Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 26 de septiembre de 2021

COMUNERO. La rebelión de las comunidades.

 
 
Hoy les traigo un autor tímido, deseoso de mantenerse en el anonimato, a pesar de ser un bilbaíno de Recalde. Del barrio de Recalde… ¡Ahí es nada! Y le comprendo porque yo también soy bastante retraído. Saben que me oculto tras un seudónimo y una rara foto. ¡¿Cómo voy a juzgar a quien comete mí mismo pecado?!
 

Quizá la forma en que se describe en Linkedin nos diga algo sobre su personalidad o su sentido vital: “Profesor de enseñanza secundaria, teatro y talleres de escritura creativa. Escritor con diversos premios a nivel nacional e internacional. Ensayista en temas de abandono rural y africanismo (especialmente Guinea Ecuatorial). Guía en recursos del norte de Burgos (cultura, costumbres, geografía, actividades senderistas, etc.)”

José Antonio estudió Filología Hispánica en la universidad Jesuita de Deusto (Bilbao) y después marchó de cooperante, entre 1988 y 1990, a Guinea Ecuatorial como profesor en Malabo, en la isla de Bioko. La impresión que obtuvo de ese país la ha definido como ''económicamente desolador, con la miseria muy cercana, pero humanamente reconfortante. Literalmente me cambió la vida. Y desde entonces, de una forma u otra, he estado ocupado y preocupado con este tema''. Por eso gran parte de su producción literaria se centra en la temática del colonialismo en Guinea Ecuatorial.
 
Continuó vinculado con África al regresar a España al ser profesor de lengua española en la isla de La Palma, en las Islas Canarias. Disfrutaron de sus conocimientos los alumnos del Instituto Cándido Marante Expósito de San Andrés y Sauces. También estuvo en Formentera y Reinosa empapándose así de la diversidad de nuestra España. Y, en Las Merindades han sido pupilos suyos los alumnos del instituto Merindades de Castilla de Villarcayo y el Sancho Ortiz de Matienzo de Villasana de Mena. De hecho, vive en este último municipio: Valle de Mena. Lo que podría significar un regreso al entorno del que se vieron obligados a partir sus padres. En sus palabras: “El origen de mi familia está en el Alto Ebro burgalés; como otras muchas, tuvo que emigrar a Bilbao. La comarca de Las Merindades es mi lugar elegido para comprender que en lo local se encuentra también lo universal. Y Comunero responde a ese punto de vista”.
 
Villasana de Mena

Comunero. La obra que nos ha traído aquí. Dice que “Comunero es una novela histórica, bien documentada, que pretende reivindicar la importancia del ejército comunero del norte, con la influencia también de la rebelión comunera en las Merindades. Este territorio, señorío de los Velasco, causó la preocupación del corregente y condestable de Castilla, Íñigo Fernández de Velasco, quien escribió al emperador confesándole que “temía más la rebelión de Burgos hacia el mar que de Burgos hacia Toledo”. Sin embargo, la fama se fue por el lado contrario, a Villalar, olvidando que, en realidad, la derrota comunera se fraguó en la derrota del ejército comunero del norte”.
 
Les puedo decir que la novela es agradable de leer. Mantiene el ritmo narrativo a la vez que intercala los imprescindibles datos históricos que justifican, y explican, los vaivenes de Angélico. Parece que estemos corriendo sobre una versión en prosa del romance de “Los Comuneros” de Luis López Álvarez. Veremos al protagonista transitar por ciudades comuneras, ser testigo de las debilidades humanas y de los altos ideales, visitar Espinosa de los Monteros para buscar Monteros para su reina…
 
Nos presentará al enérgico obispo Acuña, a Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra y general de las mesnadas comuneras por Las Merindades y Álava o al licenciado Urrez. Sabemos que Angélico salva la vida al estar el libro contado como un “Flashback” y que llegará a América. No les digo cómo. El personaje dibujado termina siendo tan querido al lector que difícilmente se desea su fin y, ciertamente, la obra permite continuar sus andanzas en los nuevos territorios de la corona de Castilla.

Villarcayo
 
“Comunero” resulta una opción atractiva para abstraerse y aprender mientras viajamos en el metro -por ejemplo, el del Bilbao natal del autor-, escrita con una prosa eficaz y una ajustada cadencia. Características de un escritor premiado, que sabe el oficio.
 
José Antonio López Hidalgo ha recibido los siguientes premios: Jaén 1994, con “La casa de la palabra” (Debate, Madrid, 1995); Ínsula del Ebro e internacional Javier Tomeo de la Universidad Rey Juan Carlos, con “De la casa del padre” (Gens, Madrid, 2006); Internacional Juan Rulfo 2006 y Radio Francia Internacional 2006, con “El punto se desborda” (Fondachao, 2006). Los premios de relatos Villa Santurtzi, Ciudad de San Sebastián, Valle de Benasque y Castilla y León. Además, es autor de dos guías subjetivas del Alto Ebro: “En el lugar de la desolación” y “Entre el Ebro y el Rudrón”.
 
Y es un placer y un honor que sea nuestro convecino.
 
“Comunero” se puede conseguir en cualquier librería, también a través de la distribuidora Elkar o por internet. El precio es de 12 euros.
 

domingo, 19 de septiembre de 2021

Alfonso VII: La muerte espera al sur. (1143-1157)

 
García IV de Navarra
 
En el frente navarro García y Alfonso empezaron negociaciones de paz en 1139. El rey de Navarra pronto vuelve a convertirse en vasallo y aliado de León, aunque permanezca abierto el conflicto territorial con Aragón. En 1140 surge la posibilidad de avanzar en la paz gracias a la muerte de la esposa de García. Les pongo en situación: el rey Alfonso de León tenía una bastarda llamada Urraca Alfonso de once años hija de Gontrodo Pérez, esposa por entonces del tenente de Aguilar. Había sido criada en palacio e iba a ser la prenda de la alianza entre León y Navarra sellada el 24 de junio de 1144 con una boda.
 
A tiempo porque el carcomido edifico almorávide no aguantó más y el poder pasa a los almohades que son más fundamentalistas. Alfonso VII lanza ese 1144 sus huestes sobre Jaén y Córdoba. Jaén cae. Córdoba pacta... ¡Les presento los Segundos Reinos de Taifas! Les nombro a los jugadores principales del lado moro: Zafadola, el último descendiente de los reyes moros de Zaragoza, aliado de León y que se ofrece a los andalusíes como relevo hispano; Yahya Ibn Ganiya, uno de los grandes generales almorávides, que queda ahora como gobernador de Córdoba y único baluarte del viejo poder; Abencasi (Abu-l-Qasim) que es del Algarve y que tiene su propia escuela religioso-política: son los almoridín (“los adeptos”); y Abenalmóndir, que se subleva en Silves, Sidrey y Évora. Pero las facciones musulmanas pronto se pelean entre sí, y entonces Abencasi escapa a Marruecos para pedir auxilio a los almohades.


 
Cuando Ibn Ganiya sale de la ciudad para hacer frente a Abencasi con los almohades los partidarios cordobeses de Zafadola se sublevan. Los lidera el cadí Abenhamdin. El levantamiento tiene éxito, pero en Córdoba hay recelo hacia Zafadola. Conclusión: los cordobeses llaman a Ibn Ganiya. El cadí Abenhamdin tiene que huir. ¿Adónde? A Marruecos, a pedir auxilio a los almohades, como había hecho Abencasi. Ibn Ganiya reacciona pactando con Alfonso VII. ¿Sorprendente? No. Ibn Ganiya sabía que el mundo almorávide estaba muriendo. El hecho es que ahora, en Córdoba, se enfrentan dos facciones y las dos son aliadas de Alfonso VII. El emperador estaba jugando bien sus cartas.
 
Zafadola parecía querer ser un nuevo califa, un unificador hispanoárabe de Al Ándalus: dominaba Jaén y Granada y enviaba mensajeros a Valencia y Murcia. Esos y otros lugares se sublevan en nombre de Zafadola. ¡Y siguen añadiéndose jugadores! En Mallorca, Muhammad ibn Ali, uno de los hijos del emir almorávide, que gobernaba la isla desde hacía veinte años, se declara independiente y bajo obediencia del califa de Damasco. En las taifas de Valencia (no terminó siendo de Zafadola) y Málaga hay ya poderes independientes. Cuando Zafadola marcha contra Sevilla los de Valencia a atacaron Murcia. Pero el nuevo líder moro de Valencia será derrotado y su territorio pasa al partido de Zafadola. Mientras, Ibn Ganiya derrota a los partidarios de Zafadola, así que éste abandona Granada. El caos es fenomenal. Y, a medida que avanza el tiempo, aumentan los jugadores y reaparecen las viejas hostilidades y animadversiones entre clanes familiares y tribales.

 
Para muchos musulmanes hispanos la única solución es que los almohades, que están a punto de hacerse con el poder en el Magreb, lleguen cuanto antes. Podríamos hablar de eso de “cuidado con lo que deseas” porque estos fundamentalistas está a punto de desembarcar en Al Ándalus y no, precisamente, para acabar con el caos sino para intentar dominar el territorio. Con lo que el caos aumentará.
 
Alfonso VII está apoyando a Zafadola, pero, al mismo tiempo, ha pactado con Ibn Ganiya, lo que procura al rey cristiano una buena cobertura ante el desembargo almohade. Tras ganarse esos aliados el emperador Alfonso busca conquistar Calatrava, en el sur de La Mancha, cara a las sierras andaluzas. Ese control permitirá avanzar hacia Alicante y Murcia y dividir en dos Al-Ándaluz. A Zafadola no le agrada porque aspira a dominar todo el territorio musulmán y no le interesa solo una parte menguada o, en el mejor de los casos, dos trozos separados. Zafadola romperá su alianza con León. Supongo que pensó que no estaba viviendo un buen momento al verse expulsado de Granada por Ibn Ganiya y refugiarse en Murcia.
 
Zafadola, Abu Cha'far, “el sable del Estado” (que eso es lo que quería decir su nombre), tiene la suerte de que Alfonso VII no quiere tenerlo como enemigo y el leonés quiere demostrarle que sigue siendo su aliado fiel. ¿Cómo? Devolviéndole lo que ha perdido: Alfonso recuperará para Zafadola las plazas de Úbeda, Baeza y Jaén. Destaca para ese objetivo a Manrique de Lara, Armengol de Urgel y Poncio de Extremadura, condes en la corte. Y como hombre conocedor del terreno emplea a Martín Fernández, alcalde de Hita que había salvado la vida gracias al sacrificio de otro fronterizo, Munio Alfonso, y que tiene un odio visceral al moro.

Alfonso VII de León y Castilla
 
Las tropas de Alfonso VII toman esas poblaciones en pocos días. Obtienen numerosos prisioneros y un cuantioso botín. Los de Jaén están desesperados: ya no hay almorávides que les puedan prestar ayuda. Entonces toman una decisión asombrosa: escriben a Zafadola, al que ellos mismos habían expulsado antes, y le imploran su socorro. “Ven, libéranos de los cristianos y seremos nuevamente tuyos”. Zafadola acude a Jaén pero no como vasallo agradecido que recupera la ciudad de manos de los cristianos, sino como liberador al frente de un gran ejército que atiende a la llamada de auxilio de sus hermanos de religión. Despliega sus mesnadas en torno al campamento cristiano. Los capitanes de Alfonso VII no entienden nada de nada: ellos han combatido para Zafadola y ahora el morito se pone gallito. ¡Incluso se atreve a decir que viene en son de paz!
 
¿De paz? ¿Con exigencias? Ordena que los cristianos devuelvan el botín y liberen a los prisioneros. Eso ya eran palabras mayores. Hablaron las armas… y los leoneses vencieron. Zafadola cayó preso. Los capitanes decidieron llevarle ante el emperador, para que entre ambos arreglaran sus asuntos. Pero entonces... aparece muerto Zafadola. Dice la tradición que lo ajusticiaron los “caballeros pardos”, un conglomerado de segundones, mercenarios de buen nombre, infanzones sin fortuna y villanos con armas que constituían la base de los ejércitos cristianos de frontera. ¿Por qué? Lo más probable es por odio y deseo de cobrarse pendencias atrasadas en un noble musulmán. Daba igual que fuese aliado -o algo así- de Alfonso VII. Era el moro derrotado ese febrero de 1146.

Óbolo de Alfonso VII
 
Al descubrir lo que había pasado, los condes de Alfonso VII, Manrique, Armengol, Poncio, se alarmaron. No por Zafadola –para ellos, un moro más-, sino por temor al emperador. ¿Solución? Mintieron a su rey. Tampoco eso, maquillaron la verdad diciendo “tu amigo el rey Zafadola ha muerto”. Dio igual, el emperador se cabreó una barbaridad. Tanto por la pérdida de un peón como por la imagen que podían percibir de Alfonso VII. Por todas partes hizo saber que él no había tenido arte ni parte en aquello. Muchos en el lado musulmán pugnaron entonces por quedarse con la herencia del muerto, de manera que las luchas internas entre los sarracenos se recrudecieron. En Murcia quedó como rey provisional Ibn Farach al-Zagri. En Valencia se hacía con todo el poder Ibn Mardanis, al que los cristianos llamaron “rey lobo” por su familia de origen cristiano. Entre Sevilla y Córdoba quedaba Ibn Ganiya, el viejo almorávide, soñando con una restauración poco probable. Y mientras tanto, los almohades estaban ocupados poniendo sitio a Marrakech, última jugada de su ascenso hacia el poder.


 
Y en este río revuelto, el emperador acababa de tomar Calatrava. Esta plaza y Jaén abrían la reconquista hasta Sierra Morena. ¡Genial! Ahora podía partir en dos la Hispania musulmana. ¿Cómo? Apoderándose de Almería, ciudad que, por otro lado, se había convertido en un auténtico problema internacional por los numerosos piratas que desde allí lanzaban sus razias por todo el Mediterráneo. ¿Pero los piratas no eran siempre bereberes y eso?

Calatrava la Vieja
 
Almería era uno de los principales astilleros de Al-Ándalus. Tenía unos 28.000 habitantes y mucha gente vivía de la navegación. Pero, como en el actual caso de Somalia, cuando el orden empezó a hundirse y la ley se convirtió en algo difuso la piratería permitió sobrevivir a muchos navegantes que atacaban a cualquier mercante cristiano que atravesara el Mediterráneo occidental. Como la piratería era un problema internacional, Alfonso VII convocó a todos los afectados. Hubo un respaldo unánime: Génova y Pisa, que tenían buenas relaciones comerciales con el condado de Barcelona, ofrecieron sus naves. El conde de Montpellier, vasallo de León, hizo lo mismo. Alfonso, incluso, consiguió una tregua entre Ramón Berenguer IV y García Ramírez de Pamplona que seguían teniéndoselas tiesas por asuntos fronterizos. Al fin y al cabo Alfonso era cuñado de Ramón y suegro de García y pudo imponerles el tratado de paz de San Esteban de Gormaz. Por si fuera poco, el papa concedió a la empresa la categoría de cruzada.


La concentración de tropas por tierra y mar para la empresa de Almería debió de ser impresionante. De Galicia llegó el conde Fernando Pérez de Traba con sus mesnadas; la caballería leonesa estaba bajo el mando del conde Ramiro Flórez; Pedro Alfonso mandaba las de Asturias; Los castellanos hablando una lengua que “resuena como trompeta con tambor” según el poema épico de esta aventura y que es la primera definición lírica de la lengua castellana… De Castilla viene también Álvaro, el nieto de Álvar Fáñez, y sus huestes. Portugueses mandados por Fernando Juanes. Caballeros de Logroño… De todas las tierras del reino. Con el rey emperador cabalgan García Ramírez, el conde Armengol de Urgel, Gutierre Fernández de Castro y Manrique de Lara. La campaña comenzó en la primavera de 1147.

 
El ejército cristiano llegó a Calatrava y enfiló después hacia Andújar y Baeza. Los espacios que iban dejando atrás, saqueados a conciencia, quedaban bajo el control del conde Pérez Manrique de Lara, hijo de Pedro González de Lara –el amante de la reina Urraca, la madre de Alfonso VII-. Mientras, las naves de Pisa y Génova, con refuerzos catalanes, se acercaban. En mayo estaban en Mahón (Menorca) plaza que conquistaron. Cuando los ejércitos del emperador llegaron a Almería, aparecieron en el mar los refuerzos navales esperados: las naves de Pisa, Génova, Barcelona y Montpellier. La flota mediterránea bloqueará el puerto de Almería, anular y hundir los barcos piratas y desembarcar tropas.
 
Alfonso VII estaba en agosto sitiando Córdoba dentro de sus maniobras para minar a los poderes musulmanes enfrentados entre sí y recibiendo dos noticias: que los moros de Almería trataban de llegar a un arreglo prometiendo grandes cantidades de oro; y que la flota italiana y catalana estaba preparada para actuar. Los italianos presionaros para que no hubiese un acuerdo. Esa actitud pactista hispana era algo incomprensible para ellos. No habría componenda con los almerienses que serán asediados hasta la rendición de la ciudad el 17 de octubre de 1147. Hubo botín para todos. Almería quedó bajo un doble gobierno italiano y castellano: por parte genovesa se nombró a un administrador llamado Otón de Bonvillano; por parte castellana se designó a Manrique Pérez de Lara.

 
Después de que Alfonso VII tome Almería, Abd al-Mumin –el almohade- entiende que sus conquistas en España corren peligro y opta por fortificar las plazas de Trujillo, Montánchez y Santa Cruz, en el sureste de Cáceres, para proteger Mérida. Y de momento, no puede aspirar a más.
 
El rey de Navarra, García Ramírez, nieto del Cid, murió en 1150. Su muerte reabría la cuestión navarra. Roma no había reconocido el reino navarro y García IV Ramírez tuvo que hacer mil contorsiones -y alguna demostración de fuerza- para salvar la corona. Esta la heredó su hijo Sancho, que será Sancho VI, llamado el Sabio. Llegaba al trono con menos de veinte años. Roma no le reconoció como rey, sino simplemente como “duque” de Pamplona. Su primer movimiento fue intentar calmar las cosas con Aragón y Barcelona: un acercamiento diplomático a Ramón Berenguer IV Pero eso provocó la reacción del emperador Alfonso VII, que a su vez maniobró ofreciendo a Ramón Berenguer otro pacto: repartirse entre los dos el territorio navarro. Eso fue el Tratado de Tudilén, de enero de 1151. Un pacto que permitía al conde de Barcelona el derecho a reconquistar Valencia y Murcia. Sancho VI recurrió a la diplomacia del amor: ofreció a su hermana Blanca Garcés como esposa del primogénito de Alfonso VII, el infante Sancho. Era un matrimonio sensato, entre dos personas de la misma edad y, además, con intereses territoriales convergentes: Castilla y Navarra. Después de todo, un negocio bien hecho. Sancho el Sabio salvó su corona.

 
Mientras tanto, y por debajo de todas estas cosas, la vida proseguía y la España reconquistada empezaba a llenarse de nuevas villas con sus concejos. Pero como se había reconquistado más territorio del que es posible repoblar, la custodia de las nuevas comarcas se entregó a las órdenes militares. Estas garantizaban la seguridad de la frontera, el señorío sobre las tierras encomendadas y reglamentaban una repoblación que fue, ante todo, ganadera. Todo esto dará un perfil singular a la España del sur del Tajo distinta de la de Castilla la Vieja.
 
¿Y qué pasaba mientras tanto en Al-Ándalus? Que el poder almohade se consolidaba. A excepción de los anchos territorios del Rey Lobo en Valencia y Murcia. Como todavía quedan resistencias en el sur de Portugal, Al-Mumin llama a capítulo a los reyes de taifas: Évora y Beja, Niebla y Tejada, Badajoz... Los reyezuelos, convocados en la ciudad marroquí de Salé, se ven ante un ultimátum: si se someten al almohade, mantendrán su posición; si no, será la guerra. Y todos ellos ceden, por supuesto. A partir de este momento, la expansión almohade por Andalucía es imparable. Al-Mumin nombra a su hijo Yakub gobernador de Al-Ándalus con residencia en Sevilla.
 
Los almohades combaten con ejércitos numerosísimos, ante los que de poco sirven las tácticas empleadas contra los almorávides. Alfonso VII reacciona tomando la plaza clave de Andújar, pero el emperador olfatea el cambio de tercio. Para 1157 los almohades deciden sacarse la espinita de Almería. Los esfuerzos de Alfonso por sumar a los demás reinos cristianos en un frente común contra los almohades no fructificaron.

 
En el plano personal, la reina Berenguela había muerto. Viudo, Alfonso se casó de nuevo con Riquilda de Polonia, hija del duque Ladislao el Desterrado. Hizo más cosas a esa altura de su vida: casó a su hija Constanza con el rey Alfonso VII de Francia; introdujo la Orden del Císter en España, que iba a tomar el relevo de Cluny en el liderazgo de la cristiandad; convocó un concilio en Valladolid para tratar de alinear a todos los reinos cristianos en un esfuerzo común; pactó con Ibn Mardanish, el Rey Lobo. Ahora, en 1157, con cincuenta y tres años de edad debe salvar Almería, sitiada por los almohades. La ciudad era una isla cristiana en medio de territorio hostil. Las tropas genovesas y castellanas que allí quedaban poco podían hacer ante los enormes ejércitos almohades. Su única opción era encerrarse en el alcázar y aguantar hasta que llegaran refuerzos. Alfonso VII, enfermo y agotado, concentró a sus tropas en Toledo, pidió refuerzos al Rey Lobo, marchó hacia el sur... El Rey Lobo no faltó a la cita, pero ni siquiera con sus tropas -en su mayoría cristianas- se pudo romper el asedio de Almería.
 
Viendo que no podía romper el cerco, Alfonso decidió atacar Granada y obligar así al enemigo a fragmentar sus tropas. No salió bien. Granada había mejorado mucho sus defensas, y los almohades no siguieron el juego. Almería capituló y la represión almohade en la ciudad fue brutal. En la Almería cristiana se había refugiado el médico y rabino judío Maimónides, que había tenido que abandonar Córdoba perseguido por los nuevos amos de Al-Ándalus. En su casa había dado cobijo a su maestro, el filósofo musulmán Averroes, igualmente perseguido por la intolerancia almohade. Maimónides tuvo que huir al sur de Francia; Averroes terminará en Egipto.

Córdoba
 
El emperador, mientras tanto, emprendía el camino de vuelta. A su derrotada hueste se iban uniendo las guarniciones de Andújar, Baeza y Úbeda: había llegado el momento de replegarse detrás de Sierra Morena. Pero Alfonso no puede más: apenas pasado Despeñaperros cuando se siente morir. La comitiva se detiene en el paraje de Las Fresnedas. Alfonso se tumba debajo de una encina. Allí la vida se le va. Era el 21 de agosto de 1157.
 
 
Bibliografía:
 
“Moros y cristianos”. José Javier Esparza.
“Historia de España”. Salvat.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
 

domingo, 12 de septiembre de 2021

Alfonso VII, “Menos mal que no nos queda Portugal” (1105-1143)

 
 
En 1126 tenemos nuevo rey en León: Alfonso VII. Este deberá, como primera tarea, achicarle los espacios a su ex padrastro, el rey de Aragón y Navarra, quien continuaba empleando el título imperial que le otorgó su matrimonio con Urraca y ejercía ciertos derechos sobre Castilla. Alfonso VII asediará en abril de 1127 el castillo de Burgos. “¡Qué se cree ese crío!” supongo que pensaría el rey de Aragón. Reunió su ejército y se enfrentó en junio al de León en el valle de Támara (Palencia)… ¿A mi señal ira y fuego? No. No eran tiempos para la lírica bélica como los de “Gladiator”. Alfonso de León tenía un problema en Portugal y Alfonso de Aragón y Navarra tenía a los almorávides buscando venganza por la campaña mozárabe del Batallador en 1126.

Alfonso I, el Batallador
 
La situación derivó en “las Paces de Támara”. ¿Qué acordaron allí? Tomando como referencia los acuerdos de 1054 se reconoció al Batallador su soberanía sobre Vizcaya, Álava, Guipúzcoa, Belorado, La Bureba y La Rioja. Así, la sierra de la Demanda y el río Bayas actuaban como frontera. Pero, además, controlaría las plazas sorianas y riojanas que el Aragonés había repoblado: Soria, San Esteban de Gormaz, Calahorra, Ágreda, Almazán, Monreal de Ariza, y Molina de Aragón. Por su parte, Alfonso VII de León obtuvo las plazas que le correspondían por derecho hereditario: en el norte, Frías, Pancorbo, Briviesca y Villafranca de Montes de Oca; en el interior de Castilla, Burgos y Santiuste; al suroeste, Sigüenza y Medinaceli.
 
¿Raro reparto? Sí, si lo intentamos mirar como fronteras nacionales pero ¡es que no lo son! Solo son límites patrimoniales. Los reyes organizan los territorios en función de lo que a cada cual le toca por herencia patrimonial de sus respectivas coronas. Y ¿por qué era tan importante hacerlo en este momento? Porque Alfonso, El Batallador, era rey de Navarra. Un rey soltero y sin hijos. ¡Sin hijos! ¿Quién sería su heredero? Después de las Paces de Támara, sin embargo, el paisaje se aclaraba: las tierras navarras en lo que hoy es Álava y Burgos se definían con nitidez.
 
Y el acuerdo llegó a tiempo porque en 1128 hubo una ruptura: el condado portucalense se separaba de león. No pensemos que la idea inicial era esta porque Teresa solo quería recuperar los territorios al norte del Miño e incorporarlos a sus dominios de Portugal. Eso la enfrentaba necesariamente a su hermanastra Urraca, la reina, y a la inversa, le granjeaba la amistad de los magnates opuestos al poder de la corona. Como los Traba. Anotemos que Teresa estaba enamorada de Fernán Pérez, hijo del viejo conde Pedro de Traba.

 
Retrocedamos un poco: hacia 1116 Teresa tenía unos treinta y dos años y Fernán los veinticinco. Muchacho sacrificado repudió a su esposa y se encamó en la de la Condesa de Portugal. No creo que su padre se disgustase porque así nació la alianza con los Traba. Teresa hace a Fernán gobernador de Coímbra y Oporto; y casa a su hija, la niña Urraca –otra Urraca-, con el primogénito de los Traba, Bermudo, al que nombra gobernador de Viseu.
 
Añadamos la ambición del “hombre de dios” Diego Gelmírez, arzobispo de Santiago de Compostela, que soñaba con poner todo el oeste del reino bajo la autoridad de la sede compostelana, bajo su autoridad. Frente a él, el arzobispo de Braga, Paio Mendes, que no dejaría que su sede episcopal –zona que marcaba derechos y deberes, tributos y obligaciones, dependencias y vecindades, y que muy difícilmente cambiaba de naturaleza- fuese controlada por la de Santiago. Todos sabían que si alguien quería construirse un dominio político debía procurar que los límites de este coincidieran con los de una diócesis eclesiástica. El Papa Pascual otorgará al compostelano la potestad para intitularse arzobispo con los atributos correspondientes, pero no resolverá la cuestión de la supremacía de la sede jacobea. Mientras se lo pensaba murió y, tras un papa breve, llegó Calixto II, un borgoñón, tío de Alfonso VII que no iba a satisfacer a Gelmírez. Calixto estaba más cerca de la sede de Toledo, en manos de cluniacenses de origen borgoñón, y temía que dotar a Santiago de excesiva relevancia pudiera conducir a problemas intraeclesiásticos. ¿Perdón? En aquel momento la Iglesia medieval padecía el cisma de Mauricio, anterior arzobispo de Braga -¡de Braga!- que se había proclamado Papa. Y Gelmírez estaba intentando, entonces, que Roma le permitiera absorber la diócesis de Braga. ¡Ni de coña! Pero le dieron la de Mérida con la pequeña pega de que estaba en zona mora. Finalmente, el Papa Calixto cederá a las presiones de Gelmírez -bien lubricadas con oro- y le dará el privilegio del jubileo, lo cual equiparaba a la sede compostelana con la misma Roma en materia de peregrinación. Pero Braga seguía siendo independiente y era inevitable que sus límites se convirtieran en el espacio natural de una nueva realidad política: Portugal.

Diego Gelmírez según la serie "El final del camino"
 
El arzobispo de Braga, Paio Mendes, pertenecía a la poderosa familia de los Mendes da Mala y, como otros magnates portucaleños, no quiere una Gran Galicia desde el Cantábrico hasta el Tajo y ve con horror la posibilidad de caer bajo el dominio de la sede compostelana. Por ello conspirará contra Teresa y Fernán Pérez de Traba. ¿Cómo lo hará? Recurriendo a la misma plantilla que los gallegos: levantar la bandera del hijo de Teresa, Alfonso Enríquez. ¡Somos tan predecibles y reaccionamos de forma tan similar!
 
Alfonso Enríquez, primo de Alfonso VII de León, tendría unos diez años cuando lo convirtieron en “líder” de la facción portuguesa. Evidentemente el director de la operación era Paio Mendes con sus pares de la nobleza feudal portucalense. Tratan al niño como un príncipe y lo arman caballero con trece años. A la altura del año 1127 Alfonso VII lanza una campaña militar contra los territorios de Teresa y Fernán que se doblegan. Llega a Guimaraes, la ciudad que su primo portugués ha convertido en capital. Alfonso Enríquez, dieciocho años en aquel momento, reconoce a su primo leonés como rey. Ganan todos. ¿¡Cómo!? Alfonso VII obtiene el reconocimiento de los portugueses y Enríquez, ahora vasallo de su primo, es reconocido como la autoridad en estas tierras y proyectará sus ambiciones hasta la línea del Tajo con la plena anuencia del soberano. ¿Qué hizo Teresa? Ensañarse con el arzobispo Paio Mendes de Braga. Mala jugada.


 
El hermano del obispo, Sueiro Mendes, se subleva y arrastra a toda la diócesis de Braga. Teresa y su amante Fernán lanzan a sus tropas contra los rebeldes. Alfonso Enríquez, el hijo de la propia Teresa, encabeza a las huestes de “Portugal”. Era el 24 de junio de 1128. Ganó el hijo. Bueno, los padrinos del Alfonso. Teresa y su amante se retiraron a Galicia.
 
Alfonso dejó hacer porque estaba enfilado a mostrar a los almorávides su fuerza. Ya tenía como vasallo a Alfonso Enríquez y el reconocimiento de los enemigos del Batallador: los condes de Tolosa, el conde de Barcelona... Por algo Alfonso VII estaba casado con Berenguela de Barcelona. Esperen. ¿Se ha casado el rey? ¿Y con una catalana? Pues sí. Y si me preguntan cómo se lo tomaron en los reinos de Castilla y León les diré que hubo de todo. Los obispos de León, Oviedo y Salamanca mostraron su desagrado. Alfonso VII, dentro de su fairplay, los depone. Zanjado el problema episcopal resurge el político entre los magnates castellanos que aprovechan el incidente para canalizar su descontento. Entre ellos está Pedro González de Lara, el amante de la difunta reina Urraca, la madre del rey. Extraño destino el de Alfonso VII, obligado a pelearse con su ex padrastro y, ahora, con el amante de su madre. Junto a Pedro, casi un sesentón, se sublevan otros nobles, como su hermano Rodrigo en Asturias, su ahijado Bertrán de Risnel, que era el hombre del Batallador en Castilla, Pedro Díaz de Aller en Coyanza, Gonzalo Peláez en Oviedo y Jimeno Iñiguez, que se levanta en Valencia de Don Juan. Los revoltosos toman Palencia.
 
La península Ibérica en el siglo XII

¿Qué demandaban? ¿Qué derechos protegían? A saber… Pero tengan en cuenta que Alfonso VII estaba recortando el amplio poder que ejercía en Castilla Pedro González de Lara. El rey envió un ejército contra Palencia, derrotó a los revoltosos y prendió a sus cabecillas. Sin embargo, Alfonso VII fue prudente: a Pedro González de Lara y Bertrán de Risnel les aplicó una condena relativamente leve: confiscación de sus bienes y exilio, nada de decapitaciones. En cuanto a Rodrigo González de Lara, que también sufrió destierro, volvió pronto. Estos levantamientos nobiliarios tuvieron lugar entre 1130 y 1131. Pues pásmense: Rodrigo reaparece en Castilla en 1132 como alcalde de Toledo, es decir, una de las jefaturas más importantes de la frontera. ¿Por qué? Porque el rey necesitaba guerreros veteranos como Rodrigo que ya tenía cincuenta años. Sepamos que en 1131 los almorávides atacaron Toledo. Morirá el alcalde de la villa, Gutierre Armíldez. Es en ese instante cuando Rodrigo vuelve al reino y el rey le designa para remplazar al difunto gobernador de Toledo.
 
Está pasando de todo en ese momento de la historia: en Rueda de jalón, el moro Zafadola, hijo del último rey taifa de Zaragoza, reconoce a Alfonso VII lo que ayuda a este frente a Aragoneses y los, ahora débiles, almorávides. Atacará el sur en 1132. Dos ejércitos partieron desde Salamanca y Toledo. Los de Salamanca llegaron hasta Badajoz. Los de Toledo, reforzados con las milicias concejales de Ávila y Segovia, recorrieron todo el valle del Guadalquivir y se plantaron en Sevilla. Era dirigido por Rodrigo González de Lara que derrotó y mató a su gobernador Umar. Tras la doble ofensiva, en 1133, el rey Alfonso en persona se pone al frente de sus tropas, baja por el valle del Guadalquivir hasta Sevilla y vuelve a aniquilar a las tropas enemigas que le salen al encuentro. Y sigue hacia el sur. Llega a Jerez de la Frontera y Cádiz sin que los almorávides puedan oponer resistencia y, como hizo Alfonso el Batallador, bañó sus pies en las playas de Cádiz para demostrar que era el emperador de toda España. Este gesto no solo decía cosas a los aragoneses sino que para los musulmanes significaba, al cabalgar Zafadola con Alfonso, que el tiempo de los almorávides en Al Ándalus había terminado. Las huestes de Alfonso VII regresaron a León con camellos, caballos, vacas, ovejas, cabras... Y en Al-Ándalus quedaba una población convencida de que los almorávides no garantizaban su seguridad. Ergo, habría revueltas.

Rueda de Jalón (Zaragoza)
 
El 7 de septiembre de 1134 muere Alfonso el Batallador, pasados los sesenta años, a la vuelta de la derrota más amarga de su vida en Fraga y ¡sin heredero! Su testamento dejó el reino a las Órdenes Militares. Nadie en Aragón y Navarra pensaba cumplirlo. Recurrieron a coronar a Ramiro, hermano del finado. Sólo hubo un problema que resolver: era monje desde los nueve años.
 
¿Y Alfonso de León no participaba en el enjuague? Pues como se creía con derecho a la corona de Aragón mandó tropas a la frontera oriental, sitió Vitoria, se apodera de Nájera, avanzó hacia Zaragoza... El navarro ofrece a Alfonso VII su vasallaje. Ramiro II, por su parte, decide encomendar el gobierno de Zaragoza a Armengol VI de Urgel, que era nieto del conde castellano Pedro Ansúrez, en la esperanza de que por ese parentesco pudiera defender mejor los intereses aragoneses ante el rey leonés. Pues no: Armengol, el 26 de diciembre de 1134, se apresuró a reconocer rey a Alfonso VII con el apoyo de la población de Zaragoza, en la que había numerosos castellanos. El mismo camino de Zaragoza siguieron otras ciudades aragonesas: Tarazona, Calatayud, Daroca... reconocían al leonés como su defensor ante los moros. Parece una buena jugada pero entró en liza el papado exigiendo su parte. Bueno, el todo. El Papa Inocencio II instaba a Alfonso VII a cumplir el testamento del Batallador, es decir, entregar los territorios de Aragón a las Órdenes Militares.

Papa Inocencio II
 
La Iglesia no reconoce a Ramiro de Aragón ni a García de Pamplona porque quiere esos reinos. Alfonso VII no está por la labor. El Papa insiste pero Alfonso contacta con García Ramírez de Navarra, con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (que era cuñado de Alfonso) que era también el conde de Tolosa y que con la muerte del Batallador aspiraba a una mayor independencia. No se cuenta con Ramiro el Monje que entorpecería el control de Alfonso VII en Aragón.
 
El Monje no estaba para esa guerra. Una parte de su nobleza le tomaba por el pito del sereno. Esto lo resolvió Ramiro II con el asesinato de los cabecillas en el acto llamado la “campana de Huesca”. El otro grave problema que tenía era su soltería. Busca esposa en el condado de Tolosa que intentaba ganarse Alfonso VII. Ramiro vuelve con la mano de Inés de Poitiers, sobrina del conde tolosano. Alfonso VII hará un gesto: se corona emperador el 25 de mayo de 1135 en León. Todos los poderes de la España cristiana, menos Ramiro de Aragón y el portugués, acuden a la ceremonia. También los condes de los territorios franceses bajo influencia catalana y aragonesa. Y un moro: Zafadola, el reyezuelo de Rueda de jalón. Tras ser coronado como Imperator totius Hispaniae todos marcharon a Zaragoza, donde Alfonso otorga al navarro García Ramírez la tenencia de la ciudad.

"La campana de Huesca" de José Casado del Alisal
 
Enseguida hay más adhesiones: los señores de Álava y Guipúzcoa, territorios que siempre habían oscilado entre Navarra y Castilla, se declaran vasallos del emperador. Estos señores eran los hermanos Lope y Ladrón Iñiguez, que a partir de ahora participarán en todas las curias convocadas por León.
 
Ramiro II tuvo una hija, Petronila, y firmó un pacto con Alfonso VII en 1136. Ahora García Ramírez, el navarro, estaba mosqueado. ¿Seguían valiendo los acuerdos con Alfonso VII? Sí, pero, como en la política de 2021, por poco tiempo. Roma exigía al emperador que se restituyera Zaragoza a la corona aragonesa y que se combatiera al navarro. Y ya le tocaba a Alfonso ceder ante el papado. Y quien ganaba con ello era... Ramiro el Monje que, al estilo eclesiástico que tan bien conocía, preparaba la venganza por el pacto traicionado. Y lo haría mediante la boda de su heredera con Ramón Berenguer IV que podía ser un excelente aliado de Aragón. Y era un templario, miembro de una orden religiosa por lo que se cumplía en algo el testamento del Batallador.


 
En agosto de 1137 la niña Petronila quedó casada con Ramón Berenguer IV cuajando así una cuidada muestra de orfebrería política: Ramiro depositaba en Ramón el poder político aragonés de tal forma que este firmará como conde de Barcelona y príncipe de Aragón. Nada de corona “catalanoaragonesa”. Y el Monje, aun manteniendo el título de rey, se quitará de en medio. ¿Lo llamarían “rey emérito”? Ramiro lega a Ramón “las villas y castillos desde Ariza hasta Herrera, desde Herrera hasta Tarazona, desde Tarazona hasta Tudela”. Esta línea era la que separaba las diócesis de Osma, Sigüenza y Tarazona. ¿Recuerdan lo que decíamos del valor político de las demarcaciones diocesanas? Esta línea será la frontera definitiva entre Aragón –Corona de Aragón-y Castilla.
 
Pero no nos olvidemos del oeste. ¿Qué estaba pasando en Portugal? Que Alfonso Enríquez se había hecho amigo de García Ramírez de Pamplona. García había dejado de ser amiguito de Alfonso VII y era un monarca en precario. Por eso buscó el apoyo del incómodo vecino portugués de León. Enríquez esperaba que García entretuviese muchas tropas castellanas para poder actuar en Galicia. Alfonso Enríquez se la tenía jurada a los condes de Traba -los que cortaban el bacalao en Galicia-. Sigámosle la pista: en 1137 logró tomar Tuy, pero enseguida fue derrotado y tuvo que aceptar una tregua. Ese mismo verano los almorávides aprovechaban la inestabilidad portuguesa y atacaban la fortaleza de Leiría, amenazando Coímbra. Alfonso Enríquez, necesitado de auxilio, se vio obligado a prestar vasallaje a Alfonso VII. Fin. ¿Fin? Pues será que no. La culpa la tendrá el deseo de los obispos de las diócesis portuguesas de no someterse al poder de Santiago de Compostela ni al de Toledo. Los obispos de Braga y Oporto han impulsado un monasterio en Coímbra, el de la Santa Cruz, que empieza a proporcionar a Portugal un clero propio con la misión de llevar la palabra de Dios al sur, a las tierras que ocupan los moros. Y, de paso, conseguir tierras para la sobreabundante población entre el Miño y el Duero.

Alfonso Enríquez
 
¿Cuándo comenzó a llamarse rey a Alfonso Enríquez? Dice la tradición que todo ocurrió después de una gran batalla, la de Ourique, en el Alentejo, el 25 de julio de 1139. Les informo que es un relato muy épico donde se enfrenta -¡cómo no!- a cinco reyes moros y sus ejércitos. Recibe Alfonso la ayuda divina, gana, en la euforia le aclaman “espontáneamente” y tenemos los cinco escudetes del escudo de Portugal. ¿Fue así? ¿Importa? Supongo que ¿sí?: Alfonso Enríquez se venía titulando rey al menos desde marzo de 1139. Sí parece que hubo una batalla pero es poco probable que fuese en el Alentejo. Y la visión mística es una morcilla añadida muchos siglos después. A partir de 1139 Portugal llevará una vida propia. Sigue siendo reino vasallo de León, pero reino independiente.

Batalla de Ourique
 
Alfonso VII aprovechará la descomposición del estado almorávide, acosado por los almohades y la desafección de las principales poblaciones peninsulares, para extender su título de “emperador de toda Hispania” también a la zona musulmana. Para ello cuenta con Zafadola, el reyezuelo moro de Rueda de jalón, el hijo del último rey taifa de Zaragoza y que puede presentarse como garante ante los andalusíes de la paz con los cristianos. La tarea empieza por dominar el valle del Tajo, ocupando plazas fuertes para proteger la repoblación. Alfonso VII intenta por dos veces tomar Coria. En 1139 cerca la fortaleza mora de Colmenar de Oreja, al noreste de Toledo. El objetivo era el castillo de Oreja, en Ontígola, a pocos kilómetros de Colmenar y no lejos de Aranjuez. Alfonso VII, acompañado de Zafadola, concentró sus tropas allí. Incluidas las de Toledo. Para los almorávides perder Oreja volvía su posición extremadamente frágil, porque esa plaza estaba en la orilla sur del río, abierta ya a las llanuras de La Mancha. Los moros movilizan todo lo que tienen: los gobernadores de Córdoba, Sevilla y Valencia envían sus ejércitos para frenar al rey de León. Pero los almorávides hicieron algo más: una parte de su contingente marchaba contra Toledo.
 
Una maniobra clásica: obligar a Alfonso VII a mandar huestes a Toledo o retirarse y, así, aliviar el cerco sobre Oreja. En Toledo -dice la tradición- habían quedado solamente la reina Berenguela, sus hijos y sus damas. Berenguela, de unos veintitrés años, esposa de Alfonso VII, hija de Ramón Berenguer III, hermana del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV. Había sido entregada en matrimonio al rey de León en 1128, a la edad de catorce años. Tenía ya cinco hijos: Sancho, Ramón, Constanza, Sancha y Fernando, con varios partos múltiples. No era un florero, Berenguela: parece indudable que su influencia fue decisiva para soldar la alianza entre el emperador leonés y la corona de Aragón. Esta dama ve desde las almenas las tropas almorávides. ¿Qué hacer?

Berenguela
 
Berenguela pidió pluma y papel para dictar una carta para el jefe de las huestes moras: “Hija soy de Raimundo Berenguer de Barcelona, muerto hace ahora nueve natividades, e hija soy de Doña Dulce de Provenza. Cuando por ellos fui entregada en matrimonio a mi esposo, el emperador, me fue explicada la importancia de mi presencia junto a él, y se me ilustró sobre el valor de mi vida, y sobre el valor de mi muerte. Desde entonces no temo ni al día de las pompas ni a la noche de las guerras. Preparada estoy, pues, para morir en cualquier instante, como mujer y como emperatriz. Y lo haré, si es menester, en la defensa de este castillo de San Servando, si a vos os quema la vergüenza de guerrear contra una mujer, sabiendo como sabéis que mi esposo, el emperador, se halla en conquista de Oreja, a no muchas leguas de aquí, donde con su ejército podría ofreceros la batalla que tanto parecéis anhelar como miedo parecéis tener...”.Y para reafirmar sus palabras, la reina se vistió con las ropas más suntuosas que tenía a mano, hizo trasladar su trono a la torre más alta de la muralla toledana y se sentó allí. Los moros se fueron a atacar a Alfonso VII.

Castillo de San Servando (Toledo)
 
El castillo de Oreja cayó el mes de octubre. Con el control sobre el valle sur del Tajo asegurado, y las líneas sarracenas debilitadas por el conflicto interno con los almohades, el rey de León multiplica las ofensivas. En el oeste, Alfonso VII recupera, en 1142, la ciudad de Coria, al norte de Cáceres. Y en el sur, en 1143, los cristianos logran tomar el castillo de Mora. Ahora la frontera está en las planicies de La Mancha, en las sierras del Segura y en las peñas de Sierra Morena.
 
Todo parece a favor de Alfonso VII ese 1143: los almorávides retiran tropas de Al-Ándalus para luchar contra los almohades lo que permite a los moros hispanos mostrar su descontento. El rey leonés multiplicará las incursiones en Andalucía. Cuando la controle piensa colocar en ella, como rey vasallo, a Zafadola. También es el año de la proclamación como rey de Alfonso Enríquez. Había tensión, mucha, entre los dos primos. Necesitaban llegar a un acuerdo. Uno de ellos o ambos. Hubo un primer encuentro entre los dos Alfonsos en Valdevez. En el mes de septiembre, Alfonso VII convoca concilio en León, y allí estará también el cardenal Guido, legado papal. El último acto del proceso será ese acuerdo de Zamora donde acuerdan que Alfonso Enríquez podría ser rey de Portugal. El condado portucalense adquiría la condición de reino y Alfonso Enríquez de rey... vasallo del rey emperador de León. Y para subrayar ese vasallaje, el emperador entregó a Enríquez el señorío de Astorga, que era dominio de la corona leonesa.

Alfonso VII de León y Castilla
 
Así, por esa tenencia, Enríquez quedaba obligado para con el rey de León. Era el 5 de octubre de 1143. Nadie podrá negar que Alfonso VII de León puso todo de su parte para lograr la concordia. Las circunstancias le empujaban a ello, y tal vez el calor de sus recientes victorias en Coria, Oreja y Montiel le llevaron a ser demasiado confiado. Alfonso Enríquez no tenía intención de quedar como rey subordinado. Apenas unos días después del tratado de Zamora, en el mes de noviembre, Enríquez intenta una nueva maniobra: escribe al papa y le solicita convertirse en vasallo de la Silla de Pedro. Si el rey de Portugal se convertía en vasallo del papa, ya no podría ser vasallo del emperador de León, porque una dependencia excluía a la otra y en todo caso prevalecería la superior, que era el Papa. Para engrasar bien su petición, Enríquez añadía la oferta de pagar a Roma un censo anual de cuatro onzas de oro. Sin embargo, esta vez Roma anduvo avisada: el papa dijo no. Más precisamente: no dijo nada. Sin duda el cardenal Guido, el legado papal, intervino en el asunto. Nadie ignoraba en Roma que aceptar el vasallaje de Portugal significaría crear un nuevo conflicto en Hispania. De hecho, Roma no reconocerá la existencia de un rey en Portugal hasta 1179.
 
Continuamos la semana próxima.
 
Bibliografía:
 
“Moros y cristianos”. José Javier Esparza.
“Historia de España”. Salvat.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
 
 

domingo, 5 de septiembre de 2021

Para ir de Frías al cielo no se pasa por Pamplona.

José López Mendoza García  

Hablaremos esta vez de un hombre de Iglesia, de la iglesia encaballada entre el siglo XIX y el siglo XX. Nuestro hombre se llamaba José López Mendoza García. Sus padres eran Pedro López Mendoza y Josefa García, vecinos de Frías (Las Merindades - Burgos), donde nació el 4 de febrero de 1848. En su pueblo recibió la enseñanza primaria. He llegado a leer que en Frías dominaba ya el latín. Tal vez. A los doce años ingresó en el seminario conciliar de Burgos donde estudió humanidades, filosofía y dos años de teología. Parece ser que, hacia el año 1865, un Padre Agustino buscando misioneros para las provincias Filipinas llegó a su colegio convenciéndole para trasladarse al Real Colegio Seminario de Filipinos deValladolid. Allí tomó el hábito de agustino descalzo el 9 de septiembre de 1866. Y siguió con sus estudios filosóficos y teológicos.

Fachada norte del colegio de Filipinos
 
En 1869 pasó al monasterio de Santa María de La Vid (Burgos), donde mereció, “por su formalidad ejemplar y por su adelanto en las asignaturas que los Superiores le encargasen, en los últimos años de la carrera, la instrucción, vigilancia y educación de los Hermanos legos del convento de La Vid. Terminados los estudios con excepcional lucimiento y, ordenado de sacerdote [16 de marzo de 1872], fue nombrado lector de Sagrada Teología, que explicó cuatro años con grande aprovechamiento de sus discípulos”, alternando la cátedra con el púlpito.

Monasterio de Santa María de la Vid 
(cortesía de "A un Clic")
 
Fue enviado a Roma en 1877 para especializarse en Derecho Canónico. Tuvo como profesor a Filippo De Angelis y como condiscípulo a Giacomo Della Chiesa, futuro Benedicto XV, de cuya amistad y apoyo gozó siempre. Siempre. Regresó en agosto de 1879 a La Vid doctorado en Cánones -teología y derecho, siendo doctor en esta última- y regentó durante un lustro dicha cátedra (dogma, moral y derecho), cultivando al mismo tiempo las misiones populares y los sermones desde el púlpito por los pueblos y ciudades de la diócesis del Burgo de Osma, Aranda de Duero, Roa, San Esteban, Noviercas... Lo definían como “un predicador fecundo, de fácil y elocuente palabra, nutrido de doctrina, sencillo y tierno en la expresión”.
 
En 1885, al confiársele a la provincia agustiniana de Filipinas la custodia del monasterio de El Escorial y la dirección del Colegio Alfonso XII, fue nombrado vicerrector, director espiritual y profesor de Metafísica y francés. Fue además redactor y colaborador de la revista “La Ciudad de Dios”, en la sección canónica. Seguía alternando lecciones y sermones. Su oratoria le tituló como predicador supernumerario de la Real Capilla (7 de mayo de 1889). A la muerte de Alfonso XII, fue encargado de su oración fúnebre. Estuvo condecorado por la Sagrada Congregación de Obispos y Regulares con el título de Maestro en Sagrada Teología.

Colegio Alfonso XII
 
El 28 de enero de 1891 el ministro de Gracia y Justicia nombró a José López Mendoza como Obispo de Jaca por la muerte de Ramón Fernández y Lafita. A primeros de febrero se notificó a la Santa Sede. Su consagración tuvo lugar el 24 de agosto de 1891 por monseñor Pedro María Lagüera y Menezo, obispo de Osma, quien le había conferido la primera tonsura y todas las órdenes. Su entrada oficial en su diócesis fue el 27 de septiembre. Destacaremos de su estancia allá sus dos visitas pastorales a todas las parroquias, la elaboración de los Estatutos y Reglamento del Cabildo catedralicio y también los del seminario, así como la celebración del Sínodo Diocesano. Fundó el Círculo de Obreros Católicos, la Casa-Asilo para ancianos desamparados y restauró el monasterio de San Juan de la Peña. Acusado de invectivas contra las autoridades locales y gubernamentales, no supo ganarse a sus diocesanos, por lo que se barajó su nombre para la prelatura de Puerto Rico. Vamos, mandarlo lejos a sus cincuenta y un años.
 
"El faro de Castilla" del 30 de enero de 1891

La renuncia por “motivos de salud” de monseñor Antonio Ruiz-Cabal facilitó que el papa León XIII le promocionase para la sede de Pamplona el 14 de octubre de 1899. José hizo su entrada pública el 11 de marzo de 1900. Por informes del nuncio apostólico monseñor Arístide al cardenal secretario de Estado monseñor Merry del Val, se sabe “que el obispo de Jaca fue trasladado a Pamplona poco antes de su llegada a la Nunciatura [la de Arístide]. Oyó entonces hacer elogios de su doctrina, virtud y celo apostólico, y se le aseguró que su traslación a la diócesis más vasta y mucho más importante de Pamplona, fue también efecto de la adhesión del prelado a la dinastía reinante y de la seguridad que se tenía en las altas esferas sobre sus ideas opuestas a los partidos políticos integrista y carlista. Por el contrario el obispo comunicó en carta al nuncio que se encontraba “colocado entre carlistas, integristas y liberales, e inculpado respectivamente como afiliado a uno de esos grupos según conviene a los otros. De aquí nace una situación comprometidísima”.

"El eco de Navarra" 
del 12 de marzo de 1900
 
El obispo López Mendoza, aunque nunca manifestó sus preferencias políticas y se mantuvo por encima de los partidos buscando la unión de los católicos en las cuestiones religiosas, fue un ferviente partidario del catolicismo social que entonces recorría toda la Europa católica. Envió a los sacerdotes Flamarique y Yoldi a Valencia a iniciarse en esta visión y volvieron deseosos de aplicar esa vía entre liberales y socialistas. Surgió en Navarra un poderoso movimiento social agrario y cooperativista. El obispo lo apoyó incondicionalmente, creándose fuertes enemigos. En 1907 chocará con el “Diario de Navarra” por los ataques del periódico a los clérigos sociales. El obispo exigió una retractación y el periódico la dio.

Basilio Lacourt
 
Aunque, también el obispo apuntaba a los liberales decretando, el 28 de noviembre de 1900 la excomunión de Basilio Lacourt, director del semanario “El Porvenir Navarro” y de forma genérica a cuantas personas realizaban o leían el semanario. La bronca llegó a Madrid. El Ayuntamiento de Pamplona promovió un homenaje al obispo y, así, el 9 de diciembre de 1900 hubo una manifestación que terminó ante el palacio del obispo, quien agradeció las palabras de apoyo y reiteró su recomendación de que no se leyesen periódicos impíos –No creo que veamos en José una persona muy conciliadora-. El día anterior, el gobernador civil había prohibido la publicación del semanario por razones de orden público y la “serie no interrumpida de ataques a los sentimientos religiosos, que afortunadamente tan arraigados están en los hijos de este país”. La medida fue aplaudida por la prensa antiliberal y muy criticada por la mayoría de los diarios madrileños, llegando el asunto a las Cortes donde se plantearon preguntas al Gobierno y se ofrecieron incisivos debates sobre la libertad de expresión y la situación política del momento. En parte como resultado de estos sucesos, Lacort fue autorizado el 18 de diciembre a sacar otra publicación, que sería “La Nueva Navarra” y levantaría otra vez polémicas en Pamplona.
 
Estructuralmente, la diócesis de Pamplona tenía un seminario y dos colegios de vocaciones. Su cabildo estaba integrado por cinco dignidades, trece canónigos y catorce beneficiados. Otro cabildo más reducido atendía la colegial de Roncesvalles. Algunos de los diecinueve arciprestazgos eran de mayoría vascoparlante, siendo este un factor importante para que fuesen más tradicionalistas según ponían de manifiesto los prelados en sus “relationes ad Limina”. Había veinte conventos de religiosos y los monasterios femeninos eran doscientos cinco. Las monjas atendían veintinueve establecimientos asistenciales y de enseñanza. Una buena diócesis.

Palacio episcopal de Pamplona
 
Reiteramos que existían problemas como la división ideológica de los Católicos entre dinásticos y carlistas e integristas (en estos primaba la soberanía social de Jesucristo). En este avispero religioso e ideológico aterrizó José López Mendoza que conseguirá enemistarse con el clero más influyente de la diócesis. López Mendoza era inteligente pero, como ya hemos comprobado, sin mano izquierda para regir una diócesis tan conflictiva. Enseguida se le acusó de favorecer a los sacerdotes no navarros y de frecuentar a personas sospechosas para los verdaderos católicos.

Periódico "El Lábaro" 
del 11 de diciembre de 1900
 
La asignación de López Mendoza en el grupo de “antinavarristas” estaría reafirmada en las oposiciones a la canonjía de doctoral en junio de 1902. De nada le sirvió sus muestras antiliberales de 1900. En estas oposiciones perdió Hilario Yaben frente a Juan Gómez Delgado, leal al obispo y que no era navarro. Se azuzó la polémica con argumentos como que esta acción era una maniobra que tenía por objetivo “ir matando poco a poco nuestro espíritu foral”. Al poco, un grupo de canónigos firmaban una protesta contra el Obispo López Mendoza –que tampoco era navarro- rápidamente publicada en el “Diario de Navarra”. Eran los profesores Legaz, Garnica, Irujo, Hernán y Tirapu. El de Frías respondió suspendiendo las licencias de estos canónigos y destituyéndoles como profesores del seminario. Estos confirmaron que apelarían contra las medidas disciplinares que se les habían impuesto.
 
Hilario Yaben

Hilario Yaben agitó las aguas con una circular donde reivindicaba a los canónigos censurados y los apoyaba; declaraba que el “pueblo cristiano” lamentaba profundamente la decisión y la juzgaba injustificada; que los sancionados se habían limitado a defenderse de gravísimas imputaciones y a renunciar a los cargos de confianza, ya que carecían de ella para ejercerlos... El obispo Juan López pidió que se retirara esa circular amenazando con retirarles las licencias para ejercer el sacerdocio. El arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila, notificó oficialmente a López Mendoza la solicitud de apelación sus canónigos. Había que buscar una solución.
 
El 27 de septiembre de 1902 se firmaba un acta de conciliación, que se publicaría con algunas modificaciones introducidas unilateralmente por José López. Los canónigos protestaron privadamente y el arzobispo amonestó al obispo de Pamplona. Cuando el visitador apostólico revisó el asunto dejó claro que se notaban las tensiones internas del obispado. Una forma muy clerical de decir que se estaba empleando el foralismo navarro como arma tanto contra la ampliación de las funciones de un estado moderno que pretendía el gobierno y los liberales como contra la pérdida del monopolio nativo de los cargos eclesiásticos en Navarra.

 
La consagración en 1905 de dos nuevos obispos navarros, Baztán e Ilundaín, en diócesis no navarras – en este caso las diócesis de estos obispos no tendrían derecho a quejarse por tener un obispo “extranjero”- desencadenó más problemas al verse esta situación como ¡un ataque a Navarra! Por lo visto los seminaristas no asistieron al acto y el “Diario de Navarra” denunció los hechos. Ante la acción del periódico dirigido por Eustaquio Echauri Martínez –antiguo sacerdote-, el rector del seminario buscó la adhesión de los profesores a una protesta contra el diario. El acto de firmarla se interpretó como una adhesión al obispo. Por tanto, la actitud de los siete no firmantes era una provocación. López Mendoza les dio tiempo de rectificar, desde marzo hasta final de curso. Cuando hacia el 25 de septiembre se hizo pública la separación de los profesores, un nuevo artículo del “Diario de Navarra” quiso ser la convocatoria a una recogida de firmas, que no llegaron a trescientas, y de una manifestación contra el obispo.
 
La cosa no pareció ir bien para el rector ceutí del seminario Tomás Fornesa porque destituyó a algunos profesores. El jaleo salpicó al obispo que denunció una campaña contra su autoridad, fraguada y llevada a cabo durante varios meses por parte del “Diario de Navarra”. José López Mendoza decía que ese periódico excitaba “al católico pueblo navarro sumiso siempre y siempre dócil a sus legítimas autoridades, como verdaderamente católico, a un cisma que, abortado ahora por la misericordia y gracia de Dios, hemos de procurar que no se vuelva a intentar jamás”.
 
José López Mendoza García

López Mendoza firmó el 31 de octubre de 1905 una pastoral al clero y fieles de su obispado. Allí decía que aquello era una campaña que prostituía el catolicismo, al ponerlo al servicio de miras anticatólicas, ya que se dañaba la caridad cristiana. El prelado situaba al “Diario de Navarra” entre los “periódicos más o menos hostiles a la Iglesia católica y a sus ministros, cuya audacia había que sufrir y perdonar merced a la malicia de los tiempos”. Desobediencia al obispo y un exagerado regionalismo eran los dos aspectos condenables del periódico. Eustaquio Echauri juzgó que la condena era contra derecho y recurrió a Roma.

Arzobispo Soldevila y Romero
 
A la vez llegó al Vaticano un informe del arzobispo de Zaragoza. El objetivo de la comunicación de Soldevila era llamar la atención del cardenal secretario de Estado del Vaticano Rafael Merry del Val y Zulueta (español nacido en Londres), en previsión de que le llegaran quejas de los adversarios del obispo y para que la autoridad episcopal quedara a salvo, como el propio López Mendoza le pedía.
 
El obispo también escribió una extensa carta al cardenal secretario de Estado. En ella declaraba que la falta de autoridad episcopal provenía de “la altivez de carácter de estos naturales, una vana presunción de su saber y su valer, acompañada de una dosis excesiva de provincialismo, rayano, en algunos, en separatismo y muy poca caridad cristiana”. Unido esto al desprecio con el que miraban a los que “somos de fuera, especialmente, si no somos dóciles instrumentos de su suprema voluntad”. (Esto me recuerda a lo que dijeron dirigentes del PNV ante el nombramiento de Ricardo Blázquez como obispo de Bilbao). Para López Mendoza la lucha sorda contra su autoridad surgió tras la destitución de José Iguerategui y de Dámaso Legaz de sus puestos de provisor y vicario general y de rector respectivamente, para nombrar a dos “extranjeros”, Tomás Fornesa y Secundino Vitrián, canónigos de la Catedral y con mucho tiempo de residencia en la diócesis. Así, dos capitulares que aspiraban a esas vacantes, dos ex-profesores del seminario y el ex-rector formaron un bloque de oposición. Intentaron torcer la voluntad del obispo con motivo de las oposiciones a doctoral en 1902. El elegido, Juan Gómez Delgado, mayordomo del obispo, no era navarro. Aquella suspensión de licencias arriba citada no fue inicialmente total, sino que se limitaba a su ejercicio fuera de la catedral. Pretendía con esto evitar el escándalo y preparar el camino a la reconciliación, porque así podrían “con honor volverlas a recibir humillándose”. Pero cuando publicaron íntegro el oficio en el que se les comunicaban estas medidas disciplinares, entonces el obispo les retiró las licencias sin limitación alguna. No fue plena ni sincera la reconciliación tras el incidente, que, en el caso de Yaben se prolongó hasta febrero de 1903. Las presiones navarristas se dieron de nuevo ese 1903 cuando se proveyó la vacante de lectoral. El electo no era navarro, pero no tuvo consecuencias esta vez. Como vemos el de Frías se despachó a gusto en su carta.

Cardenal Rafael Merry del Val
 
López de Mendoza estaba convencido de que eran clérigos los que estaban detrás de la campaña contra él. Buscaban su marcha. Él Estaba dispuesto a someterse a la decisión del Papa pero, en principio, sólo ponía una condición: “que no quiera mandarme desprestigiado a ninguna Diócesis, pues estaría imposibilitado para hacer ningún bien, cualquiera que fuere, y que me deje retirar a mi Convento a llorar y a hacer penitencias por mis yerros”.
 
El 12 de noviembre de 1905 salían para Roma los enviados del “Diario de Navarra” con sus argumentos. Entiendan que la circular del obispo de Pamplona destruía los objetivos empresariales de los editores del periódico. ¡Por eso necesitaban una respuesta favorable de la Santa Sede! Rafael Merry del Val, conciliador, envía al obispo de Pamplona una fórmula de sumisión, en la que quedaba garantizada y a salvo la autoridad episcopal. El 21 de noviembre de 1905 Echauri firmaba su retractación en Roma, según la fórmula incluida por Merry. Y se envió a Pamplona.

Cardenal Aristide Rinaldini
 
El nuncio Rinaldini -¡¿Quién le mandaría aceptar la propuesta de López Mendoza?!- veía crecer el problema navarro más allá de España y pidió que se enviase alguien a investigar la diócesis. El 22 de noviembre de 1905 el secretario de Estado encomendaba al padre Ezequiel del Sagrado Corazón una misión informativa en Pamplona.
 
El obispo burgalés recibió la retractación de Echauri el 25 de ese mes e inmediatamente la publicó para que los párrocos la divulgaran entre los fieles. López Mendoza afirmaba que estaba “completamente satisfecho de la retractación”. Pero entendía que el acuerdo era un triunfo del “Diario de Navarra” y que él, López Mendoza, perdía prestigio ante la Santa Sede. Y volvió a asumirlo cuando le anunciaron el comienzo de la visita apostólica.
 
¿Por qué había elegido el recién llegado nuncio Aristide Rinaldini aquel 1899 al obispo de Jaca para la sede Navarra? Había escuchado buenas palabras sobre López Mendoza pero quienes lo elogiaban lo hacían en base a la fidelidad que los agustinos tenían hacia la Corona y deseaban a José en Pamplona como freno para carlistas e integristas, dos fuerzas políticas ajenas al sistema de la Restauración y una de ellas abiertamente antidinástica. Pero era como un elefante en una cacharrería. Insistía en decir que no estaba con ningún partido y que el clero debía ser apolítico. Las tensiones se agudizaron con la creación de las Ligas Católicas. Los carlistas se le enfrentaron, incluso mediante fakenews, lo que provocó que López Mendoza a través de una circular prohibiera al clero la lectura de “El Pensamiento Navarro” y la asistencia al casino carlista. El obispo informó al nuncio sobre los riesgos en los que se movía para el ejercicio de su ministerio pastoral. Excomulgó al director del órgano del partido liberal en Pamplona cuando Canalejas lanzaba su campaña contra el clericalismo. Por su parte, el partido conservador estaba convencido de que el obispo apoyaba a los carlistas. ¿Por qué? Porque Tomás Fornesa, el rector que nombró para el Seminario, era un conocido carlista, que ¡alardeaba de sus ideas políticas!

León XIII
 
El arzobispo de Zaragoza, Juan Soldevila, creía que la agitación existente era resultado de las medidas precipitadas y por exceso de celo del de Frías. La solución que Rinaldini veía era el traslado. Pero, para ello, necesitaba el consentimiento del obispo y debían endulzarlo dejando la sensación de que era una promoción. La clásica patada hacia arriba para que no moleste. José dijo no. Sin problema, el nuncio y el arzobispo estarían atentos para separar al prelado de Pamplona de alguno de sus consejeros y para cambiar al rector del seminario.
 
Tres meses después de iniciar su misión investigadora, el padre Ezequiel del Sagrado Corazón entregaba sus conclusiones: juzgaba difícil que López Mendoza recuperara la confianza de sus diocesanos y que volviera a gozar del prestigio exigible para el cargo. Opinaba que “la solución más prudente... sería la traslación del Sr. Obispo en la forma más decorosa que quepa, para que no tenga carácter de castigo y no se envalentonen los diocesanos de Pamplona ni sufra el prestigio del Prelado en la diócesis a donde vaya”.

Periódico "El Lábaro" del 8 de mayo de 1906
 
La propuesta de trasladar al obispo a otra sede tenía serios inconvenientes. El propio López Mendoza iba a adelantarse, el 13 de abril de 1906, a ofrecer su dimisión en una carta privada dirigida al Cardenal español José de Calasanz Félix Santiago Vives y Tutó, que era uno de los más influyentes miembros de la Curia Romana y a quien podía acudir con confianza. En esa carta dejaba patente su actitud de disponibilidad a retornar a la celda monacal. Pero Roma –en un estilo muy propio, muy clerical- no quería forzar la renuncia. Si López Mendoza la presentaba “Su Santidad se cuidaría muy mucho del prestigio del Sr. Obispo”. Al enviar su renuncia, el Obispo volvía a insistir en su convicción de que la situación podía haberse parado a tiempo y advertía sobre las consecuencias que podría tener este acto en las relaciones entre España y la Santa Sede. Se le aceptó la renuncia y se le impuso silencio. ¡Qué sorpresa! La advertencia López Mendoza se convirtió en una indicación para Rinaldini. Todo debía hacerse con discreción. Nada debía publicarse hasta que pudiera anunciarse al mismo tiempo la dimisión del obispo y el nombramiento de su sucesor, aunque este fuera un administrador apostólico.

Vivés y Tudó
 
El obispo contaba con la protección del partido liberal y del gobierno presidido por Segismundo Moret (1905-1906). Rinaldini no consiguió convencer al gobierno del carácter canónico del cambio de obispo. Para Moret era un triunfo de los carlistas y temía que los liberales tomasen la renuncia como una claudicación frente al Vaticano. Dado que el ministerio no se negó a negociar la pensión para el dimisionario, que se retiraría a un convento de su orden, el cardenal secretario de Estado juzgó que había base para negociar. No estaba en lo cierto. El gobierno estaba preocupado. Las dificultades surgían del clero y de otros “elementos reconocidamente ultrarregionalistas y separatistas”. Había una tradición que tenía como un derecho de la Corona que la Santa Sede no pudiera apartar a un obispo sin el consentimiento previo del gobierno.

Segismundo Moret
 
Entonces, hacia 23 de mayo de 1906, se presentó inesperadamente López Mendoza en Roma. Esta acción podía situar en mal lugar a la Santa Sede. Para el 11 de junio había regresado. Por eso era urgente poner de relieve que en nada había lesionado los derechos del gobierno, tal como se reconocían en el Concordato de 1851. La prensa de todos los colores hablaba del problema del obispado de Pamplona. Así el periódico “El Pueblo” apuntaba la teoría de que era una lucha entre Agustinos y Jesuitas por el poder en Navarra.

Periódico "El Heraldo Alavés" 
del 23 de mayo de 1906.
 
Inmediatamente Rinaldini escribió al ministro de Gracia y justicia, Manuel García Prieto. Pero ese año no pudo llegarse a ninguna solución. Un nuevo ministerio conservador abría una posibilidad, que había que intentar. Rinaldini acudió a entrevistarse con el nuevo ministro de Gracia y Justicia, el marqués de Figueroa, Juan de Armada y Losada. Se necesitaba un nuevo Obispo, capaz de acuerdos, y el nuevo ministro desconocía la situación.

Marqués de Figueroa
 
La cuestión no avanzó un solo paso en los años siguientes. Tuvo lugar entonces una iniciativa de varios seglares que en un escrito a Pío X se lamentaban de los graves desaciertos del Obispo y las consecuencias de estos. Así, el Papa, en 1909, exige que se aceptase la dimisión presentada por el Obispo tres años antes. Nada. El cansancio de la Santa Sede se ve en el hecho que, en 1913, el Secretario de Estado, Cardenal Merry del Val dejaba la solución del caso de la renuncia al Nuncio en España.

Papa Pio X
 
Por si fuera poco surgirá en abril de ese año una nueva crisis por mor de una denuncia de estupro –acto sexual valiéndose de preminencia sobre la otra parte- que salpica a Juan Gómez Delgado, el Doctoral, íntimo del Obispo y protagonista de otras trifulcas. La acusación se extendía a la tolerancia de López Mendoza con los clérigos que violaban las obligaciones inherentes a su celibato. El Obispo replicaba que “era peor vicio la soberbia de quienes no acataban su autoridad y a ella se oponían”. No había que extrañarse de estas acusaciones que eran arma común entre adversarios dentro del clero.
 
Se produjo entonces un cambio en la nunciatura de Madrid para alivio de Rinaldini. Al nuevo, Ragonesi, se le comentó el lío navarro y la posibilidad de la dimisión de López Mendoza antes de que se incorporara a su destino. Estuvo a punto de conseguirse en 1909 pero la caída de Maura el 21 de octubre de ese año frustró el arreglo.

Francesco Ragonesi
 
Francesco di Paola Ragonesi recibió una carta de Iguerategui y la acusación contra el Doctoral. Era muy importante que el nuncio tratara de llegar a un acuerdo con el gobierno conservador de modo que, ¡por fin!, saliera de Pamplona López Mendoza. Las acusaciones contra el Doctoral habían llegado directamente a la Santa Sede. El nuncio escribió de forma reservada al obispo. Indicaba que “con frecuencia el deshonor de los subordinados redunda desgraciadamente en detrimento de los superiores”.
 
López Mendoza respondió con una amplia carta: Las denuncias se remontaban a diez años antes; nunca habían estado dispuestos los que las presentaban y hasta publicaban en la prensa a ratificarlas en un tribunal, que incoara proceso contra el Doctoral; las acusaciones iban más contra él que contra el familiar; fueron estas quejas las que provocaron una visita de un comisionado de la Santa Sede; se redactaron “muchos folios”, sin que se hubiera sabido nada de lo que se escribió... Como sugerencias prácticas presentaba la formación de un proceso judicial para depurar las delaciones o que Roma diera crédito a quienes afirmaban que era incapaz de regir bien la diócesis y que, en consecuencia, tomara las resoluciones que juzgara mejores.

Benedicto XV
 
Leída la carta, el nuncio informó al obispo que las acusaciones estaban suscritas por personas “dignas de estimación y libres, al parecer, de pasión y parcialidad”. ¡Como si esto fuera posible! Ragonesi traspasó el problema a la secretaría de Estado del Vaticano. Y lo pareció resolver López Mendoza porque en una audiencia privada con el papa Pío X, ese 1913, vino la calma.
 
No sé si la paz fue duradera o solo una tensa guerra fría pero en 1916 se realizaron los fastos por las bodas de plata como obispo de José López Mendoza García que se celebrarían el 24 de agosto. Asistieron el Nuncio apostólico, monseñor Ragonesi; el arzobispo de Zaragoza y los obispos de Teruel, Vitoria, Tarazona, Segovia, Orense, Jaca, Salamanca, Oviedo y Sigüenza. Todo empezó con una misa a las diez de la mañana organizada por el Cabildo catedral. Ofició el propio obispo con un cáliz adquirido por suscripción ente los niños de la diócesis. Después se celebró una manifestación de homenaje a López Mendoza y a la una un banquete oficial para autoridades y personalidades. Por supuesto, hubo un banquete para el pueblo en el patio del seminario. ¡Para algo se es obispo! Tras la comida se celebró una velada literario musical con discursos de alago hacia López Mendoza. Por la noche hubo iluminación.

 
Para el pago de algunos festejos populares y dar regalos se abrió una suscripción popular. El Cabildo catedralicio le regaló un anillo pastoral, con una gran amatista labrada y el Clero parroquial un báculo de plata sobredorada con la imagen del Buen Pastor y las efigies de San Francisco Javier, San Saturnino, San Fermín, San Agustín, y las armas del Prelado. ¡Toma humildad y pobreza!
 
En la “visita ad limina” –visita obligada del obispo a Roma- de 1917 abrazó a su antiguo condiscípulo el Papa Benedicto XV (Giacomo della Chiesa), escena recordada con cariño en una pastoral. Aunque siguió girando visitas pastorales, su salud se vio bastante quebrada desde 1918, quedando muy mermado en su capacidad de trabajo y movimiento.

Periódico "Diario de Valencia"
 
José López Mendoza y García, de la Orden de San Agustín, Maestro en Sagrada Teología, Doctor en Derecho Canónico, Obispo de Pamplona, Caballero de la Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica, Predicador honorario de S. M., etc, murió a las nueve de la noche del 31 de enero de 1923. La causa fue el agravamiento de la bronquitis que padecía. No fue nada imprevisto porque a las diez de la mañana de ese día, entre vomitonas, se le administraron los Sacramentos por el deán, asistiendo el Cabildo, el Clero y seminaristas. El obispo enfermo pronunció palabras de despedida y bendijo a su diócesis y al Cabildo de la catedral.
 
Por el palacio episcopal desfilaron las autoridades y las personalidades más salientes de la población. El cadáver, revestido de pontifical, fue trasladado al salón del Nuncio, convertido en capilla ardiente. El ayuntamiento levantó la sesión en señal de duelo. Los funerales fueron presididos por el arzobispo de Zaragoza, Soldevila, y por el obispo auxiliar de la sede primada de Toledo.
 
Recapitulando, el bloque católico lo formaban en Navarra carlistas e integristas. Ambos grupos fueron subrayando su opción por la defensa de los fueros frente a un Estado que tanto liberales como conservadores querían fortalecer, autentificando sus bases parlamentarías, ampliando sus competencias para encarar los nuevos problemas, como la cuestión social, o secularizando sus instituciones como una forma de instaurar un ámbito de convivencia donde todos pudieran habitar. No era ese el horizonte del tradicionalismo católico español. Carlistas e integristas en Navarra y el naciente nacionalismo vasco, unieron los fueros patrios con la religión.
 
Merece destacar como aspecto más positivo de su gestión al frente de su diócesis el apoyo e impulso que prestó al catolicismo social: la fundación de La Conciliación, organización tripartita (obreros, patronos y protectores) que buscaba el bienestar moral y económico de la clase obrera; el nacimiento de las cajas rurales; la erección de la Federación Católico-Social de Navarra, organización más poderosa e influyente del campo navarro; y la celebración de la VI Semana Social (1912).

Frías
 
Un capítulo de especial interés es el referente a la Congregación femenina “Misioneras de la Eucaristía” que fue fundada en 1916 por una colombiana, la madre Soledad de la Torre, y contó con el favor del Prelado de Pamplona, que la erigió canónicamente en 1920. Muy polémica resultó la “Obra de los sacerdotes niños” rama de la congregación que fue suprimida por la Santa Sede tras el fallecimiento del Obispo López de Mendoza. La Congregación se extinguió tras la muerte de la fundadora, sin haber recibido la aprobación romana.
 
Dejó un puñado de pastorales entre las que destacan las conmemorativas de los grandes centenarios: Año santo (1900), edicto de Milán (1913) y canonización de San Francisco Javier (1922). Sus circulares fueron más de 400.
 
 
 
Bibliografía:
 
Real Academia de la Historia. Jesús Álvarez Fernández.
Institutum Historicum Augustinianum.
“Iglesia y navarrismo (1902-1913). La dimisión del obispo López Mendoza”. Cristóbal Robles Muñoz.
Auñamendi Eusko entzikopedia.
Periódico “La fidelidad castellana”.
Periódico “La correspondencia de España”.
Periódico “La Libertad”.
Periódico “La paz de Murcia”.
Revista “La política de España en Filipinas”.
Periódico “El eco de Navarra”.
Periódico “El Lábaro”.
Periódico “La Cruz”.
Periódico “El Pueblo”.
Periódico “La Tarde”.
Periódico “Diario de Valencia”.
Periódico “Telegrama del Rif”.
Periódico “Heraldo de Madrid”.
“Revista ibero-americana de ciencias eclesiásticas”.
Periódico “La Acción”.
Periódico “La época”.
Periódico “La Voz”.
“Escritores burgaleses”. Julián García Sainz de Baranda y Licinio Ruiz.
Gran enciclopedia de Navarra.
Centro cultural San Agustín.
A un clic de la aventura. Blog de viajes.
Periódico “ABC”.