Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 28 de mayo de 2023

Alfonso X de Castilla, “El sabio”, o ni un charco sin pisar. (II)

 
 
Retomemos la vida y andanzas de Alfonso. Recordemos que los nobles estaban alterados, que habían exigido que el rey se disculpase y que la causa es el poder económico… Pero, ¿no tendrían que disculparse los nobles y no el rey? Al fin y al cabo, fueron estos quienes se levantaron contra el monarca. Es evidente que, en la mentalidad de aquellos hombres, no. Después del pacto con los moros, Alfonso tenía enfrente a un bloque hostil preocupante. Los revoltosos estaban dispuestos a redoblar la apuesta: en enero de 1273 se dirigieron a Tudela y rindieron homenaje al rey de Navarra. Le presentaron una relación de agravios que el rey castellano les había infligido y pasaron a ser vasallos del monarca navarro. ¡¿No acababa de firmar un pacto el rey de Navarra con el de Castilla para cerrar la puerta a los revoltosos?! Sí, pero...

Enrique I de Navarra
 
…parece que eso no preocupaba el rey de Navarra, Enrique I. Este era un obeso caballero que apenas un par de años antes había tenido que abandonar a toda prisa sus posesiones francesas de Champaña para reemplazar en el trono a su hermano Teobaldo II, fallecido sin descendencia. Enrique era el tipo de hombre que huía de los líos: si tenía un problema con el rey de Francia, por ejemplo, le rendía vasallaje y asunto resuelto; si tenía que firmar un pacto con Alfonso X, lo hacía también, y si venían los nobles castellanos a rendirle homenaje, él se dejaba querer y seguía a sus negocios, que eran lo que verdaderamente le interesaba.
 
Alfonso X cedió y promovió un acercamiento. Las negociaciones las llevaron varios miembros de la familia real: el heredero Fernando de la Cerda (así llamado por un grueso pelo que le adornaba el pecho), la reina Violante, su hermano el arzobispo Sancho y, además, se ofrecieron a mediar los maestres de las órdenes militares que podían actuar como instancia neutral.

 
Y, mientras, en Granada optan por que se muera el rey Muhammad I y le suceda su hijo Muhammad II, el cual firma nuevos acuerdos con Alfonso X que incluyen, entre otras cosas, la ruptura de Granada con los magnates rebeldes. ¡Bien! (creo). A finales del año 1273 empiezan a volver los nobles a Castilla. Primero los Haro y los Castro. Después los Lara. Al principal protagonista de la conjura, que era Nuño González de Lara, el rey le confía el cargo de adelantado mayor de la frontera andaluza: una forma bien vistosa de comprar su fidelidad. ¿Y el infante Felipe, el hermano traidor del rey? Este tuvo poco tiempo para saborear la victoria: se lo llevó la muerte en noviembre de 1274. ¿Casualidad o “justicia divina”?
 
¿Por qué cedió el rey ante la presión de los magnates? Primero, porque en aquel momento las armas castellanas estaban en guerra contra los nazaríes de Granada y los benimerines de Marruecos, y Alfonso X no podía permitirse en Castilla una tercera guerra que, además, sería civil. De hecho, mantener a los nobles revoltosos ocupados en la negociación le permitió poner todo el esfuerzo bélico en la frontera mora y vencer. Otrosí, el rey sabía que esos nobles eran la punta de un iceberg y una represión al viejo estilo habría extendido el malestar. Más aún, Alfonso X seguía aspirando a la corona del Sacro Imperio romano Germánico y nada más inconveniente para ello que enzarzarse en una querella interna. Pero hay una cuarta razón: la aquiescencia de los nobles seguía siendo fundamental para asegurar los recursos militares y económicos de la corona. Por todo eso, Alfonso X cedió. Y mostró debilidad para el futuro.

 
Alfonso X de Castilla y de León fue “el Sabio” por ser culto y por promocionar la cultura. Impulsó los trabajos de traducción de Toledo, elevó el Estudio General de Salamanca al rango de universidad, escribió la Historia de España y, más aún, del mundo, organizó un observatorio astronómico de gran nivel y, además, compuso centenares de poesías, lo mismo religiosas que profanas. Parece que la inclinación personal de Alfonso hacia las letras y las ciencias era herencia de su madre, la alemana Beatriz Isabel de Suabia, criada en la singular corte italiana del emperador Federico II Hohenstaufen. Y también sabemos que su padre, Fernando III el Santo, se había preocupado mucho por dotar a su primogénito y heredero de una formación excelente en todos los órdenes. El hecho es que antes de cumplir los treinta años Alfonso ya entraba en lizas poéticas, algunas de ellas contra los vates de la corte de su padre. De ahí nacen las cantigas de escarnio y maldecir, poesías satíricas escritas en galaico-portugués que el entonces príncipe lanzó contra diferentes personalidades del reino. Se conservan 453 composiciones de este tipo en la pluma del rey.
 
Pero más célebres aún son otras composiciones líricas de distinto género: las 420 “Cantigas de Santa María”, poesías religiosas que, siempre en galaico-portugués, cantan alabanzas a la madre de Dios. Estas cántigas son sin duda el mayor legado de la poesía medieval española. Y como, además, muchas de ellas incluían partituras para ser cantadas, también son un tesoro incomparable en el aspecto musical.

 
Alfonso fue un furibundo lector que se hizo editar cuantas obras consideraba esenciales. Hacia 1251 encargó la traducción de un viejo texto hindú que había pasado al mundo árabe a través de Persia: el “Calila y Dimna”. Es una colección de cuentos ejemplarizantes para educación de príncipes. También auspició la edición de una versión castellana del sueño de Mahoma sobre el cielo y el infierno (la “Escala de Mahoma”), del Libro de “Los secretos de la Naturaleza” y otra del “Purgatorio de San Patricio”. A un canónigo sevillano llamado Bernardo de Brihuega le encargó una colección de vidas de santos. En poco tiempo Alfonso llegó a dirigir un auténtico equipo de escritores que compilaba, traducía, redactaba o creaba los textos más variopintos. Y no era infrecuente que el propio rey hallara tiempo para entregarse a la literatura. A propósito de las traducciones, Alfonso X dio un enorme impulso a lo que luego se conocería como Escuela de Traductores de Toledo. La novedad con este Alfonso es que no solo se traduce mucho, sino que además se crea mucha obra nueva, especialmente científica. Hacia 1250 aparece el “Lapidario”, un tratado médico-mágico sobre las propiedades de los minerales en relación con la astronomía; es una compilación de textos griegos y árabes cuya edición se atribuye al médico judío Yehuda ben Moshé (Yehuda Mosca, le llaman las fuentes cristianas). También a Ben Moshé, que era rabino de la sinagoga de Toledo y médico de Alfonso, se le atribuye la traducción y adaptación del “Abenragel”, o sea el “Libro complido de los judizios de las estrellas”, que fue el tratado de astrología más importante de su tiempo hasta la aparición de otra compilación ordenada por el propio Alfonso X: el “Libro del saber de Astrología” (1279). Pero su joya científica son las “Tablas Alfonsíes” que son astronomía empírica y no astrología. Pensemos que el rey había instalado un observatorio astronómico en el castillo toledano de San Servando y los cálculos realizados admirarán a Copérnico.

 
Otra iniciativa de Alfonso fue la redacción de una historia de España que sería la primera crónica histórica escrita en romance. Contó desde los orígenes bíblicos hasta el reinado de Fernando III, el Santo. ¿Qué buscaba el rey? ¡A saber! Él dijo que: “Donde por todas estas cosas, yo, don Alfonsso, después que hube hecho juntar muchos escritos y muchas historias de los hechos antiguos, escogí dellos los más verdaderos e los mejores que supe; e hice también hacer este libro, y mandé poner en él todos los hechos señalados tanto de las historias de la Biblia como de las otras grandes cosas que acaecieron por el mundo (...). Todos los grandes hechos que acaecieron por el mundo a los godos y a los gentiles y a los romanos y a los bárbaros y a los judíos y a Mahoma, a los moros de la engañosa fe que él levantó, y todos los reyes de España, desde el tiempo en que Joaquín casó con Ana y que Octaviano César comenzó a reinar, hasta el tiempo que yo comencé a reinar, yo, don Alfonso, por la gracia de Dios, rey de Castilla”.
 
Él mismo lo escribió así: “Esta España tal es como el paraíso de Dios (...), es bien abondada de mieses, e deleitosa de frutas, viciosa de pescados, sabrosa de leche e de todas las cosas que de ella se hacen; e llena de venados e de caza, cubierta de ganados, lozana de caballos, provechosa de mulos e de mulas; e segura e abastada de castillos; alegre por buenos vinos, holgada de abundamiento de pan, rica de metales. E España, sobre todas las cosas, es ingeniosa, y aún temida y muy esforzada en lid; ligera en afán, leal al Señor, afirmada en el estudio, palaciana en palabra, complida de todo bien; e non ha tierra en el mundo quel semeje en bondad nin se iguale ninguna a ella en fortaleza, e pocas ha en el mundo tan grandes como ella. E sobre todas España es abundada en grandeza; más que todos preciada por lealtad. ¡Oh, España, non ha ninguno que pueda contar tu bien!”

 
Esa “Estoria de España” se vio solapada por un objetivo más grandioso: la “Grande e general estoria” que contaría la historia de la humanidad desde el Génesis hasta Alfonso X. ¿Y eso? ¿Recuerdan el trono Imperial? Pues eso. El rey quería que mostrar que el gran reino castellano y leonés no solo era la cabeza de Hispania, sino que podía -¿debería?- serlo de la cristiandad. Esta “Grande e general estoria” quedará inacabada, como el propio título imperial, pero nos ha legado un tesoro cultural. También del escritorio regio salieron manuales de cetrería y libros de ajedrez, entre otros.
 
Alfonso X creó la Universidad de Salamanca. Existía el Estudio General de Palencia desde 1208; de él nació diez años más tarde, como una ampliación, el Estudio General de Salamanca, que fue el primero en impartir enseñanzas de Medicina. Los estudios generales eran ya escuelas pluridisciplinares reconocidas y mantenidas por la corona. Los más importantes de estos estudios generales eran elevados a “universidad”, es decir, que se reconocía validez universal a los títulos que expedía. En 1255 el papa Alejandro VI concedió a Salamanca la bula por la que el viejo estudio se convertía en universidad. Y Alfonso X se apresuró a dejar su huella: ordenanzas, cátedras —por ejemplo, la de Música—, una biblioteca con su bibliotecario...

 
Sepulcro de Fernando de la Cerda

Alfonso X el Sabio recibió amargura los últimos años de su reinado en Castilla y León. Entre nobles levantiscos, musulmanes recalcitrantes y herederos codiciosos, el mapa castellano entre 1272 y 1284 fue un caos. Y la sucesión a la corona trajo una lucha sangrienta. Inquietantes síntomas de debilidad en un reino que, sin embargo, se había convertido ya en una de las grandes potencias europeas. La revuelta nobiliaria se entrelazó con la sucesión en el trono y eso hizo que no hubiera fuerza en el reino que quedara al margen del drama.
 
Estamos en 1275. Alfonso el Sabio está en Francia, luchando infructuosamente por la corona imperial. Ha dejado en Castilla como regente a heredero el infante Fernando de la Cerda. Alfonso X se reúne con el Papa Gregorio X y, el rey entiende que jamás será emperador. Por si esto fuera poco, durante su estancia francesa se entera que los benimerines, la nueva dinastía reinante en el norte de África, han cruzado el estrecho de Gibraltar. Junto a los moros de Granada están arrasando los campos desde Écija hasta Jerez

 
Inciso, los benimerines surgían de la dinastía Banu Marin, unos bereberes de Argelia que se habían hecho con el poder en el norte de África cuando se hundió el imperio almohade. En su momento los benimerines habían contado con el apoyo de los reinos cristianos, porque a todos les convenía destrozar a los almohades. Pero, una vez dueños de Argelia y Marruecos, los benimerines planearon un ambicioso juego: estrechar lazos con el reino moro de Granada, para controlar los dos lados del Mediterráneo occidental, y al mismo tiempo ganarse fidelidades entre los grandes señores castellanos de Andalucía, para tener el camino libre en el estrecho de Gibraltar.
 
La rebelión nobiliaria en Castilla mostró a los benimerines que el enemigo del norte estaba débil. Ya hemos hablado de que muchos nobles buscaron apoyo en los nazaríes de Granada, y Granada trabajaba ya para los benimerines. Cuando Alfonso X estrechó el cerco sobre los nazaríes, los benimerines no tardaron en enviar tropas; de hecho, muchos ya estaban allí. Y entre la aristocracia castellana había demasiados nombres “tocados” por el dinero musulmán. Cómo parece que ocurre hoy con el dinero del reino de Marruecos. Bueno y de Francia y de Inglaterra… El 12 de abril de 1275, los benimerines desembarcan en Algeciras y marchan contra Sevilla, Córdoba y Jaén. Con el rey de Castilla ausente, es el heredero Fernando de la Cerda quien se pone al frente de las tropas. Fernando, hijo primogénito de Alfonso X y Violante de Aragón, apenas tenía entonces veinte años, pero llevaba a sus espaldas un apretado aprendizaje: casado a los catorce años con la infanta Blanca de Francia (hija de San Luis), armado caballero a esa misma edad, delegado para los asuntos del reino de León al año siguiente, adelantado mayor del reino de Murcia en 1272, jefe de guerra contra los moros aquel mismo verano...

 
El joven Fernando de la Cerda ha intervenido en las negociaciones con los nobles levantiscos, participó en las asambleas que buscaban resolver problemas como el cobro de impuestos, representa a Castilla en el pleito por la corona navarra... Alfonso tenía plena confianza en su primogénito. Tanta que, antes de marchar a Francia para dar la última batalla por el título imperial, reúne cortes en Burgos y nombra a Fernando regente del reino. En aquella crítica primavera de 1275, cuando los benimerines desembarcaron en Algeciras, Fernando estaba en Valladolid. Inmediatamente se puso en camino hacia Ciudad Real donde tenían que reunirse los ejércitos cristianos. Cuando salió de Valladolid ya estaba enfermo. Al llegar a Ciudad Real murió. No podemos saber qué tipo de enfermedad le llevó a la tumba, pero la situación que se creaba en el reino era simplemente caótica. Muerto Fernando, es su hermano Sancho quien se pone al frente de la hueste cristiana: los benimerines ven frenada su ambición en el valle del Guadalquivir.
 
Pero el problema sucesorio no será militar, sino político. Y ahí es donde se desatará el caos. ¿Por qué? Por las reformas legales de Alfonso X. El derecho tradicional castellano decía que, en caso de muerte del heredero, el trono debía pasar al segundo en la línea de sucesión, que en este caso era el infante Sancho, segundo hijo de Alfonso y Violante. Así se había hecho siempre. Ahora bien, las “Partidas” del rey Sabio habían introducido en el orden jurídico castellano el derecho privado romano, según el cual los títulos de sucesión debían pasar a los herederos del muerto, es decir, a los hijos de Fernando de la Cerda, dos críos que en aquel momento tenían cinco años, el mayor, y unos pocos meses el segundo. Naturalmente, Sancho, el hermano del muerto, planteó sus reivindicaciones. Peliagudo problema.

 
Parece que en un primer momento Alfonso no tuvo inconveniente en dar satisfacción a Sancho: al fin y al cabo, este era un mocetón de diecisiete años, despierto y valiente, que ya había escrito páginas dignas de un rey y que, tras la muerte de su hermano, tomó la espada para frenar a los benimerines. Para colmo de males muchos nobles del reino veían en Sancho al rey que necesitaban; Pero la familia política del finado, los reyes de Francia, quería ver a los hijos de la francesa Blanca en el trono castellano y leonés. Alfonso X trató de templar gaitas: no tomó ninguna decisión directa sobre la sucesión y creó un reino en Jaén para el primogénito de Blanca y Fernando de la Cerda. ¡Error! Eso del reino jienense era insuficiente para los partidarios de los pequeños De la Cerda y una ofensa para los partidarios de Sancho. Ya se olía a humo en Castilla.
 
El rey, cansado y enfermo a sus cincuenta y cinco años, parece incapaz de dar una a derechas. ¿Ha perdido el juicio? Un importante sector de la nobleza cree llegado el momento de arreglar las cuentas pendientes no cobradas. Corre el año 1277 cuando se desata una conjura en la corte. Sus protagonistas: el infante Fadrique, hermano del rey, y Simón Ruiz, señor de los Cameros. Alfonso descubre la conjura y reacciona de forma brutal. La Crónica de Alfonso X lo cuenta así: “Y porque el rey supo algunas cosas del infante Fadrique, su hermano, y de don Simón Ruiz de los Cameros, el rey mandó al infante don Sancho que fuese a prender a don Simón Ruiz de los Cameros y que le hiciese luego matar. Y don Sancho salió de Burgos y fue a Logroño y halló allí a don Simón Ruiz y apresólo. Y ese mismo día que lo apresaron, apresó Diego López de Salcedo en Burgos a don Fadrique por mandado del rey. Y don Sancho fue a Treviño y mandó quemar allí a don Simón Ruiz. Y el rey mandó ahogar a don Fadrique”. Un documento posterior, los “Anales” de Alfonso X, añade una precisión suplementaria: don Fadrique murió asfixiado en un arca cerrada y llena de hierros puntiagudos. Horroroso.

Sancho IV de Castilla
 
¿Qué se proponían Fadrique y Simón de los Cameros? Su objetivo era declarar incapaz a Alfonso X y coronar al infante Sancho. Pero en la conjura no estaban solo aquellos dos: también se cita como implicados a Lope Díaz III de Haro, señor de Vizcaya, con su hermano Diego López de Haro; a Ramiro Díaz y a Pedro Álvarez de las Asturias; a Fernán Ruiz de Castro y Fernán Ruiz de Saldaña, y tal vez también a los Lara. En definitiva, los nombres más importantes de la nobleza castellana. ¿Y el infante Sancho qué pensaba de todo esto? La conjura se había organizado para coronarle a él, pero Sancho no dudó en obedecer a su padre y ejecutar a Simón Ruiz. ¿Estaba Sancho en el ajo? La historia no nos lo dice, así que puede usted pensar lo que guste.
 
Semejantes alteraciones en la Corte dieron un balón de oxígeno a los benimerines que se movían en el sur. Después de haber sido rechazados en Jaén y Sevilla, los invasores se hacen fuertes en Algeciras. Alfonso X sitia la ciudad por tierra y mar, pero el caos en el campo cristiano es tan intenso que las tropas castellanas se quedan sin víveres. Es asombroso: un asedio donde los que pasan hambre y sed no son los sitiados, sino los sitiadores. Cuando el rey benimerín de Marruecos, Abu Yusuf Yacub, se entera de la situación, envía una flota que destroza a la armada castellana, captura y degüella masivamente a los marineros, desembarca en Algeciras y contraataca a los sitiadores. En agosto de 1279, los cristianos levantan el campo. Alfonso X se ve obligado a firmar una tregua. Aquello fue la gota que colmó el vaso.

Sepulcro de Alfonso X
 
Alfonso había entrado en barrena. Cada vez menos gente le obedecía. A la altura de 1282, el infante Sancho, numerosos nobles y algunas importantes ciudades se levantan y llegan al extremo de desposeer al rey de sus poderes: lo mismo que querían hacer Fadrique y Simón. Pero Alfonso se resiste: maldice a su hijo, le deshereda en testamento y, aún más, pacta con los benimerines para recuperar lo perdido. Desde bases seguras en Sevilla, Murcia y Badajoz, el viejo rey Sabio intenta recomponer el paisaje: entrando a viva fuerza en unos sitios, comprando voluntades en otros. Sancho, desheredado, pierde el apoyo de nobles tan relevantes como Lope Díaz III de Haro y se esfuerza por retener a sus partidarios. El caos es formidable. Y la guerra entre padre e hijo podría haberse prolongado durante años de no ser porque Alfonso X abandonará la contienda. Decidió morirse en abril de 1284 en Sevilla, con sesenta y dos años. El reino se desmoronaba.
 
Sancho no perdió el tiempo: el 30 de abril se hizo coronar en Toledo. Será Sancho IV. La mayor parte de los nobles y ciudades, incluidos muchos de los que habían acatado la voluntad de Alfonso X el Sabio, le rendirán homenaje. Pero detrás quedaba el complejísimo pleito sucesorio derivado de los derechos de los infantes De la Cerda. Un asunto que iba a teñir de sangre la historia castellana de los años posteriores.
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
Blog Tras las huellas de Heródoto".
Periódico “Diario de Sevilla”.
 

domingo, 21 de mayo de 2023

Alfonso X de Castilla, “El sabio”, o ni un charco sin pisar. (I)

 
 
1252 es el año en que coronan a Alfonso X de Castilla, León, Galicia y Toledo, hijo de Fernando III el Santo y Beatriz de Suabia, nieto del rey Felipe de Alemania, bisnieto del emperador Federico I Barbarroja del Sacro Imperio Romano Germánico... ¡Uf! Era un espécimen de buen pedigrí germano: alto, rubio, de ojos claros y hermoso semblante; enérgico e inteligente, cultivado y sensible; y treinta y un años de edad. ¡Todo un partidazo! Diríamos que el rey mejor preparado de la historia de Castilla -y de León- (¿les suena la frase?). Amén de esto, estaba ya curtido en la política y la guerra. García Fernández de Villamor, mayordomo de su abuela, formó al muchacho entre el palacio de Berenguela -la abuela- en Burgos y las posesiones familiares en Galicia, donde aprendió el gallego. Llegado el momento, Fernando III, lo reclamó en la corte de Toledo para continuar formándose. A los diecinueve años (1240) fue proclamado mayor de edad y heredero.

Alfonso X
 
Inmediatamente se hizo cargo de labores de gobierno peleando en Andalucía, firmando el tratado fronterizo con Aragón de Almizra (26 de marzo de 1244) para delimitar Murcia, gobernando en Murcia, siendo regente… La carrera de Alfonso como heredero resulta brillante. ¡Un co-rey! Tan talentoso era Alfonso que consiguió una novia de diez años, Violante, hija del rey Jaime de Aragón. Como ella era muy niña y, como entendemos, era una boda política se retrasó el enlace hasta 1246, cuando… Violante tenía trece años. Aunque hasta el 29 de enero de 1249 no se celebró la boda en la ciudad de Valladolid. Un ir y venir. Para que luego casi la devolviesen por estéril.
 
Aparte del asunto murciano, el heredero Alfonso seguía la crisis portuguesa de los años 1246 y 1247, entre los hermanos Sancho II y Alfonso de Bolonia. El castellano venció a los lusos cerca de Leira pero, luego, se retiró para participar en el ataque de su padre Fernando III sobre Sevilla. Allí dirige varios combates y, tras la victoria -en 1248-, permanece en la ciudad organizando el reparto de tierras entre los vencedores. Recuerden que solo era el príncipe heredero. Actuando como rey, ojo. Ese desajuste quedará subsanado el 1 de junio de 1252.

 
Una vez rey tuvo una política continuista con la acción de su padre Fernando III: asegurar el frente sur, repoblar las tierras conquistadas y unificar el derecho del reino. Algunos de sus proyectos no salieron de la “mesa de dibujo” como el de desembarcar en la costa mora para mantener la guerra en África. No lo hizo porque, quizá, asumió la falta de apoyo de los caudillos bereberes del Magreb que luchaban contra los almohades o que aquello era un avispero demasiado bravo. Alfonso optó por expediciones de castigo sobre plazas costeras como la del puerto de Salé dirigida por el almirante Juan García de Villamor -hijo del ya citado camarero- que sustituyó a Ramón de Bonifaz.
 
Alfonso acabó las Atarazanas de Sevilla, terminó de armar la flota castellana y organizó la repoblación de esos nuevos territorios sureños. La asignación de tierras a los cristianos fue en función de las condiciones de la conquista. En las plazas moras que capitularon, los cristianos tomaban el control de las fortalezas y de los tributos que antes cobraban los jefes musulmanes, y la gran mayoría de la población musulmana pudo seguir en su sitio. Pero en las localidades que se conquistaron por la fuerza, como Sevilla y varias plazas del valle del Guadalquivir, los musulmanes fueron obligados a marcharse y su lugar lo ocuparon los soldados del ejército vencedor y los colonos llegados de todos los rincones de la cristiandad, principalmente la hispana. Pero fueron insuficientes dada la baja densidad demográfica del norte de España. Entiendan que la falta de personal impedía a la Corona organizar el territorio como Alfonso X quería: sin que los nobles metiesen cuchara, se entiende. La Corona tenía claro lo de limitar el poder nobiliario y eso se ve en el norte de sus reinos al aumentar los señoríos de realengo. Un ejemplo cercano a nosotros es la fundación de Treviño. Esta política irritó a los nobles que irán engordando su lista de agravios.

 
Quizá por este objetivo, tal vez, Alfonso X acometió la tarea de actualizar el paisaje jurídico tras la compilación de “Fuero Juzgo” visigodo de Fernando III (1241), que buscó dar reglas homogéneas a sus reinos, Alfonso X ordenó redactar el “Fuero Real”, que debía aplicarse en las ciudades, y acto seguido el “Espejo de las Leyes”, conocido como “El Espéculo” (1255), con el propósito de servir de código general y único para todos los territorios de la corona. Seguramente, si lo trasladásemos a nuestras coordenadas políticas diríamos que el rey buscaba recentralizar el poder. ¡Claro que lo quería!
 
Y mientras, al ser descendiente de emperadores del Sacro Imperio Romano Germánico y estar esa dignidad vacante desde 1246, -seguimos en 1255-, a los representantes de las ciudades italianas se les ocurrió alagar los oídos del rey Alfonso X con la corona Imperial. Preparó el embolado la embajada de la República de Pisa que apareció en Soria para proponérselo. Ahora bien, había un problema: Ricardo de Cornualles, hijo del rey inglés Juan sin Tierra -Juan I- que también había presentado su candidatura. Este tenía el apoyo de los sectores eclesiásticos, mientras que por Alfonso se decantaron los partidarios de un poder imperial fuerte frente al papado.

 
Este asunto del imperio causará dolores de cabeza y de bolsillo, originados por los sobornos a los príncipes electores partidarios de Alfonso X: Sajonia, Brandemburgo y Tréveris. El nuestro parece que obtuvo finalmente el apoyo de cuatro de los siete príncipes, los otros tres electores estaban “engrasados” por Ricardo de Cornualles y por Roma, el papado. Por otra parte, Ricardo se apresuró a coronarse sin esperar a que el conflicto se resolviera, de manera que el pleito se enquistó. Nada menos que veinte años tardará en resolverse. Y no a favor de Alfonso. La cuestión es que este conflicto imperial, que políticamente fue un engorro dejó una maravilla jurídica: las “Siete Partidas” que constituye una obra doctrinal de referencia. Se escribieron entre 1256 y 1265.
 
Para todos aquellos que piensen que la Edad Media eran pestes y señores feudales guerreando les informo que Alfonso X el Sabio estimuló el comercio en Castilla y León, estableció ferias y mercados, implantó aduanas e impuestos para aportar a la corona recursos que no dependiesen de los nobles y magnates. Y el mejor modo de hacerlo fue meter la cuchara en las actividades económicas ya existentes, protegerlas y, a cambio, cobrar derechos. Por ejemplo, la ganadería trashumante y el cobro de el “servicio”. Así nació, entre 1260 y 1265, la Mesta. Y, es que, había mucha ganadería en Castilla y León dado que, ante un ataque, podías escapar con los ganados, pero no con las mieses.

 
La Mesta nació en un momento de grandes transformaciones asociadas al final de la Reconquista. Numerosas áreas que antes se dedicaban solo al pastoreo empezaron a ser roturadas y labradas. Pendemos que pocos ataques se recibirían de los moros. Desde La Mancha hasta Extremadura y el valle del Guadalquivir, los ganaderos empezaron a organizarse para defender sus derechos. Estos gremios de ganaderos se reunían varias veces al año en asambleas llamadas “mestas”, palabra que quiere decir “mixtas”, “mezcladas”, donde se resolvían problemas corporativos de distinto tipo, desde los precios de las reses hasta la recuperación de ovejas perdidas. Tanto era el dinero que se ventilaba en aquellas mestas, que la corona vio claramente la necesidad de apadrinarlas. Y así nació el Honrado Concejo de la Mesta de Pastores, bajo la protección de Alfonso X el Sabio, en 1273. La Mesta seguía siendo una asociación esencialmente gremial, es decir, una asamblea de productores, pero el Cuaderno de Leyes que Alfonso X le impuso venía a superponerle una minuciosa estructura administrativa.
 
Pero, ¿cuántas ovejas había en Castilla y León? Muchas: a principios del siglo XIII habría, por lo bajo, en torno a un millón de cabezas. Las cabañas de ovejas se convirtieron en una de las bases principales de la economía medieval española. Alrededor del ganado había mucho dinero y cada cual quería sacar su parte: las villas querían cobrar por el paso de los rebaños, los propietarios de los rebaños intentaban que sus pastores quedaran exentos de cualquier servicio que no fuera el suyo, los agricultores pedían compensaciones por los estragos que causaba el paso de las bestias, los ganaderos pleiteaban por las piezas perdidas o mezcladas (o robadas, que de todo había), los...

 
Otro asunto que alteró, pasado el ecuador del siglo XIII, los planes de Alfonso X fueron las sublevaciones mudéjares. Tenemos el valle del Guadalquivir y Murcia bajo dominio castellano. Y los moros se revolvían frente a la sumisión. Los musulmanes de Sevilla, Murcia y Alicante terminarán rebelándose. Fueron las sublevaciones mudéjares. “Mudéjar” es una palabra derivada del árabe mudayyan, que significa “doméstico”. Lo irónico -hemos de recordarlo- es que esta población era de cepa hispánica, pero de religión musulmana, lo cual les confería de forma automática el estatuto de vencidos. En muchos lugares mantendrán sus tierras y sus derechos, incluso su religión; en otros, por el contrario, serán obligados a abandonar el país. En las zonas bajo control castellano, una nueva elite —cristiana— se hace con el poder sobre una población mayoritariamente musulmana cuya supervivencia, por otro lado, es vital para mantener la producción de los campos. Ahora bien, estar sometido no gusta y, además, estaba el reino de Granada y, al otro lado del mar, el califa de los hafsíes de Túnez. Ante esa situación, los reyes cristianos decidieron trasladar algunas comunidades de mudéjares a tierras cristianas y, al contrario, repoblar con cristianos zonas de claro predominio mudéjar. Eso solucionaba el problema político, pero aumentaba el problema social. A medida que el poder de la nueva elite cristiana se vaya haciendo más visible en las tierras reconquistadas, el malestar entre los mudéjares crecerá. El lío es tan evidente que en las nuevas conquistas ya no se respetará el tradicional derecho de los musulmanes a permanecer en sus tierras: por ejemplo, cuando los castellanos tomen Niebla (1262) y Écija (1263) los mudéjares serán obligados a abandonar sus hogares.
 
Y por todo eso surgieron las revueltas mudéjares. La primera revuelta seria la protagonizó un personaje singular: Mohammad Abu Abdallah Ben Hudzäil al Sähuir, llamado Al Azraq, que quiere decir “el de los ojos azules” -de poca ascendencia árabe, seguro-, en la Corona de Aragón. Al Azraq terminará exiliado en Granada. La gran revuelta llegará en la primavera de 1264 en las tierras de Sevilla y de Murcia. En Sevilla, quien mueve los hilos es el rey moro de Granada; en Murcia, la voz cantante la lleva el reyezuelo local Muhammad Ibn Hud. El levantamiento toma el aspecto de una insurrección popular: los mudéjares asaltan las granjas de la minoría cristiana, atacan a las guarniciones castellanas, toman los resortes del poder en las ciudades... Pero lo que hay detrás es una operación de gran escala promovida por los nazaríes de Granada, los hafsíes de Túnez y los benimerines de Marruecos, que encuentran en la algarada una excelente ocasión para alterar la corona de Castilla. Para que luego digan que Soros y sus “revoluciones de color” son la leche de la modernidad y el control de masas.

 
En pocos meses Castilla se encontró con una guerra dentro de su casa. Y en dos frentes. Los cristianos aplastaron la revuelta. Por seria que fuera la amenaza, las armas de Castilla eran más fuertes. Y, además, Castilla no estaba sola: ante la amplitud del desafío, la reina Violante, esposa de Alfonso X de Castilla e hija de Jaime I de Aragón, pidió ayuda a su padre. De este modo las banderas cristianas se repartirán el trabajo: mientras los castellanos pacifican el valle del Guadalquivir y la cuenca del Guadalete hasta Jerez, los aragoneses hacen lo propio en Murcia. Se enfriaron los ánimos moros. En octubre de 1264 se somete Jerez. En el verano de 1265 es el propio rey de Granada el que rinde vasallaje a Castilla. A principios de 1266 se entregan los moros de Murcia. Asunto resuelto. Y resuelto el problema bélico, quedaba el problema social: ¿Qué hacer ahora con los mudéjares?

 
La solución fue la única por ellos concebible: aplicarles las leyes de la guerra, pues guerra había habido. Así en Jerez todos los mudéjares tuvieron que abandonar la ciudad. Otras muchas localidades se vaciaron de musulmanes, porque los mudéjares ya no consideraban seguro vivir en tierra de cristianos. ¿Adónde iban los emigrados? Al reino nazarí de Granada, que se convirtió en receptor de todos los mudéjares fugitivos. También los moros murcianos se marcharon en masa a tierras granadinas. Eso lo aprovechó el rey Jaime para trasladar a Murcia a cerca de 10.000 aragoneses y catalanes mediante un nuevo repartimiento de tierras y propiedades. A pesar de la emigración masiva, ni Andalucía ni Murcia quedaron vacías de mudéjares. Tanto Alfonso X como Jaime I deseaban mantener musulmanes en sus reinos, primero por conveniencia económica —alguien tenía que trabajar los campos— y además por decoro político, pues todas las leyes anteriores estaban concebidas para una situación en la que moros y judíos podían figurar como súbditos del reino, y rectificar ahora esa política sería tanto como reconocer un error. De hecho, en Murcia seguirán mandando —nominalmente— los derrotados Ibn Hud hasta finales de siglo. De todas formas, la situación de los mudéjares castellanos empeoró. No perdieron sus derechos, pero los viejos pactos que les protegían decayeron.

 
En realidad, la situación de los musulmanes bajo dominio cristiano empezó a parecerse a la que antes vivieron los cristianos bajo poder musulmán: simple sumisión. Aún habrá una tercera revuelta mudéjar en tierras cristianas: será en Alicante, ya en 1276, y como protagonista volveremos a encontrar al viejo Al Azraq, que salió de su destierro en Granada para incordiar, otra vez, a la Corona de Aragón. Era una operación bien montada: 250 jinetes benimerines enviados desde Marruecos, 1.200 guerreros de Granada, 1.800 mudéjares reclutados entre la población local... Evidentemente, esto no tiene nada que ver con un levantamiento social. La tropa mora llega a sitiar Alcoy. La aventura tendrá un curioso final: Al Azraq, ya anciano, murió a las primeras de cambio; sus tropas, solas y sin jefe, terminarán siendo perdonadas por la Corona de Aragón. Y desde entonces en Alcoy recuerdan todos los años este episodio de una manera singular: las fiestas de moros y cristianos.
 
Y, mientras, en Castilla las tensiones con los nobles llegaban a la zona roja del medidor. La Corona trataba de aumentar sus fuentes de financiación en diversos nichos que, de rebote, mermaban las fuentes de los nobles y, así, su poder territorial. Pensemos que la estructura piramidal del poder medieval no tenía ciudadanos, sino que el campesino era vasallo del propietario de los campos, el cual a su vez era vasallo de otro señor o del monarca. Esa red de vasallajes estaba regulada por pactos diferentes en cada caso. Y el rey necesitaba a los nobles puesto que estos eran sus intermediarios obligatorios. Alfonso X alteró el “status quo” al reformar el derecho, crear villas de dependencia regia, organizando un sistema de tributos que revierta en las arcas de la corona... La Iglesia, con muy pocas excepciones, siempre será partidaria del poder regio frente al de los nobles; por eso nunca dejará de esforzarse para sustentar el orden político en un edificio jurídico estable. ¿Salidas de esta situación para los nobles? La explotación industrial o ganadera, emigrar a las tierras andaluzas o emplear sus mesnadas para obtener fondos irregulares en tierras de realengo o abadengo (bandolerismo). O cambiar la dirección política del estado. Les iba la vida en ello porque el rey no tenía capacidad militar ni fiscal si no recurría a los nobles, los cuales, naturalmente, se cobraban el servicio.

 
Y si el rey no cumplía, los nobles se preocupaban y se sublevaban. Eso es lo que estaba pasando en Lerma, a principios del año de Nuestro Señor de 1272. Situémonos: aquí se han reunido los nombres más rancios de la aristocracia castellana: están los Lara en la persona de Nuño González; están los Castro representados por Esteban Fernández; están los Haro a través de Lope Díaz III; está también el señor de Cameros, Simón Ruiz, y está, además, el infante Felipe de Castilla, hermano del rey y cabeza política de la conspiración. Los magnates del reino están dispuestos a proteger sus intereses a cualquier coste. Pero con una gatera para escapar porque negociaron, de antemano, con el rey de Navarra para escapar a su reino si sale mal la jugada. Alfonso X, como es natural, se enteró de la inquietante reunión y llamó a su hermano.
 
El infante Felipe se hizo el sueco: eludió la respuesta y se limitó a decir al rey que había reunido a aquellos magnates porque necesitaba el consejo de sus amigos. Lo mismo podía haberle dicho que celebraron un “brunch”. Hizo algo más el infante Felipe: conminado por el rey a trasladarse con sus tropas a Andalucía, el hermano traidor escurrió el bulto bajo el subterfugio de que no podía mover a sus huestes por un retraso en las soldadas. Un argumento que encerraba un reproche, pues los pagos eran obligación del rey.

 
Escamado, Alfonso X tiró de la lengua a otro de los conjurados: Nuño González de Lara: admitió la reunión de Lerma, pero negó que se tratara de una conspiración. Y Nuño, como antes el infante Felipe, también hizo algo más: se ofreció a ayudar al rey para recaudar nuevos impuestos en Castilla y Extremadura. ¿Para qué? Para que el rey pudiera pagar a los nobles las soldadas que les adeudaba. Otro reproche, en fin. Alfonso X presionó a los conspiradores ordenándoles llevar sus mesnadas a Sevilla. Allí reforzarían las posiciones que, Fernando de la Cerda, el heredero de la corona, defendía frente a los musulmanes. Los conjurados respondieron que antes el rey debía entrevistarse con ellos.

 
Esto ya olía a traición masiva. Por Nuño González de Lara, que empezaba a jugar a varias bandas, el rey supo lo de los contactos con el rey de Navarra. Feo asunto, porque todos los nobles sabían que no podían negociar con ningún otro rey sin permiso de su soberano. Alfonso X descubrió, además, cartas que probaban la implicación del sultán de los benimerines de Marruecos en la trama. Diríamos que casi como hoy que Marruecos… Dejémoslo. El rey de Castilla y León, buen jugador, se guardó esas cartas en la manga. Ordenó a los nobles revoltosos romper con Navarra. Se negaron. Nuño González de Lara declaró rotos sus compromisos con Alfonso, su rey.
 
Alfonso X citó a los revoltosos en Burgos. Era ya septiembre de 1272. Ninguno de los nobles refractarios entró en Burgos: temían por su vida y prefirieron permanecer en las aldeas cercanas. A través de emisarios hicieron llegar al rey sus exigencias. Querían que Alfonso no fundase más ciudades nuevas en León y Castilla -porque estas caían bajo la dependencia de la corona, de manera que no tributaban a los nobles-, querían que no les hiciese pagar un impuesto especial para la ciudad de Burgos, querían regirse por su propio fuero y que la corona no les pusiera jueces especiales; de paso, denunciaban a cierto número de funcionarios y merinos de la corona que, a su juicio, les habían faltado al respeto.

 
Alfonso recibió las demandas. Como primera respuesta firmó un pacto con el rey de Navarra puesto que, si aquellos magnates iban a hacerle la guerra, no sería con el refuerzo de los navarros. Con las negociaciones rotas y la vía navarra cerrada, los nobles se dirigieron a Granada. Su camino hacia el sur fue pura violencia: saquearon granjas, robaron ganado, devastaron campos... Eso, Alfonso, no se lo esperaba. El rey les envió mensajes de conciliación y también de reproche, pero todo fue inútil. Entrado el otoño de 1272, los conjurados son recibidos por el rey Muhammad I, y firman con el moro un pacto de ayuda mutua contra Alfonso X. Entre los que firman están el infante Felipe (hermano del rey), Nuño González de Lara, Esteban Fernández de Castro y Diego López de Haro, a los que se han unido ahora nombres muy relevantes de Asturias y de otros linajes castellanos y leoneses. Y el pacto contenía una cláusula reveladora: el acuerdo duraría hasta que Alfonso X hubiera compensado a los nobles por los agravios recibidos. ¡Todo por el dinero!
 
Y, como en las mejores series por episodios, continuaremos la próxima semana.
 
 
 
Bibliografía:
 
“¡Santiago y cierra, España!” José Javier Esparza.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
Blog “Tras las huellas de Heródoto”.
Periódico “Diario de Sevilla”.

 

 

 


domingo, 14 de mayo de 2023

Eremitorios valpostanos.

 
 
Volvemos a tratar con esa gente que hoy nos parece tan extraña y que eran conocidos como eremitas (del griego “erémos”, solitario) o anacoretas (del griego “anachórétés”, apartado) y que surgieron en la cuenca mediterránea a partir del siglo III. Los eremitas dejaban el mundo para buscar a Dios y servir a la humanidad. En la península Ibérica, dado el momento histórico, la zona eremítica fue la cordillera cantábrica.
 
Los que encontramos en nuestra comarca, esas cuevas que tanto son iglesias como viviendas, podrían proceder de la tardoantiguedad -por la abundancia de eremitas durante el reino visigodo- o del periodo altomedieval -siglos VIII a X-. Claro que no todas las “cuevas de los moros” que tenemos han sido eremitorios. Ni siquiera se tiene claro el momento de su ocupación y creación porque podían llegar a ser reutilizadas por otras personas, en otras épocas y para otros fines. El fenómeno eremita decaerá a lo largo de los siglos X y XI sustituido por el cenobitismo. Nos enfrentamos a una nueva época y a una nueva articulación social reflejada también en la Iglesia. Muchas cuevas pasarán de lugares para alejarse del mundo a pueblos.

La Cueva
 
En la zona burgalesa del valle de Valdegovía, pueblo de Valpuesta, tenemos tres cuevas conocidas: La Cueva, Herrán y Relloso.
 
La Cueva es un pequeño eremitorio situado bajo una visera natural de la roca arenisca a unos trescientos metros al Noroeste del pueblo, en pleno monte. Desde allí se domina el pueblo. La boca está abierta al Sur. La entrada mide un metro por uno y medio y, en ella, encontramos marcas para encajar la tablazón de una puerta. A través de esta abertura irregular se accede a una cámara pequeña. La planta se inicia en una herradura perfecta que luego se irregulariza, la techumbre es curvada en algo parecido a una bóveda. Las paredes tienen las muestras de la piqueta. En el lado este hay una hornacina de treinta centímetros por quince. En el centro consta documentalmente una losa suelta que, según Luis Alberto Monreal Jimeno, pudiera corresponder a la tapa de una tumba. ¿Quizá la del antiguo eremita? Lo decimos porque, dada su morfología y el reducido tamaño de la cueva, tendríamos una celda eremítica de época altomedieval, entre los siglos VIII y IX. El mapa de Valpuesta de 1923 indica la existencia en esta zona del camino del Casar y del manantial Bellota, lo que recordaría un poblamiento en la zona. Tiene la protección de yacimiento arqueológico datado en la Alta Edad Media. Para llegar hasta la cueva deben tomar el camino que, desde la plazoleta de la iglesia, asciende hasta el término de "Las Torcas" donde está situada la cavidad.

La Cueva
 
Herrán, la siguiente cueva, está al Noreste del pueblo, a escasos metros de la carretera a Mioma. Se trata de una excavación de grandes dimensiones, de planta rectangular con el acceso muy deteriorado por desplomes de la roca. La puerta se abre al oeste, en uno de los lados cortos del rectángulo. Cuando entren notarán la humedad debido a las filtraciones. El pavimento se halla cubierto por sedimentos y vegetación que generan desniveles. Las paredes y la cubierta son rectilíneos con muescas y hornacinas. El elemento más interesante se encuentra fondo de la cueva en dirección sureste donde se marcan ligeramente dos tramos individualizados y separados por una potente pilastra central. El sector de pavimento correspondiente a estas dos estancias, es irregular y presenta cierto escalonamiento en la estancia de la izquierda.

Cueva Herrán.
 
En las paredes y el techo de la cavidad, aparecen mechinales esporádicos que quizás indiquen una compartimentación interior de la cámara. En función de los elementos que presenta, la cueva no puede ser interpretada como una iglesia rupestre, puesto que el sector del fondo carece de ábside donde se hubiera localizado el altar. Por otro lado, sus dimensiones, morfología y concepción general, no son las habituales en las celdas eremíticas. Todo esto lleva a plantearnos si nos encontramos ante una nueva modalidad de eremitorio rupestre o si la cavidad corresponde a una celda eremítica más grande y compleja de lo normal. O ante alguna otra dependencia.
 
Morfológicamente diríamos que la cavidad se situaría dentro del periodo altomedieval, entre los siglos VIII o IX y, por su parte, el Cartulario de Valpuesta contiene diplomas que, a pesar de haber sido considerados apócrifos por su relación a la cronología, adelantan la fundación de la sede episcopal de Valpuesta a principios del siglo IX (año 804). Pero el primer obispo de Valpuesta no aparece hasta la segunda mitad de esa centuria (Felmiro, año 867). Además, los personajes que aparecen relacionados con esas fechas resultan veraces en algunos aspectos como la descripción que hacen de la repoblación monástica de Valpuesta en un momento en el que las agresiones musulmanas forzaron el repliegue al norte montañoso o con relación a las alusiones al estado de abandono de algunas iglesias (como la de Santa María, sobre la que se levantará el monasterio y más tarde la sede episcopal) que los monjes recién llegados se disponen a reparar, sometiéndolas de esta forma a su control.

Cueva de Herrán.
 
La repoblación monástica integró a estos eremitas en el organigrama eclesiástico del reino asturiano. Esto significa que en la etapa altomedieval los eremitas preceden a los monasterios, de modo que, si en Valpuesta los monjes aparecen hacia mediados del siglo IX, los eremitas ya estaban presentes para esa fecha. Por ello, situaríamos los eremitorios rupestres valpositanos entre el siglo VIII y la primera mitad del siglo IX.
 
La tercera cueva, la de Rolloso, está localizada a unos 300 metros al noreste del casco urbano de Valpuesta. Se trata de un eremitorio que destaca por su cuidada ejecución con abundante trabajo de azuela, que, en ciertas zonas, presenta un acabado alisado y pulimentado. El interior es un cuadrilátero irregular con la entrada orientada al sur. Sus paredes y techo son rectilíneos. Es probable que el muro norte haya sido retocado con posterioridad al observarse un rehundimiento que dio lugar a un posible banco corrido. A la derecha de la entrada, en el lado este, hay un nicho vertical y poco profundo de más de un metro de altura y forma triangular. Esta especie de hornacina que arranca a unos 40 cm del suelo tiene entalladuras a los lados y tiene buena labra. Monreal Jimeno entiende que ahí estaría colocado un pequeño altar, porque tiene la orientación correcta y es un trabajo cuidadoso. Consideraríamos esta excavación como una iglesia eremítica rupestre que se situaría próxima a otras construcciones. Entendamos que en sus cercanías está el arroyo de Relloso. También se conserva en las proximidades el hagiotopónimo “San Miguel” que pudo haber sido la advocación de esta iglesia.

Cueva de Rolloso
 
La erosión y las posibles reocupaciones modernas han hecho que no se conserve la totalidad de la estructura de la cueva. A pesar de ello, el aspecto general del eremitorio es bastante bueno. Para llegar al mismo debemos seguir desde Valpuesta el camino a Rolloso y, a la izquierda de esta senda, en una parcela particular con colmenas y acotada por una alambrada, aparece la entrada del eremitorio. Tiene la protección de yacimiento arqueológico datado en la Alta Edad Media (siglos VIII a IX).

Cueva de Rolloso
 
 
 
Bibliografía:
 
“Valpuesta y Berberana. El Valle de Tobalina. Medina de Pomar y sus aldeas. San Zadornil y sus aldeas. Villalba de Losa y su vez. Frías y sus arrabales”. María del Carmen Arribas Magro.
“Eremitorios rupestres en la comarca de Las Merindades (Burgos)”. Judith Trueba Longo.
“Eremitorios rupestres y colonización altomedieval”. Eugenio Riaño Pérez.