Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 28 de septiembre de 2025

Fray Antonio de San José Pontones y dos de sus obras en Las Merindades.

  
Antonio de José Pontones debió nacer allá por 1709 o 1710 y fue bautizado el jueves 17 de octubre de 1710 en la iglesia parroquial de San Pedro Advíncula de Liérganes, merindad de Trasmiera (Cantabria). El nombre que le pusieron fue Pedro Antonio y era hijo de Antonio de Pontones y Antonia de la Lomba. Y para los que piensan que los “antiguos” eran unos “carcas” les diré que este muchacho era hijo de padres no casados, era un “hijo natural”.

 
Recuerdo la existencia de un arquitecto en Portugalete (Vizcaya) que se llamaba Armando Torres, pues, este es un caso similar. Cuando empecé a investigar sobre este caballero pensé que el término “Pontones” era un mote. Resulta que el apellido Pontones proviene de una pequeña población cántabra, muy próxima a Liérganes, perteneciente a Trasmiera, comarca famosa por la tradición de canteros. Y, por otra parte, el pontón se define como un puente formado por maderos o incluso con una sola tabla. Eso sí era… ¡toda una premonición!
 
Los primeros pasos de Pedro Antonio Pontones Lomba en la construcción debieron darse como aprendiz y oficial con su padre, Antonio Pontones Heras, maestro arquitecto en cantería para las poblaciones de Pamplona, Calahorra y Herrera del Pisuerga. Hay autores que indican que Pontones Lomba estudió arquitectura en Valladolid. Es probable que su primera formación fuese de tipo gremial, pero, Pontones, poseía conocimientos sobre Estereotomía, Álgebra, Geometría y Mecánica que excedían los obtenidos fruto de un aprendizaje práctico.

 
La primera vez que se menciona a Antonio Pontones Lomba con un título de arquitectura es el 5 de octubre de 1734 (“maestro de cantería”). Pontones reside en la villa de San Martín de Rubiales (Burgos), figurando como un maestro independiente, que es comisionado para evaluar las reparaciones de los puentes de Vadocondes (Burgos). Su primera traza -planos- documentada se fecha el 12 de julio de 1738, cuando en compañía de Juan de Otero, presenta un diseño para levantar un puente de nueva planta en Quemada (Burgos) y efectuar una serie de reparos en los otros dos puentes de esa localidad. Nos consta su residencia en Valladolid desde el 27 de febrero de 1740 hasta el 30 de enero de 1742. Construirá la iglesia del convento de las Franciscanas de Santa Clara (1739-1742); intervendrá en el puente de las Platerías de Valladolid; participará en la construcción de un puente sobre el río Duero; y ejercerá de perito en diversos asuntos.
 

¡Y se nos hace fraile Jerónimo! Aunque les había hecho algunos trabajos… ¿Por qué ingresó en los Jerónimos? Quizá desavenencias con los colegas vallisoletanos. Quizá por Fe. Antonio Pontones Lomba era ya por entonces un hombre de cierta experiencia cuyas obras destacaban por un estilo sencillo, sobrio y económico. Una ventaja de su ordenamiento era que podía dedicarse a la lectura y al estudio. Antonio Pontones Lomba toma el hábito el 8 de septiembre de 1744. Añadirá, desde entonces, la advocación de "San José" a su firma en las obras que realice desde entonces.
 
El Consejo de Castilla le selecciona para elegir qué diseño es más conveniente en la continuación de las obras de la Plaza Mayor de Salamanca optando por Andrés García de Quiñones frente a Nicolás de Larra Churriguera. Esta tarea posibilitó que la Junta de Obras y Bosques Reales -entre cuyos miembros se encontraba el presidente del Consejo de Castilla– le nombrase (29-05-1750) para informar sobre las reparaciones que necesitaba el Palacio Real y la Huerta del Rey de Valladolid. Entre otras cosas, Pontones, trabajará, hasta 1755, en un dictamen sobre el estado ruinoso de la torre de la colegiata de Toro, la traza e informe para reparar el puente de Vadocondes o la declaración sobre las obras realizadas en el puente mayor y en el puente de Bañuelos de Aranda de Duero. Desde los 46 a los 64 años de edad, Pontones traza y supervisa obras en todas las provincias de la actual comunidad autónoma de Castilla y León. Este volumen de trabajo surgiría del terremoto de Lisboa (noviembre 1755), y sus efectos en Castilla, y de la prosperidad económica del momento. Destacaremos el Real Monasterio de las Franciscanas de Santa Clara de Tordesillas, el Convento de la Concepción de Olmedo y el cimborrio de la catedral nueva de Salamanca.

 
El Consejo de Castilla fue el órgano de gobierno que se encargó de controlar y dirigir la política de obras públicas, teniendo a Pontones como uno de sus principales arquitectos hidráulicos por su inteligencia y honradez. Así figuran los planos e informes -realizados casi todos ellos entre 1756 y 1758- para un buen número de puentes, como los de Las Merindades de Castilla la Vieja.
 
Durante estos trabajos Pontones comprobó que los maestros de obras carecían de conocimientos para realizar los puentes correctamente. Para ello redactará su tratado “Architectura Hydraulica en las fábricas de puentes. Methodo de proyectarlos y repararlos. Instrucción a los maestros de quanto conviene saber para executar esta calidad de obras”. Le llevó diez años en escribirlo, entre 1759 y 1768. Se sabe que Pontones utilizó los fondos de la biblioteca del Consejo de Castilla para su realización, y lo más importante, estamos ante una de las pocas obras de esa especialidad que fue escrita en nuestro idioma por un autor español.

 
Pontones posee dos períodos estilísticos, datados aproximadamente entre 1709-10/1756 y 1756-1774, con tres tipos de puentes:
 
  • El primer tipo, fechable en la década de los treinta, está representado por un puente con arcos de medio punto, perfil alomado, tajamar triangular y ausencia de espolón. Este modelo se percibe en el puente de Quemada (Burgos) que a pesar de sus escasas dimensiones -dos ojos-, sirve para clarificar que Pontones es en sus inicios un maestro conservador.
  • Durante los cincuenta se configura la segunda tipología, caracterizada por puentes con arcos de medio punto, algunas veces ligeramente rebajados, perfil recto o alomado, así como tajamares y espolones triangulares. Tampoco son novedades y es lo que vemos en Las Merindades de Castilla la Vieja.
  • A finales de 1756 hay una modificación fundamental en el pequeño puente para el Burgo de Osma, sobre el río Avión donde empleará un ojo con formato apainelado. Ese cambio estilístico se confirma a partir de 1759, en su tratado de arquitectura y en sus nuevos diseños de puentes con arcos carpaneles (un arco rebajado simétricamente), perfil recto o en ligera artesa, tajamares (Construcción curva o en forma de ángulo que se añade a los pilares de un puente para cortar la corriente de agua o repartir la presión de la misma) y espolones triangulares. Tiene su origen en la ingeniería francesa y Fray Pontones lo aprende de los textos de Belidor. Nuestro protagonista empleará el arco carpanel en su arquitectura civil. citaremos como ejemplo el túnel que comunicaba las Casas de Oficios con el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial.

 
Otro parámetro que debemos tener muy en cuenta a la hora de analizar la evolución estilística del padre Pontones es la relación pila-vano, que en su primera obra no llega al 1/2, mientras que en el resto de sus puentes pasa a ser de 1/3, 1/4 y excepcionalmente 1/5. En el caso de Las Merindades de Castilla la Vieja es 1/3. Pontones incorpora relaciones entre pila y vano que están en consonancia con la modernidad expresada por Belidor y Gautier.
 
Asumamos que los puentes fueron el gran campo de actuación de Antonio Pontones y es la muestra de la confianza que tenían en él los miembros del Consejo de Castilla. Esto se extendió a obras de ingeniería como dictaminar por qué ruta debe realizarse "el camino-carretero" entre Burgos y Bilbao. Dejará de trabajar con el Consejo de Castilla, por exceso de trabajo, refugiándose en El Escorial. Desde el 1 marzo de 1769 hasta el 19 de mayo de 1772, exactamente. Arguyó para ello que se le necesita para solucionar temas arquitectónicos allí; que era un cenobio jerónimo; que el edificio le atraía; y, que, su talento era requerido por importantes miembros de la Ilustración como el Marqués de Grimaldi y el Conde de Montalvo. Por ello, trabajó en la reparación del Claustro de los Evangelistas (1769), el levantamiento de la "Mina o túnel de Montalvo" (1769-1772), la creación de un arco de comunicación entre las dos Casas de Oficios (1770-1771), así como la redacción de un informe sobre el terreno -propiedad de los jerónimos- que iba a ocupar la nueva "Casa de los Infantes", diseñada por Juan de Villanueva.

 
El Marqués de Grimaldi envió, en 1771, el citado tratado de Pontones a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, institución que juzgaría si era o no conveniente la impresión de dicha obra. Por ese tiempo se encargó a Pontones construir un camino desde el puente del Tercio hasta El Escorial. Esta nueva obra pública debía beneficiar el traslado de la embarazada María Luisa de Parma hasta el Escorial, lugar que había sido designado por Carlos III para la venida al mundo de su nieto. El camino fue trazado por Pontones a mediados de 1771, pero las prisas y las quejas por parte de Grimaldi provocaron el desánimo de fray Antonio, que mal humorado, por el trato y por la gota, dirigió su construcción desde La Fresneda, finalizando las obras el 18 de mayo de 1772. Tras estos trabajos, Pontones regresa a La Mejorada y a los rutinarios encargos del Consejo de Castilla. El 2 de abril de 1773 la Academia de San Fernando concede el permiso para que pueda imprimirse su tratado.
 
La última obra de Pontones fue la reparación del Monasterio Jerónimo de Nuestra Señora de Prado (Valladolid), que había sufrido un importante incendio. Es allí donde padeció un "tabardillo" -tifus- enfermedad infecciosa, que se caracteriza por una fiebre alta, la aparición de manchas en la piel y costras negras en la boca. Pontones fue trasladado a La Mejorada, posiblemente para pasar sus últimos días en el monasterio donde tomó el hábito jerónimo, falleciendo el 17 de octubre de 1774.

Puente de Aguera. 
(Cortesía Asociación de Amigos de Villasante)
 
En la provincia de Burgos Fray Antonio trabajó en Aranda de Duero, Burgos capital, Merindad de Castilla la Vieja, Quemada, Quincoces de Yuso, Salas de los Infantes, San Llorente de Losa, San Martín de Rubiales y Vadocondes. En Las Merindades, por orden del Consejo de Castilla, diseñó uno de sus proyectos más ambiciosos desde el punto de vista cuantitativo, ya que ideó un total de 33 obras. El reconocimiento visual de la zona es iniciado el 2 de junio de 1756 y el 10 de agosto de ese mismo año ya tiene terminadas las condiciones de obra y las trazas correspondientes.
 
Estilísticamente, las trazas del padre Pontones presentan una gran uniformidad; son puentes de perfil alomado, formados por tres arcos de medio punto, reforzándose con tajamares y espolones triangulares; la relación entre pila y vano es bastante conservadora, concretamente 1/3, sin registrarse todavía la influencia de los tratadistas franceses como Belidor. La documentación aparecida en la sección de Consejos del Archivo Histórico Nacional permite enumerar aquellos lugares para los que el padre Pontones diseñó los puentes de nueva planta, aunque sólo se conservan cuatro diseños para cinco de los once puentes. Una segunda dificultad es la localización de la ubicación de los proyectos de puentes y de los pontones a través del trabajo de campo.
 
En octubre de 1756, realizó siete trazas e informe para levantar once puentes y cinco pontones de nueva planta en zonas cercanas a la Merindad de Castilla la Vieja. Conservamos tres de las siete trazas, que hacen referencia a los cinco pontones y a cinco de los once puentes.

Puente viejo de Quincoces de Yuso 
sobre planos de Fray Pontones 

Los Puentes de nueva planta que diseñó fueron:
 
“Puente en el lugar de Loma, 42.700 reales”: el puente en cuestión se encontraba entre el camino real de Vizcaya y el puente de Santelices (Burgos). En la descripción de la traza se indica que este nuevo puente debe levantarse sobre el río Espinosa; la única población que aparece relativamente cercana a Santelices es Loma de Montija, urbe por la que pasa el río Trueba.
“Puente de Agüera de Montija, 22.460 reales”.
“Puente arriba de Agüera, 23.400 reales”, posiblemente sobre el río Cerneja.
“Puente de San Martín de Porres, 23.400 reales”, documentalmente sobre el río Nela, aunque está más cercano del río Engaña.
“Puente y calzada de La Cerca, 54.500 reales”, posiblemente sobre el arroyo de la Pucheruela o sobre el río Salón.
“Puente de Quincoces, 40.450 reales”, debe referirse a Quincoces de Yuso, río Jerea.
“Puente de San Llorente, 38.340 reales”, según la traza sobre el río Nabón, mientras que Cadiñanos señala que aparece sobre el río Losa.
“Puente de Bocos y sus reparos, 53.200 reales”, tal vez sobre el río Trema.
“Puente de Cigüenza, 32.390 reales”, cercano a Villarcayo, río Nela.
“Puente de Nofuentes, 12.370 reales”, río Nela.
“Puente de Quintanilla-Sotoscueva, 18.100 reales”, cerca de los ríos Engaña y Trema.

Puente de San Llorente

Los pontones de nueva planta fueron:
 
“Pontón en el valle de Manzanedo, 4.800 reales”.
“Pontón de Lastras, 4.800 reales”, debe tratarse posiblemente de Lastras de Teza, cerca de San Llorente, sobre el río Nabón.
“Pontón junto a San Pantaleón, 4.800 reales”, posiblemente puede identificarse con San Pantaleón de Losa.
“Dos pontones cerca de Villarcayo, 10.800 reales”.
 
Y se repararon diversos puentes y otras obras públicas:
 
“Puente de Quintanilla la Ojada, 8.500 reales”.
“Puente de Brezedo, 7.800 reales”.
“Puente de Quintanilla Entrepeñas en Bujal, 7.600 reales”.
“Puente de Hernán Pelaiz, 800 reales”, no hay error en el costo, aunque la cantidad parezca muy baja.
“Puente de Arenas, 8.500 reales. Puente de Santelices, 5.500 reales”.
“Puente de Manzanedo, 2.600 reales”.
“Puente en el lugar de Quisicedo, 890 reales”.
“Puente en el lugar de Quisicedo, en San Miguel, 2.900 reales”.
“Socalzo de manguardias, albercas, pontoncillo al mesón en el camino del Almiñé, 3.400 reales”.
“Del mal paso de la Concha, 2.500 reales”.
“De los Portillos de Porquera, 3.400 reales”.
“De las Peñas a la bajada del puente de Quintanilla [de] la Ojada, 1.800 reales”.
“De los dos malos pasos que le siguen, 3.500 reales”.
“De las diferentes porciones de calzadas según las distancias en los sitios expresados, 116.600 reales”.
“De 36 divisas en el páramo de Villalba, 8.136 reales”.
“Para la composición del camino de la Orada, 30.000 reales”.
 
El presupuesto regulado por Fray Antonio de San José Pontones fue de 600.936 reales. Los diseños del padre Pontones fueron revisados por fray Juan Ascondo, arquitecto benedictino, que considera al monje jerónimo como “el sugetto de maior inteligencia que [se] conoce en esta Castilla, especialmente para el punto de las obras de cantteria, como son todas las que se trata”. Juan Antonio de Henguera es designado como maestro ejecutor, pero su repentina muerte impide el inicio de las obras.

Puente de Quincoces de Yuso

Tras el planteamiento de fray Antonio se sucedieron hasta otros dos nuevos proyectos por Antonio de la Vega y Diego de la Riva, que impidieron la realización de algunas de las construcciones planificadas por el monje jerónimo. El 7 de marzo de 1761, Antonio de la Vega, maestro arquitecto y vecino de la villa de Bilbao, reduce costos y número de obras, que fueron valoradas en 478.649 reales. Posteriormente, Diego de la Riva, también maestro arquitecto, pero en este caso vecino del lugar de Heras, Merindad de Trasmiera, aminora el presupuesto hasta 296.940 reales. El proyecto de Diego de la Riva fue ejecutado por Agustín Ruiz, vecino de Villaverde (Trasmiera), reconociéndose el 1 de julio de 1771 por Pedro de la Puente, maestro arquitecto, vecino del lugar de Omoño (Cantabria), recomendado por Marcos de Vierna. Según Cadiñanos Bardeci, los actuales puentes del Quincoces de Yuso y San Llorente de Losa han llegado hasta nuestros días con algunas modificaciones, debiéndose su traza a fray Antonio de San José Pontones, mientras que la ejecución corrió a cargo del citado Agustín Ruiz. Otras trazas del listado anterior no han sido localizadas.
 
Los dictámenes de fray Antonio nos informan sobre cuál es su pensamiento arquitectónico, que puede sintetizarse en un afán por conseguir la máxima “economía y vigilancia” en todo tipo de obras, tanto públicas como religiosas, inculcando el espíritu de “verdad y eficacia” en los maestros constructores. Pontones muestra una clara obsesión por no derrochar los caudales de los contribuyentes, pues tiene “esforzados los más eficaces medios para que no se gaste más de lo indispensablemente preciso”, ya que “con mucho dinero cualquiera puede hacer obras”.
 
 
Bibliografía:
 
“Fray Antonio de san José pontones: Arquitecto, ingeniero y tratadista en España, (1710-1774)”. Memoria para optar al grado de doctor Presentada por Pablo Cano Sanz.
“Los puentes del norte de la provincia de Burgos durante la Edad Moderna”. Inocencio Cadiñanos Bardecí.
Real Academia de la Historia.
Blog “Tierras de Burgos”.
Asociación de amigos de Villasante.
www.terranostrum.es
eu.wikiloc.com
Diputación Provincial de Burgos.
Aidaca.
Maoa.
Jesús A. Sanz.
 
 

domingo, 21 de septiembre de 2025

Mala educación en Medina de Pomar el 18 de junio de 1871.

 
 
En este mundo europeo occidental, al que le obligan a olvidar a Jesucristo y los fieles al islam no comprenden la impiedad que ellos perciben en sus conciudadanos, hubo un tiempo en que el catolicismo -no solo el cultural- empapaba la vida y la política. Esta introducción viene a cuento porque tendremos lectores que desconocen qué pasaba a mediados de junio de cada año -en nuestro caso el 18 de junio de 1871-: era el día del Corpus Christi.

 
Esta fiesta católica celebra la Eucaristía aumentando la fe de los creyentes en la presencia real de Jesucristo en el Santísimo Sacramento. Se celebra, o celebraba, el jueves posterior a la solemnidad de la Santísima Trinidad, que a su vez tiene lugar el domingo siguiente a Pentecostés. El jueves del Corpus se celebra 60 días después del Domingo de Resurrección, es decir, es el jueves que sigue al noveno domingo después de la primera luna llena de primavera del hemisferio norte. ¿Está claro? No mucho, pero podemos poner una alarma en el móvil.
 
Pero no es el único elemento que tendremos en cuenta hoy. La España de 1871 estaba sumida en la crisis del Sexenio Democrático. Periodo que va desde el triunfo de la Revolución de septiembre de 1868 -La Gloriosa- hasta el pronunciamiento de diciembre de 1874 que corona a Alfonso XII. Resumiendo: se manda a Isabel II al exilio, Serrano y Prim buscan un nuevo rey y se decantan por Amadeo I de la casa Saboya. Este cambio de dinastía significó un cambio ideológico hacia una sociedad más liberal bajo la Constitución de 1869. Los nuevos aires chocaban con los muros agrietados de una Iglesia Católica golpeada por desamortizaciones y exclaustraciones y que se defendía apoyándose en los carlistas. De 391 diputados de parlamento de 1871 la Comunión Católico-Monárquica obtuvo 51 diputados. Pero esto no significaba que los demás fuesen irreligiosos ni que representasen el sentir de la población que les había votado -en eso: cómo hoy en día-.

 
Si esta tensión política tan del siglo XIX no fuese suficiente nuestra nación se enfrentó al cambio de dinastía. Amadeo I, coronado el 2 de enero de 1871, abdicará el 11 de febrero de 1873. Y se volvió a las tierras de Italia harto de los españoles. Y, esto, lo de irse a Italia, también fastidiaba a los católicos españoles porque era el país que tenía “prisionero” al Papa, al Sumo Pontífice.

Pio IX
 
El Santo Padre prisionero era Pio IX que ya en su elección, en 1846, fue polémico. No solo eso, sino que, a las pocas horas del nombramiento, llegó a Roma el veto del emperador Fernando I de Austria a la elección de Giovanni María Battista Pellegrino Isidoro Mastai Ferretti (Pio IX), pero los hechos ya se habían consumado. Su gobierno de los Estados Pontificios empezó con una amnistía para los presos con delitos políticos; la creación de una cámara deliberante de representación popular censitaria; y la abolición del antiguo gueto judío de Roma. Sus propósitos liberalizadores chocaron con la curia romana. Durante las revoluciones de 1848, se proclamó la república en Roma y el papa tuvo que huir a Gaeta, en el Reino de las Dos Sicilias, disfrazado de monje. Desde allí pidió ayuda a las principales potencias católicas: España, Austria, Francia y las Dos Sicilias, que acudieron con tropas en su ayuda. Cuando sus territorios le fueron restituidos por los franceses, volvió animado por propósitos menos liberales, ejemplo de ello, la restauración del gueto judío. Repito: exigencia de que los judíos viviesen en un gueto.

Bendición de las tropas españolas por parte de Pio IX
 
Hacia 1860 el rey Víctor Manuel II había conquistado casi todos los dominios papales. En 1864 Pío IX promulgó la encíclica “Quanta Cura” que lleva como apéndice el “Syllabus errorum”, que era un compendio de ochenta proposiciones condenatorias de las doctrinas del momento. Anatematizó el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo, el indiferentismo, el latitudinarismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo (al que calificó como “el error del siglo”), las sociedades secretas, el biblismo, y la autonomía de la sociedad civil. Este “escribidor”, como a ustedes, muchos de esos movimientos los desconoce y asume que son olas del siglo XIX que ya no rompen en la orilla. Como eso de que el matrimonio civil entre católicos no era válido.
 
El 20 de septiembre de 1870 el ejército piamontés entró en Roma y puso fin a la soberanía de los papas, que había durado más de mil años. Pio IX se negó a reconocer el Reino de Italia, a establecer relaciones diplomáticas con él, rechazó las garantías personales que se le ofrecían y excomulgó a Víctor Manuel II, convertido ya en rey de la Italia unificada. Mediante la bula “Non Expedit” prohibió a los católicos, bajo severas penas canónicas, toda participación activa en la política italiana, incluido el sufragio. Vemos, con lo escrito, que el catolicismo oficial y el liberalismo no eran precisamente amigos. Esto es otro punto a tener en cuenta en nuestra historia.

 
Y, con todo esto en la coctelera, llegamos al día del Corpus de 1871 en Medina de Pomar. Para conocer el asunto leemos el periódico “La esperanza” del día 7 de julio de 1871 en cuya sección titulada “funciones religiosas” nos hablan de cómo se habían producido las fiestas de Corpus Christi a lo largo y ancho de España. Incluida Medina de Pomar, claro:
 
“De Medina de Pomar también nos escriben dándonos pormenores dé los festejos que allí hubo. Al amanecer del 18 aparecieron ya colgadas las fachadas de casi todas las casas, y muchas adornadas con guirnaldas, rosas, flores y mirtos, ostentando el retrato de Pio IX. La función religiosa se celebró con gran lucimiento en la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, y en ella predicó el elocuente joven D. Antolín Sainz Baranda, de cuyo discurso se nos hacen grandes elogios. Por la tarde hubo una procesión lucidísima, y por la noche una variada función de fuegos artificiales. A todos los actos religiosos asistió el ayuntamiento.
 
Sin embargo, una media docena de progresistas trató de provocar un conflicto la noche del 18, saliendo á la calle, y dando los consabidos vivas a D. Amadeo y mueras á Su Santidad. El pueblo les salió al encuentro, dando nutridos vivas a Pío IX, al Papa-Rey, y á la Religión, y ellos huyeron cobardemente, amenazando de lejos que si se repetían tales funciones, como se anunciaba, ya se verla lo que pasaba”.
 
El periódico “La Esperanza”, que se subtitulaba como “periódico monárquico”, era la principal cabecera de la prensa absolutista española del siglo XIX y órgano oficioso del carlismo. Nunca dejó de ser un combatiente contra el régimen liberal y parlamentario hasta su final tras el golpe militar del general Manuel Pavía y la Restauración Alfonsina un año después.

 
Quizá por lo que acabamos de escribir el artículo da a entender que el cristianismo conservador era predominante en Medina de Pomar -¡ojo! Que puede que fuera así- y los liberales una chusma muy minoritaria. Sabemos que en las elecciones de 1871 el candidato de la junta católico-monárquica, Demetrio de la Eranueva, ganó por 1.180 votos al candidato del gobierno, que obtuvo solo 70, en el distrito de Medina de Pomar. La tensión era mucha y la prensa tradicionalista refleja incidentes -en su contra- en varios lugares de Las Merindades: “En un colegio próximo á Medina de Pomar fueron atropellados nuestros amigos D. Felipe Baranda y D. Pedro Fernández. Otro tanto ha sucedido en el distrito electoral de Espinosa de los Monteros, á donde ha tenido que trasladarse el juzgado de este partido por haber habido palos y cuchilladas; también han experimentado violencias, coacciones y atropellos los electores del distrito de Villarcayo, en donde vive el diputado Sr. Arquiaga y reina el elemento progresista”. Vemos que la tensión política llegaba fácilmente a las manos.
 
Por su parte, Antolín Sainz Baranda y Marañón era un sacerdote que antes de Medina de Pomar había servido en Quintana de los Prados (1864) y había salido del seminario en 1860 con la nota de Meritíssimus. Para 1870 ya era coadjutor en el Santo Rosario de Medina de Pomar, con 30 años, cómo relataba una carta al periódico “La Esperanza” en donde se ensalzaba con estas palabras al caballero en el novenario de la Inmaculada Concepción: “A las diez se celebró la misa mayor con asistencia de un concurso tan inmenso, que apenas podía contener las espaciosas naves de dicho templo; llegado al Evangelio, se dirigió á la cátedra del Espíritu Santo el elocuente é ilustrado joven licenciado D. Antolín Sainz Baranda, quien por espacio de una hora cautivó la atención de sus oyentes, y ensalzó las glorias de María de tal manera, que el piadoso auditorio lloraba de gozo, concluyendo con un llamamiento á todos los católicos españoles á favor del Romano Pontífice, y enjugar de esta manera las lágrimas que hoy derrama en su prisión”. Podemos apreciar cómo se subraya la religiosidad de los medineses y no se olvidan de la “prisión” del Papa que, simplemente era su encierro voluntario en el vaticano por la conquista de los Estados Pontificios y la creación de Italia. ¡La Iglesia y sus ministros sangrando por la herida! No hay que olvidar que Antolín, ese 1870, se negó a jurar la constitución de 1869.

Periódico "La esperanza" (29/12/1870)
 
Para que vean de qué pie cojeaba les comento cómo lo presentaban en “La Independencia española” el 27 de septiembre de 1870: “De Medina de Pomar nos escriben dándonos cuenta de que próximamente á dicha villa un cierto señor eclesiástico de grandes dotes carlistas por lo que parece, tuvo á bien como es costumbre convertir la cátedra del Espíritu Santo en un foco de rebelión y oscurantismo, declamando contra las instituciones que nos rigen y dando un escándalo desde donde no se deben proferir más que palabras de paz, humildad y mansedumbre. Actos como este parece que se repiten con frecuencia, y las autoridades parece que se hallan sin acción debido á las amenazas de los señores de iglesia, que á no dudarlo en Medina serán tan insolentes como en todas partes. Las autoridades deben corregir estos abusos y mostrarse fuertes para quien no respeta ni obedece á nadie sino á una idea tan abominable como ellos mismos”. No nos dice que fuese Antolín Sainz de Baranda, pero él responde en “La Esperanza” del 11 de octubre de 1870 mostrando su enfado: “Sírvase, pues rectificar lo que, respecto de nuestras personas y ministerio, ha insertado V. en el número ya citado de su diario: en ello hará V. un deber de justicia, y, de no hacerlo así, nos veremos en la precisión de citar á V. ante los tribunales. Si con sus calumnias pretende V. desacreditar en nuestras personas al clero católico porque predica la única Religión verdadera, no importa: vale mas ser despreciados que alabados por los que intentan introducirnos otra. Si por esta se nos amenaza, venga el castigo; estamos más dispuestos á sufrirlo que á dejar de predicar por la Religión católica apostólica romana, y sellada con la sangre de millones de mártires; que es la fuente de todo bien, el baluarte más impugnable de esta mi querida patria, sumida en el estado más vergonzoso á la faz de Europa, merced á un puñado de ambiciosos, y la única tabla á que ha de asirse, si quiere salvarse del abismo social en que está sumergida”. Digamos que Antolín no era muy partidario del sistema surgido de la Revolución de 1868. Pero eso no era delito ni podía prohibírsele hablar. Siendo irónicos, hoy es más fácil hacerlo eliminando de las Redes Sociales a los que molestan al poderoso.

 
Antolín protestó por la carta de “La independencia española” pero en el periódico “La Iberia” -diario radicalmente liberal-progresista- también se recibían cartas contra este sacerdote: “De Medina de Pomar escriben á un colega participándole que existe en dicho pueblo un presbítero de grandes dotes carlistas, el cual tiene por costumbre convertir la cátedra del Espíritu Santo en tribuna de rebelión y oscurantismo, declamando contra las instituciones que nos rigen y contra los hombres que hoy se hallan al frente de los destinos de la patria. Actos de esta naturaleza, que con tanta frecuencia se repiten con escándalo de las personas sensatas, dan una verdadera idea de la ilustración que alcanzan los partidarios del famoso “niño terso”. Llamamos la atención de las autoridades correspondientes á fin de que cesen estos abusos incalificables”. (28/09/1870) Vemos aquí que el votante liberal también era intransigente con la libertad política de su oponente.

Amadeo I, rey de España
 
Masticando todos estos datos vamos comprendiendo que Medina de Pomar era una sociedad conservadora, tradicionalista; que la sociedad española estaba muy polarizada contraponiendo el trono liberal de Amadeo I al altar de Pio IX; y que había un joven sacerdote peleón que desbarataba la acción de los liberales. Ante esto resulta casi, casi normal un enfrentamiento en la festividad del Corpus Christi, pero, al parecer, en este caso los maleducados fueron los liberales que erraron en el momento.
 
 
Bibliografía:
 
Hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional de España.
Periódico “La Esperanza”.
Periódico “Gaceta de Madrid”.
Estadística del Arzobispado de Burgos.
Periódico “La Independencia española”.
Periódico “La Iberia”.
 
 
 
Para saber más:
 
Blog “Relatos en las Merindades”. 
 

domingo, 14 de septiembre de 2025

Enrique II, el fratricida, o el primer Trastámara que llamaron “el de las mercedes” (el de las cesiones).

  
Hay dos formas de alcanzar el poder: la socialmente aceptada y la que obligas a la sociedad a aceptar. Muchos en Castilla sabían que la acumulación de poder de Pedro y su camarilla era peligrosa. Eso lo sabían aquellos castellanos y lo sabemos estos castellanos.
 
El bastardo Enrique nació en Sevilla el 13 de enero de 1333 y -cómo era el conde de Trastámara- su dinastía se nombró Trastámara. Era el tercer hijo natural —tras Pedro y Sancho— de Alfonso XI y de su amante Leonor de Guzmán. Pedro López de Ayala decía que “fue pequeño de cuerpo, pero bien fecho, é blanco é rubio, é de buen seso é de grande esfuerzo, é franco, é virtuoso, é muy buen rescebidor é honrador de las gentes”. Su padre le concedió, en el año 1335, los señoríos de Cabrera y de Ribera, situados en el norte de León. En su niñez, Enrique fue prohijado por el magnate Rodrigo Álvarez de las Asturias. En ese mismo año Enrique recibió el solar de Noreña y las pueblas de Chillón, Allende y Gijón, todas en Asturias. En 1338 se le otorgó el infantazgo del valle del Torío. En 1345, Rodrigo Álvarez de las Asturias otorga a Enrique el título de conde de Trastámara así como de Lemos y de Sarriá.

 
En plena adolescencia contrajo matrimonio (1350) con Juana Manuel, hija del famoso infante y escritor Juan Manuel, que le dio a su sucesor Juan I; a la infanta Leonor, esposa de Carlos III de Navarra; y a la infanta Juana, que falleció prematuramente. Enrique II tuvo numerosos hijos naturales que enlazaron con los principales linajes castellanos de la época. Incluso uno de sus bastardos, Alfonso Enríquez, fue el tronco del linaje de los Enríquez y de los Noreña.
 
Enrique de Trastámara confabuló desde joven contra su hermanastro Pedro I, rey de Castilla. Consiguió afianzarse, definitivamente, en el trono en marzo del año 1369 en la localidad manchega de Montiel cuando asesinó a Pedro I. López de Ayala lo contó así: “firiólo con una daga por la cara; é dicen que amos á dos, el Rey Don Pedro é el Rey Don Enrique, cayeron en tierra, é el Rey Don Enrique le firió estando en tierras de otras feridas. E allí morió el Rey Don Pedro á veinte é tres de marzo deste dicho año; é fue luego fecho grand ruido por el Real diciendo que se era ido el Rey Don Pedro del castillo de Montiel, é luego otra vez en como era muerto”.
 
Enrique II debía justificar el magnicidio y, para ello, puso en marcha su propia “máquina del fango” como si fuese un gobernante del siglo XXI -nada nuevo bajo el sol-. El ejemplo más extremo fue decir que Pedro I no era hijo de Alfonso XI y de María de Portugal sino de un judío llamado Pero Gil, de donde deriva el término de “emperogilados” con que se denominará a los partidarios de Pedro. El argumento se difundió, por el país, con más ramificaciones diciendo que, cuando en el año 1334 dio a luz la reina María de Portugal otra niña, se decidió cambiarla por un niño. Mentir a favor del gobernante siempre es premiado… y es más seguro. Por si fuera poco, se buscó dar más paladas de tierra a la memoria del muerto divulgándose la falta de legitimidad de ejercicio de Pedro I. Esto podía leerse en un documento de la cancillería trastamarista del año 1366: “Ca aquel malo destruydor de los regnos e de nos por los sus pecados malos que el fizo con derecho perdió los regnos”. Pedro es un tirano que actúa contra la Iglesia y apoya a musulmanes y judíos. Que quede claro a todo el mundo.

 
Quizá hacía esto Enrique para mostrar que los judíos apoyaban a Pedro I; para convertirlos en chivo expiatorio de los daños que producía la guerra civil; o para ganar adeptos a su causa entre los perjudicados por los hebreos. En la primavera del año 1366 el Trastámara tomó duras medidas económicas contra las juderías de Burgos y de Toledo. Paralelamente, sus tropas cometieron numerosas tropelías contra los hebreos de las tierras burgalesas y palentinas. Demostrando que había sido una actitud populista y táctica, Enrique II cambió de opinión y designó a un hebreo, Yuçaf Pichon, almojarife mayor de su hacienda a pesar de que los judíos habían procurado una importante hueste a Pedro en la batalla de Montiel. Pero, cómo los políticos demagogos de la España del siglo XXI, la acción emprendida por el pretendiente Enrique cogió velocidad en las clases populares. Los procuradores del tercer estado en las Cortes de Toro, en el otoño del año 1371, pidieron que los judíos, entre otras cosas, “biviesen señalados e apartados de los cristianos [...] e que troxesen señales [...] e que non oviesen ofiçios ningunos [...] nin fuesen arrendadores de las nuestras rentas [...] nin troxiesen tan buenos paños [...] nin cabalgasen en mulas [...] et que pues ellos avían de bevir por dar fe e testimonio de la muerte de nuestro señor Jesu Cristo [que vivan como en otros reinos en que hay judíos] [...] e que ningunos [...] oviesen nombres de cristianos”.

Enrique II de Castilla.
 
Enrique II ya era rey de Castilla y León, aunque aún subsistían focos partidarios del rey Pedro I, como los de Carmona y Zamora, así como algunas zonas de Galicia. También Ciudad Rodrigo y Valencia de Alcántara. El primer éxito militar de Enrique II, después de los sucesos de Montiel, fue la entrada en Toledo a finales de mayo de 1369. El nuevo rey solo exigió que se le reconociera como tal. Paralelamente se puso en marcha una coalición anticastellana por parte de los restantes reinos hispánicos, a cuyo frente se situó el rey de Aragón Pedro IV, molesto porque Enrique II no le entregó el reino de Murcia. Enrique II, no obstante, se centró en acabar con los últimos fieles a Pedro I.
 
Pero lo gordo le vino al rey por el oeste. Fernando I de Portugal, de 24 años, había subido al trono pocos años atrás e intentó sacar tajada del caos castellano. Fernando era descendiente directo del rey Sancho IV de Castilla y muerto Pedro, al que Portugal había reconocido siempre como rey legítimo, reivindicó el trono. En la primavera de 1370 invadió Galicia, tomó La Coruña y recibió el respaldo de aquellas villas hostiles al Trastámara. Lo que hizo Fernando de Portugal fue una temeridad, factor que apuntaló su sobrenombre de “el Inconsciente”. Castilla acababa de terminar una guerra y sus experimentadas huestes estaban en armas. Enrique llegó a tierras gallegas, cruzó a Portugal, tomó Braga, sitió Guimaraes y volvió a Galicia asolándolo todo a su paso. Mientras tanto su esposa, la reina Juana Manuel, dirigía personalmente el cerco de Zamora. En los inicios de 1371 cayó Zamora, y en el mes de mayo se rindió Carmona. Siendo ejecutados los dos cabecillas de los rebeldes, Martín López de Córdoba y Mateos Fernández de Cáceres. Los últimos paladines de Pedro el Cruel, los caballeros Fernando de Castro y Men Rodríguez de Sanabria, fueron derrotados en el Puerto de los Bueyes, cerca de Lugo, en marzo de 1371. Castro y Rodríguez huyeron a Portugal.

 
Ese año 1371, Enrique II rompió la alianza formada entre los otros núcleos hispánicos, al firmar con Portugal la Paz de Santarém. En 1375, firmaba con Pedro IV de Aragón la Paz de Almazán. El Monarca aragonés no sólo devolvió a Castilla la plaza de Molina, sino que renunció a sus aspiraciones sobre el Reino de Murcia, al tiempo que acordaba que su hija Leonor casase con el príncipe Juan, heredero del Trono castellano. Y, en 1379, se firmó con Navarra la Paz de Santo Domingo de la Calzada.
 
Enrique II mantuvo una alianza con Francia desde el Tratado de Toledo (1368). Castilla estaba interesada en ella para enfrentarse a Inglaterra por razones económicas: los barcos de los puertos cantábricos competían con la marina inglesa en el Atlántico y la lana de la Mesta rivalizaba en los mercados europeos con la lana inglesa. Para ello, Enrique cedió al rey francés una veintena de barcos entre galeras y naos, al mando del almirante genovés Ambrosio Bocanegra, secundado por los capitanes Fernán Ruiz Cabeza de Vaca, Fernando de Peón y Ruy Díaz de Rojas. Llegándose a la victoria de La Rochela (1372). Cuando el conde de Pembroke, dirigente de la flota inglesa, se acercó con sus naves a La Rochela “las doce galeras de Castilla pelearon con él e le desbarataron e prendiéronle a él e a todos los caballeros e omes de armas que con él venían, e tomaron todos los tesoros e navíos que traían”, según Pedro López de Ayala. El 21 de junio los barcos castellanos avistaron a los ingleses. Hubo un cruce de fuego sin consecuencias. Bocanegra decidió retirarse de la bahía. Los ingleses asumieron la cobardía castellana sin darse cuenta que las naos inglesas eran más pesadas y de mayor calado que las galeras castellanas. Así, en la bajamar sólo los castellanos pudieron moverse e imponerse a pesar de su inferioridad numérica. El jefe inglés, Pembroke, no había previsto ese detalle elemental. Fue una escabechina: las lombardas castellanas destrozaron a los inmóviles buques enemigos, que en ese preciso instante descubrieron su trágico error. Todos los barcos ingleses fueron quemados, hundidos o apresados. Pembroke cayó preso junto a medio millar de caballeros y 8.000 soldados.

 
Enrique II pagaba con esta victoria su deuda con el rey de Francia. Ambrosio Bocanegra tuvo un gesto poco frecuente en aquel tiempo: perdonó la vida a los cautivos. Al conde de Pembroke y a setenta de sus caballeros los envió a Burgos, donde el rey esperaba noticias. Acabaron en manos de Bertrand Duguesclin, condestable de Francia, que cobraría el rescate. ¡Otra deuda pagada! La Rochela abrió a los franceses la puerta de La Guyena, donde la posición inglesa se hizo ya insostenible. En 1375 Eduardo III de Inglaterra tenía que firmar el tratado de Brujas por el que renunciaba a casi todas sus posesiones francesas. Mantendría los solares de Calais, Burdeos y Bayona. Castilla demostraba su superioridad naval en el Atlántico y conseguía que los puertos cantábricos florecieran con el comercio de lanas hacia Flandes, hasta el punto de que los mercaderes castellanos instalaron un consulado en Brujas.
 
A Enrique de Trastámara le quedaba un problema por resolver: Juan de Gante, duque de Lancaster, cuarto hijo varón del rey Eduardo III de Inglaterra. Este hombre aspiraba al trono castellano, porque en 1371 había desposado a Constanza de Castilla, hija de Pedro I “el Cruel” y María de Padilla. En 1373 el inglés se dejó caer por Portugal. Al fin y al cabo, Enrique ya era un declarado enemigo de Inglaterra, y más después de la batalla de La Rochela. A las huestes del duque de Lancaster se las verá junto a las del portugués Fernando en su segundo ataque contra Castilla, ya entrado el año 1373. Pero esta tentativa tuvo tan mal fin como la primera.

 
Enrique vio que una alianza entre Portugal e Inglaterra era mala cosa. En los años anteriores, los ingleses, aún fuertes en sus posiciones del sur de Francia, habían podido entrar en Castilla sin mayor obstáculo. A su favor tenían la amistad del rey de Navarra, que les brindaba un estupendo pasillo para pasar tropas desde Francia a La Rioja. ¡Había que neutralizar Navarra! Enrique II concertó el matrimonio de su hija Leonor con el heredero de la corona navarra, llamado Carlos como su padre. El matrimonio se verificó en 1375. Y eso dejó a los ingleses sin pasillo navarro hacia Castilla. Ya ha quedado dicho, sin embargo, que al rey Carlos de Navarra le llamaban “el Malo” por intrigante. El rey de Francia advirtió a Enrique de que Carlos trataría de invadir la ciudad de Logroño. ¿Era cierto? No lo sabremos nunca. El hecho es que Enrique II de Castilla atacó Navarra. Y ganó, porque en aquel momento no había quien detuviera a los castellanos. Carlos “el Malo” tuvo que ceder una buena colección de plazas para obtener la paz de Briones (1379) que consagraba la hegemonía castellana y obligaba formalmente a Navarra a cerrar su espacio a cualquier enemigo de Castilla.
 
En política interior Enrique II necesitó ser generoso con los nobles que le habían ayudado a conquistar el trono. De ahí el apelativo de “el de las Mercedes” que lo que nos muestra es la debilidad del rey. Casi podemos hacer odiosas comparaciones con la España del siglo XXI: cuanto más débil es el gobierno más transferencias hay hacia las oligarquías autonómicas. En ambos casos las concesiones permitieron a la alta nobleza -de entonces y de hoy- hacer frente a sus dificultades. Y, a su vez, las cesiones supusieron merma del patrimonio regio. Enrique II otorgaba, a sus partidarios, señoríos en los que los beneficiarios percibían rentas y ostentaban derechos jurisdiccionales.

 
El rey reformó las estructuras del estado de la Corona de Castilla. En las cortes de Toro de 1369 se aprobó un ordenamiento de la Cancillería que regulaban las tasas que debían de abonarse en el futuro por la expedición de los documentos. Al final de su reinado creó una Casa de Cuentas para controlar la Hacienda y favoreció el Honrado Concejo de la Mesta entre otras reformas. En el año 1371, quedó establecida la Audiencia -el Tribunal Superior del Reino- que estaba constituida por siete oidores, los cuales se reunirían tres días a la semana. Fortaleció, dentro del Consejo Real, a expertos jurídicos que mostraban el deseo de Enrique de profesionalizar la administración regia.
 
Pragmáticamente, estabilizada la situación tras la guerra civil, se acercaron los nobles y los grupos dirigentes de villas y ciudades, unidos por el común interés en la explotación ganadera. Adelantaremos que a finales de siglo Castilla tenía una densa red de señoríos nobiliarios, lo cual significa que la alta nobleza compensaba las pérdidas infligidas en la renta feudal por la crisis a base de apoderarse de las rentas de la monarquía y el campesinado. Los sucesivos reyes de la dinastía Trastámara pudieron sostener esta sangría porque ellos desplazaron hacia abajo la factura de la crisis: lo que perdieron con concesiones a los grandes lo compensaron, merced al apoyo que éstos les dieron, incrementando el tributo de la alcabala, el servicio y el montazgo y obtener de las Cortes la concesión de subsidios extraordinarios.

 
Enrique colocó a sus fieles en los puestos cercanos. Nada que discutir en la tierra donde el presidente del gobierno ha llegado a tener 1.000 asesores puestos a dedo. Esta situación llevó a la desaparición de linajes viejos como los Lara, Haro y Castro; la supervivencia de otros como los Manuel, Cerda, Girón, Guzmán, Mendoza y Manrique; y la aparición de nuevas familias aristocráticas como los Velasco, Álvarez de Toledo, Ayala, Sarmiento, Pacheco y Pimentel. Estos nuevos magnates recibieron inmensas donaciones: villas, tierras, rentas y jurisdicciones a expensas del patrimonio regio, lo cual coincide con el eclipse del antiguo sistema de las behetrías que era un feudalismo socialmente mitigado. Por ejemplo, el arzobispo de Toledo, Gómez Manrique, fue el canciller mayor del Rey; Pedro Fernández de Velasco el mayordomo mayor; Juan Núñez de Villazán el encargado de la justicia mayor de la casa del Rey; y Fernán Sánchez de Tovar el guarda mayor. Destacamos que a los Velasco se les concedió las villas de Briviesca y Medina de Pomar. El rey procuró frenar el daño a la hacienda regia estableciendo normas restrictivas en la sucesión de los mayorazgos. Difícil equilibrio porque las ciudades de mayor empuje económico, que estaban en la meseta y en el valle del Guadalquivir, se manifestaron a favor de la causa de Enrique II.
 
La muestra de la necesidad de apoyos de Enrique II fue la frecuente convocatoria de Cortes. Pedro I sólo las reunió en una ocasión. O no necesitaba su apoyo, o no aguantaba las opiniones diferentes. En eso los “pedros” de la política de hoy son iguales. Las principales sesiones de Cortes del reinado de Enrique II fueron las de Toro de los años 1369, donde se aprobó un ordenamiento de precios y de salarios, y 1371. Posteriormente Burgos fue sede de las Cortes reunidas en los años 1373, 1374 y 1377. Así las cosas, puede afirmarse que en tiempos de Enrique II se dieron importantes pasos en orden al establecimiento en la Corona de Castilla del denominado “estado moderno”.

Sepulcro de Enrique II
 
Enrique II murió, según todos los indicios, el 29 de mayo del año 1379, en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja). Tenía cuarenta y seis años y acababa de firmar la paz con Navarra. Dice la tradición que Enrique murió envenenado al calzarse unos borceguíes que le había enviado el rey moro de Granada. Probablemente, la dolencia que hinchó sus pies hasta la muerte fue la gota. La última voluntad de Enrique fue que a su muerte no quedara en Castilla ningún cristiano en cautividad. Eso era tanto como cerrar todas las heridas de los años anteriores. Su defunción, de acuerdo con Pedro López de Ayala, fue “muy plañida de todos los suyos”. Su cuerpo fue trasladado a Burgos, si bien finalmente fue enterrado en una capilla de la catedral de Toledo. El cronista aragonés Jerónimo Zurita dijo de Enrique II de Castilla lo siguiente: “Fue uno de los más señalados príncipes que hubo antes y después, pues por su valor y gran constancia y prudencia conquistó aquel reino; y lo que fue de tener en más, los ánimos y voluntades de sus súbditos, que le amaron y sirvieron como si lo hubiera heredado por legítima sucesión”.
 
Llegaba ahora al trono su hijo mayor, Juan. Pero Castilla ya era otra muy distinta a la que el primer Trastámara recibió.
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Historia de castilla de Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González y otros autores.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
“Historia de España. La crisis del siglo XIV. El declive de la civilización medieval y el triunfo de los Trastámara”. Salvat.
www.reyesmedievales.esy.es