La emigración a
Cuba empezó el año 0 de la conquista (se estima que entre 1500 y 1650 pasaron a
América 450.000 peninsulares) pero nos vamos a centrar en la emigración
“moderna”. Desde mediados del siglo XIX se disparó la emigración europea al
mundo. No solo salieron emigrantes de Italia como nos contaba la vieja serie
“Marco, de los Apeninos a los Andes” o los irlandeses a EEUU que ha sido
reflejada en múltiples películas Yankees. Nuestros compatriotas salieron a caño
abierto a La Argentina y Cuba. Se estima que, de 1882 a 1930, el cuarenta y
ocho por ciento de los emigrantes españoles tuvieron como destino La Argentina,
mientras que Cuba recibió el treinta y cuatro por ciento, Brasil el ocho por
ciento, Uruguay el dos y medio por ciento y Méjico y EEUU el dos por ciento. En
la Gran Antilla el flujo se mantuvo incluso cuando se independizó. Además, tras
1898, los españoles conservaron sus propiedades y hubo una nueva riada de
emigrantes en los primeros años del siglo XX.
Por supuesto la
emigración se combinó con los movimientos poblacionales internos, pero,
centrándonos en la salida al ancho mundo, diremos que la región española que
más emigrantes ha aportado, entre 1885 y 1930, es Galicia, con el treinta y
seis por ciento, a la que siguen, a gran distancia Asturias, Castilla y
Cataluña, con el nueve por ciento cada una, mientras que Cantabria aportó el tres
por ciento y el País Vasco el dos por ciento.
La gente que
llegaba a Cuba se organizaba en asociaciones creadas por zonas de origen. El
desarrollo del asociacionismo estuvo vinculado a ese efecto peculiar que hace
que los del mismo lugar emigren al mismo sitio siguiendo la estela de emigrantes
anteriores. Era “la llamada” que muchos hijos de Las Merindades recibieron para
marchar a Madrid, Bilbao o Barcelona en los últimos setenta años. Allí los
“llamadores” fueron transmitiendo a los recién llegados los comportamientos,
conductas y costumbres de su nueva casa, generándose en las diferentes oleadas
de éstos, intensas relaciones endogámicas que favorecían su agrupamiento y
participación en las asociaciones que, con anterioridad, habían creado estos
protectores. Las asociaciones españolas en Cuba, servían como canales de
comunicación con la Madre Patria y permitían mantener una relación intensa con
las comunidades de origen. Ellos, los emigrantes, mientras, buscaban el ascenso
social en América mediante el trabajo duro, el ahorro, la acumulación y la
inversión. Sin olvidar el deseo -que siempre existe- de retornar a su tierra
natal.
Durante la mayor
parte del siglo XIX, la situación de los inmigrantes españoles en Ultramar era
realmente difícil y penosa, sobre todo en los primeros años y cuando no
disponían del apoyo o protección de familiares o coterráneos llegados
anteriormente y no contaban con recursos económicos. Este panorama se agravaba en
Cuba por su climatología tropical generadora de graves enfermedades.
Esta estampa
movió a las minorías de inmigrantes triunfadores, aquellos que habían logrado una
posición económica desahogada, a preocuparse por estas situaciones. ¿Solo por
amor al prójimo? Bueno, también para reducir o eliminar el riesgo de altercados
sociales promovidos por sus compatriotas que podrían afectar negativamente a su
medio de vida y su posición social. Las élites recurrirán a las tradicionales
instituciones caritativas de beneficencia, modelos heredados del Antiguo
régimen, que podían ser desarrollas desde la sociedad civil. En Cuba, finalizada
la Guerra de los Diez años y promulgada la Constitución española de 1876, se
pudo aplicar la Ley de Asociaciones y Reuniones Públicas. Hecho éste que provocó
en toda la isla un auténtico espíritu asociativo. Las asociaciones radicadas en
La Habana propiciaron nuevas prestaciones, como la construcción de panteones
propios para acoger prioritariamente a los asociados fallecidos, estableciendo,
igualmente, algunas pequeñas prestaciones pecuniarias a sus asociados jubilados
y con escasos recursos. Ayudas médicas o pasajes de regreso a España.
Cuando se creaba
una de estas entidades, se la dotaba de estatutos, reglamento y cargos. Después
los promotores contactaban con sus lugares de origen para establecer una
delegación autorizada de la nueva sociedad. Ésta era la encargada de hacer operativas
“las intenciones y proyectos de la sociedad”. Así el inmigrante llegaba a
convertirse con el tiempo en dirigente de la colectividad nacional, regional,
comarcal o municipal, según el modelo de organización asociativa a que
perteneciese. Aunque, generalmente, pertenecía a varias pues el éxito económico
y social les impelía a participar en más de una asociación.
En 1893 se crea
la “Sociedad Benéfica Burgalesa de La Habana”. El domicilio social estaba en La
Habana, 79 esquina a Obra Pía. Aunque también pudo haber estado en esa calle de
La Habana, 100. Su objetivo se centraba “en socorrer a los Burgaleses, sus
esposas e hijos que, necesitándolo, imploren fundadamente su auxilio en caso de
indigencia”. La circunscripción de sus funciones a las estrictamente
caritativas limitaba su desarrollo, explicaba el escaso número de socios y su
reducida operatividad en un principio. Su primer presidente será Fidel Alonso
de Santocildes y Julián de la Presa Zorrilla será vocal, al menos, en 1894. Una
buena parte de los burgaleses que vivían en La Habana y algunos residentes en
otros lugares de la isla serán socios de esta sociedad. En 1930 la Sociedad
Benéfica Burgalesa contaba con 173 socios y había invertido en socorros 214
pesos oro. En 1952 contaba con más de cuatrocientos afiliados.
El inmigrante
recién llegado pasaba a formar parte del sistema que habían constituido sus
predecesores, y las periódicas oleadas de nuevos inmigrantes perpetuaban la
organización. La jerarquía existente dentro del campo laboral que ocupaban los
inmigrantes permitía la explotación entre ellos mismos. Se conocía y aceptaba
el hecho de que, a través de su sometimiento, poco a poco se ascendía en el
escalafón laboral. Así, de chico de los recados y de los servicios más bajos,
se pasaba a ser dependiente de tercera, de segunda y de primera y, con el paso
de los años y a fuerza de ahorrar conseguiría ser socio del negocio, para
posteriormente poder establecerse por su cuenta, generalmente asociado a otro u
otros del terruño, en ocasiones mediante la obtención de préstamos de algún
exitoso “paisano”. ¿Les suena a lo que hacen los chinos hoy en España?
Con la
independencia cubana los españoles quedaron privados de los derechos civiles y
limitó su acceso a la actividad política. Esta situación llevó a las
asociaciones de emigrantes -incluida la burgalesa- a potenciar sus actividades
de asistencia. La buena calidad de las prestaciones, sobre todo sanidad y la
enseñanza, atrajo hacia los centros a numerosos españoles agrupados por su
lugar de origen, aunque no estrictamente, y también a muchos cubanos.
Como hemos estado
leyendo, una característica de los que emigraron con éxito fue la filantropía. No
solo en Cuba, sino que se preocuparon de dotar a sus pueblos natales de
escuelas, hospitales, asilos, iglesias, ateneos, casinos, fuentes, caminos,
parques, de todo aquello que necesitaban y no tenían. Intentaron que sus paisanos
tuviesen la cultura y el bienestar que ellos no habían tenido y que los expulsó
de España. Ya hemos comentado en esta bitácora el caso de Domingo FernándezPeña que sabía de la necesidad de luchar contra el analfabetismo y contra la
enseñanza poco eficiente.
En este ambiente,
y con estas necesidades, llegó un joven Julián de la Presa Zorrilla a La Habana
donde, seguramente, recorrería el proceso de aprendizaje desde los puestos más
bajos hasta tener su comercio. Fue el propietario de la ferretería llamada “La
Machina” -como la máquina de arbolar barcos- que estaba situado en la calle de
San Pedro, 10 de La Habana. Se hizo con un respetable capital y fue un miembro
activo y socio fundador de la asociación de burgaleses que hemos descrito
arriba. Este señor, nacido hacia 1848, falleció el doce de diciembre de 1912
(12/12/12) en Begoña (Vizcaya) a los 64 años de edad y, entre sus legados, dejó
a la Sociedad Benéfica Burgalesa la cantidad de 2.000 duros. O dólares, que de
todo se lee.
Lo encontramos
en España porque había llegado ese verano para pasar unos meses de vacaciones.
Estaba soltero y era natural de Criales, en Las Merindades (Burgos). Su testamento,
otorgado en La Habana el 28 de abril de 1912 y que se protocolizó el 16 de
enero de 1913 ante el Notario de aquella capital José Ramírez de Arellano, legó
15.000 pesos oro español para instituir en dicho su pueblo una escuela para
niños y niñas. De esos 15.000 pesos se invirtieron en la construcción del
edificio escuela 7.000 pesos. El resto fue a papel del Estado y con sus intereses
se tendría que pagar al maestro y maestra, mobiliario y material de enseñanza.
Nombró por patronos a sus hermanos Eusebio y Pedro Zorrilla Basteguieta (sí,
hay lío con los apellidos, quizá fueron primos y no “hermanos”) y a su
fallecimiento al Ayuntamiento de mencionado Críales.
Fallecido
Eusebio, su otro hermano Pedro Zorrilla formalizó la escritura de fundación en
26 de agosto de 1922 ante el Notario de Medina de Pomar Teodoro Rodríguez
Rivas, y teniendo en cuenta que el capital del legado era insuficiente para
dotar de sueldo decente a dos maestros, en virtud de las facultades amplias que
le concedió el fundador, y teniendo presente que en referido pueblo existía una
escuela nacional mixta, creó una escuela de niñas dedicada a labores, economía
doméstica, etc. El capital fundacional lo constituye una casa escuela y una
inscripción intransferible numero 5.315 por un capital de 59.700 pesetas, que renta
anualmente 1.910`40 pesetas. El sueldo de la señora Maestra era de 1.500
pesetas y el resto se destinó para material de enseñanza y reparos.
No solo había
dejado estos legados citados, sino que, como dice una de las notas de prensa
consultadas: “entre su inmensa fortuna, ha legado una partida de mandas a algunos
familiares y amigos: lo legado pasa de ciento setenta y cuatro mil duros oro
español”. Hemos comentado que se acordó de crear una escuela en su pueblo,
pues también dispuso de 20.000 duros para la iglesia y cementerio de Criales.
Y, aunque nos pille lejos físicamente, parte de su herencia se destinó a otras
sociedades y asilos en Cuba.
Dispone de una
calle en su pueblo y, a los cincuenta años de su muerte, se le dedicó una
lápida situada bajo la torre, a la entrada de la iglesia: “A don Julián de
la Presa, Hijo Predilecto e Insigne de esta Villa, en el 50 aniversario de su
muerte, 12-XII-12. El vecindario le dedica este recuerdo conmemorativo y la
calle alta. Criales, año 1962”.
Bibliografía:
“Apuntes sobre
la historia de las antiguas Merindades de Castilla”. Julián García Sainz de
Baranda.
Actas del
Ayuntamiento de Medina de Pomar.
Periódico “El
Papa-Moscas”.
Periódico
“Diario de Burgos”.
“El sueño de
muchos. La emigración Castellana y leonesa a América”. Juan Andrés Blanco
Rodríguez.
“El
asociacionismo y la promoción escolar de los Emigrantes del norte peninsular a
América”. Trabajo coordinado por Moisés Llordén Miñambres y José Manuel Prieto
Fernández del Viso.
Revista “Fuentes
y documentos de la emigración castellana y leonesa”.
“El
asociacionismo zamorano en Cuba: La Colonia Zamorana”. Juan Andrés Blanco
Rodríguez, Ángel San Juan Marciel.
“El Centro
Castellano en Cuba, 1909-1961”. Juan Andrés Blanco Rodríguez.
“Memoria de la
Sociedad Benéfica Burgalesa” de 1895