Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 31 de octubre de 2021

¡Brujas! ¡Brujas! ¡Bru-u-u-u-u-jas!

 
 
Los relatos de brujería son abundantes por toda España. Pero, ¿Qué entendemos por brujería? El R.A.E. nos dice que son el conjunto de prácticas mágicas o supersticiosas que ejercen los brujos y las brujas. Poco llamativo, ciertamente, por lo que vamos a presentar una definición más, digamos, florida: son el conjunto de acciones atribuidas a personajes considerados maléficos, que tienen capacidad para alterar la causalidad de los fenómenos y las leyes naturales, y cuyos actos se consideran mágicamente agresivos y opuestos a la norma social. Mejor, ¿no?

 
Además, diferenciaremos entre bruja y hechicera que nuestra florida definición no contiene. ¿Piensa usted qué son lo mismo? ¡Quiá! es algo así como la diferencia entre pirata, bucanero y corsario. Bruja sería esa persona con facultades innatas que emplea una magia primaria y elemental (Algo así como un supervillano nato); y hechicera es la persona conocedora, y practicante, de un sistema mágico-ritual complejo, desarrollado mediante aprendizaje consciente, concretado en agresiones mágicas sofisticadas, y basado en fórmulas, libros, objetos mágicos, etc. – un Batman por seguir el silogismo-. Esta distinción no es sólo operativa en el ámbito de la magia europea, sino también, por ejemplo, de la africana.
 
Pero la cosa se desmadra al dividir a las brujas en grupos según ciertas características: bacularia (la que monta en una escoba), fascinatrix (la que causa mal de ojo), herberia (la que manipula hierbas dañinas), maliarda (la que causa otros males) y pixidaria (la que maneja ungüentos mágicos). También se clasificaba a los nigromantes como femina saga (mujer sabia), lamia (vampiro nocturno), incantator (el que realiza conjuros), magus (hombre sabio), maleficius (el que puede perjudicar a hombres, animales y objetos), sortiariae mulier (mujer adivina), strix (ave nocturna), veneficia (envenenador) y vir sortilegi (mago). Y así podríamos seguir un rato largo con las diferentes “clasificaciones taxonómicas” de las brujas. Y de los brujos. Pero los antropólogos modernos nos resumen los grupos en los dos dichos arriba: bruja o hechicera.


 
Julio Caro Baroja escribía que "los etimologistas, para la voz borujo, barullo, burujo y, en fin, brujo, dan un voluculum bajo latino, que encierra la idea de envoltorio. Bruja se considera voz de etimología desconocida y posiblemente prerromana; pero puede reconstruirse (como otras veces se hace) una voz volucula, con transformación similar a la de voluculum, y que aluda a uno de los caracteres esenciales (la de volar) de las así llamadas".
 
La primera atribución tópica de la brujería europea es la de ser una mujer vieja. Aunque en la antigüedad grecolatina la imagen de la bruja, o hechicera, se asociaba ocasionalmente a mujeres jóvenes, hermosas y seductoras (Medea, Circe, Calipso, etc.), ya era común presentarlas como mujeres viejas, feas y deformes. Ambas representaciones conviven todavía, aunque cabe atribuir a la bruja joven conexiones e identificaciones míticas amplias y variadas, y a la bruja vieja una dimensión brujeril más específica. Esta segunda representación es, por otro lado, la más conocida y difundida en la actualidad aunque el cine nos presente brujas exultantes de juventud pero con almas negras. Entiendo que “dan mejor en cámara”. En algunas tradiciones, la bruja puede asumir temporalmente la apariencia de mujer hermosa que se casa con un hombre quien acaba descubriendo su identidad.


También es normal la asociación de las brujas con la noche, y con la medianoche como hora más propicia para la ejecución encantamientos, si bien en la tradición del centro y del este de Europa ha tenido gran arraigo la creencia en la llamada "bruja de mediodía" (conectada con el "diablo de mediodía"). No solo eso, a la bruja europea se la vincula con la luna, con ritos lunares y con cultos a los muertos. También podían volar, a veces montadas en escobas o en animales como cabras o machos cabríos. Generalmente mediante ungüentos o bebedizos mágicos y secretos. Desde la Edad Media, autores como el obispo de Ávila Alonso de Madrigal (siglo XV) han defendido que eventuales ingredientes psicotrópicos y alucinógenos presentes en tales sustancias serían los causantes de la ilusión de volar.
 
Las reuniones de brujas se denominan aquelarres en España y por Europa Sabbat. Esta última palabra se documenta en diversos legajos de procesos inquisitoriales del sur de Francia entre 1330 y 1340. Quizá tomado del día santo judío. Estas reuniones solían celebrarse en vísperas de las fiestas católicas solemnes, así como los lunes, miércoles y viernes (especialmente este por ser el de la pasión de Cristo). Allí, las brujas, adoraban a Satanás, recibían instrucciones o poderes, se iniciaban a las nuevas adeptas y fornicaban con el diablo (a veces representado como macho cabrío). Las brujas eran reconocidas popularmente porque Satanás les marcaba con una cicatriz en alguna parte de su cuerpo y con una marca en el ojo izquierdo. Y, es que, el ángel caído era considerado patriarca y esposo de toda la congregación.

 
Era de común entender que en los aquelarres se procedía a actos de vampirismo de niños y de necrofilia. Eran las famosas misas negras con sus cálices y hostias negras y amargas, y prácticas sacrílegas de todo tipo que terminaban en orgías sexuales. Aquelarres donde bailaban, cantaban y tañían instrumentos de tres en tres, habilidades que solían mostrar en sus otras correrías nocturnas. La fiesta, la farra, terminaría con el canto del gallo que anunciaba la llegada del día. Y luego puede que se acercasen a la iglesia, no lo sé. Pero por lo que se comentaba en Huidobro esto podría ocurrir: “Si no cierra el misal el sacerdote, no puede salir [la bruja] de la iglesia. Yo eso siempre he oído”.
 
Y, si no podía salir del templo, difícilmente podía irse al bar como contaban los de Brizuela: “Ahí había un pueblo que había muchas brujas. En Villavés. Pero eso era antes, ahora no. Una vez, dice que decía uno:
-¡Tengo unas ganas de beber vino!
Y que le dijo una [bruja], dice:
-Ven conmigo, verás, que esta noche bebes todo lo que quieras.
Se convirtieron en gatos, y el del bar, pues no los vio. Se metieron, y aquella noche, pues [cogieron una] mona, la una y el otro. Y cuando se levanta por la mañana, que había cerrado, pues había vuelto en sí y la tenía en el bar a la señora aquella, y la dice:
-Pero, ¿Cómo estás tú aquí?
Dice:
-Perdóname, perdóname, que es que ha pasado esto.
No sé si es cierto, o [si] es mentira, o [si] es cuento. Se convirtió otra vez como era. Claro, tenía que convertirla otra vez para salir. Son cuentos”.

 
¡Y qué diremos de la apuntada capacidad de las brujas de metamorfosearse en animales para realizar sus acciones maléficas! Los animales asociados a esta capacidad eran el gato, liebre, mula, cerdo, perro, gallina, mosca... Un antiguo residente de Huidobro contaba que “eran como gatos negros. Y todas las noches había que cerrar, porque en las casas había un agujero para que entraran los gatos, y si entraba la bruja, pues siempre te hacía cosas. Mi padre, un año, tenía vacas, tres o cuatro vacas, y los bueyes para arar, y una vez se conoce que entró la bruja y abortaron las tres vacas”. Otro informante de Villamartín de Sotoscueva comentaba: “Se llamaba María, y la conocí yo. Y la hija creo que también. Se volvía gato, se metía en las casas, y cogía cosas. Dice que le dieron una pedrada, y que estaba coja a[l] otro día. Esto me lo contó mi abuelo”. Y en Leva también se tenían relatos y confidencias sobre brujas convertidas en gatos.
 
También es frecuente la representación de la bruja como gallina con pollos de oro a la que nunca se puede alcanzar. Otra creencia acerca de las capacidades de las brujas es que son aficionadas a mamar leche de las vacas, cabras u ovejas, a convertir la leche de estos animales en sangre, y a alimentarse de sangre de niños. En esto de los niños existió mucha prevención contra parteras y nodrizas por si eran brujas camufladas. También se piensa que las brujas beben el vino o comen el queso guardado en bodegas o despensas. Aunque podría ser un método para acusar a criados tragones. Sobre el trastear por la casa uno de Lomana comentaba que “mudabas las camas con sábanas blancas y te echabas a la cama, y las sábanas estaban bien. A otro día, ibas a hacer la cama y tenía cruces. Y eso nos ha pasado a nosotros y a más gente, aquí, en Lomana. Decían: andan brujas, andan brujas. Hemos comprado cartillas, sí señor, y hemos bajado a comprarlas a San Martín [de Don]. Si te quedabas dormido, [las brujas] te quitaban la cartilla en el camino. Escondíamos las cartillas en un bujero, ande no las verían. Mucha gente sacaba cartilla, [aunque] eso era cosa oculta, no se podía decir que ibas a por la cartilla”. En Villafría de San Zadornil se contaba que “si en una ropa veían una cruz, que sí [que] la había hecho una bruja”.

 
Hubo zonas de Europa donde se creía que las brujas tenían poderes especiales para causar "mal de ojo", mediante la mirada, a niños, adultos y animales que, cuando enfermaban, sólo podían ser curados mediante poderes de otra persona sanadora que contrarrestase los de la bruja. En Munilla contaba una persona anciana que “una señora a la que se la morían los hijos y que la que vivía al lado, que era bruja, y que la había echado la maldición. Tuvo catorce hijos y doce se le murieron, porque dicen que la vecina era bruja y que les echaba la maldición. Una hija todavía vive”. Para protegerse de estas acciones existían medios de protección contra las brujas en las puertas, esquinas y ventanas de la casa o de las cuadras: cardos (que son símbolos del sol), ajos, ruda, romero, orégano, cruces bendecidas, higas o lunas de azabache, fragmentos de los Evangelios o de otros textos u objetos religiosos, etc. Comentaba uno de Huidobro que su padre “fue a Poza, me parece que fue, que decían que había una que te echaba las cartas, y te decía lo que era, y le dijo que pondría una cruz hecha de un palo, y así no volvía a entrar la bruja”. El La Aldea se comentaba la utilidad de las cartillas frailunas –que ya han aparecido en esta entrada- para luchar contra las brujas: “Por aquí se decía que, en Miranda de Ebro, había un convento de frailes que daban unas cartillas que con ellas alejaban a los espíritus, y que con ellas las brujas no entraban en casa. Yo no lo he visto nunca”. Podríamos decir que una clara muestra de la efectividad de esas cartillas era que no se hallaba a las brujas.
 
En Munilla y en Huidobro corrían historias sobre brujas molestando al ganado: “Brujas, sí… A lo mejor dejabas las conchas de las patatas en el cesto, ibas y no las encontrabas en el cesto, estaban tiradas por la casa. Una hermana mía dice que una vez bajó a echar de comer a los cerdos, y aquellos cerdos no se movían, [se quedaban] quietos, y había estado una señora allí, y se conoce que aquella señora que les hipnotizó. Fueron ande ella, y la dijeron:
-Oye, ¿qué les has hecho a los cerdos míos?
-Vete, vete a casa, que cuando vayas ya están bien.- le respondieron”.
 
En las casas de Huidobro todas las noches había que cerrar el agujero de los gatos para que no entraran las brujas. “Las brujas entraban por las noches y hacían muchas cosas: berrar (berrear) a los bueyes en casa, y muchas cosas malas. Berraban en la cuadra, y es porque había entrado por el agujero de los gatos. Por ahí se metían y hacían alborotar a los bueyes”.


Además del “mal de ojo” el repertorio de armas de las brujas contenía maldiciones; operaciones mágicas con ropa, cabellos, dientes, sangre menstrual de la persona a la que pretenden embrujar; vudú sobre muñecos de cera… O una carta de baraja como contaban en Menamayor: “Los de Santecilla decían que era bruja. Una vez subió [una mujer] a la casa, y que se asomaba a la ventana, y no sé qué le dijo la bruja. Y le dijo:
-Pues esto me lo vas a pagar.
O algo así. Y total, que aquella señora, de repente, se quedó imposibilitada. Años pasaron de aquello, y la mujer siguió sin poderse mover, y una vez los hijos bajaron a sembrar patatas, y bajaron un carro de basura, y bajaron a aquella mujer, para que iría picando las patatas, y en el carro de la basura apareció una carta. Total, que, extrañados por la aparición de la carta:
-¡Esta puta carta!
La rompió y la hizo pedazos la mujer que estaba picando las patatas, y desde entonces la mujer se levantó y se puso bien”.
 
Los citados eran actos dañinos que se realizaban, supuestamente, durante la noche y, a veces, en cruces de caminos. Un relato recogido en Villamartín de Sotoscueva contaba una historia que le dijo su abuelo “que iban a un pueblo, y que el burro, que nada, y que no andaba, y que no andaba, y que no le podían hacer andar, y que eran las brujas. Que apareció una cabrita despellejada entera, viva. Yo eso lo he oído en Villamartín. Y que había brujas, eso decían”. Pero, no solo eso, sino que se acusaba a las brujas de causar tormentas, sequías, destrucción de cosechas, epidemias y catástrofes naturales; del robo de imágenes, sacrilegios; y de todo tipo de crímenes.
 
Otra de las facetas más importantes de las prácticas hechiceriles era la erótico- sexual. Podían inducir el enamoramiento o el rechazo de una persona hacia otra. Y, no nos olvidemos, de tener el don de la videncia y adivinación del pasado y del futuro.

 
Las casas también podían estar embrujadas como, parece ser, le ocurría a una casa de Irús en el Valle de Mena: “En Ordejón de Mena dice [n] que por la noche se oían golpes y cosas raras. Lo decían que [pasaba] en una casa de Ordejón”.
 
En la Hispania medieval, la represión de la brujería fue tan histérica como en el centro de Europa. En el fuero de Cuenca se ordenaba que "la muger que fuese ervolera o fechicera, quémenla o sálvese con fierro". En el Reino de Castilla se declaró en 1370 herejes a los adivinos y a quienes los consultaban, y en 1414 se promulgaron leyes muy estrictas de represión de la brujería, pero su aplicación fue muy laxa e irregular. Por su parte la Santa Inquisición peninsular no se mostró excesivamente beligerante en estos casos. Se fijaban más en eliminar las diversas formas de heterodoxia (el criptojudaísmo, el erasmismo, el jansenismo o el protestantismo).
 
Pero si hasta 1582, la Inquisición no puso reparos a que las universidades impartiesen astrología y nigromancia como asignaturas formales. Y el inquisidor y canónigo Pedro Sánchez Ciruelo (1475-1560), autor de la “Reprobación de las supersticiones y hechicerías” (1539), defendió que los vuelos nocturnos de las brujas podían ser reales o una ilusión provocada por el diablo, y que los delitos de brujería debían ser juzgados por la justicia secular en vez de por la religiosa, porque no eran formalmente heréticos. Francisco de Rojas, en “La Celestina”, daba una visión cotidiana y no exenta de humanidad y hasta de simpatía de la hechicera protagonista de la obra.


A partir de 1600, además, la Inquisición asumió la jurisdicción sobre todas las modalidades y personas acusadas de hechicería, e impuso penas por lo general menos duras que las que aplicaban los tribunales seculares. No faltaron, de todas maneras, algunos excesos. La primera supuesta bruja ejecutada por la Inquisición española se llamaba Gracia la Valle, y fue condenada a la hoguera en Zaragoza en 1498 pero, a partir de 1611, no se ejecutó a ninguna otra persona en los reinos de las Españas por delitos de brujería.
 
Curiosamente, el propio aislacionismo de la Inquisición y, en general, de la cultura y de la tradición españolas hizo que, cuando en la Europa de finales del XVII y del XVIII comenzó el rápido eclipse de las obsesiones y de los procesos por brujería, en España se mantuviera su represión, al menos formalmente, hasta la definitiva abolición de la Inquisición en 1834. Ello acaso se justifica en el hecho de que la progresiva desaparición de procesos contra moriscos y judíos permitió a los inquisidores concentrar más esfuerzos en la represión de la magia.
 

Pero no perseguidas legal o religiosamente no implica la desaparición de la creencia en la acción maléfica de brujas y hechiceras que sigue viva en amplios sectores de la población, especialmente de la que vive en áreas rurales y entre la que posee un escaso nivel de instrucción. Lo cual no entiendo con el esfuerzo que dedican los “mass media” en presentarnos una cara muy amable de las brujas. El periódico “El País” dice sobre ellas que “Han sido históricamente malvadas, pero en realidad solo se resistían a obedecer. La imagen que una sociedad tiene de sus hechiceras dice mucho de cómo esa sociedad percibe a la mujer”. Parece más una readaptación de un personaje vector de negatividad medieval en un icono positivo, protofeminista y luchador contra el heteropatriarcado de la cultura de masas… ¡Pero si hasta los piratas –los piratas- son héroes infantiles cómo no vamos a hacer de las hechiceras “mujeres no sometidas a una serie de cánones estéticos y roles pragmáticos”!
 
 
Bibliografía:
 
“Héroes, santos, moros y brujas”. José Manuel Pedrosa, César Javier Palacios, Elías Rubio Marcos.
Periódico “El País”.
Revista “Fotogramas”.
 

domingo, 24 de octubre de 2021

Los silos franquistas de Las Merindades

 
Una vez que el ser humano se hizo sedentario surgió el problema de preservar el grano para los tiempos de escasez. ¿Sino cómo iba a ayudar el bíblico José al Faraón? Claro que también pudo ser al revés: descubierta la forma de conservar el grano el ser humano pudo hacerse sedentario. Desde los silos hallados en Grecia, que son excavaciones en zonas de tierra seca y compacta, hasta el invento del primer elevador de grano por Joseph Dart en 1842, hubo un largo trecho y muchos siglos. Sin olvidar los Horreum romanos sobre elevados para mejor conservar el grano y permitir a las autoridades distribuirlo a la plebe. Este proceder nos deja constancia de que convenía contar con un sistema de garantías para el abastecimiento de productos básicos como el trigo, el aceite y el vino. Pero, ciertamente, estos hórreos coexistieron con los sencillos silos enterrados que llegan hasta tiempos contemporáneos, pudiendo encontrarlos en planes de conservación del grano como el argentino en los años cincuenta.

Silo de Villarcayo
 
Cien años después del “poste de Dart” se gesta en España la Red Nacional de Silos buscando ayudar a la regeneración de la Agricultura nacional pero sin materiales ni técnicas vanguardistas y desde una oficina técnica compuesta por unos pocos ingenieros agrónomos novatos. Desde este órgano administrativo se construyeron más de 600 silos verticales y graneros que debían regular el comercio cerealístico. Sobre el papel la idea era sencilla: un sistema de elevación mecánico permitía llevar el producto a mayor altura, aumentando la capacidad de almacenaje vertical.
 
Novedoso porque la España de principios del siglo XX no había precisado de grandes construcciones para almacenar el grano producido. De hecho hasta 1930 no encontramos el gran silo de la Panificadora y Fábrica de Harinas de Vigo, proyectado por Gómez Román y Werner. Seguramente los políticos de entonces eran como los de ahora porque la cosa venía de largo. El “problema triguero” español se vio agravado en la Primera Guerra Mundial cuando la administración reguló el mercado para estabilizar los precios. Teníamos un sistema agrario y de explotación de la tierra obsoleto con un régimen de cosechas irregular. Para muestra las dos grandes cosechas de trigo de 1932 y 1934 que hundieron los precios arruinando a pequeños y medianos productores.

Silo de Villarcayo en El Soto
 
La situación de bloques antagónicos de la Segunda República Española convirtió el “problema triguero” en un arma más de enfrentamiento político. ¡Bendito populismo! En estos años se dan un sinfín de propuestas muy diversas que no condujeron a nada. La primera reacción gubernamental fue el anuncio en 1934 de un plan de adquisición y construcción de silos cooperativos oficiales pero fue evidente la incapacidad del Estado en tiempos tan complicados para acometer tal plan.
 
El franquismo traerá la Red Nacional de Silos que era parte del Servicio Nacional del Trigo (SNT), Fundado en Burgos el 23 de agosto de 1937. Buscaba controlar la producción y el consumo del trigo y, más tarde, la de la agricultura cerealista (maíz, centeno, cebada, etcétera) y, en menor medida, de leguminosas (garbanzos, lentejas, etcétera).

 
Probablemente la idea provendría de los ingenieros agrónomos Cavestany, Cavero y Bartual que redactaron en 1936 un estudio sobre “Organización del mercado triguero nacional y creación de la Red Nacional de Silos”. El Ministerio de Agricultura convoca el primer concurso sobre Proyectos de Silos en 1944. Será en 1945 cuando se elabora el Plan General de la Red Nacional de Silos y Graneros (RNSG) con una propuesta inicial de 437 silos (estructuras verticales de almacenamiento) y 631 graneros (estructuras horizontales de almacenamiento). La construcción de la RNSG buscaba:
 
  • Facilitar la compra por parte del Estado a los agricultores, así como su almacenamiento en puntos estratégicos que favorecieran una rápida distribución desde las zonas productoras.
  • Constituir una reserva para posibles acciones anticíclicas.
  • Permitir la recepción en puerto del trigo de importación y eventual exportación.
  • Garantizar un correcto almacenamiento y conservación de los granos, así como su selección y tratamiento para conseguir semillas de mayor rendimiento.
 
Entendamos que, cuando se aprobó el proyecto y se puso en práctica teníamos en España hambre y racionamiento lo que obligó a los agricultores a entregar todo el trigo a la administración, exceptuando la reserva de consumo propio, que se establecía en un máximo de un veinticinco por ciento del total producido.

 
El Estado se comprometía a comprar la cosecha, construir los silos, financiar el almacenamiento de excedentes, cargar con las pérdidas de las exportaciones (que constituían una de las pocas fuentes de ingresos en divisas para el país) del producto. Permitía el aprovechamiento en pienso para el ganado, principal complemento de la economía agrícola de la zona, junto con otros productos secundarios de la producción cerealista como la paja. En este sentido, el trigo requería ciertas características específicas para su almacenamiento: Recipientes herméticos, ya que la ausencia de aire impedía la aparición de hongos y el temible gorgojo, que estropeaba el grano, así como el ataque de ciertos animales y roedores.
 
El primer silo inaugurado oficialmente fue el silo de tránsito de Córdoba, en 1951, pero ya antes, en 1949, se habían construido los silos de Valladolid, Villada y Alcalá de Henares. La máxima de los ingenieros constructores de los silos verticales fue: “Utilidad, sencillez y economía”. Quizá por ello hay unos veintiséis tipos diferentes de silos de entre los aproximadamente 670 edificios construidos.

 
La financiación de la RNSG recayó íntegramente en el SNT hasta 1975 (momento en el que pasa a cargo de los Presupuestos Generales del Estado). El dinero procedía del “canon comercial”, consistente en la diferencia de los precios de compra y venta del SNT. Sin embargo, las dificultades económicas de la época condicionaron el despegue constructivo de la red, que pasó por diferentes fases en cuanto a intensidad de construcción y características de los silos.
 
¿Qué significó el SNT? Pues ni más ni menos que la total intervención de la producción triguera por parte del Estado. Es decir, que los agricultores se vieron obligados por las sucesivas normativas no sólo a vender sus cosechas al Estado sino que, progresivamente, las exigencias se irían incrementando. El control creó su mercado negro de trigo dado que el precio pagado por el SNT –en especial en los años 40 y años 50- era poco y había mucha “necesidad” tanto de enriquecerse por parte de algunos como de no pasar hambre por otros. No olvidemos que era aquel el periodo de la posguerra y de las cartillas de racionamiento, y que un producto de primera necesidad y derivado del trigo como es el pan estuvo racionado en España entre 1939 y 1952. En todo caso, en las décadas de 1960 o 1970 el Estado pagaba bien el cereal, se había terminado el racionamiento y se había producido un éxodo rural que permitía a los agricultores un puntual aumento de beneficio.

Silo de Medina de Pomar (Google)
 
Otro factor a sopesar es la distribución de los silos y graneros. ¡Lógico! La implantación de los silos dependía de las necesidades siendo mayor su número en las regiones productoras de cereal. Así, España se dividía en un total de 150 provincias productoras dadas por las distancias máximas entre industrias molineras y centros tradicionales de comercio del cereal. 


Cada una de estas comarcas quedaba organizada en torno a una unidad cabecera de recepción. Tenemos, por ello, diversos tipos de silos:
 
  • Silos de recepción: recogían el grano conservándolo hasta su expedición hacia las industrias harineras o los silos de tránsito o puerto. Debían estar bien conectados con el agricultor y las infraestructuras de transporte. De este tipo son los de Villarcayo, Medina de Pomar y Trespaderne.
  • Silos de tránsito: Recibían el grano desde los anteriores y regulaban el tráfico de grano entre centros productores y consumidores. Tenían también la función de reserva para regular los precios entre años de cosechas variables. Muy mecanizados, permitían el flujo de grandes cantidades de grano. Son los primeros en construirse y presentan una mayor singularidad arquitectónica frente a los silos de recepción, más seriados.
  • Silos de puerto: Enclavados en áreas portuarias y con instalaciones capaces de transvasar el grano desde o hasta los buques, y recibirlo o expedirlo hacia el interior.
 
La relación territorial entre los silos y la industria harinera es directa, evolucionando la segunda en número y capacidad de forma paralela a la red. Esto hizo que los molinos hidráulicos de los pueblos cerrasen.


 
Aunque el primero de los silos de la Red Nacional de Silos fue el tipo A, el modelo más extendido en España -393 unidades- es el tipo D. ¡Un logro de diseño! Compiló la funcionalidad con la sencillez y la economía. Está libre de elementos accesorios. Y es el que tenemos en los tres ejemplos de Las Merindades. Era uno de los silos de recepción, y surge como una evolución combinada de los tipos de silo A y B. Su construcción es sencilla con celdas y muro de fábrica de ladrillo, y sección cuadrada. El volumen del silo se divide en tres naves, la central en la que se sitúan celdas de menor capacidad conformando un espacio más libre para comunicaciones y paso de maquinaria, y las dos laterales en las que los silos llegan hasta el suelo y cierran el conjunto. 


Las capacidades variaban de 900 Tm a 3.250 toneladas métricas. El volumen de comunicaciones verticales se encuentra en el frente del edificio integrado en el extremo de la nave central, diferenciándose ligeramente del resto de celdas, por un pequeño área saliente. 

 
El tipo D estaba dotado de un elevador y dos transportadores horizontales, uno superior distribuidor y otro inferior colector, de 20.000 kilogramos de rendimiento horario, pudiendo realizarse las siguientes operaciones:
 
  • Recepción: El pesaje del grano a la entrada se realizaba por medio de una báscula-puente, en la que se pesaba el vehículo cargado y descargado, para obtener el peso del grano por diferencia de pesadas. Este grano se depositaba en la tolva de admisión, de donde pasaba al elevador, que lo ascendía hasta el transportador distribuidor desde el cual, por medio de un tubo telescópico móvil, pasaba a cualquiera de las celdas. Por su parte, el grano recibido en sacos era vertido a una báscula situada bajo en forjado de la torre de maquinaria a la cota 1`10 metros que descargaba directamente en la tolva de entrada del elevador principal. Allí se controlaba el peso total.
  • Expedición: Todas las celdas laterales, a la altura de 5`00 metros, llevaban unos tubos de salida. Por tanto, el grano por encima de dicha altura podía caer directamente en la tolva superior de una báscula ensacadora de peso neto. Todo el trigo contenido en las celdas podía ser pesado y ensacado, quedando dispuesto para su transporte. Una de las celdas exteriores, inmediata a la torre de maquinaria, llevaba otro tubo de salida situado a una altura de 3`50 metros que permitía cargar a granel un camión preparado para ello y pesarlo en la báscula-puente.
  • Transvase de celda a celda.
 
La mayoría de los Silos de este tipo llevaban adosada lateralmente una nave, en la cual se instalaron las máquinas de selección. El número de celdas osciló entre 9 y 39 según número de ampliaciones ejecutadas. Las características generales del Tipo D se resumen en:
 
  • Celdas y muros de fábrica de ladrillo armado.
  • Estructura de hormigón armado.
  • Celdas de sección cuadrangular.
  • Filas de celdas laterales apoyadas sobre el terreno dejando pasillo central de maniobra sobre el cual se sitúa otra fila de celdas de menor capacidad.
  • La torre está situada en el frontal del edificio quedando diferenciado del resto del cuerpo de celdas.
  • No disponen de tren vertical de selección.
  • De escasa o nula ornamentación exterior.
  • La planta sobre las celdas es minúscula al tratarse únicamente de una galería de distribución.

 
Debemos fijarnos, también, en los silos de tipo G que, en realidad, son graneros de recepción con cubierta inclinada a dos aguas y paredes resistentes a los empujes horizontales. Aquellos con un mayor volumen disponían de maquinaria portátil para el movimiento y pesada del grano. Están registradas hasta 260 unidades, con una distribución dispersa en el territorio situándose en Las Merindades los de Quincoces de Yuso y Quintana Martín Galíndez.
 
Un último tipo del que vamos a hablar es el llamado Tipo GV: son silos conocidos como “graneros verticales” por la predominancia de las naves horizontales en planta baja frente a la verticalidad de las celdas y el elevador. Como consecuencia, su capacidad es reducida pero son muy útiles para zonas donde la capacidad de un granero se queda corta y la construcción de un silo sería excesiva. Características similares a un silo tipo D con menos celdas. Algunos autores enmarcan aquí el silo de Medina de Pomar. Se levantaron 14 unidades con una distribución territorial dispersa pero predominando su presencia en el norte de España.

Silo de Trespaderne (Google)
 
Pero todos los tipos de silo surgían imponentes en las llanuras cerealísticas, destacando sobre el bajo caserío de la mayor parte de los pueblos de esas zonas. ¡Más imponentes que la iglesia! Las tonalidades ocres de sus altas fachadas, se funden en verano con los campos que están por segar mientras que en la primavera destacan sus formas sobre el verde de los campos. Es pues, la relación con el paisaje, un valor inherente a todos ellos.
 
En 1971 se constituyó el Servicio Nacional de Productos Agrarios (SENPA) que mantuvo el cometido de ordenar la producción, distribución y venta de los productos agrícolas hasta 1986, cuando España ingresó en la Unión Europea y la política agraria pasó a depender del Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agrícola (FEOGA). Por su parte, el sector del trigo español dejó de ser un monopolio estatal el 29 de mayo de 1984 (Ley 16/1984). Posteriormente pasaría a depender de las respectivas legislaciones de las diferentes comunidades autónomas… ¿Y los silos? Muchos quedaron sin uso. Pero, además, algunos estaban en ruinas; otros, eran poco rentables aunque estuviesen en buen estado; y algunos eran imposibles de usar al haber resultado absorbidos por las zonas urbanas.

Silo de Trespaderne (Google)
 
Con el fin de aliviar la carga recaída sobre el Ministerio de Agricultura de una red improductiva, comenzó a partir de 1996 la cesión de los silos y graneros según varios procedimientos:
 
  • Desafección y cesión a la Dirección General de Patrimonio, siendo de ésta la decisión última sobre el futuro de las edificaciones cedidas.
  • Reversión de las unidades a los ayuntamientos que cedieron los terrenos para su construcción.
  • Reversión de las unidades a los particulares expropiados en su momento al desaparecer la función de utilidad pública que motivó la expropiación.
  • Cesión gratuita de uso a los ayuntamientos, para que éstos decidan sobre el uso futuro de la edificación o del solar.
 
La transferencia de competencias en materia de agricultura hacia las Comunidades Autónomas entre los años 1996-2001 supuso un alivio para la administración central, que delegó en las CC. AA. la responsabilidad de tramitar los puntos que acabamos de indicar. Como hablamos de políticos españoles es relativamente fácil encontrarnos casos de usos infravalorados como el de almacén municipal o, incluso, escombrera.

Silo de Villarcayo
 
Esperemos que los nuestros sobrevivan y se integren en el paisaje de nuestras poblaciones alejados de la permanente ambición constructora, la descentralización de competencias que diluye responsables y dificulta la protección y el cambio en la política agraria y mercantil.
 
 
Bibliografía:
 
“Los silos de cereal en España. ¿Arquitectura? Industrial en la España rural”. César A. Azcárate Gómez.
“El trigo como tesoro nacional: el servicio nacional del trigo a través de la prensa cordobesa de postguerra (1937-1941)”. Antonio Muñoz Jiménez de la Universidad de Córdoba, España.
“La red nacional de silos y graneros en España”. Antonio García Díaz.
Silosygraneros.es
Periódico “La Nueva Crónica”.
“La red nacional de silos y graneros”. Blog “La obra del régimen de Franco”.
Periódico “ABC”.
Blog “El viajero histórico”.
www.fega.es
“La decadencia de los silos en Tierra de Campos en la región de Castilla y León (España)”. María Jesús González González y Alberto Rodríguez García.
“Ministerio de Agricultura. Servicio Nacional del Trigo. Veinte años de actuación”. (1958)
“Escuela técnica superior de ingenieros (universidad de Sevilla), proyecto fin de carrera: “silo de grano tipo D””. Por Pablo Mateo Caballos.
 
 
Para saber más:
 
 
 

domingo, 17 de octubre de 2021

Los Velasco pescaron los diezmos del mar.

 
 
En 1192 Alfonso VIII concedió a la catedral de Burgos los diezmos del portazgo de las mercancías de los puertos de Santander y Castro Urdiales. En el año de 1268 el rey Alfonso X, que aparte de poeta y jurista fue reformador de la economía del reino, convocó cortes en Jerez donde evidenció el desarrollo que estaban alcanzado los centros urbanos y puertos del mar Cantábrico y se les autorizó a potenciar el comercio. Estos puertos eran los de San Sebastián y Fuenterrabía en Guipúzcoa; Santander, Laredo y Castro Urdiales en Cantabria; Avilés en Asturias; y en Galicia, La Coruña, Ribadeo, Vivero, Betanzos, Ortigueira, Cedeira, Ferrol, Bayona, La Guardia, Pontevedra, Padrón y Noya. Además, la Corona creó unas aduanas que controlasen el tráfico y percibiesen los impuestos, o diezmos. Del mar.

Alfonso X
 
Lo que conocemos como “diezmos de la Mar de Castilla” eran estos derechos aduaneros sobre las mercaderías importadas y exportadas de la corona de Castilla. Era un gravamen teórico del diez por ciento del valor -por eso lo de diezmo-, como un IVA. De su articulación anterior al siglo XV poco se sabe. Se cobraban en los puertos marítimos de la cornisa cantábrica y en los puertos secos de las zonas limítrofes con las provincias vascas que tenían un régimen tributario especial. Los puertos secos del País Vasco relacionados con Las Merindades eran Valmaseda, Orduña y Vitoria. Y en Cantabria, Castro Urdiales, Laredo, Santander y San Vicente de la Barquera. Pueden verse incluidas las poblaciones de Medina de Pomar y Briviesca. Las mercancías, tras su registro en la aduana, obtenían la cédula llamada “albalá de guía” que justificaba el pago del diezmo. Un esquema sencillo pero la extensión del distrito tributario lo complicaba.

Medina de Pomar, alcázar de los Velasco
 
Ciertamente, algunos de estos puertos y pasos aduaneros eran redundantes al estar situados sobre la misma arteria principal –caso, por ejemplo, de Valmaseda, Medina de Pomar y la propia aduana de Bilbao–, lo que muestra la tupida ramificación que poseían los caminos de la meseta hacia el Cantábrico. Diríamos que eran seis las aduanas que ejercían como cabezas de partido –seguramente al ser residencia de jueces o dezmeros de mayor rango– en la estructura madurada bajo la gestión de los Velasco: Briviesca, Medina de Pomar, Orduña, Valmaseda, Castro Urdiales y Laredo.
 
Decíamos que todo este entramado era fruto del incremento del comercio marítimo y esto no pasó desapercibido para los Velasco, que veía transitar por sus tierras las mercancías que circulaban entre las grandes ciudades de Castilla y los puertos cantábricos. En 1447 el conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco, obtuvo que el rey Juan II otorgase a su familia, durante siete años, el beneficio de los diezmos de la mar cobrados en Laredo, Valmaseda, Orduña y Vitoria en compensación de la pérdida de la villa de Moguer arrebatada por el príncipe de Asturias al sobrino del Conde de Haro Martín Fernández Portocarrero. Y eso que las cortes de Valladolid de ese año solicitaron al rey que no arrendase la renta de los diezmos de la mar a ningún señor de villas, abadengo, behetrías o encomiendas en aquella región. Una petición que se vino a producir el año en el que concluyó una década de arrendamientos ganados por compañías encabezadas por prominentes judíos vitorianos y sostenidas sobre redes de fiadores con importante presencia en el propio territorio en el que se cobraban los diezmos.

Juan II de Castilla
 
El rey sabía lo que le interesaba y, a su vez, la familia Velasco sabía qué puertos eran los más activos, y por lo tanto los más rentables desde un punto de vista fiscal al ser aquellos que enlazaban con la meseta a través de sus posesiones en Cantabria y Castilla la Vieja. El conde de Haro acertó en sus cálculos y pudo ingresar con los diezmos de esas cuatro aduanas un total de 8.408.902 maravedís entre 1447 y 1453. ¿Por qué era tan generoso el rey? Pues, porque necesitaba al conde de Haro. Y no era el caso solo de Juan II sino que su hijo Enrique IV contentaba a Pedro Fernández de Velasco en su lucha con su medio hermano Alfonso para conservar la corona de Castilla. Casi nada.

Pedro Fernández de Velasco
 
La cosa estaba apurada porque Enrique satisfacerá a los Velasco -¡como si eso fuese posible!-entregándoles, otra vez, los diezmos de la mar de Castilla, o una parte, el año 1466 y algo más: "Enrique IV concedió en Olmedo, el 20 de diciembre de 1466 al conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco III, 195.000 maravedíes de juro de heredad de los diezmos de la mar y en la villa de San Sebastián”. Habrá un segundo otorgamiento, que es registrado en la cédula del uno de abril de 1469, por la cual Enrique IV le hacía merced de todos los diezmos de la mar de Castilla. Ambas mercedes muestran la importancia que tenía para Enrique IV mantener a este linaje dominando la costa cantábrica oriental hasta San Vicente de Barquera. Muy necesitado debía estar el rey porque, reconozcámoslo, esta era la principal renta percibida sobre el comercio exterior castellano a través de los puertos del Cantábrico.

Enrique IV de Castilla
 
También Pedro Fernández de Velasco obtuvo de Enrique IV, cuando luchaba contra la futura Isabel I, la gobernación “con poderes de virrey” de Vizcaya y Guipúzcoa, quizá pensando en adquirir el señorío completo. El Velasco trató de poner paz entre los bandos señoriales locales… Su derrota de mayo de 1471 representó el fin de sus aspiraciones al señorío de Vizcaya. Y se concentró en lo que había sacado apoyando a la dinastía Trastámara. Asentaron sus reales en Burgos y en el hinterland al norte de esa ciudad, con ramificaciones señoriales que llegaban hasta la costa de la actual Cantabria y con conexiones familiares –insertas dentro del sistema señorial de parientes mayores y menores– que se extendían por buena parte de la montaña cantábrica y el País Vasco, sobre todo en las actuales provincias de Vizcaya y Álava. Pero no tenían el señorío.

 
Solo se han podido recuperar hasta esta fecha las cuentas generales de los condestables correspondientes a las aduanas de Laredo, Valmaseda, Orduña y Vitoria de los años 1447-1453 y del año 1527. Durante este año de 1527, el condestable cobró más de diez millones de maravedís aunque proceden de un momento muy inflacionario. Debemos apuntar que no solo el clan Velasco obtuvo réditos de este asunto tributario sino que los comerciantes burgaleses, con el apoyo de tan influyentes cortesanos, obtuvieron una ventaja fundamental en los múltiples avatares por los que discurrió su actividad.
 
Con el dominio de los diezmos del mar por los Velasco, el capitán de cada nao debía pedir licencia al diezmero del Condestable para descargar las mercaderías en el puerto y, tras su registro, dicho diezmero expedía el albalá o cédula de guía. ¿Estaban saldadas ya todas las deudas? Pues… ¡Bueno era el Condestable! Cuando pasaban las mercancías por Cilleruelo de Bezana, Herrera de Pisuerga, Medina de Pomar o Briviesca, villas de los Velasco, volvían a ser registradas y se comprobaba si llevaban sus albalaes. Aquí se les daban cédulas de paso y pagaban los derechos correspondientes para que no pagasen en otras guardas. En estos registros, además, se pagaba un nuevo derecho por cada carga o bestia: el portazgo y rediezmo.


Llegado a este punto se comprende lo que ocurrió en abril de 1535 cuando el alcalde de Santander pleiteó con el condestable de Castilla para que los fardeles de paños y demás mercaderías siguiesen desembarcando en Santander ante el deseo del Condestable de llevarlos a puertos más rentables para él. Los testigos que participaron dijeron que durante más de 60 años habían visto que las mercaderías que venían de Flandes, pagaban el diezmo al diezmero y rentero vecino de la villa puesto por los reyes, que extendía los correspondientes albalaes y partían a Burgos. El diezmero actuaba como los publicanos en la Roma clásica. Realizaban el cobro de ese derecho, tras asiento concedido por el Rey, y después por el Condestable, y haber pagado por adelantado a la Real Hacienda, o al Condestable, la cantidad acordada.
 
Nada sospechosamente, esa centuria fue durante la cual los Velasco pasaron de condes de Haro a obtener la dignidad –para ellos hereditaria- de condestables de Castilla y, con los reyes Católicos, de duques de Frías. Y eso influyó -Señor, ¡Cómo influyó!- en Las Merindades y demás territorios bajo el control de esta familia. Más aún, la cronología de la construcción de ese estado señorial y la distribución de las tierras a él agregadas por merced regia parecen apuntar hacia un temprano deseo –que podemos datar ya a fines del siglo XIV– por parte de los Velasco de controlar los pasos y rutas del comercio burgalés hacia los puertos cantábricos.

 
Claro que el “libre mercado” siempre busca salidas y estas se sustanciaron en el contrabando. ¡Que se esquivaban las aduanas, vamos! Siempre había caminos hacia Castilla perdidos, no controlados o menos vigilados. Los mugalaris de la frontera con Francia pero trasladado a los límites con Castilla Vieja. Lo potenciaba la peculiaridad aduanera vasca que facilitaba el contrabando de todo tipo de artículos, principalmente los más lucrativos. Y en este asunto participaban vascos, castellanos y comerciantes extranjeros, no solo de reinos amigos de la Monarquía sino también de rebeldes o enemigos, mediante la utilización de intermediarios legales. Pero esto no empezó con los Velasco.
 
El territorio cantábrico era propicio para una tributación mediante este sistema porque era una zona con un índice de urbanización muy bajo, lo que implicaba un nivel escaso de consumo local de las manufacturas del exterior que con más frecuencia nutrían estos intercambios: los tejidos de calidad, asociados a ciertos niveles de consumo y lujo, más propios de las poblaciones grandes que del ámbito rural. Además, carecían a finales del siglo XIV de una significativa producción de mercancías susceptibles de ser cargadas en los tornaviajes. Eran zonas de tránsito hacia las aduanas como la de Valmaseda o la de Orduña, que ya existían, al menos, en 1412. Por ello, las mercaderías que llegaban eran más baratas en las tierras vizcaínas que en Castilla, al no soportar ningún tipo de gravamen y, por contra, se penalizaba la compra de las mercaderías que llegaban de Castilla. En Valmaseda y Orduña se cobraban los diezmos de la mar y demás tributos debidos a la Corona sobre las mercancías que entraban por el puerto de Bilbao, y en las de Vitoria y Salvatierra tributaban las que venían de Guipúzcoa.

 
Las mercaderías desembarcadas, que no tributaban al llegar a puerto, podían esperar la ocasión propicia para ser introducidas en Castilla sin pagar. ¿Qué hacían los recaudadores? Lo lógico: reforzar la vigilancia en el límite con Vizcaya y Álava. ¿Reacción de los comerciantes? Pues algunos mercaderes burgaleses descargaban en otros puertos cantábricos para pagar menos. ¿Qué hicieron, entonces, los diezmeros? Requisar las mercancías que pillaban por otros caminos junto con las bestias o carros.

 
Y esto fue una ocasión de oro para la familia Velasco gracias a la superposición de jurisdicciones en ese clan. Los delegados del duque de Haro se convertían en jueces y parte en casos de impagos relativos al diezmo. Así, en el primer cuarto del XVI, proliferaron las incautaciones de mercaderías por parte de los guardas de las aduanas del diezmo precisamente en villas y lugares pertenecientes al condestable. Y las apelaciones las conocían las justicias del lugar en el que se hubiera producido la incautación, es decir, delegados de la justicia señorial de los Velasco. Esa parcialidad fue aireada por el consulado de Burgos en 1515 cuando apeló a la reina Juana I solicitándole la creación de la figura de juez de aduanas con jurisdicción sobre todo el distrito de cobro de los diezmos y cuya sede judicial radicase en alguna ciudad de realengo.

Juana I de Castilla
 
Marcaremos que los Velasco no solo requisaron mercancías que, según ellos, no cumplían los requisitos legales sino que ayudaron a que el tributo variase. Sabemos que desde comienzos del siglo XV dicha renta fue perdiendo su carácter de imposición marítima para integrar los diezmos que se percibían en aduanas terrestres entre Castilla y los reinos de Aragón y Navarra. Como hemos dicho, ya desde 1448, se producía el desvío de la ruta de algunas mercancías procedentes del norte de Europa hacia los puertos asturianos y gallegos. Los comerciantes no buscaban evitar el pago del tributo sino pagar menos tras negociar con diversas autoridades de los puertos del oeste de la cornisa cantábrica, tanto señores de villas marítimas como simples dezmeros. Evidentemente, al tener noticia de este hecho, Juan II emitió –en sucesivos momentos de su reinado–, generalmente coincidiendo con nuevos contratos de arriendo o con reclamaciones de los afectados, cédulas contra eso porque aquella competencia, considerada desleal por atraer actividad mercantil, implicaba un daño a quienes habían arrendado la renta e, indirectamente, a la Real Hacienda.

Sello de Enrique IV de Castilla
 
El rey Enrique IV (1425-1474) dividió la renta de los diezmos de la mar en dos ramas: los puertos de Galicia y Asturias y, las costas de Cantabria y el País Vasco. Y modificó dos aduanas en el reino para que acudiesen a ellas todas las mercaderías que se pretendieran pasar a Castilla desde los puertos del Cantábrico occidental. De esta forma, cuando el 1 de abril de 1469 cedió por vía de empeño parte de la renta de los diezmos de la mar al sucesor del primer conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco –futuro condestable de Castilla–, la renta de los diezmos de la mar ya estaba dividida en dos espacios diferenciados. La parte occidental, de mucho menor valor en términos económicos, afectaba al reino de Galicia y Asturias, y la parte del león que era la oriental, centrada en unas rutas destinadas a la importación de bienes de consumo en la Castilla interior y de salida de lanas. Además esa zona tributaria, ahora de los Velasco, estaba vinculada a sus intereses señoriales al abarcar la mayor parte de los territorios de ellos dependientes y, como ya hemos resaltado, al disponer de la jurisdicción penal y civil de la merindad de Castilla Vieja. Por ejemplo, en una fecha, 1577, en que la Corona había recuperado las competencias tributarias constan las cifras siguientes: en el noreste del Cantábrico, aludidos como Vizcaya, Guipúzcoa, las Cuatro Villas y Castilla tenía unas rentas con un valor anual de 186.666 ducados; los diezmos de León alcanzaban los 2.666 ducados; y los de Asturias llegaban a 1.000 ducados.
 
¡Por eso había que recuperar esa fuente de ingresos para una Corona de Castilla siempre pendiente de un hilo tributario! Pensaría en rey. Felipe II tenía advertido a algún agente del entorno del condestable Pedro para que le informase del fallecimiento de este señor. El condestable llevaba meses anunciando su próximo fallecimiento. Nada más tener noticia de la defunción de su vasallo, Felipe II dictó dos cédulas el 16 de noviembre de 1559, en Madrid, por las que ordenaba al corregidor de Vizcaya tomar posesión en nombre de la corona de la renta de los diezmos de la mar, acto jurídico que se debía realizar en las aduanas de las villas de la costa. Claro que el heredero del condestable, su sobrino Íñigo de Velasco, marqués de Berlanga, se había logrado anticipar a la acción regia en algunas de las principales aduanas, emitiendo sus propios documentos de toma de posesión y recudimientos pertinentes para que los dezmeros de su tío siguiesen cobrando la renta en su nombre.

 
Este asunto era importante en la medida en la que las cédulas reales –y tras ellas, los argumentos desarrollados por la fiscalía en el pleito– fundaban en buena medida su justicia en el riesgo en el que se había encontrado la renta de perderse por falta de continuidad en el cobro. Conviene decir que con ello la fiscalía estaba también aludiendo al pleito sucesorio sobre el conjunto del mayorazgo de los Velasco que se estaba dirimiendo por entonces en la Real Chancillería de Valladolid, circunstancia que debilitaba mucho la posición negociadora del nuevo condestable.
 
Con estos antecedentes los letrados del condestable, en un memorial impreso de hacia 1563, desarrollaron una interesante diferencia entre el concepto mismo de la renta objeto de disputa y los lugares en los que se percibía, las aduanas, catalogadas como meros instrumentos de cobro. ¡Vaya leguleyos! Así, afirmaba que “pues como es notorio, este derecho de cobrar y llevar los dichos diezmos de todas las mercaderías que entran por mar en Castilla por Vizcaya y las cuatro villas es universal y no consiste en las aduanas en donde se cobra, sino en la entrada de las dichas mercaderías”. En conclusión, se afirmaba que el condestable no se había limitado a tomar posesión de las aduanas, sino del diezmo en sí.

 
Dicho en otros términos, sólo con que un dezmero hubiera comenzado a actuar de parte de los Velasco en alguna aduana antes de que lo hiciera ningún otro por cuenta regia se debería dar por asumida la toma de posesión íntegra de la renta. Demostrado esto, la acción del rey podía ser calificada como despojo.
 
¿Y qué efecto produjo en el Condestable de Castilla y sus clientes la pérdida de estas rentas? Nos dan una pista los amargos pedidos del Condestable Bernardino de Velasco a Felipe III hacia el año de 1635. Bernardino argumentaba, en sus peticiones de auxilio económico y financiero, que: “La halló empeñada en 400.000 ducados tomados a censo, y gastados los más dellos en servicios hechos a esta Corona, y sin renta de los diezmos de la Mar, que valían 200.000 ducados cada año… Tiene 5 hijos, ha servido en jornadas y con 32.000 ducados de donativos en diez años, ha levantado y conducido 5 compañías de infantería, con que ha destruido sus lugares, habiéndole salido sin valor la exención de un lugar que le concedió por este gasto. Ha pagado mil ducados al año durante siete por lanzas, y hoy se halla con 50.000 ducados de deudas sueltas, la mayoría de memorias y mandas de sus antecesores, teniendo menos renta que ellos. Y la composición del pleito de las alcabalas de Arnedo, en la que ha recibido tanta de S.M., pero le cuesta 50.000 ducados, sin tener quien se los dé a censo, ni comprador para los lugares de su Estado… Hoy se le manda sirva con una Coronelia en cabeza del conde de Haro, su hijo, valiendo sólo las rentas de su Estado, incluida la encomienda, 78.000 ducados un año con otro, cargados con 21.500 de censos, 5.100 de aniversarios y obras pías, 1.800 de gastos de administración de justicia, 1.500 de conducción del dinero y 1.100 a 22 conventos de franciscos de que es patrón.”
 
Pobres.
 
Bibliografía:
 
“Poder señorial, espacio fiscal y comercio: los diezmos de la mar, las rutas comerciales burgalesas y la casa de Velasco (1469-1559). Ensayo de interpretación de un proceso secular”. Luis Salas Almela.
“El Señorío de los Condestables de Castilla en el Norte de España. Dominio, Patronazgo y Comunidades”. Osvaldo Víctor Pereyra Alza
“Caminos burgaleses: los caminos del norte (siglos XV y XVI)”. Salvador Domingo Mena.
“Los diezmos de la mar y el transporte comercial marítimo en las cuatro villas de la costa de mar en el siglo XVI”. David Gabiola Carreira.