Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 25 de noviembre de 2018

El cura Merino no olvidará Incinillas.


Espartero, el Príncipe de Vergara (igual que la estación de metro madrileña), se enfrentó no solo a los carlistas vascongados sino también a los carlistas que campaban por el norte de Castilla. En este caso el famoso cura Merino. Antes de que el brigadier Castañeda nos dicte su informe sobre el combate de Incinillas –o Encinillas- debemos de explicar la evolución de las tropas de ambos contendientes durante los meses de octubre y noviembre de 1838 para saber cómo se llega al 22 de noviembre.


Una vez que Jerónimo Merino empieza a cabalgar por los montes vizcaínos no para hasta presentarse ante Carlos V (número no legítimamente asignado) que se encontraba en Valmaseda. Aprovecha su estancia junto a su rey para empezar a uniformar a sus soldados. Lo continúa haciendo en Durango. Allí se une al ejército de Maroto junto al que parte hacia Navarra. A mediados de ese mes de octubre se encontraba en la Solana (Teruel).

El futuro regente controlará a Merino cuando se mueva desde Aragón hacia la sierra de Burgos. Espartero dedujo que Carlos V pretendía infiltrarse en Castilla la Vieja. Para evitarlo destacó dos brigadas con caballería de su ejército sobre Burgos y Soria al mando del brigadier Andrés Parra y del coronel Cayetano García Olloqui. Estas se encontraron con la columna de la sierra al mando del coronel graduado Gaspar Antonio Rodríguez y, juntas, empujaron a la columna de Merino de vuelta a territorio netamente carlista.

Jerónimo Merino Cob.

También se habían replegado de Castilla los carlistas Balmaseda y Carrión afectando esto a las poblaciones liberales que resistían en las provincias forales y a poblaciones de Las Merindades que padecían el frente de guerra. Era el caso de Villanueva de Mena. Pero la estrategia carlista nunca fue lanzar ataques con gruesos ejércitos para desbordar sus límites. Por sus características optaba por columnas que avanzaban subrepticiamente hasta dentro del territorio liberal donde, ciertamente, había muchos partidarios de Carlos. Reequipaban las columnas y las lanzaban de nuevo.

Jerónimo Merino se introdujo nuevamente el 25 de octubre de 1838 en zona isabelina desde la Navarra controlada por ellos, a la altura de Calahorra, siendo perseguida por el brigadier Isidoro de Hoyos con dos batallones del regimiento de infantería del Príncipe, mandados por el coronel Cayetano García Olloqui, y un escuadrón del regimiento caballería de Borbón.


El cura carlista disponía, por su parte, de tres batallones, 211 caballos y media batería de montaña. No era él solo sino que se había diseñado una operación de complemento con Balmaseda que debía haber entrado por los vados entre Espejo y Miranda para coincidir por Burgos con el cura Merino. La noche del 25 de octubre de 1838 se evitó este segundo avance al saber que Espartero estaba cerca. Este, el liberal, mantuvo un seguimiento paralelo a Balmaseda impidiéndole unirse a Merino.

A su vez, Maroto no bajaba la presión sobre la población de Valmaseda escudado en 14 batallones carlistas anunciando el ataque a Villanueva. Castor Andéchaga se adelantaba sobre Santander fortificando, en el valle de Soba, la torre de Quintana y el puente de Udalla.

Torre de Quintana de Soba

Ante esa información el Príncipe de Vergara dejó al teniente general Felipe Ribero y Lemoine sobre Villarcayo con los seis batallones de la Guardia Real de infantería para contener las unidades de Maroto. Para frenar a Andéchaga fueron dispuestas las tropas comandadas por el brigadier Castañeda. Y entre Oña y Pancorbo el mariscal de campo Francisco Puig Saraper, con el doble objeto de reforzar a Ribero y de proteger los pasos del Ebro. Espartero, con los seis batallones que le restaban, seguía los movimientos de la expedición de Balmaseda.

Cástor pierde ante Castañeda que toma el puente de Udalla y la torre de Quintana. Esto liberó a las fuerzas isabelinas para reforzar la protección de Villanueva de Mena y, como si de un dominó fuese, forzó a Maroto a desistir. El carlista se replegará sobre Navarra con las fuerzas que había reunido.

Felipe Ribero y Lemoine

Merino se quedó solo. El brigadier Isidro de Hoyos lo alcanzó el 29 de octubre en Vilviestre del Pinar (cercano a Salas de los Infantes). Para salvar los muebles el cura mandó dispersar su gente para lo que fue favorecido por una densa niebla. Esto impidió su total derrota. Parece que perdió dos cureñas de cañón de montaña, una carga de balas, algunas granadas, lanzas y documentación. De Hoyos capturó a varios carlistas y logró rescatar a algunos paisanos de tierra de Cameros que llevaban como rehenes. Otras fuentes fijan la fecha de esta –u otra escaramuza- el día dos de noviembre.

Siguiendo con esa fecha, nos dicen que Merino pernoctó en Palenzuela con toda su fuerza, y al día siguiente atravesó el camino real que, desde Burgos, se dirige a Valladolid. A las cuatro de la tarde se presenta en Castrojeriz donde obtienen 10.000 reales. Al amanecer parte para Melgar de Fernamental. Estuvo allí de nueve de la mañana a seis de la tarde. Coge 8.000 reales, 30 carros, todos los mozos, y al alcalde constitucional y sale hacia Osorno (Palencia). El cinco de noviembre asalta Villegas donde coge todos los mozos, las caballerías mayores y unas cuantas yuntas de bueyes.

Vilviestre del Pinar

Jerónimo entra el 6 de noviembre en Herrera de Pisuerga. El 10 estaba en San Juan de Ortega con una merma notable de fuerza y tropas cansadas. Se interna, nuevamente, en los Pinares de Soria recorriendo los pueblos de Cobaleda, Duruelo y otros limítrofes.

Y en toda esta aventura fue seguido, o casi, por las tropas del brigadier de Hoyos y del coronel Rodríguez. Pero a distancia. Largas distancias. Claro que también Merino tenía miedo a que le embolsaran y sopesó marchar a las provincias dominadas por los partidarios de Carlos. ¡Vuelta a moverse!

Isidoro de Hoyos y Rubín de celis

El 19 por la noche atravesó la carretera de Vitoria y por la mañana pasaba por Robledo con unos 400 hombres de todas armas; el 21 llega a La Virga con el objeto de salir de Castilla por Cabañas de Virtus, San Pedro del Romeral y el Puerto de la Sía. Imposible: los liberales tenían tomado el puente de Cidad de Ebro y otros varios, hallándose una columna en Espinosa de los Monteros. Además, recordemos que el general Rivero se hallaba acuartelado en Villarcayo.

Aunque las comunicaciones no eran lo que son ahora, el brigadier Castañeda es informado e informa a Espartero del fin de esta aventura:

“Merino con los restos de su llamada división, se dirigió en la noche de ayer (22 de noviembre de 1838) hacia esta línea, con el objeto de penetrar en las provincias Vascongadas. Persuadido yo de que este sería su intento, tenia de antemano establecidas convenientemente las tropas que V. E. (Espartero) se ha dignado confiarme, cubriendo con ellas esta extensa línea, en que no hay otra barrera que los pechos de los soldados.

Desde luego me incliné á juzgar que el rebelde cura escogería para su paso el terreno que media entre Encinillas y Villalaín huyendo del grueso de mis fuerzas establecidas en el valle de Montija y Espinosa de los Monteros, con el doble objeto de impedir el tránsito al enemigo por aquella parte, y observar a las brigadas de Castor y Goñi que era probable avanzasen para protegerla.

Ramón Castañeda Fernández.

Con cinco compañías del regimiento provincial de Logroño a las órdenes del coronel D. José Cueto, 50 hombres del provincial de Betanzos a las del capitán D. Juan Antonio Castro, cuatro mitades de caballería del primero ligero a las del teniente coronel D. José de Castro ocupé la línea desde Villarcayo a Encinillas, a la que me dirigí acompañándome también el alcalde constitucional del expresado Villarcayo D. Víctor Rofo (¿Rojo?) y 12 Nacionales del mismo. A las dos de la madrugada del referido día de ayer (22 de noviembre) los rebeldes se aproximaron a los puestos avanzados de las compañías de Logroño establecidas en Encinillas, llegaron muy inmediatos hasta sufrir una descarga a quema ropa , que les obligó a retroceder, no pudiendo hacerse otra cosa hasta esperar el día. En el momento que empezaron los crepúsculos dispuse la formación de diferentes columnas que recorriesen el terreno, quedando yo en el costado izquierdo de esta línea, y mandando a encargarse del derecho al coronel jefe del estado mayor D. Vicente María de Reinoso: reconocidos los bosques y barrancos se consiguió hacer prisioneros toda la infantería que llevaba Merino, entre los cuales se cuenta un jefe, seis oficiales, un capellán y sobre 70 hombres de tropa, de los que tengo reunidos ya en Villarcayo la mayor parte, y cuyos nombres, clases y cuerpos son los que expresa la adjunta relación. (No la adjuntamos)

También han parecido algunos facciosos ahogados en el Ebro, y se han recogido 80 fusiles y otros despojos. Merino, dejando comprometida su infantería, con la caballería (que la mayor parte se compone de curas y frailes) dio un gran rodeo aprovechando lo que quedaba de noche, y pasando los ríos Trueba y Nela, consiguió penetrar en el valle de Soba y seguir a Orduña”. Otras fuentes publicadas hablan del valle de Sosa con lo cual podríamos llegar a pensar que fuese el de Losa que es un acceso más rápido y abierto hacia Orduña. Resulta también anómalo con la idea principal lo publicado por “El eco del comercio” al decirnos que: “Por carta particular de Poza del 23 acabo de saber que Merino entró en Masa con 90 caballos y 50 infantes. Pasó el Ebro por cerca de Encinillas y fue a parar a Criales, pueblo de la Tovalina”.

Vista aérea de la disposición de los contendientes (Google)

Volviendo al relato del brigadier Castañeda: “Siento, Excmo. Sr., no poder ofrecer a V. E. mayores resultados de esta jornada; pero V. E. que conoce esta línea, en que no hay pasos precisos sino un espacio de nueve leguas que por todas partes se puede franquear, estará convencido que para oponerse a la entrada y salida en las provincias Vascongadas de expediciones facciosas, es necesario adivinar el punto por donde intentan ejecutarlo, y siempre conservar reunida una fuerza capaz de imponer a los rebeldes si cargasen en número a favorecer el paso”.

El día 22 de noviembre de 1838, por la mañana, Merino cruzó por la zona de Medina de Pomar con unos 60 caballos en mal estado. El 22 – continuaba publicando el periódico “El Castellano”- que “en Aranda entraron el 22 treinta facciosos dispersos de la de Merino, y también los padres y parientes de algunos que están en la facción. A lodos los conducía la guarnición de .Aranda. En Encinillas cogió el 22 una partida nuestra a otros 28 facciosos”.

Retomemos el relato de Castañeda: “Cuando en mi comunicación fecha de ayer tuve el honor de dar cuenta a V. E. de las ventajas que obtuve en la madrugada del 25 último contra la facción del rebelde Merino, manifestaba a V. E. que esperaba seria mayor el número de prisioneros que el expresado. Efectivamente, hay que agregar a aquel número los 50, cuya relación nominal acompañó (Nosotros no), habiéndose recogido también 48 fusiles más. De la infantería que seguía al rebelde cura solo ha escapado un oficial y tres gastadores.”

"A cargar" obra de Augusto Ferrer Dalmau.

Podríamos decir que el resultado de esta aventura no afectó en demasía a Jerónimo Merino con relación a la confianza que le otorgaba Carlos V puesto que le seguimos teniendo como cortesano con acceso al pretendiente y posibilidad de apear el trato al llamado rey.


Bibliografía:

Gaceta de Madrid.
Periódico “El correo nacional”.
Periódico “El Castellano”.
Periódico “El eco del comercio”.
“Galería Militar Contemporánea. Historia de la Guerra Civil en el Norte y Cataluña”.
“Vida militar y política de Espartero”.
www.Mcnbiografias. Com
Asociación española de amigos de los castillos.


Anejos:

Relación de prisioneros en la acción de Incinillas: Un jefe, cuatro subalternos, un capellán, tres sargentos primeros, dos segundos y 44 cabos y soldados. Segunda relación de los que, además de los incluidos en la primera, fecha 22 de noviembre, se capturaron a la referida facción de Merino: Dos sargentos primeros y 2 8 cabos y soldados.

Ramón Castañeda Fernández. Militar y político español nacido en Torrelavega (Santander) el 13 de abril de 1792 y muerto en la misma ciudad el 11 de marzo de 1872. Hijo de Francisco de Castañeda y Cornejo y de Ana María Fernández Palazuelos, cadete el 28 de mayo de 1808, tomó parte en la Guerra de la Independencia, logrando ser ascendido a teniente por la Junta de Armamento tras la acción de Torrelavega el 16 de agosto de 1808, aunque hasta 1812 no obtuvo el Real despacho. Entre 1808 y 1810 luchó a las órdenes de Porlier, interviniendo en numerosas operaciones militares. Al final de la guerra se encontraba sirviendo en el ejército de operaciones del Levante y Sur de la península. Con la vuelta al absolutismo se mantiene fiel a sus convicciones liberales. A consecuencia de la restauración del sistema liberal en 1820 se integró en la Sociedad Patriótica de Santander, ya en calidad de capitán. Gobernador del castillo de Maella, entre 1822 y el 19 de marzo de 1823, fecha en que pasó a Burgos, y de aquí a Madrid, conduciendo un convoy. Siguió después persiguiendo facciosos hasta fines de mayo: entonces pasó a Guadalajara a formar un cuerpo de voluntarios, volviendo en junio a su regimiento, con el que pasó a Alicante, y después a Almería: el 29 de junio de 1823 su regimiento se pasó al enemigo, siendo arrestado por sus compañeros, al no querer seguir su ejemplo. El 2 de enero de 1824 quedó indefinido e impurificado. En 1833, tras la muerte de Fernando VII, defendió la causa isabelina. En aquel año fue nombrado ayudante de campo del comandante general de la provincia de Santander. Capitán del regimiento provincial de Burgos, retirado, el 6 de mayo de 1834, capitán del regimiento de Milicias provinciales de Logroño, coronel del de Segovia, 20 de septiembre de 1834. Coronel graduado, 10 de marzo, efectivo, 11 de abril, brigadier, el 27 de junio de 1836. Durante la primera guerra carlista compartió su actividad militar con la política. Así, en las elecciones generales del otoño de 1837, fue presentado dentro de la candidatura progresista de Santander. Recibe la laureada de San Fernando por su actuación en el sitio de Bilbao, conde de Udalla tras la batalla del puente de igual nombre en 1838. Mariscal de campo, 29 de enero de 1839. Comandante general de la División expedicionaria del Norte, 1840. En febrero de 1841 logró ser elegido senador por Teruel, dentro de una lista del "Progreso legal", de significación esparterista. Gran cruz de San Hermenegildo, 6 de abril de 1841, comandante general de Vizcaya, 1842, gobernador y capitán general de Burgos, 5 de abril de 1843, senador por Santander, 17 de abril de 1843. De cuartel en Torrelavega, 15 de septiembre de 1843. Capitán general de Burgos, por nombramiento de la Junta, 1 de agosto de 1854, refrendado el 11. Teniente general, el 1 de septiembre de 1854. Capitán general de Extremadura, de cuartel en Torrelavega, el 5 de mayo de 1855. Senador, el 18 de octubre de 1861. El 1 de agosto de 1867 Juan Prim le nombra general en jefe de todas las fuerzas revolucionarias de Castilla la Vieja y presidente de todas las Juntas que puedan crearse. De cuartel en Reinosa, 1869. Murió después de una "prolongada y general inercia senil". Sus papeles han quedado incorporados en 1991 en el Archivo Municipal de Torrelavega.



domingo, 18 de noviembre de 2018

Carboneros de Las Merindades.



Cuando vamos al supermercado, a la zona de barbacoas, nos encontramos con sacos de carbón vegetal a un precio aproximado de 3`50 € los tres kilogramos. A euro el quilo de trabajo. No es mucho, ciertamente, para tanto esfuerzo pero…


El carbón de madera es conocido desde antiguo. De hecho, el carbón –sin adjetivos- que se saca en Asturias se llamaba “carbón de tierra”. La fabricación del carbón vegetal conlleva mucho trabajo por lo cual –aun no siendo químicos o gurús de la economía- ya suponemos que el esfuerzo merecía la pena. Si no, ¿Para qué el trajín? Pues eso. Plinio ya nos hablaba de los procedimientos para obtenerlo.

Pero Plinio era un recién llegado al negocio. Desde hace milenios se ha preparado carbón vegetal. Lo tenemos en el de colorante de pinturas paleolíticas, por ejemplo. En el yacimiento de Los Barruecos (Malpartida de Cáceres), entre el sexto y el quinto milenio antes de Cristo, se halló carbón vegetal dentro de una fosa horadada en la tierra destinada a calentar los alimentos por gentes del Neolítico Antiguo. También se ha documentado su uso en toda la Península Ibérica, desde los inicios de la metalurgia en el Calcolítico y la Edad del Bronce hasta la Edad del Hierro.


Ellos ya sabían que el carbón partía de la madera seca. Esta, por mucho que la llamemos seca, contiene al menos la mitad de su peso en agua y oxígeno. Así no es cien por cien eficiente porque cuando arde absorbe parte del calor generado. Claro que si se calienta al abrigo del aire la madera se descompone en productos volátiles y deja un residuo al que llamamos carbón (vegetal). La cantidad y naturaleza del carbón vegetal varía por la temperatura, la calidad de la madera, la fuerza y dirección del viento...

En la madera enterrada se producen una serie de cambios químicos. En una primera fase (hasta los 170 grados centígrados) se deshidrata la madera, se destilan aceites esenciales y empieza la degradación de la madera; hasta los 270 grados centígrados hay un abundante desprendimiento de gases (CO2 y CO) y de líquidos acuosos; y, finalmente, hasta los 600 grados centígrados, donde se produce la carbonización.

Según María del Carmen Arribas, la elaboración de carbón vegetal ha dejado pocos topónimos en Las Merindades (quizá Salinas de Rosío, Aylanes y Lastras de la Torre), sostiene que en la Alta Edad Media sería un producto elaborado en la única villa romana presente (San Martín de Losa) y que su producción se incrementaría en la medida en que se fueron organizando ciudades como Medina y Frías, con menor acceso a los montes y con una composición y mentalidad no rural. Como había demanda, se pagaba bien el producto y por ello debió aumentar la oferta. Y no hablemos del periodo entre 1550 y 1850 que se conoció como “pequeña edad de hielo” que disparó la demanda de combustible asociado a un incremento de la población.

Por todo ello, El carbonero (u hornero) ya en plena Edad Media tenía regulado su función por los daños que causaban en los montes de robles y encinas hasta tal punto que las ordenanzas de Frías regularon los arbustos que podían cortar como madroños, excepto robles y encinas y siempre bajo juramento sobre la cantidad de corta y la periodicidad que debía de ser anual.

Estadísticas de precios en Burgos del año 1943.

José Ángel Varona Bustamante, autor de varios libros de senderismo por Las Merindades, ha encontrado la huella de múltiples hornos realizados por los carboneros burgaleses. Los barrancos de Dulla (Merindad de Sotoscueva), sometidos a un gran modelado kárstico parecen tener un gran número de restos de carboneras. Perex es otro lugar marcado por el trabajo de los carboneros. Fuera de Las Merindades son muy conocidos los carboneros de Retuerta que tiene hornos situados dentro del pueblo. ¡Igual que en Cogullos (Merindad de Sotoscueva)!

Este incremento de la demanda, por frío, necesidades urbanas o por necesidades de la industria férrica, influyó en la composición de los montes y en la pervivencia de los mismos. Si nos fijamos en el Monte Santiago que tuvo la desgracia de estar junto al Valle de Mena y las otras zonas con ferrerías de Vizcaya vemos como la fuerte demanda de madera y carbón vegetal a partir de la segunda mitad del siglo XIX dieron lugar a la tala sistemática de hayas y robles en torno a una gran área de influencia de estos centros de producción.

Esta deforestación derivó en que las etapas de sustitución ocupen extensas superficies en las inmediaciones. El aprovechamiento forestal de esta masa de hayas ha provocado, desde antiguo, la formación de calveros y zonas de arbolado abierto. Y, por si no se han dado cuenta, la presencia del brezo es testigo del hacha del carbonero sobre hayedos y robledales.


También se trabajaba la madera de encina por sus buenas cualidades para este fin. Se cortaba en febrero, luego los desrramaban y apilaban hasta la primavera, cuando se preparaba la carbonera. La construida en el monte solía colocarse en el lugar de otros años. Para montarlas se comienza colocando un palo en el centro (el "perico") que sirve para fijar los troncos alrededor formando un círculo. Se van poniendo con las cortezas, apoyados, montados unos encima de otros, con unas dimensiones de 80 centímetros. El siguiente paso era taparlo mediante césped y tierra, a poder ser esta ya quemada.

El cono debe quedar perfectamente tapado porque la madera no debe arder. La lumbre se introducía por la parte superior con un brasero y el diseño se completaba con varios agujeros para respiraderos. A medida que la leña se consumía y disminuía el volumen, se alimentaba con más madera. Se debía evitar los vacíos. Un paso peligroso este porque se corría el riesgo de que el vértice cediese.


Del tamaño de la carbonera depende el tiempo de cocción de la madera. Durante ese periodo la vigilancia era permanente: día y noche. Pensad que, a veces, había que tapar con más tierra para que continuase la combustión porque podía abrirse el horno. Si esto llegaba a suceder se consumía la leña, se hacía ceniza y adiós al carbón. En algunos casos se habla de que llegaba a explotar. Poco a poco, el horno se aplanaba, dejaba de ser cónico, la lumbre iba bajando. Dos días permanecía ahogado, hasta que se sacaba el carbón por zonas y en etapas sucesivas.

El trabajo en el monte tenía problemas añadidos: el refugio. Los carboneros dormían en casetas construidas por ellos y reforzadas cada año. Estaban cerca de un mes, quince días quemando y ocho sacando. Era un oficio que exigía cálculo, experiencia e instinto. Cada horno era una aventura diferente, cada carbonero era responsable de su trabajo, difícilmente podía absorber el proceso si no lo hubiera desarrollado desde el principio. Ser carbonero era vivir durante cierto tiempo en simbiosis con el fuego, pendiente en todo momento de los cambios que pudiera sufrir, sobre todo a partir del segundo día, cuando toda la masa estaba incandescente.


La unidad de medida aplicada para ajustar el diámetro era el pie del carbonero, sencillo y práctico. Y, hablando de efectos prácticos, ¿para qué se usaba el carbón vegetal? No creo que fuese solo para encender barbacoas domingueras.

Pues, no. Como hemos anticipado fue imprescindible para las ferrerías de nuestro Valle de Mena. Los montes de Ordunte, los de La Peña, de La Tudela y del Concejo de Relloso en Losa proveyeron de madera para ese trabajo. La metalurgia no hubiese sido posible sin este combustible dado que es necesario para alcanzar las elevadas temperaturas necesarias para fundir los minerales. Además, el carbono que contiene el carbón vegetal es un reductor de los óxidos del metal que forman los minerales y, con la técnica apropiada, parte de este carbono puede alearse con el hierro para dar lugar al acero. Por ello, el despegue del empleo de los metales conllevó el despegue de la fabricación del carbón vegetal.

Hay documentación, aparte de la citada de Frías, por ser un aspecto muy regulado. Las Ordenanzas de Ordunte del 30 de julio de 1531 cuentan: "Y pusieron mojones en los montes para que por siempre se conociera lo dehesado, procurando quedara algo para hacer carbón a fin de sustentar las ferrerías". En el caso de estas ferrerías de Mena el carbón más apreciado era el de encina y de borto. La madera se solía sacar de bosques comunales como en este texto, de 1808, en el que aparece el carbón: “En el lugar de Viergol, en Concejo, se procedió al remate de una partida de leña para carbón al sitio de Mandrulio, dentro de la cárcava nueva, adjudicado a Don Manuel de Orive, estas leñas que las vendió para carbón a Don Joseph Antonio Angulo para sus ferrerías de Nava y Las Cuevas”.


Catastro de Ensenada del pueblo de Navas de Ordunte.
Páginas referidas a los carboneros.

Comentemos el caso de Relloso -9 de abril de 1797- donde se regula el suministro de carbón de este pueblo losino: "Escritura del concejo de. Rexidores Capitulares y vecinos del Valle de Relloso, jurisdicción del Noble Valle de Tudela teniendo en consideración el estado en que se hallan sus montes por las muchas partidas de carbones que se han sacado de ellos en unos años a esta parte sobre lo que permite su conservación a causa principalmente de que en las necesidades y urgencias de maravedís, han ocurrido sus capitulares a tomar difiero de todos los ferros de las ferrerías del valle de Mena..." Continúan varias explicaciones y se enumeran condiciones y limitaciones para el buen uso de los montes.

Por ejemplo, el pueblo de Navas de Ordunte –según el Catastro de la Ensenada- constata 38 vecinos varones y 6 viudas, 14 se dedicaban al carbón durante 180 días al año obteniendo 320 reales al año cada uno.

Pero, aparte de las citadas, tenía otras utilidades esta industria tan bien regulada en el pasado. Se empleaba en la fabricación de pólvora negra. Este explosivo está compuesto por tres cuartas partes de salitre, doce centésimas partes de azufre y el resto es carbón vegetal. ¡Con razón valía el carbón vegetal!


Llegaba, incluso, a emplearse como absorbente. Y, si ustedes tienen tiempo de moverse por la red descubrirán que, como sabían los egipcios de hace más de 2000 años, tiene capacidades medicinales. A saber -según ellos-: Envenenamiento; náuseas y vómitos; diarreas; flatulencias; acidez de estómago; reflujo; dolor de garganta; dolor de muelas; infección de las encías: halitosis; picaduras de abejas, insectos, arañas y serpientes; infecciones de la piel y dermatitis por plantas venenosas; infecciones de ojos y oídos; e, incluso, Agente desodorante.

María Jesús Temiño entrevistó para su libro de 2012 a Román –fallecido en 2013- y a Eladio que fabricaban carbón de forma tradicional. Lo hacían en Cogullos (Sotoscueva). "Aprovechando las leñas, lo que sobra del hogar, para ganarse unas perrillas” informaba Román.

Recuerda que había carboneros de otros sitios como Salamanca y Palencia que hacían sus carboneras en el monte. Los de Cogullos preferían en el pueblo. Román preparaba la hornera cerca de su casa a pesar de trasladar la madera desde los montes públicos de Rasillo y Mata. Elegía la encina, por su capacidad de combustión, a veces mezclada con el roble. 12.000 kilos era la cantidad necesaria para formar una buena pira, luego se recogía la quinta parte, de cada cinco kilos se lograba uno de carbón.


En el año 2008 estaba en la carbonera en el mes de junio, a finales, procedió a su encendido un jueves y en diez días podía empezar a apagarse. En el año 2010 Eladio también hizo carbón. Para ello bajó madera a finales de abril, unos 15.000 kg. De la entresaca principalmente. Eladio también desgranó sus recuerdos a María Jesús contándole que en sus tiempos “cada vecino levantaba una, aproximadamente se reunían veinte, allí permanecían cerca de las chabolas, durante el día y la noche para observar la cocción de la leña”.


Bibliografía:

“Los oficios tradicionales en Las Merindades”. María Jesús Temiño López-Muñiz.
Blog “Siempre de paso”.
Periódico “El correo de Burgos”.
Revista “Folclore”.
Página “En buenas manos”.
Revista “Medio Ambiente en Castilla y León”.
“Las Merindades de Burgos: Un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Arribas Magro.
Catastro de Ensenada.
Boletín de Estadística e Información del Excmo. Ayuntamiento de Burgos de 1943
Revista “Estampa”.

Para saber más:

Tierras de Burgos. El último carbonero de las Merindades.



domingo, 11 de noviembre de 2018

Las siete Merindades de Castilla Vieja: Castilla Vieja, Sotoscueva, Valdeporres, Montija, Valdivielso, Losa y Cuesta Urria.


Conoceremos en esta sesión el trabajo que nos presenta María del Carmen Arribas Magro sobre las Siete Merindades de Castilla Vieja que nos ha presentado en dos hermosos tomos este último verano. Son los siguientes tomos de su colección “Historia de Las Merindades de Burgos” que cubre un hueco, inmerecidamente descuidado, en la historia de esta comarca. Los puntos de venta son los habituales de los anteriores ejemplares de esta colección y también está disponible en compra directa a través de la red. ¿Precio? 60 euros al ser un tomo doble.

Les dejo con la conferencia que nos dedica.




El cuarto volumen de la colección Historia de las Merindades está dedicado a las Siete Merindades de Castilla (Castilla Vieja, Sotoscueva, Valdeporres, Montija, Valdivielso, Losa y Cuesta Urria), que hoy conforman 12 ayuntamientos. Son, por orden alfabético: Cillaperlata, Junta de Traslaloma, Los Altos, Medina de Pomar, Merindad de Cuesta Urria, Merindad de Montija, Merindad de Sotoscueva, Merindad de Valdeporres, Merindad de Valdivielso, Trespaderne, Valle de Losa y Villarcayo de Merindad de Castilla Vieja. La mayoría de estos ayuntamientos han colaborado en la edición junto con la Diputación de Burgos.

El intervalo sujeto a estudio transcurre entre la Protohistoria y 1591, año en el que se realiza el Censo de la Corona de Castilla, o “de los Millones”; dado que este censo es el primero en el que aparecen documentadas las jurisdicciones (Merindades, Valles y Alfoces) con todos los lugares que integraba cada jurisdicción. Así pues, veremos que Cillaperlata, Trespaderne y parte de los lugares que hoy están incluidos en Oña (Barcina de los Montes, La Aldea del Portillo del Busto, La Molina del Portillo del Busto, Cereceda y Penches) formaban parte de la Merindad de Cuesta Urria. Miñón se incluía en la Merindad de Castilla Vieja. El actual ayuntamiento de Los Altos formaba parte de la Merindad de Valdivielso. El Valle de Losa se denominaba Merindad de Losa e incluía también la Junta de Traslaloma, sin embargo algunos de los lugares que hoy forman parte del Valle estaban, en 1591, incluidos en Villalba de Losa a su vez.

Las Siete Merindades mantuvieron durante la Edad Media sus jurisdicciones en el sentido territorial y jurídico y no formaron parte de las donaciones reales.

La zona estudiada en esta obra estuvo marcada por un importante desarrollo en el periodo del Hierro I (en torno al año 600 a.C.) esa organización dejó su rastro en la composición de las jurisdicciones supraaldeanas. El Hierro II nos deja importantes castros que dominan cada uno un territorio menor; ya se dibujan lo que serán las jurisdicciones  supraldeanas altomedievales (valles y alfoces).

Villarcayo de MCV

El periodo romano dejó su impronta en los campamentos y zonas de batalla de las Guerras Cántabras en las Merindades de Sotoscueva y Valdeporres, en la ocupación de la explotación minera de Salinas de Rosío, en la villa romana de Losa y en un buen número de asentamientos rurales (Canaleja, Los Vales, Bisjueces, Villalaín, Villarías en la Merindad de Castilla Vieja) y estelas sepulcrales (Bisjueces, Miñón en la Merindad de Castilla Vieja, Vallejo en la de Sotoscueva, Barcina de los Montes, La Molina del Portillo del Busto y Extramiana en la Merindad de Cuesta Urria, Tudanca en la Merindad de Valdivielso). Meros ejemplos de la completa relación estudiada en los dos volúmenes que presentamos aquí.

La ocupación visigoda consta en el entorno de Trespaderne y Cillaperlata (San Juan de Hoz, Tedeja, Mijangos, Santa María de los Reyes Godos), que se incluyen en estos volúmenes porque en 1591 formaban parte de la Merindad de Cuesta Urria.

Cillaperlata

El periodo de ocupación bereber, en la primera mitad del siglo VIII, dejó rastro de su presencia en el hábitat que ha conservado el nombre de “aldea”. Sólo hay seis Aldeas de las que tenemos noticia en Las Merindades, la mitad de ellas se concentran en las Siete Merindades: en Quintanilla del Rebollar (Merindad de Sotoscueva), La Aldea del Portillo del Busto y Extramiana (Merindad de Cuesta Urria). Del mismo modo, es de este periodo el topónimo “Medina” que ha quedado fosilizado en Barcina de los Montes en la Merindad de Cuesta Urria. También dejarán su impronta en la mayor parte de las numerosas Quintanas y Quintanillas, que en algunos casos están presentes en cada una de las jurisdicciones menores, como hemos visto en la Merindad de Sotoscueva (Cornejo, Villamartín, Cinco Villas, Sotoscueva y Sonsierra).

La Alta Edad Media, (segunda mitad del siglo VIII al siglo XI) nos ofrece las primeras noticias escritas de las jurisdicciones de este territorio y los elementos defensivos que los organizaban. Las noticias se multiplican a comienzos del siglo XI de manera geométrica ofreciendo datos de la ocupación poblacional y de sus asentamientos (defensas, monasterios, eremitorios, poblados).

Los reinados de Alfonso II y de Ordoño I en el siglo IX nos han dejado constancia de la ocupación del territorio de tal manera que se pone de relieve la existencia de un camino de peregrinaje a Santiago por el Norte, que desde el Valle de Mena atraviesa la Merindad de Montija, Espinosa de los Monteros, la Merindad de Sotoscueva y la Merindad de Valdeporres, camino de Valdebezana en el Oeste. Los primeros siglos del camino a Santiago discurrían por tierras al margen de la calzada que atravesaba la Bureba, dado que esa calzada era la utilizada por las aceifas musulmanas, hasta once, de las dieciséis totales, en el reinado de Alfonso II; en consecuencia, el camino para llegar a Santiago tenía que estar situado al Norte de la Bureba, en tierras ya seguras.


Son los mismos siglos en los que se cristianizan las poblaciones de Las Merindades, donde una de las aceifas llegará hasta Sotoscueva en el 838 buena prueba de que Alfonso II logró la cristianización del territorio del Norte de Burgos y su estructuración en el contexto del reino de Asturias. Por otro lado, las relaciones de Alfonso II con Carlomagno publicitarán el descubrimiento de la tumba del Apóstol y dará comienzo el peregrinaje, y el desarrollo económico del Norte a través del comercio, que determinará que el mayor número de peregrinos tenga su origen en el centro de Europa (Alemania, Países Bajos y Francia), el mismo territorio de dominio de Carlomagno. La donación que realiza Ordoño I a la Catedral de Oviedo de cuatro lugares, a mediados del mismo siglo IX, probara, de nuevo, el dominio real sobre este territorio por el que discurría el primer camino a Santiago, es la demostración palpable de ello

La investigación de este territorio nos ha permitido poner de relieve la existencia de eremitorios desconocidos hasta la fecha, muchos de los cuales ni siquiera han dejado un hagiotopónimo (Topónimo relacionado con el nombre de algún santo), sin embargo los conocemos por la visita pastoral de 1707 en la que se dan diferentes instrucciones sobre su rehabilitación o, en otros casos, se ordena el tapiar o cerrar o por su escasa altura: San Esteban de Rebolleda, San Pedro en Bisjueces (Merindad de Castilla Vieja), San Román en Arroyo (Merindad de Valdivielso), Revilla (Merindad de Cuesta Urria), San Martín en Yaña (Merindad de Losa), San Antonio en las Quintanillas, San Esteban en Cereceda, San Esteban en Quintanalacuesta (Merindad de Cuesta Urria). A este elenco se une el eremitorio o iglesia de Santa María en Villavés.

Existen algunos yacimientos arqueológicos en los que la presencia de cerámica a mano, industria lítica y hagiotopónimo en un llano o ladera baja que nos hace defender que se trata de asentamientos rurales cristianizados en la Alta Edad Media, muy pobres, en los que las herramientas serían en su mayor parte de sílex, y no descartamos que realizasen su propia cerámica a mano. Están en muchas ocasiones ligados a un centro de culto altomedieval. La otra hipótesis es que se trate de cristianización de centros de culto precristianos.

En “Las siete Merindades de Castilla Vieja” hemos podido ubicar los despoblados documentados en 967 (San Vicente, San Vicente de la Mata y Santa Cecilia en la Merindad de Valdivielso) donados al monasterio de San Juan de Hoz de Cillaperlata y Pitiellas (Merindad de Castilla Vieja) donada en 978 al infantado de Covarrubias. También hemos identificado lugares citados en 1011, en la donación al monasterio de Oña, que hasta la fecha permanecían sin localizar: Canaleja, Carrasquedo, Fuente Arcayo, Rebolleda, San Felices de Torme, San Millán de Salazar, Villautre, Villatolit (Merindad de Castilla Vieja), Santa María de Villavés (Merindad de Valdeporres), Baratena (Merindad de Montija), Villaverde en Hoz (Merindad de Valdivielso) Revilla (Merindad de Cuesta Urria). También hemos identificado Petrapidonia, San Miguel de Pando, San Román de Penches y Quintanacet (Merindad de Cuesta Urria) documentados desde 1011 en la compra de lo que será el coto redondo del monasterio de Oña.

Cigüenza.

Las Siete Merindades, y en especial las poblaciones asentadas sobre el primer camino de Santiago, conocido hoy como Camino Olvidado, se verán masivamente cristianizadas bajo la advocación del santo franco por antonomasia (San Martín), a las que se unirán San Cristóbal y Santiago, la inmensa mayoría de las cuales están datadas arqueológicamente en la Alta Edad Media. Desde el siglo IX y hasta mediados del siglo XII el Camino Olvidado será el principal camino para llegar a Santiago. El Códice Calixtino, que desarrolla el camino por la Bureba, está datado en la segunda mitad del siglo XII. Sin embargo, nadie duda de la existencia de peregrinaje a Santiago antes de esa fecha, algo que era imposible por la calzada burebana en los primeros siglos, lo que es una prueba más de la existencia del Camino Olvidado. En cualquier caso, el Camino Olvidado seguirá en uso en a primera mitad del siglo XII, en el reinado de Urraca y de Alfonso VII, puesto que la Bureba estaba en plena zona conflictiva entre ellos y el rey Alfonso I de Aragón, por lo que el camino burebano volvía a ser inseguro.

Mencionamos los muchos elementos de población que se relatan en la refundación del monasterio de Oña por el conde Sancho García en el año 1011. El Conde pone en manos de su hija Tigridia la mayor parte del Norte del Condado de Castilla, a efectos de que ella trasmita esa herencia a su hijo menor, García Sánchez, que era el heredero del Condado y, sin embargo, un niño muy pequeño, cuando el conde está ya en el final de su vida. Desgraciadamente, García Sánchez será asesinado en León el día de su boda, con lo que el rumbo histórico de Las Merindades cambiará de reino durante unos años, hasta la batalla de Atapuerca en 1054.

En la Plena Edad Media comenzó el declive poblacional de las Siete Merindades. La toma de Toledo por Alfonso VI (1085) conllevó, como era habitual, el establecimiento de personas y familias enteras en el territorio conquistado, lo que permitía a los nuevos pobladores elevar su condición socioeconómica, puesto que en Las Merindades no eran propietarios, o lo eran en terrenos pobres. Ello dio lugar a la reorganización del territorio por Alfonso VII y, muy especialmente, Alfonso VIII.

Quintana de Valdivielso.

Es en este último reinado que ocupa la segunda mitad del siglo XII y casi los dos primeros decenios del siglo XIII, cuando el obispado de Burgos reorganiza el sistema parroquial dejando una sola parroquia por lugar y concejo, por lo que los centros de culto que no se declaran parroquias serán ermitas, a partir de ese momento, y muchas desaparecerán con el paso de los siglos. Excepcionalmente algunos lugares (un único lugar y concejo) conservarán dos parroquias: Cigüenza (Santa María-Dorotea y San Lorenzo), Villalaín (Santa María y Santa Eulalia), Condado (Santa María y San Pedro), Penches (San Pedro y San Martín) y Trespaderne (San Millán y San Vicente). También será una excepción la única parroquia situada en la abadía seglar de Rueda, y los tres lugares que mantendrán sus concejos (La Quintana de Rueda, Villacanes y Rueda).

El rey Alfonso VIII reparte el territorio jurisdiccional de los despoblados entre los lugares limítrofes. Estos lugares dejarán su huella toponímica a ambos lados de la raya jurisdiccional como sucede en los despoblados de la Merindad de Castilla Vieja (Santa Centola, Santillán, San Felices, Robredo y Villantre), en la Merindad de Sotoscueva (Villafría, La Aldea, Villalengua y San Julian de los Lomas), en la Merindad de Valdeporres (Valdebrón y Cubilla), en la Merindad de Montija (Pedruecos, San Martín de Villasorda), Barrio y San Vicente en la Merindad de Valdivielso (San Florencio, Santiago, Santecilla, Santa Coloma, San Esteban, Villastre, Valmostrium), en la Merindad de Losa (Salinillas, San Gervás y San Juan), en la Merindad de Cuesta Urria (San Esteban, Fontanizo, Villaseca, El Rebollar, Villasernante, Santovenia y Villamala). La mayoría de las ermitas desaparecerán en los siglos XVIII y XIX, por la imposibilidad económica de los concejos de mantener tanto centro de culto como lo ponen de relieve los vecinos de Arroyo (Merindad de Valdivielso), cuando el concejo en 1707 declara al obispo que tienen ocho ermitas, además de la iglesia parroquial, y le indican que solo pueden mantener cuatro.

Algunos monasterios fueron el foco central del poblamiento, alrededor del cual se fue creando el lugar, así sucede en los casos en que el nombre de lugar y el titular parroquial coinciden: San Martín de Losa, San Pantaleón de Losa y San Pelayo (Merindad de Montija). La existencia de una misma iconografía (barco con tres personajes) en cuatro iglesias de la Merindad de Losa (La Cerca, Villacián, Santa María del Castro y San Pantaleón de Losa), las tres románicas nos indican su relación con la iglesia de Vallejo donde se repite el barco, como una iconografía propia de la orden de San Juan de Jerusalén u Hospitalarios, y la ocupación de San Pantaleón, La Cerca y el Castro de Momediano por esta Orden.

El Vado.

La agrupación de lugares cercanos entre sí, probablemente en los siglos XII-XIII, al tiempo de la reorganización parroquial del obispado de Burgos, determinó que cuando se unían dos lugares uno diese el nombre a la unión y el otro le traspasaba el titular parroquial; lo que hemos visto sucede en Loma y Agüera (Merindad de Montija). Quecedo, Santa Olalla, Toba y Quintanilla-Colina en la Merindad de Valdivielso; en Quintanamacé y San Llorente en la Merindad de Losa; en Santa Coloma en la Merindad de Cuesta Urria.

A mediados del siglo XIII la toma de Andalucía (Fernando III) y su posterior reparto (Alfonso X) provocaron una nueva despoblación en Las Merindades, de la que ya no se recuperará.

Las Siete Merindades mantuvieron durante la Baja Edad Media sus jurisdicciones en el sentido territorial y jurídico, no formaron parte de las donaciones reales. Únicamente lo fue el puesto de Merino Mayor que se administraba en nombre rey. Es este momento histórico cuando aparece la figura de “merindad”.

La Merindad, tal y como aparece compuesta en 1591, es fruto de la unión de varias jurisdicciones menores, todas ellas supraaldeanas, es decir, compuestas por más de una entidad de población. Ya hemos hablado del momento histórico en que aparece la merindad para identificar una jurisdicción mayor, también hemos visto que antes de ese momento las jurisdicciones supraaldeanas menores tenían el nombre de valle o alfoz, equivalente en su significado jurisdiccional, aunque en el primer caso se suele circunscribir a un valle geográfico, no así en el caso del alfoz; y aún antes de ese momento tuvieron el nombre de territorio, institución de origen romano cuya organización fue respetada por los visigodos y se cita en la Alta Edad Media, desapareciendo de la documentación a finales del siglo X.

Villanueva la Lastra.

Las Siete Merindades estaban compuestas de forma predominante por lugares de behetría, en las que la propiedad y jurisdicción estaba muy repartida entre el rey, los monasterios, la nobleza y los hijosdalgo, lo que impidió que se produjeran grandes donaciones, como sucedió en la Baja Edad Media en los alfoces y valles del Noroeste de las Merindades (Santa Gadea, Bricia, Bezana y Zamanzas).

Los reyes se desprendieron de los elementos defensivos que ya no necesitaban, porque la defensa del territorio y jurisdicción estaba asegurada (Covarana en el siglo XI, los Castros de Fresnedo y el castillo de Butrón en el siglo XII), poniéndolos siempre en manos religiosas (Oña, Rioseco, Las Huelgas respectivamente) para asegurarse de que no caían en manos de personajes que pudieran utilizarlos contra la monarquía o permitiera un gran enriquecimiento.

En esta obra conocerán la torre del ballestero del rey Alfonso XI de apellido San Cristóbal en Agüera, torre no catalogada hasta ahora. Realizamos nuevas identificaciones para algunos lugares del Libro Becerro de las Behetrías, que consideramos incorrectos: La Quintana de San Vicente (Merindad de Sotoscueva), Cueto, Castejones, Castriciones, Aostri, Hozalla y Baró (Merindad de Losa), Ael y Baillo (Merindad de Cuesta Urria).

La Baja Edad Media y la guerra entre Pedro I, y el que será Enrique II, y el triunfo del último dará lugar al pago de servicios que para las Merindades culminarán con el nombramiento de Pedro Fernández de Velasco como merino mayor, que casi se patrimonializará en sus descendientes, cuyo nombramiento real se renovará en cada uno de los siguientes hasta la muerte de Bernandino en el siglo XVI. Las quejas y los pleitos de las Merindades llevarán, entre otras razones, a Felipe II a la creación del Corregimiento de las Merindades en 1560.


María del Carmen Arribas Magro.
Doctora en Historia Medieval.


Para saber más:

Programa "El Altavoz" de Radio Espinosa Merindades.