Ya
que estamos en estos días libres de las fiestas de la Constitución y de la
Inmaculada Concepción que, enlazados con algún otro, nos permite hacer turismo
más o menos cercano. Para aquellos que no podamos desplazarnos recurriremos a
los libros. A aquellos vetustos libros de viajes. En nuestro caso seguiremos, nuevamente,
a Isidro Gil Gavilondo y su obra “Memorias Históricas de Burgos y su provincia”
para que nos cuente cosas de Las Merindades.
Isidro
Gil, aunque nació en Azcoitia (Guipúzcoa) en 1843, fue llevado a Burgos siendo
niño y allí pasó su vida adulta hasta su muerte en 1917. Le recordamos como pintor,
dibujante, ilustrador, historiador, abogado, escritor y fue uno de los
principales exponentes de la pintura burgalesa del siglo XIX.
Y,
en ese libro, habló de Frías. Y de su castillo. Y lo comentamos.
“Al
extremo del risueño y florido valle de Tobalina, cercado de montañas que
parecen resguardarle de todo peligro, se halla la ciudad de Frías que dista
once leguas de la capital de la provincia. Enclavada en el partido de
Briviesca, a la margen derecha del Ebro y sobre una escarpada roca que alcanza
una elevación de doscientos metros, llama la atención por su pintoresco
emplazamiento entre montes accidentados y agrestes serranías que forman parte
de la cordillera de Pancorvo”. Vamos
por parte: lo primero indicaremos en kilómetros la distancia a la capital de la
provincia que son hoy unos 75 km; y lo segundo es que ya no está en el partido
judicial de Briviesca sino en el de Villarcayo. Y, ahora, Pancorbo es con “B”.
“El
origen de la ciudad de Frías se pierde entre las nebulosidades de la historia.
Dícese de ella lo que se repite de la mayor parte de los antiguos pueblos de la
península: que los fenicios sentaron sus reales sobre esta comarca; que fue
dominada y protegida de los romanos llegando a la categoría de Municipio; que
más tarde los pueblos bárbaros (suevos, vándalos y alanos) la destruyeron y
arrasaron, y que los cántabros, feroces e inquietos, persiguieron a los godos y
les derrotaron muchas veces en estas sierras de Frías; y luego los árabes, nuevos
invasores que se extendieron por toda España en pocos años, se apoderaron de
estas alturas estratégicas, aprovecharon los restos de sus fortificaciones, las
reedificaron otra vez y se hicieron dueños y señores de la antigua población para
defender el paso del Ebro, sobre cuyo río hallaron un gran puente, construido
por aquellos soberbios guerreros, hijos de Rómulo y Remo, y conquistadores del
mundo entero”. ¿Fenicios?
Ni en sueños. Esos descartados de base. Que hubiese un castro en esta meseta no
es del todo descartable y que este evolucionase a población romana, tampoco. Ni
afirmarlo. La primera referencia a Frías es del 867 d.C. y suponemos que sería
un poblado fortificado en el alto. Sobre los árabes mejor no decir nada porque no
hay constancia de su asentamiento prolongado a este lado del Duero. Forzando la
maquinaria podríamos pensar en unas familias bereberes y algunos conversos,
pero durante los pocos años previos a la revuelta bereber contra los árabes de
la bética.
“Abundando
en estas ideas, hay historiadores que consideran a Tubal y Tarsis como los
primeros pobladores de esta tierra española, y Mariana, el Padre Isla y Argaiz,
entre otros varios, opinan que el quinto nieto de Noé estableció aquí sus
colonias. En tal concepto Argaiz en su “Población eclesiástica de España”, tomo
primero, y en su “Soledad laureada”, siguiendo al arcipreste Juliano, hace
descender a los fundadores del valle de Tobalina de los nietos de Tubal, en
memoria del cual dieron este nombre a todo el valle. Así lo afirma el autor de
una curiosa “Historia de la ciudad de Frías” que oculta su nombre y apellidos
bajo estas iniciales D. C. Q, N. impresa en Vitoria el año 1887. También afirma
que los romanos pudieron denominar a este valle con el nombre actual, porque
las dos voces “loba et ligna” son latinas y aluden a las grandes canteras de
esta clase de piedra que hallaron en el país y a la multitud variada de árboles
de que estaba poblado, que en plural se dice “ligna” en el idioma de Lacio. Por
último, el historiador Argaiz antes citado dice, que en Tobalina hubo dos
ciudades Helina y Frigia, y que esta última fue la actual Frías”. Les resumo: no se crean nada de este
párrafo.
“Pero
sean o no exactas estas etimologías, es sabido que en su marcha por la
península ibérica las huestes de Cesar Augusto y de Marco Agripa contra los
Vasco-Cántabros, valientes e indomables, hubieron de fortificar a Frías,
aprovechando lo inexpugnable de su posición, como barrera natural contra aquellos
indómitos y bravos íberos, en la misma forma que fortificaron y elevaron
castillos sobre la cordillera de Pancorvo para cerrar el paso a las llanuras
castellanas que desde allí se extienden sin estorbos ocupando gran parte de la nación”. ¿De verdad? No. La exaltación de los
vascos y Cántabros, uniéndoles de forma equivocada, bebe de las corrientes
historiográficas decimonónicas que les exaltaban como esencia de los españoles.
“La
invasión de los godos no dejó huella sobre Frías, pero los historiadores
antiguos, como el citado Argaiz, señalan el martirio que sufrió en dicha ciudad
el Obispo San Leandro y el presbítero San Esteban. Así mismo también la muerte
en Roma de San Panamitano, obispo de Frías, año 593, y con tal motivo el
anónimo historiador local, antes mencionado, enumera hasta once obispos de la
ciudad, asegurando que Frías fue uno de los primeros pueblos de España en que
se predicó el Evangelio. En aquellos tiempos de guerra y de conquista, se
estimaba más una fuerte posición y un castillo roquero que todas las demás
ventajas de clima, de producción y de feracidad; de este modo Frías, por la
roca abrupta en que se asienta y por su posición avanzada sobre el Ebro, fue
codiciada por los fenicios, por los romanos, por los bárbaros del Norte y por
los árabes después”. Sin
comentarios serios. Un desbarre, si me permiten decirlo. Aunque Argaiz también tiene aciertos.
“No
se tiene noticia precisa de la fecha en que la ciudad de Frías fue ocupada por
los árabes, pero en los documentos del archivo municipal y en los pergaminos
borrosos que conserva su iglesia parroquial consta, que D. Alfonso I, el
Católico, expugnó su castillo apoderándose de la plaza y arrojando de ella a
los sarracenos, confirmándose este acontecimiento en las resoluciones recaídas
en épocas posteriores al fallar ciertos pleitos que la iglesia sostuvo con
otras parroquias vecinas, cuyos fallos favorables al Cabildo de Frías, firmaba
el Obispo D. Mauricio en 1235 y los sucesores de este famoso prelado, D. Juan y
D. Gonzalo, Obispos todos de la catedral de Burgos”. Alfonso I de Asturias fue rey entre 739 y
757 justo en la época de la retirada bereber por la guerra entre clanes
islámicos de Al-Ándalus. Podría llegar a ser posible aunar la retirada de unos
con la llegada del poder de los asturianos a esta comarca. Luego los relatos lo
convertirían en una lucha liberadora.
“Es
sabido que en el siglo XI Frías quedó arrasada, mas como entonces el reino de
Castilla estaba libre de moros que habían establecido su frontera más allá del
Duero, no puede menos de atribuirse tal desastre a las luchas fratricidas de castellanos
y navarros. Con motivo de haber enfermado Don García, rey de Navarra, su
hermano D. Fernando I de Castilla, olvidando sus fundados recelos y movido por
los nobles impulsos de su corazón, marchó a Nájera para estrecharlos lazos de
su cariño; pero las enemistades y aspiraciones rivales de ambos pueblos habían
echado hondas raíces impidiendo toda concordia. D. García intentó apoderarse de
la persona de D. Fernando para desmembrar su reino y engrandecer el propio,
salvándole de aquel trance el noble D. Rodrigo Ortiz de Valderrama ayudado de
sus hijos y las fuerzas de que disponía, llevando al monarca castellano a la fortificación
de Frías, lugar que por su ya famoso castillo, se consideraba como asilo seguro
mientras llegaban de Burgos fuerzas de su ejército que tornaron al rey a su
antigua capital: Ortiz de Valderrama había nacido en Frías y conocedor del
terreno más que otro alguno, no vaciló en conducir a D. Fernando al histórico
castillo de su ciudad natal en aquella aventura extraña en que lucharon la
deslealtad por una parte y la nobleza y fidelidad castellanas por otra,
representadas éstas muy dignamente por Ortiz de Valderrama, a quien el rey concedió
grandes honores y dignidades.
Estas
luchas fratricidas, que duraron mucho tiempo, no tuvieron término hasta 1157,
cuando D. Sancho el Deseado, heredó la corona de Castilla y con sus huestes y
las de su hermano D. Fernando, rey de León, derrotaron a los navarros en
Bañares. Mas para entonces había sido destruida la noble ciudad de Frías en
venganza de haber sido amparadora de su legítimo monarca D. Fernando I. Arruinada
y olvidada parecía la ciudad, pero uno de los primeros actos le Don Alfonso VIII,
después de su larga minoría, fue la rehabilitación de Frías, llave de Vasconia
y Cantabria, publicando una Carta Puebla, firmada en su alcázar de Burgos el
año 1238. Por ella concedió a sus habitantes, tanto a los antiguos como a los
que nuevamente la ocuparan, aunque fuesen extranjeros, el privilegio o fuero de
franquicias, es decir, que ninguna autoridad pudiese exigirles, pechos, cargas
o gabelas de clase alguna, en tanto grado y forma “(...) que si algún Sayón
fuese á sacar algún tributo y para esto se propasase á allanar la casa de algún
vecino, éste pueda resistirse y defender su casa hasta matar al Sayón, sin que
por esto se crea que ha cometido un homicidio”. De esta manera y en distintas
cláusulas concedía a los vecinos de la Cibdad, que no puedan ser demandados en
justicia sino ante su misma villa y en la iglesia de San Vicente, ni se admitieran
otros testigos que los vecinos del pueblo. Señalaba la jurisdicción de Frías
hasta el fondo de Tobalina: desde Villafría hasta la piedra de Landa, y desde
Monte-Cabezas hasta lo más alto de Cubilla, añadiendo después… “Dentro de cuyo
término doy cuanto puedan encontrar que pertenezca a nuestra real persona, bien
sean heredades, viñas, huertos, molinos, cañales, montes, &, &, &,
de cuyos montes han de poder sacar toda clase de leñas y maderas para hogares y
construcciones de todo género, pastos, hierbas o segarlas doquiera que las
hallen”. Termina el documento de exención y franquicia con el siguiente
privilegio general: “ítem, que cualquiera vecino que hubiese habitado un año y
un día en esta villa de Frías no esté obligado a pagar portazgos, cárdenas, ni
entradas, ni salidas por puertos de mar y tierra” (Historia de la ciudad de
Frías, antes citada).
Por
sostener sus amados fueros y franquicias entabló grandes litigios, aún después
que fue la villa sometida al señorío de los Duques de Frías, contra los cuales
protestó siempre airada la población, exhibiendo su Carta-Puebla y sus derechos
de franquicia, pues en 1517 entabló pleito contra el Condestable D. Iñigo
Fernández de Velasco, su propio señor, a la vez que demanda al Concejo de
Burgos y al Real Monasterio de las Huelgas de dicha Ciudad. Al dejar la ciudad
de Frías el carácter de realengo y tomar el de señorío, jamás se avino de buen
grado; antes por el contrario, reclamó sus fueros y rechazó los derechos de castillería
que imponían los alcaides de su fortaleza; y de tal manera se encresparon en
estas mutuas demandas y tales eran el divorcio de ideas y sentimientos entre la
villa sus señores, que estos tuvieron que hacerse respetar por la fuerza de las
armas, poniendo cerco a la población el Conde de Haro D. Pedro Fernández de
Velasco, y estrechando de tal modo el asedio, que obligó a sus propios súbditos
a rendirse por hambre el viernes, 4 de Septiembre, del año 1450.
Este
antagonismo podrá explicar, tal vez, que habiendo sido pródigos los duques y
generosos donadores de sus riquezas en Burgos, en Briviesca y en Medina de Pomar,
dejando recuerdos indelebles de su fastuosidad y erigiendo monumentos piadosos
y fundaciones benéficas que asombran por su magnificencia y esplendor, se
olvidaran de la ciudad que lleva por nombre el de su título nobiliario
principal, porque en ella no edificaron ni fundaron nada, hasta el punto que
los Duques de Frías y Condes de Haro no tenían otra propiedad que el Castillo y
un molino harinero de poca monta que mandó derribar el mismo D. Pedro Fernández
de Velasco, padre del primer Duque de Frías, para emplazar las máquinas de guerra
durante el cerco de la vieja población del valle de Tobalina”. Todo este relato histórico es fruto de
los estudios de finales del siglo XIX. Pero Isidro nos deja una perlita: el
rechazo mutuo entre el duque de frías y los villanos que impulsaba al Velasco a
no invertir en el lugar.
“Juzguemos,
ahora, bajo su aspecto arqueológico, la importancia del Castillo y el Torreón
magnífico erigido en el centro del puente que cruza el Ebro para mejor defensa
de la histórica ciudad, torreón que en otro lugar de estas memorias hemos comparado
como medio estratégico con los que se levantan a los dos extremos del puente de
San Martín de Toledo y el que existe en el llamado de Alcántara de la misma
capital, que sirven de entrada a la famosa ciudad de los Concilios. El autor de
la “Historia de la ciudad de Frías”, supone gratuitamente que el puente a que
nos referimos le construyeron los romanos en el período en que la península fue
dominada por las legiones de Cesar Augusto. Le compara en ese concepto con los
citados de Toledo, pero no se fija en su construcción, en la forma artística,
en el trazado de sus líneas generales, que muchas veces equivalen, como datos
de investigación histórica, a un documento fehaciente que nos hablara de la
fecha y origen de la fundación de un monumento.
Los
arcos del puente de Frías son ojivos o apuntados en su mayor parte y los
romanos no conocieron el arco ojival, porque aquellos grandes constructores de
la antigüedad solo trazaron el arco clásico, el arco de plena cimbra, en sus
soberbias basílicas, termas, templos y circos; el que ellos mismos inventaron
precisamente, porque las civilizaciones anteriores a la Roma pagana no
conocieron otros elementos constructivos que la columna y el alquitrabe, pero
no el arco y la bóveda invento especial de los arquitectos romanos, con cuya creación
artística hicieron una verdadera revolución en el mundo, tan grande como la
realizada por sus filósofos y jurisconsultos y por la fuerza de sus legiones y
su genio militar en otros órdenes de ideas.
El
puente de Frías no se remonta en la historia del arte más allá del siglo XIV,
pertenece por lo tanto al segundo período gótico, y los arcos que le sostienen
denuncian bien claramente su estilo constructivo: A mayor abundamiento, la
torre defensiva es también otro testimonio justificativo de nuestra afirmación,
porque toda su estructura lo revela y es hermana legítima de otros mil
ejemplares que existen en toda fortificación de mediana importancia. La misma
barbacana que tiene en lo más alto de sus paramentos sostenida por tres mensulones,
es asimismo otra nota característica de las construcciones medioevales.
Al
comparar el autor de la historia citada este puente de Frías con los de Toledo,
olvida, repetimos, que los arcos ojivales nacieron con la arquitectura
cristiana del siglo XIII, y luego predominaron en las dos centurias siguientes.
Aquéllos del puente de Alcántara, de Toledo, son arcos grandiosos de medio
punto, de trazado romano, pero los de San Martín, no son redondos sino
ligeramente apuntados. Pero ni uno ni otro puente son de construcción romana;
porque el llamado de Alcántara lo mandó elevar el gran Kagib Almanzor, cuyas órdenes
ejecutó Alef, walí toledano, y quedó terminado el año 997 de la, era cristiana.
Arruinado en parte por las avenidas fue reconstruido en 1258 durante el reinado
de don Alfonso X, el sabio.
En
cuanto al puente de San Martín, situado al otro extremo, aguas abajo del río,
fue destruido por el fuego a mediados del siglo XIV y el famoso prelado D.
Pedro Tenorio lo hizo reconstruir en 1390, haciendo nuevo el arco central y las
dos torres defensivas que tiene en ambos extremos. De modo que ni el de Frías
es romano, como queda demostrado, ni los de Toledo tampoco.
De
todos modos, hemos querido dar alguna extensión a esta parte de nuestro
trabajo, porque en toda la región de Castilla la Vieja no existe un monumento
de su índole, ni de su mérito, ni de su valor, como tipo de la arquitectura
militar de la edad media. Hemos dedicado, además, una hoja de nuestro álbum
gráfico por considerarlo digno de figurar en la pequeña colección de las
construcciones antiguas de carácter militar que existen en la provincia de
Burgos”. Miren, estoy de
acuerdo con Isidro en este párrafo. En este párrafo.
“Pero
pasemos, si gustas, lector amigo, el consabido puente: atravesemos la bóveda
del torreón del centro y comencemos la subida penosa, cada vez más áspera y
agria, que nos conducirá a la cima de la roca que sirve de pedestal a la fortaleza
y a la agrupación de edificios modestos que se extienden en torno de sus
antiguas murallas. Llegaremos rendidos de fatiga a la meseta superior, porque
la altanera majestad de la torre del homenaje de este soberbio Castillo, no permite
que los curiosos se acerquen sin que rindan este tributo a la morada de los
alcaides que los duques nombraban para el gobierno de su fortaleza.
Un
viajero moderno que hizo esta ascensión, decía: “Todas las casas os contemplan
como viejas curiosas, subáis por Poniente, subáis por Levante; y sobre todas
ellas amenazándoos con el puño, os mira el imponente torreón del castillo, que,
pese a su jactancia, solo espera el roce de la casualidad para venirse al
suelo, aplastando media ciudad de Frías con su armadura. Terrible sería tal
peligro para otra ciudad menos acostumbrada a los derrumbamientos; pero en
Frías ¿quién velará insomne, temiendo que se caiga, algo, si al ruido del reloj
se va cayendo todo? ...Hace tres o cuatro años, la torre de la iglesia, cansada
de esperar la caída inevitable del torreón del castillo, dijo: “Pues allá voy
yo” y cuando los habitantes de Frías volvieron de su asombro, lo que fue torre
de su iglesia, era cantera desordenada. En la calle de Medina, que fue la
principal de la Ciudad, y donde labraron sus moradas los hidalgos del valle de
Tobalina, no queda ya más que un vecino. Tampoco van muchos años desde que cayó
con gran estrépito buena parte de la roca en que se asienta el temeroso torreón,
habitáculo de los Duques, y unas casas de la pendiente quedaron aplastadas bajo
sus escombros”. El
derrumbe de 1906 fue la causa de que la portada de esta iglesia acabase en el
museo de claustros de Nueva York. Si se fijan en la torre del homenaje del
castillo verán que ha perdido la mitad a causa de un derrumbe.
“Ciertamente
que la idea de un hundimiento acude a la imaginación al contemplar de cerca el
formidable Torreón, mal asentado en lo alto de la roca más enorme de aquel
promontorio. El peñasco se halla hendido de alto a bajo, socaba do por
desprendimientos recientes, y parece sostenerse por un verdadero milagro de
equilibrio. Mirada la torre desde ciertos puntos de vista, bien por entre las
estrechas y empinadas calles de la población, bien en terreno más despejado,
pero siempre descollando sobre los tejados de las casas que todas aparecen
menguadas en relación con la mole colosal del castillo, se presenta ante los
ojos del observador desnivelada, fuera de la vertical, como si el terreno
cediese por su base y quisiera volcar por la pendiente los altos muros y las
torrecillas, y la gran atalaya cimera de aquella pesada masa de piedra.
Varios
apuntes y dibujos acompañamos a esta imperfecta descripción, para que el lector
juzgue mejor del efecto pictórico del conjunto. La ingente mole de la Torre y
fortaleza, se levanta altanera y se destaca en el fondo trasparente del cielo,
luciendo su bella y accidentada silueta con su altísima ventana defendida por
hermosa reja de hierro. El torreón es de planta cuadrada y de forma bastante
irregular, como figura obligada por las desigualdades del terreno, pues desde
la elevación máxima de la roca por uno de los lados, hasta la base de
cimentación de la torre por el lado opuesto, hay algunos metros de desnivel. En
la fachada que mira a la plaza de armas del castillo, que es grande y capaz de
contener una guarnición respetable, flanquean los ángulos de aquella torre, dos
garitones o ligeras torrecillas, que faltando a las reglas usuales de
construcción de la época no se repiten en el lado contrario dando al conjunto
un aspecto de obra sin terminar o sin la debida harmonía, que sorprende y no se
explica en una construcción militar del siglo XIV, época a la que, a nuestro
juicio, pertenece el castillo, o en la que fue restaurada esa parte de la
fortaleza.
Por
lo demás, las torres circulares y de planta cuadrada, que cortan de trecho en
trecho las cortinas de sus murallas, tienen también iguales caracteres de
época. Las puertas y ventanas reúnen asimismo los detalles de esta clase de
monumentos y hasta las almenas son de las que comúnmente se observan en estas
construcciones. Los signos lapidarios que hemos recogido, no ofrecen tampoco
novedad alguna digna de notarse, son como tantos otros de los que abundan en
edificios de carácter románico y en los del periodo ojival de las tres
centurias siguientes.
Cada
día se desfigura la fortaleza por su propio abandono. Hoy sirve de solaz a la
gente joven, allá en la alta meseta de la plaza de armas, donde se reúne,
charla y juega a los bolos tranquilamente. Durante la famosa y típica Fiesta de
la bandera, que recuerda tradiciones y leyendas guerreras, cuyo origen no se define
ni concreta, pero que viene repitiéndose todos los años a través de muchas
centurias, el Castillo se anima, la muchedumbre ocupa e invade murallas y
almenas para gozar desde allí la extraña, y misteriosa fiesta de la que daremos
breve idea a continuación”.
Evidentemente, actualmente se ha consolidado la estructura. Siempre y cuando no
se derrumbe la peña.
“Se
celebra anualmente el día de San Juan; pero sus preparativos dan comienzo la
víspera, precisamente, el día 23 de junio por la tarde. El Ayuntamiento asiste
en corporación al templo parroquial y pasa después a la Casa Consistorial donde
a propuesta, del Procurador Síndico se elige el Capitán, héroe de la fiesta,
que ha de llevar la bandera, símbolo de ignoradas victorias, debiendo reunir el
portador de esa enseña las circunstancias de ser joven, fuerte de complexión y
de agraciadas facciones. Hecha esta designación y después de celebrar el
nombramiento con un refresco que disfrutan los presentes, recorren
procesionalmente todo el pueblo, sin olvidar el barrio de San Vítores,
precedidos de los dulzaineros y de grandes tambores, y seguidos de una multitud
de hombres, mujeres y niños, que en son de algazara lanzan gritos de entusiasmo
porque ya tienen jefe militar, un capitán intrépido, que sabrá llevarlos a la
victoria. El acto termina en la plaza pública donde se organiza un animado
baile que dura muchas horas, como preludio de las fiestas que han de continuar
al siguiente día.
En
la madrugada de San Juan la música y las dulzainas anuncian la alborada y a las
seis se celebra la misa de la bandera, pasando después las autoridades, el
Municipio y sus dependientes a la casa del pueblo, llevando en lugar preferente
al Capitán vestido ya de gran uniforme, algo fantástico, pero vistoso y
deslumbrador. Servido un frugal desayuno, el Capitán toma de manos de un
alguacil la bandera, de rica tela y de muchos y variados colores, que poco
antes flotaba movida por el aire en el centro del balcón de la Casa
Consistorial. Llévala triunfalmente el simbólico Jefe militar y en torno suyo,
como homenaje a la enseña guerrera, se agrupan las autoridades eclesiásticas y civiles,
multitud de jinetes que llevan escopetas y fusiles, jóvenes que cantan himnos
patrióticos y cuyas voces se confunden con los disparos de las armas de fuego,
con el agudo sonido discordante de las dulzainas, con el menos enojo de algunos
instrumentos músicos, con los atabales o cajas que rompen la marcha y el sonido
ensordecedor de vivas y gritos mezclados todos con el clamoreo de las campanas echadas
a vuelo. De esta forma bajan al campo, en donde reposan breves momentos, y el
pueblo parece esperar alguna sorpresa, tal es el silencio que se hace en torno
del Capitán y la expectación de todos los grupos que no cesan de mirarle. De
pronto levanta su voz y a una orden suya, todos los muchachos del pueblo que
esperaban esta consigna, se lanzan dando gritos a los árboles frutales y a las
tierras sembradas de habas, seguros de que en aquella ocasión no han de ser
castigados, si bien los propietarios de los huertos pueden defender su fruto sin
molestar a los chicuelos, lo cual origina carreras y episodios cómicos que
aumentan la algazara y la alegría general.
Después,
avanza la comitiva al atrio de lo que fue parroquia de Nuestra Señora del
Puente y el Capitán evoluciona con la bandera, abatiéndola unas veces,
elevándola otras sobre las cabezas de los grupos, haciendo tres cruces en el aire
y ondeando los pliegues del estandarte con garbo y desenvoltura. Los tambores
tocan marcha de ataque, las dulzainas tratan de imitarles con sus sonidos
chillones y resuenan gritos de entusiasmo y vítores cuando el Capitán se quita
el sombrero y saluda a la multitud, la cual corresponde a su cortesía con el
grito de ¡Viva nuestro Capitán! En este momento el sacerdote reza el responso,
cambiando en escena patética y grave, lo que antes era de entusiasmo y gloria
ante el recuerdo de victorias desconocidas y misteriosas que nadie sabría
definir.
El
episodio anterior se repite más arriba, en la Ciudad, en el sitio mismo en que
estuvo emplazada la iglesia de San Juan, y otra vez un sacerdote reza de nuevo
por los fallecidos en las campañas. ¿Pero cuándo murieron esos héroes anónimos?
No lo preguntéis porque no os sabrán contestar; pero tened por seguro que
aquellos combates fueron gloriosos para la vieja ciudad de Frías.
De
nuevo comienzan los cánticos de alegría y de triunfo, oyéndose repetidas veces
el siguiente estribillo que el pueblo en masa, corea con entusiasmo.
El Señor San Juan
Capitán Mayor
Lleva la bandera,
De Nuestro Señor
Se
canta después la misa mayor, solemne y severa, en la parroquia de la Ciudad, y
por la tarde continúa la, animación y la fiesta popular con el indispensable
baile que el Capitán inicia tomando del brazo a la dama que mereció ser elegida
y que es llevada a la plaza pública acompañada por escogida comitiva de honor a
una orden del Jefe superior que todo lo dispone en tan solemne día,
prolongándose luego tan alborozada manifestación hasta las once de la noche. Quizá
esta antigua costumbre sea un vago remedo, desfigurado por el transcurso de los
siglos, de las ceremonias paganas con que los romanos celebraban el Solsticio
de verano, precisamente el 24 de junio de cada año. No hay que olvidar que
algunos historiadores antiguos afirman que Frías fue municipio romano, y bien
pudiera encontrarse el origen de tan singular fiesta en los holocaustos y
ofrendas que se hacían a la Diosa Ceres, hija de Saturno y Cibeles, que enseñó
la agricultura a los hombres y fue siempre protectora de la madre tierra en su
alto concepto de creadora de los frutos que sirven de alimento a la humanidad”. Dará a lo largo de este texto varias
explicaciones sobre la Fiesta del Capitán. En este caso nos habla de un culto
romano. En esta bitácora analizamos esa fiesta hace unos años ya: "¿Saben, de verdad, qué se celebra en la fiesta del Capitán?"
“La
intervención directa del clero en la tradicional fiesta de San Juan, acaso
tenga otro fundamento. Posible es que naciera ante el recuerdo de las bárbaras
creencias de los primeros pobladores de la península Ibérica frente a las doctrinas
del evangelio que más tarde fueron haciendo su camino y conquistando las
conciencias lentamente. El carácter militar y guerrero que todavía conserva
esta simbólica ceremonia, con su Jefe a la cabeza dispuesto a guiar como
caudillo a todo un pueblo que espera conseguir la victoria, podrá aludir,
quizá, a la historia misma de la ciudad cuyo origen se pierde en la más remota
antigüedad y a la enseña del Crucificado que logró el anhelado triunfo contra las
sombras de la idolatría, allá en los obscuros orígenes de esta nobilísima
ciudad de Frías”. Otra
teoría: el bizarro carácter hispano que demanda y recuerda la guerra. Tampoco
nos olvidemos de presentar la fiesta como la lucha entre las “bárbaras
creencias de los primeros pobladores” derrotadas por Cristo.
“Pero
sin remontarnos tan lejos es probable también que la Fiesta de la bandera
conmemore el valor y la independencia de los habitantes de esta antigua
población que supieron luchar contra las razas invasoras de su territorio
(romanos, godos y sarracenos) o bien el estallido de su orgullo al defender con
tanto heroísmo los privilegios que Alfonso VIII les concedió por su famosa
Carta Puebla, privilegios que los Duques, sus Señores, pretendieron
arrebatarles poniendo cerco a la ciudad y asediándola sin tregua ni descanso,
hasta rendirla por hambre el año 1450”. Y dos más: el deseo de independencia de la raza hispana y,
finalmente, recordar la lucha por sus fueros frente a la familia Velasco.
“Esta
ilustre y famosa población castellana que en los primeros años del cristianismo
contaba con once mil habitantes, según afirma Argaiz, hoy se halla reducida a
un modesto censo que no pasa de mil trescientas almas. Pero entonces como ahora
podía hacer alarde de su posición estratégica y pintoresca y de su formidable
castillo, colocado como guarida de aves carniceras sobre la roca abrupta y
colosal que le sirve de asiento”.
Esa cifra de 11.000 residentes según el fantasioso Argaiz…
Bibliografía:
“Memorias
Históricas de Burgos y su provincia”. Isidro Gil Gavilondo.
“Valpuesta
y Berberana. El Valle de Tobalina. Medina de Pomar y sus aldeas. San Zadornil y
sus aldeas. Villalba de Losa y su vez. Frías y sus arrabales”. María del Carmen
Arribas Magro.