Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 25 de octubre de 2020

Río adentro



Hemos pasado otro verano –y casi el otoño- y he decidido terminar una entrada que abandoné en julio. Cosas del mal fario, creo. Tal vez porque ante este tipo de tragedias nos encontramos indefensos, desnudos, incapaces… Hoy toca un breve recorrido por la muerte en los ríos. Reconozco que me impactan sobremanera y, siempre, formulo permanentes deseos de que no ocurran. Recordaremos a algunas personas que se ahogaron en las aguas de Las Merindades en distintas épocas gracias a algunos breves periodísticos. Sé que no han sido los únicos ni los más recientes. Sin más.

Que Dios haya acogido sus almas. Amén.

Río Nela a su paso por El Soto de Villarcayo

Vamos allá, el periódico “El Imparcial” del siete de agosto de 1898 se refería a una noticia del “Diario de Burgos” que publicaba que “en el río Nela se ha ahogado al ir á bañarse con otros jóvenes D. Augusto Garmendía, de diecinueve años, hijo del registrador de la propiedad de Villarcayo. El cadáver del infortunado joven fué extraído del pozo donde ocurrió la desgracia”. Ciertamente, no son muchos detalles –un nombre, un apellido y una profesión- pero hemos alcanzado a descubrir que su inconsolable padre se llamaba Andrés Garmendia y Rámila, que estaba llevando el registro de la propiedad de Villarcayo, al menos, desde 1894. Marchó en 1907.

Saltemos hasta las páginas del “Heraldo de Madrid” que recogen la escueta comunicación de la muerte de Alicio García García el diez de noviembre de 1929. El titularcito nos resaltaba que “resbala, cae al río y perece ahogado”. Luego, explayándose, nos enteramos que “cuando sacaba agua del río en el término municipal de Medina de Pomar resbaló y cayó, ahogándose, Alicio García García, de dieciocho años, natural de Cuadros (León), obrero del ferrocarril Santander-Mediterráneo”. No nos informan siquiera si cayó en el río Nela o en el río Trueba.


Son menciones breves. Parte de las comunes incidencias que tenía la vida en aquellos tiempos o, quizá, simplemente, parte de las limitaciones del periodismo de ese momento vinculado a cartas de corresponsales aficionados y noticias de segunda mano. Veremos esta diferenciación con el resto de noticias aquí presentadas que corresponden a la década de 1970 y que acentuarán el necesario aspecto humano de estas tragedias. Lo vemos en esta noticia que publicaba el diecisiete de julio de 1970 la “Hoja del lunes de Burgos”. Adjuntaban datos como la hora de la muerte:



El año 1972 resultó trágico en este aspecto para la población fija y veraneante de Las Merindades. No acababa de empezar el mes de julio cuando una horrible tragedia acaeció en Medina de Pomar. La “Hoja del Lunes” titulaba la noticia como “otros cinco niños ahogados”. Pero solo tres lo habían sido en Las Merindades. Desgraciadamente, eran hermanos. La publicación nos decía que “tres de ellos, hermanos, se ahogaron en el río Trueba, en el lugar denominado "La Tijera”, en la localidad burgalesa de Medina de Pomar. Se trata de José Alberto, Juan Carlos y Miguel, el primero de quince años y los otros dos de doce, ya que estos últimos eran mellizos. Los tres hermanos residían en Baracaldo (Vizcaya) y estaban pasando sus vacaciones en Medina de Pomar, de veraneo, con sus padres. Hasta el momento no se conocen más detalles del suceso”. Ni, personalmente, los deseo.

Pasado un mes de esta desgracia nos encontramos con la nota de prensa que recuerda un funeral. Era el del cura de Quintanilla de Valdebodres y así lo recogía, también, la “Hoja del Lunes de Burgos” el siete de agosto de 1972:


Como última noticia luctuosa referiremos esta de 1975 publicada en el “Diario de Burgos” que nos contaba que había “dos jóvenes ahogados en el pantano del Ebro, en Cabañas de Virtus”. El cuerpo de la noticia estaba más trabajado y nos informaba de… mejor léanlo:

“Pese al intenso trabajo desplegado por personal voluntario y hombres-rana de la Cruz Roja del Mar, de Santander, siguen sin aparecer los cadáveres de las dos personas que alrededor de las ocho de la tarde del pasado sábado perecieron ahogados en un pozo existente junto al pantano del Ebro, en Cabañas de Virtus.

Las víctimas son Mauro García Ortega, de 18 años, camarero, natural de Santibóñez Zarzaguda y empicado del restaurante “La Cabaña” de Cabañas de Virtus, en cuyo puesto de trabajo llevaba más de dos años, habiéndose granjeado el cariño de sus jefes y compañeros.

La otra víctima, Manuel Mieres Dosinocentes, de 31 años, de Bilbao, había llegado a Cabañas cuatro días antes de su muerte. Estaba al servicio del pequeño zoológico que el propietario del restaurante, don Manuel Casanueva, posee en la localidad.

Ambos jóvenes acudieron a bañarse alrededor de las ocho de la tarde del sábado, al pozo existente al lado del pantano, pozo realizado por la fábrica de arenas de Arija y en el que se infiltra el agua del pantano; tiene una extensión de unos 80 por 80 metros cuadrados y sólo en unos 20 metros el agua alcanza una profundidad do 5 a 6 en el resto de la superficie la profundidad no pasa de los setenta centímetros.

Ambos Jóvenes no sabían nadar y se cree que uno de ellos alcanzó la zona de peligro y el compañero fue en su busca, pereciendo ahogados los dos. Los trabajos de rescate se iniciaron la misma noche del sábado al no regresar al restaurante los dos empleados del mismo.

Ante el resultado infructuoso de los primeros trabajos, don Manuel Casanueva se dirigió a la Cruz Roja del Mar de Santander, quien envió un equipo de hombres-rana que trabajaron incansablemente durante todo el domingo, sin que su esfuerzo diera resultado alguno.

Ayer lunes continuaron los trabajos, si bien con menor intensidad y esperando que los dos cuerpos asciendan a la superficie del agua, para lo que se mantiene la oportuna vigilancia por parte de fuerzas de la Guardia Civil. En caso negativo hoy martes se reanudarán los trabajos de rescate”.

Publicado por el “Diario de Burgos” el 15 de julio de 1975. La noticia de la recuperación de los cadáveres se publicará dos días después:




Bibliografía:

Periódico “El imparcial”.
Anuario del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración.
Periódico “El heraldo de Madrid”.
Periódico “La correspondencia de España”.
Periódico “La hoja del lunes de Burgos”.
Periódico “Diario de Burgos”.




domingo, 18 de octubre de 2020

Villarcayo, capital de una provincia.



Vamos a conocer el periódico gaditano, cuando Cádiz era el refugio y cuna de la libertad española, llamado “El Amigo de las leyes”. Nació en 1812 pero en septiembre de ese año se trasladó a Madrid. Allí lo tendremos desde el dos de octubre de 1812, en números de cuatro páginas y compuesto a dos columnas, saliendo primero de la imprenta que fue de Fuentenebro, por su regente Manuel García, y después también de la de Francisco de la Parte.

Hartzenbusch (1894) y Gómez Imaz (1910) lo tildan de “periódico político liberal”, y Mesonero Romanos lo tacha de “furibundo” liberal. Tras publicar su número 16 (01/12/1812) se suspende su publicación por hallarse la capital del reino ocupada por las tropas napoleónicas, reapareciendo el 15 de febrero de 1814, con el número 17. Su edición es atribuida al ingeniero de caminos y canales Francisco Javier Barra, que ya había sido acusado en 1813 de afrancesado. Un decreto de la Inquisición, de 22 de julio de 1815, prohibió su lectura y ordenó recoger todos sus ejemplares, siendo condenado a una multa su editor, comisario de Caminos y Canales. Claro que, en la biografía de la Real Academia de la Historia, no aparece esta relación con el periodismo.


Francisco Javier Barra, otro de esos españoles liberales arrumbados a un rincón de una historia de los dos últimos siglos y pico demasiado llena de héroes políticos providenciales merecedores de la “damnatio memoriae”, nació en Madrid en 1764 y era hijo de padres napolitanos. Hacia 1781 ingresó en la Real Compañía de Guardias Marinas y permaneció como ingeniero de Marina hasta 1790 en que pasó al servicio de Hacienda. En 1798, siendo teniente de fragata e ingeniero extraordinario de la Armada, fue agregado a Juan López de Peñalver, para la impresión del catálogo de máquinas del Real Gabinete. El 25 de julio de 1799, al crearse la Inspección general de Caminos y Canales fue nombrado comisario.

Su primer trabajo fue en la carretera de Aragón, donde estudió el paso de la divisoria entre el Tajo y el Ebro, y fue destinado en 1805 a Santander donde dirigió la carretera de Reinosa. En esta demarcación conoció a su mujer María Josefa Gutiérrez. Parece ser que durante la Guerra de la Independencia estuvo al servicio de José I Bonaparte en Madrid. Consta su solicitud para imprimir un Prontuario de monedas francesas, del que no se conoce publicación. Y aparece como ingeniero de sección en el proyecto de cuerpo de ingenieros civiles realizado en 1810 por José María de Lanz.

En 1813 es acusado de afrancesado y en 1814 aparece “El Amigo de las leyes”. Este periódico liberal, que suele atribuirse a Barra, fue uno de los periódicos que Benito Pérez Galdós utilizó como fuente para escribir sus Episodios nacionales.

Francisco Javier debió de pasar por algún proceso de purificación aunque en octubre de 1816 estaba en activo y redactó un proyecto para la reedificación del arco arruinado en el puente de Almaraz, sobre el río Tajo. Durante el trienio constitucional, al reabrirse la Escuela de Caminos y Canales, en 1821, fue nombrado director. Permaneció al frente del centro hasta su cierre, al término del trienio. Durante los años siguientes continuó trabajando en la casi desmantelada Inspección de Caminos y consta que apoyó y colocó a algunos de sus alumnos que, como milicianos nacionales, habían sido defenestrados.


En 1826 escribió un libro sobre pavimentos, que tiene el mérito de ser la primera obra publicada en español sobre la materia, aunque sus ideas sobre los firmes “a la romana” resultaban ya anticuadas en la época. Realizó después un ensayo sobre trazado de canales y unas observaciones sobre el abastecimiento de aguas a Madrid, que le valieron el encargo del ayuntamiento para efectuar el proyecto de traída de las aguas. En abril de 1830 presentó su trabajo, en el que proponía un acueducto desde el río Guadalix y otro con toma de agua en el Manzanares; se imprimió lujosamente, pero el proyecto no llegó a realizarse.

Tras la muerte de Fernando VII, Barra fue inspector general y miembro de la Junta Consultiva de Caminos, Canales y Puertos. En 1840, pasó a ser director general, hasta su fallecimiento en febrero del año siguiente.

Nos centraremos en las entregas de “El amigo de las leyes” de febrero a abril de 1814 que fueron dedicadas a una nueva división de la nación en provincias. En el periódico se hablaba de la falta de percepción por el pueblo, los ciudadanos, de la nueva realidad constitucional por incapacidad –o viejos vicios- del gobierno o por incapacidad del estado, de la administración, de llegar al ciudadano.

Decide el redactor, quizá el señor Barra, recorrer los problemas que él encontraba y buscarles soluciones. Hablará de “la monstruosa división de Provincias en que está repartida nuestra España, y hasta donde alcancen mis conocimientos diré lo que entienda sobre la nueva división que debe hacerse indispensablemente, si se quiere establecer un gobierno regular siquiera, sea el que fuere”. Optimismo en estado puro.

Explicaba que las órdenes del Gobierno se multiplicaban demasiado: que una disposición particular, o un Decreto, producía después una multitud de órdenes. “La necesidad de dar esta multitud de órdenes la ocasiona en gran parte la absurda subdivisión de nuestras Provincias”. Era evidente para aquellos españoles que había provincias de forma irregular, excesiva extensión e incoherencia interior. Esto dificultaba la comunicación de sus diversas partes con su Capital. Con ello, había pueblos adonde nunca llegaban las órdenes y provincias donde sus jefes delegaban funciones, y responsabilidad, en una miríada de subordinados.


El periódico rechazaba la reforma provincial de José I por no haber tenido en cuenta factores topográficos y geográficos, climáticos, de fertilidad de las tierras, de población… “¿Cómo, pues, podría hacer la subdivisión con acierto un hombre que no había viajado por España, ni tenía medios de adquirir noticias, ya por la incomunicación con las Provincias, y ya porque los que podían dárselas en Madrid se negaban a instruirle en este punto, como en todo lo que intentaba saber aquel Gobierno?”. En esta frase se percibe una disculpa y cierto conocimiento de lo que ocurría en el Madrid de los afrancesados.

Los artículos hablan de la necesidad de un equipo de especialistas que viajase por España y les da ideas. La extensión de terreno era la primera circunstancia a estudiar: ni muy grande -porque el gobierno provincial sería complicado- ni muy pequeña porque habría demasiadas provincias y dispararía los gastos. La clase de terreno también afectaría.

¿Población? Argumentaba que las zonas con poca población requerirían más superficie para satisfacer el cómputo de los gastos necesarios para el gobierno de una provincia.

Hay otro dato que tener presente, y es el de fijar bien los límites de las provincias, y de modo que pudieran resolverse con facilidad las dudas posteriores a la delimitación. Por ello, recomendaba recurrir a las líneas divisorias de aguas sujetando a ellas los límites de las provincias. Añadían que eran límites ya aplicados para delimitar pueblos y dominios. Y quien dice ríos dice sus vertientes.

Y... ya. Hablaremos de Villarcayo y la provincia fantasma:

“Toda la parte de Navarra baja que hay entre la raya de Francia y la cresta de los montes ya expresados, que hace vertientes al Ebro y al Océano, podría agregarse a la provincia de Guipúzcoa, y con ella formar una nueva provincia, cuya capital fuese San Sebastián. Por la parte del Norte debería limitarse en la cresta dicha hasta tocar en la divisoria con el Señorío de Vizcaya; cuya divisoria podría seguirse la actual, que está arreglada por una línea de vertientes. Del Señorío de Vizcaya podría formarse otra provincia, cuyos límites fuesen por el Este la provincia de Guipúzcoa; por el Norte la misma cresta de los Montes ya expresados, y por la parte del Oeste, la línea de aguas vertientes a la ría de Santoña, por la parte de Castro Urdíales, hasta dar con la cresta dicha. La capital debería ser la villa de Bilbao”.

Perdón, esta es el párrafo de Vizcaya y Guipúzcoa. Ahora sí:


“De las Montañas de Santander debería formarse otra provincia, cuya capital fuese aquella ciudad , y sus límites podrían ser los siguientes: Por el Este la línea determinada antes por divisoria con Vizcaya; por el Norte la cresta dicha de los mismos Montes; y por el Oeste la línea de vertientes entre las dos rías de Llanes y Rivadesella. Recordando ahora lo dicho anteriormente acerca del cordón de Montes, que en los altos de Reynosa volvía hacia atrás y formaba la caja del Ebro, tomando pues por divisoria la línea de vertientes que forma hasta el valle de Valdivielso; y .pasado este, tomando por las alturas de Oña a buscar los portillos de Bustos, Miraveche, Trerrobles, dejando a la derecha el puente de Larra; y siguiendo hasta encontrar la línea divisoria por el Norte de Vizcaya: todo el país comprehendido entre estos límites, y cerrado con la divisoria Norte de Santander podría formar otra provincia, cuya capital pudiera ser, o Villarcayo o la villa de Reynosa; y pudiera denominarse Fuentes de Ebro”.

Les dejo con este sueño imposible, con este mero divertimento cultural.


Bibliografía:

Periódico “El amigo de las leyes”.
Hemeroteca digital de España.
Real Academia de la Historia de España. Biografía por Fernando Sáenz Ridruejo.



domingo, 11 de octubre de 2020

De moros, franceses, carlistas, cuevas y tesorillos.



Desde niño escuché a mi padre decirme las cuevas de los moros que existían en el Valle de Manzanedo. Me las señalaba cuando pasábamos a sus diferentes alturas mientras caminábamos por la carretera junto al Ebro. Cuevas de los moros… que nunca habían visto uno. Relatos referidos a la "época de los moros" para indicar su antigüedad, de cuando Castilla no sabía cómo se llamaba. Pueden también hacer referencia a la procedencia de los posibles pobladores de algunas aldeas, ya desaparecidas, con iglesias rupestres. Desaparecidos estos quedó el topónimo "moros" aludiendo a aquella procedencia mozárabe. O no. 

Seres voraces de sangre cristiana o adalides de una cultura que el norte bárbaro había perdido son los dos extremos de un arco de percepciones sobre este mundo y sus gentes muy enraizado en los pueblos de Hispania. No era extraño, pues, que mi padre me transmitiese unas tradiciones que exhalaban sus últimos mensajes sobre cuevas de moros, peñas de moros, fuente de los moros y castillos de los moros. Eran lugares misteriosos, quizá relacionados con la muerte y con el más allá, con fantasmas…


Y, por supuesto, lugares de tesoros ocultos. Avara visión acentuada por los escritores románticos del XIX como hace Washington Irving en sus “Cuentos de la Alhambra”: “He notado que las historias de tesoros escondidos por los moros, que prevalecen tanto en España, son muy corrientes entre la gente menesterosa. ¡De tal suerte la benévola Naturaleza consuela con la fantasía la falta de recursos: el sediento sueña con fuentes y fugitivas corrientes; el hambriento, con fantásticos banquetes; el pobre, con montones de oro escondidos! ¡Nada hay, en verdad, más espléndido que la imaginación de un pobre!”

Las leyendas morunas de Las Merindades son similares a las que se pueden encontrar en el resto de Castilla y de España. Citemos la cueva de los moros situada próxima a Quecedo de Valdivielso y que son dieciséis nichos excavados en la pared de roca abiertos al sur y alineados. Probablemente de época altomedieval, entre los siglos VIII-IX. En ese sentido podrían haber visto algún moro pero poco probable que fuesen habitadas por ellos. No hay sitio. Otro ejemplo sería la Torre de los moros de Quintanilla de Sotoscueva o la de Barcenillas de Cerezos. A finales de la década de 1981-1990 Elías Rubio recopiló en Quecedo de Valdivielso frases del estilo: “Se dice que allí vivían (los moros), pero no se sabe más. No es profunda (la cueva de los moros de la población). En Quintanilla de Sotoscueva se decía que las torres de Espinosa y otras habían sido construidas en tiempos de los moros. Incluso que las habían construido los moros. Y en Barcenillas de Cerezos se recogió la idea de que no solo la torre -entiendo que la torre de los Velasco de Espinosa de los Monteros- la hicieron los moros sino, además, que bajaban por un túnel que tenían hecho a buscar agua al río.

Cuevas de los moros (Quecedo de Valdivielso). Cortesía de
"Tierras de Burgos".

Algo así se comentaba en Lomana: que el castillo de la población se comunicaba con el de Frías; y que tenía otro pasadizo que lo unía con la Fuente de los Moros. Ciertamente los moros de estas historias eran unos trogloditas muy laboriosos.

Y generosos, a tenor de esta historia recogida en Valdelacuesta: “Dicen que bajaban los moros a por agua a la Fuente de los Moros. Y había una pastora cuando eso aquí y estaba criando un niño; y la mora le bajaba un niño a mamar a la pastora unos cuantos días. Y después, un día le bajó unas piedritas en una bufandita, y después que marchó la mora, decía la pastora: -¿Para qué quiero yo esto? y se le quedaron unas piedritas en el bolsillo del delantal y bajó aquí al pueblo y dice: ¿Qué os parece que me ha pasado? Mira, como le doy de mamar a un niño, a un marica, me ha dado unas piedras y he cogido y las he tirado, pero me han quedado aquí algunas. Las miraron y rasparon un poquitín y dice: -¡Si es oro! Corrieron todos a buscarlo y ya no estaba, ya lo había cogido la mora otra vez”. Es curiosa la historia porque nos presenta unos moros huidizos y apartados de los cristianos. Se comportan como duendes de la naturaleza que acuden al contacto humano en los cauces de agua como las lamiak e, incluso, en el momento del pago lo hacen como si de una prueba de pureza fuese al darle el oro cubierto de tierra. Por supuesto la pastora ve esto como una rareza más de los moros, o símbolo de su estupidez, y las tira. Cuando advierte su equivocación retorna al lugar y al no poder recuperar las piedras asume que el pago no puede reclamarse más veces y que la mora las ha recogido.


Comentábamos arriba la épica de los tesoros ocultos por los moros o por antiguos pobladores y como Washington Irving se burlaba de la credulidad hispana. En la literatura en castellano está muy presente el motivo del tesoro escondido desde los relatos medievales a “La celestina” o “El quijote” como cuenta cervantes referido al moro Ricote que vuelve clandestinamente a España para encontrar el tesoro dejado por sus antepasados. En la literatura universal también aparece esta búsqueda de tesoros ocultos: los nibelungos, la isla del tesoro…

En el pueblo de Munilla se decía que había una cueva de los moros y se cantaba:

Ureña, Ureña,
cuánto oro y plata
queda en tu peña.

En general suele ser un tesoro en forma de becerro de oro (evidentes reminiscencias bíblicas) o un toro de oro, o que está escondido en un pellejo de buey o de toro. Y, es que, en la tradición española encontramos numerosos ejemplos acerca de toros, vacas o bueyes de oro o vinculados al oro. En Gerona es bien conocida la leyenda de un mágico buey de oro que se cree que fue abandonado por los judíos. En Huesca tienen una leyenda parecida: “Los montenegrinos codician el toro de oro que, a buen seguro, permanece oculto en algún pasadizo misterioso de los que recorren el interior del monte en cuya base hoy se alza la iglesia de Lanaja".


Pero volvamos más cerca. En Huidobro relataban los viejos del lugar que debajo del dolmen "El Moreco" había una piel de toro llena de oro escondida por los moros. Desconocían la profundidad a la que estaba.

En Valdelacuesta se comentaba que en los subterráneos del castillo de Montealegre había una piel de un buey llena de oro. Y que no se podía entrar porque estaba encantado. El que entraba allí, allí se quedaba. Por su parte, en Cidad de Valdeporres “sabían” que había enterrada una piel de toro llena de oro entre un moral, una higuera y un pino junto al castillo de Cidad… Que si lo había escondido el marqués dueño del castillo… Que una vez, cuando estaban haciendo la vía del Santander-Mediterráneo subieron unos obreros y se pusieron a excavar para encontrarlo, y que sacaron dos empuñaduras de puñal o de espada, y que el marqués de Chiloeches no les dejó continuar cuando se enteró, porque lo hicieron sin permiso.


Si nos movemos hasta Valmayor de Cuesta Urria un residente hablador dejaba constancia a finales de la década de 1990 que: “Oí una vez que si habían ido a donde una adivinadora, que llamaban, y había dicho que aquí, en esta cuesta, en Retuerta, que ahí habían dejado los moros un juego de bolos de oro, todo escondido. Yo eso se lo he oído a la gente mayor de antes”.

En Busnela también tenían adaptada la historia de la bolera de oro de los moros y la situaban en la cueva del oro, en la Peña Dulla, cerca de Pedrosa de Valdeporres.

Una variante de esta búsqueda del tesoro es la opción de encontrárselo porque sí. Esta opción suele tener como protagonistas a pastores, gente que anda por el monte en contacto con las fuerzas telúricas y de la naturaleza cuidando animales. Muchos de ellos convivían con animales astados, con ganado vacuno. De la raza de los toros de oro. Hay que considerar como una concesión a la realidad el hecho de que el héroe de la narración a menudo no consigue quedarse con el tesoro encontrado, no es capaz de recuperar el tesoro, o no lo hace en el momento adecuado. Suele perder el tesoro por tener que ocuparse de su rebaño o porque no se atiene a determinadas condiciones como, por ejemplo, guardar silencio. Nada nuevo si pensamos en el mito de Orfeo.


Otro tema tesorero es aquel en que el tesoro se convierte en leña y que luego vuelve a convertirse en oro. Véase, por ejemplo, la versión de “El tesoro y la leña” recogida en Cillaperlata: “Que fue a atender una señora de Mijangos, vieja, mayor, a otra señora, y que la dieron, en vez de dinero, un poco de leña; y, por el camino, dijo: -Pero ¿para qué bajo esto? y que lo tiró. Pero que se le había quedado un poco en lo de la falda... Y cuando llegó a casa, que era oro. Volvió adonde lo había tirado, pero ya no lo encontró”. Los paralelos de este cuento son abundantísimos en todo el mundo. Incluso han leído una variante de este unos cuantos párrafos antes. Una de las Leyendas alemanas de los hermanos Grimm, la de “La señora Halla y el campesino”, mostraba a esta deidad pidiendo a un campesino que la ayude a reparar su carro. Cuando el hombre termina de hacerlo, ella se lo agradece de este modo: -Recoge las astillas y tómalas como propina. Y luego siguió su camino. Al hombre las astillas le parecieron una inútil tontería, y sólo recogió un par para entretenerse, Cuando llegó a casa y metió la mano en su bolso, la astilla se había convertido en oro puro; enseguida se volvió para coger las otras que había dejado allí, pero, aunque buscó por todas partes, era demasiado tarde y no había ya nada. Aquí, al menos, no dice que la señora Halla las recogiese.

Una curiosidad, la guerra de la independencia también dejó su huella entre el nomenclátor de las poblaciones de Las Merindades. Así en Quintanilla de Sotoscueva hay un prado llamado del picadero que la sabiduría popular asocia a que era lugar donde los franceses domaban caballos.


Hasta ahora hemos visto tesoros mágicos o de tiempos antiguos, de tiempos de los moros. Pero tenemos una variante que son los tesoros carlistas. Leyendas difundidas por toda España. Y el mundo. El mito se adapta, incluso, a los tesoros nazis escondidos por media Europa. Entre los recuerdos que aún se conservan hay muchos sobre el miedo que inspiraban las partidas carlistas que se dedicaban a saquear los pueblos o que se llevaban forzosamente a los jóvenes para incorporarlos a sus filas. Pero también abundan las historias sobre tesoros que se escondieron por campesinos que querían ponerlos a salvo de los atacantes o por los carlistas que no podían cargarlos en sus cabalgadas. Pero lo que más miedo daba no era la retirada de los carlistas, evidentemente, sino su llegada. En la conversación mantenida por Elías Rubio Marcos en Barcenillas de Cerezos donde un confidente recordaba que “cuando la guerra de la carlistada, (había) oído decir a mis abuelos que los soldados se metían en los árboles y se salvaban. Pedro Maqueta se salvó durante la guerra. Se decía: Si no es por un árbol viejo, matan a Pedro Maqueta. Era un obrero, y se refugió dónde podía. Pedro Maqueta era de Espinosa, y trabajaba en la vía”.

Así que ya lo saben: si se mueven por Las Merindades, y quieren hacer dinero, acompáñense de una pala y tengan los oídos abiertos a estas historias.

Bibliografía:

“Héroes, santos, moros y brujas (Leyendas épicas, históricas y mágicas de la tradición oral de Burgos)”. José Manuel Pedrosa, César Javier Palacios y Elías Rubio Marcos.
"Los alfoces de Arreba, de Bricia y de Santa Gadea. Los valles de Bezana y de Zamanzas". María del Carmen Arribas Magro.


domingo, 4 de octubre de 2020

La torre de Villacomparada de Rueda.



Es imposible no fijarse en este edificio situado a la vista de la carretera general de Bilbao a Burgos y que ha quedado reducido a una torre, afortunadamente restaurada y un paño consolidado.

Margarita Saravia de Rueda, registró las características del palacio al hacer inventario del vínculo de su difunto hermano Jacinto Saravia de Rueda (+1738), del que era administradora: “Una casa en que vivo que se nombra de los Saravia con sus dos torres, que tiene de alto once varas y lo demás de la casa, de los goterales hasta el suelo ocho varas; de ancho veinte y tres y de fondo veinte y ocho. Se compone de dos suelos; el suelo terreno tiene un cuarto, dos caballerizas, un patio que hará como un celemín que sólo sirve para vaciadero de los goterales, y dos pajares. En el suelo alto tiene un corredor que rodea el patio, cuatro cuartos y su cocina, y en la una torre que cae al aire ábrego hay un palomar. Surca por cierzo, regañón y ábrego, huerta y corral de dicha casa, y por solano heredad de este mayorazgo. Y esta casa tiene fachada al oriente por donde surca tierra y heredad de este vínculo”.

Palacio de Villacomparada de Rueda en 1969

Hacia el año 1983 la visita Inocencia Cadiñanos que nos describe la torre como un paralelogramo cuyo lado menor mide ocho metros y el mayor no alcanza los diez. La puerta se halla al Sur, dentro del palacio, en la “salona” con las siguientes características: al exterior arco ojival, pero interiormente rebajado. Claro que existía otra puerta para que se pudiese acceder a ambos niveles de la edificación, al menos en la torre superviviente. La torre remata en doble cornisa bajo el alero y cuatro pináculos en las esquinas.

El lienzo del Este tiene varias saeteras que, aparentemente, dan al interior del palacio. La torre se divide en sótano, dos plantas y desván. En el segundo piso, Inocencio vio que un extraordinario artesonado que deseaba se lograse salvar. En los paramentos todavía vemos que se abren vanos de diferentes arcos. En el palacio –nos comenta Cadiñanos Bardecí- estos son adintelados destacándonos un desaparecido balcón al Sur al que surmontaba el escudo de los Saravia.


La Torre de Villacomparada de Rueda, es un torreón gótico del siglo XIII y la Casa Palacio del siglo XVI era de estilo Renacentista. Actualmente más que en ruinas. Todo era de mampostería. Se recuerda que algunos vecinos mayores conocieron una colección de armas en sus salones.

Una descripción temprana contaba que el “edificio es ostentoso y grande con dos fuertes y levantadas torres que le abrazan, éntrase por un espacioso patio cuyo frente y portada denota lo atrasado de sus principios y lo seguro de su fábrica, tiene una gruesa muralla guarnecida de almenas y saeteras, su mayorazgo se compone de mucha hacienda raíz, censos y rentas en aquel contorno... Han sido los señores desta casa de tanta superioridad en las Merindades de Castilla la Viexa que habrá como doscientos años pusieron pleito a la república que les pedía las alcavalas y demás repartimientos lo qual todo pagaban Ios demás hiiosdalgos y cavalleros y esta casa se defendió alegando ser una de las ziento y tantas de las siete Merindades privilegiadas y un pedimiento y petición dice el señor de la casa estas palabras: “No me debéis echar oficios ni repartimientos porque aunque yo bos confieso sodes fijos dalgos honrados sabeis la diferencia que aya de mi calidad a la vuestra””.

Testigos del siglo XVIII opinaban: “es una casa solariega y antiquísima con preeminencias de obra grande con sus escudos de sus propias armas muy antiguos... La casa de Saravia de dicho lugar que es muy antigua solariega y de nobles y notorios hijosdalgo... Es infanzona y de armas pintar... Sus dueños fueron muchas veces regidores y procuradores del estado de hijosdalgo de Villacomparada... Casa muy conocida y antigua en toda esta montaña... Es muy antigua y ostentosa con dos torres grandes y así es la común opinión de que es solar de muy nobles hidalgos”.


El escudo que poseía este caserón, quizá el que comenta Inocencio, era de gran tamaño y estaba bordeado por una corona de hojas, atada con cintas que finalizaba en artísticas ondulaciones.

Su campo era partido y a la izquierda tenía un castillo donjonado –torre central más elevada que las laterales-. Sobre el mismo tres flores de lis, alineadas y bajo el castillo dos ruedas. Son las armas de Rueda. A la derecha tenemos cinco flores de lis, puestas en sotuer. Arriba, una caldera con dos cabezas de sierpes a cada lado, por la parte de fuera, y dos hileras de veros y de agua en la parte inferior. En la bordura correspondiente a la línea del borde superior del escudo, en la segunda partición la palabra Saravia: Armas de Saravia. La caldera responde a un enlace.

Miremos un poco la genealogía de la familia propietaria del inmueble: “Ruy Sánchez Saravia, hijo segundo de García López de Gibaja Saravia, señor de la casa de Gibaja y Rasines casó con doña Elvira Sánchez de Rueda, hija de Lope García de Rueda y de su mujer doña Teresa de la Vega, señores de la Abadía y casa de Rueda, de la de Villacomparada de Rueda y de la de la Roca en la villa de Bocos.


Doña Elvira aportó a este matrimonio las citadas casas de Villacomparada y la de la Roca. De esta unión nacieron Juan Sánchez Saravia de Rueda, (es en este momento cuando se fusionan los apellidos) que sucedió en la casa, y Sancha de Rueda que casó con Juan Sainz de Villasante.

Juan Sánchez Saravia de Rueda casó con doña María de Villasante, hija de Gonzalo de Villasante, señor de la casa de su apellido y tuvo en ella a Lope García Saravia que sucedió en la casa de Villacomparada (Vemos, por tanto, una cierta preminencia en la casa de Villacomparada al ser otorgada al primogénito); a Juan Sánchez Saravia de Rueda, de quien proceden los Saravias señores de la casa de Loja; a Pedro Saravia de Rueda, de quien proceden los señores de la casa de Valhermosa; y Alonso Díaz de Rueda Saravia, de quien proceden los señores de la casa de Rueda y su rama del lugar de Arroyo.

Lope García Saravia de Rueda casó con doña Catalina Ruiz de Salinas y tuvo a Juan Sánchez Saravia de Rueda que sucedió en la casa.

Juan Sánchez Saravia de Rueda, señor de las casas de Villacomparada y de la Roca, casó con doña María de Velasco heredera de la casa de Quintanilla de Pienza. Tuvo en esta señora a Pedro Saravia de Rueda, que sucedió en la casa; a Lope García de Rueda de quien proceden los Ruedas Saravias de Bocos; al licenciado Juan Saravia de Rueda, beneficiado de la iglesia de Bocos y electo abad de Tabliega. Fueron también hijos de este matrimonio, Catalina Saravia de quien vienen los Ortiz Saravias de Villalázara; María Saravia y Angulo, que casó en Villanueva de Ladrero con Martín Sánchez de Salazar en quien tuvo dos hijas de quienes no quedó sucesión; Leonor de Rueda Saravia, que casó en Quintanilla de Sigüenza y no tuvo hijos y Francisca que murió sin casar. Por algunos papeles y noticias parece que tuvo también a García de Rueda, de quien vienen los Ruedas de Cuenca.

Cortesía de "Asociación española de amigos de los castillos"

Pedro Saravia de Rueda casó con doña Catalina de Medinilla, hija de Juan López de Medinilla, señor de la casa de Bocos, y de su mujer doña María Saravia su deuda, hija de la casa de Loja en Valdivielso, y tuvo a Juan Saravia de Rueda que sucedió en las casas.

Juan Saravia de Rueda, señor de las casas de Villacomparada, de la Roca y de la de Quintanilla de Pienza casó con doña Margarita de Bustamante hija de Juan de Rivera Bustamante, señor de Villalázara y de María de Carranza. De este matrimonio fueron: Juan Saravia, que sucedió en la casa; don Gaspar Saravia que también sucedió; don Melchor Saravia religioso de la orden de San Juan; doña Ana María, de quien proceden los Bujedos Saravia de la casa de La Lastra; doña Vicencia, que casó dos veces; la primera con Juan de Villate, la segunda con Martín de Santibáñez, vecinos de Medina de Pomar. No tuvo hijos.

Fueron también hijos de Juan Saravia de Rueda y de doña Margarita de Bustamante: Francisca Saravia que no se casó; doña Margarita Saravia de quien vienen los Villaranes de tierra de Frías y a doña María Saravia de quien proceden los Ríos de Ancenas.

Juan Saravia de Rueda (II), sucesor en las casas citadas, casó con doña Magdalena de Rueda, su prima, hija de Pedro de Rueda, el de Bocos, y de su mujer doña Ana de Pereda. No tuvo hijos y le sucedería su hermano.

Vista aérea en 2005

Gaspar Saravia de Rueda que casó con doña Bernarda de Santander y Calderón en Saldaña y tuvo a don José Manuel, sucesor, a doña María Saravia, y fuera del matrimonio a don Pedro Saravia.

José Manuel Saravia de Rueda casó con doña María de Sangrices Varona, hija de Francisco Sangrices y de doña María Ruiz de Valdivielso, señora de la casa de Sangrices, de Torres de Medina”.

Del matrimonio entre José Manuel y María nacieron Jacinto -en fecha desconocida-, Josefa, Francisco José, bautizado el 10 de agosto de 1672, Raimundo, Juan Manuel, Margarita, María Catalina y Paula.

Jacinto Saravia de Rueda, abogado de los Reales Consejos, el 2 de marzo de 1705 se casó con Beatriz de Colmenares Santander y Herrera, hija de Bernardo de Colmenares y la Vega y de Magdalena de Santander Enríquez, vecinos y naturales de la villa de la Puebla de Valdauy. Nieta paterna de Bernardo de Colmenares y la Vega, señor de Tablares, y de Francisca de Herrera Córdoba y Narváez, única patrona del convento de San Francisco de la villa de Palenzuela. Nieta materna de Cristóbal Adarro de Santander, señor de Villaíres, y de Beatriz Enríquez, vecinos que fueron de la dicha villa de la Puebla. Jacinto y no tuvieron hijos por lo que el mayorazgo pasaría a ramas colaterales.

En el testamento de ambos señalan como sucesor a Francisco José Saravia de Rueda, hermano de Jacinto, residente en la ciudad de Santa Fe de los reinos de Indias, del que tenían conocimiento era padre de familia numerosa. Como testamentarios nombraron al licenciado Juan Manuel Saravia de Rueda, su otro hermano, cura beneficiado en Torres, al que Jacinto había ayudado en sus estudios, y al padre guardián que al tiempo fuere del convento de San Francisco de Medina de Pomar.


Jacinto murió el 18 de septiembre de 1738 y fue enterrado según sus deseos en la iglesia parroquial de Villacomparada en la sepultura dotada de su casa, junto al altar de San Cristóbal, donde reposaba su madre María de Sangrices.

Beatriz de Colmenares ordenaba en el testamento citado que fuera llevado su cuerpo a enterrar en el espacio que disponía su abuela en el convento de San Francisco de Palenzuela -que eran de su prima Ana María de Colmenares- y “si ello supusiera algún reparo por la susodicha u otra cualquiera persona, suplicaba al Rdo. P.G. del convento la señale sepultura a la puerta por donde los religiosos salen de la sacristía a la iglesia” y se pague la limosna que fuere costumbre.

En un codicilo posterior se determinaba que, a causa de las molestias del traslado de un cadáver, se la enterrase en la iglesia parroquial de Villacomparada de rueda, en la sepultura que tenía dotada su marido. Puso la condición de su traslado, cuando ya estuviese podrida, a costa de sus bienes y de sus herederos, al sepulcro de sus abuelos haciendo en dicho convento un oficio de cuerpo presente pagando a la comunidad, a su síndico y a las parroquiales de la villa de Palenzuela lo convenido por sus servicios. Murió Beatriz el 21 de enero de 1749. Ignoramos si se cumplieron sus últimas disposiciones.

Sucedió en la casa, como estaba previsto, Francisco José Saravia de Rueda que había casado en Indias con Francisca Cabrejo de Morales. Hijo de este matrimonio fue Francisco Saravia de Rueda que se casó con Gertrudis de Yames y tuvieron a: Ignacio, Francisco Agustín, Tomás, Dominga Soriana, María Nicolasa y Bárbara.


En el año 1779 residía en Villarcayo Ignacio Saravia de Rueda y de Yames como sucesor en el mayorazgo. Por su testamento fechado en ese año de 1779 conocemos a sus padres y abuelo. Se casó dos veces: con María Antonia Soledad de Bustillo y, después, con Paulina Ruiz de Huidobro, hija de Juan Antonio Ruiz Huidobro y de Antonia de Arce y Arroye vecinos de Santa Olalla. Ninguno de los matrimonios tuvo hijos. Por ello, Ignacio Saravia de Rueda nombró por su única y universal heredera a su esposa doña Paulina Ruiz de Huidobro.


Bibliografía:

“Blasones y linajes de la provincia de Burgos. V Partido Judicial de Villarcayo”. Francisco Oñate Gómez.
“Arquitectura fortificada en la provincia de Burgos”. Inocencio Cadiñanos Barcecí.
Fototeca digital de España.

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