Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 26 de febrero de 2023

The gaze of an englishman.

 
 
Vamos a expurgar el texto biográfico de un inglés a su paso por Las Merindades. Como los hijos de la Gran Bretaña imperial son previsibles me malicio antes de empezar la entrada que su punto de vista será, cuanto menos, altivo. O, quizá, me equivoque. Lean ustedes y decidan.

 
Debemos marchar a abril de 1834, durante la guerra Carlista de 1833-1840, cuando la armada británica, como parte de la Cuádruple Alianza, controlaba la costa cantábrica para impedir el desembarco de armas carlistas. Esta alianza era un tratado firmado por el gobierno liberal español y las potencias liberales Gran Bretaña, Francia y Portugal. La difícil evolución de la guerra en el frente vasco para los liberales fruto de la versatilidad de Zumalacárregui, la poca fiabilidad de las tropas cristinas y la estructura del frente entre otros problemas llevó a que se solicitasen tropas extranjeras.
 
En Inglaterra actuó Miguel Ricardo de Álava, nombrado embajador de España en Londres el 16 de enero de 1835. Amigo de Wellington, entonces primer ministro inglés. El embajador ya había conseguido el envío a España de un mediador, Edward Granville Elliot acompañado del coronel Gurwood, que consiguió el convenio Elliot para respetar las vidas de prisioneros de guerra e intercambiarlos. Frente al gobierno francés estuvo Bernardino Fernández de Velasco, duque de Frías, del que ya se ha hablado en esta bitácora. No consiguieron que les enviasen soldados y Martínez de la Rosa, presidente del Consejo de ministros, dimitió –por dignidad, supongo- ante las negativas.

Oficial de la Legión Británica
 
Pero Inglaterra permitió, en junio de 1835, alistar voluntarios en una legión similar a la que los franceses mantenían desde 1831 en Argelia. Su jefe fue George de Lacy Evans, un teniente coronel del ejército británico que veintidós años antes había tomado parte en la batalla de Vitoria. Luego Francia y Portugal anunciaron el envío de contingentes de soldados.
 
Rápidamente comenzaron en Gran Bretaña a formarse las listas de varios destacamentos de voluntarios. Se les prometió paga, comida y uniformes ingleses, además de una gratificación correspondiente a tres años de servicio cuando fueran licenciados. Teniendo en cuanta que la contrata era por un bienio… El resultado fue que se admitió a muchos de los pobres, vagos y maleantes de Londres, que veían la posibilidad de solucionar, al menos temporalmente, sus problemas de dinero y comida. No había importado su experiencia militar.

George Lacy Evans
 
Muy pronto estuvieron completos los cuerpos que se había acordado enviar a la Península: tres regimientos de lanceros, tres mil soldados de artillería y doce regimientos de infantería. A su frente, además de Evans, se puso a los brigadieres Chichester, Barnard y Shaw. Herbert Byng Hall –cuyo texto seguiremos- formaba parte de esta expedición. No era un novato militar sino que Herbert fue alférez del trigésimo noveno Regimiento de Infantería británica en 1824; en 1825 ascendió a teniente; en 1826 pasó al séptimo Regimiento de Infantería (Fusileros Reales) en el cual ascendió a Capitán en 1832; en 1833 se unió al sexagésimo segundo Regimiento de Infantería; y seis meses después vendió su licencia de oficial dejando el servicio militar regular. Atentos: ¡Vendió! En 1835 respondió a la llamada española y se unió a los auxiliares británicos. Consta alistado el 18 de julio de 1835 como capitán en el noveno regimiento irlandés. Será retirado del mismo para promocionarlo como Mayor y agregado al estado Mayor del Capitán General, Luis Fernández de Córdoba.
 
Este Herbert, ¿era un militar de carrera o un “niño pera” que había comprado cargos gracias a papá? No lo sé, pero piensen que la compra de honores militares –e incluso la formación de unidades de forma privada- era algo habitual hasta finales del siglo XIX entre los británicos. Y piensen que este muchacho fue el octavo de diez hijos del clérigo anglicano Charles Henry Hall (1763-1827) y su esposa Anna Maria Bridget née Byng (1771-1852), hija del quinto vizconde Torrington.

Soldado de la Legión Británica
 
Los británicos desembarcarán tanto en Santander –Herbert en el barco “Isabella” el 13 de agosto de 1835- como en San Sebastián a lo largo de ese verano de 1835. A finales de octubre, el alto mando cristino decidió concentrar todos los efectivos británicos en Vitoria por estar en el centro de la línea de operaciones, debido en parte a la amplia llanura que domina y a encontrarse equidistante de Pamplona, Bilbao y las tierras de cereales de Burgos, muy importantes para asegurar el suministro de pan a las fuerzas. Pero para ese movimiento no se pudo atravesar la zona sublevada a través del duranguesado. Las tropas de Evans dejaron San Sebastián y Santander y fueron a concentrarse en Bilbao para girar por Portugalete, Castro Urdiales, Ampuero, Medina de Pomar, Oña, Briviesca, y Miranda de Ebro. En sus textos saldrá nombrados el Valle de Mena (La Mina lo llama Herbert), Modina de Poma (sic) y Villacajo (otro “sic”).
 
Cuando llegaron a Vitoria los ingleses se centraron en su instrucción, en alterar la vida de los lugareños, en obtener resultados mediocres cuando combatían y en sobrevivir a un invierno muy frio animado por un panadero carlista que envenenó el pan de los ingleses. Y se centraron en moverse a lo largo de la línea del frente. Como hacía Herbert Byng Hall que nos cuenta un desplazamiento desde Briviesca a Oña el cinco de noviembre de 1835.
 
Oña

“Al no encontrar al general en Briviesca, donde permanecimos sólo doce horas, y al separarse de la compañía a la mañana siguiente con el coronel Bareido, obtuvimos una pequeña escolta de cuatro húsares, y cabalgamos a través del país hasta Oña, donde nos detuvimos de nuevo con la esperanza de encontrarnos pronto con nuestros compatriotas casacas rojas. En este lugar hay un magnífico convento cuyas propiedades son inmensas tanto en tierras como en dinero. Fuimos escoltados por frailes del lugar a través de sus vastos y escalofriantes pasillos, sus numerosas habitaciones o celdas, y también a la “catedral” y el refectorio. No descubrí, sin embargo, ninguna de las bellas pinturas o los ricos ornamentos litúrgicos que me habían hecho creer que existían en los conventos españoles. Probablemente, estos tesoros estaban ocultos de las manos de la soldadesca, y ahora se encuentran dentro de sus paredes. La antigua hospitalidad tan señalada en los conventos también había volado, ya que no fuimos recibidos con refrescos, aunque se supone que los conventos están bien abastecidos, en especial la bodega, una de cuyas botellas compramos, pagándola.
 
Este convento, como la mayoría de los demás, ha sido suprimido y la hermandad ociosa, inmoral e intolerante a la que dio perezoso refugio, está dispersa con la amplia suma de seis reales, o alrededor de dos chelines, cada uno para su apoyo diario. Muchos, indudablemente, se han unido al ejército de Don Carlos, que está bien surtido con miembros de esta sagrada profesión, que de ninguna manera son malos soldados, como puedo decir. El resto ha tenido que irse a sus casas o continuar con su “llamada piadosa”.
 
Sin el mínimo deseo de defender la actitud de los frailes afirmó que dos tercios de las miserias y desastres de esta infeliz España proceden del se remonta a la obra secreta y el fanatismo flagrante de su Iglesia. Y nadie puede viajar por la Península sin observar no solo los efectos de tal superstición y doctrina poco escrupulosa, sino que, al mismo tiempo, estar tristemente confirmado en la total ausencia de principios, que surge de la pura y sincera devoción.

Oña
 
Aproveché un brillante amanecer para ver la abrupta y salvaje sierra cubierta de mirtos que domina el pueblo de Oña. Las elevadas y voluminosas torres del convento se erguían en solemne grandeza en el centro del rico valle; a lo largo y ancho veíamos montañas altas y cubiertas de árboles; en sus bases, se puede rastrear claramente el camino románico y admirablemente cortado que conduce a Villarcayo y Soncillo; Junto al que el estrecho y espumoso Ebro se desliza tranquilo. ¡Qué triste! ¡Cuán amargos fueron los pensamientos que desbordaron mi corazón en esa memorable mañana! Mi hogar –Mis amigos en Inglaterra, de los que acababa de recibir cartas,- todo bajo la rápida supervisión de mis pensamientos, mientras me sentaba solo mirando esta suave y magnífica escena, tratando de rastrear las variadas ocurrencias de interés y horror de hace unos pocos meses que se habían cerrado tan rápidamente, y compadeciéndome del destino de los levantados con el sonido de las campanas de la mañana llamados ante Dios, ¡como una semana después los vi deambular dispersos y pálidos!
 
Volviendo, sin embargo, a mi tema, el entusiasmo del corazón, que por un breve tiempo había permitido que deambulara sin control, fue nuevamente llamado al latido frío y desalmado de los antojos de la realidad y los antojos de mi apetito, urgido por el aire vigorizante de las montañas, y el madrugar, me obligó a buscar a mis compañeros que ya había comenzado con un copioso desayuno.
 
La inesperada delicadeza de una perdiz de patas rojas de ninguna manera iba a ser rechazada por un soldado hambriento lo fue al escuchar los cascos de caballos en la plaza donde daban las ventanas de nuestras habitaciones en casa del alcalde. Resultaron ser un grupo de lanceros, con un joven oficial, que habían sido enviados para obtener habitación para los auxiliares cuya vanguardia estaban ya a dos leguas de nosotros. De ellos supimos que el general no estaba muy lejos. Más aún, nuestra presencia junto a un gran convento, cuyos habitantes podrían ser carlistas, no nos había permitido pasar una buena noche con una escolta de solo cuatro húsares mal montados.

Oña
 
En aproximadamente una hora, fui saludado con una amabilidad inolvidable por los miembros del estado mayor, de los que había estado separado y que deseaban escuchar los datos sobre los movimientos del enemigo, con relatos precisos de los asuntos del ejército en los que yo había estado presente. Permanecimos junto a las tropas y pasamos una nueva noche en Oña pero en circunstancias de protección y sentimientos de seguridad tan diferentes al anterior, sumado al placer de encontrar a mis amigos, que, para mí, fue uno de los momentos más agradable durante mi ausencia de mi patria. Muchos de los soldados, en especial la caballería, fueron acuartelados en los amplios corredores del convento, con abundante paja esparcida por el pavimento, haciéndoles unas camas confortables.
 
Aquí hubo un cambio: lo que había sido una solemne e inspiradora mañana ahora resonaba con la preparación de movimientos bélicos. Los fuegos vivaqueros ardían en los patios de noble estructura y los corpulentos frailes, más generosos ante la presencia de tantos invitados insatisfechos, suministraron la mesa de nuestro galante jefe con una abundante cena a la que hicimos justicia. Su presencia cortés y franca añadió buenos sentimientos y alegría en la mesa”.
 
A la mañana partieron para Briviesca. No volverá a Oña hasta el 25 de febrero de 1836. Sigamos su relato vinculado a Las Merindades desde su salida de Vitoria hasta su entrada en la provincia de Santander: “Ya he mencionado a Oña en las primeras páginas de este diario, y su magnífico convento, en una época en la que me había reunido con los Auxiliares. Ocurrió hace siete meses y en esta ocasión nos hospedamos en una nueva posada que había abierto después de nuestra última visita.
 
La nieve había estado cayendo durante todo nuestro viaje matutino y, al estar ambos inválidos, estábamos anticipando los placeres de un cómodo descanso nocturno en esta nueva morada construida para viajeros cansados cuya apariencia exterior nos dio motivos de esperanza suponiendo la abundancia interior. No obstante, nuestros deseos se vieron frustrados de la manera más desagradable al ser conducidos al establo (y debo informar a mis lectores, que el piso inferior de casi todas las posadas españolas se convierte en este alojamiento necesario para los viajeros, que, en general, realizan sus viajes en silla), nos encontramos en una especie de castillo fortificado. La casa no solo estaba cerrada por un muro en todo su perímetro, sino que también tenía los lados preparados para el uso de mosquetes. Una compañía de infantería y media tropa de caballería formaban la guarnición de este hotel; no solo para escoltar a los numerosos convoyes que van y vuelven de Santander, sino también para vigilar atentamente al Cura Merino, que frecuentemente cruzaba el Ebro en esa dirección al frente de un cuerpo de caballería carlista.

Soncillo
 
Aunque no se ofrecía ningún otro consuelo, tuvimos, al menos, la satisfacción de alimentarnos seguros para pasar la noche. Además de la fuerza antes mencionada, el octavo Regimiento de Lanceros Auxiliares se detenía en Oña para pasar la noche, en su marcha hacia Vitoria desde Santander. Aunque mi posición ha mejorado desde mi última visita no se pudo obtener nada en lo que respecta a la comida durante un tiempo. Una pequeña habitación, con vistas al campo; una ventana, protegida por contraventanas de considerable espesor pero sin vidrio en el marco; una cama sucia, sin cortinas, en el fondo de la habitación, en la que se suponía que teníamos que dormir; una mesita y dos sillas, completaban el mobiliario que se puso a nuestra disposición.
 
De esto no deberíamos habernos quejado, las capas y la paja forman en todo momento una buena cama para un soldado, pero la falta de comida a los viajeros hambrientos y cansados era otra dificultad. Con generosas ofertas de pago y súplicas, sumadas a las amenazas del sargento al mando del grupo de caballería, que abrazó nuestra causa, se prometió por fin una cena, cuyos ingredientes nunca olvidaré. Primero se colocó sobre la mesa un mantel, más allá de todo punto de suciedad; a esto, sin embargo, nos opusimos enérgicamente, prefiriendo la suciedad natural de la madera sin lavar. Dos tenedores de hojalata y una cuchara de madera hicieron su aparición, con muchas disculpas de la “padrona” en cuanto al suministro limitado de comodidades, habiendo comenzado hace poco tiempo como posaderos. Por fin, llega un ave infeliz, que a nuestra llegada había estado cacareando y cantando con toda la dignidad de la libertad no molestada alrededor del patio del establo, ahumada sobre el tablero con numerosas adiciones odoríferas de ajo y pimientos; a lo que se le añadió un plato de cerdo mutilado, en realidad flotando en aceite (probablemente deducido de la parte de las lámparas). Ni siquiera el ansia del hambre pudo inducirnos a comer tales manjares y, en consecuencia, una barra de pan, siempre bueno en España, con algunos huevos duros conseguidos al fin, logramos saciarnos para asombro de todos los espectadores (a menudo numerosos en tales casas de entretenimiento), [dada] nuestra fascinación por rechazar la carne de cerdo y el aceite. Terminada la cena, dividimos en proporciones iguales el aparato para dormir, es decir, las sábanas, el colchón y una almohada. Cayeron en mi suerte, amigo mío, que fue el menos inválido, aguantando con buen humor, una manta y el resto de cobertores. Y así nos esforzamos en cerrar nuestros ojos por la noche.
 
Amaneció y con mucho gusto nos despedimos de Oña y su detestable posada. Lectores, creo que la mayoría de ustedes nunca han viajado a través de un país en el que cada hombre que conozca, y cada labrador de la tierra, o podador de las vides, tal vez les envíe una bala en la cabeza con un remordimiento tan pequeño como lo haría contra un perro rabioso o un gato salvaje. De no ser así, difícilmente se puede juzgar el sentimiento con el que transitamos por esa parte de las provincias que fue entonces, por momentos y desde entonces por completo, sede de la guerra civil en España.

Soncillo
 
El placer de regresar a un hogar del que ha estado ausente durante mucho tiempo, y los amigos a quienes conoce bien no solo lo saludarán con afecto, sino que se esforzarán por aliviar los dolores de la salud destrozada, difícilmente puede borrar de su mente la desconfianza con el que te encuentras o te cruzas con cada ser humano en el camino. Tal fue nuestro caso durante el viaje de este día a Soncillo, donde teníamos la intención de detenernos nuevamente para pasar la noche, ya que en ese período se consideraba fuera del escenario de la devastación, por estar en la provincia de Santander (sic) aunque los acontecimientos recientes, ya sea por negligencia de los cristianos o por la iniciativa más probable de los carlistas, habían dejado (como en varios otros lugares entonces comparativamente en paz) las manchas de la sangre de sus compatriotas en sus hogares.
 
La carretera principal de Miranda del Ebro a Santander es extraordinariamente buena y, a pesar de los vientos violentos y de las fuertes nevadas, pudimos conducir rápido y llegar a Soncillo por un desfiladero escarpado y pintoresco, al final de la tarde del día de nuestra salida de Oña. Aunque este pueblo pareciera pequeño y aislado, rodeado de montañas desoladas y revestidas de aire, que abundan la provincia de Santander, sin embargo, nos alegramos de llegar a él.
 
En la entrega de nuestros pasaportes al comandante (una pequeña fuerza que estaba entonces también acuartelada en este pueblo con el propósito de escoltar), el alcalde solicitó la casa rectoral para nuestro alojamiento. Un fuego brillante en la cocina y mucha amabilidad y cortesía, a las que se puede agregar, una cena tolerable y una excelente botella de vino de su reverencia, pronto indujeron a olvidarnos el miserable alojamiento y la peor comida de la noche anterior en Oña. Nuestro “padrone”, o cura, que por su forma musculosa y su imponente figura, tenía más el aspecto de un guerrero que de un cura de campo, parecía lejos de estar molesto por la producción de un billete para nosotros y el sirviente; estaba sumamente ansioso en sus preguntas por noticias del lugar más inmediato de la guerra, y se declaró no poco complacido de que estuviera entonces a una distancia de algunas leguas.

Soncillo
 
Mientras escuchaba atentamente nuestros relatos de los recientes asuntos que habían tenido lugar, demostró gran habilidad para sacar la caja de tabaco y el papel para luego formar y liar el cigarro con mucha destreza. Práctica que en vano intentamos imitar, para acrecentar su ocupación, mientras nos alejábamos algún tiempo por el resplandor del fuego de leña de pino. Después de lo cual, nos llevaron a un apartamento limpio y confortable, donde había dos camas con sábanas blancas y bien ventiladas.
 
No pasamos una noche desagradable después de un largo día de viaje, ya que durante algún tiempo esos lujos nos resultaban extraños. Después de dormir profundamente hasta el amanecer, nos dispusimos una vez más a seguir camino, y después de tomar nuestro refrigerio matutino, como lo llamaba mi amigo, de chocolate, nos despedimos de nuestro cordial anfitrión; no sin antes haberle pagado el doble por los bienes disfrutados, un cargo que rebajó considerablemente la opinión cristiana que me había formado al principio de su carácter generoso, “incluso hacia sus enemigos, entre los que podríamos dudar” menos.
 
A la salida de Soncillo, el camino a Santander comienza casi de inmediato por un ascenso muy pronunciado sobre la Sierra de San Vicente, de al menos dos leguas lo que motivó que solicitáramos al alcalde mulas o caballos adicionales para ayudar a la resistente pareja nos ha atraído a una distancia tan larga. Sin embargo, por muy buenos que fueran, ni uno ni otro aceptamos el ofrecimiento de un par de bueyes, que, enganchados como jefes, nos hicieron un gran servicio y, al mismo tiempo, nos proporcionaron una gran diversión”.
 
Las tropas habían salido de Vitoria y transitaron por Miranda, Oña, Soncillo, Alceda y Puente Viesgo, para llegar finalmente a Santander, desde donde serían trasladados por mar a San Sebastián. Claro que Herbert marchará a Inglaterra por motivos de salud con la condecoración de la Orden de Fernando. Sus compañeros, llegados a la Bella Easo participaron en mantener franco el puerto y la fortaleza del monte Urgull de San Sebastián ante los intentos carlistas de sitiar la ciudad y en la conquista del puerto de Pasajes. En octubre de 1836 enviaron a 2.000 miembros de la Legión a Portugalete, para apoyar la ruptura del sitio de Bilbao, tomando parte en la batalla de Luchana. En marzo de 1837, en cambio, sufrieron la mayor derrota de esta guerra en Oriamendi de manos del Infante Don Sebastián.

Ataque de la Legión Británica sobre Irún.
 
Los miembros de la Legión Británica habían firmado por cumplir dos años de servicio, tras los cuales en su mayoría, hasta el propio Lacy Evans, decidieron abandonarlo en julio de 1837, ya que siempre estuvieron mal aprovisionados y se les pagaba muy tarde. No obstante 1700 de entre ellos decidieron quedarse bajo las órdenes del coronel O´Connell, formando la llamada Nueva Legión. Á modo de balance podemos afirmar que una cuarta parte de los 10.000 hombres de la Legión Británica perdieron la vida en esta guerra. Pero la mitad de estas 2.500 víctimas no murió en los enfrentamientos armados sino que perecieron a causa de las enfermedades.
 
¿Sabemos algo más de Herbert Byng Hall? Por supuesto porque fue todo un personaje. Después de un breve trabajo al servicio de la Oficina General de Correos, Hall se retiró a la vida privada a finales de la década de 1830 y se convirtió en escritor. En 1853 publicó ocho libros de no ficción (principalmente informes de viajes, libros de deportes y caza) y una novela de tres volúmenes. En 1851 fue miembro de la Comisión Real para la primera exposición mundial en Londres. De 1855 a 1858 Hall fue Mensajero del Servicio Exterior en Constantinopla, de 1859 a 1882 viajó por el mundo como correo diplomático. Publicó libros sobre ambos períodos de su vida. Además, había otros libros de no ficción sobre temas de ocio y pasatiempos.
 
El 14 de abril de 1883, nueve meses después de su jubilación, Herbert Byng Hall se declaró insolvente. Murió a los once días a la edad de 77 años en Weston, un suburbio de Bath.
 
Hall se casó tres veces. Su primera esposa Margaret murió el 25 de abril de 1856, su segunda esposa Elizabeth, de soltera Knox, el 7 de julio de 1862 con la que tuvo a su hijo William Herbert Byng Hall (1859-1893); su tercera esposa Lydia nee Braddock le sobrevivió.
 
 
Bibliografía:
 
“Ensayo sobre la Legión Británica”. Roma Garrido (Museo Zumalakarregi).
“Spain, and the seat of war in Spain”. Herbert Byng Hall.
“La Legión Británica en Vitoria”. Julio Cesar Santoyo.
“Viajeros por Las Merindades”. Ricardo San Martín Vadillo.
 
 

domingo, 19 de febrero de 2023

¡Será por no comer! o la historia de la histérica Amalia. (y 2)

 
Dejábamos a Amalia tumbada en su cama y a su médico de cabecera intentando convencer a la Academia de Medicina para que se interesase en el caso. Por ello, desde finales del año 1924 hasta mediados de 1925, el trasiego de misivas entre el Doctor Manuel Gutiérrez y la Real Academia Nacional de la Medicina fue continuo. El Dr. Criado y Aguilar, Secretario de la Real Academia de la Medicina, presenta ante al Comité de la misma, un elaborado estudio de cincuenta y dos páginas a doble cara en las que expone al Comité Médico de la R.A.N.M. con multitud de detalles médicos, el caso de Amalia así como sus impresiones al respecto: "(...) hay que substraerse de la aureola sobrenatural de que la imaginación más impresionable, perspicaz y ágil que la reflexión razonadora, se ve incitada a revestir la historia de esta desgraciada enferma, pues nuestra fantasía, antes de que nuestra razón actúe, ya se ha percatado de que los hechos en cuestión, no encajan en el marco de la realidad cotidiana, sino, que eluden el cumplimiento del código biológico."

"Pueblo Cántabro" (09/11/1924)
 
El Doctor Criado y Aguilar buscaba tanto conocer la causa del mal de Amalia, y solucionarlo, como descubrir el motivo de su supervivencia. En su informe presentó un estudio referente a las necesidades nutritivas de un cuerpo adulto que es alimentado únicamente a base de leche, emplea ejemplos de supervivencia sin alimentación que se dan en el reino animal como pueden ser el de los osos polares y su periodo de hibernación, o cuenta la existencia de un libro del año 1852 en que otro médico recoge un caso "similar", aunque como el propio académico reconoce, las diferencias entre Amalia y la otra enferma son evidentes: "la enferma de su historia, sesenta y cinco años de edad, era ciega, tenía la cabeza inclinada sobre el pecho, las rodillas casi tocando con el rostro, las pantorrillas como pegadas a la parte posterior de los muslos y la parte anterior de estos al vientre, sus manos, la una se hallaba recostada sobre el pecho y la otra bajo sus inmóviles rodillas, permanecía en un estado de adormecimiento tal, que muchas veces no respondía aunque se la llamase y parecía como aletargada".

"El pueblo cántabro" (03/12/1924)
 

Con todo ello, el Doctor Criado concluye: “(…) Jamás se habrá presentado a esta Real Academia un problema científico tan digno por sus inmensas dificultades. Semejante tarea invita a todos los Sres. Académicos a su prestación intelectual en busca de la necesaria interpretación. (…)¿Cómo sostiene esta enferma, sin alimentarse y sin beber, su calorificación tan intransigente y apremiante que es "conditio sine quanon" de la conservación de la vida, el funcionalismo de todos sus órganos, el ejercicio de su inteligencia, de sus sentidos y de su afectividad, la integridad en la fundamental de sus innumerables regiones de elementos celulares y para mayor misterio, ¿cómo conserva una regular apariencia en su hábito exterior bajo el punto de vista de la nutrición del color y expresión de su fisionomía y energía de la voz?”

"Pueblo Cántabro" (18/12/1924)
 
Este médico explicaba la operación quirúrgica que proponía como remedio: la conocida gastrectomía que hoy en día reciben enfermos de cáncer u otras patologías de ese órgano. El Dr. José Codina y Castellví tras alabar el trabajo del Dr. Criado y Aguilar sospechaba que Amalia era un engaño. Pero el dos de marzo de 1925, la Real Academia en Junta, aprobó que las autoridades sanitarias de la región dictaminarán sobre la posibilidad de trasladar a la enferma a Madrid, para examinarla. El médico Manuel Gutiérrez dijo que no creía posible el viaje a la villa y Corte. Visitó a Amalia Baranda el Inspector Provincial de Sanidad de Burgos, junto al subdelegado de Medicina del distrito correspondiente al pueblo de Espinosa de los Monteros, determinando que podía viajar a Madrid y que la familia estaba de acuerdo siempre y cuando viajase el doctor Gutiérrez. Pero no visitó Madrid.

"Diario de la Marina" 
(05/02/1925)
 
A todos los médicos sorprendía la resistencia a la muerte por inanición y deshidratación de Amalia. Mostraba los ya comentados síntomas habituales de falta de líquidos: sed intensa; la mucosa de la boca seca y pegajosa -que trataban de ser paliados mediante colutorios (enjuagues) que escupía al dolerle su ingesta-; hundimiento de los ojos; la falta de elasticidad en la piel confirmada por fotos y la dificultad en inyectar el Phosphorrenal; y disminución de lágrimas y de orina.

"Diario de Palencia" (14/05/1925)
 
Todos los médicos conocían las señales de dejar de comer que empiezan con la quema de la glucosa almacenada en el hígado y músculos (glucógeno). Este almacén se agota a las doce horas y empezamos a producir nueva glucosa a partir de aminoácidos y ácidos grasos extraídos del músculo y tejido graso subcutáneo. Pasados unos diez días, el metabolismo va adaptándose para conservar las proteínas y van disminuyendo las necesidades basales, así como va cambiando el sustrato energético, que pasa de ser exclusivamente la glucosa a los cuerpos cetónicos (cetosis), producto éstos del catabolismo de las grasas. Pero entre los veinte a cuarenta días, si persiste el ayuno, se agotarán las reservas del tejido adiposo y comenzará la utilización de las proteínas, primero del músculo esquelético y después también del visceral. Podría decirse que el cuerpo se consume a sí mismo para transformar estas proteínas en sustancias que puedan aportar energía (glucosa). La desnutrición afecta entonces a los órganos (hígado, corazón, riñón...), deteriorando su función, así como una caída de las defensas. La muerte puede producirse por alteraciones cardiocirculatorias, hidroelectrolíticas, intoxicación por acumulación de sustancias tóxicas y lo más frecuente por infecciones. En Amalia los doctores encontraron en sangre y orina cifras elevadas de urea, nitrógeno, lactato y cetonas, productos derivados del catabolismo que hemos visto muscular y graso y que pueden ser muy tóxicas (incluso mortales) cuando se acumulan en el organismo. Quedaría la nutrición parenteral (intravenosa), con mayor mortalidad por infecciones, que es una vía de alimentación que se puede mantener a largo plazo. Que no tuvo Amalia. Y la susodicha vía rectal parece que había sido abandonada tiempo ha.

"Pueblo Cántabro" (23/01/1925)
 
¿Y el insomnio o sueño ligero e intermitente? Porque la falta de sueño produce falta de concentración, somnolencia, torpeza, malhumor, estrés, ansiedad, pérdida de memoria a corto plazo y de recuerdos, lentitud en el habla, problemas de comprensión... A partir del tercer día sin dormir pueden provocar la manifestación de locura temporal y alucinaciones. Fisiológicamente tenemos disminución en la temperatura corporal basal, arritmias o provocar altos niveles de azúcar en la sangre. Pero Amalia no parecía tener estos efectos. ¿Seguro que era insomne? El doctor Gutiérrez reconoció que tal hecho no pudo ser probado más que en los quince días que duró el seguimiento continuado.

"El Pueblo Cántabro" (02/03/1926)
 
Todos estos factores resultaban sorprendentes para la sociedad de principios del siglo XX y convertía a Amalia en un fenómeno mediático que hoy hubiera salido en el “Sálvame” si no fuese por su introversión y ánimo reflexivo. El pueblo llano asumía que Amalia sobrevivía por su fervor religioso. ¡Un milagro! La ciencia, confundida. ¿Amalia? Con un pie en cada lado, pero rezando mucho. Y su fe le permite soportar su enfermedad y le fortalece. Algo así como un placebo. No debemos olvidar que era un tema de cariz humano en plena dictadura de Primo de Rivera que se libraría de la censura y que llenaba páginas en la prensa.

"El Pueblo Cántabro" (08/01/1925)
 
Pero volvamos a eso del morbo popular. La vivienda de la enferma se convirtió en lugar de peregrinaje religioso, científico y periodístico. Su médico de cabecera limitó las visitas para evitar deteriorar el estado de salud de Amalia. Se llegó a verla como una Santa en vida e, incluso, cortaban pequeños trozos de la sábana de la cama cual reliquia. Y, a pesar de todas estas molestias, los Baranda abrían la puerta a todos sin reclamarles dinero, aunque algunos visitantes dejaban algún alimento que aceptaban la señora Agustina y su marido Pedro. Así lo reflejaba el periodista Antonio de Llanos el 21 de mayo de 1925, en un artículo en “El Heraldo de Madrid”. Los padres de Amalia llegaron a vender los aperos de labranza para afrontar los gastos de médicos, pruebas y hospitales. El médico tampoco obtuvo recompensa alguna e, incluso, desembolsó dinero de sus propios ahorros para costear tratamientos hospitalarios de Amalia. De regalo, fruto del caso de Amalia, sufrió el descrédito de diferentes compañeros de profesión.

 
En 1926, más concretamente en febrero, empezará la aventura zaragozana cuando los facultativos de la Clínica de Zaragoza mostraron interés por el caso de Amalia. Los doctores Manuel Gutiérrez y Sebastián Pinedo, tras hablar con la familia y la propia Amalia, vieron en ello la posibilidad de obtener un nuevo diagnóstico. Manuel Gutiérrez advirtió que los médicos zaragozanos eran escépticos sobre la realidad del caso de Amalia. El 16 de febrero un coche de alquiler conducido por el Doctor Manuel, al que acompañaba Ciriaco Villaluenga párroco de Montecillo, llevó a la joven Amalia Baranda hasta Zaragoza.

"La voz de Menorca" (04/03/1926)
 
Ingresó el día 18 de febrero, en el área de ginecología del Hospital Universitario y Ciriaco retornó a Montecillo. Manuel Gutiérrez se quedó un par de días más, supervisando la adaptación de Amalia, luego marchó a Barcelona. La enferma quedó en manos del doctor Echeverría Martínez que se encargaría del aparato circulatorio; el prestigioso doctor Pi y Suñer lo haría del aparato digestivo; mientras que el Doctor Vallejo Nájera sería el responsable del sistema nervioso. El segundo día de ingreso ingirió una papilla para realizar una radiografía. Tras un ataque de nauseas y arcadas la vomitó. Los allí presentes comprobaron que entre los restos no había rastros de jugos gástricos, solo papilla. A la semana los resabiados y prestigiosos médicos maños reconocían su desconcierto. En los dieciséis días de ingreso, a Amalia se la sometió a dos laparotomías más. Con tantas operaciones su vientre estaría cuajado de cicatrices.

"Diario de Burgos" 
(08/03/1926)
 
El diario "El Sol", el uno de marzo de 1926, publicaba: “El médico Don Ricardo Horno, que está al cuidado de la enferma Amalia Baranda Ruiz, que lleva sin comer ni beber varios años, ha facilitado sobre tan extraño caso el siguiente diagnóstico: El caso de Amalia Baranda Ruiz, hospitalizada en la clínica a mi cargo de esta Facultad de Medicina, es realmente interesante, más no en el sentido que el vulgo pretende. Trátese de una histérica que probablemente sufrió un proceso ulceroso de estómago que fue la causa inicial de su causa alimenticia, intolerancia que en la actualidad es completa, encontrándose en un estado de ayuno absoluto, al menos desde que está bajo mi observación. Lo más interesante del caso es que, ante un ayuno total, persistente durante un largo tiempo, según se dice de cinco años, con un número escasísimo de calorías (800), con una cantidad reducidísima de nitrógeno (dos gramos), y con un peso de 33 kilos, habiendo perdido 45 de su peso, la vida se sostiene. ¿Puede el histerismo llegar hasta aquí? Este es un problema planteado que hay que resolverlo con mucho estudio y mucho tiempo”.

"Mundo Gráfico" (10/03/1926)
 
Les desconcertaron estos indicadores, nitrógeno y orina, que eran normales en una persona que ayunase largo tiempo y desmontaba la teoría del fraude. Por no contar con el análisis de sangre que mostraba valores de acetona tan elevados, que, en un organismo más robusto, serían obligadamente letales. Comprobaron que cada milímetro cúbico de esa sangre, tenía un aumento de entre medio a un millón de glóbulos rojos más de lo normal. A mí me sorprende que indicase que ingería 800 calorías al día. Quizá sea una errata. Tras las dos laparotomías declararon que "la rara disposición en que se hallaba colocado el estómago, en su parte inferior pegado a la masa intestinal y por la parte delantera a la caja torácica, lo convertían en un órgano incapaz de desarrollar las funciones propias de él". Era inservible.

"El Pueblo Cántabro" (26/02/1926)
 
El día 6 de marzo Amalia recibió el alta. En casa su estado se agravó acentuándose un desequilibrio del metabolismo celular y la inyección de Phosphorrenal que era la única vía receptora, la hipodérmica, también la rechazó durante un tiempo.

"La Región" (07/03/1926)
 
A modo anecdótico, comentar que el doctor encargado del estudio del aparato digestivo era profesor de Medicina en la Universidad de Valladolid, el cual quedó tan impresionado por el estado del estómago de Amalia que lo empleó como ejemplo en sus clases, por ello, muchos de los estudiantes al acabar el curso fueron visitantes de Amalia en Montecillo. En varios de los periódicos se indicaba que Amalia comulgaba de forma diaria, siendo eso, la Sagrada Forma, lo único que su cuerpo admitía. ¡Milagro! O que esos mínimos nutrientes se deshacían en la boca.

"Nuevo Mundo" (25/11/1927)
 
Pasaban los años y la medicina, frustrada, se desenganchaba de una Amalia desencantada. Las visitas cada vez eran más escasas, lo cual por un lado era un alivio. Para la prensa el caso no vendía… En el verano de 1935 acudieron a Montecillo los doctores Bermejillo, Laburu y Vallejo Nájera, este era el de Zaragoza. Querían investigarla durante un par de días. Amalia respondió: “Adelante, pero no me hagan sufrir más, por favor”. Los médicos no concluyeron nada, pero propusieron su traslado a Madrid. Ella dijo no.


 
"Estampa" (09/10/1928)

En ese mismo año 1935, a la Clínica Universitaria de Zaragoza llegaba un telegrama dirigido al Dr. Pi y Suñer: Amalia Baranda Ruiz de 39 años, había fallecido. Manuel Gutiérrez recibió otro de Pi y Suñer pidiendo el cuerpo para estudiarlo. Ella seguía viva y con buena memoria pues cuentan que recordaba a todos sus visitantes. Y a los que, como ocurría con los monstruos de feria, querían su cadáver.



"Estampa" (23/12/1933)
 
Iniciado 1936, Amalia, empeoraba: Pasaba el día con los ojos cerrados, abriéndolos únicamente ante los azotes de dolor que, cada vez con mayor fuerza, la golpeaban. Aun así, estaba consciente y respondía con cordura, pero con voz muy débil. Sus cuidadores descubrieron un hematoma en el brazo izquierdo. Varios doctores examinaron a la paciente y, si bien eran conocedores del estado casi terminal de Amalia, insistieron de nuevo sobre la posibilidad de su traslado a Madrid. En esa ocasión, Amalia aceptó la propuesta, aunque el viaje debía demorarse un poco. No pudo ser al estallar la guerra de 1936 a 1939.


"Caras y caretas" (24/02/1934) 
Revista de Buenos Aires.


Montecillo quedó en la línea del frente por lo cual el doctor Gutiérrez propuso a la familia de Amalia trasladarla a su domicilio en Espinosa de los Monteros. Estaría más segura y mejor cuidada. Y con el inyectable diario. El siete de agosto, Amalia era trasladada hasta Espinosa de los Monteros. El viaje fue terrible para ella y, a su vez, para quienes la acompañaban por una zona abierta a los disparos republicanos. Manuel Gutiérrez buscó aislarla para su descanso, pero ante las muchas peticiones, permitió las visitas a Amalia.

Domicilio del doctor Gutiérrez 
en Espinosa de los Monteros
 
Desde el año 1926 Amalia era miembro de la Asociación Religiosa María del Sagrario del centro Diocesano de Burgos, motivo por el que podía tener un altar en su propia habitación, escuchar allí misa y recibir la hostia consagrada. Dicho retablo, lo tenemos en la sacristía de la iglesia de San Esteban, en Montecillo de Montija. Habrá aquí un gran momento de mezquindad sacerdotal puesto que el párroco de Espinosa de los Monteros removió cielo y tierra para librarse de ese servicio a mediados de agosto. Envió una carta al obispado y en su respuesta, seis días después, le permitían reclamar el documento donde venían recogidos los privilegios de Amalia. No apareció y la enferma dejó recibir la comunión diaria. La recibirá solo jueves y los domingos a primera hora de la mañana.

"La Región" (10/12/1924)
 
A finales de agosto los ojos de Amalia habían comenzado a hundirse, los parpados y labios estaban cianóticos, la respiración pesada, desorientación… La enferma sabía que llegaba su fin y empezó a organizarlo: Pidió a María, la hija del médico, que estuviese siempre cerca de ella y a Carmen Astarloa, esposa del doctor Gutiérrez, que preparara su mortaja.
 
El domingo, 20 de septiembre, Amalia había perdido el habla. El lunes, a las diez y media de la mañana, se la aplica el Sacramento de la Extremaunción. A la una y media del veintiuno de septiembre de 1936, expiraba. Bueno, “Cuarto Milenio” dijo que murió en diciembre. En su partida de defunción figura como causa de la muerte “Uremia cerebral”. La acumulación de productos tóxicos en la sangre, incluida la urea. El riñón no filtraba ya los tóxicos.

Cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
 
Pero la aventura de Amalia no se agotó con su muerte. Vestida como deseaba fue velada hasta la tarde del 22 de septiembre en el comedor de la casa de la familia Gutiérrez-Astarloa. Ese día, a las once de la mañana, el juez firmó el acta de defunción, firma que fue acompañada por la de diferentes testigos entre los que se encontraba un hermano de Amalia, Dionisio Baranda. A las cuatro y media el cabo del puesto de la Guardia Civil de Oña, Diez Alonso, el guardia del puesto de Quincoces, Olegario Villanueva, el sastre Dionisio Marañón, Joaquín Santana, abogado y algunos familiares de Amalia cargaron con la caja. Del ataúd pendían cuatro cintas blancas, de cuyos extremos iban cogidas las hijas del doctor Gutiérrez, María y Mercedes y otras dos jóvenes, vecinas de Noceco.

"La Región" (11/12/1924)
 
En el camposanto se abrió el féretro para que la multitud lo viese y crease reliquias por contacto. De esta labor se encargó un capellán voluntario en las milicias nacionales llamado Pelayo Cantón Armendía. Según el documento se trató de un enterramiento de quinta clase, es decir, el enterramiento más humilde que se podía realizar. Más tarde, dicen, se exhumaron los huesos de Amalia y fueron colocados en el panteón de la familia de la esposa del doctor Gutiérrez, los Astarloa. Seguro, pero no figura en los documentos diocesanos.
 
 
 
 
 
Bibliografía:
 
“La pregunta número siete”. Juan José López Núñez.
“Misterios y enigmas del norte de Burgos”. Fran Renedo Carrandi.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El Cantábrico”.
Periódico “El Progreso”.
Periódico “La Tierra”.
Periódico “El Adelantado”.
Periódico “La Cruz. Diario católico de Tarragona”.
Periódico “La Región”.
Periódico “Diario de la Marina”.
Periódico “El Pueblo Cántabro”.
Periódico “El Luchador”.
Periódico “La Atalaya”.
Periódico “La Prensa”.
Periódico “El Debate”.
Periódico “La Voz de Menorca”.
Periódico “El Pueblo”.
Periódico “El diario palentino”.
Periódico “El día de Palencia”.
Periódico “El Orzán”.
Periódico “Correo de la Mañana”.
Revista “Mundo Gráfico”.
Periódico “El siglo futuro”.
Periódico “La Libertad”.
Periódico “El Heraldo de Madrid”.
Periódico “el Liberal”.
Periódico “El siglo futuro”.
Revista “Caras y caretas”.
Revista “Estampa”.
Revista “Nuevo Mundo”.
Periódico “Crónica de Las Merindades”.
Blog “Tierras de Burgos”. 
Web “Te interesa saber”. 
Programa “Cuarto Milenio”
Podcast “el prisma de la razón”.
"Vida de Amalia Baranda". Domiciano Sáez Estefanía.
 

domingo, 12 de febrero de 2023

¡Será por no comer! o la historia de la histérica Amalia. (1)

 
 
Esta es una historia que se puede leer en la prensa española de los años veinte y treinta del pasado siglo. Por ello, dividimos este caso en dos partes para no recargar mucho la lectura de los numerosos artículos periodísticos con los que ilustraremos la vida de Amalia. La protagonista de esta aventura nació el tres de septiembre de 1896 -bautizada el cuatro- en Quintana de los Prados. Era hija de Agustina Ruiz López, nacida en Quintana del Rojo, y de Pedro Baranda Martínez, nacido en Quintana de los Prados en 1856. Los otros hijos eran Bernardo, Felisa, Nazario y Dionisio.

"El Progreso" (15/11/1924)
 
Domiciano Sáez Estefanía escribió un libro en 1953, "Un caso interesante. Vida de Amalia Baranda", donde afirmaba que el nombre de la niña fue Milagros Amalia. Pero en el Registro Civil figura como "Amalia Baranda Ruiz" mientras que en el libro parroquial de bautismo consta como "Amalia María Baranda Ruiz". ¿María? Quizá; pero no “Milagros” que sería fruto de un deseo de Domiciano de dar un mayor énfasis religioso a la tragedia de Amalia.

Periódico "La Cruz" (13/11/1924)
 
La infancia de Amalia estará marcada por el ambiente religioso, no olvidemos que su tío abuelo materno, Bernardo López, era párroco de Quintana de los Prados y, después, de Montecillo. Amalia fue costurera en su juventud. Y… cuidaba de su tío abuelo, el Padre Bernardo, ayudándolo en las labores eclesiales diarias y profesando por ello, casi sin darse cuenta, una fuerte religiosidad. A los siete años Amalia sufrió una ascitis. Mediante una paracentesis se le drenó casi cuatro litros de líquido. Debemos saber que la ascitis es infrecuente en niños porque las causas más comunes son las enfermedades cardiacas, renales o hepáticas. Incluso pudo tener razones genéticas.

 
Otra peculiaridad en lo referente a su salud, es el hecho de que Amalia no menstruara hasta los diecinueve años y que, en los siguientes tres años, hasta que cayó enferma, tan solo en dos ocasiones le vino el periodo. ¿Irregularidad causada por problemas en sus genitales o en su hipotálamo e hipófisis que alteraban el flujo de hormonas? ¿estrés? ¿Desnutrición?
 
En el año 1909, Bernardo fue trasladado al pueblo de Montecillo de Montija. Un lugar más tranquilo para un sacerdote delicado de salud. Detrás fue la familia de su sobrina. Al fin y al cabo, había sido criada por él. El ambiente religioso en que vivía la joven devino en el deseo de profesar en un convento. A lo que se negaron sus padres. Así lo relató Manuel Gutiérrez Pérez, su médico de cabecera: "Amalia Baranda, ya mujer, trató de profesar como religiosa, pero se opuso la familia, la cual la propuso que contrajera matrimonio".

"El Pueblo Cántabro" (18/12/1924)
 
Y llegamos a la noche entre el 16 y el 17 de marzo de 1918 cuando al dirigirse a su habitación, Amalia sintió un mareo. Llevaba unos quince días en los que, tras las comidas, sentía una molesta acidez de esófago a la que no había dado mayor importancia. Acostada, se sintió débil y con convulsiones.
 
Manuel Gutiérrez Pérez se licenció en Medicina y Cirugía en el año 1911 y trabajaba en Espinosa de los Monteros de donde acudió a montecillo a visitar a Amalia: "(...) Me presento a la cabecera de la enferma a la hora aproximadamente de haber ocurrido este accidente, encontrándola en decúbito supino, resolución muscular completa, pérdida de conocimiento, intensa inyección conjuntival, dilatación pupilar, nula reacción a la luz, desviación de los globos oculares hacia arriba. De vez en cuando lanza algunos gritos, pronuncia con voz velada palabras incoherentes, se lleva la mano al cuello y a la cabeza. Manifiestan los que han estado presentes que la han tenido que sujetar para que no se golpeara, y que hacía grandes esfuerzos con los brazos, moviéndolos en todas las direcciones. Asimismo, hacen observar a las preguntas que les hago que había bebido un vaso de agua fría a las dos o tres horas de haber cenado”. En médico anotó que la casa estaba limpia y la enferma estaba bien alimentada, no abusaba del vino y la familia no tenía antecedentes patológicos dignos de mención. ¿Y las convulsiones? Podrían proceder de una epilepsia, de deshidratación...

 
Ataques idénticos se repitieron en las siguientes jornadas, a veces, varios en un mismo día. El día 25 de marzo de 1918, sufre una hematemesis (sangre en el vómito). Manuel Gutiérrez anotaba que Amalia "se queja de intenso dolor de estómago, se timpaniza el vientre, sobre todo a nivel de epigastrio, la lengua se pone saburrosa, el olor del aliento es fétido, dolor intenso de cabeza, deposiciones fétidas, elevación térmica que oscila entre los 37`5 grados y 39 grados, se manifiesta una intolerancia gástrica para toda clase de líquidos”. Estos síntomas se alargan durante un mes. Mientras, Amalia sobrevive de leche. ¡Gracias a dios parece no ser intolerante a lactosa! Y, entonces, ¿por qué vomita? Hoy diríamos que podría ser una ulcera gástrica, una gastritis erosiva o un tumor de estómago. Aunque, sumados todos los síntomas podríamos pensar en una deshidratación o algún problema metabólico debido a la desnutrición por no comer.

"La Región" (24/11/1924)
 
Mediado abril parece que se recupera, pero en mayo “(...) se aprecia una tumoración como del tamaño de una naranja, al nivel de curvatura mayor, que por palpación exaspera el dolor que se irradia a dorso y omóplato izquierdo ". Era el momento en que un humilde médico rural pidiese ayuda a otros doctores que, ante la inefectividad de sus propuestas, hundieron a Amalia en un desánimo mayúsculo. Claro que las terapias de la época eran la “repanocha”. Así el doctor Gutiérrez pensó que todo era fruto de una "fuerte sugestión nerviosa" que debía ser tratada con una "impresión mayor". Tras tratar a Amalia y a su familia de malas maneras, el médico no obtuvo resultados positivos. Vamos, Amalia empeoró. Lleva meses bebiendo solo leche y, ahora, la vomita. Diversos médicos informan a la familia que Amalia morirá en breve dado el escaso aporte de calorías frente al consumo de un cuerpo. Incluso uno de bajísimo consumo al estar encamado y arropado.

 
Los diversos facultativos estaban empezando a sospechar que Amalia, y su familia, eran unos farsantes sacacuartos. Pero cada vez estaba peor… e, ilógicamente, viva. Para investigar su enfermedad y su supervivencia viajó a Bilbao ingresando en la Clínica del Dr. Cesáreo Díaz, en el Hospital de Bilbao: "Ingresa el diez y seis de junio del año mil novecientos diez y nueve. Enferma desde hace catorce meses, con dolores en el centro del epigastrio y dorso que se exacerban con la comida y casi se hacen continuos. Ha perdido doce kilos de peso. Aspecto bueno, punto doloroso alto en el epigastrio, estómago vacío en ayunas, con el agua del lavado intestinal sale agua teñida de amarillo. Tiene contractura de los músculos rectos. Prueba del hilo EIN-HORM negativa. Esto es hacer tragar al paciente un trozo de madera atada a un hilo y ver si sale empapada de sangre. Reacción de MEYER en heces positiva. Examen de Rayos X: Estómago dilatado, en fondo sobrepasa cuatro traveses de dedo la línea umbilical, violentas contracciones en antro pilórico que no cesan durante veinte minutos que se la observa, sin pasar la papilla a duodeno. El día 16 y 17 del mismo junio se la pone bolsa de hielo que no tolera. Se queja de intensos dolores, y se calman con una inyección de morfina que produce una intoxicación tan acentuada que se le administra el Sacramento de la Extremaunción.
 
El día veinte le cuesta mucho tomar la leche, dolor continuo, vómitos, estreñimiento, punto dorsal izquierdo, contractura de recto, buen color. Día veinticinco: Laparotomía con anestésica clorofórmica. Se encuentra una perigastritis con adherencias tan extensas que no se puede hacer nada, suturando de nuevo el vientre. Continúa lo mismo el resto del mes y el de Julio quejándose de intensos dolores, no mejorando nada con el tratamiento tónico, alcalino, tratamientos de sol etc., saliendo el treinta y uno del mes de Julio de alta en el mismo estado que ingresó".

Periódico "La Atalaya" (02/12/1924)
 
Amalia permaneció ingresada en el hospital de Bilbao cuarenta y seis días. En ese tiempo se le practicaron diferentes pruebas mediante las cuales, se pudo concluir que Amalia padecía una “perigastritis adhesiva” de tal grado que nada se podía hacer. Hoy no hay casos de esta dolencia porque era fruto de diagnosis y tratamientos tardíos de úlceras gástricas, tumores, traumatismos abdominales... La úlcera gástrica, es una "herida" en la capa estomacal en contacto con los alimentos y que produce el ácido del estómago. Un exceso en la producción de dichos ácidos produciría la úlcera. El paciente tiene unos síntomas que consisten en dolor, vómitos de sangre, o excreciones negras. Si no se diagnostica tempranamente, la úlcera evoluciona afectando al resto de capas del estómago llegando a perforarlo. En su avance, los síntomas empeoran progresivamente, la zona se inflama y toca el peritoneo que envuelve al estómago produciendo intensísimos dolores, contractura en los músculos del abdomen, intolerancia alimenticia y deterioro del estado general del enfermo. Al parecer, los síntomas de Amalia. En el avance de la enfermedad el peritoneo se "pega" a las zonas del estómago inflamadas, intentando hacer como una especie de "parche" para el estómago inflamado y posiblemente perforado, y eso son las adherencias. Si se producen muchas, con el paso del tiempo las adherencias van tirando de las paredes del estómago, recubriéndolo y haciéndolo cada vez más rígido y con menos capacidad para moverse, movilidad que es fundamental para la digestión de los alimentos, el estómago se convierte en una estructura rígida formándose la mencionada perigastritis adhesiva. Y, por supuesto, la dificultad para respirar derivada.

Periódico "El Adelantado" 
(15/11/1924)
 
De regreso a Montecillo los dolores siguen aumentando. El Doctor Manuel Gutiérrez cuenta el caso a otro médico de Madrid que recomienda la Clínica del Dr. Olivares. Amalia es ingresada allí en febrero de 1920. Realizarán numerosa pruebas -generalmente invasivas como una nueva laparotomía (abrirla en canal)- donde ven que las paredes internas del estómago están adheridas dejando el órgano inservible. Vieron, desgraciadamente, que la parte exterior delantera se unía al tórax dificultando las aspiraciones profundas y los movimientos. Dos meses después es dada de alta.

 
En los comienzos del año 1921, Manuel Gutiérrez, le pide a Amalia que durante dos días deje de tomar toda clase de líquido para ver si, después, puede comenzar a soportar la alimentación. Fracaso. Amalia decidirá dejarse morir. Tras tres años de dolores ha tirado la toalla y sólo tendrá el aporte energético diario de una inyección del reconstituyente Phosphorrenal Robert, en ampollas de uno o dos centímetros cúbicos. El Phosphorrenal era un medicamento elaborado por el ingeniero químico y farmacéutico José Robert y Soler, en los laboratorios que en Barcelona llevaban su nombre. Se proporcionaba como reconstituyente en caso de convalecencia, desnutrición, pérdida de fuerza, crecimiento, estados pretuberculosos, etc... Podía presentarse en formato inyectable, granuloso o elixir. Pero, parodiando un viejo anuncio de televisión, no sustituye a una comida al tener una kilocaloría y media por vial.

 
Pero el médico y los familiares siguieron haciéndole trampas a Amalia para que no muriese y buscaron nutrirla mediante enemas alimenticios dos veces al día: por quinientos gramos de leche, una yema de huevo y peptona en cantidad suficiente. La pena es que como vía de acceso nutricional es deficiente y hoy se emplea la alimentación enteral (oral o por sonda) y la intravenosa. Eso sí, con esta forma de nutrirse el paciente no se deshidrataría porque el colon puede aumentar su capacidad de absorción hidroelectrolítica hasta varios litros al día. Y con el periodo de adaptación suficiente, un paciente encamado en reposo podría acercarse a cubrir sus necesidades calóricas basales, pero con el tiempo aparecerían déficits nutricionales importantes por no absorción de vitaminas y minerales, de aminoácidos esenciales que el organismo no puede sintetizar si no los ingiere o ácidos grasos esenciales. El televisivo Miguel Ángel Almodóvar -investigador del CIEMAT-CSIC-, en el programa de Iker Jiménez, “Cuarto Milenio”, se sorprendía de la viveza de la mirada de Amalia porque si un ojo no está hidratado, este, pierde la visión. Asumía en este coloquio que la supervivencia de la muchacha era fruto de los nutrientes aportados por vía rectal. Viable dado su bajísimo gasto metabólico. ¿Prueba a su favor? El rápido fallecimiento al sacarla de su ambiente. No me explica cómo no ocurrió lo mismo cuando fue trasladada a los diferentes hospitales y aquellos médicos no se percataron del truco.

"Pueblo Cántabro" (23/10/1924)
 
Todo estaba tan mal que un hombre de ciencia como Manuel Gutiérrez propuso llevar a Amalia al Cristo de Límpias, cuyo milagro se había producido poco tiempo antes, con la finalidad de mejorarla con cierto efecto placebo. Evidentemente no se consiguió nada. Amalia volvió a su cuarto, a su rutina de comunión diaria, a sus estampas de santos y su altarcito, a sus oraciones sola o en compañía…


 
Habían pasado unas pocas semanas de su visita a Limpias cuando su estado de salud acentuó su deterioro. Empezó con pesadez de cabeza que prácticamente la impedía abrir los ojos. El doctor Gutiérrez redactó: "(...) gran inyección conjuntival, dilatación papilar, reacción perezosa de ésta a la luz, pulso hipertenso en radial y temporales". ¿Solución? Aplicar sanguijuelas cada ocho, quince o más días, durante unos meses. Al momento le aliviaba, pero la cantidad de sangre perdida debilitaba a la enferma. Estos animales se empleaban en el tratamiento de úlceras y procesos inflamatorios, aunque se extendía en los más diversos cuadros clínicos. Su fundamento eran las propiedades anestésicas, vasodilatadoras y anticoagulantes, que posee la saliva del parásito.

"El Liberal" 
(20/11/1924)
 
Nada iba bien. El doctor Gutiérrez animó a Amalia a ingresar en el Hospital de Burgos en septiembre de 1921, quedando allí en manos del especialista médico Mariano Lostao. Tras realizar sobre Amalia Baranda diferentes pruebas y estudiar su historial el doctor impuso a la paciente un régimen alimenticio de café con leche. Alrededor de veinte fueron los días que pudo seguir el tratamiento. Se lo quitaron porque empeoraba la enferma. En días sucesivos se repitieron pruebas, todas ellas con idéntico resultado. Cuentan que, en esas fechas, también la sometió a sesiones de hipnotismo sin éxito. No es tan tonto porque, seguramente, buscaban conocerían aspectos más profundos de la cognición o pensamiento de nuestra paciente y transformarlas favorablemente. Otrosí, la hipnosis puede llegar a actuar como un potente analgésico. En su regreso a Montecillo, dada la nevada que se encontraron, Amalia tuvo que andar los quinientos metros que separaban la carretera principal de la casa la familia Baranda.



A mediados del año 1923, la familia de Amalia conoce la existencia de un médico naturista prodigioso. ¿Qué se podía perder si Amalia tenía terribles dolores estomacales diarios, irradiando hasta el omoplato? Lo visitaron y obtuvo un plan basado en una dieta que duraría entre veinte y veinticinco días. Comería un puré de almendras y unos cereales tostados que masticaría y escupiría. (¡Tela!) En la primera toma los vómitos, acompañados siempre por intensos dolores se hicieron presentes. A los veinte días -casi cumplido el plazo- los dolorosos trastornos de la alimentación, obligaron a suspender el tratamiento.

"Cantábrico" (14/12/1924)
 
Un síntoma del que no hemos hablado es la sequedad de boca que intentaban compensar mediante colutorios de agua, azúcar y zumo de limón un par de veces al día. Pero con cuidado de no tragar nada de ello porque “se ponía malísima hasta que vomitaba todo”. Pero no piensen que la suma de colutorios y Phosphorrenal eran suficientes para mantener con vida a Amalia. Y, aun así, seguía viva. ¡Hombre! Quizá siguiesen con la alimentación rectal pero no parece que fuesen constantes en esa vía.

"Diario de Burgos" 
(21/11/1924)
 
Terminando octubre de 1924 pareció presentarse el fin. Los dolores de estómago de Amalia se agudizaron tanto que sus hermanos buscaron al médico. Este vio a Amalia convulsionando y golpeándose de manera dramática. Cuando trató de sujetarle los brazos encontró "gran fuerza muscular totalmente inusual en una enferma encamada”. La muchacha suplicaba que le abriesen el estómago, aunque muriera por ello, asegurando que no recaería ninguna responsabilidad en el médico que lo hiciera. Pedía una inyección de morfina, consciente de las reacciones que le produjo cuando se la aplicaron en la Clínica de Bilbao o cuando el propio Dr. Gutiérrez, la suministró algo de morfina o de opiáceos. Le fue aplicado varios supositorios de medio centigramo de morfina cada uno. Tres en veinticuatro horas, calmándole un poco los dolores y no ocasionando intoxicación aparente.

"La Prensa" (25/11/1924)
 
Manuel Gutiérrez Pérez firmaba el cuatro de noviembre de 1924 un informe para la Academia Nacional de Medicina en cuya última página se leían estas conclusiones:
 
"(...) Primera: La enferma Amalia Baranda padece histerismo somático, modalidad mono sintomática.
 
Segunda: Que la enferma padecía desde un principio una úlcera latente de estómago seguida de perforación, a los ocho o diez días de caer en el lecho, produciendo una perigastritis con extensas adherencias a los órganos inmediatos y un foco de peritonitis localizada en la región epigástrica.
 
Como tratamiento tuvo en los primeros momentos, creyendo que se trataba de una indigestión que hizo explotar un ataque histérico con intensa congestión cerebral, emisiones sanguíneas, revulsivos en las extremidades inferiores, bolsa de hielo a la cabeza, purgas, dieta hídrica y bromuros. A los ocho días, cuando tuvo la primera hematemesis, dieta absoluta durante las primeras cuarenta y ocho horas, trozos de hielo para calmar la sed y bolsa de hielo en el epigastrio. Después alimentación con leche helada durante ocho o diez días, alcalinos, desinfectantes intestinales, antiespasmódicos diversos y opiáceos. Esta es escuetamente la historia y tratamiento de la enfermedad que aqueja a Amalia Baranda”.

"Diario de Burgos"
(11/12/1924)
 
Pero no lo envió. ¡¿Cómo?! Manuel seguía temiendo una trampa y necesitaba estar seguro antes de plantearlo ante la Academia. Para ello diseñó un plan junto al doctor Sebastián Pinedo, llegado recientemente a la comarca; el periodista Antonio Llanos; Joaquín Pérez Sánchez -que no formará parte del equipo- y Bibiano de Porras, abogados; y Tomás de Echave, farmacéutico. Antonio de Llanos habló del mismo en el ejemplar del diecinueve de marzo de 1925 de "El Heraldo de Madrid". Iniciarían una observación ininterrumpida (de ocho a quince días) y suficientemente prolongada para descartar que la alimentasen a espaldas de todos. Y el sistema que empleaban, claro, puesto que el aparato digestivo de Amalia estaba totalmente inservible. Se agregaron al proyecto los doctores Hermenegildo Caballero, Ramón Rueda y Antonio García, de Villasante y Villalázara. Y el fotógrafo Manuel Antón. Las guardias de seis horas se harían en parejas y en ellas siempre un galeno. Y no avisarían a la familia. Me da que ya no estaban aplicando eso de la alimentación rectal que tanto preocupaba a Miguel Ángel Almodóvar.

"Heraldo de Madrid" (19/03/1925)
 
Vieron, en esos catorce días, que le surgían hematomas donde se le inyectaban los viales; que tenía un sueño ligero y apesadumbrado; y que, cuando le daba algún golpe de tos o tenía hipo, se exacerbaban los dolores del estómago y vientre entre otros síntomas ya habituales en ella. Certificaron que Amalia no había ingerido alimento alguno ni solido ni líquido, ni tampoco defecó. Las cantidades orinadas fueron ridículas, pero se analizaron en Bilbao.

"Diario de la marina" 
(04/12/1924) 
Un periódico de Cuba
 
Tras esta prueba realizaron una exploración a Amalia: “Posición decúbito supino. Buen aparente estado de nutrición. Lengua saburrosa en el centro de color pardo obscuro. Dentadura superior falta por completo, de la inferior conserva los incisivos, canino, y primer molar derechos, y de las demás piezas dentarias solo existen restos. por palpación en región epigástrica se aprecia un plastrón que indica haber existido una peritonitis en esta región. De aparato respiratorio y circulatorio no existe nada digno de mención. Aparato urinario: verifica micciones cada cinco o más días y en cantidad muy pequeña. Sistema nervioso: reflejo corneal positivo. Reflejo faríngeo negativo. Reflejo de Bavinski negativo en pie derecho y disminuido en el izquierdo. Sensibilidad: al calor muy disminuida. Al frio aumentada. Al dolor igualmente disminuida. El sentido del olfato y del oído extraordinariamente aumentado. El del gusto pervertido y el de la vista normal. Creemos haber hecho la observación padeciendo la enferma una infección intensa de carácter gripal”.

"La Atalaya" (06/12/1924)
 
¿Por qué Amalia no tenía dientes? Fruto de su deterioro se los extrajeron y junto al estado de desnutrición y deshidratación del cuerpo de Amalia, hizo que los huecos en las encías jamás cicatrizaran completamente y la carne de las encías fue desapareciendo. Todo ello, facilitó que el nervio quedara cada vez más expuesto al exterior con los terribles dolores que por ello sufría Amalia ante el menor cambio de temperatura.

 

Retomaremos la vida de Amalia Baranda la próxima semana.
 
 
Bibliografía:
 
 
“La pregunta número siete”. Juan José López Núñez.
“Misterios y enigmas del norte de Burgos”. Fran Renedo Carrandi.
Periódico “Diario de Burgos”.
Periódico “El Cantábrico”.
Periódico “El Progreso”.
Periódico “La Tierra”.
Periódico “El Adelantado”.
Periódico “La Cruz. Diario católico de Tarragona”.
Periódico “La Región”.
Periódico “Diario de la Marina”.
Periódico “El Pueblo Cántabro”.
Periódico “El Luchador”.
Periódico “La Atalaya”.
Periódico “La Prensa”.
Periódico “El Debate”.
Periódico “La Voz de Menorca”.
Periódico “El Pueblo”.
Periódico “El diario palentino”.
Periódico “El día de Palencia”.
Periódico “El Orzán”.
Periódico “Correo de la Mañana”.
Revista “Mundo Gráfico”.
Periódico “El siglo futuro”.
Periódico “La Libertad”.
Periódico “El Heraldo de Madrid”.
Periódico “el Liberal”.
Periódico “El siglo futuro”.
Revista “Caras y caretas”.
Revista “Estampa”.
Revista “Nuevo Mundo”.
Periódico “Crónica de Las Merindades”.
Blog “Tierras de Burgos”.  
Web “Te interesa saber”.
Programa “Cuarto Milenio”
Podcast “el prisma de la razón”.
"Vida de Amalia Baranda". Domiciano Sáez Estefanía.