Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 24 de septiembre de 2023

“¡Tres navíos en el mar… Otros tres en busca van!”. (I)

 
 
Esta es la primera jornada en la que disfrutaremos de la prosa y los Recuerdos de Villarcayo de Ricardo San Martín Vadillo sobre el Villarcayo de su infancia y juventud. Recuerdos que todos atesoramos y que se difuminan, junto a cada uno, en la bruma del tiempo pasado. Desde esta bitácora aprovechamos la cordial relación que tenemos con Ricardo para que nos pinte su acuarela de sentimientos más privados que le han acompañado en su recorrido vital y que, afortunadamente, ha decidido compartirlos fuera del círculo familiar más íntimo.
 
"El tiempo no es, sino el espacio entre nuestros recuerdos". 
Henry F. Amiel
 
Siempre es un placer hablar con el mantenedor de esta página. Cuando hace unos días tomábamos un café en el bar “Miguillas” de Villarcayo charlamos de una variedad de temas y a mí se me ocurrió ofrecerle la publicación de este artículo (o artículos por lo extenso que puede resultar el tema) sobre el poso y el peso de lo vivido. Todo lo no olvidado. Lo que dejó una huella profunda en mi vida, lo esencial y lo banal, todo lo que quedó en los pliegues de la memoria como el polvo se almacena en los bajos de los pantalones...

 
Estamos hechos de vivencias, de momentos, de etapas. Somos un discontinuo de horas, de granitos de arena en el reloj del tiempo. Y van cayendo esos granos de arena, haciendo un montoncito que es nuestra vida. Dentro de esa acumulación, escondidos, imperceptibles, hay granos ínfimos que han colaborado para dar la altura actual al montoncito. Y sigue cayendo la arena, grano a grano, casi sin darnos cuenta, atraídos por la gravedad de la tierra. La vida, es la vida. Más arena abajo que arriba, corpúsculo a corpúsculo... hasta que se agote la existencia del receptáculo superior; porque, indefectiblemente, todo llega.
 
 
Villarcayo durante mi infancia, años 1949 a 1959.

Nací en Villarcayo el año 1949. Mis recuerdos de Villarcayo de aquellos años entre 1949 y 1959 son muy vagos. Recuerdo con cariño la casa, el huerto, el taller de mi tío Pedro y el almacén de materiales de construcción de mi tío Félix; todo ello situado en la Plaza de Santa Marina, número 5, frente a esa fuente que aún se conserva. Aquella casa (originalmente con su planta baja y un piso se transformó en una casa de dos plantas). Allí vivían mis abuelos maternos: Silvestre y Anselma, mi tía Margarita, mi tío Félix, mi tío Pedro (luego casado con Paquita) y mis primos que fueron naciendo allí: Elvira, Pedro, Begoña y Francisco Javier. Mi familia paterna: mi padre Gumer, practicante, mis abuelos Víctor y Carmen, labradores, y mi tío Antonio vivían en la calle Doctor Albiñana, también conocida como Carrigüela o Carreruela (aún se conserva la casa, aunque bastante deteriorada). Aquella casa de la Plaza Santa Marina, su huerta, el taller y el almacén fueron mi microcosmos: allí crecí, jugué y aprendí. Mi infancia fue plena de felicidad gracias a mi padre, tíos y abuelos: me sentí querido y protegido.

 
Indudablemente la iglesia de Santa Marina era un lugar esencial: por su proximidad a mi casa materna, también las escuelas (hoy convertidas en Biblioteca municipal), la Plaza Mayor con su Ayuntamiento, la fuente de la Plaza Mayor, el templete de la música, el Soto y las Acacias, el río Nela, el matadero, el frontón y los diferentes comercios en el pueblo: las pastelerías de “las Remigias”, el estanco de Caya, la cafetería pastelería de Engracia, el bar y pastelería del Toledo, el bar Arizona y su dueño Manolo, donde mi padre solía ir; el bar Nela, el bar Miguillas, la fontanería de Valentín y Laura junto a mi casa, el bar del Francés, la peluquería donde iba a cortarme el pelo, los ultramarinos de Elifio, la Vajilla, la tienda de Abundio donde vi una televisión -en blanco y negro- por primera vez (¡la serie “Rin Tin Tin”, de 1954 a 1959!), la frutería de Otero Merino, correos y telégrafos en lo alto del Ayuntamiento, el cuartel de la Guardia Civil en la calle San Roque, las dos gasolineras (la de Rivera, en la calle San Roque y la del “Gaso” en la curva de la Plaza Mayor); y las casas de mis amigos donde iba a jugar: el piso de Dieguito, con su alta galería (su padre Diego Manrique, era maestro y abogado, y su madre Carmen), la casa de Adolfito -"Fito"-, hijo de Villalta; la casa de José Luis Aguirre (hijo de María y Porfirio), la casa de Miguel Ángel (“Fonta”), la imprenta de García, de mi amigo Carlos... ¡Ah!, y muy cerca de mi casa, la taberna del Francés, donde se vendía vino a granel, la central telefónica con las telefonistas (solteras y cotillas, hermanas de don José, el cura), la tienda de Bautista, que firmaba sus escritos con el pseudonimo “Juan Bravo de Castilla”, en la Hoja Dominical; el bar de Pita, la casa del cura a donde mi abuela me mandaba a comprar las Bulas; la frutería de Otero Merino, “Sotero”, y su mujer, la casa del ajero, la panadería de Pajaritos y el Callejón donde resonaban nuestras voces infantiles en los juegos: “¡Tres navíos en el mar… Otros tres en busca van!”.

Bar Arizona
 
Los amigos eran también parte importante de mi microcosmos: José Miguel, “Miguillas”, Carlos (el de la imprenta García); su hermano Miguel Ángel; Diego –“Fito” o Adolfito- que hacía de amigo protector frente a otros niños más fuertes; José Luis Aguirre, al que admiraba por su inteligencia; Benito o “Benitín” Iturriaga; “Colás” o Nicolás; Miguel Ángel, “Fonta”; José Ignacio, hijo de Sotero; César Gutiérrez; Manuel Uriarte; Eduardo, el del obrador de Íñigo; José Martín Uriarte; “Nisio”, etc. Aunque amigos de juego, de ir a su casa, tan sólo Diego, José Miguel, José Luis, Adolfito o Carlos. Nos unía la escuela a diario y los juegos tras las clases… Y, también, el cambio de cromos, el intercambio de TBOs, la bici, el fútbol... De aquel Villarcayo casi todas las personas de mi infancia han muerto, sobre todo de mis dos familias, así como desapareció la casa donde nací, crecí y jugué, y donde fui feliz. También la casa de Jarabo (Guinea), la de Isla, el frontón, el cine Capitol, el matadero...

 
Este verano de 2023, durante mi estancia en Villarcayo, que es como mi Ítaca a la cual regreso todos los veranos desde 1969, he hecho un ejercicio de recuperar recuerdos, nombres, lugares y vivencias. Los he plasmado aquí pensando que les gustará conocerlos a aquellos amigos de mi infancia y juventud (los que quedan) y tal vez también a otros villarcayeses que no conocieron ese pasado y sus gentes.
 
Estos son los nombres de mis vecinos, los he recuperado de los rincones de mi memoria y, en aquellos otros casos he recurrido al Padrón Municipal que he consultado en el Archivo Municipal, referido al 31 de diciembre de 1949. Era alcalde en aquel entonces don Sigifredo Albajara y secretario del Ayuntamiento don Felipe de la Peña (enero de 1950). Tenía entonces Villarcayo una población total de 1.714 habitantes (785 hombres y 925 mujeres). Estos son los nombres de aquellos vecinos que conocí y aún recuerdo con cariño. Y sirva como pequeño homenaje a todos ellos. Los acompañaré con sus profesiones, pues daré así una visión de cómo era Villarcayo en aquellos años cincuenta:

 
Trinidad Martínez; José Peña Monterrubio; Joaquín Gil (farmacéuticos); Antonio Serna Cuvillas (cantero); Paulino Angulo; Lucio Crespo; Dionisio, “Nisio”, S. Peña; Rafael Peña (chóferes y/o taxistas); Ubaldo Arribas; Victoriano Gálvez (sastres); Segundo Presa; Agustín López; Juan Baranda Bustamante; Julio Andino Pérez; Manuel Villanueva; Silvestre Vadillo; Íñigo Ruiz Cuesta; Antoliano Sainz García;  Felipe Peña Báscones; Abundio Ruiz; Jesús Uriarte Rubio; Avelino A. de Porres; Víctor Peña Báscones (industriales); Eliseo Sainz Martínez; Caya Martínez Ruiz; Elifio Martínez; Benito Iturriaga (comercio); Moisés, “Ches”, García Ruiz (impresor); Marcos Sainz; Severiano Villanueva; Emilio Villanueva; (veterinarios); Victoriano Ruiz Pascual; Isidoro Ortiz Fernández; José Luis Martínez Rivera; José Pastor Bragado (médicos); Evangelina Pastor; Gumersindo San Martín (practicantes); Hilaria Pereda; José García Hermosilla; Serafín Sáinz; Isaac Santamaría; Alfonso López (peluqueros/as); Remedios Sainz; Mari Carmen González; Felisa Miguel Villa; Hilario Araguzo; Manuela Cuesta; Juan Villodas Alonso; Consuelo Uriarte (maestros/as); Pedro Silleras; Felisa Alberdi (profesor/a); Fernando Rojo (torero); Teodoro Pereda; Agustín Olaortúa; (odontólogos); Facundo Ruiz; Epifanio Sobrado (cartero); Antonio Cuevas (procurador); Félix Ruiz Cámara (notario); Marcos González (herrero); Eugenio Galaz; Florencio Rojo; Basilio Rojo; Pedro Rubio Serna (panaderos); Jesús Peña Lázaro; Manuel Martínez Vaquero; Evaristo Pérez Marcos; Eugenio Tobar; Celedonio Brizuela; Timoteo Alonso (guardias civiles); Valentín Fernández; Santiago Pereda; Luis Pérez Fernández; Braulio Rodiño (zapateros); Jacinto Calvo Casado (párroco); Pedro Vadillo; Porfirio Aguirre; Manuel Uriarte Rubio (mecánicos); José Araujo (director de música); Liborio González (carpintero); Mario Dean Guelbenzu (juez de primera instancia); y Bautista López de Castro (matarife).
 
He de señalar que, aunque no he recogido nombres de labradores, como lo eran mis abuelos paternos, el número de personas dedicados a esta actividad era muy alto; también lo era el número de ferroviarios empleados en la estación y talleres de Horna. Los presentes están siendo una mínima muestra de algunos de los nombres de vecinos que recuerdo, y que conocí en mi infancia, que vivieron en Villarcayo en aquellos años cincuenta y sesenta.

 
Debo hacer mención a otros que formaron parte de mi infancia por vivir cerca de la plaza Santa Marina o en la calle Carrigüela. En la plaza de Santa Marina recuerdo a la familia del bar el Francés, a Fico Varona y su mujer Sina; Sotero Merino (frutero); Valentín (fontanero), a su mujer Laura y a Miguel Ángel, de mi edad; a la laboriosa María, costurera, madre de mi amigo José Luis Aguirre; al cura don José y sus hermanas las telefonistas; a mi amigo Adolfo, “Fito”, Villalta y sus hermanas que “cogían los puntos de las medias”; a Bautista, con su tienda de telas e hilos, que firmaba sus artículos con el seudónimo de “Juan Bravo de Castilla” y colaboraba en el coro parroquial, en Cáritas y en la Hoja Dominical y que durante muchos años fue fuente de información local (matrimonios, nacimientos y defunciones en Villarcayo); don Jacinto (cura), los vecinos el ajero y Nisio, así como al guarnicionero (cuyo nombre he olvidado, pero recuerdo su habilidad trabajando el cuero); a Braulio, el zapatero, a Pita y su bar, a la cafetería de la señora Engracia y sus ricos pasteles; a Caya y su tienda, a las Remigias, con su confitería (allí compraba yo las chocolatinas de Nestlé, con sus cromos para el álbum “Las Maravillas del Universo”, que aún conservo, y el regaliz, que era casi una droga para mí; la panadería de Pajaritos con unas roscas que eran deliciosas; la casa de mi vecino José Andino, que envasaba gaseosas, algunas de las cuales explotaban y ya estaba acostumbrado a esa pequeña explosión… ¡a sus hijos Margarita, Remi y Felisín!..

 
En la calle doctor Albiñana, Carreruela o Carrigüela, las familias de Ches y Merche; Luis María García, seis años mayor que yo, y su hermana Mari Paz, de mi edad; Marcos, el herrero; Íñigo Cuesta, su esposa Paulina, y sus hijas Olga y Camila, atendiendo el bar Toledo -los mejores pasteles que jamás he probado-; las familias Santamaría, Castell, Baranda, Ureta, Gutiérrez Fernández, López Galán y López Sainz.

Anacleto Varona (El francés) 
y su esposa.
 
Recuerdo personas, para mí, míticas: Aurelio (guarda municipal) llamado “Cachabillas”; Santos, pregonero, y antes su padre Eloy, también enterrador (recuerdo el sonido de la trompeta y aquel soniquete del pregón: “De orden del señor alcalde se hace saber que...”); Macario, que con un caballo y un carro traía y llevaba bultos de la estación de Horna a los comercios; recuerdo aquel enigmático personaje del que los niños habíamos oído todo tipo de historias: la Petrona (le decíamos); Íñigo Cuesta, al que alguna vez vi bañarse en el Nela en pleno invierno; la Chatilla, excelente cocinera en el hotel la Rubia; Peche, que ganó un concurso de feos (así me lo contaron); el Gaso, que tenía la gasolinera de la plaza y un carrito con chucherías; el mítico matrimonio de Roque y Marina (los niños les llamábamos “Doque” y “Madina” imitando su habla gangosa) que se ponían en una esquina de la plaza, frente al Ayuntamiento, y recuerdo que Roque era muy hábil jugando a la tuta; y ahora que nombro el juego de la tuta, debo mencionar al Tuto y su boina (su mujer la Tuta, claro). Al Tuto le recuerdo las noches de verano, en una esquina, cerca de la iglesia, con “el bote”. Decía: “¿Alguna puesta más? Venga, que levanto”. Movía el dado dentro de un bote de hojalata y le daba la vuelta. La gente apostaba a cualquiera de los seis números sobre un tablero rudimentario. Cuando descubría el número del dado, si le tocaba pagar, a veces exclamaba: “¿Me cago en la leche, me habéis metido una cagarruta!”. Esto es, que dentro de un billete de cien pesetas podía ir otro de mil y tenía que quintuplicar el pago. A veces llegaba la Guardia Civil y detenían al Tuto, porque aquel juego era ilegal, y se llevaban al Tuto y “el templete”, pero en la próxima fiesta volvíamos a ver al Tuto y su inseparable boina negra. El bote era toda una sana emoción. Pasados los años llevó el bote mi amigo Javi, hijo de Serafín, junto con otro socio. Mientras la gente hacía sus apuestas y esperaba a que Javi levantara el bote, repartían almendras garrapiñadas entre los espectadores. ¡Cómo me gustaría volver a revivir aquella emoción de jugar al bote en una noche de verano!

 
Si se me olvidan nombres pido disculpas a sus familiares y a los amables lectores.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

domingo, 17 de septiembre de 2023

Regia escapada.

 
 
Hace un tiempo hablamos sobre una columna que había a la salida de Medina de Pomar hacia La Cerca que, entre otras razones para su existencia, me dijeron que era el punto hasta el que había llegado Carlos María Isidro –Carlos V-. Algo así como un marcador de nivel: “Hasta aquí llegó la marea carlista”. Les diría que es cierto, pero no lo es. Carlos llegó mucho más lejos.

 
El rey carlista se pegó un paseo por el norte de España saliendo de los territorios forales bajo su control, yendo hacia el Principado de Cataluña, reino de Valencia, cercanías de la capital liberal -Madrid- y cabalgada de nuevo hacia el norte. Esta última parte con mucha prisa. Ese periplo es conocido como la Expedición Real.
 
Pero, ¿cómo se le ocurrió avanzar hasta la capital del enemigo para tomar el trono? ¿Tan ensoberbecidos estaban que creían que saldría bien? Quizá sí. Ya saben eso de que la fortuna sonríe a los audaces. Pero la audacia no era la única razón. Era un proyecto más político que militar, surgido de las conversaciones entre la regente María Cristina y su cuñado, con la mediación de Fernando II, Rey de las dos Sicilias, hermano de María Cristina y sobrino de Carlos. La regente seguía con el miedo en el cuerpo tras la revolución de La Granja y a su camarilla les pareció genial la idea de reconocer los derechos de Carlos, el exilio de María Cristina, el matrimonio de los primogénitos de ambos, una amnistía para los liberales o autorización para dejar el país a los que lo solicitaran de entre estos. Traducido: rendirse ante Carlos, salvar su cabeza, el ser reina (consorte, en este caso) para Isabelita y dejar en la estacada a los liberales (con los que no comulgaba) que la estaban manteniendo en el poder. El clásico traicionar a los leales que tanto se estila en esta piel de toro.

 
No se cerró nada en firme, pero quedó el runrún de que la reina se había comprometido a acogerse al ejército carlista si este se aproximaba a Madrid. Otra razón para que saliese el rey con un ejército era el cansancio y agotamiento económico del norte carlista por la guerra. Tercera: las tensiones entre facciones que una expedición podría calmar… Amén de que existía en la corte carlista la opinión de que a su paso por las tierras de la usurpadora Isabel II se producirían levantamientos masivos en favor de Carlos V, como algunos habían prometido.
 
La expedición se organizó, con carencias, en algunos casos importantes, y con exceso de cortesanos y funcionarios porque cargaban con la administración del reino carlista. Lógico si tu destino es instalarte el en Palacio Real de Madrid. Salieron a mediados de mayo camino de Aragón. ¿Porqué no enfiló directamente hacia la Villa y Corte? Se ha pensado que para dar tiempo a que el acuerdo con María Cristina fructificase. Por si acaso, las tropas del pretendiente llevaban instrucciones de como tratar a la regente y a sus hijas de sangre real. Evidentemente obviamos todo el periplo que no tiene relación con esta bitácora y nos fijamos desde la retirada por la meseta castellana hacia Vizcaya.

 
Encontramos la Expedición Real el día 29 de septiembre de 1837 instalada en Covarrubias y en Silos. Y acosados por Espartero. Tras descansar y reponer el calzado, destrozado por varios días de marcha en caminos embarrados por una lluvia constante, el 3 de octubre avanzan hasta Retuerta. Espartero hasta Covarrubias y su vanguardia a Retuerta que expulsa a los carlistas de vuelta a Silos. El día cinco de octubre atacarán a los liberales. Los carlistas perderán ante los refuerzos enviados por Espartero y se escurren de vuelta a Silos. Solo pueden acogerse a las provincias forales. Y rápido.
 
El día nueve, en Castroceniza, se dividen las dos columnas, con un criterio claramente político. Carlos, con Vicente González Moreno -el verdugo de Málaga-, la corte y el séquito, retendrá los batallones castellanos y sus fieles alaveses, junto a la mayoría de los escuadrones, que son confiados al joven brigadier Fernando Cabañas, hijo del ministro carlista de la Guerra. El infante Sebastián Gabriel de Borbón y Braganza, con Juan Antonio de Zaratiegui y Celigüeta como jefe de Estado Mayor, mandará sus batallones favoritos: navarros, vizcaínos y guipuzcoanos, junto con el indisciplinado cuarto escuadrón de Navarra. Hubo otras unidades que se repartieron entre ambos cuerpos de ejército.

Vicente González Moreno
 
Carlos V, “His Rural Majesty” como lo definió el embajador inglés, marcha a Huerta del Rey, llegando el 11 de octubre y sale el trece. La situación se iba haciendo critica. La caballería que quedó cubriendo la retirada fue eliminada. Los liberales se dividirán para perseguir las dos columnas carlistas. El conde de Luchana, o Príncipe de Viana -Baldomero Espartero- persigue a Carlos y el general Manuel Lorenzo, al infante Sebastián. Con Carlos hay unos 5.500 hombres de todas armas y, frente a él estaba Baldomero con doble número de fuerzas. Carlos María Isidro y su columna marcharán hacia Briviesca para buscar cruzar el Ebro.

Infante don Sebastián
 
Los carlistas iban a poner en práctica el plan de fuga propuesto por Vicente Glez. Moreno. El primer día se debía evitar la persecución de Espartero con una marcha de flanco; el segundo la de Lorenzo, volviendo a la derecha y el tercero había que aproximarse al Ebro, entre Burgos y Briviesca, para vadearlo en la zona de Cillaperlata y Cubillo de Ebro. Carlos pernoctó el 21 en Pineda de la Sierra, por Villasur de Herreros atravesó la Brújula y pasó la noche -asustado por no decir acoj…- en Fresno de Rodilla. La siguiente noche, tras dar muchas vueltas la intentó pasar en Barrios de Bureba (la noche del 23 al 24 de octubre). Pero a las 21:00 h se enteran de que los isabelinos dominan los pasos de la Horadada y los puentes de Trespaderne y Mijangos. ¡Vuelta al camino! Salen, a la una de la madrugada del 24 de octubre de 1837, a través de malos caminos hacia Herrera de Valdivielso y bajan a Condado. Logran vadear el Ebro por los pontones de la Población de Valdivielso y, con hambre, sueño y cansancio continúan hasta Arroyo y Quecedo. Comprenden que deben atravesar el cañón de los Hocinos. Es su única opción.
 
Según uno de los presentes en la columna carlista: “Luego que pasamos el Ebro por una palanca de tablas, S. M. se dirigió a Arroyo, donde oyó misa y comió, y cuando se disponía a descansar, llegaron los avisos de que Lorenzo estaba en Oña; tomamos la orilla del Ebro, y al llegar a Cecedo (Quecedo de Valdivielso) nos dicen que fuerzas de Villarcayo nos habían tomado el Boquete de Hocinos. Nuestra situación venía a ser un poco apurada. Hicimos alto en Puente-Arenas, mientras que Sopelana (Prudencio Sopelana Lecanda, el mariscal de campo que asaltó Villarcayo en 1834), con algunas compañías, fue a reconocer dicho Boquete, y se apoderó de él despejando todo aquel terreno y pasó el rey sin obstáculo. Volvimos a entrar en el camino real, se hicieron algunas aprehensiones y nos anocheció antes de Villarcayo. La guarnición de esta villa hizo una salida apoyada con caballería; pero luego que acudió la nuestra a las órdenes de Balmaseda se les encerró a unos dentro de puertas, mientras huyeron los otros por aquellos cerros”.

 
Las fuerzas a las que se enfrentaron los carlistas fueron dos compañías del provisional de Logroño que tenían como misión observar el camino real a media legua de Villarcayo. Al ser atacadas perdieron terreno a toda prisa. Ante esta situación los carlistas atacaron con más decisión por su derecha y sobre el camino real, acometiendo a una compañía de granaderos de Borbón, que el comandante de armas de Villarcayo había mandado en protección de aquellas dos compañías, y fue envuelta por la caballería carlista, perdiendo unos treinta hombres, y salvándose el resto gracias a la llegada de una avanzada enviada en descubierta por el general Manuel Lorenzo.
 
Prosigamos con el relato: “Ya de noche paró el rey en Encinillas, en el mismo camino real. Estaba tan fatigado y falto de sueño que quiso pernoctar en este pueblo, pero se le convenció de lo expuesto que era en aquella posición. Volvió a montar a caballo, flanqueamos a Villarcayo y a Medina de Pomar, pasamos el Nela por un puente, atravesamos los pueblos de Visjueces y Torme, nos perdimos con la oscuridad, y estropeados por la fatiga y muertos de sueño, llegamos a las doce de la noche a Gayangos, en donde S. M. no quiso pasar adelante”. Era las doce de la noche del veinticuatro, naciendo ya el 25 de octubre de 1837. Parece decirnos que de Incinillas subieron a Bisjueces para sortear Villarcayo por el lado de Medina de Pomar.

Gayangos
 
Dejando algunos a los rezagados, Carlos parte de Gayangos el día 25 de octubre y pasa por Baranda, Villasante, Bercedo, Irús, Lezana, Medianas de Mena, Ventades y Artieta llegando el 26 de octubre de 1837 a Arceniega (Álava), pleno territorio carlista.
 
¿Qué les puedo decir de esta aventura? Pues que… ¡poco les pasó! Era un ejército que se vio obligado a saquear el territorio que buscaban volcar a su favor. Comarcas que ni remotamente podían alimentar a 10.000 soldados y miles de caballerías. Ejército lleno de centros de poder -Carlos, el infante Sebastián, Moreno, la corte, el gobierno- que perjudicaron la conducción de una operación extraordinariamente compleja. Por no olvidarnos de unas negociaciones con María Cristina que influían en las decisiones militares y que, al final, no llegaron a nada.

 
Para dulcificar el desastre político -interno y frente a los liberales- y de moral Carlos anunció que, desde el 10 de octubre, se ponía a la cabeza del ejército y publicó una generosísima relación de ascensos no nominativos, sino en relación con el empleo -por ejemplo, a dos capitanes por batallón-, concedió el real diario vitalicio a los soldados y decretó que se abonara triplicado tiempo de servicio por la expedición. Solo al cuerpo de ejército expedicionario. Para mayor desesperación de las provincias vascas retornaba a ellas Carlos V que había dado a entender que marchaba para coronarse en Madrid.
 
Y, por terminar, Carlos María Isidro no se paró en ningún sitio frente a Medina de Pomar.
 
 
 
 
Bibliografía:
 
“El ejército carlista del norte (1833-1839)”. Julio Albi de la Cuesta.
“Viajeros por Las Merindades”. Ricardo San Martín Vadillo.
“Historia de la Guerra Civil”. Antonio Pirala.
Revista “Desperta Ferro. Historia Moderna, núm. 58”.
“Recuerdos de la guerra carlista (1837-1839)”. Félix María Vincenz Andreas, príncipe de Lichnowsky y conde de Werdenberg.

  


domingo, 10 de septiembre de 2023

“El Brazo de Dios”.

 
 
Cuando Güilliam de Canford y la Gatusa subieron al páramo de Masa entendimos en este blog que nos despedíamos de estos personajes creados por Daniel Bilbao y cuyas novelas han sido publicadas por la editorial Mong. Aun así lo recuperamos -¿por última vez?- para recapitular su recorrido por Las Merindades.

 
Lo interesante de esta novela veraniega es la aparición, ya cerca de la ciudad de Burgos, de un interesante viajero que visitó esta bitácora hace muchos años: León de Rosmithal y… ¡Alto! No vamos a destripar una interesante y ligera novela muy apropiada para un par de tardes de tumbona.
 
El libro se lee rápido y se acaba dejándonos un apéndice donde un fantasmagórico profesor universitario nos presenta un informe sobre la historicidad de “el siniestro arquero sin dedos”. Este es el aspecto fundamental que nos hace ver “El Brazo de Dios” como la pieza que cierra el ciclo de Las Merindades al analizar las cinco novelas. Y la razón principal para hablar de una trama que se desarrolla fuera de nuestra zona.

Recreación del castillo de Frías, cortesía de ZaLeZ.
 
En el “informe” se habla de la calidad del papel de los manuscritos, de la ortografía, sintaxis y semántica, de los lugares y de la lógica del mundo feudal.
 
Esta entrada se centrará en las referencias geográficas que aparecen en las descripciones de Daniel Bilbao –Güilliam- a lo largo del, llamémoslo así, ciclo de Las Merindades. Recordemos que “El perro ladrador” transcurre en la ciudad de Frías y en tres ubicaciones principales: el castillo, la iglesia de San Vicente y la judería para lo que se aplicó el trazado actual de la población. Güilliam comentará que se alegraba que “la toma del castillo de Frías no fuese mi problema” dada su configuración similar a la actual. Con respecto a la iglesia de San Vicente, ubicada en el otro extremo del cortado rocoso, no nos encontramos con la que hubiera visto el Arquero porque de la fábrica románica solo quedan unos restos, y su portada principal está en el Museo de los Claustros de Nueva York. La judería estuvo emplazada entre las calles Convenio y Virgen de la Candonga.

Iglesia de Frías, cortesía de Javier Gómez Montacedo.
 
El monasterio de Oña aparecía en “El gato negro” y el autor no incide en describir su arquitectura dado el complejo encabalgamiento de estilos aplicados tras la fecha de la novela. Toca el panteón real, atribuido a fray Pedro de Valladolid, y la bóveda estrellada de la capilla principal, construida en el periodo en que La Gatusa y el arquero visitan Oña por Fernando Díaz de Presencio. Daniel Bilbao aprovecha que un gran número de personajes de la nobleza castellana deseaban -y lo consiguieron- sepultarse allí para crear una trama de corrupción, bastante creíble, maquinada por el ecónomo. También hablará de las gárgolas, cañetes y esculturas con la impronta personal de los masones que las tallaban. Entre ellas encontramos figuras de vírgenes, santos, animales y un gran número de las esculturas grotescas y soeces.

 
Güilliam visitó Medina de Pomar en la crónica titulada “El caballo regalado” y su ambientación siguió, básicamente, las calles actuales, aunque la disposición urbanística de Medina de Pomar difiere de la del siglo XV. El alcázar estaba protegido por una primera muralla que lo aislaba del resto y la población también estaba rodeada de una muralla en la parte oeste y con casas colgantes en el este. Les destriparé algo de la novela para indicarles que el recorrido de la carrera de cerdos fue por la calle Mayor.
 
Desde el alcázar se divisan los dos ríos que pasan junto a Medina: el Trueba al oeste y el Nela al este. Sus riberas llanas permiten imaginar donde situar el hipódromo improvisado y el campamento de la compañía de soldados. El primero estaría a orillas del Trueba, donde ahora se encuentran un polideportivo y unas piscinas, y el segundo a orillas del Nela, zona por la cual se han expandido las urbanizaciones.

 
La crónica de “Los bastardos legítimos” transcurre entre las Merindades de Castilla la Vieja y Valdeporres, más las villas de Cidad, Salazar, Cernégula y Puentedey. Para los recorridos a caballo de Güilliam se han empleado las diferentes rutas de senderismo que cubre la región y se midió el tiempo que se necesitaba para recorrer los diferentes tramos. Cernégula permitirá al alter ego de Daniel Bilbao mostrar su escepticismo con cualquier fenómeno paranormal. Sin embargo, el ambiente que describe es suficiente para promover la leyenda en torno a la Charca de las Brujas en una sociedad más crédula.
 
Una sociedad que Daniel deja señalada someramente a lo largo de las páginas de la serie porque, al relatarse en primera persona por un contemporáneo de los hechos hay muchas circunstancias plenamente asumidas y conocidas por todos, incluidos los lectores: los castillos artillados, la vida de los judíos, la posición de la mujer o el clero…
 
Evidentemente no podemos hablar de la misión de Güilliam pero, a cambio, el autor nos va dejando pinceladas de su vida: nació en Canford, un pequeño pueblo del condado de Dorset, al sur de Inglaterra; que es un bastardo, hijo ilegítimo de un religioso; que era arquero; y que, quizá por su padre, tuvo una extensa y muy poco corriente educación porque Güilliam hace referencia a Occam o a Protágoras, domina la lógica, conoce a los filósofos griegos y posee nociones de aritmética y geometría.

 
Probablemente Daniel Bilbao quiso que su héroe -para facilitar el transcurrir de la obra- aparentase ser un estudioso de su momento. Un chico que se incorporó a la universidad a la edad habitual de catorce años y que recibió la enseñanza incluida en el trivium (gramática, lógica y retorica) y en el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y filosofía). Quizá podamos leer en una futura novela sus andanzas juveniles y salgamos de dudas.
 
Tenemos claro que se incorporó a una compañía de arqueros mercenarios y que formó parte de los helle-kin, una tropa de arqueros montados de élite que cobraban más del triple que un arquero de a pie, aunque debiesen aportar su propia montura. Fue capturado por las tropas francesas y le amputaron los dedos. No nos aclaran cómo convenció al orfebre judío benjamín Sitien para que este le recompensase fabricándole su mano de metal articulada. Ni sabemos nada del crimen con el que le amenaza Fernando el Católico.

 
Daniel Bilbao nos deja caer en el apéndice de este quinto libro, que parece cerrar las crónicas de Las Merindades, múltiples referencias a hechos a producirse desde este punto como para permitirnos soñar con nuevas entregas de este cínico James Bond del medievo.
 
La esperaremos con ilusión, aunque no hablemos de ellas si se desarrollan fuera de Las Merindades.
 
 
 

domingo, 3 de septiembre de 2023

“La Sabiduría” en Villarcayo.

  
Quiero empezar con unas palabras de Antonio Gil y Zárate recogidas por Armando Robredo -alcalde de Villasana de Mena por el PSOE- en su libro y que complemento: “Digámoslo de una vez, la cuestión de la enseñanza es cuestión de poder: el que enseña, domina; puesto que enseñar es formar hombres, y hombres amoldados a las miras del que los adoctrina. Entregar la enseñanza al clero (o al PSOE, el PP, el PNV, ERC…), es querer que se formen hombres para el clero (o para el PSOE, el PP, el PNV, ERC…) y no para el Estado; es trastornar los fines de la sociedad humana; es trasladar el poder de donde debe estar a quien por su misión misma tiene que ser ajeno a todo poder, a todo dominio; es, en suma, hacer soberano al que no debe serlo”. Pues eso. Durante todos los regímenes políticos españoles se ha instruido a la gente a favor del que manosea circunstancialmente el poder. Bueno, quizá podamos excluir de esta afirmación a colegios elitistas, de alto precio, que forma a sus alumnos con otros principios. Y otros fines.

Antiguas escuelas de Villarcayo
 
Por ello, cuando tomó el poder el General Franco, cambió la educación. Se acentuó el papel de transmisor de ideología nacional católica con educación diferenciada para niños y niñas. Las niñas eran formadas como futuras madres de familia, ayudantes de los hombres y de las tareas laborales de los mismo. A su vez, la España de posguerra había perdido profesores y centros educativos. La Iglesia, “a pachas” con la Falange, volvió al mundo de la formación.
 
El Ministerio de Educación Nacional elaboró la Ley Orgánica de 10 de abril de 1942 de educación. Su artículo dieciséis dictaminaba que fuera el Ministerio de Hacienda quien aportase los recursos económicos necesarios para ejecutar esa ley. Tuvieron que pasar más de nueve años para que el Ministerio destinara en sus presupuestos una partida para la construcción de nuevas escuelas. No había dinero, por lo cual, la iniciativa privada era bien recibida. Necesaria.

Colegio de "La Sabiduría".
 
En Julio de 1945 se aprueba la Ley de Enseñanza Primaria. Las tres características principales sobre los que se asentó la Ley de Enseñanza Primaria fueron: universalidad, gratuidad y obligatoriedad. Sobre el papel. Esta ley hablaba de la escuela unitaria con un maestro para un aula en la que convivían niños de distintas edades; la escuela graduada incompleta que tenía al menos tres agrupaciones de alumnos en función de la edad y el nivel de conocimientos agrupados en aulas diferenciadas; la escuela graduada completa que era toda escuela que dispusiera de entre tres y seis secciones; los Grupos Escolares que eran escuelas capaces de acoger un gran número de unidades y que se regían por una organización compleja de carácter similar a la de los centros educativos que conocemos hoy día; y las escuelas hogares destinadas a ofrecer formación en los ámbitos en los que no era posible siquiera las escuelas unitarias. La ley, irónicamente, acentuó la desescolarización y, por ende, el analfabetismo rural. Esto se corrigió durante los veinte años siguientes gracias a la construcción de escuelas y a la formación de maestros rurales.

 
En 1952 estaban escolarizados un 69`15 por ciento de la población en edad escolar obligatoria. ¿La causa? El absentismo escolar y la falta de escuelas. Las ratios por aula parece que llegaron a los 120 alumnos. Esto influye en la ley, de 1952, sobre construcciones escolares donde establecieron un sistema de convenio entre Estado y ayuntamientos y diputaciones para la construcción de escuelas. La conservación del edificio escolar, así como su limpieza, calefacción y vigilancia, sea cual fuere su propietario, correspondía al municipio. La asignación presupuestaria llegó “tarde, mal y nunca”. Pero de las 34.000 escuelas que hacían falta, construyeron 25.000.
 
En cuanto a la construcción de escuelas se refiere, las intenciones de mejora del déficit escolar del ministro Ruiz-Giménez fueron buenas, muestra de ello fueron la Ley sobre Ordenación de la Enseñanza Media, de 26 de febrero de 1953 donde los Centros docentes de Enseñanza Media podían ser oficiales -regidos por el estado y llamados Institutos Nacionales de Enseñanza Media- y no oficiales. Estos últimos se clasificarán en Centros de la Iglesia y privados. El Liceo “Santa Marina” de Villarcayo era uno privado que en 1958 tenía como director a Conrado García García.
 
En 1953 se firmó el Concordato con la Santa Sede en el que la Iglesia reafirmó su poder en la educación, además de obtener cuantiosos beneficios legales, económicos y fiscales.

 
Es en esta situación cuando surge la oportunidad de que la Congregación de las Hijas de la Sabiduría abra un centro escolar en Villarcayo. ¿Quiénes eran estas monjas? Eran -y son- un Instituto dedicado a actividades apostólicas. Fundado por Luis María de Montfort el 2 de febrero de 1703, en Poitiers (Francia) y por María Luisa Trichet. Su método de anunciar el evangelio se canalizaba a través de la educación, la salud, la acción social y la pastoral. Todo el asunto empezó con un intercambio epistolar. La Orden Religiosa decidió, en 1958, una segunda fundación en España tras la que tenía en Madrid. Pocas en España, pero disponían de 400 casas y 5.000 religiosas repartidas por el resto del mundo. En ese punto entró en escena Catalina Pereda que propuso Villarcayo, la tierra de su familia, los Pereda y Peña. De enero a julio de 1958 se consiguen los permisos del arzobispo de Burgos, al mismo tiempo que la Superiora Provincial y la General de la Congregación –la Yanqui Sor Denis del Santísimo Sacramento- visitan Villarcayo. Se reunieron con el párroco y las Damas de la Acción Católica y les agasajan en el Hotel "La Rubia". El 17 de julio de 1958, fecha de la fundación del centro de Villarcayo, estuvieron la Superiora General y la Superiora de Madrid. Vinieron en el coche del Sr. Peña y, en la villa, fueron recibidas por el resto de la familia Pereda-Peña en su chalet del Soto. Las monjas se hospedarían en la casa de la Señora Consuelo, calle Santa Marina, núm. 6, frente a la iglesia y que hoy está muy cambiada.
 
El 11 de septiembre de 1958 se produjo el recibimiento oficial de las Religiosas de la Sabiduría. Otra vez, montadas en el coche del señor Peña, llegaron varias monjas, entre ellas, la Vicaria General, la Superiora de Madrid, y la Madre General. El ayuntamiento las recibió con la banda de música, cohetes y con el sonido de cláxones, y volteo de campanas. Allí se encontraban las autoridades eclesiásticas, civiles y el curioso pueblo. El día 12, viernes, fue la recepción escolar. Unos cincuenta niños estaban presentes. Una niña les dio la bienvenida en francés, y los pequeños del jardín de infancia les cantaron el Ave María de Lourdes en francés y en castellano. La pequeña comunidad se instaló en el chalet de la familia Peña. Una parte para las clases y otra para residencia de la comunidad. Las religiosas de lengua no española pidieron que ser confesadas en francés para lo que se recurrió a los jesuitas de Oña.

 
La Comunidad a finales de setiembre estaba ya al completo: hermana Flore de Marie (canadiense) que era la superiora; hermana Cecile du Christ-Roi (norteamericana); hermana Chantal de la Croix (belga); hermana Luis de la Providencia (colombiana); hermana Joaquín-María de la Eucaristía (colombiana); hermana María-Montfort de la Cruz (española). El colegio abrió el lunes 6 de octubre de 1958 con sesenta alumnas. Se impartían clases particulares de francés, inglés, costura y cultura general. En octubre de 1960 se inscribieron 88 alumnas y 8 aspirantes.
 
Tanto la familia Peña como las monjas de la Sabiduría tenían claro que su ubicación no era definitiva. Por ello, acogidos a la citada ley de edificaciones escolares buscaron un lugar donde construir el colegio femenino. El Colegio fue construido sobre los terrenos que, en parte, fueron vendidos por el ayuntamiento de Villarcayo, en una parcela de 6.286 metros cuadrados, al precio de 7.857`50 pesetas, con el fin de la edificación de un Convento y Colegio. Las Religiosas adquirieron además otra parcela a Juan Pereda y Pereda el 22 de mayo de 1959 por un total de 5.357 metros cuadrados.
 
En noviembre de 1958 llegó la autorización para construir la escuela, según proyectos del Arquitecto Luis Rodríguez y el Constructor Luis González Mora. La bendición de la Primera Piedra fue el 31 de julio de 1960 y la realizó Fidel Valverde, Párroco de Villarcayo. Manuel López Rojo, aunque anteriormente ha dado dos nombres de arquitecto y constructor, nos dice que el colegio es “obra del arquitecto D. Emilio Pereda (articulista de diseño de gallineros y casas baratas en Villarcayo) y del constructor Alejandro Alzola”. Ambos muy vinculados con Villarcayo.

 
Debemos dejar constancia que, durante ese año de 1960, Gregorio González Martínez, licenciado en filosofía y letras y director del colegio de enseñanza media “Liceo Santa Marina” solicitaba la baja del mismo como centro autorizado de enseñanza elemental. Este centro enseñaba a niños de tres a doce años. Argüía que no encontraba los profesores necesarios y que las matrículas no le permitían cubrir los costes. Esto choca con la apertura de un centro de estudios femeninos a manos de monjas. ¿Tenían ellas menos costes? Dadas las circunstancias de pérdidas de plazas escolares el ayuntamiento solicitó que se adoptase como colegio libre de enseñanza media de grado elemental masculino el colegio dependiente ya de ese ayuntamiento. El nombre de este centro, instalado en locales municipales, fue “Liceo Santo Tomás de Aquino” que dependía del instituto de Burgos. Tenía la rama de ciencias y la de letras y estaba ayudado de los créditos ministeriales. Seguramente aguantó hasta que se implantó la EGB con la ley de educación de 1970.

 
La inauguración, religiosa, del colegio de “la Sabiduría” contó con el alcalde José Tapia Aguirrebengoa, Felipe Peña, Catalina Pereda y el registrador Francisco Javier Unceta -presidente de la asociación “Acción Católica”-. A las religiosas se les reservó, para su asistencia a la misa diaria en la Parroquia, una capilla lateral separada por una gran verja lo que les permitía cierta clausura. A estas monjas extranjeras les sorprendía -gratamente- la numerosa asistencia a Misa y las comuniones frecuentes. Era la católica España. Supongo que la misma sorpresa se llevaría monseñor Gerard J. Deschamps que visitó a su hermana sor Alicia que estaba entre las hermanas de la Sabiduría de Villarcayo. Otra cosa que debemos tener en cuenta es la integración que tuvieron estas monjas en la sociedad de Villarcayo del momento. Así vemos que la hermana María Luisa dirigía el coro de la asociación de Acción Católica o que el colegio organizaba veladas de zarzuela, por ejemplo.

 
Los tecnócratas del Opus Dei lanzarán la Ley de 29 de abril de 1964 sobre ampliación del periodo de escolaridad obligatoria hasta los catorce años. La finalidad era aumentar la cualificación a la clase trabajadora. Hasta entonces el corte educativo entre primaria y secundaria se producía a los 10 años de edad. La mayoría seguía la Enseñanza Primaria hasta su fin y una minoría la abandonaba y se encaminaba hacia la secundaria. Quienes optaban por la primera vía difícilmente podían desembocar en la segunda. Aquellos padres más exigentes con el futuro de sus hijos se desviaban hacia un Bachillerato realizado generalmente en instituciones privadas y por lo tanto caras, lo que implicaba una segunda causa de selección. Ahí entraban los mencionados Liceos “Santa Marina” y el “Santo Tomás de Aquino” de Villarcayo. Un cierto porcentaje de alumnos, que con el tiempo iba aumentando, se preparaba por libre para los cursos de bachillerato en escuelas públicas primarias, lo cual significaba un alivio para el estado en la falta de centros públicos de bachillerato y una ayuda al bolsillo de profesores. Las monjas del colegio de la Sabiduría presentaban alumnas por libre a Bilbao, Burgos y, por supuesto, al Liceo. Por cierto, siempre mencionamos monjas, pero también figuraron profesores como el señor Pereira Galaz que, a su vez, era teniente de alcalde de Medina de Pomar, el químico Calixto Álvarez o Victoria Alonso que estaba casada con Carlos Gutiérrez de la Peña.

 
Hasta 1965 no se autorizó el funcionamiento provisional del colegio de la Sabiduría de Villarcayo que permitía al centro realizar los exámenes de junio y de septiembre y la participación de sus profesores en el sistema de las reválidas. En ese año dejaba de ser superiora de la congregación la madre Genoveva y era sustituida por Cecile du Christ-Roi que llevaba en Villarcayo desde el principio. Por otra parte, la Ley de 21 de diciembre de 1965 sobre la reforma de la Enseñanza Primaria mejoró la formación de los maestros; y se permitió la coeducación en las Escuelas Normales para aprovechar al máximo los recursos personales y materiales de los centros. En junio de 1968, este colegio, era clasificado como “Reconocido de Grado Elemental” y denominado por el decreto 1845/1965 como “Colegio de Enseñanza Media no Oficial femenino”.
 
A finales de la década de los sesenta, la educación primaria había experimentado una mejora notable. La escasez de escuelas era ahora un problema de menor envergadura, pero seguía estando latente. Los movimientos migratorios, el alto crecimiento demográfico y el aumento de la demanda educativa, hicieron imposible terminar con el déficit.
 
El ministro José Luis Villar Palasí creó la Ley General de Educación de 1970. Para 1973 sólo había un tres por ciento de niños sin escuela. Fue la época de la construcción de los colegios públicos, entendidos como centros educativos de amplios espacios docentes y de recreo. La mayoría de ellos sigue en uso hoy día.

Colegio de Villarcayo desde los años 70.
 
Con la promulgación de la ley de educación de 1970, la educación primaria pasó a llamarse Educación General Básica (EGB); quedaron anuladas las incontables pruebas selectivas de reválida necesarias para cursas estudios superiores; y el Bachillerato pasó a ser un nivel educativo unificado al cual se accedía después de superar la EGB, y que otorgaba un único título de carácter polivalente. Se primaba el mérito y capacidad frente a las posibilidades económicas de la familia. El Colegio de la Sabiduría de Villarcayo se vio obligado a cerrar una vez que se anunció que en el curso 1971-72 se instalaría en Villarcayo una concentración escolar de carácter oficial regional que daría la enseñanza gratuita, la comida a los alumnos por cinco pesetas y la recogida de los alumnos por sus domicilios por autocares gratuitos.
 
Las religiosas de la Sabiduría pretendieron continuar impartiendo las clases en los cursos superiores de la educación básica, pero fue rechazado desde Madrid porque el gobierno de España pensaba abrir un centro de formación profesional en Villarcayo. Fueron apoyadas por algunas familias, pero… Se retiraron el 16 de octubre de 1972. Una pena porque dejarían de acercarse al colegio los Reyes Magos durante su cabalgata la víspera de su festividad ni se repetirían los retiros espirituales que allí realizaban. No sé a dónde marcharían estas religiosas cuya orden se movía por los cinco continentes. Alguna había venido a servir a Villarcayo desde lugares como el Congo. Tampoco sabremos hasta donde hubiera llegado el equipo de voleibol infantil de este colegio en la liga provincial. En fin.
 
Las Congregación de la Hijas de la Sabiduría tuvo que indemnizar a todo el personal que comprendía cuatro maestras nacionales, dos licenciadas, dos auxiliares, dos chicas de servicio y un sacerdote. Tenían externas, aspirantes, internas y clases particulares y media pensión. Las posesiones del colegio de la Sabiduría fueron adquiridas por la Corporación Municipal y entregadas al Ministerio de Educación Nacional para que abriese un Centro de Formación Profesional. El precio de venta importaba siete millones y medio de pesetas, pagaderos en tres años.

Situación actual del colegio de "La Sabiduría"
Instituto de Educación Secundaria Obligatoria
 
Luego llegará el colegio nacional mixto “Princesa de España”; el instituto en Medina de Pomar y la F.P. en Villarcayo; el instituto en el antiguo hospital Laredo; y la actual configuración escolar del municipio.
 
 
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “Diario de Burgos”.
Boletín Oficial del Estado de España.
“La política educativa durante el franquismo: depuración del profesorado y aprendizaje de género”. Encarnación Asensio Rubio.
“El sistema educativo durante el franquismo: las leyes de 1945 y 1970”. Soraya Cruz Sayavera.
“Educación durante el franquismo”. Carmen Párraga Pavón.
“Villarcayo. Capital de la comarca Merindades”. Manuel López Rojo.
“La enseñanza en el Valle de Mena. Una singularidad desde el siglo XVIII hasta nuestros días”. Armando Robredo Cerro.
“Las leyes de educación en España en los últimos doscientos años”. Mercé Berengueras Pont y José María Vera Mur.
“Construcciones rurales”. “Gallineros y Conejeras”. Emilio Pereda.
Periódico “Diario de Burgos”.
LEY DE 26 DE FEBRERO DE 1953 sobre Ordenación de la Enseñanza Media.
LEY DE 22 DE DICIEMBRE DE 1953 sobre construcciones escolares.
LEY 27/1964, de 29 de abril, sobre ampliación del periodo de escolaridad obligatoria hasta los catorce años.
LEY 14/1970, de 4 de agosto, General de Educación y Financiamiento de la Reforma Educativa.