Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 13 de abril de 2025

Pedro I de Castilla: “Sólo puedo prometeros Sangre, lágrimas y…”


Pedro era un chico de tez blanca, con un rostro de cierta majestad, “los cabellos rubios, el cuerpo descollado y ceceaba un poco a la manera andaluza. Se veían en él muestras de osadía y consejo. Su cuerpo no se rendía con el trabajo, ni el espíritu con ninguna dificultad. Gustaba principalmente de la cetrería, era muy frugal en el comer y beber, dormía poco, y fue muy trabajador en la guerra. Dicen que en cambio poseyó una desmedida avaricia, que se dejó dominar por la lujuria y que fue cruel y sanguinario”. Esto lo escribió Pero López de Ayala, cronista y canciller de Castilla, pero, ¿era cierto? Hay autores que le han llamado “El Justiciero” reconvirtiéndole en una especie de proto-demócrata o proto-igualitarista que luchó por “los de abajo” contra “los de arriba”. ¿estamos ante una muestra de presentismo histórico?

Pedro I de Castilla.
 
La última entrada en nuestro clásico resumen de la vida de los diferentes reyes de Castilla terminaba con la muerte de Alfonso XI en Gibraltar en 1350. El nuevo rey, Pedro I, era un chaval de quince años criado a la sombra de su madre María de Portugal. Esta tenía el respaldo del noble portugués Juan Alfonso de Alburquerque, que había sido alférez de Alfonso XI. Juan Alfonso era, ahora, el consejero principal de Pedro, o de su madre.
 
Enfrente estaba el bando de Leonor de Guzmán. ¿Quién es esa? La amante durante veinte años del rey muerto, su principal consejera y tenedora de un gran poder territorial gracias a los señoríos que Alfonso fue otorgando a los diez hijos que Leonor le paría. Y, por si fuese poco, también tenemos el bloque de Leonor de Castilla y Portugal, viuda del rey Alfonso IV de Aragón, que tuvo que salir a escape de ese reino cuando subió al trono Pedro “El Ceremonioso”. Esta Leonor era hermana de Alfonso XI de Castilla y tenía dos hijos: Juan y Fernando. Estos también estaban refugiados en Castilla y eran primos del nuevo rey.

 
La viuda María y su hijo Pedro buscaban preservar la corona; los hijos de Leonor, mantener sus señoríos, y los infantes de Aragón -los primos del rey-, apurar las posibilidades de subir a algún trono. Pero, además, María y la concubina Leonor de Guzmán se odiaban. Se odiaban mucho. ¿Por qué? ¿No era normal tener amantes e hijos bastardos en esos tiempos? Creo que la causa era porque la amante y sus hijos habían sido colmados de posesiones y honores en vida del rey Alfonso… en detrimento de la reina y su hijo. ¡Era la hora de la venganza!
 
Y, si esto no fuera poco, las coronas vecinas -Portugal y Aragón- aprovecharán el caos para sacar partido. Si me permiten la digresión: como aprovechan los nacionalistas, Francia y Marruecos el caos partidista español. Aparentemente, el partido de la amante perdía pie. De hecho, la viuda María ordenó el encierro de Leonor y sus hijos. ¿Maldad? Un poco “rencorosilla” sí era María, pero, esta operación, dejaba libres una serie de altos cargos y prebendas que la nobleza castellana acapararía con alborozo. Y agradecería a Pedro I. La pena es que no fue tan sencillo. En el mismo mes de marzo de 1350, mientras los caballeros del difunto Alfonso XI transportaban el cadáver del rey desde Gibraltar hasta Sevilla, el valido Alburquerque ordenó detener a dos hermanastros del rey: Enrique, conde de Trastámara, y Fadrique, maestre de la Orden de Santiago. No los atrapó y se rebelaron. Su madre Leonor, que era muy artera, movió ficha y concertó el matrimonio de Enrique con Juana Manuel, la hija del poderoso -y difunto- infante don Juan Manuel. Ahora la poderosa era Juana Manuel, claro. La viuda María y su valido Alburquerque “recogieron velas” y aceptaron a los vástagos de Leonor dentro de la corte.

 
Pedro -o su madre- cómo todos los que tienen el poder, destinaron la mayor parte de sus esfuerzos en mantenerlo, pero supieron encontrar un hueco para trabajar por la corona de Castilla. Y, en Castilla, había trabajo que hacer. Llevaba reduciéndose la población desde el siglo XIII y esto se aceleró por carestías, guerras y epidemias. La falta de brazos generaba oscilaciones de precios y salarios al alza, problemas recaudatorios que derivaban en alteraciones en el valor de la moneda, bajada de la productividad y bandolerismo. Los distintos estamentos sociales tenían una lucha soterrada para mantener su parte de la tarta, de resarcirse de las pérdidas por la regresión demográfica y productiva.
 
Hacia 1350, Castilla sufrió un brote de peste negra favorecida por las carestías que vivía la debilitada población. Aparte de la mortandad, que despobló zonas de Castilla, tenemos la emigración de campesinos pobres a las ciudades. La mortandad conlleva una reducción de la oferta de trabajo y un incremento de los salarios. Los precios, a su vez, también suben. Aunque los precios de los productos manufacturados y de los salarios subieron más que los precios de los alimentos.
 
Ante la crisis el gobierno decidió emitir moneda creando inflación. ¿Raro? Sí, porque no existía esa capacidad hace setecientos años. Lo que sí podían hacer -y prácticamente es lo mismo- era alterar el valor de la moneda para obtener más monedas con el mismo oro y plata. ¿Por qué? Para eludir las angustias financieras de la corona causadas por el aumento de los precios, por la creciente complejidad de la administración, por la dificultad recaudadora y por la disminución de las reservas de metal precioso. Pero eso es pan para hoy y hambre para mañana.

Pedro IV "El ceremonioso".
 
Tras conocer lo que se cocía fuera de los palacios retomemos el tema del “juego de tronos” castellano. Cuando Pedro I tenía dieciséis años enfermó de gravedad. Era agosto de 1350. Si moría, el candidato mejor colocado era Fernando de Aragón (hijo de Alfonso IV de Aragón y Leonor de Castilla y Portugal) y eso no gustaba al rey de Aragón, Pedro “El Ceremonioso”. Si un tipo con sangre real aragonesa llegaba al trono de Castilla, ¿qué le impedía conquistar luego el trono de Aragón? Otro candidato era Juan Núñez III de Lara, descendiente de Alfonso X por vía de los infantes de la Cerda. Las ambiciones de Fernando y Juan quedaron en evidencia y cuando el rey se recuperó su madre tomó medidas. María suponía que la instigadora de todas las alteraciones era Leonor de Guzmán. ¿Solución? Leonor será ejecutada en Talavera de la Reina en 1351. Su hijo Enrique de Trastámara, viéndose perdido, huye a Portugal. La viuda María se tomaba su venganza.

Leonor de Guzmán.
 
Creyendo resuelto el problema de los -ahora- Trastámara, Pedro I atacó a Juan Núñez de Lara que intentó fortificarse en sus tierras, pero murió -al parecer, por causas naturales- mientras preparaba su defensa. ¿Finiquitado el tema? No. Pedro debía neutralizar al heredero de Juan, Nuño. Un niño de tres años. El pequeño Nuño también moría pocos meses después. Pedro I se apoderó de Las Encartaciones y los vencidos entregaron a las hijas de Juan Núñez de Lara, Isabel y Juana, en las que recaían ahora los derechos de herencia de su casa. Pedro incorporaba a sus dominios las tierras de Vizcaya, Lerma, Lara y un buen número de villas y castillos. Neutralizó, también, a las hijas de Núñez de Lara matrimoniándolas: a Isabel la casó con Juan de Aragón (hermano del infante Fernando) y a Juana con Tello de Castilla (hermano de Enrique de Trastámara). ¿Enlaces de enemigos?
 
Pero, les recuerdo, la guerra, aunque en la superficie nos parece una mera lucha de poder ajena a la población que sufría las consecuencias, hunde sus raíces en la situación socioeconómica de masa que le sirve de yesca. No era un simple “quítate tú para ponerme yo” sino que -dada la situación de Castilla- teníamos un grupo de gente que apoyaba a los bastardos de Alfonso XI porque rechazaban una la política real caracterizada por el personalismo, el recurso a la ley, la colaboración de la baja nobleza y la protección a los judíos. Los sublevados decían que el rey Pedro cometía violencias contra todos, nobles, ciudadanos y campesinos, aunque hacían más insistencia en los agravios cometidos contra la nobleza.

Enrique de Trastámara.
 
La propaganda -la “bendita” propaganda- de Enrique lo presentaba como un cruzado enviado por Dios -¡por Dios!- para liberar Castilla de las garras del tirano opresor de cristianos y protector de moros y judíos. Los del Trastámara prometieron a una sociedad empobrecida y endeudada que su rey anularía las deudas cristianas con los judíos. Como a los políticos patrios de hoy a Enrique de Trastámara le importaba un bledo el bien nacional y en su jugada sólo veía los beneficios para obtener el trono: atraerse a los pobres rurales y urbanos y asustar a los judíos para que no apoyasen a Pedro I. Lo de los pogromos y esas cosas no le preocupaba.
 
En 1351 Castilla suscribió un pacto con Navarra que garantizaba a Pedro I un cierto respaldo frente a Aragón. Y al año siguiente Pedro se entrevistaba con su abuelo, el rey de Portugal Alfonso IV “El Bravo”, que le aconsejó llevarse bien con sus hermanastros, los hijos de la ejecutada Leonor. Pedro I se centró en otras cosas: intentó atajar la inflación mediante ordenanzas como las dictadas en las Cortes de Valladolid de 1351 (Ordenamiento de menestrales y posturas). Allí el monarca fijó los precios y los salarios, declaró el trabajo obligatorio, dictó normas contra el bandolerismo y no accedió a la petición de la alta nobleza de obtener el control total sobre las behetrías de Castilla. Pedro encargó una investigación sobre los recursos fiscales, las tributaciones, los privilegios y su legitimidad, etc. De esta encuesta deriva la confección del Becerro de las Behetrías que llevamos años consultando para este blog. Su confección amenazo con descubrir muchas arbitrariedades al tiempo que evidenciaba la voluntad real de actuar con plena autoridad. En tales circunstancias, la nobleza, aunque inicialmente dividida en dos facciones -la de Fernando de Aragón, y la de Enrique, Tello y Fadrique de Trastámara-, se unió en un intento de imponerse al rey. Pedro, sintiéndose seguro con la alianza de la pequeña nobleza, los judíos y las ciudades y villas, aceptó el órdago.

 
En el sur del reino se sublevó Alfonso Fernández Coronel, un viejo caballero del partido de Leonor de Guzmán, que se hace fuerte en Aguilar de la Frontera (Córdoba). Contaba con el apoyo del infante Juan de Aragón, aunque fuese de otra facción. Alfonso Fernández quedó sitiado en Aguilar y terminó rindiéndose ante Juan Alfonso de Alburquerque, el valido. Pedro I ordenó degollar y quemar a Fernández Coronel.
 
1352 seguirá brindando alegrías a Pedro I. Ese verano se dirigía a Gijón, cuando el caballero Juan Fernández de Hinestrosa le presentó a una de sus sobrinas. ¿Para qué? ¡Para sacar partido del encuentro, evidentemente! Ella se llamaba María de Padilla y era “muy fermosa e de buen entendimiento e pequeña de cuerpo”, según dicen las Crónicas. El joven Pedro se enamoró e hizo de María su amante. El astuto tío de la moza había conseguido su objetivo: colocar a su sobrina huérfana y engancharse al poder. María había quedado huérfana de padre con quince años y, desde entonces, vivía con su tío, hermano de su madre. Hinestrosa era un noble de cierta importancia y había podido enviar a la joven María a criarse en casa de Juan Alfonso de Alburquerque, el valido del rey. Cuando Pedro marchó a Asturias para enfrentarse con Enrique de Trastámara se detuvo en la localidad leonesa de San Facundo. Allí estaba el valido Alburquerque con su familia. También estaba María. El tío Hinestrosa vio su oportunidad y se dejó caer por San Facundo, rindió homenaje al rey y le presentó a su sobrina. La influencia de María de Padilla sobre Pedro fue intensa. Para afianzar su posición María le da una hija a Pedro el 22 de marzo de 1353: Beatriz.

María de Padilla.
 
Para ese 1353 parecía que el trono estaba seguro: los Trastámara estaban domados, los infantes de Aragón neutralizados y la alianza de la corona con las villas respaldaba al rey frente a los nobles. Y, así, era el momento de casar al rey. La elegida fue Blanca de Borbón, una dama de la familia real francesa que, además, permitiría establecer una sólida y muy conveniente alianza entre Castilla y Francia muñida por el papado. La cosa venía fraguándose desde el año anterior. Pedro siempre se había opuesto, pero la necesidad de estabilidad del reino terminó inclinándole a aceptar este matrimonio. Después de mil dilaciones a causa de sucesivos retrasos en el pago de la dote, el matrimonio terminó celebrándose en junio de 1353. Dos días después de la boda, Pedro abandona a su esposa. ¿Qué estaba ocurriendo? Ocurría “María de Padilla”, que ya le había dado una hija. ¡¿Pecó Pedro de lo mismo que su padre?! Que el rey tuviera una amante e hijos bastardos no era problema, bastaba con que guardara las apariencias, viviera con su esposa legítima y mantuviera a su amante lejos de la corte. Y es justo lo que no hizo. Otras fuentes dicen que el motivo del abandono marital fue la confirmación de la incapacidad francesa para pagar la dote prometida. El rey se sintió burlado y culpó a Alburquerque. Pedro se largó con su amante. Y desterró a su esposa. ¿Consecuencias? Enfadó a la viuda María, al valido Alburquerque, al rey de Francia, al papa y a la nobleza.

Blanca de Borbón.
 
¿Cómo argumentó el rey el destierro? Pedro acusó a su esposa de haber tenido amores con Fadrique, hermanastro (Trastámara) del rey. Para la madre del Pedro aquello debió de ser intolerable tras sufrir el abandono por parte de su marido, Alfonso XI. No solo eso, sino que el partido portugués había perdido pie en la corte. El reino se dividió entre partidarios de Blanca, la esposa, y partidarios de María, la amante. ¿Quiénes estaban con Blanca? La reina viuda María de Portugal, el valido Alburquerque, la gran nobleza, el rey de Aragón y los hermanastros del rey: Enrique de Trastámara, Fadrique y Tello. ¿Quiénes apoyaban a Pedro? La pequeña nobleza, los patricios de las ciudades y la comunidad judía. En realidad, las dos mujeres eran el pretexto para manifestar viejas querellas de poder. Pero con dos novedades: la presencia de un candidato a la corona, Enrique de Trastámara, que concitaba la simpatía del pueblo llano, gran parte de la alta nobleza (estaba casado con una hija del infante Juan Manuel) y el rey de Aragón; y los intereses políticos de Francia, que evidentemente estaban del lado de Blanca de Borbón.
 
La viuda María y Alburquerque escribieron al papa Inocencio VI para que “leyera la cartilla” al rey Pedro. El papa le amenazó con la excomunión. Pedro, obediente, se reunió con Blanca en Valladolid, pero la reconciliación duró dos días. O tres. Luego Pedro volvió a marcharse. Nunca volvería a verla. Cabreado, el partido portugués, a través del valido Alburquerque, rechazó la conducta del rey. ¿Qué hizo Pedro? Cesó a Alburquerque y a casi todos sus altos cargos de la corte. Puso como valido a Hinestrosa, el tío de la Padilla, y en el resto de puestos principales a gente del clan padilla. No fue una sucesión pacífica: el nuevo maestre de Calatrava, Diego García de Padilla, ordenó matar a su predecesor, Juan Núñez de Prado y Pedro mandó a sus tropas contra las plazas que aún eran fieles al valido cesado. Visto lo visto, Alburquerque se refugió en Portugal. Pedro decidió entonces guarnecer la frontera. ¿A quién encargó la misión? A los Trastámara. Pedro I, también, reclamó que Alburquerque le fuera entregado. Les adelanto que el rey de Portugal dijo que no. En ese tiempo se celebraron en Évora las bodas de Fernando de Aragón, marqués de Tortosa y primo de Pedro I, con María, infanta portuguesa. Una parte de nobleza castellana consideraba al infante Fernando como posible sucesor legítimo del trono de Castilla si Pedro muriese sin hijos legítimos varones. A esta boda asistió también Juan Alfonso de Alburquerque, quien contó al monarca portugués una lista de agravios recibidos de Pedro.

Sepulcro de la reina Leonor.
 
Cómo estaban cerca unos de otros, los Trastámara y Alburquerque empezaron a conspirar contra Pedro I con ayuda de la corte portuguesa. El pacto postulaba que la Corona de Castilla fuera para el infante Pedro, hijo del rey de Portugal, como nieto de Sancho IV de Castilla en lugar de para Fernando de Aragón, primo carnal de Pedro I de Castilla. Ante estos enemigos el rey Pedro actuó: se volvió bígamo. ¿¿¿Qué??? Se casó con la viuda Juana de Castro en la primavera de 1354. Ella era hija de una importante casa gallega. Pedro convenció a los obispos de Ávila y Salamanca para que declararan inválido el matrimonio con Blanca antes de “recasarse”. No estaba tal loco, oye. ¿Por qué Juana? Los Castro eran un clan de la alta nobleza, con sangre real en sus venas y aquel enlace le proporcionaría el apoyo de un sector notable de la aristocracia del reino. Pedro abandonó rápidamente a su nueva esposa dejándole en el señorío de Dueñas.
 
Ante aquel nuevo matrimonio la madre del rey, María de Portugal, recurrió de nuevo al papa, y este amenazó nuevamente a Pedro con la excomunión. ¿Fue eso lo que forzó la separación de Pedro y Juana? No es posible asegurarlo. Otras fuentes hablan de que abandonó a su nueva esposa porque los hermanos de ella estaban con el pretendiente portugués y que Pedro no volvió a yacer con ella. El hecho es que, mientras tanto, el partido de Blanca crecía y el de Pedro iba menguando.

María de Portugal.
 
¿Qué hacía mientras María de Padilla? Pues se reponía de su segundo parto, la niña Constanza, segunda hija ilegítima de Pedro I. Aun así, escribía al papa Inocencio VI pidiéndole licencia para fundar un convento de monjas clarisas, dejando entender que su propósito era llevar una vida de penitencia y contemplación. ¿Era verdad o un truco político? ¡A saber! Lo cierto es que ese convento se fundó y fue el Real Monasterio de Santa Clara, en Astudillo.

Monasterio de Santa Clara de Astudillo.
 
Fernán Ruiz de Castro, un hermano de la esposa Juana de castro, se levantó en favor de los Trastámara. Pudo ser por la deshonra a su hermana como porque quería desposar a una hermana de Enrique. Las órdenes militares también se dividieron en el enfrentamiento con el rey. Los nobles rebeldes comenzaron por intentar tomar Ciudad Rodrigo. Luego recorrieron las tierras de la orden de Santiago para aumentar sus fuerzas, sin conseguir que se les rindiese Montiel, por lo que acabaron refugiándose en el gran castillo de Segura de la Sierra y en el de Hornos, en la sierra de Cazorla. El rey contraatacó en la Tierra de Campos, asaltando las fortalezas de Isabel Téllez de Meneses, esposa del valido Alburquerque. No pudo tomar la de Montealegre, pero sí los de Ampudia y Villalba de los Alcores, que se rindieron a finales de junio. Pasó luego por Toro antes de marchar a Sahagún a principios de julio para ir desde allí contra otras fortalezas. Pedro dejó a los infantes de Aragón -aliados suyos- en Salamanca y la Tierra de Campos para estorbar las maniobras del enemigo y marchó a Toledo para tratar de someter las tierras de la orden de Santiago en la región. Luego intentó expugnar Segura de la Sierra cercándola y volver a Ocaña para elegir un nuevo maestre de la orden que le fuese leal. Escogió al hermano natural de María de Padilla, Juan García de Villajera, pese a estar casado y vivir aún el maestre anterior, lo que infringía los estatutos de la orden. Esta elección supuso el cisma de la orden entre los que reconocieron al nuevo maestre y los que no.
 
Pedro I el Cruel trasladó a Blanca al alcázar de Toledo para tenerla mejor controlada. ¡Un error tremendo! La dama logró aunarse con los nobles y clases bajas de la ciudad para levantar esta contra el rey. A Toledo le siguieron otras ciudades: Cuenca, Córdoba, Jaén, Úbeda, Baeza y Talavera. Varios nobles que hasta entonces habían permanecido fieles al rey se pasaron entonces a los rebeldes. También dejaron al rey los infantes de Aragón. Con ellos perdió Pedro I el último apoyo que le quedaba entre la alta nobleza. El antiguo valido Alburquerque, los infantes de Aragón y los bastardos de Alfonso XI fueron estrechando lazos a finales del verano, que exigieron al rey la vuelta con Blanca, el abandono de su amante y el apartamiento de los parientes de esta de los puestos de gobierno.
 
El rey fue a refugiarse a Tordesillas, donde sus exiguas fuerzas quedaron cercadas y a donde acudió la reina Leonor de Castilla y Portugal a presentarle las exigencias de los sublevados, que rehusó aceptar. Entonces los rebeldes de la Liga trataron de apoderarse de Valladolid y Salamanca. Pero solo consiguieron Medina del Campo a finales de septiembre. Aun así, reunieron un ejército de cinco mil caballeros en Medina del Campo. Pedro no podía enfrentarse a esas tropas por lo cual se refugió en Toro… que fue rápidamente cercada por los rebeldes.

Toro (Zamora)
 
Así estaban colocadas las piezas de esta partida de ajedrez cuando, en 1354, Pedro I llega a Tejadillo (Zamora) para entrevistarse la Liga rebelde para solucionar el problema de Blanca de Borbón. Cada partido se presentó con cincuenta caballeros armados. Pedro necesitaba que el otro bando aceptara la nulidad del matrimonio con Blanca y avalara el enlace con Juana de Castro. Y, los otros, no querían. La corona se tambaleaba y, cuando huelen sangre los lobos… Se cruzaban varias conspiraciones para apartar del trono a Pedro. Por un lado, parte de la nobleza apoyaba al infante Fernando de Aragón, hijo de Leonor de Castilla y el rey aragonés Alfonso IV, primo carnal de Pedro y casado con una hija del rey de Portugal. Por otro lado, Enrique de Trastámara. Y no olvidemos al infante portugués Pedro que también era apoyado por los Trastámara. En la reunión Pedro buscaba afirmar la voluntad del rey como base del gobierno y la nobleza pretendía que el poder real estuviese limitado por los privilegios nobiliarios. El rey solo ofrecía una amnistía. Nada más. Los nobles se retiraron para seguir el cerco desde Zamora.
 
Pedro I aprovechó la situación para abandonar Toro y dirigirse a Ureña para estar con María de Padilla. La reina madre se puso en contacto con los nobles rebeldes y les abrió las puertas de su villa de Toro que se convirtió en el cuartel general de los confabulados. Desde allí los nobles conminaron al rey a acudir ante ellos y someterse a su voluntad. Pedro se entregó con el valido Hinestrosa, el tesorero Samuel Leví y el canciller, pese al peligro que suponía. Hinestrosa y Leví fueron encarcelados al llegar a Toro y los rebeldes exigieron la entrega de los sellos reales y la concesión de los oficios cortesanos, que teóricamente dependían de la voluntad del rey.

Pedro I
 
Mientras el rey trataba de que se declarase nulo su matrimonio con Blanca, la reina madre buscaba -y conseguía- que el papa anulara el matrimonio con Juana de Castro. Pedro, a su vez, se relacionará con sus hermanastros y enemigos, a los que se ganó prometiéndoles el oro y el moro. A Tello de Castilla, hermanastro suyo y hermano de Enrique de Trastámara, le ofrece el señorío de Vizcaya. A los infantes Fernando y Juan de Aragón y Castilla, primos suyos y, el primero, eventual candidato al trono, Pedro les ofrece amplios señoríos en el norte.
 
Pedro escapó de su encierro en otoño de 1354. Cuentan que lo hizo gracias a su tesorero, el judío Samuel Leví. Llamó a María de Padilla y se dirigió a Segovia, donde reorganizó a sus partidarios. En marzo de 1355 marchó contra Toro. No pudo tomar la población, pero la reina María liberó a Hinestrosa como señal de paz. Pedro se dirigió a Medina del Campo, donde reorganizó sus huestes para tomar Toledo. Antes de salir hacia allí, el 20 de abril de 1355, despachó una hueste a Galicia para mantener tranquilo a Fernando de Castro, para lo cual también contó con el obispo de Lugo, antiguo confesor del rey. Durante ese abril fueron asesinados por orden del rey: el adelantado mayor de Castilla Pedro Ruiz de Villegas II; el merino mayor de Burgos Sancho Ruiz de Rojas; el escudero Martín Núñez de Carandia...
 
El rey asaltó Toledo y ordena decapitar a dos caballeros del partido de Blanca y, de paso, a otros veintidós vecinos que se habían mostrado demasiado obsequiosos con la francesa. Los Trastámara no llegaron a tiempo para ayudar a los sublevados. El rey desterró a la reina, sin verla siquiera, al castillo de Sigüenza, del que había despojado a su obispo por haber participado en un proceso de excomunión del rey. María de Padilla, en junio de 1355, le da a Pedro, mientras sitiaba Toro, una tercera hija llamada Isabel mientras Juana de Castro le da un varón: Juan. ¡Un chico! ¡Un Heredero! O posible heredero porque pasará casi toda su vida encerrado en el castillo de Soria, prenda de las luchas por el trono castellano. Esto contradiría la afirmación de que Pedro no volvió a ver a Juana de Castro desde la boda. O, en su caso, “llegó y venció”. En toro entró a sangre y fuego. La madre de Pedro, María de Portugal, puso tierra por medio y se marchó a su país de origen, donde falleció por causas naturales en 1357, con cuarenta y cuatro años de edad.

 
Y paramos el relato de la vida del rey de Castilla Pedro I en este momento para descansar de tanta sangre. Lo retomaremos la próxima semana.
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Historia de castilla de Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González y otros autores.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortazar.
“Historia de España. La crisis del siglo XIV. El declive de la civilización medieval y el triunfo de los Trastámara”. Salvat.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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