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miércoles, 18 de agosto de 2021

El dolmen de Ahedo de las Pueblas o cómo rastrear dólmenes.

 
Recorremos nuevamente el mundo prehistórico de Las Merindades para indagar la localización de dólmenes en esta tierra. Todos nos hemos acercado al páramo de Masa para enseñar a amigos y conocidos los allí situados. La cuestión es: ¿Por qué nos tenemos que desplazar hasta allí? Vale, la respuesta sería porque están localizados en esos lugares. No quiero decir eso sino por qué no los encontramos fácilmente por los valles de Las Merindades.
 
¿Por qué se acumulan en determinadas comarcas y desaparecen en otras? ¡A saber! No nos podemos poner en la piel de aquellas personas. Las gentes del Neolítico, como las de cualquier otra época, utilizaban patrones de asentamiento que respondían a sus necesidades básicas. Lógico, pero el problema es que hablamos de tumbas que no necesitan ser tan funcionales como los poblados y que están más cargadas de simbología. Asumimos, como principio, que las tumbas se instalaban cerca de los pueblos -no tendría sentido construir monumentos para no verlos o visitarlos-, pero es mera hipótesis.

 
Una de las formas de estudiar el problema es mediante la estadística. Con ella se analizan las características geográficas de los territorios megalíticos y, posteriormente, contrastar el modelo con los vacíos observados. ¿Sencillo? No. Nada. Ni por asomo porque el problema estriba en que el análisis del espacio puede necesitar analizar unas 300 características o más: la composición de la tierra, la geología, litología, minerales, cuevas... ¡todo puede ser factor de atracción o rechazo para un asentamiento!... La geomorfología, las pendientes del terreno, la altitud, los barrancos, los páramos lisos... Sin olvidarnos del clima que, incluso hoy, condiciona el poblamiento. Tenemos que estudiar la temperatura, la variación estacional, la lluvia, el balance hídrico mes a mes, la insolación, el viento…
 
La combinación de geología y clima permite analizar la composición de los suelos, sus características físicas y químicas; estudiar la evolución del agua: sus formas y presencia, la cantidad y calidad que condicionan la presencia de poblaciones y de túmulos; analizar, fruto de lo anterior, la vegetación presente y su abundancia, cobertura o composición. Junto a la vegetación hay que analizar la fauna y, a su vez, la acción del ser humano en el paisaje. Ser humano con un bagaje fruto de las culturas que influyeron en aquellos individuos cuyas señales reconoceríamos o ser humano que hereda y reutiliza los usos y costumbres de sus mayores (poblamientos, formas de trabajo, etc).
 
Todos los datos obtenidos de estas diversas fuentes deben ser tratados informáticamente para ver el espacio determinado en múltiples dimensiones.
 
Hecho todo ello nos encontraríamos con una clara relación entre los lugares megalíticos y las formaciones geológicas del Cretácico que solían ser calizas y margas. Tierras cerealistas, además. También se observa que las estepa esclerófilas (vegetación cuyas especies arbóreas y arbustivas están adaptadas a largos períodos de sequía y calor y que posee hojas duras y entrenudos cortos) de páramos y bordes de las sierras son los territorios con mayor presencia de enterramientos bajo túmulo. Zonas con una insolación baja (es decir, que la cantidad de energía en forma de radiación que llega a un lugar de la Tierra en un día concreto es baja), con evaporación desde el suelo y evaporación desde la superficie cubierta por plantas de nivel moderado y un balance hídrico elevado.

 
Entendemos, por tanto, que las zonas llanas y secas con plantas pobres y escasas y los suelos destinados al uso ganadero o maderero son las preferidas. Otro elemento a destacar es el alejamiento de las grandes cuencas de agua. ¿Qué nos dice esto? Que para surtirse de agua solo necesitaban fuentes y charcas para el ganado. Sobre la vegetación en la zona de los enterramientos megalíticos actualmente es de tipo atlántica (quejigares y encinares no mediterráneos). El páramo como comarca agraria y el buen rendimiento de cereal son otras dos características reseñables. Hemos dicho que se analizó la fauna, pues la que se podría indicar es la de las aves roqueras y pequeños mamíferos de zonas húmedas.
 
En los terrenos con mayor presencia de enterramientos se asentaron posteriormente los pueblos prerromanos cántabros y autrigones, aunque se trataría de una consecuencia, y no de una causa. Asimismo, si un territorio se usa actualmente como pastizal o erial, tiene mayores posibilidades de haber sido un lugar con restos megalíticos.
 
Parece ser que para la ubicación de las tumbas megalíticas no tienen incidencia las cuevas, la orientación del terreno, las cañadas, los núcleos de población o los caminos. ¿Caminos? Al menos los actuales. Tampoco encontramos dólmenes en las cuencas bajas de los ríos en la zona del norte de Burgos frente a lo que ocurre en muchos lugares de Extremadura y Andalucía. Ni en las cumbres de las cordilleras montañosas, ni en los suelos aluviales ni en zonas de vegetación mediterránea.

Dolmen de Ahedo de las Pueblas 
(Cortesía de Rutas y Tracks)
 
Es posible incluso elaborar mapas predictivos, suponiendo que otros territorios comparten las características de las zonas megalíticas estudiadas. Casi siempre aparecen dólmenes donde ya había más, y no en los lugares vacíos. A modo de ejemplo, en toda la comarca de Medina de Pomar no hay ni un solo vestigio, frente a un centenar en Polientes o Sedano. Pero precaución porque es fácil suponer dónde van a abundar los dólmenes pero no quiere decir que donde no tendrían que aparecer, después, aparezcan.
 
Nos había quedado la duda sobre la relación entre los caminos y los dólmenes. Es evidente que las antiguas vías no tendrían que coincidir con las carreteras actuales y, de hecho, vemos que la inmensa mayoría de los dólmenes tienen un acceso complicado hoy en día. Entonces, ¿Cuáles eran los caminos en la Prehistoria? ¿Se puede saber? ¡Hombre! Se puede llegar a estimar y presuponer. ¿Cómo? A través de procesos informáticos donde se crease un mapa de costes (el esfuerzo de subir o bajar), al que superponer las barreras naturales como: los cauces de los ríos; las líneas de escarpe; las fuentes; los posibles terrenos de cultivo; etc. Se consigue así, gracias a estos elementos y un “navegador” para optimizar las rutas, un mapa de líneas.
 
Estas líneas atravesaban los páramos y se entrecruzaban entre sí buscando los trazados con la menor pendiente posible, evitando los escarpes y el paso por cauces fluviales. Se vio que los dólmenes estaban ubicados junto a los supuestos caminos de tránsito natural y con preferencia en los cruces de los mismos. De forma sorprendente, el programa informático se empecinaba en cruzar barrancos por lugares insospechados, pero los investigadores, una vez sobre el terreno, comprobaron que por allí discurrían viejos caminos o eran sendas de los animales salvajes. Quizá los caminos humanos eran trazados por el ganado por librarse de la vegetación; o tal vez en una malla que uniría los recursos naturales; o, por qué no, rutas dirigidas específicamente a sus propios monumentos.

Croquis del dolmen de Ahedo de las Pueblas
 
Por ello debemos entender que, aunque ahora nos parezca apartado y en medio de la nada, algún camino transitaría junto al Dolmen de Ahedo de las Pueblas. Hoy para llegar al dolmen debemos continuar por la carretera al norte de la población camino del parque eólico. Al llegar al collado se sigue la línea de aerogeneradores que coincide con la ruta GR-1. Tras haber andado como un kilómetro se llega al yacimiento que está a una altitud de 918 m sobre el nivel del mar. Lo verán cerca de unas grandes rocas.

Fotografía cortesía de ZaLeZ
 
Es un túmulo de unos 3`00 m de longitud y 0`90 m de anchura. El área de enterramiento lo encontramos bien delimitado mediante cuatro ortostatos. Es un dolmen simple, rectangular, similar a los de Baiarrate y Aznabasterra en el País Vasco. Está orientado de este a oeste con un túmulo de unos trece metros de diámetro. Cubrir el dolmen no significaba que se desease ocultarlo, más bien, se ejecutaba esta tarea para realzarlo y señalarlo. Nos damos cuenta de que este es de reducido tamaño que pudo servir de tumba individual. Podríamos suponer que se usase de forma temporal en relación a unos grupos de vida trashumante. La losa de cobertura se conserva en un lateral de la tumba colocada a un costado como si, en su día, se hubiese levantado en busca de “tesoros”. En la superficie del túmulo se observan trazos de otras lajas que pudieran haber servido como refuerzo estructural. Su datación es difícil estando en una horquilla de 3.000 a 2.000 años antes de Cristo.

Fotografía cortesía de ZaLeZ
 
El estudio de la cista no recuperó resto humano alguno, pero es indudable su carácter funerario. Abasolo y García escribieron sobre este dolmen, excavado en 1974, en 1975. Siguiendo lo indicado en esta entrada diremos que no es un dolmen aislado sino que hay constancia de otro a una distancia cercana a los tres kilómetros: el de Robredo.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Tumbas de Gigantes. Dólmenes y túmulos en la provincia de Burgos”. Miguel A. Moreno Gallo, Germán Delibes de Castro, Rodrigo Villalobos García y Javier Basconcillos Arce.
Blog “Áreas recreativas de Cantabria y alrededores”.
“1954-2004: medio siglo de megalitismo en la provincia de Burgos”. Miguel Moreno Gallo.