Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 31 de diciembre de 2023

“Son las armas del vencido (y el campo del vencedor)”

 
 
Husmearemos nuevamente entre los vetustos hechos asociados a la orden de San Juan de Jerusalén y a su encomienda de Vallejo. Bueno, en realidad -lo pienso mientras escribo- hablaremos de uno de los comendadores o priores de la misma: Fernando de Vivanco Saravia de Hierro.

 
Fernando nació en la villa de Espinosa de los Monteros, y estuvo allí avecindado. Debió nacer hacia 1547 o 1548. Su primer apellido revelaba que su linaje era del Valle de Mena: la casa de Vivanco. Rufino Pereda escribía, a finales del siglo XIX, que los Vivanco “fueron moradores de esta Villa desde muy antiguos tiempos donde han poseído casas solares y castillos en los que se ostentan sus escudos de armas y más particularmente en la antiquísima casa sita en el barrio de Quintanilla y sitio llamado del Pedrero”. Hubo vivancos monteros del rey y abades de Vivanco, pero nada comparado con lo que nos ilustra el bueno de Rufino Pereda: “En el libro Becerro, tomo 15, folio 44, encontramos que Toribio Vivanco fue muy valeroso y cuando se perdió España de los moros pasó a servir al Infante Don Pelayo con sus hijos hallándose con él en la toma de Oviedo y por lo bien que le habían servido le hizo aumento de las armas que tenía y que describiremos luego. Otro de este linaje se halló al servicio de los Reyes Católicos en Fuenterrabía, donde tuvo un desafío con un caballero francés, con pacto de que el vencedor tomase las armas del vencido, por lo que agregó a los suyas este lema: Son las armas del vencido”.
 
Desconocemos la vida de Fernando de Vivanco Saravia hasta su nombramiento como caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén en 1566. Bueno, algo se sabe: que residía en Madrid. El expediente -¡bendita burocracia!- conteniendo la declaración, entre otras, de un testigo “que conoció al padre y madre del gentilhombre que quiere recibir el hábito”, nos lleva a inferir que con dieciocho o diecinueve años Fernando estaba en la Corte, ocupando el oficio de gentilhombre, no sabemos exactamente qué clase de tareas realizaba porque la Real Academia de la Lengua define la voz Gentilhombre como “Hombre de condición distinguida que servía en las casas de los grandes”. ¿Qué Grande? ¿El rey? Y si esto no fuese suficiente el gentilhombre podía ser gentilhombre de boca o de lo interior (Integrante del cortejo real en las comidas, funciones de capilla y otras solemnidades públicas), de cámara (Cortesano que acompañaba al rey en sus aposentos privados, auxiliando al sumiller de corps), de la casa (gentilhombre siguiente al de boca en la antigua jerarquía palatina), de manga (criado que en la Casa Real servía al príncipe y a cada uno de los infantes mientras estaban en la menor edad) o de placer (que no es nada de lo que piensan sino que se referían al bufón). Deseamos suponer que esa persona de alcurnia fuese el rey, alguno de la familia real o un noble de la Grandeza de España - ¿El duque de Frías?-. Fernando pudo ser enviado de niño, aprovechando las buenas conexiones de su villa natal con La Corte e iría ascendiendo en los diversos oficios hasta llegar al puesto de gentilhombre.

 
Pero no nos despistemos, que tenemos que hablar de la familia de nuestro comendador. Sus padres eran Pedro Ortiz de Vivanco y María Sarabia de Hierro. Ella aparece también como María González de Hierro, ¡cosas de la variabilidad de los apellidos en esa época! Sus abuelos paternos eran Hernando Ortiz de Vivanco (Montero del rey y veedor de Felipe I el Hermoso) y María Saravia Marroquín y los maternos Fernán González de Hierro y Mariana Saravia de la Peña. Pedro y Hernando eran de la casa de Vivanco de Mena y los Angulo de Losa.
 
Los investigadores presuponen que Hernando Ortiz de Vivanco pudo ser primo de Fernando de Vivanco Sarabia de Hierro. Este Hernando Ortiz era vecino de las villas de Espinosa de los Monteros y de Madrid, furriel mayor de la caballeriza del rey Felipe II y montero de cámara. Solo para que vean como estaba de bien relacionado. Sobre los abuelos maternos un testigo de La Cerca dijo que “el solar de los Yerro y de la Peña son casas conocidas de hidalgos en la dicha villa de Salinas de Rosío”.
 
Hernando Ortiz de Vivanco y María Saravia tuvieron seis hijos:
  • Fernando Ortiz de Vivanco casado con Susana Fernández de Angulo. Tuvieron dos hijos llamados Hernando de Angulo y Vivanco y Pedro de Angulo Vivanco, también conocido como Pedro Ortiz de Vivanco. Hernando hijo obtuvo el cargo de cerero mayor del príncipe Carlos (hijo de Felipe II) y fue abad de Vivanco, al pasar este título a su rama familiar al ser primo del anterior poseedor.
  • Pedro Ortiz de Vivanco, fue montero del rey y casó con María Sarabia de Hierro teniendo cinco hijos, llamados: Francisco, Juan, Pedro, Fernando y Ana de Vivanco Saravia de Hierro. Francisco, Juan y Pedro de Vivanco, capitanes, fallecieron en combate. Ana de Vivanco, casada con Francisco de Rozas, tuvo al menos un hijo llamado Agustín de Rozas y Vivanco, quien heredó el mayorazgo que fundó su tío Fernando de Vivanco.
  • Francisco de Vivanco.
  • Mariana de Vivanco.
  • María de Vivanco que en septiembre del año 1556 se hallaba en Tordesillas. Esto, quizá, quiera decir formaba parte del séquito de Juana I, muerta en 1555 en Tordesillas. Seguro que gracias a los contactos familiares.
Desde marzo de 1566 Fernando estará, junto con sus hermanos, en la milicia llegando a ser, como lo señala la inscripción de su sepulcro, maestre de campo del tercio de Agustín Iñiguez de Zárate.

 
El expediente para la concesión del título de caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén se realizó en Madrid donde Hernando -nuestro Fernando- otorgó un poder a favor de Diego Ortiz de Velasco, Bartolomé de Vivanco (portero de cámara de Su Majestad), Hernando de Angulo (vecino de Salinas de Rosío), Andrés de Yerro y de Manuel de Vallejo, criado de Su Majestad, para que informasen sobre la limpieza y nobleza de sangre del investigado. Condición para merecer el hábito.
 
El tres de marzo de 1566 llegaron a Las Merindades dos comendadores de la Orden de San Juan para interrogar a testigos en Espinosa de los Monteros, Irús, Valle de Mena, Návagos, Villate, La Cerca, Villamor, Salinas de Rosío y La Riba. Y, tras todos estos interrogatorios, llegaron a la conclusión de que “las dichas provanzas son tales y tan buenas quales se requieren, y por toles los aprobamos y damos por buenas, e nos parece que se deben pasar en Dios y en nuestras conciencias, y ansi nos se las pasamos, (...)”. Las “provanzas” o pruebas solo eran entrevistas someras. ¿La causa? Tanto el padre como el abuelo de Hernando habían sido monteros del rey. Y si tu padre y tu abuelo habían superado esas pruebas y tenían pureza de sangre… ¡¿Cómo no ibas a tenerla tú?! De hecho, los investigadores ni siquiera molestaron al abad de Vivanco -primo carnal de Fernando- o estudiaron los escudos heráldicos. Resumiendo: el nueve de marzo de 1566 se le concede el hábito de caballero de la orden de San Juan de Jerusalén.

Encomienda de Vallejo 

Fernando de Vivanco pudo ser comendador de la encomienda de Vallejo desde julio o agosto de 1591 aunque consta de manera documental, en ejercicio firme, desde el mes de septiembre de ese año hasta el año 1614. Dudamos con la fecha inicial porque su antecesor cesa en junio de 1591. En el momento de su nombramiento tendrá entre cuarenta y tres y cuarenta y cuatro años de edad.
 
Desconocemos si desde 1615 tuvo otra encomienda o permaneció en Espinosa de los Monteros esperando algún destino hasta su fallecimiento en 1621. Y, es que, la parca termina llevándose a todos por lo que hay que dejar las cosas ordenadas con un buen testamento. O un testamento malo. En el fondo da igual. Lo firmó el día 31 de mayo de 1595, ante Simón de Pereda, escribano del pueblo de Cornejo (Merindad de Sotoscueva) que se desplazó para ello a casa de Fernando. Los testamentarios serían su hermana Ana de Hierro, el hijo de esta Agustín de Rozas Vivanco, su primo Cristóbal Alonso (montero de cámara), el bachiller Fernando Saravia (vicario de la villa de Espinosa de los Monteros) y el mayordomo que en el momento de su fallecimiento llevase la cuenta y cargo de su casa y hacienda. Los testigos fueron: Pedro Martínez de Santísteban, Pedro Ortiz de El Pedredo, Pedro Gómez Mazón de Bárcenas, Juan Marañón Sastre, Diego de Vívanco que era criado del comendador, Hernándo Zorrilla Marañón y Pedro Martínez de Santolalla, todos vecinos de Espinosa, salvo su criado, que era únicamente habitante, dado que muy probablemente era vecino del Valle de Mena.

Foto cortesía de Triskel
 
Cómo hizo el testamento al principio de su mandato es fácil asumir que era un trámite obligatorio. En este documento figura la fundación de un mayorazgo para gestionar ese patrimonio. Además, por los estatutos de la orden, los comendadores, estaban obligados a aprobarlo y ratificarlo anualmente, en el caso que nos ocupa conocemos dos ratificaciones, una otorgada en Medina de Pomar el día 19 de agosto del año 1598, y la otra en Espinosa de los Monteros el día 18 de abril del año 1600.
 
El testamento incluyó una serie de condiciones habituales en los mayorazgos: que los bienes de mayorazgo siempre estuviesen juntos y vinculados; que de ninguna manera se pudiesen dividir, cambiar, vender o enajenar; que el poseedor los tuviese cuidados y bien tratados; que no estuviesen obligados por deudas; o que la justicia no pudiese confiscarlos por delitos crímenes o excesos, por graves que estos fueran cometidos por el titular.

Interior de San Lorenzo de Vallejo.
Foto cortesía de 
Ricardo Martín Herrero.
 
No es un testamento pequeño. Contiene, entre otras cosas que veremos, dónde quería ser sepultado: “que mi cuerpo sea sepultado en la Yglesia parrochial de San Llorente de Vallejo, en Mena, en el entierro que yo tengo y hordeno de hazer en la capilla maior al lado de el evangelio, sobre las gradas de la dicha capilla, donde como tal comendador me mando enterrar según el uso y costumbre de mi religión, quedando siempre preferido a otro qualquier comendador; a el qual entierro mando se hallen presentes los clérigos de el Valle de Mena que se pudieren haber, y a mis cabezaleros les pareciere allende de los priores que ai de mi abito en el dicho valle, y se les den y paguen honradamente sus derechos, y mando que mi cuerpo sea traído a la dicha iglesia de donde yo falleciere, aunque sea promovido y mejorado en otra encomienda o encomiendas, y mando que mí cuerpo sea sepultado como se requiere y la horden de caballería manda, que se entiende con mi ropa y manto de puntas y cordón, botas y espuelas doradas y estoque dorado, y con el rostro descubierto según la horden y costumbre de mi abito, caballería y horden, puesto en un ataúd al tiempo del entierro, y hasta que sea hechado en la sepoltura baia por la horden dha y en andas descubierto el rostro, y guardando en todo la horden que se requiere, y para este día mando se vistan seis pobres de luto que baian con sus achas ardiendo”.
 
Una muestra del carácter de Fernando lo encontramos cuando indicó en su testamento que ningún otro comendador puede ser enterrado allí. Quizá esta tumba sea la causa de tener tapas de sarcófagos descontextualizadas a los pies de la nave de la iglesia. ¿Corresponderían al entierro de otros comendadores o priores? En fin, así tenemos un pegote renacentista en un edificio románico. El detalle de las ropas es porque su vestimenta fúnebre difería de los usos del Valle de Mena más apegado al empleo del hábito y cordón de San Francisco.

 
Fernando no se privó de diseñar su mausoleo: “Ytem digo que por quanto yo tengo hordenado y comenzado de hazer y acabar en la dicha Yglesia de San Llórente deVallejo, en la dha parte y lugar donde yo mando sepultar mi cuerpo, un arco y carnero (sic). de mi entierro, mando y encargo a mis testamentarios, si acaso yo fallesciere antes, que le acabe de hazer y fabricar, que le fenezcan y acaben a quenta de mis bienes, y compelan y apremien a el maestro fulano de Frías, maestro y escultor, vezino de Valpuesta, entre el qual y mi ai echa escriptura sobre ello..y mando que allende de la dha obra, se ponga sobre mi sepoltura arrimado al mesmo entierro y pared, un túmbulo de luto alto que reconozca y esté casi zerca de el altar maior a la dicha parte de el evangelio, y en el paño de luto de el dicho túmbulo se haga una cruz semejante a la de mi abito, que atraviese el dicho paño de largo a largo y de ancho en ancho grande, y usando de la bulla y facultad y prebilexio que tengo de Su Santidad y de mi religión para este efecto, lo que yo en virtud de ella quisiere hordenar y mandar y aprovecharme de ella, mando en virtud de santa obediencia y so pena de excomunión, que ninguna persona en ningún tiempo de el mundo, eclesiástica ni seglar de ninguna calidad ni condición que sea, no sea osada a se entrometer ni entrometa a quitar ni inquietar el dicho mi entierro, arco ni capília ni tumbulo y carnero (sic) en manera alguna, ni enterrarse allí, ni tocar ni desbaratar mis armas ni cosa alguna de esto que dicho es, apercibiéndole que (el), que lo contrario hiziere o tratare, desde agora para entonces, y de entonces para agora, sea visto incurrir e que incurra en pena de excomunión, y luego ypso facto quede descomulgado, según y de la manera que yo por virtud de la dicha bulla lo puedo mandar, sin que ningún prelado ni persona eclesiástica le pueda absolver de Su Santidad abajo, porque ansí lo concede y declara la dicha bulla, y en virtud de ella, ansí lo mando y ordeno y es mi determinada voluntad, aunque sea absuelto de la dicha descomunión todavía el dicho mi entierro arco y tumbulo y armas esté en su fuerza y vigor exento como dicho es libremente, y aunque subzeda quererse enterrar en la dicha iglesia algún comendador o comendadores de la dicha orden, aia de ser y sea haciendo en ella su entierro como le pareciere, sin perjuicio del dicho mi entierro, y que se guarde mi ancianidad y anterioridad, según y de la manera que lo manda la horden de nuestra religión, y mando que esta cláusula se saque con pie y cabeza de este mi testamento, y se ponga en (una), tabla (en), el dicho arco de mi entierro, para que sea notorio a todos, y nadie pretenda ignorancia”. Este hombre tenía claro que su poder y capacidad duraría por siempre. O era un soberbio porque vemos como se apropiaba del entierro común de los comendadores y, mediante una bula, excomulgaba a futuros comendadores que quisieran ejercer su derecho a esa sepultura. Fernando no asumió que era un cargo temporal, no privativo, pero prohibía a sus sucesores a reposar allí. También es cierto que muchos no llegaron siquiera a residir en Vallejo, actuando por medio de apoderados y que esta prohibición -irónicamente- impidió que esta actitud fuese emulada por sucesivos comendadores que hubieran podido llenar el ábside de mausoleos. Si tienen ganas pueden comparar la descripción del testamento con la escultura. Mejor si la pueden ver in situ.

Cortesía de Casa Rural Valle de Mena
 
Dispuso, a su vez, el número de misas a celebrar por su alma y el modo de agasajar a los clérigos oficiantes. No solo en Vallejo, también en la iglesia de Santa Cecilia de Espinosa de los Monteros, en la de la Santa Cruz de Medina de Pomar, en Nuestra Señora del rebollar (Merindad de Sotoscueva) y en el monasterio de San Francisco de Medina de Pomar. Encargó que se dijesen por su alma y las de sus familiares más de mil trescientas misas, que son muchas si las comparamos con las que se encargaban en otras últimas voluntades.
 
El testamento contiene una relación de pagos y saldos a sus colaboradores cercanos como: Pedro de Vivanco, su mayordomo y cobrador de rentas, que junto los pagos monetarios se le ayuda a casarse lo que podría hacernos pensar en cierto parentesco; a Casilda Martínez, criada; a su criada María; a su criada Mariquita; y a sus tres pajes Diego de Vivanco, Guillermo Francés y Roberarete Flamenco. Evidentemente estos dos últimos debieron ser contratados en Flandes con lo cual Hernando debió estar allí.

Cortesía de Santiago Abella
 
Decíamos que Fernando creó un mayorazgo donde se incluían bienes raíces, derechos y bienes muebles. Incluso vincula al mismo el oficio de Montero del Rey que recibió de su padre y un anillo de oro para sellar con las armas de Vivanco. Pero también se incluían: Las casas del barrio espinosiego de El Pedredo -donde vivía- y sus huertas; las fincas de Tras Otero, Rucabado (Quintana los Prados) y en Socobe (Espinosa de los Monteros); o cobrar todas las rentas y derechos atrasados y no cobrados en ese momento procedentes de la encomienda. Todo un chollo que contenía ciertas obligaciones como cumplir y pagar las misas incluidas en el testamento con esos bienes durante veinte años.
 
Le sucedió en el mayorazgo su hermana Ana de Vivanco, viuda de Francisco de Rozas y, tras ella, heredaría el hijo de esta Agustín de Rozas y Vivanco. Pero debería llevar preeminentemente el apellido Vivanco y así sus hijos si querían heredar el mayorazgo. Si ninguno quisiera cumplir las condiciones se seguiría la búsqueda del heredero prefiriendo siempre el mayor al menor, y el hombre a la mujer, y que fuesen hijos legítimos de matrimonio legítimo. Si no llegase a tener heredero se lo llevaría todo la Iglesia Católica con la creación de un monasterio. Serían los patronos el ayuntamiento de Espinosa de los Monteros y el arzobispo de Burgos. ¡Qué generosidad! O casi, porque estaba la coletilla siguiente: “(…) sean preferidos en el entrar de el dicho monasterio los deudos y parientes de dichos mis padres y de sus allegados y deudos, como son Vivancos, Ortices, Sarabias, y Hierros, Angulos y Arzeos (...)”.

 
Fernando, o Hernando, dejó una relación de bienes a entregar a su hermana tras su muerte y, después, a su sobrino. Le insisto en que se fijen en que lo hace por “su buena voluntad” y no porque no se lo puede llevar de este mundo: “Ytem, mando que se le de y entregue a la dicha Doña Ana de Vivanco Hierro toda la ropa blanca de camas y la de mi cama donde yo duermo, ansí la ropa que dicha mi señora y madre dejó, por la buena voluntad que le tengo, y porque ruegue a Dios por mi ánima, y por justas causas, entiéndese la manda de la cama en que yo duermo con su madera y aderezo y cortinas de rajette verde, y con dos colchas nuevas blancas de Olanda, y un cobertor azul. Y asimismo le mando los bufetes, cofres y arcas y mesas y bancos de mi casa que tengo y he comprado, entiéndese los dichos cofres y arcas varios con sus llaves…, y le mando más los guadamezis que tengo, que son quatro y las alfombras y carpetas de mis mesas…” a estas “generosidades” se les sumaba una imagen de plata de la Anunciación, dos tazas y cucharas de plata, las alhajas del servicio de la casa y alfombras y tapices. La relación de bienes entregados tanto a su hermana como a su sobrino nos llevan a un tiempo en el que cosas que hoy en día no tendrían valor para los herederos -terminan, generalmente, en el contenedor de Cáritas- en el año 1600 y hasta hace poco eran queridos y deseados.
 
La lista incluyó: un traje negro (usado, claro) de capa, calzas y jubón y ropilla; una espada; un sombrero con cadenillas de oro y piezas de oro; una gorra de riza; todas las armas a su disposición pero que estaban incluidas en el mayorazgo; un cofrecillo escritorillo negro; y su biblioteca. El testamento continúa con una relación pormenorizada de muebles y ajuar doméstico para su hermana o sus criadas en la que no vamos a insistir.

 
También incluyó donaciones al hospital situado en Pedredo; a la fábrica de la iglesia de Santa Cecilia de Espinosa; a las iglesias de Nuestra Señora de Fuera de San Sebastián y de Nuestra Señora de Berrueza, situadas en Espinosa. Entre toda la hojarasca del testamento nos encontramos una curiosidad relativa al oficio de montero de cámara y era ¡que se podían empeñar! Fernando dejó por escrito que su hermano Francisco de Vivanco dejó empeñado el oficio de montero a Andrés de Barahona, otro montero, por quinientos ducados. Quedaban pendientes de pagar doscientos que se incluirán entre las obligaciones testamentarias y en el mayorazgo.
 
A pesar de ser comendador de la Encomienda de Vallejo, Fernando residió en su casa de la villa de Espinosa de los Monteros desplazándose de manera puntual a Vallejo para resolver asuntos de la encomienda. Quizá para compensar esa -digamos- desafección mandó ser sepultado en la iglesia de Vallejo, en el sepulcro destinado a sepultar a los comendadores, situado en el presbiterio de la iglesia. Es fácil de identificar ese presbiterio porque lo modificaron con la estatua orante de Fernando, única muestra de estatua de bulto redondo en el Valle de Mena. En ella tenemos su escudo de armas con los símbolos de la Orden de San Juan de Jerusalén en forma de dos cruces de Malta y hay una lápida con una inscripción que él incluyó en su testamento:
 
“Aqvi iaze el esforzado cavallero Don Fernando de Bibanco / natvral de la villa de Espinosa de los Monteros, caballero de la Orden de ca / ballería de San Jorge i del avito de San luán comendador de la Encomien / da de Ballejo, hijo de Pedro Ortiz de Bibanco i de Doña María Saravia de / Ierro, nieto de Hernando Ortiz de Bibanco i de Doña María Saravia M /arroquín i por parte de madre de Fernán González de Ierro i de Doña Ma / riana Saravia de la Peña, descendiente de las mvi antiguas i noble / s casas i solar de Bibanco qve es en el Valle de Mena i de las mvi no / bles i antiguas casas i solar de La Cerca qve es en la Merinda / d de Losa, el qval sirvió al rei Don Felipe segvndo de capitán de / infantería española  i maestro de campo  en el tercio de A / gvstin Iñiguez de Çlárate, falleció año de 1621”
 
Pero Agustín Iñiguez de Zárate era maestre de campo del tercio que llevaba su nombre, entonces ¿cómo es posible que Fernando de Vivanco fuera maestre de campo de ese tercio? Si pensamos mal podemos llegar a la conclusión de que, simplemente, mintió el buen Fernando. Lo siento, pero no. No mintió. El problema es administrativo porque al fallecer Agustín 1584 y 1587 Fernando de Vivanco asumiría el cargo y, el posible cambio de nombre del tercio al de su nuevo maestre de campo solía tardar entre tres y siete años.


Fernando era un hombre valorado por su familia y lo vemos en 1609 como albacea de los testamentos de sus tías María y Mariana. Ambas dejaron mandada la constitución de una capellanía perpetua para que se dijese cada día una misa en la iglesia de Santa Cecilia de Espinosa de los Monteros y por patrón de esta a Fernando de Vivanco. Y, como todo debe quedar en familia, que en el siglo XVII el nepotismo era muy valorado, estas señoras tenían voluntad de nombrar por capellán a Pedro de Vivanco, un pariente suyo clérigo presbítero, natural de Lezana, hasta el momento en que Juan de Vivanco, que era hijo del primer matrimonio del abad de Vivanco, que en ese 1609, era menor de edad, pudiese hacerse cargo de ella.
 
La casa espinosiega de Fernando Vivanco está en la calle El Pedrero. No encontrarán nada atractivo. Sobre todo, si lo comparamos con otras joyas de la población. Quedan tres paredes, pero hasta hace pocos años había una construcción más o menos veterana rellenando los restos. Hay recuerdo gráfico de esa situación que aguantó hasta finales del siglo XX.

 
Miremos esta antigua estampa donde, aparte de la Citroën C-15, vemos a la derecha una edificación de piedra que parece un avance de la casa con tres huecos en fachada. El primero de la planta baja dispone de cuatro piedras que simulan dos fustes de columna y sus capiteles. Tosco, eso sí, pero atractiva en su simplicidad y supervivencia. Estaba cegada y cerca de ella se abrió un ventanuco de bodega. La de la planta superior, tapiada y desaparecida, parecía la salida a un balcón -se ve una posible repisa- y no solo la ventana que había en sus últimos momentos. A esta área del edificio se entraba desde el interior de la casa a través de un arco apuntado. Más arriba hubo una pequeña cornisa con puntas de diamante. La parte central fue un añadido posterior. A la izquierda nos queda un muro de buena cantería con una ventana geminada con arco conopial muy pronunciado. Hay restos de una saetera anterior, una pequeña ventana con arco de cortina y el espacio destinado a otro escudo que nunca se colocó. Y, a fachada, el escudo del comendador que lo tenemos sobre un modillón de rodillos y cubierto por una cornisa todo el ancho del muro. Lleva por tenantes a dos amores y por timbre un casco, de gran tamaño, ornado de penachos y lambrequines. En su campo de color azul figura un castillo dorado y saliendo de su homenaje un caballero de plata armado, con una espada desnuda en la mano diestra y una rodela en la siniestra. En los cantones del jefe dos cruces de Malta, y en la punta tres supuestos árboles o haces, puestos en faja: Armas de Vivanco y alianzas. No aparece el lema de la familia: “Las armas son del vencido y el campo del vencedor” que debería ir en una bordura alrededor del mismo.

 
Evidentemente, es el escudo de Fernando de Vivanco Sarabia de Hierro, según testigos del año 1566. De esas conversaciones se sabe que, originalmente, sobre el castillo se representaba un brazo con una espada en la mano en vez del hombre armado posterior.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Blasones y linajes de la provincia de Burgos. V Partido Judicial de Villarcayo”. Francisco Oñate Gómez.
“La ruta heráldica de Espinosa de los Monteros”. Proyecto Aldaba.
“Los Monteros de Espinosa”. Rufino Pereda Merino.
Auñamendi Eusko Enziklopedia.
Casa rural Valle de Mena. 
www.terranostrum.es
ArkeohistoriaTriskel.
www.Arteguias.com
www.romanicoenruta.com
Santi Mendiola (fotógrafo).
Blog “Tierras de Burgos”.
Periódico “El Correo”.

Para saber más:

El halcón maltés y el Rebollar.
 
 
Anexos:
 
Monteros de apellido de Vivanco: En 1624, Antonio Ruíz de la Escalera Vivanco, Abad de Vivanco; Francisco de Vivanco y Villagómez, del hábito de Santiago; Francisco de Pereda Vivanco y Francisco de Vivanco; en 1626, Francisco Ortiz de Vivanco; en 1631, Juan de Pereda Vivanco y Francisco de Vivanco Angulo, señor de las casas de este apellido; en 1641, Juan de Rozas Vivanco, y Andrés Barahona Vivanco; en 1657, Francisco de Angulo Vivanco; en 1661, Policarpo de Angulo Vivanco, Alcalde de Bárcenas; en 1663, Pedro Angulo Vivanco; en 1666, Pedro Angulo Vivanco; en 1691, José Ortiz de Vivanco, y Francisco de Angulo Vivanco; en 1693, José de Vivanco Ortiz y Juan de Angulo Vivanco, Alcalde Ordinario de la Villa de Espinosa y su jurisdicción; en 1702, José Ortiz de Vivanco, Vizconde de Santolalla la Plana, y José Angulo Vivanco; en 1755, Antonio de Pereda Vivanco; en 1784, Pedro de Angulo Vivanco, Alcalde Ordinario; Antonio Angulo Vivanco, y otro Pedro Angulo de Vivanco.
 
 

domingo, 17 de diciembre de 2023

Iglesia de San Nicolás de Bari en El Almiñé.

  
Nos trasladamos a El Almiñé (Valle de Valdivielso) para conocer su inicialmente románico templo bajo la advocación de San Nicolás de Bari. Cuando lleguen verán muros de sillería de piedra caliza blanca. Destaca la torre asentada sobre el primer tramo de la nave, a la que se accede por un husillo. Anotar que en la restauración románica durante el año 1996 se eliminaron la capilla bautismal y la casa de concejo –adosadas ambas al lado norte del templo–, así como los merlones que coronaban la escalera de caracol y que daban al conjunto un aspecto defensivo, hoy perdido. 


Las dimensiones de la iglesia son 22 metros de larga por 5`60 metros de ancho en su nave principal. Como curiosidad comentamos que sus libros parroquiales comienzan en 1518. En las fotografías de principios del siglo XX se aprecia el pórtico que cobijaba la portada meridional. Los visitantes del valle de Valdivielso verán las similitudes entre las iglesias de Valdenoceda, El Almiñé y San Pedro de Tejada sin determinar cuál fue primera, aunque todas están situados en el primer tramo del siglo XII, pero comparten una torre elevada sobre cúpula en el primer tramo de la nave. En la “Crónica de Alfonso VIII”, de Alonso Núñez de Castro nos cuentan que el año 1180 ya existían los templos de San Pedro de Tejada y El Almiñé.




 
Del periodo románico, de la segunda mitad del siglo XII, se conserva la nave, algunos canecillos y la torre o campanario. El resto se construirá a partir de comienzos de siglo XVI, cuando se renueve la cabecera, aunque coronada por las cornisas y canecillos procedentes de la obra románica. La nave estaría en tres tramos: el anterior –en realidad un falso crucero– soporta a la torre y sus muros casi son invisibles desde el exterior; los dos tramos posteriores son más cortos, separados por una pilastra a cada lado, con una estructura similar a la de San Pedro de Tejada. 



Estos paramentos arrancan desde un corto zócalo rematado en bocel (una moldura de forma circular), con los estrechos paños entre pilastras recorridos a media altura por una imposta ajedrezada de la que parten tres ventanales, dos en el lado sur y uno en el norte. Los tres ventanales siguen el mismo esquema: saetera rectangular enmarcada en arco doblado de medio punto, con la rosca exterior lisa, trasdosada por chambrana (palabreja que significa adorno alrededor de una ventana) ajedrezada y con la interior formada por arco moldurado a base de bocel y moldura cóncava de cuarto de círculo cargado con puntas de clavo, descansando sobre columnillas y acogiendo un pequeño tímpano. Trabajo fino y, supongo, algo caro.

Cortesía de José Antonio San Millán Cobo
 
Una ventana que se halla en el tramo oriental de la fachada sur fue parcialmente destruida cuando se abrió la actual portada dieciochesca. Eso sí, la de la cara oeste conserva su estructura completa, con las columnillas de basas áticas y capiteles de anchas hojas lisas rematadas en rollos o bolas y en el ábaco pequeños escudetes con estrellas talladas a bisel. Resulta idéntica la única ventana que se abre en el muro norte, aunque en este caso de la cruz del tímpano parten algunos zarcillos.

Cortesía de José Antonio 
San Millán Cobo
 
En este muro norte está una de las dos portadas románicas que, más o menos, conserva el edificio, la que se encontraba cubierta por el baptisterio hasta la restauración de 1996. Lo describimos, aunque se puede ver la foto. Es un arco de medio punto de arquivoltas molduradas. En primer lugar, un grueso sogueado, le sigue una nacela (Moldura cóncava cuya sección está formada por dos arcos de circunferencias distintas, y más ancha en su parte inferior) de motivos geométricos y figurados (cubos, rollos, rosetas, pitones y cabecitas felinas); a continuación otra nacela con rosetas, zarcillos o ajedrezados; después un bocel, al que sigue una escocia o nacela con puntas de clavo. Finalmente, otro sogueado que precede a la chambrana (Labor o motivo decorativo realizado en piedra o madera, que se coloca alrededor de las puertas, ventanas o chimeneas) ajedrezada. Todo este sistema descansa en cuatro columnillas que parten del zócalo inferior, que recorre el muro, y se componen de basas áticas con bolas, fustes monolíticos y capiteles como los de las ventanas, aunque ahora con las hojas nervadas y acompañadas por pequeñas rosetas: Sus capiteles están rematados por molduras ajedrezadas que enlazan con la base de la chambrana.


Detalles de la portada románica 
(C. José Antonio San Millán Cobo)
 
Esta portada se halla a ras de muro. Un recortado tejaroz la cubre sostenido por cinco canes, de los que sólo dos son originales –además muy maltratados-. Su composición recuerda las portadas de Huidobro, Condado de Valdivielso, Valdenoceda y San Pedro de Tejada. Rematando esta fachada vemos que se conserva parcialmente la cornisa ajedrezada que continua hasta entrar en la fachada oeste. Luego solo hay otro pequeño punto que gira hacia el muro sur, pero, en este, está perdida habiéndose reconstruido con formas lisas durante la restauración. Bajo alero hay seis canes originales, dos de ellos con mutiladas figuras humanas, tres con cuadrúpedos –entre ellos un cerdo– y finalmente una cabeza de ciervo muy deteriorada.

Cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
 
No sé si se han dado cuenta, pero hemos hablado de más de una portada románica. Había dos pero la portada del muro sur, bajo la torre, fue inutilizada al construirse el, seguramente gótico, husillo. 

Foto de José A. San Millán.

Por dentro tuvimos un pequeño hueco para acceder a la escalera del campanario, aunque, al abrirse una nueva puerta en el exterior del husillo, se cerró definitivamente. Hasta la restauración de 1996 un retablo barroco ocultaba el arco de medio punto peraltado de esta portada, mientras que en su cara externa se llegaba a ver parcialmente dentro de la escalera de caracol y a un costado del husillo. En esta fachada del husillo veremos una docena de canecillos, varios de ellos de dobles nacelas combinadas con figuras geométricas, además de al menos dos con restos de animales.


Canecillos de la cabecera, lado sur 
(José Antonio San Millán Cobo)
 
La fachada oeste, muy cambiada tras la restauración, está rematada con un hastial coronado en una cruz. Hoy luce dos ventanas, una inferior, cuadrada, abierta en 1863, y otra románica muy decorada: saetera rectangular enmarcada en arco de medio punto abocinado; tímpano central con tres rosetas, la central de mayor tamaño; lo bordea una moldura de grandes dientes de sierra abocelados; un listel achaflanado cargado de hojas palmeadas que nacen de tallos sinuosos; otra cenefa ancha y achaflanada decorada con rombos; un pequeño bocel; una moldura dentada; y la chambrana con ovas de tres hojitas. Las arquivoltas descansan en cuatro columnillas acodilladas, cuyos capiteles exteriores siguen la misma composición vegetal de los de las otras ventanas y los interiores presentan a un águila frontal con las alas abiertas en el septentrional y dos ¿pavos? en el meridional, completándose con unos cimacios de grueso bocel. 

Ventana oeste. Exterior (José Antonio San Millán)

Cubre la ventana un pequeño tejaroz con cornisa de pitones y cinco canecillos, uno con un rectángulo rematado en rollo y los otros cuatro con figuraciones animales: una cabeza de ciervo y tres cuadrúpedos, uno de los cuales podría ser un cerdo. Esta ventana posiblemente sea el elemento más significativo y conocido de esta iglesia de San Nicolás de Bari de El Almiñé. Por su interior esta abocinada y enmarcada en doble arquivolta dentada con ajedrezado, dos columnillas coronadas por capiteles decorados con gallináceas distintas a las exteriores, siendo más gallos –quizá basiliscos–que pavos.

Ventana oeste. Interior. 
(José Antonio San Millán Cobo)
 
Debió ser a comienzos del siglo XVI cuando se renovó la cabecera, incorporándose parte del viejo alero en la nueva fábrica. Los canecillos son cuarenta y tres, tallados a la vez que se levantó la cabecera como demuestran los situados en los ángulos. Hay tres cabezas humanas grotescas en el lado norte, que serían góticas, mientras que canecillos románicos serían diecisiete: once de ellos en el lado sur y seis en el norte. Son estos últimos los más visibles y mejor conservados, de buena talla, representando de oeste a este los siguientes motivos: cabeza grotesca tocada con casco, posible grifo, león, pareja de cuadrúpedos –¿perros?– en lucha, toro, ave, peón lancero tocando el cuerno, saltimbanqui con cinturón de refuerzo dorsal, liebre, cabeza humana y ciervo. A todos ellos habría que sumar otro canecillo románico más, reutilizado durante la construcción del husillo y que representa a otro cuadrúpedo.

Foto: José Antonio San Millán.
 
La torre del campanario se alza sobre el primer tramo de la nave, o falso crucero. Es una de las mejores torres románicas de este tipo en Las Merindades y cercanías. ¡Y eso que las sucesivas modificaciones en el templo le han restado protagonismo! Es de planta cuadrada con esquinas achaflanadas, dotada de un cuerpo inferior macizo en cuya cara norte se conservan dos grandes cabezas grotescas de las tres que hubo. En los cuatro chaflanes angulares se ubican semicolumnas adosadas que llegan hasta la cornisa donde rematan en capiteles. Hay ventanas dobles en cada lado, separados por medias columnas que mueren también en la cornisa, de nacela, sostenida por canecillos cortados en nacela por los tres lados y decorados con pequeñas hojitas lanceoladas y planas, un motivo común en Soria y en Zamora.

Cortesía de José Antonio San Millán.
 
Los capiteles de las semicolumnas centrales y angulares los hay de cestas lisas, con motivos vegetales –hojas lisas, palmeadas en varios planos, ramificadas o puntiagudas– y también dos figurados, ambos situados en el lado norte y representando uno a dos leones que muerden una especie de culebra o reptil, mientras que el otro muestra a dos cuadrúpedos de monstruosas cabezas vomitando tallos.

Detalle de la torre. (José A. San Millán)
 
Esta iglesia dispondría de cuatro campanas: dos esquilas fechadas en 1784 y dos campanas denominadas “Sagrados Corazones” y “Santa Bárbara” fundidas por Juan Pérez Manjón de Santa Cruz del Tozo (Burgos).
 
En periodo gótico se hizo el husillo que se adosa al muro sur pero siguiendo las formas románicas. Hay fotos donde se observa el remate de la escalera con un pequeño cuerpo dotado de merlones y pequeñas saeteras. Es posterior al husillo, pero todavía en época medieval. Fue desmontado en la restauración de 1996 con el afán de despejar la visión de la torre. 


Y, llegados a este punto tras ver, además, que hay una entrada románica anulada por el husillo, ¿Dónde estaba el primitivo acceso a la torre? Hay tres posibles opciones: Una escalera de caracol en el lado norte pero no tenemos rastro en los muros; una estructura de madera que hubiera estado donde tenemos el husillo, pero librando la portada -raro-; o un acceso desde el interior, quizá a partir del desaparecido presbiterio o, tal vez, por la ventanita que se abre en el octógono interior de la torre.

 Crucero (José Antonio San Millán)

En el interior del templo se llega a apreciar el entronque de la desaparecida cabecera románica con el falso crucero sobre el que se alza la torre. Sobreviviría en todo caso el arco triunfal, que cuenta con otro semejante en el paso de este crucero a la nave propiamente dicha, ambos con esbeltos arcos de medio punto cuyos soportes arrancan de un podio rematado en listel y bocel. La rosca externa descansa en pilastra, a la que se adosa una semicolumna con basa de plinto rematando en capitel vegetal que en todos los casos vienen a repetir el modelo de los vistos en las ventanas o en la portada norte: hojas lisas o nervadas, de formato triangular, ahora dispuestas en dos planos y generalmente rematadas en bolas y con ábaco presidido por escudetes, todo bajo cimacios decorados con pitones. En los muros norte y sur los paramentos se alivian con arcos doblados de medio punto, del mismo formato y altura, aunque apoyando exclusivamente en dobles pilastras. En el lado sur aún se reconoce la primitiva portada románica que fue inutilizada con la construcción del husillo, mientras que en el norte se abrió un amplio arco que da acceso a la gran capilla adosada a ese lado y que porta en su cornisa la fecha de 1780.

 
Sobre este conjunto de arcos se eleva un cuerpo octogonal, dotado de trompas en las esquinas, que mediante una imposta recibe el peso del campanario. Estos muros conservan restos de las pinturas murales góticas que se extienden también por todos los demás paramentos de época románica y que representan dragones blancos y rojos. Estas pinturas permanecieron ocultas por sucesivas capas de cal.

Cortesía de José Antonio San Millán
 
La nave es estilizada, con su parte superior recorrida por una imposta ajedrezada donde apoyan las tres ventanas laterales de arco doblado y abocinado en el interior. Otra imposta ajedrezada da paso a la bóveda de cañón, que está dividida por un arco fajón de rosca simple sobre semicolumnas que siguen la misma composición que las del crucero y con capiteles en la misma línea.
 
Los muros interiores fueron limpiados durante la restauración apareciendo una decoración de despiece de sillería blanca con llagueado formado por dobles líneas rojas y banda central asalmonada, que cubría directamente los paramentos de sillería románicos. Esta decoración se complementaba con algunos otros vegetales y figurados típicos del siglo XV. Así, los arcos del crucero muestran zarcillos de vid y la cúpula de la torre posee unas largas cabezas de dragón que parten de una clave central. Este motivo, común en la decoración de las nervaduras góticas, se repite en los dos tramos de la bóveda de cañón de la nave. Estos dragones rojos parten de claves centrales decoradas con las armas de Castilla y León.

Foto: José Antonio San Millán
 
Completan las pinturas una serie de escudos heráldicos situados en el entorno del crucero: cuatro sobre el arco que separa crucero y nave, muy borrados, pero representando tal vez a las armas de Castilla; los otros se disponen sobre arco el triunfal, con uno central de mayor tamaño con las armas de Castilla y León y dos más pequeños que serían blasones familiares. Uno de ellos es jaquelado de plata y sable y el otro lleva dos calderas de oro, en palo, sobre campo de gules, con bordura cargada de leones de gules en campo de plata.
 
De manera previa a la restauración de 1996 se excavó el entorno próximo al templo al ser lugar tradicional de enterramientos. Se documentó parte de la necrópolis medieval que rodeaba el templo y se exhumaron varias tumbas de la necrópolis moderna del interior, se localizó un horno de fundir campanas junto al testero de la cabecera y se comprobó el desmantelamiento de tierras de un metro de espesor que se realizó en el siglo XVIII, cuando se abrió la puerta en la fachada sur, eliminando la necrópolis medieval de ese lado y dejando al aire parte de la cimentación de las diversas estructuras. Las catas arqueológicas no resolvieron nada sobre la cabecera que, quizá, fuese similar a la de San Pedro de Tejada.

 
A finales de la edad media comienzan las obras de renovación del templo. La primera fase sería la construcción de la escalera de caracol de acceso a la torre, el husillo que rematarán con un almenado. No hay fechas exactas, pero evidencian trazas góticas. El almenado del husillo podría tener su origen en el ambiente de inseguridad que vive Castilla en la baja edad media y que llevó a fortificar iglesias.
 
En las primeras décadas del XVI se rehace la cabecera del templo. ¿Las causas? Aparte de la riqueza del pueblo podría ser por el mal estado de la construcción anterior o por la necesidad de espacio interior. Tras la nueva cabecera se irán añadiendo las capillas. La primera, casi a la vez que la cabecera, fue la pequeña capilla funeraria de la familia Rueda y Ruiz Beñe, estudiada en la excavación arqueológica de 1996, y en la que se sitúan dos laudas sepulcrales con los mismos escudos heráldicos que aparecen en el muro. 


Sabemos que los Ruiz Beñe fueron una familia noble del Valle con casa en El Almiñé que estaba emparentada con los Puente, Rueda y Madrazo. Su escudo era en campo de plata, encina con caldera colgante y lobo empinado. 


En la capillita iba también un pequeño retablo renacentista trasladado de lugar en la última restauración que Huidobro y Julián García describen de la siguiente forma en su obra: “Su retablito de madera, en forma de batea, obra de la escuela castellana del siglo XVI, es muy lindo y tiene detalles góticos, como son: las agujas de madera y el fondo de la estatuita de la Virgen que llevó en su base. Las bandas decoradas con floreros y fruteros son de estilo del renacimiento. Las escenas representan el Nacimiento del Niño Jesús en el portal de Belén, adorado por los Santos Esposos, la Presentación de la Virgen en el templo y la Asunción de la Inmaculada, acompañada de cuatro ángeles; ésta es la más bella de las tres representaciones y conserva el carácter gótico”


Posteriormente esta capilla pasó al patronato a los Ruiz Puente, pues debajo de los escudos existentes se dispuso un cuadro donde constaba que Bernarda Ruiz Puente, natural de El Almiñé, fue elegida abadesa de las Huelgas en l861. Los Puente eran, evidentemente, otra familia importante de El Almiñé.
 
Al lado derecho de la cabecera se abren dos capillas: una al sudeste de la nave mayor y otra desviada construida en 1780. La primera de estas tendría fecha de 1659, si creemos la inscripción que se halla en una lápida de su muro interior, aunque Luciano Huidobro y Julián García Sáinz de Baranda leen la fecha 1699, diciendo que se construyó por mandato del licenciado Agustín Hernández de la Gala. 


Esta cartela -lápida- con un escudo cuartelado con castillo en el jefe, seis besantes en el segundo, cuatro bandas y dos lagartijas en el tercero y árbol con lobos empinantes dice: “A honra y gloria de Dios hizo hacer esta capilla de la y de Señor San Agustín el licenciado Agustín Hernández de la Gala cura deste lugar y Escobados de arriba hixo de Agustín Fernández de la Gala y Fernández n. m. n. qr Bos. que fueron deste lugar y la doto en 22 reales y dos libras de cera y en cada año perpetuamente como consta en las escrituras ante Pedro Alonso de la Torre escribano real con licencia de ordinario en 23 de Febrero 1699”.

 
En 1780 se fecha la capilla levantada, seguramente, por Andrés Fernández al norte de la nave y que se cubre con bóvedas de crucería de tradición gótica. Ese mismo año se construiría igualmente la que se adosa al sur de la cabecera, donde hubo una inscripción con fecha de 1781 y un escudo cuartelado, con la rueda y los lises alternando, y la leyenda: “El limo. Sr. D. Josef Constancio de Andino y Fernández, Obispo de Albarracín y beneficiado que fue por hijo patrimonial de esta iglesia parroquial de la Almiñé año de VTR (Víctor) 1781”.

Capilla del lado norte. 
(Cortesía de José Antonio San Millán)
 
Y, ya que nos metemos en el retablo mayor presentándolo mediante la descripción de Julián García Sainz de Baranda: “El retablo principal es magnífico, el más bello de los tallados en madera del Valle. Todo él va ricamente estofado y, aunque de estilo plateresco del renacimiento, conserva bastante carácter gótico, sobre todo en las figuras de sus relieves. Todos los asuntos en él representados están tratados en relieve, menos la estatua del titular, la de la Asunción de Nuestra Señora y la escena de la Crucifixión. La predela presenta a los cuatro evangelistas, ocupando las bases de las columnas y alternando con la misa de San Gregorio y la Piedad, puestas en los entrepaños con finísimas columnitas de separación. El sagrario es rococó. El primer cuerpo ostenta la imagen de San Nicolás, sentado y bendiciendo, con los tres niños que resucitó al pie, metidos en una cuba. Es una estatua bellísima. A ambos lados se destacan los medio-relieves, representativos de su ordenación episcopal y su viaje a Jerusalén, cuando, enfurecido el mar, los marinos tiran al agua fardos y toneles, mientras el santo, desde el castillo de popa, calma la tempestad. Todos los detalles están hechos con suma delicadeza y propiedad. El segundo cuerpo muestra en el centro la imagen de la Virgen en su Asunción a los cielos, sostenida y coronada por los ángeles; la efigie es perfecta y lleva finísima corona gótica. Todas las figuras tienen mucho movimiento. A ambos costados se representa la Visitación de Nuestra Señora y su muerte, la primera en alto y la segunda en bajo relieve. En el remate se ve la Crucifixión del Señor, acompañado de la Santísima Virgen y San Juan, y a sus lados, en medios puntos, se destacan los bustos de San Pedro y San Pablo, graciosamente presentados. Termina con un ático triangular, adornado con el busto del Padre Eterno. Las pilastras de separación y los entablamentos, lo mismo que los fondos, se enriquecen con vástagos, querubines y retallos del más puro estilo plateresco”.

Retablo mayor. (J. A. San Millán)
 
La tragedia se rozó a principios de los años ochenta cuando en medio de una misa una de las piezas del retablo casi hiere al oficiante. Desmontaron esa parte del mismo y la guardaron en una nave lateral de la iglesia con humedades. Finalmente, en septiembre de 1988, el retablo fue trasladado a Burgos para ser restaurado en el taller de la Diputación Provincial. Esta pieza datada hacia 1530, volvió en el 2012 con un coste aproximado de 100.000 euros. Las causas de que tardasen más de veinte años fueron la escasez de personal -un único restaurador, Feliz Alonso- y el grave deterioro de la pieza causado por un incendio parcial del siglo XVIII, las humedades y las termitas. Se tuvo que sustituir el sesenta por ciento de la madera.

 
A la izquierda del retablo tenemos la sacristía hexagonal de finales del siglo XVII, como la portada actual, abierta en el muro sur de la nave. La nueva puerta sin duda se hizo como consecuencia de inutilizar la original románica de la fachada norte con la pequeña capilla bautismal, cerrada con reja y desaparecida en la restauración de 1996. Probablemente entonces se realizó el pórtico meridional que sobrevivió hasta mediados del siglo XX, acompañado de un potente muro de cierre en el lado oeste que, a modo de contrafuerte, evitaba el riego de desplome de la nave por los empujes de la bóveda de cañón. Este muro, también desmantelado casi en su totalidad en la última restauración, estuvo aliviado con una puerta adintelada –quizá para acceder a un troje–, posteriormente cegada.


De 1863 datan las ventanas cuadrangulares del hastial de la nave y de la capilla de José Constancio de Andino (la grande) y, por último, quizá ya en el siglo XX, al norte de la nave se adosó una pequeña casa concejo, igualmente destruida en 1996. Finalmente cabe hacer una alusión a la pila bautismal, pieza en forma de copa, con el exterior del vaso liso y el interior avenerado y con pie decorado con dos atlantes y un dragoncillo, que se ha considerado desde románica a tardogótica. 



Durante los trabajos de 1996, al desmontar cubiertas y muros, localizaron algunas piezas románicas -elementos de cornisa, canecillos, sillares, impostas o dovelas- sin especial significación.
 


 
Bibliografía:
 
www.romanicodigital.com
“Burgos. Todo románico”. Guías románicas.
www.arteguias.com Artículo de José Manuel Tomé.
Portal de turismo de Castilla y León.
Periódico “Diario de Burgos”.
Blog “Turismo en Burgos”. 
Pàgina oficial dels Campaners de la Catedral de València.
Círculo románico. 
Blog “Tierras de Burgos”.
Blog “ZaLeZ”.
Boletín Oficial del Estado del reino de España.
“Amo a mi pueblo”. Emiliano Pereda Perdiguero.
“Apuntes descriptivos histórico y arqueológicos de la merindad de Valdivielso”. Luciano Huidobro Serna y Julián García Sainz de Baranda.
“Las Merindades de Burgos: un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. Tesis doctoral de María del Carmen Sonsoles Arribas Magro.
“Guía ilustrada de la provincia de Burgos (1930)”.
Estadísticas del arzobispado de Burgos. Varios años.
“Anuario del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración”.
“Metodología de los inventarios de campanas”. Francesc Llop Bayo.