Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 7 de diciembre de 2025

Isidro escribe sobre Frías.

 
 
Ya que estamos en estos días libres de las fiestas de la Constitución y de la Inmaculada Concepción que, enlazados con algún otro, nos permite hacer turismo más o menos cercano. Para aquellos que no podamos desplazarnos recurriremos a los libros. A aquellos vetustos libros de viajes. En nuestro caso seguiremos, nuevamente, a Isidro Gil Gavilondo y su obra “Memorias Históricas de Burgos y su provincia” para que nos cuente cosas de Las Merindades.
 
Isidro Gil, aunque nació en Azcoitia (Guipúzcoa) en 1843, fue llevado a Burgos siendo niño y allí pasó su vida adulta hasta su muerte en 1917. Le recordamos como pintor, dibujante, ilustrador, historiador, abogado, escritor y fue uno de los principales exponentes de la pintura burgalesa del siglo XIX.

 
Y, en ese libro, habló de Frías. Y de su castillo. Y lo comentamos.
 
“Al extremo del risueño y florido valle de Tobalina, cercado de montañas que parecen resguardarle de todo peligro, se halla la ciudad de Frías que dista once leguas de la capital de la provincia. Enclavada en el partido de Briviesca, a la margen derecha del Ebro y sobre una escarpada roca que alcanza una elevación de doscientos metros, llama la atención por su pintoresco emplazamiento entre montes accidentados y agrestes serranías que forman parte de la cordillera de Pancorvo”. Vamos por parte: lo primero indicaremos en kilómetros la distancia a la capital de la provincia que son hoy unos 75 km; y lo segundo es que ya no está en el partido judicial de Briviesca sino en el de Villarcayo. Y, ahora, Pancorbo es con “B”.
 
“El origen de la ciudad de Frías se pierde entre las nebulosidades de la historia. Dícese de ella lo que se repite de la mayor parte de los antiguos pueblos de la península: que los fenicios sentaron sus reales sobre esta comarca; que fue dominada y protegida de los romanos llegando a la categoría de Municipio; que más tarde los pueblos bárbaros (suevos, vándalos y alanos) la destruyeron y arrasaron, y que los cántabros, feroces e inquietos, persiguieron a los godos y les derrotaron muchas veces en estas sierras de Frías; y luego los árabes, nuevos invasores que se extendieron por toda España en pocos años, se apoderaron de estas alturas estratégicas, aprovecharon los restos de sus fortificaciones, las reedificaron otra vez y se hicieron dueños y señores de la antigua población para defender el paso del Ebro, sobre cuyo río hallaron un gran puente, construido por aquellos soberbios guerreros, hijos de Rómulo y Remo, y conquistadores del mundo entero”. ¿Fenicios? Ni en sueños. Esos descartados de base. Que hubiese un castro en esta meseta no es del todo descartable y que este evolucionase a población romana, tampoco. Ni afirmarlo. La primera referencia a Frías es del 867 d.C. y suponemos que sería un poblado fortificado en el alto. Sobre los árabes mejor no decir nada porque no hay constancia de su asentamiento prolongado a este lado del Duero. Forzando la maquinaria podríamos pensar en unas familias bereberes y algunos conversos, pero durante los pocos años previos a la revuelta bereber contra los árabes de la bética.

 
“Abundando en estas ideas, hay historiadores que consideran a Tubal y Tarsis como los primeros pobladores de esta tierra española, y Mariana, el Padre Isla y Argaiz, entre otros varios, opinan que el quinto nieto de Noé estableció aquí sus colonias. En tal concepto Argaiz en su “Población eclesiástica de España”, tomo primero, y en su “Soledad laureada”, siguiendo al arcipreste Juliano, hace descender a los fundadores del valle de Tobalina de los nietos de Tubal, en memoria del cual dieron este nombre a todo el valle. Así lo afirma el autor de una curiosa “Historia de la ciudad de Frías” que oculta su nombre y apellidos bajo estas iniciales D. C. Q, N. impresa en Vitoria el año 1887. También afirma que los romanos pudieron denominar a este valle con el nombre actual, porque las dos voces “loba et ligna” son latinas y aluden a las grandes canteras de esta clase de piedra que hallaron en el país y a la multitud variada de árboles de que estaba poblado, que en plural se dice “ligna” en el idioma de Lacio. Por último, el historiador Argaiz antes citado dice, que en Tobalina hubo dos ciudades Helina y Frigia, y que esta última fue la actual Frías”. Les resumo: no se crean nada de este párrafo.
 
“Pero sean o no exactas estas etimologías, es sabido que en su marcha por la península ibérica las huestes de Cesar Augusto y de Marco Agripa contra los Vasco-Cántabros, valientes e indomables, hubieron de fortificar a Frías, aprovechando lo inexpugnable de su posición, como barrera natural contra aquellos indómitos y bravos íberos, en la misma forma que fortificaron y elevaron castillos sobre la cordillera de Pancorvo para cerrar el paso a las llanuras castellanas que desde allí se extienden sin estorbos ocupando gran parte de la nación”. ¿De verdad? No. La exaltación de los vascos y Cántabros, uniéndoles de forma equivocada, bebe de las corrientes historiográficas decimonónicas que les exaltaban como esencia de los españoles.

 
“La invasión de los godos no dejó huella sobre Frías, pero los historiadores antiguos, como el citado Argaiz, señalan el martirio que sufrió en dicha ciudad el Obispo San Leandro y el presbítero San Esteban. Así mismo también la muerte en Roma de San Panamitano, obispo de Frías, año 593, y con tal motivo el anónimo historiador local, antes mencionado, enumera hasta once obispos de la ciudad, asegurando que Frías fue uno de los primeros pueblos de España en que se predicó el Evangelio. En aquellos tiempos de guerra y de conquista, se estimaba más una fuerte posición y un castillo roquero que todas las demás ventajas de clima, de producción y de feracidad; de este modo Frías, por la roca abrupta en que se asienta y por su posición avanzada sobre el Ebro, fue codiciada por los fenicios, por los romanos, por los bárbaros del Norte y por los árabes después”. Sin comentarios serios. Un desbarre, si me permiten decirlo. Aunque Argaiz también tiene aciertos.
 
“No se tiene noticia precisa de la fecha en que la ciudad de Frías fue ocupada por los árabes, pero en los documentos del archivo municipal y en los pergaminos borrosos que conserva su iglesia parroquial consta, que D. Alfonso I, el Católico, expugnó su castillo apoderándose de la plaza y arrojando de ella a los sarracenos, confirmándose este acontecimiento en las resoluciones recaídas en épocas posteriores al fallar ciertos pleitos que la iglesia sostuvo con otras parroquias vecinas, cuyos fallos favorables al Cabildo de Frías, firmaba el Obispo D. Mauricio en 1235 y los sucesores de este famoso prelado, D. Juan y D. Gonzalo, Obispos todos de la catedral de Burgos”. Alfonso I de Asturias fue rey entre 739 y 757 justo en la época de la retirada bereber por la guerra entre clanes islámicos de Al-Ándalus. Podría llegar a ser posible aunar la retirada de unos con la llegada del poder de los asturianos a esta comarca. Luego los relatos lo convertirían en una lucha liberadora.
 
“Es sabido que en el siglo XI Frías quedó arrasada, mas como entonces el reino de Castilla estaba libre de moros que habían establecido su frontera más allá del Duero, no puede menos de atribuirse tal desastre a las luchas fratricidas de castellanos y navarros. Con motivo de haber enfermado Don García, rey de Navarra, su hermano D. Fernando I de Castilla, olvidando sus fundados recelos y movido por los nobles impulsos de su corazón, marchó a Nájera para estrecharlos lazos de su cariño; pero las enemistades y aspiraciones rivales de ambos pueblos habían echado hondas raíces impidiendo toda concordia. D. García intentó apoderarse de la persona de D. Fernando para desmembrar su reino y engrandecer el propio, salvándole de aquel trance el noble D. Rodrigo Ortiz de Valderrama ayudado de sus hijos y las fuerzas de que disponía, llevando al monarca castellano a la fortificación de Frías, lugar que por su ya famoso castillo, se consideraba como asilo seguro mientras llegaban de Burgos fuerzas de su ejército que tornaron al rey a su antigua capital: Ortiz de Valderrama había nacido en Frías y conocedor del terreno más que otro alguno, no vaciló en conducir a D. Fernando al histórico castillo de su ciudad natal en aquella aventura extraña en que lucharon la deslealtad por una parte y la nobleza y fidelidad castellanas por otra, representadas éstas muy dignamente por Ortiz de Valderrama, a quien el rey concedió grandes honores y dignidades.
 
Estas luchas fratricidas, que duraron mucho tiempo, no tuvieron término hasta 1157, cuando D. Sancho el Deseado, heredó la corona de Castilla y con sus huestes y las de su hermano D. Fernando, rey de León, derrotaron a los navarros en Bañares. Mas para entonces había sido destruida la noble ciudad de Frías en venganza de haber sido amparadora de su legítimo monarca D. Fernando I. Arruinada y olvidada parecía la ciudad, pero uno de los primeros actos le Don Alfonso VIII, después de su larga minoría, fue la rehabilitación de Frías, llave de Vasconia y Cantabria, publicando una Carta Puebla, firmada en su alcázar de Burgos el año 1238. Por ella concedió a sus habitantes, tanto a los antiguos como a los que nuevamente la ocuparan, aunque fuesen extranjeros, el privilegio o fuero de franquicias, es decir, que ninguna autoridad pudiese exigirles, pechos, cargas o gabelas de clase alguna, en tanto grado y forma “(...) que si algún Sayón fuese á sacar algún tributo y para esto se propasase á allanar la casa de algún vecino, éste pueda resistirse y defender su casa hasta matar al Sayón, sin que por esto se crea que ha cometido un homicidio”. De esta manera y en distintas cláusulas concedía a los vecinos de la Cibdad, que no puedan ser demandados en justicia sino ante su misma villa y en la iglesia de San Vicente, ni se admitieran otros testigos que los vecinos del pueblo. Señalaba la jurisdicción de Frías hasta el fondo de Tobalina: desde Villafría hasta la piedra de Landa, y desde Monte-Cabezas hasta lo más alto de Cubilla, añadiendo después… “Dentro de cuyo término doy cuanto puedan encontrar que pertenezca a nuestra real persona, bien sean heredades, viñas, huertos, molinos, cañales, montes, &, &, &, de cuyos montes han de poder sacar toda clase de leñas y maderas para hogares y construcciones de todo género, pastos, hierbas o segarlas doquiera que las hallen”. Termina el documento de exención y franquicia con el siguiente privilegio general: “ítem, que cualquiera vecino que hubiese habitado un año y un día en esta villa de Frías no esté obligado a pagar portazgos, cárdenas, ni entradas, ni salidas por puertos de mar y tierra” (Historia de la ciudad de Frías, antes citada).

 
Por sostener sus amados fueros y franquicias entabló grandes litigios, aún después que fue la villa sometida al señorío de los Duques de Frías, contra los cuales protestó siempre airada la población, exhibiendo su Carta-Puebla y sus derechos de franquicia, pues en 1517 entabló pleito contra el Condestable D. Iñigo Fernández de Velasco, su propio señor, a la vez que demanda al Concejo de Burgos y al Real Monasterio de las Huelgas de dicha Ciudad. Al dejar la ciudad de Frías el carácter de realengo y tomar el de señorío, jamás se avino de buen grado; antes por el contrario, reclamó sus fueros y rechazó los derechos de castillería que imponían los alcaides de su fortaleza; y de tal manera se encresparon en estas mutuas demandas y tales eran el divorcio de ideas y sentimientos entre la villa sus señores, que estos tuvieron que hacerse respetar por la fuerza de las armas, poniendo cerco a la población el Conde de Haro D. Pedro Fernández de Velasco, y estrechando de tal modo el asedio, que obligó a sus propios súbditos a rendirse por hambre el viernes, 4 de Septiembre, del año 1450.
 
Este antagonismo podrá explicar, tal vez, que habiendo sido pródigos los duques y generosos donadores de sus riquezas en Burgos, en Briviesca y en Medina de Pomar, dejando recuerdos indelebles de su fastuosidad y erigiendo monumentos piadosos y fundaciones benéficas que asombran por su magnificencia y esplendor, se olvidaran de la ciudad que lleva por nombre el de su título nobiliario principal, porque en ella no edificaron ni fundaron nada, hasta el punto que los Duques de Frías y Condes de Haro no tenían otra propiedad que el Castillo y un molino harinero de poca monta que mandó derribar el mismo D. Pedro Fernández de Velasco, padre del primer Duque de Frías, para emplazar las máquinas de guerra durante el cerco de la vieja población del valle de Tobalina”. Todo este relato histórico es fruto de los estudios de finales del siglo XIX. Pero Isidro nos deja una perlita: el rechazo mutuo entre el duque de frías y los villanos que impulsaba al Velasco a no invertir en el lugar.
 
“Juzguemos, ahora, bajo su aspecto arqueológico, la importancia del Castillo y el Torreón magnífico erigido en el centro del puente que cruza el Ebro para mejor defensa de la histórica ciudad, torreón que en otro lugar de estas memorias hemos comparado como medio estratégico con los que se levantan a los dos extremos del puente de San Martín de Toledo y el que existe en el llamado de Alcántara de la misma capital, que sirven de entrada a la famosa ciudad de los Concilios. El autor de la “Historia de la ciudad de Frías”, supone gratuitamente que el puente a que nos referimos le construyeron los romanos en el período en que la península fue dominada por las legiones de Cesar Augusto. Le compara en ese concepto con los citados de Toledo, pero no se fija en su construcción, en la forma artística, en el trazado de sus líneas generales, que muchas veces equivalen, como datos de investigación histórica, a un documento fehaciente que nos hablara de la fecha y origen de la fundación de un monumento.


Los arcos del puente de Frías son ojivos o apuntados en su mayor parte y los romanos no conocieron el arco ojival, porque aquellos grandes constructores de la antigüedad solo trazaron el arco clásico, el arco de plena cimbra, en sus soberbias basílicas, termas, templos y circos; el que ellos mismos inventaron precisamente, porque las civilizaciones anteriores a la Roma pagana no conocieron otros elementos constructivos que la columna y el alquitrabe, pero no el arco y la bóveda invento especial de los arquitectos romanos, con cuya creación artística hicieron una verdadera revolución en el mundo, tan grande como la realizada por sus filósofos y jurisconsultos y por la fuerza de sus legiones y su genio militar en otros órdenes de ideas.
 
El puente de Frías no se remonta en la historia del arte más allá del siglo XIV, pertenece por lo tanto al segundo período gótico, y los arcos que le sostienen denuncian bien claramente su estilo constructivo: A mayor abundamiento, la torre defensiva es también otro testimonio justificativo de nuestra afirmación, porque toda su estructura lo revela y es hermana legítima de otros mil ejemplares que existen en toda fortificación de mediana importancia. La misma barbacana que tiene en lo más alto de sus paramentos sostenida por tres mensulones, es asimismo otra nota característica de las construcciones medioevales.
 
Al comparar el autor de la historia citada este puente de Frías con los de Toledo, olvida, repetimos, que los arcos ojivales nacieron con la arquitectura cristiana del siglo XIII, y luego predominaron en las dos centurias siguientes. Aquéllos del puente de Alcántara, de Toledo, son arcos grandiosos de medio punto, de trazado romano, pero los de San Martín, no son redondos sino ligeramente apuntados. Pero ni uno ni otro puente son de construcción romana; porque el llamado de Alcántara lo mandó elevar el gran Kagib Almanzor, cuyas órdenes ejecutó Alef, walí toledano, y quedó terminado el año 997 de la, era cristiana. Arruinado en parte por las avenidas fue reconstruido en 1258 durante el reinado de don Alfonso X, el sabio.
 
En cuanto al puente de San Martín, situado al otro extremo, aguas abajo del río, fue destruido por el fuego a mediados del siglo XIV y el famoso prelado D. Pedro Tenorio lo hizo reconstruir en 1390, haciendo nuevo el arco central y las dos torres defensivas que tiene en ambos extremos. De modo que ni el de Frías es romano, como queda demostrado, ni los de Toledo tampoco.

 
De todos modos, hemos querido dar alguna extensión a esta parte de nuestro trabajo, porque en toda la región de Castilla la Vieja no existe un monumento de su índole, ni de su mérito, ni de su valor, como tipo de la arquitectura militar de la edad media. Hemos dedicado, además, una hoja de nuestro álbum gráfico por considerarlo digno de figurar en la pequeña colección de las construcciones antiguas de carácter militar que existen en la provincia de Burgos”. Miren, estoy de acuerdo con Isidro en este párrafo. En este párrafo.
 
“Pero pasemos, si gustas, lector amigo, el consabido puente: atravesemos la bóveda del torreón del centro y comencemos la subida penosa, cada vez más áspera y agria, que nos conducirá a la cima de la roca que sirve de pedestal a la fortaleza y a la agrupación de edificios modestos que se extienden en torno de sus antiguas murallas. Llegaremos rendidos de fatiga a la meseta superior, porque la altanera majestad de la torre del homenaje de este soberbio Castillo, no permite que los curiosos se acerquen sin que rindan este tributo a la morada de los alcaides que los duques nombraban para el gobierno de su fortaleza.
 
Un viajero moderno que hizo esta ascensión, decía: “Todas las casas os contemplan como viejas curiosas, subáis por Poniente, subáis por Levante; y sobre todas ellas amenazándoos con el puño, os mira el imponente torreón del castillo, que, pese a su jactancia, solo espera el roce de la casualidad para venirse al suelo, aplastando media ciudad de Frías con su armadura. Terrible sería tal peligro para otra ciudad menos acostumbrada a los derrumbamientos; pero en Frías ¿quién velará insomne, temiendo que se caiga, algo, si al ruido del reloj se va cayendo todo? ...Hace tres o cuatro años, la torre de la iglesia, cansada de esperar la caída inevitable del torreón del castillo, dijo: “Pues allá voy yo” y cuando los habitantes de Frías volvieron de su asombro, lo que fue torre de su iglesia, era cantera desordenada. En la calle de Medina, que fue la principal de la Ciudad, y donde labraron sus moradas los hidalgos del valle de Tobalina, no queda ya más que un vecino. Tampoco van muchos años desde que cayó con gran estrépito buena parte de la roca en que se asienta el temeroso torreón, habitáculo de los Duques, y unas casas de la pendiente quedaron aplastadas bajo sus escombros”. El derrumbe de 1906 fue la causa de que la portada de esta iglesia acabase en el museo de claustros de Nueva York. Si se fijan en la torre del homenaje del castillo verán que ha perdido la mitad a causa de un derrumbe.

 
“Ciertamente que la idea de un hundimiento acude a la imaginación al contemplar de cerca el formidable Torreón, mal asentado en lo alto de la roca más enorme de aquel promontorio. El peñasco se halla hendido de alto a bajo, socaba do por desprendimientos recientes, y parece sostenerse por un verdadero milagro de equilibrio. Mirada la torre desde ciertos puntos de vista, bien por entre las estrechas y empinadas calles de la población, bien en terreno más despejado, pero siempre descollando sobre los tejados de las casas que todas aparecen menguadas en relación con la mole colosal del castillo, se presenta ante los ojos del observador desnivelada, fuera de la vertical, como si el terreno cediese por su base y quisiera volcar por la pendiente los altos muros y las torrecillas, y la gran atalaya cimera de aquella pesada masa de piedra.
 
Varios apuntes y dibujos acompañamos a esta imperfecta descripción, para que el lector juzgue mejor del efecto pictórico del conjunto. La ingente mole de la Torre y fortaleza, se levanta altanera y se destaca en el fondo trasparente del cielo, luciendo su bella y accidentada silueta con su altísima ventana defendida por hermosa reja de hierro. El torreón es de planta cuadrada y de forma bastante irregular, como figura obligada por las desigualdades del terreno, pues desde la elevación máxima de la roca por uno de los lados, hasta la base de cimentación de la torre por el lado opuesto, hay algunos metros de desnivel. En la fachada que mira a la plaza de armas del castillo, que es grande y capaz de contener una guarnición respetable, flanquean los ángulos de aquella torre, dos garitones o ligeras torrecillas, que faltando a las reglas usuales de construcción de la época no se repiten en el lado contrario dando al conjunto un aspecto de obra sin terminar o sin la debida harmonía, que sorprende y no se explica en una construcción militar del siglo XIV, época a la que, a nuestro juicio, pertenece el castillo, o en la que fue restaurada esa parte de la fortaleza.
 
Por lo demás, las torres circulares y de planta cuadrada, que cortan de trecho en trecho las cortinas de sus murallas, tienen también iguales caracteres de época. Las puertas y ventanas reúnen asimismo los detalles de esta clase de monumentos y hasta las almenas son de las que comúnmente se observan en estas construcciones. Los signos lapidarios que hemos recogido, no ofrecen tampoco novedad alguna digna de notarse, son como tantos otros de los que abundan en edificios de carácter románico y en los del periodo ojival de las tres centurias siguientes.

 
Cada día se desfigura la fortaleza por su propio abandono. Hoy sirve de solaz a la gente joven, allá en la alta meseta de la plaza de armas, donde se reúne, charla y juega a los bolos tranquilamente. Durante la famosa y típica Fiesta de la bandera, que recuerda tradiciones y leyendas guerreras, cuyo origen no se define ni concreta, pero que viene repitiéndose todos los años a través de muchas centurias, el Castillo se anima, la muchedumbre ocupa e invade murallas y almenas para gozar desde allí la extraña, y misteriosa fiesta de la que daremos breve idea a continuación”. Evidentemente, actualmente se ha consolidado la estructura. Siempre y cuando no se derrumbe la peña.
 
“Se celebra anualmente el día de San Juan; pero sus preparativos dan comienzo la víspera, precisamente, el día 23 de junio por la tarde. El Ayuntamiento asiste en corporación al templo parroquial y pasa después a la Casa Consistorial donde a propuesta, del Procurador Síndico se elige el Capitán, héroe de la fiesta, que ha de llevar la bandera, símbolo de ignoradas victorias, debiendo reunir el portador de esa enseña las circunstancias de ser joven, fuerte de complexión y de agraciadas facciones. Hecha esta designación y después de celebrar el nombramiento con un refresco que disfrutan los presentes, recorren procesionalmente todo el pueblo, sin olvidar el barrio de San Vítores, precedidos de los dulzaineros y de grandes tambores, y seguidos de una multitud de hombres, mujeres y niños, que en son de algazara lanzan gritos de entusiasmo porque ya tienen jefe militar, un capitán intrépido, que sabrá llevarlos a la victoria. El acto termina en la plaza pública donde se organiza un animado baile que dura muchas horas, como preludio de las fiestas que han de continuar al siguiente día.
 
En la madrugada de San Juan la música y las dulzainas anuncian la alborada y a las seis se celebra la misa de la bandera, pasando después las autoridades, el Municipio y sus dependientes a la casa del pueblo, llevando en lugar preferente al Capitán vestido ya de gran uniforme, algo fantástico, pero vistoso y deslumbrador. Servido un frugal desayuno, el Capitán toma de manos de un alguacil la bandera, de rica tela y de muchos y variados colores, que poco antes flotaba movida por el aire en el centro del balcón de la Casa Consistorial. Llévala triunfalmente el simbólico Jefe militar y en torno suyo, como homenaje a la enseña guerrera, se agrupan las autoridades eclesiásticas y civiles, multitud de jinetes que llevan escopetas y fusiles, jóvenes que cantan himnos patrióticos y cuyas voces se confunden con los disparos de las armas de fuego, con el agudo sonido discordante de las dulzainas, con el menos enojo de algunos instrumentos músicos, con los atabales o cajas que rompen la marcha y el sonido ensordecedor de vivas y gritos mezclados todos con el clamoreo de las campanas echadas a vuelo. De esta forma bajan al campo, en donde reposan breves momentos, y el pueblo parece esperar alguna sorpresa, tal es el silencio que se hace en torno del Capitán y la expectación de todos los grupos que no cesan de mirarle. De pronto levanta su voz y a una orden suya, todos los muchachos del pueblo que esperaban esta consigna, se lanzan dando gritos a los árboles frutales y a las tierras sembradas de habas, seguros de que en aquella ocasión no han de ser castigados, si bien los propietarios de los huertos pueden defender su fruto sin molestar a los chicuelos, lo cual origina carreras y episodios cómicos que aumentan la algazara y la alegría general.

 
Después, avanza la comitiva al atrio de lo que fue parroquia de Nuestra Señora del Puente y el Capitán evoluciona con la bandera, abatiéndola unas veces, elevándola otras sobre las cabezas de los grupos, haciendo tres cruces en el aire y ondeando los pliegues del estandarte con garbo y desenvoltura. Los tambores tocan marcha de ataque, las dulzainas tratan de imitarles con sus sonidos chillones y resuenan gritos de entusiasmo y vítores cuando el Capitán se quita el sombrero y saluda a la multitud, la cual corresponde a su cortesía con el grito de ¡Viva nuestro Capitán! En este momento el sacerdote reza el responso, cambiando en escena patética y grave, lo que antes era de entusiasmo y gloria ante el recuerdo de victorias desconocidas y misteriosas que nadie sabría definir.
 
El episodio anterior se repite más arriba, en la Ciudad, en el sitio mismo en que estuvo emplazada la iglesia de San Juan, y otra vez un sacerdote reza de nuevo por los fallecidos en las campañas. ¿Pero cuándo murieron esos héroes anónimos? No lo preguntéis porque no os sabrán contestar; pero tened por seguro que aquellos combates fueron gloriosos para la vieja ciudad de Frías.
 
De nuevo comienzan los cánticos de alegría y de triunfo, oyéndose repetidas veces el siguiente estribillo que el pueblo en masa, corea con entusiasmo.
 
El Señor San Juan
Capitán Mayor
Lleva la bandera,
De Nuestro Señor
 
Se canta después la misa mayor, solemne y severa, en la parroquia de la Ciudad, y por la tarde continúa la, animación y la fiesta popular con el indispensable baile que el Capitán inicia tomando del brazo a la dama que mereció ser elegida y que es llevada a la plaza pública acompañada por escogida comitiva de honor a una orden del Jefe superior que todo lo dispone en tan solemne día, prolongándose luego tan alborozada manifestación hasta las once de la noche. Quizá esta antigua costumbre sea un vago remedo, desfigurado por el transcurso de los siglos, de las ceremonias paganas con que los romanos celebraban el Solsticio de verano, precisamente el 24 de junio de cada año. No hay que olvidar que algunos historiadores antiguos afirman que Frías fue municipio romano, y bien pudiera encontrarse el origen de tan singular fiesta en los holocaustos y ofrendas que se hacían a la Diosa Ceres, hija de Saturno y Cibeles, que enseñó la agricultura a los hombres y fue siempre protectora de la madre tierra en su alto concepto de creadora de los frutos que sirven de alimento a la humanidad”. Dará a lo largo de este texto varias explicaciones sobre la Fiesta del Capitán. En este caso nos habla de un culto romano. En esta bitácora analizamos esa fiesta hace unos años ya: "¿Saben, de verdad, qué se celebra en la fiesta del Capitán?"


“La intervención directa del clero en la tradicional fiesta de San Juan, acaso tenga otro fundamento. Posible es que naciera ante el recuerdo de las bárbaras creencias de los primeros pobladores de la península Ibérica frente a las doctrinas del evangelio que más tarde fueron haciendo su camino y conquistando las conciencias lentamente. El carácter militar y guerrero que todavía conserva esta simbólica ceremonia, con su Jefe a la cabeza dispuesto a guiar como caudillo a todo un pueblo que espera conseguir la victoria, podrá aludir, quizá, a la historia misma de la ciudad cuyo origen se pierde en la más remota antigüedad y a la enseña del Crucificado que logró el anhelado triunfo contra las sombras de la idolatría, allá en los obscuros orígenes de esta nobilísima ciudad de Frías”. Otra teoría: el bizarro carácter hispano que demanda y recuerda la guerra. Tampoco nos olvidemos de presentar la fiesta como la lucha entre las “bárbaras creencias de los primeros pobladores” derrotadas por Cristo.
 
“Pero sin remontarnos tan lejos es probable también que la Fiesta de la bandera conmemore el valor y la independencia de los habitantes de esta antigua población que supieron luchar contra las razas invasoras de su territorio (romanos, godos y sarracenos) o bien el estallido de su orgullo al defender con tanto heroísmo los privilegios que Alfonso VIII les concedió por su famosa Carta Puebla, privilegios que los Duques, sus Señores, pretendieron arrebatarles poniendo cerco a la ciudad y asediándola sin tregua ni descanso, hasta rendirla por hambre el año 1450”. Y dos más: el deseo de independencia de la raza hispana y, finalmente, recordar la lucha por sus fueros frente a la familia Velasco.

 
“Esta ilustre y famosa población castellana que en los primeros años del cristianismo contaba con once mil habitantes, según afirma Argaiz, hoy se halla reducida a un modesto censo que no pasa de mil trescientas almas. Pero entonces como ahora podía hacer alarde de su posición estratégica y pintoresca y de su formidable castillo, colocado como guarida de aves carniceras sobre la roca abrupta y colosal que le sirve de asiento”. Esa cifra de 11.000 residentes según el fantasioso Argaiz…
  
 
Bibliografía:
 
“Memorias Históricas de Burgos y su provincia”. Isidro Gil Gavilondo.
“Valpuesta y Berberana. El Valle de Tobalina. Medina de Pomar y sus aldeas. San Zadornil y sus aldeas. Villalba de Losa y su vez. Frías y sus arrabales”. María del Carmen Arribas Magro.
 

domingo, 30 de noviembre de 2025

Cuando Montserrat tomó Montecillo y otras historias.

 
Resulta un tosco juego de palabras que mont Serrat (monte aserrado) tomase montecillo (monte pequeño) pero, casi, resultaba inevitable. Otro título que he barajado es “Montserrat a Caballo”. Pero lo importante es que esta entrada explicará la presencia de una réplica de la Virgen de Montserrat en Espinosa de los Monteros.

 
Viajemos al fracasado golpe de estado del 18 de julio que derivó en la guerra civil de 1936-1939. Los diferentes partidos políticos, de ambos lados, llamaron a la lucha a sus militantes. En el lado nacionalista, Falange movilizó a unos 200.000 hombres y los carlistas, o requetés, a unos 60.000. Ambos grupos los encuadraron en unidades propias. Los primeros organizaron 116 banderas y los segundos 35 tercios que, aproximadamente, equivalían a un batallón. Entre estos últimos se conoce el único tercio formado por catalanes: el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat. Pero no hablaremos de carlistas catalanes, que parece un oxímoron, sino de falangistas catalanes.
 
La mayor parte de los catalanes que lograron salir de Cataluña durante los primeros meses de la guerra por mar o, posteriormente, a través de los Pirineos o de deserciones, acabaron estableciéndose en la España “nacional”. No se quedaron en Francia, por decir algo. Y la capital rebelde era Burgos. Por ello, nuestros protagonistas del día han sido denominados “catalanes de Burgos”, si bien la mayor parte de ellos se establecieron en San Sebastián, Zaragoza, Sevilla o Palma. Eran católicos y conservadores y colaboraron en el esfuerzo de guerra ocupando cargos en la administración, creando negocios o encuadrándose en el ejército y, como hemos dicho, en las milicias de Falange o Carlistas.

 
La Primera Centuria Catalana “Virgen de Montserrat” se formó en Burgos con falangistas catalanes huidos de la zona republicana en agosto de 1936. Tras una instrucción básica partieron hacia el frente de Espinosa de los Monteros el 5 de octubre de 1936. Eran 118 hombres. Estaban a las órdenes del capitán Santiago Martín Busutil -en otras fuentes lo dejan en teniente de complemento en esas fechas-. Como capitán instructor, contaban con el aventurero y antiguo capitán de la caballería finlandesa Carl Von Haartman. El mando político lo llevaba Antonio Geis.
 
Santiago Martín Busutil fue uno de los primeros nacionalsindicalistas de Cataluña. Fue comerciante textil (“Almacenes Busutil” de Barcelona). Junto con José María Poblador fundan las JONS en la capital catalana y en el momento de la expulsión o escisión de Ramiro Ledesma tras la unión con Falange, sin dudarlo, siguieron a su antiguo jefe.

 
Estas JONS minoritarias se reunificarán empujadas por la violencia de la primavera de 1936 y por la ayuda de Manuel Hedilla (que actuaba como inspector nacional nombrado directamente por José Antonio). Junto a las milicias de Primera Línea (centurias Roja, Amarilla y Azul y Escuadras Negras) y el sector que sigue al jefe territorial Roberto Bassas se centrarán en el golpe de estado. Aunque ni siquiera en ese momento actúan unidos, por lo que el consejero nacional Luis Santamarina, el 19 de julio, asume el mando de la Falange sublevada y nombra a José María Poblador y a Santiago Martín Busutil (que era teniente de Complemento), como jefes militares de los voluntarios falangistas. Evidentemente salió mal el golpe en Barcelona y Martín Busutil logra escapar de las detenciones.
 
Después de mil peripecias llega a Burgos, donde fundó y comandó la centuria de la que hablamos y a la que se unen los pocos falangistas catalanes que se encontraban en la zona. Santiago ascendió a capitán por méritos de guerra, pero en el ataque a la cota 921 de la localidad de Ahedo de las Pueblas, morirá.

 
Pero no nos adelantemos y describamos el tablero de juego. La línea del frente iba desde La Herbosilla, Los Campos (en el lugar donde hoy hay unos chalets adosados), el alto de Los Laos, Quintana de los Prados (cuesta de la Cabra), Loma de Montija y El Crucero.
 
El 10 de octubre de 1936, cinco días después de llegar, la Centuria Catalana inició su actividad bélica en un contraataque desde Quintana de los Prados ocupando el pueblo de Montecillo de Montija. Actuaron como respuesta al intento republicano de romper el frente en el sector de Loma de Montija. Al día siguiente instalaron allí su cuartel general. Quizá después de esta acción se suavizó un poco el disgusto local porque hablasen en catalán. Esa afirmación de rechazo a lo catalán procede de wiki.vilaveb.cat, para que saquen sus propias conclusiones. De hecho, confunden la Centuria Catalana con el Tercio de Requetés “Virgen de Montserrat”. Cosas de que ambas milicias se llamasen igual. En fin…

 
El 8 de noviembre ocuparon la estratégica posición de La Herbosa. Con ellos se estaban las Centurias burgalesas decimotercera y decimoséptima. Por esta acción se cantó la siguiente coplilla:
 
“La centuria diecisiete
la trece y la Catalana
hemos tomado La Herbosa
a bayoneta calada”.
 
Con esta acción aliviaron la presión republicana sobre Espinosa, si bien esa cota sería recuperada por los republícanos el 31 de diciembre. También tuvo una destacada participación en los ataques republicanos de los días 21 de noviembre y 6 de diciembre. En los partes oficiales figura que rechazaron y causaron grandes pérdidas al enemigo incluyendo la destrucción de dos tanques apoderándose también de ametralladoras y morteros, sufriendo a su vez diecisiete muertos en la posición del Caballo y cincuenta heridos.

 
Pero detengámonos un poco más en esta última acción. A primeros de diciembre de 1936, las fuerzas republicanas iniciaban una ofensiva en el frente de Espinosa de los Monteros. Por el Norte avanzaban tomando el Alto de los Mostajos en el Costal y la cota de Picón Blanco, mientras por el Este intentaban avanzar sobre Quintana de los Prados. En mitad de estos avances, en el sector denominado El Caballo, se encontraban las tropas de la Centuria Catalana que se vieron sorprendidas por las milicias republicanas en la madrugada del 6 de diciembre, sufriendo numerosas bajas.
 
Sobre este combate tenemos varias versiones. Así en el periódico falangista “Destino”, en una crónica que rezuma patrioterismo, relata: “Cuartel de la centuria catalana de Falange “Virgen de Montserrat”.— Son las diez y media de la noche. La centuria se dispone a descansar. Se comentan, en voz baja, las últimas novedades; hay optimismo y alegría general. A las once .y media, el silencio es absoluto; solamente es interrumpido por algunos ronquidos que bastarían por si solos para desvelar a toda la centuria; pero el cansancio es tan grande que ni los mismos cañones conseguirían despertar a estos bravos luchadores.

 
Sin embargo, poco después el sueño apacible es roto por fuertes golpes dados en la puerta. Más lejos se oían las cornetas tocando generala, y aquellos hombres a quienes no habría nada interrumpido, se despiertan, al oír las cornetas. Es la llamada a formar. El enemigo ataca y todos acuden solícitos inmediatamente. Se oyen voces autoritarias mandando formar con armas, rápidamente y por escuadras, llevando la dotación completa. En un momento todo el mundo está en su puesto. El jefe exclama: ¡Treinta voluntarios, que salgan inmediatamente! Todos levantan el brazo al estilo romano. Esto ocurre siempre que se piden voluntarios.
 
El oficial vuelve a ordenar que salgan los treinta primeros de la segunda Falange, con alegría y emoción por los que parten y envidia por los que quedan. Más tarde se oye un fuerte tiroteo. Son los nuestros que han salido al encuentro del enemigo. Este ataca de sorpresa, pero en cuanto se convence de que todas las previsiones están tomadas, abandona la lucha. Sabe el peligro que corre si presenta batalla.

 
Nueva orden de Comandancia: “Que descanse lodo el mundo con las cartucheras puestas y el fusil al lado”. Desencanto general en la Centuria: “estos rojos han huido como de costumbre sin que hayamos podido, dar cuenta de ellos”... Tres y media de la madrugada, Comandancia vuelve a ordenar “a formar y salir inmediatamente. Se forma en un dormitorio y se ordena “firmes”. El Capitán agregado a la Centuria manifiesta que, antes de salir, el Padre de la misma les dirigirá la palabra. Este, con voz paternal, pero segura, dice: “Esta vez vuestros deseos no serán frustrados. Vais a entrar en combate y a luchar en defensa de Dios y de la Patria y si alguno pierde la vida, será para comenzar otra eterna de felicidad. No olvidéis ésta y prepararos, pues, como cristianos, arrepentiros de todo corazón de vuestras culpas y rezad conmigo un Acto de Contrición... Seguidamente, en medio de respetuoso silencio, el Padre da la absolución. ¡Hermoso contraste, la sencillez de la escena con la grandiosidad del acto!”.
 
Ahora sale ya la Centuria hacia el campo de batalla con el corazón henchido de Fe y entusiasmo patriótico; ¡con estos ideales son invencibles!... Van carretera adelante; pasan la última guardia del pueblo; con ellos forman también otras fuerzas de la Guardia Civil y algunas compañías de otros regimientos. De pronto dejan la carretera y comienzan a subir monte traviesa (Sic); el entusiasmo crece hasta el límite, ahora ya saben a dónde van. Se trata de asaltar los parapetos que tienen los rojos, magníficamente situados en lo alto de “La Herbosa”, a 1.200 metros de altitud. La ascensión lenta pero continuada se hace sin desmayos, comienza a amanecer y se acelera la marcha; aparece el sol, y se inicia el ataque, como reza el Himno de Falange, “Cara al sol con la camisa nueva”.


A los catalanes se les reserva el honor de formar la vanguardia. Se ordena desplegar en guerrilla preparados para el asalto y se da la orden de “Avance”. Quedan pocos metros para ser descubiertos por el enemigo y se adelanta precipitadamente; todos quieren ser los primeros. Los jefes tienen que ordenar calma. Suena la primera descarga; el enemigo los ha descubierto; la lucha está entablada. Hay que avanzar completamente al descubierto unos 300 metros hasta llegar a los primeros parapetos del enemigo. Éste, estratégicamente atrincherado, hace descargas cerradas, pero lodo es inútil; a los catalanes ya no les detiene nada; en medio de una lluvia de balas avanzan ahora en carrera desenfrenada hacia la victoria o la muerte, que es en este caso vida eterna. Cae uno de ellos atravesado por tres balazos; ¡no importa!, ¡adelante siempre! Al caer aún le quedan fuerzas para gritar ¡Arriba España! (Tomad nota funestísimo Cambó, a pesar del veneno que habéis infiltrado al noble pueblo de Cataluña, no grita el egoísta “¡Visça Catalunya” sino el ¡Viva España! amplio y generoso en el que va incluida Cataluña y Castilla y Navarra y todas las regiones de España).
 
Algunos comienzan a cantar el Himno de Falange, se baten también heroicamente; ¡no en balde los anima a todos el mismo espíritu patriótico! El Sacerdote y el Médico de la Centuria acuden solícitos a donde ven un caído, con riesgo evidente de sus vidas. Los rojos estupefactos se convencen que estos catalanes no son los del 6 de octubre y de que todos los que no caigan seguirán avanzando hasta echarlos de sus guaridas, exponiéndose a una muerte cierta; ¡demasiado sacrificio para quienes combaten sin ideales! Prefieren dejar la lucha, y así lo hacen abandonando precipitadamente las trincheras y por tanto la situación estratégica que les había encomendado Moscú para su defensa. Algunos catalanes han calado ya la bayoneta y en medio de gritos patrióticos de ¡Arriba España!, ¡Viva el Ejército! y ¡Adelante Falange! son asaltados y conquistados para España todos los parapetos. El primer catalán, que ha sido el primer español que ha saltado a ellos, clava la bandera de España. Será éste un símbolo de la Nueva España. ¡Los catalanes poniendo la bandera española en tierras de Castilla!

 
El entusiasmo es indescriptible; los vivas se repiten sin cesar; los jefes y oficiales tienen que hacer esfuerzos inauditos para detener a estos falangistas entusiastas que quieren perseguir a los rojos hasta aniquilarlos a todos. ¡A Santander gritan muchos!, pero la orden, como militar, es terminante; “una vez conseguido el objetivo conservar la posición”. El botín que se les coge es abundante; cinco magnificas tiendas de campaña, 200 mantas, varias cajas de bombas de mano y de municiones, un fusil ametrallador, etc., etc. Al cabo de tres horas llegan fuerzas de Espinosa para relevar a los que han efectuado el asalto. Estas descienden pletóricas de entusiasmo. Los catalanes, entre otros trofeos, bajan la bandera roja arrancada a los marxistas de su propia guarida. Al llegar a Espinosa todo el pueblo les saluda emocionado (…)”.
 
(…) La Centuria regresa a su Cuartel. Llega de Comandancia el oficial agregado a la misma y previa la orden de “firmes” manifiesta: “Os traigo la felicitación entusiástica del Mando y la mía propia. No es posible luchar con mayor bravura y heroísmo que lo habéis hecho vosotros. Ya en el combate de Quintana os distinguisteis luchando heroicamente, valiéndoos entonces la felicitación efusiva del jefe de las fuerzas de este frente, pero esta vez os habéis superado; ni el Tercio hubiese podido aventajaros. ¡Arriba España!”. Este relato lo firmó Ignacio Llobet que era un miembro de esta centuria y que no sobrevivirá a la guerra.

 
Esta escaramuza también era relatada, doce años después, por R. de la Serna que fue integrante de la Centuria Montañesa. No de la catalana. Y la distancia en el tiempo y no ser de la misma unidad se notó. Este falangista relataba en una revista católica catalana que “ (…) el cinco de diciembre, bien de mañana se vio desde las posiciones ocupadas por la “Virgen de Montserrat” destacarse de las enemigas un nutrido grupo de milicianos. Avanzó lentamente, bandera blanca desplegada en cabeza, cruzando con bastantes dificultades la inmensa sábana blanca que cubría con una capa de más de veinte centímetros de nieve toda la tierra hasta el horizonte, piadoso sudario que pasadas no muchas horas había de amparar tantos cadáveres. Pedían parlamento. Y se parlamentó. En una barrancada intermedia los nacionales se informaron de que al día siguiente se pasarían a sus filas para luchar al lado de Franco la mayor parte de las fuerzas defensoras de La Herbosa.
 
Con las primeras luces del seis de diciembre de hace doce años, fecha de la heroica gesta, comenzaron a abandonar sus trincheras las fuerzas adversarias, llevando en cabeza como el día anterior una bandera blanca desplegada. En aquellos momentos montaban guardia en la posición nacional treinta hombres, diez en cada parapeto. El resto de la Centuria descansaba en su cuartel de Espinosa. Los catalanes, confiados en las negociaciones de la víspera, dejaron avanzar al enemigo, pero cuando éste se encontraba a muy escasos metros de las alambradas españolas abrió nutridísimo fuego, y se desplegó en franco ataque. ¡Procedimientos muy marxistas! La reacción no se hizo esperar e inmediatamente los treinta falangistas, al grito de ¡Arriba España! iniciaron el contraataque contra fuerzas cien veces, mil veces, mayores.

 
Los camaradas de “la Catalana”, que se encontraban en Espinosa, al oír el nutridísimo fuego, y comprender que sus compañeros corrían un grave peligro, sin recibir órdenes de nadie, cada uno por su propia iniciativa, se lanzaron Caballo arriba, en auxilio de los que se defendían bravamente. A esta heroica resistencia que en los primeros momentos ofrecieron los treinta falangistas de guardia, y al refuerzo prestado tan rápida como oportunamente por sus camaradas, se debió el que quedara frustrado el plan “sorpresa”, pues dieron tiempo a que se organizara en debida forma el contraataque. Después de un serio combate los atacantes se retiraron a las nueve de la mañana, dejando la nieve sembrada de cadáveres”.
 
“(…) La unidad quedó momentáneamente deshecha. El sesenta por ciento de sus elementos había caído con alegría y ardor por Dios y por España... Diez muertos y más de cuarenta heridos fue el elocuente balance”. Como vemos de esta parte no nos cuenta nada el anterior “plumilla” Llobet.
 
Una tercera versión la publicó “Destino” unas semanas después de la anterior y que comenta, también, ese raro asunto de la bandera blanca el día 6 de diciembre de 1936. A su manera, claro: “Nos despierta un tiroteo intensísimo, muy cercano. Conviene prepararse a toda prisa, sin esperar órdenes. Los tiros se van acercando, suenan por el Alto del Caballo, una de las posiciones nuestras, clave de Espinosa, que la Centuria conoce perfectamente por las innumerables guardias que hiciera en sus parapetos. Todavía no se ha dado la alarma en el pueblo. Pero se comprende en seguida que el peligro es inminente. Además, 18 Camaradas nuestros están de guardia en la posición, juntos con 22 soldados de Infantería. Son las siete de la mañana. Todos rivalizan en vestirse rápidamente. De pronto un enlace llega corriendo de Comandancia, con la orden de formar. El ruido de la batalla continúa intenso. Entra en acción nuestra batería, pero no vemos aún a donde dirige sus disparos.

 
Nueva orden de Comandancia: que 50 hombres suban inmediatamente al “Caballo”. Aprisa por la empinada pendiente, subimos los 60 primeros. En la cuesta empiezan a silbar las balas. Desde la posición, ya cercana, bajan los primeros heridos; dos muchachos de los nuestros. De paso, un saludo, un voto. Y adelante. Al llegar a la posición, la primera noticia, de lo ocurrido, pera vaga, sin detalles. Los parapetos más avanzados han caído en manos del enemigo. Hay que reconquistarlos, sin perder tiempo. El tiroteo no cesa ni un solo minuto. Parece que los marxistas han atacado por sorpresa que su número es muy superior al nuestro.
 
Se despliega en guerrilla, y seguimos avanzando hacia los parapetos perdidos. Sin parar, adelante, por la ladera desierta cubierta de brezo y encharcada por la llovizna. De pronto, a pocos metros, aparece una guerrilla enemiga. Son muchos, 100, 200 tal vez. Han rebasado la línea de nuestros parapetos y van bajando. Al vernos, cesa por un momento, el tiroteo. Titubean, como si no supieran lo que han de hacer. En los parapetos en su poder aparece una bandera blanca. Van a rendirse. Los invitamos a tirar las armas, a entregarse. Uno de los nuestros quiere adelantarse a parlamentar con ellos, noblemente, sin arma en la mano, Desoyendo nuestros consejos, avanza unos pasos, confiado en una nobleza que el enemigo nunca tuvo, desde que empezó la guerra. Se enfrenta con unos milicianos que cobardemente le dejan acercarse. Y de pronto “erumpe” de las filas enemigas el grito traidor “Viva Rusia” -el grito que parece mentira en pechos españoles- y el héroe cae, acribillado a balazos, Camarada hermano de nuestra Falange, tu muerte será vengada.

 
Acto seguido, iniciamos el fuego contra los asesinos. Caen algunos, los demás huyen a los parapetos. Se entabla un tiroteo furioso. El enemigo contesta a nuestra fusilería con ametralladoras. No cabe acercarse a las trincheras mientras no lleguen refuerzos. La lucha es muy desigual. La Centuria resiste hasta que de Espinosa suben más fuerzas y luego se lanzan a un ataque a la bayoneta, secundada por las demás tropas. El enemigo cede al ímpetu arrollador del ataque, abandona los parapetos, huye por la montaña. El Alto del Caballo es nuestro. Espinosa está salvado (…).
 
Otra versión de esta refriega aparece escrita en el libro “Los Catalanes en la guerra de España” (1951) de José María Fontana. Este voluntario se incorporó a la Centuria Catalana días después de la masacre: “Yo llegué a la España Nacional el día 19 de diciembre. Y me explicaron que hacía pocos días, el 6 de dicho mes, la centuria Virgen de Montserrat había sido diezmada. Los rojos santanderinos atacaron de noche todavía nuestras débiles posiciones que, en el Alto del Caballo, defendían Espinosa de los Monteros. El fuego resultaba ensordecedor, y antes de que llegara el parte, todos se vistieron, dispuestos a subir en socorro de sus camaradas. La situación era crítica, pues, acercándose el enemigo en la oscuridad y en número muy superior, había logrado ocupar los primeros parapetos. Sin esperar órdenes, todos emprendieron la subida: Arolas, que ganara gloriosa muerte a sus cincuenta años; enfermos de cuidado, como Leoncio Soler de Puig (nieto de don Leoncio Soler y March, ex senador y diputado de la Lliga), que murió al recoger a un soldado herido, y todos los que estaban en el hospital. El espectáculo de arriba era trágico. Muertos, por todas partes, y algunos, como Farfán y Rafael Soler, ya en poder de los rojos. Casi todos los supervivientes, heridos. Pero, rabiosamente pegados al terreno y cubiertos de sangre, Forgas, Figuerola, Iglesias, Martí, Sanz, Martínez, Solé, Foret, Delcort, Llobet..., siguen disparando mientras les queda sangre y fuerza para cargar. Todos los parapetos están tomados y en forma de semi círculo baten al único y último que queda, llamado parapeto central. Aquí se replegó el grueso de supervivientes, y los demás se repartieron por los flancos. El frío es intenso y la niebla cubre por unos momentos la trágica escena, ocasión que se aprovecha para retirar y recoger heridos y muertos. Los rojos se han aproximado, y, ocultos por una nube baja que se arrastra hacia nosotros, surgen sus sombras a menos de treinta metros. Caen muchos. Sólo tres hombres quedan en pie en este parapeto, y los tres están levemente heridos. Martínez Torres se pone a la ametralladora, mientras Pedro Pere y Rodríguez tiran las bombas de que disponen y siguen disparando sin cesar. Se unen unos cuantos, con Carreras, Iglesias, Cusi, Marti Puntas, Mussons, Llorens, Moragas, Vila, Batllevell, Geis, Carait, y por el flanco les castigan en descargas cerradas. No queda más munición en la ametralladora. Se desenvainan los machetes, y se inicia la carga a la bayoneta. Antonio Quijada la clava tan fuerte, que no puede sacarla del cuerpo enemigo y recibe a su vez un tremendo bayonetazo en el vientre. El choque es violento, y el combate dura cuatro horas y media. De ochenta combatientes quedaron muertos 17 y 50 heridos. ¡Pero la bandera de España siguió flotando en El Caballo! Cuando el jefe quiso pasar revista a la centuria tuvo que desistir, pues le fue más fácil tomar nota de la docena y pico de supervivientes”. Entre esos muertos estaba Leoncio Soler i Pallejá como recordó, en unas breves memorias, el espinosiego Bonifacio Alcorta Martínez. Elijan ustedes el relato que les resulte más creíble. O ninguno.

 
La unidad fue propuesta para la Medalla Militar Colectiva por el teniente coronel Moliner, jefe del Sector, por su papel. Después del combate sangriento en el Alto del Caballo, la Centuria se traslada por una semana a Villarcayo y seguidamente a Loma de Montija. Aquí nuevamente se reanuda la vida de trinchera y pasarán la Nochebuena, alegrada por los regalos que envía retaguardia. El 2 de enero de 1937, entrarían de nuevo en acción en un intento de recuperar la posición del Mirador tras haber sido sorprendidas, y desplazadas de los parapetos, las fuerzas nacionales mientras celebraban el año nuevo de 1937. Tras este último combate la Centuria Catalana de falange había dejado de ser una unidad operativa. Se reorganizan y trasladan a Ahedo de las Pueblas.
 
La Centuria se agregó a la Primera Bandera de la Falange de Burgos dentro de la sexagésimo segunda División formando la cuarta centuria de esa unidad. Será una centuria formada ya por catalanes y castellanos. El día 22 de marzo, en una tarde fría, cubierta y de mala visualidad se detecta que varios republicanos se acercaron al pueblo de Robledo de las Pueblas. Los de la Centuria Catalana fueron en su busca. Diez hombres acompañaron al jefe de Falange. Sigilosamente, mientras nevaba, se llegó a las casas más lejanas de Robledo, por sendas escondidas, llenas de agua y barro, sorprendiendo a los republicanos que se retiraban con el producto de su robo.

 
El día 13 de agosto de 1937 se les asignó el sector de Ahedo de las Pueblas. Por la noche se desplazaron de Soncillo a Pedrosa y, luego, andando hasta Ahedo donde llegan casi al alba. Desde esa posición verán la llegada de los bombarderos y los disparos de la artillería de campaña. Al mediodía del día catorce se levantará la niebla y aumentará el viento que impedirá los bombardeos. Es el momento de la infantería. La Centuria donde están los catalanes deberá tomar la difícil cota 921 que estaba protegida por una triple línea de alambradas. Para alcanzarla debían ascender una lisa pendiente de más de un kilómetro disfrutando del fuego cruzado de los republicanos.
 
Calcularon unos sesenta soldados republicanos pero el fortín de esa cota estaba ocupado por dos compañías de voluntarios del batallón 114. Los falangistas avanzaron entre la fina lluvia y el viento cortante. Al llegar a las alambradas caen los oficiales -capitán Busutil, Pedro Pelfort (Alférez Provisional), Presa y Vidal- que dirigían la operación en primera línea.

 
Los supervivientes, al mando del “Pater”, monsén Ramón Grau, que también será herido, vuelven al ataque. La centuria fue aniquilada. En esos mismos combates 372 soldados italianos del CTV, también perdieron la vida.
 
Otros caídos de la centuria catalana fueron: Arola, Borrás, Borrallo, Carreras, Cusi, Del Col, De los Godos, Figuerola, Forgas, Iglesias, Larrosa, Ledesma, Llanza, Ignacio Llobet, Llorens, Martí, Martínez, Morali, Musons, José María Ortoll, Pérez, Quijada, Romero, San Vicens, Sanz, Sintes, Serraller, Leoncio Solé, Soler, Varenne y Juan y Francisco Carreras. También hubo heridos como Cleto Rochas Sancho que después sería guardia civil y que recibió la medalla de plata de Barcelona. Eloy Manzano, también guardia civil, o Eufrasio López Nuñez -que era de Sestao (Vizcaya)- también recibieron esa distinción. Sin olvidar nombres como el del capitán -y antes alférez provisional- Nonito Mateu Mir.

 
Dado que muchos de los integrantes de la centuria eran estudiantes antes de la guerra bastantes de ellos pasaron a las academias de Alféreces Provisionales y a las primitivas, y luego prohibidas, academias de jefes de Centuria de Falange incorporándose luego a diversas unidades. Posteriormente una nueva Centuria catalana de Falange se incorporó a la quincuagésimo segunda División.
 
En junio de 1949, algunos de los supervivientes, junto a familiares de los fallecidos, rendían homenaje a los muertos de la Primera Centuria Catalana en una visita a Espinosa de los Monteros. Como conmemoración de este homenaje, se erigió una lápida con el nombre de ocho de los fallecidos en el cementerio de la localidad. También se colocó una imagen de la Virgen de Montserrat en la iglesia de Espinosa.

 
En 1962 con motivo del XXVI aniversario de su entrada en fuego de la Primera Centuria Catalana Virgen de Montserrat, sus supervivientes homenajearon al Frente de juventudes en su vigésimo segundo aniversario. Allí se les entregó una placa con un texto del caído Pedro Pelfort a su esposa, en la que registraban que, antes de morir, recomendaba la inscripción de su hijo en la Organización Juvenil falangista.
 
Durante el franquismo, el ayuntamiento de Espinosa de los Monteros concedió a la Centuria Catalana de Falange la medalla de oro de la ciudad. También obtuvieron la de la provincia por la Diputación Provincial de Burgos. Un grupo escolar de Espinosa llevó el nombre de la Centuria Catalana y había también una calle con ese nombre. En poblaciones catalanas, incluida Barcelona, tuvieron numerosas calles el nombre de la primera Centuria Catalana. Destacaremos la inauguración, en 1955, de un monumento en honor de esta unidad militar que lo situaron en la plaza de Espinosa de los Monteros de Barcelona. Hoy estaría en la zona de la plaza Prat de la Riba. Y, por supuesto, supervivientes de esta centuria participaban en los homenajes que se realizaban en la Columna Sagardía.

 
En total, de los 118 hombres que tuvo la Centuria Catalana 35 murieron, 18 quedaron mutilados y más de 50 fueron heridos de distinta consideración, pero bastantes de los supervivientes terminaron la guerra como oficiales del bando vencedor. En el cementerio de Espinosa de los Monteros se hizo una sepultura colectiva para los que cayeron en este frente. Otro recuerdo de su presencia es una copla inspirada indudablemente en la famosa del Barranco del Lobo, de la Guerra de Melilla y que Bonifacio Alcorta se atribuye:
 
“En las cumbres de Espinosa
hay una fuente que mana
sangre de los catalanes
que murieron por España”.
 
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “La Vanguardia”.
Historiadors de Catalunya.
“El Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat en la Batalla del Ebro”. Eduardo Palomar Baró.
Asociación de modelismo “Alabarda”.
“República, Guerra Civil y posguerra en Espinosa de los Monteros y merindades de Montija, Sotoscueva y Valdeporres (1931-1950)”. Fernando Obregón Goyarrola.
“In Spinosa Nostram Portionem”. Página de Facebook.
La razón de la proa. 
“Catalanes en Espinosa de los Monteros (bando franquista) deben soportar la animadversión de la población autóctona hacia la lengua catalana”. wiki.vilaveb.cat
“Medallas e insignias de la guerra civil, posguerra y franquismo”. 
Periódico “El Adelanto”.
Periódico “La Voz de Castilla”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Hoja oficial de la provincia de Barcelona.
Periódico “La Prensa”.
Periódico “Hoja del Lunes”.
Periódico “El adelantado de Segovia”.
Periódico “Pueblo”.
Boletín Oficial del Estado.
“Recuerdos”. Bonifacio Alcorta Martínez.
“Folletos del secretariado de Caridad del Centro Interno de A.C. de Santa María del Hospital Provincial de Lérida”.
Periódico “Destino”.
"Uniformes militares de la Guerra Civil española en color". José María Bueno.