Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 30 de noviembre de 2025

Cuando Montserrat tomó Montecillo y otras historias.

 
Resulta un tosco juego de palabras que mont Serrat (monte aserrado) tomase montecillo (monte pequeño) pero, casi, resultaba inevitable. Otro título que he barajado es “Montserrat a Caballo”. Pero lo importante es que esta entrada explicará la presencia de una réplica de la Virgen de Montserrat en Espinosa de los Monteros.

 
Viajemos al fracasado golpe de estado del 18 de julio que derivó en la guerra civil de 1936-1939. Los diferentes partidos políticos, de ambos lados, llamaron a la lucha a sus militantes. En el lado nacionalista, Falange movilizó a unos 200.000 hombres y los carlistas, o requetés, a unos 60.000. Ambos grupos los encuadraron en unidades propias. Los primeros organizaron 116 banderas y los segundos 35 tercios que, aproximadamente, equivalían a un batallón. Entre estos últimos se conoce el único tercio formado por catalanes: el Tercio de Nuestra Señora de Montserrat. Pero no hablaremos de carlistas catalanes, que parece un oxímoron, sino de falangistas catalanes.
 
La mayor parte de los catalanes que lograron salir de Cataluña durante los primeros meses de la guerra por mar o, posteriormente, a través de los Pirineos o de deserciones, acabaron estableciéndose en la España “nacional”. No se quedaron en Francia, por decir algo. Y la capital rebelde era Burgos. Por ello, nuestros protagonistas del día han sido denominados “catalanes de Burgos”, si bien la mayor parte de ellos se establecieron en San Sebastián, Zaragoza, Sevilla o Palma. Eran católicos y conservadores y colaboraron en el esfuerzo de guerra ocupando cargos en la administración, creando negocios o encuadrándose en el ejército y, como hemos dicho, en las milicias de Falange o Carlistas.

 
La Primera Centuria Catalana “Virgen de Montserrat” se formó en Burgos con falangistas catalanes huidos de la zona republicana en agosto de 1936. Tras una instrucción básica partieron hacia el frente de Espinosa de los Monteros el 5 de octubre de 1936. Eran 118 hombres. Estaban a las órdenes del capitán Santiago Martín Busutil -en otras fuentes lo dejan en teniente de complemento en esas fechas-. Como capitán instructor, contaban con el aventurero y antiguo capitán de la caballería finlandesa Carl Von Haartman. El mando político lo llevaba Antonio Geis.
 
Santiago Martín Busutil fue uno de los primeros nacionalsindicalistas de Cataluña. Fue comerciante textil (“Almacenes Busutil” de Barcelona). Junto con José María Poblador fundan las JONS en la capital catalana y en el momento de la expulsión o escisión de Ramiro Ledesma tras la unión con Falange, sin dudarlo, siguieron a su antiguo jefe.

 
Estas JONS minoritarias se reunificarán empujadas por la violencia de la primavera de 1936 y por la ayuda de Manuel Hedilla (que actuaba como inspector nacional nombrado directamente por José Antonio). Junto a las milicias de Primera Línea (centurias Roja, Amarilla y Azul y Escuadras Negras) y el sector que sigue al jefe territorial Roberto Bassas se centrarán en el golpe de estado. Aunque ni siquiera en ese momento actúan unidos, por lo que el consejero nacional Luis Santamarina, el 19 de julio, asume el mando de la Falange sublevada y nombra a José María Poblador y a Santiago Martín Busutil (que era teniente de Complemento), como jefes militares de los voluntarios falangistas. Evidentemente salió mal el golpe en Barcelona y Martín Busutil logra escapar de las detenciones.
 
Después de mil peripecias llega a Burgos, donde fundó y comandó la centuria de la que hablamos y a la que se unen los pocos falangistas catalanes que se encontraban en la zona. Santiago ascendió a capitán por méritos de guerra, pero en el ataque a la cota 921 de la localidad de Ahedo de las Pueblas, morirá.

 
Pero no nos adelantemos y describamos el tablero de juego. La línea del frente iba desde La Herbosilla, Los Campos (en el lugar donde hoy hay unos chalets adosados), el alto de Los Laos, Quintana de los Prados (cuesta de la Cabra), Loma de Montija y El Crucero.
 
El 10 de octubre de 1936, cinco días después de llegar, la Centuria Catalana inició su actividad bélica en un contraataque desde Quintana de los Prados ocupando el pueblo de Montecillo de Montija. Actuaron como respuesta al intento republicano de romper el frente en el sector de Loma de Montija. Al día siguiente instalaron allí su cuartel general. Quizá después de esta acción se suavizó un poco el disgusto local porque hablasen en catalán. Esa afirmación de rechazo a lo catalán procede de wiki.vilaveb.cat, para que saquen sus propias conclusiones. De hecho, confunden la Centuria Catalana con el Tercio de Requetés “Virgen de Montserrat”. Cosas de que ambas milicias se llamasen igual. En fin…

 
El 8 de noviembre ocuparon la estratégica posición de La Herbosa. Con ellos se estaban las Centurias burgalesas decimotercera y decimoséptima. Por esta acción se cantó la siguiente coplilla:
 
“La centuria diecisiete
la trece y la Catalana
hemos tomado La Herbosa
a bayoneta calada”.
 
Con esta acción aliviaron la presión republicana sobre Espinosa, si bien esa cota sería recuperada por los republícanos el 31 de diciembre. También tuvo una destacada participación en los ataques republicanos de los días 21 de noviembre y 6 de diciembre. En los partes oficiales figura que rechazaron y causaron grandes pérdidas al enemigo incluyendo la destrucción de dos tanques apoderándose también de ametralladoras y morteros, sufriendo a su vez diecisiete muertos en la posición del Caballo y cincuenta heridos.

 
Pero detengámonos un poco más en esta última acción. A primeros de diciembre de 1936, las fuerzas republicanas iniciaban una ofensiva en el frente de Espinosa de los Monteros. Por el Norte avanzaban tomando el Alto de los Mostajos en el Costal y la cota de Picón Blanco, mientras por el Este intentaban avanzar sobre Quintana de los Prados. En mitad de estos avances, en el sector denominado El Caballo, se encontraban las tropas de la Centuria Catalana que se vieron sorprendidas por las milicias republicanas en la madrugada del 6 de diciembre, sufriendo numerosas bajas.
 
Sobre este combate tenemos varias versiones. Así en el periódico falangista “Destino”, en una crónica que rezuma patrioterismo, relata: “Cuartel de la centuria catalana de Falange “Virgen de Montserrat”.— Son las diez y media de la noche. La centuria se dispone a descansar. Se comentan, en voz baja, las últimas novedades; hay optimismo y alegría general. A las once .y media, el silencio es absoluto; solamente es interrumpido por algunos ronquidos que bastarían por si solos para desvelar a toda la centuria; pero el cansancio es tan grande que ni los mismos cañones conseguirían despertar a estos bravos luchadores.

 
Sin embargo, poco después el sueño apacible es roto por fuertes golpes dados en la puerta. Más lejos se oían las cornetas tocando generala, y aquellos hombres a quienes no habría nada interrumpido, se despiertan, al oír las cornetas. Es la llamada a formar. El enemigo ataca y todos acuden solícitos inmediatamente. Se oyen voces autoritarias mandando formar con armas, rápidamente y por escuadras, llevando la dotación completa. En un momento todo el mundo está en su puesto. El jefe exclama: ¡Treinta voluntarios, que salgan inmediatamente! Todos levantan el brazo al estilo romano. Esto ocurre siempre que se piden voluntarios.
 
El oficial vuelve a ordenar que salgan los treinta primeros de la segunda Falange, con alegría y emoción por los que parten y envidia por los que quedan. Más tarde se oye un fuerte tiroteo. Son los nuestros que han salido al encuentro del enemigo. Este ataca de sorpresa, pero en cuanto se convence de que todas las previsiones están tomadas, abandona la lucha. Sabe el peligro que corre si presenta batalla.

 
Nueva orden de Comandancia: “Que descanse lodo el mundo con las cartucheras puestas y el fusil al lado”. Desencanto general en la Centuria: “estos rojos han huido como de costumbre sin que hayamos podido, dar cuenta de ellos”... Tres y media de la madrugada, Comandancia vuelve a ordenar “a formar y salir inmediatamente. Se forma en un dormitorio y se ordena “firmes”. El Capitán agregado a la Centuria manifiesta que, antes de salir, el Padre de la misma les dirigirá la palabra. Este, con voz paternal, pero segura, dice: “Esta vez vuestros deseos no serán frustrados. Vais a entrar en combate y a luchar en defensa de Dios y de la Patria y si alguno pierde la vida, será para comenzar otra eterna de felicidad. No olvidéis ésta y prepararos, pues, como cristianos, arrepentiros de todo corazón de vuestras culpas y rezad conmigo un Acto de Contrición... Seguidamente, en medio de respetuoso silencio, el Padre da la absolución. ¡Hermoso contraste, la sencillez de la escena con la grandiosidad del acto!”.
 
Ahora sale ya la Centuria hacia el campo de batalla con el corazón henchido de Fe y entusiasmo patriótico; ¡con estos ideales son invencibles!... Van carretera adelante; pasan la última guardia del pueblo; con ellos forman también otras fuerzas de la Guardia Civil y algunas compañías de otros regimientos. De pronto dejan la carretera y comienzan a subir monte traviesa (Sic); el entusiasmo crece hasta el límite, ahora ya saben a dónde van. Se trata de asaltar los parapetos que tienen los rojos, magníficamente situados en lo alto de “La Herbosa”, a 1.200 metros de altitud. La ascensión lenta pero continuada se hace sin desmayos, comienza a amanecer y se acelera la marcha; aparece el sol, y se inicia el ataque, como reza el Himno de Falange, “Cara al sol con la camisa nueva”.


A los catalanes se les reserva el honor de formar la vanguardia. Se ordena desplegar en guerrilla preparados para el asalto y se da la orden de “Avance”. Quedan pocos metros para ser descubiertos por el enemigo y se adelanta precipitadamente; todos quieren ser los primeros. Los jefes tienen que ordenar calma. Suena la primera descarga; el enemigo los ha descubierto; la lucha está entablada. Hay que avanzar completamente al descubierto unos 300 metros hasta llegar a los primeros parapetos del enemigo. Éste, estratégicamente atrincherado, hace descargas cerradas, pero lodo es inútil; a los catalanes ya no les detiene nada; en medio de una lluvia de balas avanzan ahora en carrera desenfrenada hacia la victoria o la muerte, que es en este caso vida eterna. Cae uno de ellos atravesado por tres balazos; ¡no importa!, ¡adelante siempre! Al caer aún le quedan fuerzas para gritar ¡Arriba España! (Tomad nota funestísimo Cambó, a pesar del veneno que habéis infiltrado al noble pueblo de Cataluña, no grita el egoísta “¡Visça Catalunya” sino el ¡Viva España! amplio y generoso en el que va incluida Cataluña y Castilla y Navarra y todas las regiones de España).
 
Algunos comienzan a cantar el Himno de Falange, se baten también heroicamente; ¡no en balde los anima a todos el mismo espíritu patriótico! El Sacerdote y el Médico de la Centuria acuden solícitos a donde ven un caído, con riesgo evidente de sus vidas. Los rojos estupefactos se convencen que estos catalanes no son los del 6 de octubre y de que todos los que no caigan seguirán avanzando hasta echarlos de sus guaridas, exponiéndose a una muerte cierta; ¡demasiado sacrificio para quienes combaten sin ideales! Prefieren dejar la lucha, y así lo hacen abandonando precipitadamente las trincheras y por tanto la situación estratégica que les había encomendado Moscú para su defensa. Algunos catalanes han calado ya la bayoneta y en medio de gritos patrióticos de ¡Arriba España!, ¡Viva el Ejército! y ¡Adelante Falange! son asaltados y conquistados para España todos los parapetos. El primer catalán, que ha sido el primer español que ha saltado a ellos, clava la bandera de España. Será éste un símbolo de la Nueva España. ¡Los catalanes poniendo la bandera española en tierras de Castilla!

 
El entusiasmo es indescriptible; los vivas se repiten sin cesar; los jefes y oficiales tienen que hacer esfuerzos inauditos para detener a estos falangistas entusiastas que quieren perseguir a los rojos hasta aniquilarlos a todos. ¡A Santander gritan muchos!, pero la orden, como militar, es terminante; “una vez conseguido el objetivo conservar la posición”. El botín que se les coge es abundante; cinco magnificas tiendas de campaña, 200 mantas, varias cajas de bombas de mano y de municiones, un fusil ametrallador, etc., etc. Al cabo de tres horas llegan fuerzas de Espinosa para relevar a los que han efectuado el asalto. Estas descienden pletóricas de entusiasmo. Los catalanes, entre otros trofeos, bajan la bandera roja arrancada a los marxistas de su propia guarida. Al llegar a Espinosa todo el pueblo les saluda emocionado (…)”.
 
(…) La Centuria regresa a su Cuartel. Llega de Comandancia el oficial agregado a la misma y previa la orden de “firmes” manifiesta: “Os traigo la felicitación entusiástica del Mando y la mía propia. No es posible luchar con mayor bravura y heroísmo que lo habéis hecho vosotros. Ya en el combate de Quintana os distinguisteis luchando heroicamente, valiéndoos entonces la felicitación efusiva del jefe de las fuerzas de este frente, pero esta vez os habéis superado; ni el Tercio hubiese podido aventajaros. ¡Arriba España!”. Este relato lo firmó Ignacio Llobet que era un miembro de esta centuria y que no sobrevivirá a la guerra.

 
Esta escaramuza también era relatada, doce años después, por R. de la Serna que fue integrante de la Centuria Montañesa. No de la catalana. Y la distancia en el tiempo y no ser de la misma unidad se notó. Este falangista relataba en una revista católica catalana que “ (…) el cinco de diciembre, bien de mañana se vio desde las posiciones ocupadas por la “Virgen de Montserrat” destacarse de las enemigas un nutrido grupo de milicianos. Avanzó lentamente, bandera blanca desplegada en cabeza, cruzando con bastantes dificultades la inmensa sábana blanca que cubría con una capa de más de veinte centímetros de nieve toda la tierra hasta el horizonte, piadoso sudario que pasadas no muchas horas había de amparar tantos cadáveres. Pedían parlamento. Y se parlamentó. En una barrancada intermedia los nacionales se informaron de que al día siguiente se pasarían a sus filas para luchar al lado de Franco la mayor parte de las fuerzas defensoras de La Herbosa.
 
Con las primeras luces del seis de diciembre de hace doce años, fecha de la heroica gesta, comenzaron a abandonar sus trincheras las fuerzas adversarias, llevando en cabeza como el día anterior una bandera blanca desplegada. En aquellos momentos montaban guardia en la posición nacional treinta hombres, diez en cada parapeto. El resto de la Centuria descansaba en su cuartel de Espinosa. Los catalanes, confiados en las negociaciones de la víspera, dejaron avanzar al enemigo, pero cuando éste se encontraba a muy escasos metros de las alambradas españolas abrió nutridísimo fuego, y se desplegó en franco ataque. ¡Procedimientos muy marxistas! La reacción no se hizo esperar e inmediatamente los treinta falangistas, al grito de ¡Arriba España! iniciaron el contraataque contra fuerzas cien veces, mil veces, mayores.

 
Los camaradas de “la Catalana”, que se encontraban en Espinosa, al oír el nutridísimo fuego, y comprender que sus compañeros corrían un grave peligro, sin recibir órdenes de nadie, cada uno por su propia iniciativa, se lanzaron Caballo arriba, en auxilio de los que se defendían bravamente. A esta heroica resistencia que en los primeros momentos ofrecieron los treinta falangistas de guardia, y al refuerzo prestado tan rápida como oportunamente por sus camaradas, se debió el que quedara frustrado el plan “sorpresa”, pues dieron tiempo a que se organizara en debida forma el contraataque. Después de un serio combate los atacantes se retiraron a las nueve de la mañana, dejando la nieve sembrada de cadáveres”.
 
“(…) La unidad quedó momentáneamente deshecha. El sesenta por ciento de sus elementos había caído con alegría y ardor por Dios y por España... Diez muertos y más de cuarenta heridos fue el elocuente balance”. Como vemos de esta parte no nos cuenta nada el anterior “plumilla” Llobet.
 
Una tercera versión la publicó “Destino” unas semanas después de la anterior y que comenta, también, ese raro asunto de la bandera blanca el día 6 de diciembre de 1936. A su manera, claro: “Nos despierta un tiroteo intensísimo, muy cercano. Conviene prepararse a toda prisa, sin esperar órdenes. Los tiros se van acercando, suenan por el Alto del Caballo, una de las posiciones nuestras, clave de Espinosa, que la Centuria conoce perfectamente por las innumerables guardias que hiciera en sus parapetos. Todavía no se ha dado la alarma en el pueblo. Pero se comprende en seguida que el peligro es inminente. Además, 18 Camaradas nuestros están de guardia en la posición, juntos con 22 soldados de Infantería. Son las siete de la mañana. Todos rivalizan en vestirse rápidamente. De pronto un enlace llega corriendo de Comandancia, con la orden de formar. El ruido de la batalla continúa intenso. Entra en acción nuestra batería, pero no vemos aún a donde dirige sus disparos.

 
Nueva orden de Comandancia: que 50 hombres suban inmediatamente al “Caballo”. Aprisa por la empinada pendiente, subimos los 60 primeros. En la cuesta empiezan a silbar las balas. Desde la posición, ya cercana, bajan los primeros heridos; dos muchachos de los nuestros. De paso, un saludo, un voto. Y adelante. Al llegar a la posición, la primera noticia, de lo ocurrido, pera vaga, sin detalles. Los parapetos más avanzados han caído en manos del enemigo. Hay que reconquistarlos, sin perder tiempo. El tiroteo no cesa ni un solo minuto. Parece que los marxistas han atacado por sorpresa que su número es muy superior al nuestro.
 
Se despliega en guerrilla, y seguimos avanzando hacia los parapetos perdidos. Sin parar, adelante, por la ladera desierta cubierta de brezo y encharcada por la llovizna. De pronto, a pocos metros, aparece una guerrilla enemiga. Son muchos, 100, 200 tal vez. Han rebasado la línea de nuestros parapetos y van bajando. Al vernos, cesa por un momento, el tiroteo. Titubean, como si no supieran lo que han de hacer. En los parapetos en su poder aparece una bandera blanca. Van a rendirse. Los invitamos a tirar las armas, a entregarse. Uno de los nuestros quiere adelantarse a parlamentar con ellos, noblemente, sin arma en la mano, Desoyendo nuestros consejos, avanza unos pasos, confiado en una nobleza que el enemigo nunca tuvo, desde que empezó la guerra. Se enfrenta con unos milicianos que cobardemente le dejan acercarse. Y de pronto “erumpe” de las filas enemigas el grito traidor “Viva Rusia” -el grito que parece mentira en pechos españoles- y el héroe cae, acribillado a balazos, Camarada hermano de nuestra Falange, tu muerte será vengada.

 
Acto seguido, iniciamos el fuego contra los asesinos. Caen algunos, los demás huyen a los parapetos. Se entabla un tiroteo furioso. El enemigo contesta a nuestra fusilería con ametralladoras. No cabe acercarse a las trincheras mientras no lleguen refuerzos. La lucha es muy desigual. La Centuria resiste hasta que de Espinosa suben más fuerzas y luego se lanzan a un ataque a la bayoneta, secundada por las demás tropas. El enemigo cede al ímpetu arrollador del ataque, abandona los parapetos, huye por la montaña. El Alto del Caballo es nuestro. Espinosa está salvado (…).
 
Otra versión de esta refriega aparece escrita en el libro “Los Catalanes en la guerra de España” (1951) de José María Fontana. Este voluntario se incorporó a la Centuria Catalana días después de la masacre: “Yo llegué a la España Nacional el día 19 de diciembre. Y me explicaron que hacía pocos días, el 6 de dicho mes, la centuria Virgen de Montserrat había sido diezmada. Los rojos santanderinos atacaron de noche todavía nuestras débiles posiciones que, en el Alto del Caballo, defendían Espinosa de los Monteros. El fuego resultaba ensordecedor, y antes de que llegara el parte, todos se vistieron, dispuestos a subir en socorro de sus camaradas. La situación era crítica, pues, acercándose el enemigo en la oscuridad y en número muy superior, había logrado ocupar los primeros parapetos. Sin esperar órdenes, todos emprendieron la subida: Arolas, que ganara gloriosa muerte a sus cincuenta años; enfermos de cuidado, como Leoncio Soler de Puig (nieto de don Leoncio Soler y March, ex senador y diputado de la Lliga), que murió al recoger a un soldado herido, y todos los que estaban en el hospital. El espectáculo de arriba era trágico. Muertos, por todas partes, y algunos, como Farfán y Rafael Soler, ya en poder de los rojos. Casi todos los supervivientes, heridos. Pero, rabiosamente pegados al terreno y cubiertos de sangre, Forgas, Figuerola, Iglesias, Martí, Sanz, Martínez, Solé, Foret, Delcort, Llobet..., siguen disparando mientras les queda sangre y fuerza para cargar. Todos los parapetos están tomados y en forma de semi círculo baten al único y último que queda, llamado parapeto central. Aquí se replegó el grueso de supervivientes, y los demás se repartieron por los flancos. El frío es intenso y la niebla cubre por unos momentos la trágica escena, ocasión que se aprovecha para retirar y recoger heridos y muertos. Los rojos se han aproximado, y, ocultos por una nube baja que se arrastra hacia nosotros, surgen sus sombras a menos de treinta metros. Caen muchos. Sólo tres hombres quedan en pie en este parapeto, y los tres están levemente heridos. Martínez Torres se pone a la ametralladora, mientras Pedro Pere y Rodríguez tiran las bombas de que disponen y siguen disparando sin cesar. Se unen unos cuantos, con Carreras, Iglesias, Cusi, Marti Puntas, Mussons, Llorens, Moragas, Vila, Batllevell, Geis, Carait, y por el flanco les castigan en descargas cerradas. No queda más munición en la ametralladora. Se desenvainan los machetes, y se inicia la carga a la bayoneta. Antonio Quijada la clava tan fuerte, que no puede sacarla del cuerpo enemigo y recibe a su vez un tremendo bayonetazo en el vientre. El choque es violento, y el combate dura cuatro horas y media. De ochenta combatientes quedaron muertos 17 y 50 heridos. ¡Pero la bandera de España siguió flotando en El Caballo! Cuando el jefe quiso pasar revista a la centuria tuvo que desistir, pues le fue más fácil tomar nota de la docena y pico de supervivientes”. Entre esos muertos estaba Leoncio Soler i Pallejá como recordó, en unas breves memorias, el espinosiego Bonifacio Alcorta Martínez. Elijan ustedes el relato que les resulte más creíble. O ninguno.

 
La unidad fue propuesta para la Medalla Militar Colectiva por el teniente coronel Moliner, jefe del Sector, por su papel. Después del combate sangriento en el Alto del Caballo, la Centuria se traslada por una semana a Villarcayo y seguidamente a Loma de Montija. Aquí nuevamente se reanuda la vida de trinchera y pasarán la Nochebuena, alegrada por los regalos que envía retaguardia. El 2 de enero de 1937, entrarían de nuevo en acción en un intento de recuperar la posición del Mirador tras haber sido sorprendidas, y desplazadas de los parapetos, las fuerzas nacionales mientras celebraban el año nuevo de 1937. Tras este último combate la Centuria Catalana de falange había dejado de ser una unidad operativa. Se reorganizan y trasladan a Ahedo de las Pueblas.
 
La Centuria se agregó a la Primera Bandera de la Falange de Burgos dentro de la sexagésimo segunda División formando la cuarta centuria de esa unidad. Será una centuria formada ya por catalanes y castellanos. El día 22 de marzo, en una tarde fría, cubierta y de mala visualidad se detecta que varios republicanos se acercaron al pueblo de Robledo de las Pueblas. Los de la Centuria Catalana fueron en su busca. Diez hombres acompañaron al jefe de Falange. Sigilosamente, mientras nevaba, se llegó a las casas más lejanas de Robledo, por sendas escondidas, llenas de agua y barro, sorprendiendo a los republicanos que se retiraban con el producto de su robo.

 
El día 13 de agosto de 1937 se les asignó el sector de Ahedo de las Pueblas. Por la noche se desplazaron de Soncillo a Pedrosa y, luego, andando hasta Ahedo donde llegan casi al alba. Desde esa posición verán la llegada de los bombarderos y los disparos de la artillería de campaña. Al mediodía del día catorce se levantará la niebla y aumentará el viento que impedirá los bombardeos. Es el momento de la infantería. La Centuria donde están los catalanes deberá tomar la difícil cota 921 que estaba protegida por una triple línea de alambradas. Para alcanzarla debían ascender una lisa pendiente de más de un kilómetro disfrutando del fuego cruzado de los republicanos.
 
Calcularon unos sesenta soldados republicanos pero el fortín de esa cota estaba ocupado por dos compañías de voluntarios del batallón 114. Los falangistas avanzaron entre la fina lluvia y el viento cortante. Al llegar a las alambradas caen los oficiales -capitán Busutil, Pedro Pelfort (Alférez Provisional), Presa y Vidal- que dirigían la operación en primera línea.

 
Los supervivientes, al mando del “Pater”, monsén Ramón Grau, que también será herido, vuelven al ataque. La centuria fue aniquilada. En esos mismos combates 372 soldados italianos del CTV, también perdieron la vida.
 
Otros caídos de la centuria catalana fueron: Arola, Borrás, Borrallo, Carreras, Cusi, Del Col, De los Godos, Figuerola, Forgas, Iglesias, Larrosa, Ledesma, Llanza, Ignacio Llobet, Llorens, Martí, Martínez, Morali, Musons, José María Ortoll, Pérez, Quijada, Romero, San Vicens, Sanz, Sintes, Serraller, Leoncio Solé, Soler, Varenne y Juan y Francisco Carreras. También hubo heridos como Cleto Rochas Sancho que después sería guardia civil y que recibió la medalla de plata de Barcelona. Eloy Manzano, también guardia civil, o Eufrasio López Nuñez -que era de Sestao (Vizcaya)- también recibieron esa distinción. Sin olvidar nombres como el del capitán -y antes alférez provisional- Nonito Mateu Mir.

 
Dado que muchos de los integrantes de la centuria eran estudiantes antes de la guerra bastantes de ellos pasaron a las academias de Alféreces Provisionales y a las primitivas, y luego prohibidas, academias de jefes de Centuria de Falange incorporándose luego a diversas unidades. Posteriormente una nueva Centuria catalana de Falange se incorporó a la quincuagésimo segunda División.
 
En junio de 1949, algunos de los supervivientes, junto a familiares de los fallecidos, rendían homenaje a los muertos de la Primera Centuria Catalana en una visita a Espinosa de los Monteros. Como conmemoración de este homenaje, se erigió una lápida con el nombre de ocho de los fallecidos en el cementerio de la localidad. También se colocó una imagen de la Virgen de Montserrat en la iglesia de Espinosa.

 
En 1962 con motivo del XXVI aniversario de su entrada en fuego de la Primera Centuria Catalana Virgen de Montserrat, sus supervivientes homenajearon al Frente de juventudes en su vigésimo segundo aniversario. Allí se les entregó una placa con un texto del caído Pedro Pelfort a su esposa, en la que registraban que, antes de morir, recomendaba la inscripción de su hijo en la Organización Juvenil falangista.
 
Durante el franquismo, el ayuntamiento de Espinosa de los Monteros concedió a la Centuria Catalana de Falange la medalla de oro de la ciudad. También obtuvieron la de la provincia por la Diputación Provincial de Burgos. Un grupo escolar de Espinosa llevó el nombre de la Centuria Catalana y había también una calle con ese nombre. En poblaciones catalanas, incluida Barcelona, tuvieron numerosas calles el nombre de la primera Centuria Catalana. Destacaremos la inauguración, en 1955, de un monumento en honor de esta unidad militar que lo situaron en la plaza de Espinosa de los Monteros de Barcelona. Hoy estaría en la zona de la plaza Prat de la Riba. Y, por supuesto, supervivientes de esta centuria participaban en los homenajes que se realizaban en la Columna Sagardía.

 
En total, de los 118 hombres que tuvo la Centuria Catalana 35 murieron, 18 quedaron mutilados y más de 50 fueron heridos de distinta consideración, pero bastantes de los supervivientes terminaron la guerra como oficiales del bando vencedor. En el cementerio de Espinosa de los Monteros se hizo una sepultura colectiva para los que cayeron en este frente. Otro recuerdo de su presencia es una copla inspirada indudablemente en la famosa del Barranco del Lobo, de la Guerra de Melilla y que Bonifacio Alcorta se atribuye:
 
“En las cumbres de Espinosa
hay una fuente que mana
sangre de los catalanes
que murieron por España”.
 
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “La Vanguardia”.
Historiadors de Catalunya.
“El Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat en la Batalla del Ebro”. Eduardo Palomar Baró.
Asociación de modelismo “Alabarda”.
“República, Guerra Civil y posguerra en Espinosa de los Monteros y merindades de Montija, Sotoscueva y Valdeporres (1931-1950)”. Fernando Obregón Goyarrola.
“In Spinosa Nostram Portionem”. Página de Facebook.
La razón de la proa. 
“Catalanes en Espinosa de los Monteros (bando franquista) deben soportar la animadversión de la población autóctona hacia la lengua catalana”. wiki.vilaveb.cat
“Medallas e insignias de la guerra civil, posguerra y franquismo”. 
Periódico “El Adelanto”.
Periódico “La Voz de Castilla”.
Periódico “Diario de Burgos”.
Hoja oficial de la provincia de Barcelona.
Periódico “La Prensa”.
Periódico “Hoja del Lunes”.
Periódico “El adelantado de Segovia”.
Periódico “Pueblo”.
Boletín Oficial del Estado.
“Recuerdos”. Bonifacio Alcorta Martínez.
“Folletos del secretariado de Caridad del Centro Interno de A.C. de Santa María del Hospital Provincial de Lérida”.
Periódico “Destino”.
"Uniformes militares de la Guerra Civil española en color". José María Bueno.
 
 

domingo, 23 de noviembre de 2025

Margot busca al príncipe Juan

 
 
Viajaremos a finales del siglo XIV, muy a finales, al reinado de los Reyes Católicos cuando se dispuso un enlace matrimonial cruzado que cambió la historia de España y del mundo. Sin exagerar. El 20 de enero de 1495, en Amberes, se firmaron las capitulaciones para el matrimonio de los hijos de Isabel y Fernando, Juan y Juana, con los hijos de Maximiliano I de Austria, Felipe y Margarita. Lo firmaron el emperador y el embajador Francisco de Rojas y en el paquete se incluía la alianza antifrancesa de las coronas de Castilla y Aragón y de Alemania, Austria y Borgoña.

Fernando e Isabel, los Reyes Católicos
 
El acuerdo sobre un doble matrimonio fijaba que los casamientos se cumplirían antes de noviembre de 1495; habría una renuncia recíproca de las dotes; fijación de una renta de 20.000 escudos al año para las novias, Margarita y Juana; disposiciones sobre joyas y alhajas; compromiso de Maximiliano de enviar a su hija en un plazo de un mes tras los esponsales, desde Malinas a España, pagando el traslado; los derechos de sucesión quedaron según la legislación vigente en cada reino; se firmó una alianza de amistad eterna entre ambas casas; ayuda militar mutua en Italia; y, promesa de los firmantes, Maximiliano y Rojas, de cumplir el acuerdo, con la posterior confirmación de los contrayentes. El embajador español entregó en el plazo de cinco meses, en Malinas, los documentos de ratificación de los Reyes Católicos, y sus hijos Juan y Juana.
 
En esta ocasión la persona protagonista de la entrada será Margot, Margarita, y no su esposo o Juana y Felipe. Margarita nació en 1480 y era la hija menor del archiduque Maximiliano de Austria y de María de Borgoña. Su madre, única heredera del ducado, debía la salvaguarda de su Estado al emperador Federico III. El precio de esa protección ante los franceses fue la boda con su hijo mayor, Maximiliano.

Margarita en su infancia
 
El emperador Federico III de Austria casó a nuestra Margarita con el heredero de la corona francesa. La dote incluía el Franco Condado y la región de Artois. De ese modo, se pretendía apaciguar a los franceses. Así, con tres años, la pequeña archiduquesa Margarita hizo su entrada en Lille. El delfín, de trece años de edad, recibió fastuosamente a su prometida. El 22 de julio de 1485 se casaban y ese año conseguían la corona. Bueno, su marido: Carlos VIII. Estuvo ocho años como consorte hasta que los franceses pidieron la anulación del matrimonio para casar a Carlos VIII con la duquesa Ana de Bretaña. Era fácil porque no se había consumado el matrimonio. La joven Reina repudiada conservará memoria de los dos años tras el divorcio en que fue rehén de los franceses, un rencor que repercutirá en sus futuras decisiones políticas. Cuando por fin pudo volver a su tierra natal Margarita apenas descansó porque su padre, el ahora emperador Maximiliano I de Austria, la casaba con Juan el heredero de Castilla y Aragón. Y a Felipe el Hermoso, su hermano mayor, con la futura Juana la Loca.
 
Margarita es descrita con ojos levemente rasgados; tez aterciopelada, entre rosa y dorada; y cabellera rubia. No era muy alta, pero tenía un cuerpo muy bien proporcionado con formas llenas y delicadas. Nos la presentan como ¡“un pibón”! Lo que unido a la preocupación de los consejeros de la reina Isabel sobre la débil constitución del príncipe Juan da un resultado, cuanto menos, arriesgado para un heredero con las hormonas disparadas.

Margarita juvenil
 
El príncipe Juan se comprometió, por poderes, en Madrid el 25 de enero de 1495, otorgando su poder a Francisco de Rojas, Comendador de Calatrava y embajador de los Reyes Católicos, para que en su nombre firmase el contrato de matrimonio. Con ese poder Francisco de Rojas pudo recibir la dote de la princesa, así como entregar las cartas de pago de la recepción de ésta; también estaba autorizado a prometer la seguridad de la dote y el sostenimiento futuro en la corte de la princesa Margarita, en nombre del propio heredero y de los reyes.
 
El casamiento por poderes tuvo lugar en Malinas, a 5 de noviembre de 1495, momento en el que eran confirmadas por Felipe y Margarita las capitulaciones otorgadas para sus matrimonios con Juana y Juan, y se efectuaban éstos por poderes entre los archiduques y Francisco de Rojas. El 18 de noviembre, Margarita firmaba la carta de finiquito de su dote. Isabel y Fernando, el 3 de enero de 1496, ratificando las capitulaciones. Y, al poco, juanito confirmaba el matrimonio “firme e valedero con la dicha illustrísima madama Margarita, mi muy amada muger, por palabras de presente, fazientes matrimonio segund orden dela Yglesia, con todas las solennidades e çeremonias que manda la santa Yglesia de Roma e para ello son neçessarias”. Por su parte, el Papa Alejandro VI concedía a Margarita una bula otorgándole los mismos privilegios espirituales que los dados a los Reyes Católicos, como correspondía a un nuevo miembro de su familia.

Malinas
 
Además de la dote, los regalos y las arras, que Juan no tuvo tiempo de entregar, el acuerdo prematrimonial incluía la concesión a las novias de 20.000 escudos, que los Reyes Católicos hicieron efectivos a Margarita mediante la donación, tras su definitiva boda en Burgos, de la ciudad de Andújar de la cual pasaba a ser señora natural y de cuyas rentas reales debían salir anualmente dicha cantidad. No podía venderlo ni enajenarlo y retornaría a la Corona tras su muerte.
 
En el verano de 1496, los Reyes Católicos comenzaban a impacientarse y enviaron a Juana a Amberes para presionar. En cuanto llegó tuvo lugar su matrimonio canónigo con Felipe, el hermoso. Aunque se envió primero a Juana este no era el deseo de los Reyes Católicos que opinaban que “si se pudiere hacer sin inconveniente, nosotros querríamos que viniese primero Madama”. Sin embargo, Maximiliano pospuso el viaje de su hija, con nuevas exigencias. Demandó que Juan fuese elevado al rango de rey de Granada y León, tal y como su hijo Felipe había sido nombrado rey de romanos, o heredero al trono del Sacro Imperio.

 
Hasta enero de 1497 la flota que transportó a Juana a Bélgica no zarpó hacia España llevando a una Margarita de 17 años. Por las malas relaciones con Francia y por la lentitud e incomodidad del viaje por tierra, la trajo por mar el almirante Fadrique Enriquez. Contó Jean Lemaire que el navío en el que venía Margarita se vio inmerso en una violenta tormenta y la tripulación temió que iban a morir. Margarita les calmó con serenidad y buen humor, diciendo que, si moría, su epitafio sería: “Aquí yace Margot, la gentil damisela que, después de dos maridos, aún es doncella”. Se salvaron y la princesa llegó a Castilla el 6 de marzo de 1497. Las fuentes no se ponen de acuerdo en si fue el día seis o el día ocho de marzo. Pisó tierra en Santander donde fue recibida por una multitud. Pero, según uno de los cronistas, no por autoridades de la Corte a las que envió un aviso. Otros dicen que ya estaba allí Bernardino Fdez. de Velasco.
 
A Margarita le acompañaba un nutrido cortejo: Philippe, hijo del marqués de Bade; Jean de Bourbon, señor de Rochefort y autor de una, ilocalizable por esta bitácora, crónica del viaje; Diego de Guevara, diplomático español; Barangier, su fiel secretario; Guillaume y Gilles Le Veau de Bousanton. Dejó escrito Jean de Bourbon: “Retornamos para llegar al dicho Laredo, esperando encontrar allí a Madame. Pero el navío en que viajaba había llegado a otro puerto, llamado Saint Andriu [Santander]. Los peligros por los que pasamos serial demasiado largo describirlos”. Parece dar a entender que la tormenta citada les derivó a Laredo donde esperaban que también se hubiese refugiado el barco de Margot.

 
Margarita aguardó cuatro días a que llegase su equipaje hasta Santander. Cuentan que sus pertenencias eran voluminosas y valiosas e incluían “ciertos extraños vehículos de cuatro ruedas, llamados carrozas”. Era la primera vez que se encontraban en Castilla esos voluminosos “carros franceses” de cuatro ruedas poco adecuados para la complicada orografía cantábrica y demasiado costosos: “a causa de la comunicaçion de Flandes, ay muchas literas, e ovo un tiempo carros de quatro ruedas cada uno (que truxo a Castilla la prinçesa Madama Margarita, mi señora, en que, algunas veces, con particulares damas de Su Alteza, se salia al campo); pero como esos carros no los podian sostener (con cuatro o çinco cavallos que han menester) sino personas de estado, e no son sino para tierra llana e Su Alteza, despues que embiudo, se torno a Flandes, çesaron tales carros, e quedose la costumbre de las literas”.
 
“Ese lunes” -¿el mismo lunes 6 de marzo?- arribaron 120 mulas cargadas de vajillas de oro y plata, tapicerías y otros atavíos, como parte del ajuar del condestable y de sus acompañantes con el fin de agasajar a la corte borgoñona. Y, también, el condestable, enviado por los Reyes Católicos para recibir a Margot y para que se encargase de su alojamiento. O, al menos, eso nos cuenta Alonso de Santa Cruz. Bernardino Fernández de Velasco y Mendoza (1454-1512) -el segundo condestable de Castilla y primer duque de Frías-, al parecer, estaba acompañado por Pedro Manrique, duque de Nájera; Álvaro de Zúñiga, duque de Béjar; Rodrigo Alonso Pimentel, conde de Benavente; Beltrán de la Cueva, duque de Alburquerque y Diego López Pacheco, marqués de Villena. Mártir de Anglería justificó la presencia del condestable porque el cortejo había de pasar por terrenos de su “jurisdicción”. Pero entiendo que sólo pasaron por Cilleruelo de Bezana que, al parecer, era la única posesión del condestable en la ruta que debieron tomar. ¡Qué cosas!
 
Se cuenta que Margarita permaneció en Santander hasta el viernes siguiente. Al partir no hizo más que unas pocas leguas. Por su parte, Juan, en compañía de su padre, la esperaba en Villasevil (Santiurde de Toranzo, Cantabria), dónde tuvo lugar el primer encuentro, cuyos detalles fueron preparados también por el conde de Haro, caso de la ocupación de las casas más confortables del lugar. En esto uno de los cronistas, Jerónimos de Zurita, sitúa en encuentro junto a Reinosa.

Juan de Castilla y Aragón 

El cortejo real salió al encuentro del séquito de la princesa. Allí, en las afueras de la villa se produciría la primera reverencia protocolaria y las palabras de bienvenida del rey. En un aparte el príncipe se cambió de ropajes, mientras que el rey siguió vestido de campo. Juan reapareció con un jubón de brocado y una ropa de raso blanco bordada en hilo de oro forrada en marta cebellina; encima, un capuz de terciopelo escarlata, abierto por los lados, realzado con pequeñas placas de oro hechas a martillo junto a flores de margarita, en atención a su prometida. De su cuello colgaba una alhaja suspendida de una rica cadena de oro, llevaba una daga y una espada muy ornadas y estaba tocado con un bonete de terciopelo carmesí.
 
En la casa que ocupaba la novia, de un tal Diego de Villegas, se realizó el desposorio, tras los esponsales por poderes, por parte del arzobispo de Sevilla, Diego Hurtado de Mendoza. Fue una ceremonia breve, consistente en apenas una bendición. El tal Villegas, el propietario de la casa, era autor de una muerte y pidió el indulto aprovechando la ocasión. Suplicó al rey que como el desposorio de los príncipes se celebró en su casa, le perdonase. El Rey dice en mayo de 1497 que por “quel casamiento e desposorio de los ylustrisymos prinçipes don Juan e prinçesa doña Margarita, (…) se feziese e çelebrase como se hizo en su casa del dicho Diego de Uillegas, e otrosy por la alegria e plazer que yo oue con la venida de la dicha prinçesa, que vsando con el de clemençia le perdonase”, le perdonaba de esos delitos y muertes. La versión de Villegas difería de la que dieron los padres del fallecido, y el Rey utilizando la declaración de estos dice a Villegas que este con dieciocho hombres “alevosamente e a trayçion, (...) matastes al dicho Françisco de Çaballos estando dormiendo en la cama en su casa”. El Rey, no obstante, ratificó el perdón para Villegas, pero no para sus cómplices. Anécdotas aparte, tras una cena por separado, y una conversación entre los esposos, a la que asistieron los más íntimos cortesanos, Juan de Calatayud, Juan Velázquez de Cuéllar, el almirante de Castilla y algunas damas, todos se retiraron a descansar, los esposos cada uno por su lado. Nada de conocerse bíblicamente.

Torre de Villegas en Villasevil
 
No tengo constancia de la ruta cierta que tomó la comitiva para llegar a Burgos. Si la princesa de Asturias hubiera desembarcado en Laredo, castro Urdiales o Portugalete hubiera sido sencillo asumir que transitó por Las Merindades. Pero Brassart contó que: (estamos a mediados de marzo de 1497) “Y partimos ese lunes y caminamos el martes, el miércoles, hasta el jueves, que llegamos a un pequeño pueblo que era del condestable [¿Cuál?], allí Madame [Margarita de Austria] fue muy festejada y, todos, a expensas del condestable. Y caminamos el viernes y vinimos a dormir a dos leguas cerca de Burgos y el príncipe durmió en Burgos ese día y el rey se quedó con Madame”.

 
Entendiendo que la comitiva partió, tras descansar un par de días, desde Villasevil continuando por Prases, Villegas, Ontaneda, La Ventosa, Sel de la Carrera y subir el puerto de Corconte por Mediajo Frío para llegar a la llanura de la Virga. De Santander a Burgos tardó la duquesa nueve jornadas, lentitud debida a los bueyes que debieron tirar de las carrozas al ser áspero el camino. Si confiamos en los cronistas, el pueblo propiedad del duque de Frías pudo ser Cilleruelo de Bezana. No creo que se desviasen tanto como para visitar la “capital” del Condestable. Aunque sí podemos afirmar que consta la presencia del príncipe Juan en Medina de Pomar el 10 de septiembre de 1496, pues desde allí dictó una carta: “10 de septiembre [1496]. Medina de Pomar. Provisión del príncipe Juan al concejo de la ciudad de Trujillo sobre la elección de fieles”.
 
Desde Cilleruelo pudo tomar varios caminos como seguir por Villanueva de Rampalay hasta Villalta y de ahí a Burgos. Pero viene definido como camino de herradura. O, quizá fueron por el camino de Basconcillos del Tozo y Urbel del castillo hasta Burgos. Pero no lo sé a ciencia cierta.

 
A Burgos llegaron la víspera del domingo de Ramos, día 18 de marzo. La pareja fue recibida en la puerta por el concejo y los gremios, y villanos curiosos. Los terceros esponsales, tras los de Villasevil y el matrimonio por poderes, tuvieron lugar al día siguiente de la llegada, el domingo de Ramos, el 19 de marzo, en los salones de la casa del Cordón, en presencia del cardenal Jiménez de Cisneros, quien recibió el consentimiento de los esposos y les dio la bendición, con la asistencia de los principales de la corte, testigos de las mutuas palabras de aceptación y promesa, o palabras de presente. La “condestablesa” Blanca de Herrera y Niño de Portugal actuó de madrina, o testigo oficial de los compromisos.

 
La ceremonia nupcial oficial se desarrolló el día 3 de abril, domingo de Pascua o de Resurrección, quince días más tarde de la primera, en espera del fin de la cuaresma. La misa solemne, con gran pompa, fue celebrada en la catedral, también por el cardenal Cisneros. Los testigos de la velación fueron el almirante de Castilla y su madre; la madrina, de nuevo la condestablesa. A los ojos de la iglesia y de la sociedad los príncipes ya estaban casados. Luego vino la recepción y la solicitud del príncipe Juan a sus padres para consumar el matrimonio. Se ha achacado al deseo carnal del muchacho que falleciese pocos meses después, dada su débil constitución física y su delicado estado de salud, que no pudieron aguantar los ajetreos amorosos. Los esposos marcharon a Valladolid y Salamanca, donde falleció Juan el 23 de septiembre. Ese verano de 1497 la princesa quedaba encinta pero el 8 de diciembre tuvo un aborto lo que derivó en su abandono de la Corte.
 
 
Bibliografía:
 
“CAMINOS BURGALESES: Los Caminos del Norte (Siglos XV y XVI)”. Salvador Domingo Mena.
“La casa y corte del príncipe don Juan (1478-1497). Economía y etiqueta en el palacio del hijo de los reyes católicos”. José Damián González Arce.
“Las Austrias. Matrimonio y razón de estado en la monarquía española”. Catalina de Habsburgo.
“Suenan campanas de boda en Castilla: las nupcias del príncipe Juan y la princesa Margarita en la catedral de Burgos”. Ana Martínez-Acitores González.
“Documents concernant le voyage de l'archiduchesse Marguerite en Espagne, en 1497, et celui que fit en ce pays l'archiduc”. M. Brassart.
“Viajeros por Las Merindades”. Ricardo San martín Vadillo.
 
 

domingo, 16 de noviembre de 2025

En el camino nos encontramos Nofuentes.

 
 
El primer documento en que aparece esta población data de 1035. Evidentemente esa no fue la fecha fundacional del lugar. En aquel texto, un grupo de infanzones de Trespaderne, junto con Galindo Bellacoz, el merino y el sayón de Nofuentes dirimen un pleito entre Didago de Cillaperlata y el monasterio de Oña: “Galindo Bellacoç qui sub domino meo Fredinando rege, rego Tet[elia] et totam Castellam Uetulam, una cum Annaia maiorino meo et Elce saione de Nunfontes et ipsos infançones qui erant in ipsa alfoçe de Tetelia”. Las tenencias de Colindres, Duart, Mena, Tudela y Lanteno era ejercidas por el “senior Lope Uellacos et senior Galindo Uellacoz”. Encontramos una situación similar -demasiado similar, sospecho- en 1054 donde aparece Galindo Vellacoz, quien junto con el merino Anaia y Elce, sayón de Nofuentes y algunos infanzones, dirime una contienda entre el abad de Oña y el senior Didaco Ennecoz de Cillaperlata.

Nofuentes en 1946
 
Pero, ¿cuándo se fundó Nofuentes? Lo desconocemos, pero podría haber un asentamiento varios siglos antes de la fecha arriba indicada porque, según Isaac Moreno Gallo, una vía romana pasaría por aquí viniendo de Frías y Trespaderne hacia Medina de Pomar y El Ribero donde entroncaría con la vía Flaviobriga a Uxama Barca y Veleia.
 
Otro momento documentado es cuando Aznar Sánchez y su mujer Guntroda donaron, en 1068, a San Millán de la Cogolla la parte que tenían aquí. Nofuentes vuelve a aparecer en 1170 como un punto de referencia de nombre duplicado -fontes de Nozoentes- cuando el rey Alfonso VIII dejó las villas de Encinillas y Castrillo a un abad de Oña que había dimitido del cargo por conflictos con los monjes. Ese mismo año se vuelve a citar Nofuentes como punto de referencia en el apeo de los bienes de Oña en Trespaderne. A su vez Guterrius de Nofuentes hace de testigo en una compra que realiza el monasterio de Oña en 1180. La confirmación de las donaciones a Oña que realiza el rey Alfonso VIII en 1187 vuelve a hacer referencia a las fuentes de Nofuentes. Sancho Pérez donó a Oña dos solares en Nofuentes en 1189. En 1202 el monasterio de Oña arrendaba a Urraca Pérez un bien comprado previamente a Gutierre de Nofuentes. Martín Pérez, yerno de Martín Martínez de Nofuentes hacía de fiador de la compra de unos molinos en Mijangos que realiza el monasterio de Oña en 1258.

 
Diego de Haro, en 1287, eximía a sus vasallos de Nofuentes de la obligación de pagar mañería (Derecho que tenían los reyes y señores de suceder en los bienes a los que morían sin sucesión legítima) y yantar. En 1292 Oña arrienda de por vida el solar que tenía en Nofuentes, que había sido de doña Mayor de Barruelo, y que estaba adscrito al monasterio de San Martín de Tartalés de Cilla. En 1326 era María de Haro, mujer de Juan Núñez, la que eximía a los dos barrios de pagar pechos, tributos o repartimientos, lo que muy probablemente supuso una exención fiscal total. Buena prueba de ello será la ausencia de Nofuentes en el Libro Becerro de las Behetrías, como Espinosa de los Monteros.
 
Ese mismo año de 1326 el concejo de Nofuentes pleiteaba con el concejo de Mijangos por el reparto de lo que tenían que pagar entre todos los pecheros que estaban incluidos en la jurisdicción del monasterio de Oña. Probablemente se creyeron exentos de toda fiscalidad, pero la sentencia obligó al concejo de Nofuentes al pago con la posibilidad de enviar una persona al concejo de Mijangos cuando se hiciesen los repartos de los pechos.

 
Día Sánchez de Torres fue uno de los propietarios de solares en Nofuentes, que fueron objeto de venta judicial por los Velasco en marzo de 1382. El mismo mes de 1383 se producía otra venta judicial de una casa pajiza, la mitad de una era, dos parrales, un linar, y un huerto que eran de Ferrán Ruiz.
 
El titular parroquial de Nofuentes es San Pedro, como consta por el apeo de los bienes diocesanos de 1515. En 1523 el apeo de los bienes de Oña nos informa que tenían un barrio en Nofuentes que estaba dado en arriendo a Lope Zurrilla, vecino de Nofuentes. Este barrio es llamado también el solar de Solas, término que era comunero de Nofuentes y Arroyuelo junto a la Revilla del concejo. Las "revillas" suelen hacer mención al lugar de reunión para tratar la administración de tierras que han quedado comunales entre dos o más lugares.

 
En 1591 tenía Nofuentes 39 vecinos, 28 de los cuales eran hidalgos, tres pecheros y tres clérigos, cinco franciscanos y cuarenta y seis religiosos no franciscanos. Realmente estaban bien situados porque, como hemos comentado en el caso de los romanos, los caminos atravesaban la población. Así, el camino a Laredo por la Horadada, que llegaba a Trespaderne atravesaba Nofuentes. Luego, esta vía entroncaba con la principal de los Hocinos en Medina de Pomar hasta la década de 1560, o con el de Villarcayo en el puente de Quintanilla.
 
El Marqués de la Ensenada dice en su Catastro de 1752 que era lugar de realengo pagando tributos a la Corona. Aquí se presentó Nicolás Pérez de la Peña para anotar el catastro. Bueno, el escribiente. En la reunión estaban José Canuto Fernández Cadiñanos (Cura beneficiado más antiguo de la iglesia parroquial), Carlos Miguel Fernández Cadiñanos, Tomás Ruiz (teniente regidor por ausencia de Andrés Ruiz Capillas), Aniceto Antonio Fernández de Cadiñanos (alcalde de Nofuentes) y Manuel Fernández de Quintanilla. Comentaron que las tierras eran de secano. Disponían de nogales, cerezos, guindos, ciruelos, membrillos, melocotoneros, olmos, álamos, avellanos... También trigo, habas, cebada, centeno, arvejas, titos, garbanzos y lentejas.

 
Tenían dos molinos harineros municipales sobre el Nela que molían durante ocho meses. Curiosamente, es el primer pueblo en que me encuentro que reconoce no tener colmenas. Y sí cuarenta y ocho bueyes de labranza, mulas, pollinos… y treinta y cuatro vecinos, un pastor, seis viudas y cuatro mujeres “habitantes”. Todos vivían en el casco urbano, en cuarenta y ocho casas, al no tener ni alquerías ni casas de campo. Había veintinueve pajares, un horno de pan y dos lagares. Y a estos los acompañaban una taberna, una posada y una panadería.
 
Nofuentes contaba con dos hospitales en ese 1752. Uno, de una cama, dedicado a sacerdotes y estudiantes en tránsito y a pobres. El otro hospital era para los pobres del pueblo y transeúntes y tenía dos camas. Estaba a cargo de la iglesia parroquial con una renta. El concejo y los vecinos completaban lo que faltase para el alimento en los dos hospitales. Juan Díaz tenía un puesto de buhonero, había un cirujano llamado Manuel de Comazar (¿?), Francisco Isidro de Comazar era Sangrador, Manuel Gómez Varona y Antonio Ruiz Capillas fueron escribanos y notarios en este pueblo, José Alonso de Nela era arriero, Francisco Gómez fue trajinero, Juan Díaz Gravilla era sastre, Vicente López era herrero y el resto de los vecinos tenían la agricultura como actividad principal… o única. Salvo los dos pobres de solemnidad que mendigaban: José Vadillo y Ángela López.

 
Mención aparte merecen los tres clérigos José Canuto, Fermín Cadiñanos y Nicolás de Rebolleda. Y el convento de Santa Clara, vamos, de clarisas. En el mismo vivían dieciocho monjas y dos padres franciscanos.
 
El diccionario de Sebastián Miñano, publicado durante la década ominosa (1825), nos cuenta que hay 154 habitantes. Nos puntualiza que estaba en la carretera entre Santoña y Burgos. Es decir, era importante estar encima de una vía de comunicación.

 
Contaba con 131 habitantes en el año 1848, como atestigua Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico. Nos recuerda que tenía 44 casas, inclusa la consistorial de la merindad; una fuente de buenas aguas dentro del pueblo; iglesia de San Pedro Apóstol servida por un cura párroco y un sacristán. ¿El terreno? De buena calidad. En esas fechas de mediados del siglo XIX se cultivaba trigo, cebada, legumbres y frutas. Tenían ganado lanar churro y pesca de truchas y barbos. Disponían de algún molino harinero.
 
En 1863 ese cura párroco era Baltasar García de 51 años que, además de cuidar las 296 almas de Nofuentes, era el arcipreste del arciprestazgo de Cuesta Úrria. La circunstancia de ser la capital de la merindad nos permite obtener una información jugosa. En 1879 toda la merindad de Cuesta Úrria tenía 2.475 habitantes. En Nofuentes había una escuela cuyo profesor era Agustín Robador Santa María. Guillermo Hierro construía carros; Lorenzo Ruiz Capillas era farmacéutico; Toribio Pereda Cámara y Pedro Rueda Corral eran médicos en el lugar; Pedro Pablo Ruiz Capillas era el notario; y Clemente Zamora Cereceda era el veterinario. Por supuesto trabajarían en toda la merindad y cercanías.

 
El Anuario Riera nos describe cómo era Nofuentes en 1885. Escriben que tenía unos 280 habitantes con una escuela incompleta para niños de ambos sexos. “Ninguna importancia encierran los edificios que la forman”. En fin.
 
Toda la información siguió igual hasta el año 1885. Puede que alguno de nuestros lectores de Nofuentes reconozca alguno de los nombres que presentaremos. Ese año el alcalde fue Castro Ruiz de Salar; el secretario municipal, Manuel Fontecha; el juez municipal, José Celada; el fiscal, Lorenzo Ruiz; y el secretario judicial, Pedro Ruiz. Descubrimos al estanquero Vicente Alonso y leeremos que ya no está el médico Pedro Rueda Corral. El nuevo notario es Secundino Izarra. Al veterinario Clemente le había salido competencia: Marcos Ortiz. Por último, Isidro Bárcena tenía un negocio de vinos. ¡Y cambia el profesor! Ahora tendremos a Primitivo del Hierro en esa tarea.

 
En 1888 el alcalde será Ignacio Ezquerra con un secretario municipal llamado Juan Ruiz Trechuelo. Otros cargos que cambiaron fueron el juez municipal -Prudencio Rebolledo- y el fiscal -Félix Ortiz-. Nos dan el nombre del párroco, Juan Zatón. Había un par de herreros llamados Florentino y Silvestre Herrán. Quizá hermanos que compartían negocio.
 
Ya sé que llegamos algo tarde para participar en el evento, pero en 1892 “a voluntad de su dueño y en público remate ante el Notario de Nofuentes D. Julián Pindado se sacará á venta el día 28 de febrero del corriente año y hora de las doce de su mañana una casa- mesón con todas sus dependencias, sita en la calle Real y plaza de la villa de Trespaderne, que fué de sus propios, y mide unos 500 metros de área ó superficie. El que quiera saber pormenores de la venta puede enterarse de dicho Notario, y en esta ciudad en San Lorenzo, núm. 34, casa de Fernández”.

 
En 1894 este pueblo cerealista tenía como alcalde a Lino López; Gregorio Alonso Moral era el juez municipal; Blas del Hierro González, fiscal; secretario judicial, Pedro Ruiz Capillas; y párroco, Ramón Rodríguez. Solo nos consta un herrero, silvestre, lo que apoya la idea de que Florentino y Silvestre eran familiares. El nuevo notario era Julián Pintado Hernández. Había una tienda de tejidos a cargo de Andrés González y, de los animales, ahora se encargaba Lucas Pinedo Lafuente. Manuel Castresana gestionaba el molino harinero. Algunas de las fuentes consultadas nos indican la presencia de otros herreros llamados Juan rosales y Tomás Zorrilla. En este año ya estaban abiertos los locales de vinos y licores de Gregorio Alonso Moral y Nicolás Alonso Ruiz. Y los zapateros Fernando Dioniso Roldan y Felipe Martínez. Entendamos que estos negocios se veían ayudados por la carretera y por ser Nofuentes la capital de la merindad de Cuesta Úrria.
 
En 1898, este pueblo de 343 habitantes, tenía como alcalde a Vicente Alonso; como secretario a Manuel Fonseca; el juez era José García Zamora; el fiscal parece ser el antiguo juez municipal Gregorio Alonso; su secretario fue Prudencio del Moral; y el cura seguía siendo Ramón (Sainz) Rodríguez. El profesor fue Dámaso Ahedillo. Ya constan tres establecimientos de comestibles: el de Gregorio Alonso, el de Isidro Barcena y el de Víctor Diez. Avelino Ruiz Tapillar era el farmacéutico; y Benito Gómez era el herrero. Toribio Pereda Cámara seguía siendo médico, pero se reparte los enfermos con Teobaldo Busto, que no aparece en 1899. El notario era Gonzalo Gil y el practicante Ángel González Robredo. Las dos tiendas de tejidos que refieren son las de Julián Alonso y Fulgencio Lavín. Para 1899 había dos nuevas tiendas de comestibles: la de Simón López y la de Félix Ortiz. Un herrero más, llamado Juan Rosales, y dos zapateros que respondían a los nombres de Felipe Martínez y Fernando Roldán.

 
José García Zamora pasará de juez a alcalde en 1900 y el cargo libre lo ocupó Avelino Ruiz Capillas, que también era el farmacéutico, y que tenía unos apellidos conocidos en Nofuentes. De hecho, la farmacia llevaba años abierta porque previamente la llevó su padre Lorenzo y, tras su fallecimiento, fue llevada como “Viuda e hijos de Lorenzo”.
 
Nofuentes tenía 350 habitantes en 1906. Su alcalde era Mateo Landeras Bañales, el juez municipal era Gregorio Alonso Moral, el fiscal Domingo Ortiz Moruelos… y el cartero -sí, el cartero- era Víctor Diez. Tenemos un barbero, que daría servicio a las pequeñas poblaciones cercanas (Alejandro Carrillo), un carnicero (Victoriano González) y un carpintero (Luis del Campo). Los principales agricultores eran Zacarías Alonso, Lorenzo López y Lino Ruiz López. Los establecimientos de venta de alimentación, incluida la carnicería, ascendían a seis con nuevos nombres como Juan Hierro González, Simón López y Félix Ortiz. El notario fue Francisco Rodríguez. El cartero, Víctor Diez, tenía una posada y un mesón. Sé que resulta pesada esta concatenación de nombres, pero, y me ha ocurrido, algunos lectores llegan a reconocer a algún antepasado. Por ello, les cuento que hubo un sastre llamado Miguel González Moral y una expendeduría de tabaco de manos de Félix Ortiz Comenzana.

 
Julián Ortiz Ortiz dirigía el municipio en 1908 mientras que Mateo Landeras era en juez municipal. Para los que hablan, con razón, de la vergüenza de las “puertas giratorias” en la política deben entender que, en aquellos tiempos, afectaban en el reparto de cargos públicos tanto el caciquismo como la falta de personas con suficiente instrucción para ejercer esos puestos. Por eso mismo el fiscal ese año es Gregorio Alonso Moral que ya había sido el juez. El nuevo maestro fue Eladio Fernández y Fernández. Los hombres se debieron volver más coquetos en Nofuentes porque tendremos un barbero más, llamado Damián González Vadillo. Ejerciendo como notario tenemos a Carmelo Garriga Aznar. En las tiendas de tejidos, que no ropa ya confeccionada, tenemos a Manuela Abascal, Julián Alonso y Antonio García López. Nos encontramos con un tercer zapatero: Félix Fernández Diego. Por lo menos Ramón seguía siendo el párroco y Lucas era el veterinario. Y Sor María del rosario era la abadesa de las Clarisas.
 
Las ferias de ganado se celebraban en Nofuentes los días 25 y 26 de octubre y 24 y 25 de noviembre. Sin contar con la que se producía entre el 29 y el 30 de junio. En 1911 el alcalde fue Victoriano González Vadillo; el secretario municipal se llamó Julio Fernández Arimiego; el juez Lucas Fernández Comenzana; el fiscal Víctor Diez Vivanco; el secretario del juzgado se llamó José García Zamora; y la profesora -¡profesora!- fue Polonia Blanco Luvona. También teníamos tres carpinterías, o tres carpinteros. Estos señores se llamaban Luis del Campo, Vicente Mardones y Baltasar Mendieta. Tendremos un segundo restaurante dirigido por Félix Ortiz. El practicante era Rústico Pérez (no hagamos chistes) y, finalmente, el veterinario será Javier Peña.

 
Vemos que la población de Nofuentes llegará a unas 350 personas hacia 1900. En 1950, eran 359 residentes de hecho. Fruto de la compensación entre la emigración a las grandes ciudades, la guerra y el movimiento entre los pueblos en busca de mejores condiciones de vida. Se repartían entre 77 viviendas. Ni su ubicación ni el hecho de ser la capitalidad de la Merindad de Cuesta Urria ha impedido la pérdida de población por, principalmente, la búsqueda de oportunidades en otros lugares. Para el año 2023 había censadas 96 personas.
 
El término de Nofuentes cuenta con los despoblados de San Juan que era la iglesia del otro barrio, San Salvador, Santa Lucía, Villacastro, Villasante, Solas, la ermita de Nuestra Señora del Espadañal y el convento de Santa María de Rivas.

 
La iglesia, que como hemos dicho está dedicada a San Pedro y San Pablo, es barroca, de tres naves y cúpula con columnas cuadradas y arcos de piedra y bóvedas de yeso moldurado. Su ábside es rectangular y la portada, adintelada, es clasicista con pilastrones. Enfrente tiene otra portada, cegada, de medio punto con ménsulas. Y la torre es cuadrada, de tres cuerpos, rematada en una especie de cupulita para la campana del reloj, con cinco huecos, dos campanas y dos campanillos. La pila, de aspecto románico, es lisa con una cruz incisa (hecha posteriormente) y pie cónico. El retablo mayor es neoclásico, asemejando mármoles. En otro retablo de estilo rococó con columnas estriadas hay una buena Santa Ana triple del siglo XIV. Hay también una Virgen gótica, flamenca, con Niño; y un santo obispo, gótico. Los libros parroquiales comienzan en el año 1494, los más antiguos de la diócesis.
 
Paseando por las calles de Nofuentes encontramos algún escudo de armas. En una casona cerca de la iglesia veremos un casco con bellos penachos, acompañado por cuatro cabezas humanas. Completan el adorno una cartela de rollos, lambrequines, cascabeles y dos cabezas de león, una a cada lado de la punta. Su campo es cuartelado:
 
  • Una cadena puesta en banda y sobre ella dos perros pasantes, el de la parte superior mirando a la diestra y el de la inferior, invertido, y mirando a la siniestra. En jefe tres cruces puestas en faja: Armas de Cadiñanos.
  • Una barra. A su diestra, cinco estrellas de ocho puntas, puestas una en el cantón diestro y las cuatro restantes en posición de barra. A su siniestra cinco flores, puestas, una, dos y dos.
  • Un árbol con un perro pasante a su tronco, cebado y contornado, y en la punta un grifo, contornado.
  • Una barra engolada en boca de dragones acompañada de tres estrellas de ocho puntas, a cada lado.
  • En la bordura general una cadena.

Francisco Oñate Gómez, dentro de las limitaciones de su obra, cuenta que consta en el testamento de Carlos Fernández de Cadiñanos que el doctor Lucas Fernández de Cadiñanos, canónigo de la Metropolitana Iglesia de la ciudad de Burgos, fundó un mayorazgo en fecha indeterminada. El beneficiado fue Lucas Antonio Fernández Cadiñanos posible sobrino del canónigo. Este Lucas casó con Antonia Vélez Angulo y fue padre de Carlos, Bernarda, Margarita, Manuela y de Tomás.
 
Carlos Fernández de Cadiñanos se casó con Vicencia Núñez de la Cantera, de Moneo. De este matrimonio nacieron Vicencia Antonia; Carlos Miguel, bautizado el 17 de febrero de 1702; Ventura Manuel, que fue beneficiado en Barruelo; Ángela Micaela; Juana; José Canuto, beneficiado en Nofuentes; Salvador; Clemente Andrés, nacido en 23 de noviembre de 1718; Matías; Aniceto Antonio, nacido el 18 de abril de 1722; y Francisco Julián.
 
Clemente Andrés Fernández de Cadiñanos casó con Manuela Sáez de Espiga y fueron padres de Dionisio (cura beneficiado de Mijangos) y de Manuela. Aniceto Antonio Fernández de Cadiñanos, el que aparece en el catastro del Marqués de la Ensenada, en su matrimonio con Josefa Fernández Villarán tuvo los siguientes hijos: Nicolás (nacido el 3 de septiembre de 1748) Paula Juana, Isidra, Ulpiana, Miguel, María Josefa y Martina. Este matrimonio fue vecino de Mijangos.

 
Carlos Miguel Fernández de Cadiñanos sucesor en el mayorazgo, casó con Clara Ordoño Rosales. De este matrimonio nacieron Francisca e Isabel Antonia, que murieron niñas, y Manuela Antonia, nacida el 24 de diciembre de 1738.
 
Manuela Antonia Fernández de Cadiñanos casó con Juan López del Campo. De este matrimonio nacieron Luis, Agustina Josefa y Justa Rufina. Luis López del Campo y Fernández de Cadiñanos casó con María de la Calleja. De esta unión nacieron Ciriaco, Isabel Cecilia, Luis, Manuela Justa, Eusebio y Pascual (el 17 de mayo de 1800).
 
Pascual López del Campo y de la Calleja casó dos veces. Su primera esposa fue Policarpa Fernández de Villarán. De esta unión nacieron Lino (23 de septiembre de 1825) y Eustaquio. De su segundo matrimonio con María López de Castro, hija de Pablo López de Castro y de Apolonia de Celada, vecinos de Mijangos, nacieron, Francisco, Leonardo Zacarías, Fulgencio y Luis.
 
Lino López del Campo y Fernández de Villarán casó con Casilda García y fueron padres de Paula, nacida el 15 de enero de 1856, con la que Francisco Oñate finalizaba la genealogía de esta casa.

 
Hay otro escudo, similar a uno de Cebolleros, cuyas armas son un árbol y a su tronco un lobo o perro, pasante y contornado: ¿Armas de Pereda? Y trece estrellas de ocho puntas puestas en tres palos y una en punta que son las Armas de Salazar.
 
Comentaremos, para terminar, un escudo colocado en un dintel en el que se observan las armas de la familia Salazar y las posibles armas de Pereda junto a tres flores de lis que se reparten un cuartel con una torre similar a las armas de Castilla. Resulta llamativo el cuartel inferior derecho donde parece verse una mano de cinco dedos que sale de una manga corta o un sauce llorón con las raíces al aire. O cualquier cosa.
  

Si recorren Nofuentes encontrarán una ventana con varios escudos de armas, pero procede de otra población.


 
Bibliografía:
 
“Amo a mi pueblo”. Emiliano Nebreda Perdiguero.
“Las Merindades de Burgos: un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Sonsoles Arribas Magro.
“El arte mudéjar en Burgos y su provincia”. María Luisa Concejo Díez.
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Estadística del Arzobispado de Burgos.
Nomenclátor de las ciudades, villas, lugares, aldeas y demás entidades de población de España formado por el instituto nacional de estadística con referencia al 31 de diciembre de 1950.
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“Diccionario Geográfico. Estadístico, Histórico, Biográfico, Postal, Municipal, Militar, Marítimo y Eclesiástico de España y sus posesiones de ultramar”. Pablo Riera y Sans.
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“Indicador general de la industria y el comercio de la provincia de Burgos”. Marciano Velasco.
Becerro de Behetrías.
Catastro del Marqués de la Ensenada.
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“Blasones y linajes de la provincia de Burgos. V. Partido judicial de Villarcayo”. Francisco Oñate Gómez.
“Las siete merindades de Castilla Vieja. Valdivielso, Losa y Cuesta Urria”. María del Carmen Arribas Magro.
Boletín Oficial de la Provincia de Burgos.
Fototeca Digital de España.
Google (Street View).