalupe.

Quintanilla-Sopeña (Las Merindades)
 
En su entierro hubo representantes del Congreso Federal, de la Suprema Corte de Justicia Militar, del Gobierno de Michoacán y de todos los cuerpos que estaban de guarnición en México. En el panteón hicieron uso de la palabra José Portillo, coronel Arcadio R. Zepeda, Manuel Gutiérrez Zamora y Emeterio de la Gaiza. De ellos salieron palabras de este estilo:
 
“Que sepa España y con ella el mundo entero que si luchamos contra el español cuando quiso doblegar una cerviz tan altiva y sana que no sabe aún inclinarse, en cambio tenemos un recuerdo cariñoso en la figura de Prim; y que el pueblo mexicano los reconoce como a sus hijos, los proclama como a sus héroes y el pabellón nacional los cubre hasta en su tumba, cuando se llaman Régules”.
 
“Tu valor y tu patriotismo nos admiran, porque lo narraría orgullosa en páginas de oro la historia de Grecia, porque recuerda al espartano, cuando sereno, sin dudas ni vacilaciones, con el corazón nacido para el heroísmo, sacrificaba a la familia por la patria”.
 
“Tu honradez nos admira porque en la adversidad, en el choque de los intereses contrarios, en la infatigable lucha por la existencia; entre las debilidades del mando, las clases cobardes desfallecen; tú cruzaste como el plumaje del poeta, sin mancharte. Tu virtud nos admira, porque ofreciste tu vida en el altar de la Patria, sin interés, sin pretensión, -tu grandeza no te embriagó- y concluida la lucha volviste al hogar sin ambiciones. Tu historia nos admira, porque en España como en México, en todas partes, si encontrabas la causa justa, la causa santa, eras su partidario, su defensor; tu alma era de la humanidad, estaba enamorada de la idea”.


“La Nación ha perdido un hijo adoptivo quién amaba como si hubiera sido concebido en sus entrañas, y a la que él consagro su amor, su vida y su sangre como si fuere su propia patria. El General Régules tenía el valor de Bayardo, el Caballero sin miedo y sin tacha, y las heroicidades de Guzmán el Bueno”.
 
“Siempre estuvo del lado del derecho y del honor, su espada la esgrimió siempre en defensa de la justicia, y su vida fue consagrada a la verdad de los principios liberales que defendió sin vacilar hasta su muerte”.
 
En 1909 se nombró un municipio del estado de Michoacán como “Cojumatlán de Régules”, en honor del general y en la conmemoración de su nacimiento se entregan medallas. Hay también centros escolares con su nombre. El aniversario de su nacimiento se celebra todos los años el día 10 de septiembre en Tacámbaro, Michoacán, donde asiste la familia de Régules para honrarlo junto con las autoridades civiles y el pueblo entero.

 
En su pueblo natal hay una fuente construida en 1869 en la que se puede leer lo siguiente: “Construida a expensas de D. Nicolás y D, Feliciano de Regules. Naturales de este pueblo e hijos de D. Leonardo Regides y María Cano, Año 1869”.
 
 
 
 
Bibliografía:
 
“Liberales ilustres mexicanos de la reforma y la intervención”. Miguel Ángel Porrúa.
Periódico “La Razón de México”.
Geneanet.org
Web “Memoria política de México.
Periódico “5W Redactor”.
Periódico “Crónica de Las Merindades”.
Instituto Mexicano de la radio.
“Voluntarios extranjeros en los ejércitos liberales mexicanos, 1854-1867”. Lawrence Douglas Taylor Hanson.
 
 

domingo, 9 de febrero de 2025

Cartas italianas desde Las Merindades

  
El tiempo no nos hace olvidar. Las generaciones recuerdan todo lo que les ocurrió. Hasta su muerte. Una vez que fallezca el último de esa generación todo lo que no se registró se pierde. O se conserva distorsionado en la memoria de quienes escucharon a estas personas. Y la memoria nunca es Historia.
 
El recuerdo del paso de los legionarios italianos por Las Merindades sufre los efectos de la sentencia que les hemos indicado. Y eso que, a pesar de los esfuerzos institucionales, quedan restos de su paso en lugares recónditos de nuestra comarca. Evidentemente, sin contar el cementerio militar desmantelado de la pirámide de El escudo.

 
Las Merindades eran un frente tranquilo y los soldados italianos se distribuían por sus pueblos para descansar. La similitud idiomática -con sus problemas- y la procedencia rural de muchos de los voluntarios facilitó el contacto. Dicen que también ayudó la bien surtida cocina de campaña que tenían que se usaba cómo moneda de cambio para conseguir alojamiento y, quizá, otras cosas. Una niña de El Almiñé, en el valle de Valdivielso, recordaba que los italianos “Me cogían en brazos y nos daban macarrones, pan, café con leche que hacían ellos. Nosotros éramos veintiuno en casa, imagínate sin pan. Por eso nos dieron mucho de comer y se portaron muy bien, con mucho cariño y demás”.
 
Los oficiales se alojaban en casas particulares mientras la tropa lo era en pajares o tiendas de campaña en las eras cercanas. Era el consistorio local el encargado de repartir a los oficiales italianos por las distintas casas, percibiendo un dinero por ello (aunque no siempre se pagaba). Estas convivencias provocaban malentendidos lingüísticos por “falsos amigos” como “in questa casa, pulizia sempre” que, traducido es “en esta casa, limpieza siempre”. Otro recuerdo positivo de los italianos lo tenía José Antonio Gómez, de Teza de Losa, que cuenta que cuando llegaron los italianos dejaron a su familia el lado sur de la casa. Los italianos se encargaban de hacer la comida y la madre de José Antonio siempre dijo que fue el período que mejor se comió en aquel hogar. Claro que, según las declaraciones recogidas, la convivencia dependía de la voluntad de cada oficial. Así, en Lastras de las Eras relataban cómo una familia fue expulsada de su casa a punta de pistola y la tropa segó la hierba destinada al ganado para hacerse camas. Y no fue el único caso.

 
Otro motivo por el que se recuerda vivamente el paso de los italianos por nuestros pueblos era esa facilidad para el amor tan italiana. No eran pocas las jóvenes que tenían noviete del CTV. Evidentemente, para los mozos locales eso generaba envidias y suspicacias. Sin tener en cuenta que la mayoría de los legionarios eran padres de familia, con una media de tres hijos por cabeza, lo que explicaría por qué esos hombres se volcaban en alegrar a los niños.
 
Los oficiales debían vestir el uniforme en las áreas de descanso y en los pueblos, que constaba de la camisa y la corbata específicas, diferente del de primera línea de frente. Llevaban las viseras italianas llamadas “bustinas”, que tenían unas orejeras móviles y una visera frontal abatible, que es como la llevaron siempre. Por eso el recuerdo de que eran gente elegante.

 
Uno de estos oficiales italianos que llegó a Las Merindades, miembro del partido fascista, era Darío Grixoni. Un teniente de artillería en SPE (Servicio Permanente Efectivo), licenciado en Ciencias Políticas en el “Cesare Alfieri” de Florencia, de veintiséis años y 1`60 metros de altura. Hijo único de un matrimonio de clase media acomodada que le había pagado sus viajes por Europa antes de presentarse a liberar España. Su padre, Giuseppe Grixoni, fue un general de origen nobiliario. El 6 de mayo de 1941 la Consulta Heráldica de la Presidencia del Consejo de Ministros envió a Giuseppe el decreto con la firma de Mussolini por el cual se le reconocían “los títulos de Noble con las cualificaciones de Don y Doña transmisibles a los descendientes legítimos y naturales de ambos sexos por continuada línea directa masculina y de Caballero, trasmisible a los descendientes legítimos y naturales varones de varones”.
 
El teniente, en sus primeras cartas, pedía a su padre que le enviara el carnet de estudiante y los apuntes, mientras que a su madre le encargaba una lista de cosas que iba a necesitar: una corbata, gafas de la marca Viganó, medicinas, en especial aspirinas y purgantes, una caja con todo lo necesario para limpiar unos zapatos amarillos y las botas de montaña, y otra caja de costura para tejido caqui… ¡que su asistente se daba buena maña con la aguja!. Tenemos un retrato del oficial italiano de la época: elitista, burgués, refinado en sus gustos y duro con esos campesinos analfabetos que eran sus soldados.

 
La unidad de Darío Grixoni formaba parte de la División Littorio, al mando del general Annibale Bergonzoli. Contaba con dos regimientos de infantería y sus respectivas baterías de acompañamiento estaban equipadas con cañones de calibre 65/17. Había, además, un regimiento de artillería con dos baterías de 100/17 y un grupo de tanques y autoblindados, aparte de zapadores y otras unidades auxiliares. En conjunto unos 7.600 hombres. Esta División fue creada en la ciudad de Littoria por militares profesionales del “Regio Esercito”, pero voluntarios. La enseña de la División fueron los fasces romanos de veintiún varas y el lema: Credere, obedire, combattere. Littoria fue una ciudad encarga por Benito Mussolini, a unos 70 kilómetros del sur de Roma, sobre unas marismas que visitó en 1932. En 1946 la renombraron como Latina.
 
En 21 de marzo de 1937 Darío Grixoni entró por primera vez en combate: “He probado qué es la guerra y me he quitado ya las ganas. ¡Porras!”. En otra carta advertía a su padre, sobre la batalla -derrota- de Guadalajara, de que no creyera demasiado en el “optimismo de nuestros corresponsales: a propósito de la cuña de carretera de Francia, la cosa no ha sido propiamente voluntaria. Ahí tienes una piedra de parangón para juzgar otras informaciones”.

 
En Valladolid encontró, con un colega, “una magnífica habitación con dos camas, estilo novecento en azul, con toilette de mujer”, y, en otra casa privada, los diecinueve oficiales del grupo organizaron el comedor, donde se comía “bien por poco, 5 pts. al día”. Considerando que cobraban 14 pesetas diarias para comer, al no tener que alojarse en hoteles, podría ahorrar más para enviar a Italia. La pena para el joven Darío es que, herido en combate en un pie, estuvo postrado en la cama. Pero, como contábamos arriba, la suerte del oficial hizo que “la dulce compañía de Conchita, que me hacía de enfermera, me ha ayudado a aliviar el dolor. Al principio reacia porque decía que en España no se acostumbra, después convencida cuando le he respondido “pero yo soy italiano”, me ponía el brazo tras el cuello refrescándome con su piel el cuello ardiente, y me cantaba nostálgicas canciones españolas, mientras una amiga complaciente mirando desde la ventana vigilaba la situación y me dejaba hacer todo lo que quería. Esta vez sí que eran realmente escenas de primer plano de largometraje americano. Y mientras tanto sudaba, a causa de Conchita y la fiebre”. ¡Un latín lover! En otra carta escribía: “Total ya he olvidado a la pobre Conchita, aunque le escribo ardientes cartas de amor para hacer ejercicio ¡¡¡Debe creer que tras la guerra regresaré a casarme con ella!!!”.
 
Darío Grixoni envió otras dos cartas desde Osma, el 19 y 24 de mayo de 1937, aparte de un telegrama desde Vitoria. Esos días había participado con su batería, porque Mola había pedido refuerzo de fuego de artillería, en apoyo de los requetés en su avance desde Murguia sobre San Pedro y en la acción de varias unidades de asalto (arditi) sobre Orduña. En una misión de reconocimiento se adentró hasta Bermeo y visitó Guernica. Dijo que estaba destruida sin hablar del bombardeo.

 
Finalmente, el 13 de junio llegó a Medina de Pomar haciendo una parada en Burgos. El día 15 el general Bergonzoli se dirigió a todo el regimiento, formado con ocasión de la fiesta de la artillería, anunciándoles que “la batalla está cerca y esta misma tarde tomaréis posiciones con vuestras baterías, preparados para cumplir, como siempre, el más sagrado deber”. El 17 se desplazó con su batería hasta Castrobarto en apoyo de las unidades de requetés. Las cartas enviadas por Darío reflejaban el uso que Franco hizo de las tropas italianas, en un continuo tira y afloja con el Estado Mayor del CTV y el propio Mussolini. Pero no es el tema hoy.

 
Darío Grixoni, criado en la cultura fascista, ensalzaba la muerte en combate. En una carta enviada el 23 de junio desde Castrobarto escribía: “Ayer quisimos romper la monotonía y fuimos a disparar unos centenares de obuses contra la peña que domina Villasana. Naturalmente despertamos así a las baterías rojas, que nos contrabatieron y provocaron un muerto y un herido en nuestras filas. Hoy han sido los funerales. Miles de veces en el cine viendo los episodios patrióticos me he conmovido, ¡pero la realidad es superior a la ficción! Bajo el sonido lento del Piave, el coronel ha hecho el llamamiento fascista del caído, cuyo nombre resaltaba ya con la fecha sobre el escudo de un cañón. El ataúd estaba cubierto con la bandera tricolor coronada por un ramo de flores y el casco, puesto encima de un puentecillo sobre dos 68/17, que desde donde yo lo veía se destacaba contra un cielo borrascoso y oscuro. Los rostros de los hombres inmóviles en el "presenten armas" expresaban, todos, el mismo sentimiento, y sus ojos, fijos en el vacío, galvanizados por esas negras notas, miraban hacia la misma meta: ¡la victoria! Ha prometido el Duce darnos esa posibilidad y nosotros esperamos confiados, seguros de conseguirla”. Supongo que mientras el muerto fuese otro…
 
Por cierto, la Canción del Piave fue una famosa canción patriótica italiana que narraba un episodio de los combates en el frente austro-italiano del río Piave durante la Primera Guerra Mundial, convertida en himno nacional de Italia entre 1943 y 1946.
 
Las tres divisiones del CTV estacionadas en la zona de Soncillo trabajaban preparando las carreteras, trasladando los almacenes a posiciones más avanzadas, emplazando observatorios o estableciendo conexiones telefónicas. Y construyendo un aeródromo. Escribió Darío que “hace poco, mientras escribía, han pasado una treintena de bombarderos y cinco minutos después se han oído profundas explosiones que nos han hecho entender que de las posiciones defensivas delante de Soncillo no queda ni el recuerdo. Son evidentemente los mismos pilotos que ayer, con quince coches, he visto ir al observatorio CTV a observar la zona de los objetivos: eran italianos y alemanes”.

 
El 1 de julio estaba en Brizuela escribiendo cartas. Para los soldados, las cartas, enviadas y recibidas, era el único puente con su mundo familiar y sentimental. Por eso se enfadaban cuando no recibían correspondencia o por los retrasos en la entrega de la misma. El correo aéreo solo llegaba los domingos, miércoles y viernes. El 4 de julio estaba Darío en Argomedo.
 
Una de esas mañanas se había reunido toda la División Littorio en una llanura cerca de Villarcayo para la entrega de medallas al valor a manos del general Bastico. “Como ya os he dicho, en mi regimiento nada (quién sabe quién ha parado esas propuestas), mientras que la infantería y especialmente el regimiento de asalto divisional han logrado bastantes (una de plata y una docena de bronce)”. Darío, el artillero, achacaba ese reparto al amiguismo sin pararse a pensar en otras razones.
 
El día 8 estaba en el observatorio emplazado ante Soncillo, donde ya estaba todo preparado para romper las líneas republicanas. Pero no llegaba la acción lo que desesperaba a nuestro muchacho: “Así que en este momento estoy tranquilamente en el observatorio, descansando de la habitual niebla y del acostumbrado frío húmedo ¡Qué lata!”. Circulaba el rumor de que la suspensión “se ha debido al hecho de que la aviación ha tenido que volar desde nuestro frente al de Madrid para ayudar a contener el ataque de los rojos en estos últimos días”. Desde el 6 de julio el Ejército de la República estaba lanzando una ofensiva en la zona oeste de Madrid, en torno a Brúñete, para aliviar la presión de los ejércitos de Franco sobre el frente norte.

 
Anteayer, sin embargo, los rojos no nos pillaron por los pelos. Estábamos haciendo un tiro de ajuste sobre los objetivos aquí frente a nosotros, cuando los rojos nos atacaron con un infernal fuego de contrabatería sobre nuestras propias baterías, que están dispuestas casi sobre un único alineamiento aquí, debajo del observatorio. Por fortuna que tienen pocas piezas, disparos aquí y allí, y que el terreno está muy blando y las granadas no han hecho ningún efecto, porque el tiro estaba bien centrado. Una granada ha explotado a los pies de un subteniente que estaba de pie detrás de su sección, a no más de 50 cm -os lo aseguro, con la máxima exactitud y ninguna exageración- y, bien ¡sólo se ha ensuciado el uniforme de tierra!”.
 
Por lo que cuenta Darío, las bucólicas fotografías de Guglielmo Sandri no eran toda la realidad: tuvo que interrumpir la escritura de una carta “porque han caído en picado como halcones, aquí encima, nada menos que 12 cazas rojos. Si esperamos todavía más dentro de poco tendrán una armada ¡y pensar que apenas llegados nosotros aquí, en Santander no tenían ni siquiera uno! Podemos agradecérselo a Francia e Inglaterra”.

 
La monotonía y el tiempo disponible permitía a los voluntarios italianos escribir a menudo. Nuestro ejemplo, Darío, decía los días 29 y 30 de julio, desde Brizuela, que “vegeto en el aburrimiento más absoluto y desolador”, tanto que “la cosa está asumiendo aspectos preocupantes y creo que más de uno de nosotros acabará en el manicomio si esto sigue así”. Al menos, este teniente, después de cobrar las 210 pesetas del comedor, recibió un permiso para ir a Vitoria y Bilbao. Para ello durmió bien la noche anterior, se afeito y duchó “mediante abluciones con una esponja de pie sobre un barreño de 50 cm de diámetro”, se vistió de paseo y montó en un FIAT 618 -un camión ligero- y, pasando por Medina de Pomar, llegó a Miranda de Ebro. Allí, con un taxi, marchó hacia Osma, Berberana, Orduña, Amurrio, Llodio y Bilbao, llegando a las cuatro de la tarde. En la retaguardia de Berberana (Burgos), según contó tiempo después el asistente de Darío, intervino el teniente calmando una riña entre dos concejales “que ya habían llegado a las manos, en presencia de soldado de tropa y, lo que es peor, de algunos legionarios alemanes”. Ciertamente, en plena guerra resultaría una situación tragicómica.
 
La ofensiva en el frente de Santander seguía parada a finales de julio, pero sabemos que se romperá en agosto. Los cañoneos de los últimos días de julio habían provocado el abandono de todos los pueblos situados en el radio de tiro de las baterías. Cuando el 5 de agosto se produjo el ataque sobre Villasante, tras la incorporación del grupo de cañones 100/17, Darío escribía que había “falta el efecto sorpresa, pero el enemigo está ya fuertemente desmoralizado por el martilleo continuo sobre sus posiciones desde hace más de un mes”. La superioridad del ejército sublevado gracias al apoyo militar alemán e italiano era manifiesta, y la artillería republicana era exigua. Darío Grixoni comenzó agosto en la cresta montañosa que dominaba Villasante, contemplando una sucesión de bombardeos aéreos sobre esa localidad burgalesa, “un magnífico espectáculo... algo simplemente cinematográfico”. Podemos decir que era una ventaja de un oficial de artillería de 1937 que veía la guerra desde la distancia, en un lugar casi seguro.

 
Darío escribía el día 12 de agosto que “dentro de dos horas salimos para ir a la línea de frente en Argomedo, desde donde pasado mañana deberemos comenzar la ofensiva para la toma de Santander”. Avisaba de que le sería difícil escribir en varios días, aunque intentaría enviar un telegrama en cuanto le fuera posible. El día 14 de agosto empezó la batalla de El Escudo con una ofensiva desde la línea entre Soncillo y Argomedo (Burgos), donde se habían juntado nada menos que 32 baterías divisionales, incluido el grupo 65/17 de la Littorio. En los días siguientes los combates fueron especialmente intensos entorno a Cilleruelo de Bezana, Torres de Abajo y de Arriba y, más tarde, Ontaneda.
 
El día 17 mandó una carta con el remite “Hacia Santander”, desde Castrillo de Bezana, “aprovechando un momento de descanso bajo la sombra de una encina”, con una breve cronología de su “épico y glorioso avance sobre Arija, que desde este punto veo extenderse en la llanura quemada por el sol”. Relataba el inicio de la ofensiva desde Argomedo del día 14: “Por la mañana un fuego infernal: artillería y aviación en oleadas sucesivas han cubierto de humo todo el frente delante de nosotros; después de la comida el tiovivo ha continuado, mientras la infantería -XXIII Marzo a la izquierda y Fiamme Nere a la derecha, Littorio (infantería) extendida hacia Villarcayo- avanzan con decisión conquistando todos los objetivos asignados. Acción simultánea de los tanques que precedían a las diversas columnas de infantería. (...) Hoy parada aquí porque es necesario rastrear la zona conquistada anteayer y ayer, para evitar que avanzando los que dejamos atrás puedan causar problemas ¡Nada de tonterías tipo Guadalajara! Miles de prisioneros, todos bien felices de pasar a nuestras manos. Avanzaba y nos besaban y nos abrazaban sin tener cuidado de levantar las manos y considerándonos como hermanos: se ve que la verdad ya se había difundido. Conclusión: creo que nos hemos comportado bien y que Guadalajara puede ser olvidada también por los demás... Creo que para Santander ha sonado ya la hora de la caída. No puedo ni imaginar que piensen en una resistencia en serio, ahora que han visto cómo estamos organizados y los medios de que disponemos. Dominio absoluto del aire y absoluta preponderancia de fuego. Los periódicos, naturalmente, para exaltar hablarán de héroes, etc., etc. No os lo creáis, hemos dado un paseo, y lo puedo decir yo que he ido por delante durante un buen rato con el batallón de asalto de la Littorio. Pérdidas prácticamente ninguna. Además, no tienen armas; ¿y con qué nos tendrían que fastidiar? Al máximo con las pocas ametralladoras de que disponen”.

 
Pasarían doce días antes de que sus padres recibieran una nueva carta desde Santander, fechada el 29 de agosto de 1937. La última carta que recibieron estaba fechada el 22 de julio de 1938. Esto convertiría el título nobiliario hereditario que había concedido Mussolini al padre de Darío en un reconocimiento inútil tras la muerte de su único hijo en la guerra de España. Fin.
 
 
 
 
Bibliografía:
 
“Morir lejos de casa. Las cartas de los soldados italianos en la Guerra Civil española”. Javier Muñoz Soro.
“Guglielmo Sandri en Las Merindades. La Guerra Civil tras la cámara del teniente italiano”. Miguel Ángel Moreno Gallo (Coordinador).
“El paso del C.T.V. por Las Merindades”. José Luis García Ruiz.
Archivo de la provincia autónoma de Bolzano Alto Adige (Sudtirol).
 
 
 

domingo, 2 de febrero de 2025

Manzanedo, pueblo y capital de su valle.

 
 
Si venimos desde Villarcayo encontraremos este pueblo tras una curva con los restos muy mermados de una posada. Está un poco alejado del río Ebro lo que nos obligará a tomar un desvío.

 
En la actual población de Manzanedo, o en sus cercanías, hay constancia de poblamiento humano desde el Neolítico-Calcolítico en Las Mesas, y en la Edad del Hierro en las Mesillas. La primera vez que aparece este pueblo en los documentos escritos es el 4 de febrero de 1238, cuando se redactó un documento notarial en el lugar de Manzanedo, por el que Día Gonzálvez de Montecillo, marido de Milia, vendía al monasterio de San Andrés de Robredo lo que le pertenecía en la presa de Bailera.

 
Uno de los grandes propietarios del Valle de Manzanedo era Rodrigo Rodríguez Malrric que vendió al monasterio de Rioseco propiedades en Manzanedo durante el siglo XIII. Eran diez solares que estaban arrendados con los nombres de “los clérigos”, Vermudo, Domingo de Cocina, Juan Pérez, Pedro Celeruelo, Cantón, el de Miguel -que estaba yermo-, Martín Palaciano, María y Mary Manrique. Además, les vendió media presa en los molinos, el parral de Palacio y una haza de viña, la heredad de San Martín de Ciella y la quinta parte de las torres. ¡Un buen lote! La mayor parte del precio del arrendamiento se entregaba en especie, pero también había una pequeña parte que se hacía en moneda. Así tenemos que cuatro pagaban dos almudes de pan mediado, un maravedí, un pozal de vino y un tocino, otros cinco pagaban exactamente la mitad y, por último, uno estaba exento de infurción. Este documento indicó la existencia de elementos fortificados en Manzanedo que enseñoreaban la propiedad del linaje Manzanedo. El documento nos indica, también, cuáles eran los medios de vida en Manzanedo en la Edad Media: se sembraba trigo y cebada, se cultivaban vides y parras y criaban cerdos. Y había molino.

 
En el censo de Pedro I conocido como Becerro de Behetrías (1351), Manzanedo era un lugar de señorío de Nuño, de Pedro Fernández de Velasco, del monasterio de San Martín de Elines y del monasterio de Rioseco, que tenía un solar. Parece que estos solares estaban yermos y despoblados. Sin embargo, echamos en falta los diez solares vendidos por Rodrigo Rodríguez Manrique. Pagaban al rey moneda y servicios. Casa solar pagaban al señor dos almudes de pan mediado, ocho maravedís y una gallina, al de Velasco le pagaban en sus solares dos almudes de pan, seis maravedís y una gallina.

 
En 1519, Manzanedo y Manzanedillo hicieron un acuerdo por el que sólo los vecinos arraigados en ellos pudiesen gozar y vender los solares furcionegos que tenían de la casa de Velasco. En 1591 Manzanedo tenía 20 vecinos, diecinueve pecheros y un clérigo. El término de Manzanedo contaba también con las ermitas de San Esteban, Santa Olalla, Santillán y San Ginés que identifican barrios, los despoblados de Villanueva y Villasalce, y la referencia a San Martín de Ciella como eremitorio y monasterio.

 
Debemos avanzar ciento cincuenta años para conocer la fotografía que realizará el delegado del catastro mandado por el marqués de la Ensenada, José de Huidobro. Aparecerán cómo secundarios el cura beneficiado de Manzanedo Tomás de la Serna y los vecinos Tomás Fernández, Simón García, Juan de Sedano y Francisco Sánchez. Confirmaron que el pueblo era de realengo. (Y, sí, en este tipo de entradas creo fundamental dar muchos nombres)

 
Dijeron que las tierras que tenía eran de secano y producían trigo, maíz, habas, lino, avena y centeno; que los frutales estaban en los linderos y caminos y eran nogales, perales, ciruelos, olivos y fresnos; y que había cuatro molinos harineros. Uno de estos, de tres piedras, estaba en el río Ebro y molía todo el año. Era del concejo y estaba arrendado a Felipe Fernández en 43 fanegas de trigo y centeno. Los demás estaban sobre el arroyo Valdequintana y los gestionaban José Fernández, Francisco Sánchez y María de la Peña, aunque esta lo arrienda Felipe Fernández.
 
Había 18 colmenas propiedad de Tomás de la Serna (1), Tomás Fernández (1), Felipe Pérez (2), Simón García (3), Domingo Sainz (1), Francisco Rojo (1), Blas Rojo (3), José Fernández (3) y otro Tomás de la Serna (3).

 
Los veintinueve vecinos -y una viuda- de Manzanedo tenían bueyes de labranza, ovejas, carneros, burros, cabras y cerdos. En el lugar había treinta casas habitables y una taberna en común con Manzanedillo. Al parecer había un cirujano para las necesidades del pueblo y el valle. De lo que tenían de sobra era de canteros al decirnos que había una docena de ellos: Manuel Rojo, Gregorio Martínez, Mateo Bueno, José Pérez, Juan González, Juan de la Serna, Antonio Bueno, Francisco y Blas Rojo, José y Juan Fernández y Domingo Fernández. Con todo, el pueblo tenía dos pobres de solemnidad que eran Domingo y Martín González.

 
Durante la Década Ominosa (1823-1833) Manzanedo tenía 68 vecinos que se transformaba en 276 habitantes más un párroco. El “Miñano” nos recordaba que pasaba por el centro del pueblo un arroyo y que sobre el mismo había molinos harineros que molían dos meses al año. Dejaba constancia de que su vega producía trigo, maíz y algunas hortalizas. Hace doscientos años la mitad de los vecinos eran labradores y el resto eran o canteros o carpinteros o tejedores. O, quizá, un eran un poco de todos estos oficios.
 
Manzanedo contaba en 1848 con 101 habitantes, según hace constar Pascual Madoz en su Diccionario geográfico. También nos dijo que era un lugar de clima frío y las enfermedades más comunes eran las catarrales y pulmonías. En ese año había cuarenta y tres casas, una escuela de primera educación con dieciocho niños pagada por sus padres. Tenían una fuente de buenas aguas dentro del pueblo y una iglesia parroquial que colocaban bajo la advocación de San Esteban (¿?), servida por un cura párroco y un sacristán. El cementerio estaba fuera del pueblo con la ermita de San Ginés en su interior. Subrayaba que el terreno es de mediana calidad y de poco fondo, bañado por el Ebro. Había varios prados naturales que criaban buena yerba y algunos montes poblados de encinas y carrascas. Producían trigo, cebada, patatas, legumbres y maíz.

 
En 1860, la iglesia de Santa María de Manzanedo estaba dirigida por Miguel Martínez, Cura Beneficiado, de 53 años que cuidaba del alma de los 176 residentes en el lugar. Sabemos que Miguel seguía en 1972.
 
El ayuntamiento del Valle de Manzanedo, como creo que ya hemos indicado y si no lo decimos ahora, estaba en el pueblo de Manzanedo. Hacia 1881 vivían allí 200 personas repartidas entre 91 edificios. ¿Muchos? Sí, porque 42 estaban abandonados. Había una escuela incompleta para ambos sexos costeada por el ayuntamiento del Valle. El anuario Riera publicaba que todos los residentes en el pueblo eran agricultores. ¡Qué cosas! Porque otros anuarios del mismo año -y antes: 1879- nos dicen que hay un molinero (Clemente Martín González) y un veterinario (Manuel Pereda Pereda) que, seguramente trabajaba en todo el valle. Ambos seguían trabajando en 1894 cuando obtenemos más información sobre las “fuerzas vivas” de Manzanedo: el juez municipal era Manuel González González y el fiscal Román Corrales. Perfecto, pero, en otras fuentes, el fiscal ese año es Tomás de la Hera Peña. ¡Todo un lío! Creo que para lo que vale toda esta relación de personas es para que alguno de los lectores reconozca algún antepasado. Que no es nada malo. Más de 1894: José González García (Carpintero), Félix de la Mata Peña (Practicante) y Sebastián Sainz Sainz (Vinatero).

 
En 1903 el alcalde era Pedro Sainz Herrera; el secretario era Emilio de Peña Robredo; el secretario judicial Miguel Fernández (o Hernández según el Anuario Riera); el nuevo fiscal se llamaba Aquilino Pérez; el párroco era Emilio de la Iglesia Fernández; el maestro, Clemente de la Hera y Peña; el médico Francisco Pereda Cañedo; el practicante fue Félix Mata Peña; y citamos también a José Antonio Cuesta que tenía una zapatería en Manzanedo. Lo que sí cambió ese año fueron los molineros apareciendo Ciriaco López y Cipriana Rojo. Siguieron en 1904 según unas fuentes. En el Anuario Riera de 1904 nos dan otro nombre para el juez municipal Toribio Martínez González y el fiscal era Serapio Hernández. En este registro el cura es Braulio N. Adjunto verán más nombres de vecinos de Manzanedo y sus oficios.
 
 
En 1905, además de los nombres anteriores, aparece quién fue el ecónomo del lugar: Braulio Cayo. Pero, según el Anuario Riera, tenemos:
 
  • Alcalde: Jacinto Rojo Rojo.
  • Secretario: Emilio de la Peña. Pero en 1908 figuraba Sebastián Bueno.
  • Juez Municipal: Toribio Martínez González. Y en 1908 José Muñoz Ruiz.
  • Fiscal: Serapio Hernández. O Eugenio Rosales en 1908.
  • Secretario: Miguel Fernández González.
  • Párroco: Braulio Gallo González. ¿Quizá el citado ecónomo?
  • Correos: Benito Rojo.
  • Tenderos: Emilio Peña y Sebastián Sainz. En 1908 se une Ana Sainz.
  • Canteros: Ramón González, Benito Rojo, Jacinto Rojo, Miguel Rojo, Cándido Vallejo y Domingo Vallejo.
  • Carpinteros: José González, Juan González, Bonifacio Marlarca y Jacinto Rojo.
  • Comestibles: Matías González y Emilio Peña. Y, en 1908, Ana Sainz.
  • Maestros: Bernardo Pelar (Niñas) y Clemente de la Hera (Niños).
  • Estanco: Sebastián Sainz.
  • Molinero: Ciriaco López. En 1908, para el anuario Riera, sólo consta Nicolás López.
  • Posada: Hipólito García. En 1908 se añade Sebastián Sainz.
  • Practicante: Félix de la Mata.
  • Zapatero: Juan Antonio Cuesta.
  • Propietarios principales: Mariano Fernández, Miguel Fernández, Manuel González, Emilio Peña, Sebastián Sainz.
 
En 1906 vivían en Manzanedo 218 personas. El nuevo juez municipal era Manuel Ruiz. Para una de nuestras fuentes el statu quo se mantiene hasta, al menos, 1911. Cómo vemos no lo tenían claro ellos. Ni nosotros.

 
Manzanedo, cabeza del valle, y presentaba en 1900 un censo de 149 personas. Habitaban 156 personas en 1950. Se repartían entre 33 viviendas y disponían de otras 54 edificaciones diversas. Desde ahí la merma: 20 habitantes en el año 2000.
 
Cuando entren en Manzanedo para recorrer sus calles encontrarán algunas casas con balcón corrido o solana que algunos denominan “casa montañesa”. Este tipo de balcón suele estar hecho en madera, situado en la última planta y protegido por el saliente del muro o muros laterales que vuelan a la par que él, a modo de resaltos pétreos del paño de la fábrica de la fachada. Mirando esas casas con solana sabremos cual es la mejor orientación en Manzanedo. De hecho, el resto de las fachadas de las casas tendrán ventanas pequeñas. Este tipo de edificaciones tiene su mayor difusión en Las Merindades durante el siglo XIX. El valle de Manzanedo es un buen lugar para estudiarlas. Incluso con las variaciones castellanas sin protección lateral de la solana o como un balcón retranqueado.

 
Pero lo que más destaca, siempre, en un pueblo de Las Merindades es su iglesia. Debemos asumir que, aunque es un templo inicialmente románico, las ampliaciones y reformas posteriores han deformado su planta románica de nave única y ábside semicircular. La portada es románica, apuntada, con dos arquivoltas lisas, bajo pórtico abierto. Y la torre es en espadaña, románica, rematada en cruz, con tres huecos, dos campanas y un campanillo. Por sus características arquitectónicas la fábrica sería de mediados del siglo XII. En el siglo XIV se añadió otra nave al norte algo más estrecha que la anterior, y su cubierta fue reformada por otra de crucería. La cabecera se mantiene tal como era en un principio, con cubierta de bóveda de medio cañón en el tramo presbiterial y de horno en el ábside. La iglesia está consagrada a Santa María.


 
 
 
Bibliografía:
 
“Amo a mi pueblo”. Emiliano Nebreda Perdiguero.
“Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1846-1850)”. Pascual Madoz.
“Diccionario geográfico estadístico de España y Portugal”. Sebastián Miñano.
“Diccionario geográfico, estadístico, histórico, biográfico, postal, municipal, militar, marítimo y eclesiástico de España y sus posesiones de ultramar”. Pablo Riera Sans.
“Estadística del Arzobispado de Burgos”.
“Nomenclátor de las ciudades, villas, lugares, aldeas y demás entidades de población de España formado por el Instituto Nacional de Estadística con referencia al 31 de diciembre de 1950”.
“Arquitectura popular de Burgos”. José Luis García Grinda.
“Las Merindades de Castilla y su Junta General”. Rafael Sánchez Domingo.
“Anuario del Comercio, la industria y la
“Anuario Riera”. Pablo Riera Sans.
“Indicador general de la industria y el comercio de Burgos”. M. Velasco.
Becerro de Behetrías.
“El Valle de Manzanedo. El Valle de Mena”. María del Carmen Arribas Magro.
Catastro del Marqués de la Ensenada.