Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 7 de diciembre de 2025

Isidro escribe sobre Frías.

 
 
Ya que estamos en estos días libres de las fiestas de la Constitución y de la Inmaculada Concepción que, enlazados con algún otro, nos permite hacer turismo más o menos cercano. Para aquellos que no podamos desplazarnos recurriremos a los libros. A aquellos vetustos libros de viajes. En nuestro caso seguiremos, nuevamente, a Isidro Gil Gavilondo y su obra “Memorias Históricas de Burgos y su provincia” para que nos cuente cosas de Las Merindades.
 
Isidro Gil, aunque nació en Azcoitia (Guipúzcoa) en 1843, fue llevado a Burgos siendo niño y allí pasó su vida adulta hasta su muerte en 1917. Le recordamos como pintor, dibujante, ilustrador, historiador, abogado, escritor y fue uno de los principales exponentes de la pintura burgalesa del siglo XIX.

 
Y, en ese libro, habló de Frías. Y de su castillo. Y lo comentamos.
 
“Al extremo del risueño y florido valle de Tobalina, cercado de montañas que parecen resguardarle de todo peligro, se halla la ciudad de Frías que dista once leguas de la capital de la provincia. Enclavada en el partido de Briviesca, a la margen derecha del Ebro y sobre una escarpada roca que alcanza una elevación de doscientos metros, llama la atención por su pintoresco emplazamiento entre montes accidentados y agrestes serranías que forman parte de la cordillera de Pancorvo”. Vamos por parte: lo primero indicaremos en kilómetros la distancia a la capital de la provincia que son hoy unos 75 km; y lo segundo es que ya no está en el partido judicial de Briviesca sino en el de Villarcayo. Y, ahora, Pancorbo es con “B”.
 
“El origen de la ciudad de Frías se pierde entre las nebulosidades de la historia. Dícese de ella lo que se repite de la mayor parte de los antiguos pueblos de la península: que los fenicios sentaron sus reales sobre esta comarca; que fue dominada y protegida de los romanos llegando a la categoría de Municipio; que más tarde los pueblos bárbaros (suevos, vándalos y alanos) la destruyeron y arrasaron, y que los cántabros, feroces e inquietos, persiguieron a los godos y les derrotaron muchas veces en estas sierras de Frías; y luego los árabes, nuevos invasores que se extendieron por toda España en pocos años, se apoderaron de estas alturas estratégicas, aprovecharon los restos de sus fortificaciones, las reedificaron otra vez y se hicieron dueños y señores de la antigua población para defender el paso del Ebro, sobre cuyo río hallaron un gran puente, construido por aquellos soberbios guerreros, hijos de Rómulo y Remo, y conquistadores del mundo entero”. ¿Fenicios? Ni en sueños. Esos descartados de base. Que hubiese un castro en esta meseta no es del todo descartable y que este evolucionase a población romana, tampoco. Ni afirmarlo. La primera referencia a Frías es del 867 d.C. y suponemos que sería un poblado fortificado en el alto. Sobre los árabes mejor no decir nada porque no hay constancia de su asentamiento prolongado a este lado del Duero. Forzando la maquinaria podríamos pensar en unas familias bereberes y algunos conversos, pero durante los pocos años previos a la revuelta bereber contra los árabes de la bética.

 
“Abundando en estas ideas, hay historiadores que consideran a Tubal y Tarsis como los primeros pobladores de esta tierra española, y Mariana, el Padre Isla y Argaiz, entre otros varios, opinan que el quinto nieto de Noé estableció aquí sus colonias. En tal concepto Argaiz en su “Población eclesiástica de España”, tomo primero, y en su “Soledad laureada”, siguiendo al arcipreste Juliano, hace descender a los fundadores del valle de Tobalina de los nietos de Tubal, en memoria del cual dieron este nombre a todo el valle. Así lo afirma el autor de una curiosa “Historia de la ciudad de Frías” que oculta su nombre y apellidos bajo estas iniciales D. C. Q, N. impresa en Vitoria el año 1887. También afirma que los romanos pudieron denominar a este valle con el nombre actual, porque las dos voces “loba et ligna” son latinas y aluden a las grandes canteras de esta clase de piedra que hallaron en el país y a la multitud variada de árboles de que estaba poblado, que en plural se dice “ligna” en el idioma de Lacio. Por último, el historiador Argaiz antes citado dice, que en Tobalina hubo dos ciudades Helina y Frigia, y que esta última fue la actual Frías”. Les resumo: no se crean nada de este párrafo.
 
“Pero sean o no exactas estas etimologías, es sabido que en su marcha por la península ibérica las huestes de Cesar Augusto y de Marco Agripa contra los Vasco-Cántabros, valientes e indomables, hubieron de fortificar a Frías, aprovechando lo inexpugnable de su posición, como barrera natural contra aquellos indómitos y bravos íberos, en la misma forma que fortificaron y elevaron castillos sobre la cordillera de Pancorvo para cerrar el paso a las llanuras castellanas que desde allí se extienden sin estorbos ocupando gran parte de la nación”. ¿De verdad? No. La exaltación de los vascos y Cántabros, uniéndoles de forma equivocada, bebe de las corrientes historiográficas decimonónicas que les exaltaban como esencia de los españoles.

 
“La invasión de los godos no dejó huella sobre Frías, pero los historiadores antiguos, como el citado Argaiz, señalan el martirio que sufrió en dicha ciudad el Obispo San Leandro y el presbítero San Esteban. Así mismo también la muerte en Roma de San Panamitano, obispo de Frías, año 593, y con tal motivo el anónimo historiador local, antes mencionado, enumera hasta once obispos de la ciudad, asegurando que Frías fue uno de los primeros pueblos de España en que se predicó el Evangelio. En aquellos tiempos de guerra y de conquista, se estimaba más una fuerte posición y un castillo roquero que todas las demás ventajas de clima, de producción y de feracidad; de este modo Frías, por la roca abrupta en que se asienta y por su posición avanzada sobre el Ebro, fue codiciada por los fenicios, por los romanos, por los bárbaros del Norte y por los árabes después”. Sin comentarios serios. Un desbarre, si me permiten decirlo. Aunque Argaiz también tiene aciertos.
 
“No se tiene noticia precisa de la fecha en que la ciudad de Frías fue ocupada por los árabes, pero en los documentos del archivo municipal y en los pergaminos borrosos que conserva su iglesia parroquial consta, que D. Alfonso I, el Católico, expugnó su castillo apoderándose de la plaza y arrojando de ella a los sarracenos, confirmándose este acontecimiento en las resoluciones recaídas en épocas posteriores al fallar ciertos pleitos que la iglesia sostuvo con otras parroquias vecinas, cuyos fallos favorables al Cabildo de Frías, firmaba el Obispo D. Mauricio en 1235 y los sucesores de este famoso prelado, D. Juan y D. Gonzalo, Obispos todos de la catedral de Burgos”. Alfonso I de Asturias fue rey entre 739 y 757 justo en la época de la retirada bereber por la guerra entre clanes islámicos de Al-Ándalus. Podría llegar a ser posible aunar la retirada de unos con la llegada del poder de los asturianos a esta comarca. Luego los relatos lo convertirían en una lucha liberadora.
 
“Es sabido que en el siglo XI Frías quedó arrasada, mas como entonces el reino de Castilla estaba libre de moros que habían establecido su frontera más allá del Duero, no puede menos de atribuirse tal desastre a las luchas fratricidas de castellanos y navarros. Con motivo de haber enfermado Don García, rey de Navarra, su hermano D. Fernando I de Castilla, olvidando sus fundados recelos y movido por los nobles impulsos de su corazón, marchó a Nájera para estrecharlos lazos de su cariño; pero las enemistades y aspiraciones rivales de ambos pueblos habían echado hondas raíces impidiendo toda concordia. D. García intentó apoderarse de la persona de D. Fernando para desmembrar su reino y engrandecer el propio, salvándole de aquel trance el noble D. Rodrigo Ortiz de Valderrama ayudado de sus hijos y las fuerzas de que disponía, llevando al monarca castellano a la fortificación de Frías, lugar que por su ya famoso castillo, se consideraba como asilo seguro mientras llegaban de Burgos fuerzas de su ejército que tornaron al rey a su antigua capital: Ortiz de Valderrama había nacido en Frías y conocedor del terreno más que otro alguno, no vaciló en conducir a D. Fernando al histórico castillo de su ciudad natal en aquella aventura extraña en que lucharon la deslealtad por una parte y la nobleza y fidelidad castellanas por otra, representadas éstas muy dignamente por Ortiz de Valderrama, a quien el rey concedió grandes honores y dignidades.
 
Estas luchas fratricidas, que duraron mucho tiempo, no tuvieron término hasta 1157, cuando D. Sancho el Deseado, heredó la corona de Castilla y con sus huestes y las de su hermano D. Fernando, rey de León, derrotaron a los navarros en Bañares. Mas para entonces había sido destruida la noble ciudad de Frías en venganza de haber sido amparadora de su legítimo monarca D. Fernando I. Arruinada y olvidada parecía la ciudad, pero uno de los primeros actos le Don Alfonso VIII, después de su larga minoría, fue la rehabilitación de Frías, llave de Vasconia y Cantabria, publicando una Carta Puebla, firmada en su alcázar de Burgos el año 1238. Por ella concedió a sus habitantes, tanto a los antiguos como a los que nuevamente la ocuparan, aunque fuesen extranjeros, el privilegio o fuero de franquicias, es decir, que ninguna autoridad pudiese exigirles, pechos, cargas o gabelas de clase alguna, en tanto grado y forma “(...) que si algún Sayón fuese á sacar algún tributo y para esto se propasase á allanar la casa de algún vecino, éste pueda resistirse y defender su casa hasta matar al Sayón, sin que por esto se crea que ha cometido un homicidio”. De esta manera y en distintas cláusulas concedía a los vecinos de la Cibdad, que no puedan ser demandados en justicia sino ante su misma villa y en la iglesia de San Vicente, ni se admitieran otros testigos que los vecinos del pueblo. Señalaba la jurisdicción de Frías hasta el fondo de Tobalina: desde Villafría hasta la piedra de Landa, y desde Monte-Cabezas hasta lo más alto de Cubilla, añadiendo después… “Dentro de cuyo término doy cuanto puedan encontrar que pertenezca a nuestra real persona, bien sean heredades, viñas, huertos, molinos, cañales, montes, &, &, &, de cuyos montes han de poder sacar toda clase de leñas y maderas para hogares y construcciones de todo género, pastos, hierbas o segarlas doquiera que las hallen”. Termina el documento de exención y franquicia con el siguiente privilegio general: “ítem, que cualquiera vecino que hubiese habitado un año y un día en esta villa de Frías no esté obligado a pagar portazgos, cárdenas, ni entradas, ni salidas por puertos de mar y tierra” (Historia de la ciudad de Frías, antes citada).

 
Por sostener sus amados fueros y franquicias entabló grandes litigios, aún después que fue la villa sometida al señorío de los Duques de Frías, contra los cuales protestó siempre airada la población, exhibiendo su Carta-Puebla y sus derechos de franquicia, pues en 1517 entabló pleito contra el Condestable D. Iñigo Fernández de Velasco, su propio señor, a la vez que demanda al Concejo de Burgos y al Real Monasterio de las Huelgas de dicha Ciudad. Al dejar la ciudad de Frías el carácter de realengo y tomar el de señorío, jamás se avino de buen grado; antes por el contrario, reclamó sus fueros y rechazó los derechos de castillería que imponían los alcaides de su fortaleza; y de tal manera se encresparon en estas mutuas demandas y tales eran el divorcio de ideas y sentimientos entre la villa sus señores, que estos tuvieron que hacerse respetar por la fuerza de las armas, poniendo cerco a la población el Conde de Haro D. Pedro Fernández de Velasco, y estrechando de tal modo el asedio, que obligó a sus propios súbditos a rendirse por hambre el viernes, 4 de Septiembre, del año 1450.
 
Este antagonismo podrá explicar, tal vez, que habiendo sido pródigos los duques y generosos donadores de sus riquezas en Burgos, en Briviesca y en Medina de Pomar, dejando recuerdos indelebles de su fastuosidad y erigiendo monumentos piadosos y fundaciones benéficas que asombran por su magnificencia y esplendor, se olvidaran de la ciudad que lleva por nombre el de su título nobiliario principal, porque en ella no edificaron ni fundaron nada, hasta el punto que los Duques de Frías y Condes de Haro no tenían otra propiedad que el Castillo y un molino harinero de poca monta que mandó derribar el mismo D. Pedro Fernández de Velasco, padre del primer Duque de Frías, para emplazar las máquinas de guerra durante el cerco de la vieja población del valle de Tobalina”. Todo este relato histórico es fruto de los estudios de finales del siglo XIX. Pero Isidro nos deja una perlita: el rechazo mutuo entre el duque de frías y los villanos que impulsaba al Velasco a no invertir en el lugar.
 
“Juzguemos, ahora, bajo su aspecto arqueológico, la importancia del Castillo y el Torreón magnífico erigido en el centro del puente que cruza el Ebro para mejor defensa de la histórica ciudad, torreón que en otro lugar de estas memorias hemos comparado como medio estratégico con los que se levantan a los dos extremos del puente de San Martín de Toledo y el que existe en el llamado de Alcántara de la misma capital, que sirven de entrada a la famosa ciudad de los Concilios. El autor de la “Historia de la ciudad de Frías”, supone gratuitamente que el puente a que nos referimos le construyeron los romanos en el período en que la península fue dominada por las legiones de Cesar Augusto. Le compara en ese concepto con los citados de Toledo, pero no se fija en su construcción, en la forma artística, en el trazado de sus líneas generales, que muchas veces equivalen, como datos de investigación histórica, a un documento fehaciente que nos hablara de la fecha y origen de la fundación de un monumento.


Los arcos del puente de Frías son ojivos o apuntados en su mayor parte y los romanos no conocieron el arco ojival, porque aquellos grandes constructores de la antigüedad solo trazaron el arco clásico, el arco de plena cimbra, en sus soberbias basílicas, termas, templos y circos; el que ellos mismos inventaron precisamente, porque las civilizaciones anteriores a la Roma pagana no conocieron otros elementos constructivos que la columna y el alquitrabe, pero no el arco y la bóveda invento especial de los arquitectos romanos, con cuya creación artística hicieron una verdadera revolución en el mundo, tan grande como la realizada por sus filósofos y jurisconsultos y por la fuerza de sus legiones y su genio militar en otros órdenes de ideas.
 
El puente de Frías no se remonta en la historia del arte más allá del siglo XIV, pertenece por lo tanto al segundo período gótico, y los arcos que le sostienen denuncian bien claramente su estilo constructivo: A mayor abundamiento, la torre defensiva es también otro testimonio justificativo de nuestra afirmación, porque toda su estructura lo revela y es hermana legítima de otros mil ejemplares que existen en toda fortificación de mediana importancia. La misma barbacana que tiene en lo más alto de sus paramentos sostenida por tres mensulones, es asimismo otra nota característica de las construcciones medioevales.
 
Al comparar el autor de la historia citada este puente de Frías con los de Toledo, olvida, repetimos, que los arcos ojivales nacieron con la arquitectura cristiana del siglo XIII, y luego predominaron en las dos centurias siguientes. Aquéllos del puente de Alcántara, de Toledo, son arcos grandiosos de medio punto, de trazado romano, pero los de San Martín, no son redondos sino ligeramente apuntados. Pero ni uno ni otro puente son de construcción romana; porque el llamado de Alcántara lo mandó elevar el gran Kagib Almanzor, cuyas órdenes ejecutó Alef, walí toledano, y quedó terminado el año 997 de la, era cristiana. Arruinado en parte por las avenidas fue reconstruido en 1258 durante el reinado de don Alfonso X, el sabio.
 
En cuanto al puente de San Martín, situado al otro extremo, aguas abajo del río, fue destruido por el fuego a mediados del siglo XIV y el famoso prelado D. Pedro Tenorio lo hizo reconstruir en 1390, haciendo nuevo el arco central y las dos torres defensivas que tiene en ambos extremos. De modo que ni el de Frías es romano, como queda demostrado, ni los de Toledo tampoco.

 
De todos modos, hemos querido dar alguna extensión a esta parte de nuestro trabajo, porque en toda la región de Castilla la Vieja no existe un monumento de su índole, ni de su mérito, ni de su valor, como tipo de la arquitectura militar de la edad media. Hemos dedicado, además, una hoja de nuestro álbum gráfico por considerarlo digno de figurar en la pequeña colección de las construcciones antiguas de carácter militar que existen en la provincia de Burgos”. Miren, estoy de acuerdo con Isidro en este párrafo. En este párrafo.
 
“Pero pasemos, si gustas, lector amigo, el consabido puente: atravesemos la bóveda del torreón del centro y comencemos la subida penosa, cada vez más áspera y agria, que nos conducirá a la cima de la roca que sirve de pedestal a la fortaleza y a la agrupación de edificios modestos que se extienden en torno de sus antiguas murallas. Llegaremos rendidos de fatiga a la meseta superior, porque la altanera majestad de la torre del homenaje de este soberbio Castillo, no permite que los curiosos se acerquen sin que rindan este tributo a la morada de los alcaides que los duques nombraban para el gobierno de su fortaleza.
 
Un viajero moderno que hizo esta ascensión, decía: “Todas las casas os contemplan como viejas curiosas, subáis por Poniente, subáis por Levante; y sobre todas ellas amenazándoos con el puño, os mira el imponente torreón del castillo, que, pese a su jactancia, solo espera el roce de la casualidad para venirse al suelo, aplastando media ciudad de Frías con su armadura. Terrible sería tal peligro para otra ciudad menos acostumbrada a los derrumbamientos; pero en Frías ¿quién velará insomne, temiendo que se caiga, algo, si al ruido del reloj se va cayendo todo? ...Hace tres o cuatro años, la torre de la iglesia, cansada de esperar la caída inevitable del torreón del castillo, dijo: “Pues allá voy yo” y cuando los habitantes de Frías volvieron de su asombro, lo que fue torre de su iglesia, era cantera desordenada. En la calle de Medina, que fue la principal de la Ciudad, y donde labraron sus moradas los hidalgos del valle de Tobalina, no queda ya más que un vecino. Tampoco van muchos años desde que cayó con gran estrépito buena parte de la roca en que se asienta el temeroso torreón, habitáculo de los Duques, y unas casas de la pendiente quedaron aplastadas bajo sus escombros”. El derrumbe de 1906 fue la causa de que la portada de esta iglesia acabase en el museo de claustros de Nueva York. Si se fijan en la torre del homenaje del castillo verán que ha perdido la mitad a causa de un derrumbe.

 
“Ciertamente que la idea de un hundimiento acude a la imaginación al contemplar de cerca el formidable Torreón, mal asentado en lo alto de la roca más enorme de aquel promontorio. El peñasco se halla hendido de alto a bajo, socaba do por desprendimientos recientes, y parece sostenerse por un verdadero milagro de equilibrio. Mirada la torre desde ciertos puntos de vista, bien por entre las estrechas y empinadas calles de la población, bien en terreno más despejado, pero siempre descollando sobre los tejados de las casas que todas aparecen menguadas en relación con la mole colosal del castillo, se presenta ante los ojos del observador desnivelada, fuera de la vertical, como si el terreno cediese por su base y quisiera volcar por la pendiente los altos muros y las torrecillas, y la gran atalaya cimera de aquella pesada masa de piedra.
 
Varios apuntes y dibujos acompañamos a esta imperfecta descripción, para que el lector juzgue mejor del efecto pictórico del conjunto. La ingente mole de la Torre y fortaleza, se levanta altanera y se destaca en el fondo trasparente del cielo, luciendo su bella y accidentada silueta con su altísima ventana defendida por hermosa reja de hierro. El torreón es de planta cuadrada y de forma bastante irregular, como figura obligada por las desigualdades del terreno, pues desde la elevación máxima de la roca por uno de los lados, hasta la base de cimentación de la torre por el lado opuesto, hay algunos metros de desnivel. En la fachada que mira a la plaza de armas del castillo, que es grande y capaz de contener una guarnición respetable, flanquean los ángulos de aquella torre, dos garitones o ligeras torrecillas, que faltando a las reglas usuales de construcción de la época no se repiten en el lado contrario dando al conjunto un aspecto de obra sin terminar o sin la debida harmonía, que sorprende y no se explica en una construcción militar del siglo XIV, época a la que, a nuestro juicio, pertenece el castillo, o en la que fue restaurada esa parte de la fortaleza.
 
Por lo demás, las torres circulares y de planta cuadrada, que cortan de trecho en trecho las cortinas de sus murallas, tienen también iguales caracteres de época. Las puertas y ventanas reúnen asimismo los detalles de esta clase de monumentos y hasta las almenas son de las que comúnmente se observan en estas construcciones. Los signos lapidarios que hemos recogido, no ofrecen tampoco novedad alguna digna de notarse, son como tantos otros de los que abundan en edificios de carácter románico y en los del periodo ojival de las tres centurias siguientes.

 
Cada día se desfigura la fortaleza por su propio abandono. Hoy sirve de solaz a la gente joven, allá en la alta meseta de la plaza de armas, donde se reúne, charla y juega a los bolos tranquilamente. Durante la famosa y típica Fiesta de la bandera, que recuerda tradiciones y leyendas guerreras, cuyo origen no se define ni concreta, pero que viene repitiéndose todos los años a través de muchas centurias, el Castillo se anima, la muchedumbre ocupa e invade murallas y almenas para gozar desde allí la extraña, y misteriosa fiesta de la que daremos breve idea a continuación”. Evidentemente, actualmente se ha consolidado la estructura. Siempre y cuando no se derrumbe la peña.
 
“Se celebra anualmente el día de San Juan; pero sus preparativos dan comienzo la víspera, precisamente, el día 23 de junio por la tarde. El Ayuntamiento asiste en corporación al templo parroquial y pasa después a la Casa Consistorial donde a propuesta, del Procurador Síndico se elige el Capitán, héroe de la fiesta, que ha de llevar la bandera, símbolo de ignoradas victorias, debiendo reunir el portador de esa enseña las circunstancias de ser joven, fuerte de complexión y de agraciadas facciones. Hecha esta designación y después de celebrar el nombramiento con un refresco que disfrutan los presentes, recorren procesionalmente todo el pueblo, sin olvidar el barrio de San Vítores, precedidos de los dulzaineros y de grandes tambores, y seguidos de una multitud de hombres, mujeres y niños, que en son de algazara lanzan gritos de entusiasmo porque ya tienen jefe militar, un capitán intrépido, que sabrá llevarlos a la victoria. El acto termina en la plaza pública donde se organiza un animado baile que dura muchas horas, como preludio de las fiestas que han de continuar al siguiente día.
 
En la madrugada de San Juan la música y las dulzainas anuncian la alborada y a las seis se celebra la misa de la bandera, pasando después las autoridades, el Municipio y sus dependientes a la casa del pueblo, llevando en lugar preferente al Capitán vestido ya de gran uniforme, algo fantástico, pero vistoso y deslumbrador. Servido un frugal desayuno, el Capitán toma de manos de un alguacil la bandera, de rica tela y de muchos y variados colores, que poco antes flotaba movida por el aire en el centro del balcón de la Casa Consistorial. Llévala triunfalmente el simbólico Jefe militar y en torno suyo, como homenaje a la enseña guerrera, se agrupan las autoridades eclesiásticas y civiles, multitud de jinetes que llevan escopetas y fusiles, jóvenes que cantan himnos patrióticos y cuyas voces se confunden con los disparos de las armas de fuego, con el agudo sonido discordante de las dulzainas, con el menos enojo de algunos instrumentos músicos, con los atabales o cajas que rompen la marcha y el sonido ensordecedor de vivas y gritos mezclados todos con el clamoreo de las campanas echadas a vuelo. De esta forma bajan al campo, en donde reposan breves momentos, y el pueblo parece esperar alguna sorpresa, tal es el silencio que se hace en torno del Capitán y la expectación de todos los grupos que no cesan de mirarle. De pronto levanta su voz y a una orden suya, todos los muchachos del pueblo que esperaban esta consigna, se lanzan dando gritos a los árboles frutales y a las tierras sembradas de habas, seguros de que en aquella ocasión no han de ser castigados, si bien los propietarios de los huertos pueden defender su fruto sin molestar a los chicuelos, lo cual origina carreras y episodios cómicos que aumentan la algazara y la alegría general.

 
Después, avanza la comitiva al atrio de lo que fue parroquia de Nuestra Señora del Puente y el Capitán evoluciona con la bandera, abatiéndola unas veces, elevándola otras sobre las cabezas de los grupos, haciendo tres cruces en el aire y ondeando los pliegues del estandarte con garbo y desenvoltura. Los tambores tocan marcha de ataque, las dulzainas tratan de imitarles con sus sonidos chillones y resuenan gritos de entusiasmo y vítores cuando el Capitán se quita el sombrero y saluda a la multitud, la cual corresponde a su cortesía con el grito de ¡Viva nuestro Capitán! En este momento el sacerdote reza el responso, cambiando en escena patética y grave, lo que antes era de entusiasmo y gloria ante el recuerdo de victorias desconocidas y misteriosas que nadie sabría definir.
 
El episodio anterior se repite más arriba, en la Ciudad, en el sitio mismo en que estuvo emplazada la iglesia de San Juan, y otra vez un sacerdote reza de nuevo por los fallecidos en las campañas. ¿Pero cuándo murieron esos héroes anónimos? No lo preguntéis porque no os sabrán contestar; pero tened por seguro que aquellos combates fueron gloriosos para la vieja ciudad de Frías.
 
De nuevo comienzan los cánticos de alegría y de triunfo, oyéndose repetidas veces el siguiente estribillo que el pueblo en masa, corea con entusiasmo.
 
El Señor San Juan
Capitán Mayor
Lleva la bandera,
De Nuestro Señor
 
Se canta después la misa mayor, solemne y severa, en la parroquia de la Ciudad, y por la tarde continúa la, animación y la fiesta popular con el indispensable baile que el Capitán inicia tomando del brazo a la dama que mereció ser elegida y que es llevada a la plaza pública acompañada por escogida comitiva de honor a una orden del Jefe superior que todo lo dispone en tan solemne día, prolongándose luego tan alborozada manifestación hasta las once de la noche. Quizá esta antigua costumbre sea un vago remedo, desfigurado por el transcurso de los siglos, de las ceremonias paganas con que los romanos celebraban el Solsticio de verano, precisamente el 24 de junio de cada año. No hay que olvidar que algunos historiadores antiguos afirman que Frías fue municipio romano, y bien pudiera encontrarse el origen de tan singular fiesta en los holocaustos y ofrendas que se hacían a la Diosa Ceres, hija de Saturno y Cibeles, que enseñó la agricultura a los hombres y fue siempre protectora de la madre tierra en su alto concepto de creadora de los frutos que sirven de alimento a la humanidad”. Dará a lo largo de este texto varias explicaciones sobre la Fiesta del Capitán. En este caso nos habla de un culto romano. En esta bitácora analizamos esa fiesta hace unos años ya: "¿Saben, de verdad, qué se celebra en la fiesta del Capitán?"


“La intervención directa del clero en la tradicional fiesta de San Juan, acaso tenga otro fundamento. Posible es que naciera ante el recuerdo de las bárbaras creencias de los primeros pobladores de la península Ibérica frente a las doctrinas del evangelio que más tarde fueron haciendo su camino y conquistando las conciencias lentamente. El carácter militar y guerrero que todavía conserva esta simbólica ceremonia, con su Jefe a la cabeza dispuesto a guiar como caudillo a todo un pueblo que espera conseguir la victoria, podrá aludir, quizá, a la historia misma de la ciudad cuyo origen se pierde en la más remota antigüedad y a la enseña del Crucificado que logró el anhelado triunfo contra las sombras de la idolatría, allá en los obscuros orígenes de esta nobilísima ciudad de Frías”. Otra teoría: el bizarro carácter hispano que demanda y recuerda la guerra. Tampoco nos olvidemos de presentar la fiesta como la lucha entre las “bárbaras creencias de los primeros pobladores” derrotadas por Cristo.
 
“Pero sin remontarnos tan lejos es probable también que la Fiesta de la bandera conmemore el valor y la independencia de los habitantes de esta antigua población que supieron luchar contra las razas invasoras de su territorio (romanos, godos y sarracenos) o bien el estallido de su orgullo al defender con tanto heroísmo los privilegios que Alfonso VIII les concedió por su famosa Carta Puebla, privilegios que los Duques, sus Señores, pretendieron arrebatarles poniendo cerco a la ciudad y asediándola sin tregua ni descanso, hasta rendirla por hambre el año 1450”. Y dos más: el deseo de independencia de la raza hispana y, finalmente, recordar la lucha por sus fueros frente a la familia Velasco.

 
“Esta ilustre y famosa población castellana que en los primeros años del cristianismo contaba con once mil habitantes, según afirma Argaiz, hoy se halla reducida a un modesto censo que no pasa de mil trescientas almas. Pero entonces como ahora podía hacer alarde de su posición estratégica y pintoresca y de su formidable castillo, colocado como guarida de aves carniceras sobre la roca abrupta y colosal que le sirve de asiento”. Esa cifra de 11.000 residentes según el fantasioso Argaiz…
  
 
Bibliografía:
 
“Memorias Históricas de Burgos y su provincia”. Isidro Gil Gavilondo.
“Valpuesta y Berberana. El Valle de Tobalina. Medina de Pomar y sus aldeas. San Zadornil y sus aldeas. Villalba de Losa y su vez. Frías y sus arrabales”. María del Carmen Arribas Magro.