Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 27 de noviembre de 2022

¿De verdad tenemos tumbas reales de diferentes reinos juntas en Oña?

  
Volvemos a la villa condal de Oña. Lugar que también tiene su nacimiento mítico pero falso: nos explica Flórez que el nombre procede del conde Sancho quien, tras matar a su traidora madre, fundó un monasterio al que puso el nombre de la difunta que, convenientemente se llama en esta historia Onna y no Ava como en el relato de Los monteros de Espinosa. ¡Romántica mentira! Lo único cierto es que sí lo fundó el conde Sancho en 1011 junto con su mujer la condesa Urraca.

Oña
 
Su gran desarrollo vendrá de la mano de Sancho el Mayor (Sancho Garcés III, 992-1035) quien trajo al monasterio todas las influencias europeas. Durante el Siglo XI Oña fue favorecido por la estrategia política de este monarca. La iglesia y el claustro, por su parte, se convirtieron en Panteón Condal y, luego, en primer Panteón Real de Castilla.
 
Desde un punto de vista artístico tenemos reformas en la iglesia y en el edificio en general, ya desde el siglo XII y muy especialmente desde el Siglo XV. Los últimos restos románicos desaparecieron en el Siglo XIX.
 
La epigrafía de este cenobio está situada en la Capilla Mayor que remplazó el ábside gótico. Los sepulcros se encuentran en un baldaquino protegidos por un templete tallado en madera de finales del Siglo XV. En sus paneles se representan varios pasajes de la Pasión y Muerte de Jesucristo obra de Fray Alonso de Zamora. El conjunto está dividido en el Panteón Real y el Panteón Condal. El primero del lado del Evangelio (Izquierda mirando al altar) y el segundo del lado de la epístola (derecha). La ubicación previa de estos restos nos la indica el padre Yepes: “Así digo que en el claustro principal de esta casa están enterrados muchos varones excelentes en carneros y arcas de piedra labradas muy curiosamente con sus armas y letreros, que servirán de elogios y vidas breves para que sus descendientes conozcan cuán valerosos fueron sus progenitores”. Acabamos de leer una de las razones para escribir un epitafio: el recuerdo orgulloso. Otro era favorecer que el lector rezase por el alma de ese difunto. Y, apunta, ¡estaban en arcas de piedra!

Cortesía de "Planeta Dunia".
 
En este sentido, el nuevo emplazamiento también juega un papel destacado al estar situados en un lugar próximo al altar. Las citadas estructura y ornamentación actúan como reclamo publicitario de peregrinos y dádivas. Los textos de Oña son breves con datos que resaltan la huella del muerto en la historia del monasterio. Ninguno de los epígrafes destaca sobre los otros ni en extensión ni en méritos.
 
Sorprende, a su vez, que los epitafios del siglo XV no están escritos en piedra, en unos sarcófagos de piedra, sino que son inscripciones en madera. Este material, junto al metal, los esmaltes, telas, orfebrería, yeso o pinturas es raro encontrárselo por su difícil conservación y su facilidad de reutilización. Además, la técnica más habitual en las inscripciones en madera era escribir mediante pintura en ella. Sin embargo, aquí lo que se utilizó fue la taracea. Esto es, la incrustación de piezas de madera que provocan un contraste con el soporte de manera y dibujan las letras. Los sepulcros de la Iglesia del Monasterio de San Salvador de Oña fueron tallados en madera de nogal y taracea de boj por el monje benedictino Fray Pedro de Valladolid en estilo gótico mudéjar.

 
La creación de los Panteones en la iglesia son debidos al abad fray Juan Manso, que empezó su mandato hacia 1485, quien, según Íñigo Gómez Barreda –principios del siglo XX-, “… fue hacer los panteones de los reyes y colocarlos en ellos al lado del altar mayor. Hizo así mismo la gran sillería de su coro, unida a los sepulcros y de una misma talla o filigrana”.
 
¿Por qué trasladar y cambiar los féretros de los difuntos? Estamos ante lo que se llama “Renovationes”: inscripciones que, con un texto nuevo, recogen la noticia esencial de un epígrafe anterior por estar deteriorado, desaparecido o su idioma y su forma externa impiden que los mensajes fuesen entendibles para el público contemporáneo. ¡Y las renovaciones fueron algo bastante común en esos años! Estos trabajos se realizan con los gustos y maneras del momento en que se reescriben. En Oña nos encontramos con una escritura gótica minúscula gemina, sin líneas de pautado, muy cuidada propia de los albores de la Edad Moderna, alrededor del año 1500.
 
Vayamos poco a poco con ellos. Empezaremos por el Panteón Real, el de la izquierda. Y por el sarcófago de la izquierda avanzando hacia la derecha.
 
En el baldaquino del lado del evangelio nos encontraremos el epitafio del infante García (1142-1146). Tiene Buen estado de conservación:
 
El ynfate
_
do Garcia hijo
_ _ o
del eperador do A
 
“El infante don García, hijo del emperador don Alfonso”. Es decir, hijo de Alfonso VII y doña Berenguela de Barcelona. Finado en 1146, no conservamos más noticia de su epitafio que esta renovación de finales del periodo medieval.

 
Nos encontramos con uno de los textos más escuetos de todo el panteón. Carece, incluso, del "aquí yace". Destacaremos que se abrevia el nombre del emperador y no se indica cuál de los "Alfonsos" es, lo que indica que el infante y su temprana muerte habían sido hechos que trascendieron el paso de los siglos. Esto es lógico ya que el infante había sido educado en el monasterio y toda su vida había estado ligado a la villa de Oña.
 
Siguiendo en orden por el Baldaquino nos encontramos el Epitaphium sepulcrale renovado de doña Mayor, Munia o Muniadona (990-1066) de Castilla, mujer de Sancho Garcés III:
 
aquí yaze
la reyna muger
del rey dō sācho abarca
 
Si son perspicaces verán que hay un problema al estar este texto referido a su marido –que comentaremos a continuación- y ser, como lo será el otro, muy ambiguo. Ricardo del Arco recoge la información que Yepes escribía sobre Oña donde se conservaba, junto a la sepultura de Sancho el Mayor, la de la reina Mayor. La tablilla que le acompañaba rezaba: “en la tercera tumba junto a esta esta sepultada la muy esclarecida señora reyna doña Mayor, hija del conde don Sancho, señor de Castilla, y muger del señor rey don Sancho el mayor, rey de Aragón y de Navarra y después de Castilla”. Aunque parece que este no era el epitafio original. Sin embargo existe gran controversia al respecto, ya que los restos se los disputan también la colegiata de San Isidoro de León y la iglesia de San Millán de Suso de Logroño, donde fueron enterradas además Toda, la esposa de Sancho I y Jimena, esposa de García Sánchez I.

 
En este caso en el epitafio no figura ni siquiera el nombre de la finada destacando solo el hecho de ser cónyuge del rey navarro. Usando el apelativo Abarca con lo cual no habría dudas sobre quién está en el sepulcro siguiente. O sí.
 
Quizá el Epitaphium sepulcrale más importante sea el de Sancho III, el Mayor -Sancho Garcés III (990-1035)- que reinó entre 1004 y 1035 como rey de Pamplona aunque llegó a dominar los territorios de Castilla, Álava y Monzón. Fue sin duda el monarca más influyente del Siglo XI, llegando a ser denominado como “Rex Ibericus”. Conde consorte de Castilla por su matrimonio con Muniadona, entregó el monasterio de San Salvador definitivamente a los monjes cluniacenses.


El texto actual dice:
 
aqui ya
ze el rey don
sancho abarca
 
El padre Enrique Flórez nos salvó el texto que anteriormente estaba en la tumba de este rey y que, al parecer, nos evitaría cualquier duda. O no. Flórez advierte que estos epitafios fueron copiados en época de Fernando I (1016-1065): “Tal como se lee en esta inscripción, aquí yace el rey Sancho, padre del rey García y tuyo también, Fernando. Este rey Sancho fue yerno del conde Sancho y padre del rey Fernando el grande, de García rey de Navarra muerto en Atapuerca y de Ramiro, rey de Aragón. Murió finalmente, tras muchas batallas contra los sarracenos y muchas victorias sobre ellos, el año 1035”. Se trataría de una información confusa porque hace mención a hechos posteriores a la muerte del rey Sancho. Bien es cierto que puede deberse a una redacción tardía del epitafio pero al no conservarse la inscripción no podemos valorar más que la información histórica que en él se recoge.

 
Yepes, recoge, con errores –dice él- un epitafio que se conservaba en Oña: “En la segunda tumba junto a ésta (lo cual dice por la del rey D. Sancho, que murió sobre Zamora, que está en el primer lugar) descansan los huesos del serenísimo Sr. D. Sancho el Mayor, que por sobrenombre fue llamado Abarca, el cual fue rey de Aragón y de Navarra, y después hubo el reino de Castilla, porque fue casado con doña Mayor, hija del señor donde don Sancho, que fue señor de castilla. Este señor rey reformó este monasterio y trajo a él monjes de San Pedro de Cluny, de Francia, y puso por primer abad de esta casa al glorioso padre San Iñigo, santo canonizado con autoridad de la Iglesia romana, y dio a este monasterio este señor rey grandes exenciones y libertades, porque también fue delegado del Papa en estos reinos de Castilla. Pasó de esta vida a gozar de la bienaventuranza a 18 días del mes de octubre, año del nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de 1039”.
 
Para Ricardo del Arco y Garay no estaríamos ante la tumba de Sancho III sino ante la del abuelo, la de Sancho II (m. 925), conocido como Sancho Abarca. Sin embargo, son numerosos los estudiosos que se afanan en justificar la inclusión de tal apelativo para identificar al finado a través de sus ancestros. No sería nada extraño siendo un criterio que se mantenía en los epitafios o noticias sepulcrales extensas altomedievales que se le aplicase a Sancho III.

 
De lo que estamos seguros es que en el momento de elaboración de esta Renovatio y de la actualización del panteón, Manso pretendía identificar en este sepulcro al gran rey navarro. Lo que ya no resulta tan fácil es explicar si estamos ante una equivocación o un acto intencionado. Su custodia se la han disputado tradicionalmente a Oña la basílica de San Isidoro de León y el monasterio de San Juan de la Peña de Aragón.
 
Sin embargo, la importancia del acto publicitario no se ve afectada y mucho menos la intencionalidad del abad Manso al “publicar” su memoria. Si la tradición recogía la presencia de los restos de Sancho el Mayor en una determinada tumba dentro de la primitiva iglesia del monasterio, bastaba “resucitar” su epitafio en el panteón del siglo XV y situarlo en un lugar destacado. Por otro lado, es indiscutible la ligazón entre Oña y el monarca navarro y los beneficios que el templo burgalés había recibido en tiempo de este rey.
 
Una cuarta figura regia la tendríamos en el epitaphium sepulcrale de Sancho II de Castilla, Sancho “El Fuerte” (1038-1072):
 
aquí yaze
_ _ _
el rey do Sacho q
_
mataro sobre zamora
 
Aquí ya se olvidan los datos de filiación y se utiliza el hecho más relevante de la vida del monarca para identificarlo y el hecho de que fue rey. De los “sanchos” éste siempre será recordado por la traición sufrida a manos de su hermana Urraca en Zamora donde Bellido Dolfos le dio muerte. Su alférez, el Cid Campeador, llevó sus restos hasta el Monasterio de Oña, como era su voluntad. Lo que sería, también, un gesto político al asumir que estaban allí enterrados su abuelo, Sancho III el Mayor y su abuela Muniadona de Castilla. Así lo describía la Chronica Sepulcral, recogida por Berganza, que debía decorar el sepulcro original del rey: “Sancho, comparable por su belleza a Paris y por su valentía con las armas a Hector, está recluido en esta tumba, reducido ya a cenizas y a una sombra. Su hermana, mujer de corazón despiadado, le quitó la vida, contra todo derecho, no lloró al hermano muerto. Este rey fue matado por la intriga traidora de su hermana Urraca en la ciudad de Numancia (Zamora) por la mano de Bellido Adolfo, el gran traidor. El siete de octubre del año 1072 me arrebataron del rumbo (normal) del tiempo”.

 
Pasándonos al Panteón Condal y comenzando en el mismo orden, por la izquierda, estudiamos el epitafio del conde Sancho García (m. 1017), el fundador del monasterio de Oña. Era nieto de Fernán González, primer conde castellano independiente del reino de León e hijo de García Fernández “el de las manos blancas”. Fue apodado como “el de los buenos fueros” por las numerosas concesiones que otorgó a numerosas poblaciones castellanas. En epitafio dice así:
 
aquí yaze
el conde do Sacho
fundador desde monesteryo
 
Un texto muy parco para lo que Berganza nos refiere de la Chronica sepulcral del conde Sancho: “Sanctius iste Comes, populis dedit optima iura: Cui Lex Sancta Comes, ac Regni maxima cura. Mauros destruxit, ex tunc Castella reluxit; Haec loco construxit, istinc normam quoque duxit: Tandem vir fortis, devictus pondere mortis, Pergens ad Christum, mundum transposuit istum. Comes iste post multas victorias habitas de Sarracenis quievit in pace sub Era MLV. Nonis Februarii”. El epígrafe recoge las numerosas bondades, tanto bélicas como morales, del conde. Pero desconocemos, a ciencia cierta, si este era el epitafio que estaba grabado en su tumba.

 
Según Berganza, la lápida debió estar situada en la iglesia, próxima a la puerta principal. Sin duda, un lugar de fácil acceso al lector cuya atención, nada más entrar en el templo, había de ser conducida hacia el sepulcro y su inscripción para admirar los merecimientos de su fundador y tomarlos como ejemplo.
 
Lo sorprendente es que el nuevo necrologio que recuerda hoy la memoria de Sancho contenga unas escasas nueve palabras. Es evidente que ni su funcionalidad ni su intención eran la misma. Ahora, a finales del Siglo XV, la historia oniense era de sobra conocida y únicamente era necesario recordar las glorias pasadas. Lo hicieron mediante epitafios con el nombre de sus personajes más ilustres, y su la acción más importante para el templo.
 
La siguiente que tenemos en el baldaquino del lado de la epístola es la epitaphium sepulcrale de la condesa Urraca Gómez -esposa del conde Sancho García y madre de Muniadona de Castilla, esposa de Sancho III el Mayor-:
 
Aqui yace la
cōdesa doña Vrraca
muger del cōde dō sācho
 
La noticia más antigua sobre su óbito la encontramos en Yepes quien pudiera haberse inspirado en el epitafio original para redactar las siguientes líneas: “La segunda arca, junto a esta primera, guarda los huesos de la serenísima Señora la condesa doña Urraca, mujer del dicho señor conde don Sancho de Castilla, en la cual hubo el dicho señor conde un hijo y tres hijas; conviene a saber, al infante don Carlos, que fue muerto a traición en la ciudad de León; la mayor de las hijas llamaron doña Mayor, que fue casada con el rey D. Sancho el Magno, y Mayor por otro nombre, y a la segunda llamaron doña Teresa, que fue casada, según algunos dicen, con el rey D. Bermudo de León, y a la tercera fue la dicha doña Trigida, virgen, que está dicha señora condesa doña Urraca pasó de este mundo al reino de los cielos a 20 días del mes de mayo, año del Señor de 1025”.

 
No es casualidad que al situar éste arca junto al de su marido primase en el epitafio del siglo XV su relación con él en la redacción del epitafio moderno.
 
La tercera es la sepultura, en escritura gótica minúscula, del conde García II Sánchez (1009-1029). Amador de los Ríos destaca que la mayoría de los estudiosos sitúan el cuerpo en el templo de San Juan Bautista de León, aunque él sostiene que sus restos están “a no dudar” dentro de un arca de madera en Oña. Dice: “Aquí yace el tercer conde don García, hijo del conde don Sancho”.
 
Aqui yaze
El III cōde dō garcia
hijo del cōde dō sācho
 
Como vemos los datos recogidos en este epitafio se limitan a la filiación paterna. Pensaríamos que yace aquí por ser hijo del conde fundador y para hacer bulto de su linaje en el panteón. ¿Por qué sólo lo presentan como “hijo de”? Puede ser por la falta de espacio en el arca; por la necesidad de ubicar históricamente al personaje; o porque murió joven y no hay cosas que destaquen de él. Ni siquiera su traumática muerte.

 
Su epitafio original, extenso y del que conservamos copia literaria, relata la trágica muerte del joven. En esta ocasión es Argaiz de quien tomamos la noticia: “Hic aetate puer Garsias Absalon alter fit cinis: Illud erit, qui gaudia mundi quaerit. Mars alter durus bellis erat ipsi futurus; sed fati serie prius occubuit. Hic filius fuit Santii istius comitis, qui interfectus fuit prodisione a Gundisavldo Munione et a Munione Gustio, et a Munione Rodriz et a multis aliis, apud Legionem civitatem”. Además, Argaiz nos dice que este primitivo epitafio se encontraba a los pies de la iglesia cincelado en un arca de piedra. Y algo más: “Tengo una curiosa antigüedad en el Archivo de Oña, no vista hasta oy, que es el epitafio, que luego traxeron de León el cuerpo, le pusieron al Infante en la Tumba de piedra, donde le dieron sepulcro a la puerta de la Iglesia, en compañía de sus padres: y algún curioso, temiendo que cuando los metiera dentro del templo se perdieran, lo sacó y copió”.
 
El cuarto y último sepulcro del lado de la Epístola alberga los restos de los infantes Felipe (1292-1327) y Enrique (1288-1299), hijos de Sancho IV y María de Molina. El hecho de que ambos infantes compartan arca ya es significativo de la relevancia que se dio a ambos en el siglo XV. Únicamente se trata de recoger la memoria de que fueron enterrados en Oña y que aún se custodian sus restos en San Salvador. De nuevo se trata de restos con un valor cuantitativo, que engrosen el panteón real. La noticia de Yepes al respecto del enterramiento de estos infantes no es muy descriptiva: “En la cuarta tumba están los huesos de los serenísimos infantes, hijos del rey D. Sancho IV, rey de Castilla y de León, el cual mandó edificar la capilla de Nuestra Señora de esta casa para el enterramiento de los señores reyes, que después por mayor honra fueron trasladados a este lugar, en que están ahora”.
 
Los infates d
_ _ _
filipe y do eriq h
_ _ _ O
jos dl rey do sacho el IIII
 
“Los infantes don Felipe y don Enrique, hijos del rey don Sancho el cuarto”.

 
Filiación paterna para identificar a los personajes. En este caso, y a pesar de que su padre, el rey Sancho IV, no fue enterrado en Oña, se hace mención a su figura para engrandecer, publicitariamente, la historia de templo, amén de ayudar a reconocer más rápidamente a los finados. Así se aumenta la efectividad del abad Manso a la hora de revitalizar la tradición oniense a través de la publicidad epigráfica.
 
La sepultura del infante Felipe se la disputan el monasterio de las Huelgas de Burgos y el monasterio de las Dueñas de Santa Clara de Allariz. Por su parte, el infante Enrique podría estar en la capilla mayor del convento de los dominicos de San Ildefonso de Toro, siguiendo la tradición del testamente de su madre María de Molina.
 
Pero no solo las cartelas dan problemas historiográficos sino que los escudos que se pusieron en el testero de los ataúdes son ajenos a la tradición heráldica. Los escudos de Sancho el Mayor y su mujer son anacrónicos. EI primer cuartel a la derecha tiene las barras de Aragón y Cataluña, y el segundo las cadenas de Navarra, el tercero el castillo de Castilla, y el cuarto otra vez las barras de Aragón. ¡Barras y cadenas en tiempo de Sancho el Mayor! El mismo escudo aparece en las ménsulas y arranques de la crucería del claustro gótico, coetáneo de los ataúdes.

 
Podemos ir cerrando la exposición sobre los nobles enterrados en Oña pero es de ley dejar constancia de que estos no fueron los únicos con tal privilegio. Yepes da noticia de los necrologios del conde Gómez Salvadores y su mujer Urraca, del conde Rodrigo y su mujer Elvira, del camarero del conde Sancho, Gutiérrez Rodríguez, del conde Gonzalo Salvadores y su hermano el conde Nuño y del caballero Diego López de Villacanes.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Las inscripciones medievales de la provincia de Burgos: siglos VIII-XIII”. Tesis doctoral de Alejandro García Morilla.
Museo de arte sacro “San Salvador” de Oña.
Blog “Arte, Historia y Curiosidades”.
“Sepulcros en el Monasterio de Oña (1844)”. Alfred Guesdon (1808-1876).
“Sepulcros del monasterio de San Salvador en Oña, Burgos”. Cecilio Pizarro Librado.
“Burgos”. Rodrigo Amador de los Ríos.
“La actividad publicitaria con fines propagandísticos: el caso de las renovationes epigráficas. El impulso renovador del abad Juan Manso”. Alejandro García Morilla.
Real Academia de la Historia. Art. de Ernesto Zaragoza Pascual.
Miladoviajero.com
 
 
Anexos:
 
Fray Alonso de Zamora fue un monje benedictino de este monasterio de San Salvador de Oña que en el cambio de siglo entre el XV y el XVI dispuso de un taller de pintura. Se le conoce como el Maestro de Oña. Se identifican sus pinturas, aparte de por la influencia flamenca, por rasgos anatómicos afilados. Pintó entre 1485 y 1510. Se le adjudica el retablo de San Pedro del monasterio de San Pedro de tejada (fechado hacia 1503-1506) y, en Oña, los frescos del atrio y la decoración de los panteones reales, en la que abundan los motivos heráldicos. Pertenecieron igualmente al monasterio oniense las sargas sobre la Pasión de Cristo que decoraron el claustro (hoy en el Museo de Burgos) y un retablo dedicado a Cristo que está en Espinosa de los Monteros. En la Catedral de Burgos hay una Natividad de Jesús (1500) atribuida a su taller.

Retablo de San Pedro de Tejada
 
Antonio de Yepes Torres (1552-1618). Fue hijo único del matrimonio Francisco de Yepes y Ana de Torres, vecinos de Valladolid, y tomó el hábito benedictino en el Monasterio de San Benito el Real de Valladolid el 19 de enero de 1570. Profesó al año siguiente y pasó a estudiar Teología al Monasterio de San Zoilo de Carrión de los Condes (Palencia), de donde fue también predicador, igual que de Santa María la Real de Nájera (La Rioja) (1580-1583). Luego fue lector de Artes de los Colegios de Nuestra Señora de la Misericordia de Frómista (Palencia) (1583-1586) y de San Pedro de Eslonza (León) (1586-1589), abad de San Vicente de Oviedo (1589- 1592), San Juan Bautista de Corias (Asturias) (1592-1595), del Colegio de San Vicente de Salamanca (1598-1601) y en dos ocasiones de su Monasterio de Valladolid (1610-1613, 1617-1618), donde en 1617 fundó el Colegio de Infantes, que fue un semillero de vocaciones benedictinas y de otras órdenes y de personalidades notables de la Iglesia y el Estado. Murió siendo abad de Valladolid, y fue enterrado en el claustro del Monasterio con todos los honores. Sobre su tumba pusieron este elogioso epitafio: “Hic lapides ocultat cineres, non nomina clara/ Antonii Iepes detegit illa Deus/ Vivit in aeternum chronicus, iam terque bis abbas/ bis deffinitor, religione gravis”. Fue asimismo dos veces definidor general de la Congregación de Valladolid (1595-1598, 1613-1617), la última vez residiendo en el Monasterio de Valladolid, en calidad de lector de Teología Moral.
 
Su estilo claro, penetrante, sólido, fluido y ameno, le coloca entre los literatos del Siglo de Oro de las letras españolas. Su entendimiento claro, su memoria prodigiosa, sus exquisitos discernimientos y juicio desapasionado notables, además de las sólidas bases documentales y archivísticas sobre las que funda su historia, en busca de las cuales recorrió todos los archivos monásticos de Galicia, Asturias, Castilla, León, Rioja y parte de Navarra, dieron como fruto su Crónica General de la Orden de San Benito, que abarca la historia de los monasterios benedictinos de Occidente desde su fundación hasta el siglo XII, aunque naturalmente por lo que se refiere a la Península Ibérica es más abundante y seguro, por la mayor cantidad de documentación de primera mano que pudo consultar. Esta obra, que le dio fama universal y le inmortalizó.
 
 

domingo, 20 de noviembre de 2022

Perseguido por “robapán”.

 
La Guerra de la Independencia española, dentro del ciclo de las guerras napoleónicas, propició la aparición de un formato literario que llamaríamos “memorias de soldados” que recogían sus impresiones sobre nuestra primera guerra patria del siglo XIX. Claro que salpimentado con anécdotas y observaciones acerca de las tierras y gentes donde éstos se desarrollaron. Bien es cierto que no son relatos históricos porque, este género tiene su buena cantidad de imprecisiones. Distinguiríamos, por ello, dos tipos de viajeros: los “notariales” que se limitan a dar testimonio de lo que ven o creen haber visto; y los “turistas” que confunden adrede lo que han visto con lo que, consciente o subconscientemente, hubieran deseado ver.

 
Un factor que nos dejan las “memorias de soldados” es las muestras de camaradería entre ellos. Un camarada era un miembro conocido de unidad militar, del batallón, de la sección… Era el elemento básico de solidaridad entre la tropa. Más profundo era el “fellow”, un compañero-amigo, a quien se le podía confiar la vida. La amistad se originaba al cobijo de la vida cotidiana en los campamentos o en las largas y difíciles marchas a través de los caminos y montes de la Península: compartir enseres habituales, raciones de alimentos, compartir el ocio y conversaciones, las guardias y salidas vivaqueras. Y la fidelidad religiosa, en especial católicos británicos, a modo de lazo de defensa mental dentro de sus propias filas.
 
Incidimos en “el reparto de la comida”, donde lo más frecuente en el inicio de una amistad duradera era el reparto voluntario entre hombres de confianza de los alimentos que tenían. Al respecto, las raciones reglamentarias dentro del Ejército Británico eran abundantes, pero poco apetitosas, monótonas y no muy nutritivas. Estaban basadas en grandes cantidades de un tipo de galleta de cereal, combinadas con legumbres y hortalizas. Además, los productos de mejor capacidad nutritiva iban a parar a los hombres de graduación y rango más altos, con las consecuentes derivaciones en cuanto a vigor y capacidad de aguante en lo cotidiano y, posteriormente, en situaciones de combate de la tropa. El rancho fraguaba amistades dado que son múltiples los casos de soldados veteranos ofreciendo algún trozo de pan de centeno, galletas de cereal o incluso trozos de carne a los soldados novatos que no solían preservar bien sus alimentos. También encontramos amistades surgidas en la obtención de alimentos o en la información de localización de huertas o establos. Paralelamente hemos de reseñar que, si bien el Ejército Británico se autoabastecía con sus propias viandas (siendo prácticamente las únicas fuerzas armadas mínimamente eficaces en tal tesitura logística), en cuanto existía escasez entre las tropas la reacción inmediata era doble: la compra y el saqueo, bien de granjas y huertas, bien de poblaciones civiles enteras.

 
Por supuesto, había otros factores que aunaban amistades como el alcohol, el cuidado de los enseres de los compañeros, el compartir guardias de regimiento o batallón mientras los compañeros descansaban -que, además se hacían en pareja-, o el redistribuirse el peso durante las marchas (con casi 45 kilos de macuto a las espaldas, entre provisiones, enseres y munición).
 
Todo esto lo podemos ver reflejado en la traducción de la obra “Portrait of a soldier” del Private Edward Costello, del nonagésimo quinto de Rifles:
 
“Tras algunas escaramuzas y cañoneos (los franceses) prosiguieron su retirada hacia Burgos. A la mañana siguiente nos sobresaltó una tremenda explosión, que en un principio indujo a muchos de nuestros hombres a pensar que se trataba de un terremoto, hasta que comprobamos que se debió a la explosión de una mina, con la que los franceses habían destruido el castillo y algunos de las obras de la localidad de Burgos.

 
El 16 de junio (de 1813) pasamos por el bonito y pequeño pueblo de Medina de Pomar, y acampamos al otro lado de él, cerca de la orilla de un gran río (¿Río Trueba? ¿Río Nela?). En esta marcha sufrimos mucho por la deficiencia de suministros de la comisaría, como raciones que rara vez recibimos. Yo y uno o dos más, con unos pocos centavos, decidimos partir a escondidas, ya que no se nos permitió movernos de nuestro campamento, y comprar pan en un pequeño pueblo que vimos al otro lado del río, que vadeamos sin ser vistos, y entramos en el pueblo. Allí, sin embargo, la alarma de la gente se hizo muy grande ante nuestra aparición, y no queriendo aparentemente tener ningún trato con nosotros, pidieron un precio inmenso por el pan. Irritados por esta conducta y empujados por el hambre, tomamos un pan cada uno y arrojamos el precio habitual en el país. Al ver que estábamos todos totalmente desarmados, porque ni siquiera teníamos nuestras armas individuales (fusil y bayoneta), la gente empezó a protestar contra nosotros y tuvimos que correr por nuestra seguridad. Hicimos esto, llevando los panes con nosotros, hasta que fuimos alcanzados por algunos campesinos de pies ligeros armados con cuchillos y garrotes. Puesto que nuestras vidas estaban en peligro por el pan tan caro obtenido, nuestro grupo recurrió a las piedras para defenderse. "Muerte a los perros ingleses". “Matad a los perros ingleses”, era el grito generalizado de los españoles, mientras blandían sus navajas. Evidentemente, estaban a punto de precipitarse sobre nosotros, por lo que mis propias aventuras personales y las de mis compañeros, con toda probabilidad, se habrían terminado en el acto, cuando varios hombres de los regimientos 43 y 52, pertenecientes a nuestra división, volvían corriendo, como nosotros, tras buscar comida entre los españoles.

 
Apenas habíamos escapado del ataque de los españoles y llegamos a la orilla del río, cuando el general sir Lowry Cole se acercó al galope con parte del estado mayor, que de hecho podría denominarse la policía del ejército. "¡Hola! ustedes, bribones saqueadores de la división ligera, ¡deténganse! " fue la orden del general, mientras se levantaba las gafas que usaba de la sien. Nos quedaba un único recurso, que era zambullirnos en el río, que en esa parte era muy profundo, y cruzar a nado con el pan entre los dientes. Nos lanzamos de inmediato, cuando Sir Lowry, en un tono agitado, que honraba su corazón, gritó: “¡Vuelvan a la orilla, hombres, por el amor de Dios, se ahogarán! Vuelvan y no les castigaré ". Pero los temores del general eran innecesarios; pronto salimos en el otro lado.
 
Al llegar a nuestro campamento nos encontramos con que habían pasado lista varias veces y que nos habían puesto “ausentes sin permiso”; pero tuvimos la suerte de escapar con una leve reprimenda.
 
No puedo dejar de hacer aquí algunas observaciones con referencia a los hombres que componían nuestro batallón en la Península. El lector podrá imaginarse que aquellos hombres, que tenían la costumbre de buscar comida después de un día de marcha, no eran más que soldados indiferentes. Permítame, con algunas pretensiones del nombre de un veterano, corregir este error e informar al lector, que estos fueron los mismos hombres cuya valentía y atrevimiento en el campo excedieron con creces los méritos de sus camaradas más tranquilos en el cuartel.

 
Se podría decir que nuestros hombres, durante la guerra, se componían de tres clases. Uno era celoso y valiente hasta la devoción absoluta, pero que, además de sus "deberes de lucha", consideraba como un derecho una pequeña indulgencia; la otra clase apenas cumplía con su deber cuando estaba bajo la mirada de su superior; mientras que el tercero, y me alegra decirlo, el más pequeño con mucho, eran merodeadores y cobardes, su excusa era la debilidad por falta de raciones; se arrastraban hacia la parte trasera y rara vez se les veía hasta después de que se había librado una batalla…”
 
Vale, ya hemos visto lo que hace este muchacho hambriento en Medina de Pomar. Pero, ¿Quién es este soldado? Es Edward Costello, del nonagésimo quinto regimiento de rifles del ejército británico, nació en Mountmellick (Irlanda) en 1788, se unió a la Milicia de la Ciudad de Dublín en 1805 y al primer batallón del regimiento comentado en 1808, con veintiún años, mientras era zapatero. Su batallón se embarcó en mayo de 1809 rumbo a la Península Ibérica. Su compañía estaba al mando de Pete O'Hare, el capitán principal del primer Batallón, por lo que pronto estuvo en la lucha. En marzo de 1810 participó en la escaramuza de Barba del Puerco, donde cuarenta y tres soldados del nonagésimo quinto mantuvieron a 600 infantes ligeros franceses durante media hora antes de ser reforzados. Fue herido en la Acción del Río Coa en julio del mismo año.

 
En 1812 sobrevivió al asalto de Ciudad Rodrigo y Badajoz y fue galardonado con la medalla de regimiento "Esperanza Desamparada". Al final de la guerra, debió haber estado con el 2/95 o el 3/95, ya que el 1/95 -el suyo- no estuvo presente en la Batalla de Orthez. Recibió la Medalla de Servicio General Militar con 11 broches: Busaco, Septiembre 1810; Fuentes d'Onor, Mayo 1811; Ciudad Rodrigo, Enero 1812; Badajoz, Abril 1812; Salamanca, Julio 1812; Vitoria, Junio 1813; Pirineos, Julio 1813; Nivelle, Noviembre 1813; Nive, Diciembre 1813; Orthes, Febrero 1814; Toulouse, Abril 1814.
 
También estuvo en la campaña de Waterloo de 1815. En la Batalla de Quatre Bras estaba en el acto de apuntar a unos escaramuzadores franceses cuando una bola golpeó su dedo en el gatillo, arrancándolo y girando el gatillo a un lado. Su batallón perdió más hombres el 16 de junio que el 18 de junio en la batalla de Waterloo. Regresó con su batallón a Waterloo y luego continuó hacia Bruselas, donde finalmente le curaron la herida.

 
El 26 de mayo, Costello fue ascendido a cabo, rango que mantuvo hasta su baja del ejército en 1819. Se reenganchó en 1836, cuando se alistó como voluntario, a los 47 años, en la Legión Auxiliar Británica de la Reina Isabel II, combatiendo en la Primera Guerra Carlista. Fue nombrado teniente y reclutó a 500 veteranos de la Guerra de Independencia como regimiento de fusileros del séptimo de Infantería Ligera. Una vez en España, fue ascendido a Capitán. A los pocos meses de su llegada a España volvió a ser herido e, inválido, retornó a Inglaterra. Por este servicio fue galardonado con la medalla de la Legión Británica en España 1835-1836. Dos años más tarde obtuvo un puesto como Yeoman Warder en la Torre de Londres -el conocido Beefeater-, cargo que ocupó hasta su muerte en 1869 a la edad de 84 años.
 
La autobiografía de Edward Costello se encuentra entre las mejores escritas por la tropa. “Adventure of a Soldier” se publicó en 1841, pero una gran parte, compuesta poco después de su regreso de la Guerra Carlista, apareció por primera vez en forma serializada en el United Service Journal de Colbourn de 1839-1840 como las Memorias de Edward Costello. Una segunda edición del libro se publicó en 1852.

 
El regimiento donde luchó Edward, el nonagésimo quinto de rifles, era una unidad de las que hoy llamaríamos “de élite” que vestía un característico uniforme verde oscuro adornado con cuero negro, alejado de las tradicionales casacas rojas inglesas. Costello comentó que “me encantó la apariencia elegante de los hombres con su uniforme verde”. Claro que esta peculiaridad en sus colores los llevaba a recibir “fuego amigo”. Pero lo que destacaba de este regimiento no era su uniforme -un primer intento de camuflaje- sino su entrenamiento, tácticas y dirección. Fue la plasmación de la experiencia de las guerras americanas (Guerra Francesa, Guerra de los Siete Años y la Revuelta de sus colonias americanas) donde las tácticas de sigilo, puntería y formaciones abiertas tenían mucho peso en la guerra.
 
Actuando sobre esta experiencia y recibiendo la aprobación del duque de York (el jefe del ejército británico), el coronel Coote Manningham estableció un “Cuerpo Experimental de Fusileros” en 1800 en Horsham Camp, Inglaterra. Este regimiento se formó tomando tropas de los otros regimientos del ejército. Más tarde, este método fue reemplazado por el método tradicional de reclutamiento en las tabernas. En la Guerra de Independencia la misión de esta unidad fue enfrentarse a los escaramuzadores franceses y evitar que estos se enfrentaran a las líneas británicas. Armados con el rifle corto calibre 62 Baker, con miras para 90 a 250 metros y más precisión que los tiradores franceses armados con fusiles. Como los franceses, los soldados de este regimiento tenían la misión de eliminar en las batallas a los oficiales franceses, suboficiales, tambores (que estaban acostumbrados a transmitir órdenes) y artilleros. Los fusileros formaban una pantalla frente a los campamentos del ejército para detectar ataques sorpresa. Los fusileros fueron entrenados para disparar detrás de la cubierta en posiciones de pie, de rodillas, boca arriba y boca abajo. Sin embargo, la velocidad de disparo de un rifle era de un disparo por minuto frente a los tres disparos por minuto de un mosquete. La razón de la recarga lenta fue que los fusileros usaban una bola parcheada que tenía que ser golpeada por el orificio para asegurar que el proyectil encajara firmemente en el cañón.

 
Sin olvidar la bayoneta de 59 centímetros de largo que estaba fijada al costado de la boca del arma. La longitud de la bayoneta se utilizó para compensar la longitud más corta del rifle. El peso de la bayoneta de la espada hizo que el rifle fuera pesado en la boca y afectó la puntería del arma. El uso práctico de la bayoneta era cortar leña, trinchar carne y limpiar la maleza para acampar. El fusilero tenía una caja de cartuchos para llevar 52 cartuchos, una bolsa de bolas para 30 bolas sueltas, un cuerno de pólvora para contener la pólvora finamente molida, morral (bolsa de pan), cantimplora y mochila. La mochila británica resultó tan incómoda durante la marcha que los fusileros buscaron las mochilas francesas y las utilizaron siempre que fue posible.
 
Con todo esto pueden hacerse una composición clara de lo que fue Edward Costello y su bagaje cuando salía corriendo de Medina de Pomar hacia la vega escapando de los enfadados habitantes del lugar.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Memorias de guerra y crónicas de viajeros, dos visiones de la Guerra de la Independencia y de Andalucía”. Marion Reder Gadow y Pedro Luis Pérez Frías.
“Los Hombres de Wellington: “Amigos en el Averno”. La amistad, conjunto emocional de supervivencia entre las tropas británicas. España y Portugal, 1808-1813”. José Gregorio Cayuela Fernández.
“Viajeros por Las Merindades”. Ricardo San Martín Vadillo.
“Portrait of a soldier”. Private Edward Costello, 95th Rifles.

domingo, 13 de noviembre de 2022

El menés carlista.

  
Francisco Vivanco y Barbaza-Acuña regresó a tiempo para participar en la zapafiesta que alegraría España durante casi una década por mor de un trono y una ley sálica. Pero mientras llegaba la muerte a Fernando VII, Vivanco fue nombrado, el 2 de Noviembre 1830, Ayudante del Subinspector de la sexta Brigada de Voluntarios Realistas de Castilla la Vieja (Palencia); el 7 de Julio de 1831 le dieron el retiro aunque continuó mandando la Brigada hasta últimos de Marzo de 1832. Eran los meses de lucha entre los partidarios de María Cristina y los ultramontanos, reacios a coronar a una niña apoyada por los liberales, que estaban reuniéndose entorno a Carlos María Isidro.

María Cristina de Borbón dos Sicilias
 
El 29 de septiembre de 1833 fallece Fernando VII y el 8 de octubre de 1833 Vivanco pasa a Navarra… encontrándose con aquel Santos Ladrón que había investigado en 1823. El libro sobre la vida militar de Vivanco refiere que este Santos había dictado sentencia de muerte contra el menés y que se salvó -¡cómo no!- por “la divina providencia”. El día 10 de octubre de 1833, Santos propuso a Vivanco ser Jefe organizador del Ejército. Vivanco dijo que sí pero de manera ampulosa y recargada muy del gusto de sus transcripciones. Se le ordenó marchar a Logroño donde llegó esa noche. De allí envió cien Infantes y treinta caballos al mando de un teniente de Caballería a un Santos Ladrón que ya estaba prisionero por demencia.
 
La Junta Carlista de Castilla, que se creó en la ciudad de Santo Domingo de la Calzada, nombró a Vivanco Jefe de Estado Mayor de la División de Voluntarios Realistas de Rioja, que se componía de once Batallones y un Regimiento de Caballería de cuatrocientos caballos, mandada por el General Ignacio Alonso Cuevillas.

 
Participó en el combate de Galbarruli frente al manco Albuín. En su huida se encontró abandonado –o se perdió- del Batallón de Voluntarios Realistas de Espinosa de los Monteros, mandado por Antonio Macho Quevedo. Vivanco desconocía el terreno y era perseguido por los cristinos lo que le llevó a refugiarse en un pequeño monasterio donde le dijeron que el punto de reunión con Cuevillas era Miranda de Ebro. Cuando alcanzó esa población lo halló junto con Jerónimo Merino. Lo malo es que la Infantería de once Batallones, se había reducido a quinientos hombres. Tocaba dispersarse: Merino para Castilla y Cuevillas por el Valle de Losa a Valderredible. Parece que Vivanco acompañó a este último ya que Villalobos y Caraza con sus trescientos cincuenta caballos acampaban en ese valle y Francisco cuenta que les reorganizó y llevó a Saldaña. Vivanco comprobó que era difícil coordinar a estos jefes de partida que se sentían gallos en su corral. Malamente colaboraron, de cierta forma, en el enfrentamiento de Prádanos de Ojeda, pero después se desperdigaron quedando el menés con dos Oficiales que lo acompañaron hasta las inmediaciones del río Ebro.

Saturnino Albuín
 
El 20 de diciembre de 1833 cruzó el puente de Miranda de Ebro vestido de labrador fingiendo ser un criado que arreaba los bueyes de un carretero. Por fin llegó a Santa Cruz de Campezo y se presentó al Comandante General de Álava José Uranga que no recibió a Vivanco como este esperaba. Resentido Francisco marchó al pueblo de Acedo, donde estaba la Junta de Navarra, cuyo Presidente era Juan Echevarría, de quien Vivanco también se sintió ofendido. Finalmente se unió a la partida de Basilio García como Jefe de Estado Mayor, con el que continuó hasta el día 12 de abril de 1834. Ese día, el general Zabala colocó a Vivanco como Jefe de Estado Mayor del Ejército de Vizcaya. Una de sus funciones fue la de crear el Batallón primero de Castilla con las partidas e individuos que llegaban de distintos puntos de la meseta. En agosto será Jefe de Estado Mayor de la división de Castilla.
 
Todo estaba organizado para que entrasen en Castilla estas unidades carlistas formadas por los Batallones de Castor y Sopelana, nombraron primer Jefe de Estado Mayor al General José Mazarrasa y segundo a Vivanco. Llegaron a Quincoces de Yuso el 17 de septiembre al caer el sol, y a las dos horas salieron para Villarcayo. Vivanco se contrarió al no saber de esta decisión y haber colocado las avanzadas para pernoctar. A las ocho de la mañana del día 18 la guarnición de Medina de Pomar hizo una salida contra los rezagados carlistas que fueron salvados por Vivanco -¡Cómo no!- al frente de una Compañía. 

Villarcayo

Fue la campaña del incendio de Villarcayo que figura así en estas memorias: "puesto que por no dejar de ser todo consecuente, después de haber perdido, quizás, al Jefe más bizarro de la expedición y una posición de voluntarios sin haber conseguido más ventaja que la destrucción de varias casas quemadas por la tenacidad y rebeldía de Villarcayo, se mandó replegar la División a un pueblecito a media legua de distancia llamado Cigüenza en donde pernoctaron; al amanecer del 19, al toque de diana, formó toda la tropa y de allí como a una hora mandó Sanz que se retirase a descansar un poco; en este intermedio mandó se retirasen los puntos avanzados sin conocimiento de Vivanco, que los había colocado, y como a cosa de media hora se presentaron los enemigos mandados por el rebelde Iriarte, a tiro de fusil, cuya presencia produjo los efectos que eran de esperar en una División que sólo lo era por el nombre, pues si no hubiera sido por Vivanco, aquel día no hubiera quedado ni aún rastros de ella, puesto que, hallándose ya en total dispersión, con unos sesenta hombres consiguió salvarla, quedando él, por último, totalmente abandonado y a merced de los enemigos, salvándose sólo por su decisión y arrojo con el auxilio de la Divina Providencia”.

Soncillo
 
Vamos que escapó. Pero en su caso es protección de la Divina Providencia y cuando son sus enemigos la huida es muestra de cobardía. Vivanco, cuenta, se informó de que en Soncillo quedaba tropa Cristina. Por ello, colocó a derecha e izquierda del Camino Real dos Compañías de preferencia, y antes de llegar la que iba por el costado izquierdo se encontró con un punto avanzado cristino al que en pocos minutos arrolló “con la mayor bizarría” (valentía), cuya ventaja permitió avanzar por el Camino Real directamente al pueblo, en donde se hallaba la masa de la Columna constitucional, compuesta como de unos quinientos hombres de Infantería, “adonde me dirigí con toda la fuerza sin titubear un momento”, cuyo arrojo atemorizó a sus contrarios, haciéndoles emprender su retirada por el mismo Camino Real de Santander, a los que persiguió lo menos tres leguas, habiendo debido su salvación a una densísima niebla que cubrió el horizonte, pues sin esta circunstancia es seguro que hubiesen perecido.


Siguió la marcha aquel día hasta el pueblo de Ontaneda y, tras dar unas vueltas por Cantabria retornaron a –como figura en el texto- las Provincias Vascongadas entre continuas escaramuzas de las que Vivanco era salvador principal frente a la cobardía de otros. ¡Que para eso cuenta él la historia! Finalmente llegaron a Orozco. A los pocos días Vivanco marchó a Navarra, por orden del Brigadier Manuel Sanz, para conseguir lanzas para la Caballería. Cuando llegó a Genevilla el armero, le dijo tenía orden de Zumalacárregui para no hacer lanzas. Ante ello Vivanco partió donde estaba el Generalísimo carlista y, tras hablar con él, se le autorizó a lo de las lanzas. Pero ya Vivanco no tenía interés en ellas y dijo: “Mi General, yo soy un militar antiguo y quisiera tener el gusto de servir a las órdenes de otro militar, yo estoy acostumbrado a hacer toda clase de servicios, y como sé que en todas partes hay que trabajar, quiero hacerlo a las órdenes de quien lo entienda, como usted, y yo ya no me voy de aquí; usted como Jefe de Estado Mayor de Su Majestad, disponga de mí como mejor le acomode”. Tras pensarlo un tiempo Zumalacárregui lo adscribió a su Estado Mayor. Era octubre de 1834.

Tomás Zumalacárregui
 
El primer enfrentamiento militar de Zumalacárregui en que participó Vivanco fue el tenido frente a Manuel O'Doyle en Alegría. Los liberales del lugar estaban como la Caballería de las películas del oeste: rodeados de enemigos. En este caso tradicionalistas a favor de Carlos María Isidro. Vivanco dirigía una Brigada y otra Brigada estaba a las órdenes de Iturralde. Ambos lograron derrotar un convoy que avanzaba con suministros por el Ebro a las órdenes de Bartolomé Amor y cuyos supervivientes se retiraron a Logroño. Zumalacárregui dispuso que dos Batallones a las órdenes de los Brigadieres Iturralde y Vivanco, pasasen por las inmediaciones de La Bastida y Peñacerrada para proteger la requisa y traslado del equipo militar capturado. Vivanco llegó a Peñacerrada hacia las cinco de la tarde y allí un arriero les dijo que los cristinos estaban a un cuarto de hora con abundantes tropas de Infantería y Caballería. Vivanco hizo que los dos Batallones atravesaran el Camino Real en dirección a Lagrán. Iturralde avanzó hacia sus enemigos pero, al ver fuerzas muy superiores, tuvieron que replegarse con precipitación -que no huir a uña de caballo que en el texto sólo hacen eso los liberales- tras la defensa preparada por Vivanco. Este, cuando supuso que los demás estaban fuera de peligro, se retiró finalmente a Lagrán. Era cerca de media noche cuando saludó a Iturralde.

 
Al siguiente día 22 de octubre de 1834 siguió Iturralde la marcha para la barranca de Santa Cruz de Campezo, protegiendo Vivanco, con dos Compañías del tercer Batallón de Navarra, la retirada. Se reunieron todos con Zumalacárregui en dicho barranco donde permanecieron hasta el 27 de octubre de 1834. Cerca estaba el Brigadier isabelino O'Doyle con más de tres mil hombres de todas armas en los pueblos de Salvatierra y Alegría.
 
Los carlistas, sabiendo la ubicación de los cristinos, se dividieron en dos columnas una al mando del General Zumalacárregui y la segunda al mando de Iturralde con cuatro Batallones y treinta caballos. Junto a Iturralde fueron los Brigadieres Vivanco y Guibelalde con la orden de que en el momento que oyesen tiros sobre Salvatierra, descendieran al pueblo de Alegría. En el acto que O'Doyle vio a los Voluntarios Realistas enfiló contra Zumalacárregui. Vivanco se quedó retrasado y se dirigió con tres Batallones al punto de la batalla, tomando antes la precaución de avanzar las Compañías de Cazadores y Granaderos (del Requete), tercer Batallón de Navarra, al punto de la acción a las órdenes del Capitán Sabater. Estas unidades se enfrentaron a los liberales que fueron arrollados en cuatro minutos. Cuando se acercaba Vivanco los cristinos se replegaron siendo alcanzados en el alto del pueblo de Arrieta. Allí Vivanco volvió a enfrentarse derrotándolos y completando la victoria carlista de aquel memorable día. Se hicieron más de seiscientos prisioneros, entre ellos el Jefe de la columna Brigadier O'Doyle, un hermano suyo Capitán y otros Oficiales que al día siguiente, 28 de octubre de 1834, fueron fusilados.

Francisco Vivanco
 
Vivanco también participó en la toma de la fortificación de Villafranca (Navarra) el 27 de Noviembre, donde en premio a su intervención, fue nombrado Jefe de Estado Mayor y Presidente de la Comandancia de Navarra; también se halló en la Batalla del 12 de Diciembre de 1834 en los campos de Mendaza, en la que el menés decía que él fue la causa de que no cayesen en poder de los enemigos lo menos dos Batallones –es que perdieron-; en la del puente de Arquijas, 15 de diciembre de 1834, la que se brindó voluntariamente a mandarla, y en la que recibió su caballo un balazo. En 1835 estuvo en las acciones del 2 y el 3 de enero, en los altos de Ormaiztegui y Zalandieta, en las que por su destino de Jefe de Estado Mayor estuvo muy expuesto a perecer; en la Batalla del 5 de Febrero de 1835 nuevamente en el puente de Arquijas, en la que también ocupó el lado principal con tres Compañías del segundo Batallón de Guipúzcoa, con las que sin haber tirado un tiro, fue la causa de que los enemigos no pasaran el río y se ganara la acción.
 
Se halló en el sitio y toma de la casa fuerte de la Villa de los Arcos de Navarra el 24 de febrero de 1835; en la acción de los campos y puente de Larraga el 8 de Marzo; en las de Doña María el 10 y 11 del mismo Marzo de 1835; en todo el sitio y toma de la casa fuerte de la villa de Echarri Aranaz, desde el 14 hasta el 19 de marzo; en el sitio de la casa fuerte del pueblo de Olazagutia el 19 y el 20 de marzo; en la Batalla de la villa de Arróniz el 27 de marzo, en la que se distinguió mandando el ala izquierda de la División; en las Batallas del 21 de Abril de 1835 en Eulate contra Jerónimo Valdés, donde achaca sus limitados resultados a que Zumalacárregui le dejó solo con unos treinta Infantes y seis caballos para atraer al enemigo a las quebradas de Zudaire y solo consiguió que llegase a las inmediaciones de Ecala y Sobredal.

 
En San Martín de Valdeiglesias Vivanco retuvo, y se sentía orgulloso de haberlo hecho, a los cristinos unas dos horas a pesar de que eran una fuerza mayor que la carlista. Quizá por esa satisfacción reflejaba una anécdota con su General: “viendo Zumalacarregui aquella detención, se acercó adonde estaba Vivanco en el Sobredal y le dijo que qué novedad había, y Vivanco le contestó: “Ninguna, más que la de que esos cobardes no se atreven a pasar adelante”. El liberal Córdoba trató de rodear la posición de Vivanco por el monte del flanco izquierdo. Aprovecha Vivanco para mostrar la confianza que tenía con Tomás que le dijo: “Tome usted dos Compañías de guías y entiéndase usted con ese majo”. Al expulsar a Córdoba de su posición elevada parece ser que el ejército isabelino se desplazase a acampar en la Venta de Urbasa. Vivanco recibió la orden de retirarse a las inmediaciones de Zudaire. La noche la pasó en el pueblo de Artazu, con el segundo Batallón Voluntarios de Navarra, para cortar los movimientos liberales que tuvo que irse por las Amézcoas.
 
Vivanco no desarrolla en sus memorias la batalla sino que deja constancia, exclusivamente, de lo que él realizó. Por ello lo tenemos en el pueblo de Artazu que es donde el general carlista le había ordenado quedarse con cinco Batallones. Con Vivanco quedaron el General don Joaquín Montenegro, el Ayudante, General Juan Antonio Zaratiegui, el Brigadier y Comandante General de la provincia de Álava Bruno Villarreal y el Auditor de Guerra, don Jorge Lázaro. Quizá dejó constancia de esta relación para que no pareciese que era el único que no actuaba directamente en acciones ofensivas. O para resaltar a qué nivel se relacionaba. El hecho es que estas unidades subieron a la meseta de Arraiza para reforzar a Zumalacárregui. Sobre las 15:00 horas se generalizó el combate tanto que a Vivanco, que estaba en el centro de la línea, enfrente de la masa enemiga que había quedado para proteger su marcha, lo dejaron solo en medio de ciento cincuenta cazadores liberales, librándose milagrosamente de sus garras. ¿Le ayudó la Divina Providencia?

 
Da igual, Vivanco lo decía así: “Con asombro de todos, en el acto que se vio entre los suyos, aunque dispersos, conociendo Vivanco que aquello solo podía tener algún remedio tomando en el momento prontas y enérgicas providencias, como lo hizo, empezó a repartir latigazos, viendo lo cual, los Voluntarios comenzaron a reunirse, y en pocos momentos tendría como dos mil hombres de todos los Cuerpos de que disponer; en el acto ordenó que como unos trescientos cubriesen en fuertes guerrillas la línea apoyada con igual número en Compañías de reserva para atender adonde fuese más necesario, y el resto en masa para atender al todo, con lo que se volvió de nuevo a generalizar la acción; viendo los enemigos que presentaba mal aspecto para ellos la tercera tentativa de los facciosos, mandaron avanzar un piquete fuerte de Caballería con el fin de proteger a la puesto, pues en menos de dos minutos dicho piquete había limpiado casi toda la línea de guerrillas hasta que llegó frente de la Compañía de Granaderos del primer Batallón, Voluntarios de Navarra, una de las que componía la reserva, la que sin perder tiempo armó bayoneta, formó la Batalla y empezó a hacer un hermoso fuego graneado a boca de jarro, que en menos de tres minutos les hizo retroceder a escape, en tales términos, que atropellaron parte de su Infantería, y la restante, creyendo la venía encima un Ejército de cien mil hombres, volvió también la espalda y echó a correr a ejemplo de sus compañeros, por lo que aprovechando la ocasión, mandó seguir con encarnizamiento al enemigo en todas las direcciones, con lo que consiguió la dispersión total de todo el Ejército enemigo compuesto de unos diecisiete mil hombres de todas armas, de los que hubieran quedado muy pocos si o hubiera sobrevenido tan pronto la noche”. Tal cual.
 
Tras terminar los combates Vivanco se reunió con Zumalacárregui en Ordicia desde el 24 de mayo hasta el 3 de junio. Esta última fecha, y la víspera, será la acción conocida como la del Puerto de Descarga. El día 2 de junio de 1835, Espartero había salido de Vitoria, y llegaba con siete mil hombres al puerto de Descarga. Su movimiento estaba combinado con la concurrencia de la columna Valdés salida de Pamplona y la de Jáuregui, que había partido de San Sebastián. Buscaban expulsar a los carlistas de Ordicia y liberar a los cuatrocientos soldados que la defendían. Salió mal y antes de amanecer del cuatro de junio los tradicionalistas tenían unos 3.000 prisioneros, se rendía la guarnición de Tolosa y entraban en Ordicia. El Cuartel Real estaba en Segura y Vivanco, que había asistido a la toma de la antes llamada Villafranca, se le ordenó trasladarse a Segura.

 
Al día siguiente de su llegada le encarga, como Subinspector General, organizar una División con los ya cinco mil prisioneros. Algo remarcable en esta cruel guerra donde lo mismo te fusilaban como te enrolaban en el ejército enemigo. Debía seguir las instrucciones dictadas por Zumalacárregui:
 
“Instrucción que deberá observar el Brigadier don Francisco Vivanco Sub-Inspector nombrado para la organización de los prisioneros de la Clase de Tropas existentes en los Depósitos:
 
1. Pasará a la parte del Valle de Guesalaz y revistará los prisioneros existentes en Riezu é Iturgoyen de la Clase de Tropa.
2. Los subdividirá en varios pelotones de a ochenta o cien hombres, que encargará a un Oficial de los que le acompañaran siéndolo del todo el Comandante Don José Metida.
3. Dejará así a estos como al Brigadier D. Basilio Antonio García las correspondientes instrucciones para informarse del comportamiento e ideas de cada individuo y de conocer si su espíritu se halla dispuesto a tomar las armas en favor del Rey N. S.
4. En el anterior artículo se hace mención de D. Basilio Antonio García porque a este Jefe le está cometida la Comisión de Custodia con el segundo Batallón de Castilla a los prisioneros.
5. Como el objeto principal es conocer bien a dichos prisioneros al mismo tiempo que se les cuida para formar nuevos Cuerpos el referido Vivanco debe tomar las medidas conducentes para que de todo se haga una observación completa.
6. Formará listas nominales de todos é indicará por nota separada los que infundan sospecha o no manifiesten vehementes deseos de defender la causa.
7. Los Oficiales que se destinan para el cuidado y orden de los pelotones, elegirán de entre los mismos prisioneros sujetos que desempeñen todas las clases como Sargentos, Cabos y furrieles que entiendan en el buen orden interior, distribución de raciones y demás.
 
Cuartel General de Villafranca 5 de Junio de 1835. Tomás Zumalacarregui”.
 
¿Cómo era esto posible? En una guerra civil es más fácil que en otro tipo de contiendas. Pensemos que durante la segunda guerra mundial las SS encuadraban voluntarios de los países conquistados y de los campos de prisioneros. Aquí teníamos una sociedad española tradicionalista con unos liberales en el gobierno y concentrados en ciudades: era muy fácil cambiar de bando, incluso durante los combates llegó a ocurrir.

 
En sus memorias Vivanco no habla de sus rencillas personales y sí habla mucho de su amor por la Causa de la Religión, la Patria y la Monarquía. Idolatraba a Zumalacárregui con quien había coincidido en el Sitio de Zaragoza. El caudillo carlista también parece apreciarle y determina pedir a Carlos V, Carlos María Isidro, que nombre al menés como Mariscal de Campo tras haber sido nombrado Jefe de Estado Mayor de la División navarra y Presidente de la Comisión militar afecta a la Comandancia General. El Real despacho se firmará el día 5 junio, cuando cayó Vergara y su industria en manos carlistas.
 
Las siguientes fichas que cayeron para los carlistas fueron Durango, Ochandiano y se acercó a Bilbao. En Bolueta, afueras de aquel Bilbao, recibió la última comunicación de Vivanco que seguía organizando batallones castellanos con los prisioneros de los depósitos. Una bala perdida matará a Zumalacárregui en Begoña, ahora un barrio de Bilbao en un alto sobre el centro de la villa. Carlos María Isidro siempre mostró su pena en diversos documentos públicos.

Carlos María Isidro (Carlos V)
 
Tras despedir a Zumalacárregui, Vivanco continuó relatando sus aventuras y continuó lustrando su hoja de servicios. Así deja entender que, también, hubiera vencido en la batalla de Mendigorría. Fue jefe de Estado Mayor del general Vicente González Moreno y nos relata que cuando Moreno marchó a dar novedades a Carlos María Isidro le dijo a Vivanco: “Ahí queda usted, encargándole el mando el Rey, Nuestro Señor, y con arreglo a lo que usted vea en los contrarios, arreglará usted los movimientos”. Vivanco había dado principio a la Batalla con bastante buen éxito; al poco tiempo llegó el General Moreno y mandó se continuase sin alteración, según como Vivanco lo había dispuesto. Pero falló el ala izquierda carlista que debió cubrir la División de Eraso… Vivanco, nuestro “Miles Gloriosus”, luchó mucho y bien pese haber alcanzado un balazo a su caballo en lo más reñido del combate. No dejó el campo hasta que se concluyó del todo, retirándose luego con el General Moreno a Oirauqui y después a Estella.
 
El menés no se perdía una: Batalla de Arrigorriaga (Vizcaya); o la Expedición Real a Medina de Pomar, mandando la tercera División. Cuando nombraron como Jefe de Estado Mayor General al Teniente General de los Reales Ejércitos, Nazario Eguía, este suplicó que Vivanco quedase a su lado. Participó así en las acciones de guerra del 27 y 28 de Octubre de 1835 en las inmediaciones del castillo de Guevara, en las que las memorias del menés nos dicen que si no hubiera sido por Vivanco hubiera caído en poder de los enemigos el mismo Eguía con todo el Estado Mayor y el Ejército carlista, incluso la Caballería y Artillería, puesto que al salir por el boquete del puente llamado de Maturana, se encontraron a una División isabelina de unos diez mil Infantes con seiscientos caballos, y al verlos tan cerca Eguía creyó que eran Guipuzcoanos. Pero Vivanco le desengañó, ordenó a Eguía que escapase y tomó el mando consiguiendo la retirada de los cristinos.

Nazario Eguía
 
En noviembre de 1835 fue nombrado presidente de la comisión militar de Navarra. En abril de 1836, vocal de la junta consultiva del Ministerio de la Guerra hasta mayo de 1837 en que fue nombrado ayudante de campo del pretendiente. Siguió con Carlos V en la Expedición Real, que partió el 15 de mayo de 1837, por Aragón, Cataluña y que se acercó a Madrid. Ahí Vivanco no rascó mucho porque nos destaca que “pasando la Caballería por el río Ebro, que por ser tan caudaloso en aquella parte, se desgraciaron algunos caballos y acémilas, entre las que se ahogó un famoso macho de Vivanco”. El macho de Vivanco no podía ser otra cosa que famoso.

 
Volvemos a reconocer el genio de este héroe menés en el enfrentamiento de Orihuela contra, nada menos, Espartero que tenía trece mil Infantes y mil quinientos caballos. Los carlistas avanzaron de madrugada y fue Vivanco el que salvó a Carlos V de tomar una dirección equivocada: “Señor, ahora más que nunca es cuando se necesita serenidad y presencia de ánimo; yo sería de parecer, salvando el de Vuestra Majestad, se siguiese la marcha sin alteración por el mismo camino, debido a que la primera División va a vanguardia, pues si Vuestra Majestad divide las fuerzas en cualquiera punto, es fácil hagan a Vuestra Majestad los enemigos en detalle, además que las montañas de nuestra derecha es imposible atravesarlas de ningún modo, por lo que yo sería de parecer siguiésemos a la primera División, en razón a que llevando Vuestra Majestad reunida la fuerza, aunque el enemigo tenga mucha, podrá Vuestra Majestad salir por cualquiera parte”. A esto contestó Juan Echeverría: “Señor Vivanco, ¿usted cree que no hay nadie que sea más valiente ni sereno que usted?” A lo que respondió Vivanco: “Señor don Juan, yo no me dirijo a usted ni a nadie, y sí solo a S. M., manifestándole aquello que creo puede ser útil a su mejor servicio”. Y se hizo caso a Vivanco. ¡¡Brutal!!
 
La columna Real llegó a Villar de los Navarros donde derrotó a Buerens. Los carlistas, entonces, enfilaron hacia Madrid llegando hasta Arganda, a tres leguas de Madrid. Estuvieron allí tres días. Estábamos a mediados de septiembre de 1837. Vivanco recordaba el error de no haber entrado en la capital. Carlos V se movió por La Alcarria y terminó en Alcalá de Henares donde descansaba Espartero. Para Vivanco, el pretendiente se salvó gracias a… ¡la Divina Providencia!

Los carlistas a la vista de Madrid
 
Vivanco, su rey y todos lo que continuaban con ellos reculaban al norte perseguidos por Espartero y temiendo ser cortados por alguna unidad cristina. En Aranda de Duero recibieron el apoyo de la División carlista del General Juan Antonio Zaratiegui, compuesta de nueve Batallones y tres Escuadrones con dos piezas de Artillería, con tanta oportunidad, que la Brigada castellana de esa división ocupó el puente de Aranda. Desde ahí partieron a Gumiel del Mercado, donde hicieron noche. El día 7 de octubre de 1837 se trabó en el pueblo de la Retuerta una Batalla. Faltaban ya víveres y el acoso isabelino aumentaba por lo cual se crearon dos Cuerpos de ejército, mandados el llamado primero, por Carlos V, y el segundo, por el Infante Sebastián Gabriel, y de Jefes de Estado Mayor General del primero, el General don Vicente González Moreno, y del segundo, el General don Juan Antonio Zaratiegui que se replegó a las provincias forales. Con ello, el otro cuerpo de ejército, el del rey, quedó en riesgo viéndose apurado, como en la acción de Puente Arenas del día 23 de Octubre de 1837, en donde a la entrada de aquel estrecho inaccesible se presentaron, en la altura de la derecha, los liberales. Vivanco recomendaba atacar antes de que el número de cristinos aumentase y sacar de allí al pretendiente. Se opuso el Canónigo Coronel, Vicente Batanero, queriendo suponer que en la altura había una porción de miles de enemigos. El rey aceptó lo que Vivanco propuso… y se salvaron. En la madrugada del 24 salió Carlos de Gayangos y vino a pernoctar, atravesando el Valle de Mena, al pueblo de Retes. Al siguiente día, 25 de octubre de 1837, sobre las dos de la tarde, entraban en la villa de Arceniega, desde donde Carlos María Isidro mandó que Vivanco se incorporara a desempeñar su destino de Vocal en la Junta Consultiva del Ministerio de la Guerra.


A los pocos días el pretendiente encargó a Vivanco instruir la causa contra los Generales Juan Antonio Zaratiegui y Joaquín Elio por traición a Carlos. Concluida la causa Vivanco volvió a desempeñar su destino de Vocal de la Junta Consultiva del Ministerio de la Guerra. El Mariscal Vivanco terminó de escribir sus Memorias en Eibar con fecha 29 de noviembre de 1838. A partir de su última cuartilla sólo se conservan notas aisladas y los recuerdos de la hija mayor de Francisco, amanuense de las Memorias, Magdalena de Vivanco y Eulate.
 
Al parecer, Vivanco no participaba de ninguna de las camarillas, ni de los llamados apostólicos ni de los contrarios de dicha tendencia. Sin padrinos ni apoyos y con una postura tan radical e intransigente tiene verosimilitud que intentasen suprimirlo en vísperas del acuerdo de Vergara. Así la Providencia -¡cómo no!- a la que tantas veces nombra en sus Memorias, acudió en su auxilio la noche en que fue asaltada su casa de Eibar porque ya no estaba Vivanco dentro. Él había podido escapar con su esposa María Concepción Pérez de Eulate, su hija y su ayudante. Entiéndase que no fue una huida para atravesar la frontera y dejar a Carlos V porque no iba con el carácter del menés. Salieron para San Juan de Luz y por Bayona y Burdeos hasta Angulema. Más tarde fue internado en Mans y Alençon, departamento de Normandía, donde nació la segunda hija de Vivanco y madre de José María González de Echávarri y Vivanco que recopiló las memorias de su abuelo. Finalmente residió en Toulouse, donde murió Francisco de Vivanco el 20 de abril de 1845.

Isabel II
 
Estuvo en posesión de las siguientes condecoraciones: cruz de distinción de la batalla de Alcañiz, escudo de fidelidad al Rey (19 de noviembre de 1824), Cruz del segundo Ejército, Cruz del Sitio de Tarragona, Cruz de segunda Clase de Fidelidad Militar, Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
 
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “Diario de Burgos”.
Real Academia de la Historia.
“Memorias de la vida militar del Mariscal de Campo Francisco Vivanco y Barbaza-Acuña”. Edición de José María González de Echávarri y Vivanco.
“Atlas de historia de España”. Fernando García de Cortázar.
 
 
 
Anexos:
 
La ENCICLOPEDIA ESPASA en una de sus ediciones del primer tercio del siglo XX publica esta referencia de Francisco Vivanco:
 
“Vivanco y Barbaza-Acuña (Francisco). Biografía: General español, nacido en Sopeñano del Valle de Mena (Burgos) el 30 de Marzo de 1787 y muerto en Toulouse (Francia) el 20 de Abril de 1845. El 25 de Mayo de 1808 ingresó como cadete en el regimiento de infantería de Auria, y todos sus ascensos hasta Mariscal de campo, así como sus condecoraciones y cruces fueron por méritos de guerra. Con motivo del primer sitio de Zaragoza ascendió a teniente, pasando al Batallón de voluntarios de Jaca. Asistió a las batallas de Belchite y Alcañiz. En la batalla de Lérida fue herido y ascendió a capitán sobre el campo de batalla. Incorporado al ejército de Palafox, realizó toda la campaña de Cataluña. Herido en el asalto al fuerte de Olivo, antes de curarse tomó parte directa en la defensa de Tarragona, donde fue hecho prisionero por segunda vez. En sus Memorias relata hechos desconocidos en la Historia sobre responsabilidades y traiciones en aquel sitio célebre. Conseguida su libertad por una estratagema, en Tortosa, se incorporó inmediatamente a su Regimiento.
 
Más tarde Sardsfiel le nombra jefe de su guardia y a sus órdenes entró en Barcelona. Terminada gloriosamente la guerra de la Independencia, en la lucha subsiguiente entre realistas y constitucionales Vivanco se colocó decididamente al lado de los primeros y se le vio manteniendo las fuerzas entregadas a su mando enfrente de las de Riego, a quien batió en el sitio de la isla de San Fernando. En 1823 (¿?) fue el promovedor del pronunciamiento de Castro del Rio, con el cual comenzó el desmoronamiento del período constitucional; gobernador militar de la Seo de Urgel, derrotó con sus fuerzas a Mina en Puigcerdá. En la expedición desde Francia hasta Valladolid salió destinado como gobernador militar de Ávila. Más tarde y como primer Jefe de la Unión expedicionaria, fue a la isla de Cuba, en donde el capitán general Vives le hizo objeto de extraordinarias distinciones.
 
Al estallar la primera guerra civil fue en compañía de Zumalacárregui y Santos Ladrón de los primeros en abrazar la causa carlista, siendo nombrado Mariscal de campo y Jefe de estado mayor por Zumalacárregui, al que acompañó en la mayor parte de sus campañas. A la muerte del célebre general figuró entre los jefes más adictos a D. Carlos, y después de la desgraciada expedición a Madrid fue fiscal de la causa instruida a los brigadieres Zaratiegui y Elio por los desmanes cometidos en Segovia y otras plazas.
 
Figuró entre los más decididos adversarios del Convenio de Vergara, y consumado éste, se refugió en Francia, donde acabó sus días. Las Memorias de su vida militar, escritas en Estella en las postrimerías de la campaña y que abarcan desde 1808 hasta 1836, se han publicado en 1927 y comprenden datos históricos inéditos de inestimable valor para los períodos de la guerra de la independencia, luchas constitucionales y primera guerra civil”.