Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 29 de mayo de 2022

Santa María Egipciaca y el Valle de Mena.

 
 
Nos vamos a un lugar bucólico del Valle de Mena, Anzo, que encubre una ermita dedicada a una santa lejana de Las Merindades: una santa de Egipto. Aunque hubo dos. Ermitas, no santas. Pero de eso ya hablaremos.

 
Santa María Egipciaca -la santa en cuestión- nació, probablemente, alrededor del año 344 y murió hacia el 421, teóricamente un primero de abril y, además, Jueves Santo. Desde niña pareció ser muy casquivana diciéndonos los textos que se entregaba a sus parientes y, después, a cualquier hombre que se lo pidiese. Por ello, cuando cumple 12 años se escapa de la casa de sus padres para ofrecerse libremente en Alejandría y ganar más dinero gracias a la prostitución, el hilado de lino y la mendicidad. Así los placeres desenfrenados de la carne se mezclaban con la avaricia. Una acumulación de dos pecados capitales. Es muy típico aumentar la degradación inicial del santo para su posterior exaltación. En fin, la raíz de estos pecados suyos era su hermosura que la hacía vanidosa y tentadora a ojos de los hombres de su tiempo. Por cierto, hombres que pagaban por sus servicios. Otros santos varones de Dios completaron la descripción diciendo que tenía “un deseo insaciable y una irrefrenable pasión similar a la ninfomanía” porque la obra sobre su vida refiere que, en algunos casos… ¡se negaba a cobrar a los clientes! Entiendo que era peor acostarse por placer que por dinero. Eso, o la vituperan por ser mujer. Es obvia la advertencia implícita que tal imagen representa para un público masculino y célibe ya que el cuerpo de la mujer no solamente les estaba prohibido, sino que era vilipendiado como fuente de todo pecado. Hay que notar, sin embargo, que ella ejerce sus aficiones dentro de una economía y tradiciones completamente controladas por hombres.

 
Cuando tenía 29 años peregrinó a Jerusalén para la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. ¿Había abrazado una vida de virtud? No. Embarcó rumbo a Palestina con el objetivo de obtener clientes durante el trayecto y en la ciudad santa. Es curioso que las prostitutas de los contornos de Jerusalén se acercasen a esa ciudad en las grandes fiestas para hacer negocios. Asuman que si no tuviesen clientes entre los peregrinos no gastarían tiempo y dinero en trasladarse allí. Según los relatos de “Vida de Santos” esta “pecadora mujer de negocios” se unió a las multitudes que iban a la iglesia donde se veneraba la reliquia de la Vera Cruz para concertar citas. Pero, cuando alcanzo la puerta de la iglesia no pudo atravesarla porque una fuerza invisible la rechazaba. Habiendo intentado entrar tres o cuatro veces, se retiró a un rincón del patio del templo. Entonces entendió que no podía entrar porque era una pecadora.
 
Rompió a llorar y a lamentarse por su vida pasada. En este momento de desesperación se fijó en una estatua de la Virgen María -o un icono de la Theotokos, según relatos- y le imploró ayuda para entrar a venerar la reliquia de la Vera Cruz prometiendo que si se le permitía hacerlo dejaría la prostitución y se apartaría del mundo, es decir, se convertiría en un asceta. Dicho esto, pudo entrar en la iglesia, adoró las reliquias y besó el pavimento de la iglesia. Al salir regresó junto a la estatua de Nuestra Señora y, mientras oraba ahí pidiendo guía para su futuro, escuchó una voz que le decía que si cruzaba el Jordán encontraría reposo. Ese mismo día llegó a la orilla del Jordán y recibió la Comunión en el monasterio de San Juan Bautista. A la mañana siguiente cruzó el río y se internó en el desierto de Judá con solo tres panes (que simbolizan la eucaristía).

 
Ahí vivió absolutamente sola durante cuarenta y siete años (hasta los 76 años aproximadamente) subsistiendo de hierbas. Es entonces cuando un sacerdote y monje llamado Zósimo -o Gozimás- que, siguiendo la costumbre de sus hermanos en aquel tiempo y lugar, pasaba la Cuaresma en el desierto, encontró a María la egipciaca desnuda. El hombre de iglesia le entregó su manto y ella llamó a Zósimo por su nombre (¡milagro!) y lo reconoció como sacerdote. Él, a cambio, escuchó la historia de la vida de la anciana exprostituta.
 
Después que hubieron conversado y orado juntos se citaron en el Jordán la noche del Jueves Santo del siguiente año y la exputa le pidió que trajera consigo el Santísimo Sacramento. Cuando llegó el momento del año siguiente, Zósimo puso en un pequeño cáliz una Ostia y llegó al lugar acordado. Al poco, apareció María en la rivera oriental del río y, haciendo la señal de la cruz, caminó sobre el agua (¡milagro!) hacia el lado de poniente. Tras comulgar levantó sus manos hacia el cielo y gritó en alta voz las palabras de Simeón: "Ahora puedes disponer de tu sierva en paz, oh Señor, según tu palabra, porque mis ojos han visto tu salvación".

 
Tras esto, encargó a Zósimo que fuese durante el año al lugar donde la conoció en el desierto -que estaba a una distancia de unas veinte jornadas- y le puntualizó que la encontraría en la condición que Dios ordenara. Como podrán suponer cuando llegó Zósimo se encontró el cadáver incorrupto de María egipciaca. En la tierra, junto a ella, estaba escrita la petición de que la enterrara. Dejaba constancia de que había muerto la misma noche en que Zósimo le había administrado la Comunión (¡Más Milagros! El cuerpo había recorrido veinte jornadas en una noche). El monje, auxiliado por un león, la enteró. Cuando regresó a su monasterio contó, por primera vez, la historia de la vida de María egipciaca.
 
La vida de la santa fue escrita no mucho tiempo después de su muerte por alguien que aseveraba que escuchó los detalles de los monjes del monasterio al que había pertenecido Zósimo. Suelen citar como posible autor de esta “vida de santos” a San Sophronios (Sofronio), que llegó a ser Patriarca de Jerusalén entre 634-638. Pero otros sitúan la historia antes del año 500 y su autor sería desconocido. La fecha de la santa es un tanto incierta. Los Bollandistas sitúan la muerte de María egipciaca el 1 de abril del 421, otros eruditos la sitúan un siglo después. Según el calendario juliano de uso en la época, hay 24 años en el que el 1 de abril fue jueves. De éstos, los años en los que la Pascua caería el 4 de abril son el 443, 454, 527, 538, y 549. Es notable que el Synaxarion exponga que Zósimo vivió durante el reinado del emperador Teodosio el Joven, que reinó del 408 al 450. Según la tradición, Zósimo vivió casi cien años, muriendo en el siglo VI, y en la “Vita” se dice que tenía cincuenta y tres años de edad cuando se reunió con Santa María de Egipto.


La Iglesia Griega celebra su fiesta el 1 de abril, mientras que el Martirologio Romano la asigna al 2 de abril, y el Calendario Romano al 3 de abril. Las reliquias de la santa son veneradas en Roma, Nápoles, Cremona, Amberes, y algunos otros lugares. Santa María Egipcíaca es patrona de las mujeres penitentes. En España, se llamaba “Egipcíacas” a las mujeres que abandonaban la prostitución y eran atendidas por órdenes religiosas.
 
En Barcelona, por ejemplo, se fundó una casa de egipcíacas en 1372 y todavía hoy existe este nombre en el callejero de la ciudad. Allí existió en los siglos XVI y XVII (1579-1669) un convento de monjas agustinas arrepentidas. En Roma, el templo romano de Portunus está dedicado a santa María Egipcíaca desde el año 872.
 
Se representa a Santa María Egipciaca, en la iconografía clásica, como una anciana canosa y de piel ajada por el sol, que ha perdido la belleza física, desnuda o cubierta con el manto que pidió a Zósimo. Suele llevar también tres panes, que la hagiografía dice que compró antes de marcharse al desierto y de los cuales ya hemos hablado.

 
La historia de esta santa tuvo una amplia difusión literaria desde su primera aparición, en griego, en el siglo VII. De los albores del castellano se conserva también una versión poética: “Vida de Santa María Egipciaca”, del siglo XIII, adaptación del poema francés “Víe de Santa Marie L’Egyptienne”. El poema se inscribe en una corriente de piedad mariana a la que pertenecen, en la misma época, “Los Milagros de Nuestra Señora” de Gonzalo de Berceo, o las “Cantigas de Santa María” de Alfonso X, que arranca del impulso dado por la teología de san Bernardo de Claraval a la devoción a la Virgen. Además tenemos una versión en prosa, “Estoria de Santa María Egipaca”, traducción de una adaptación en prosa del poema francés; una traducción en prosa de la versión latina de Pablo el Decano; y las traducciones de la versión de Jacobus de Vorágine en su “Legenda áurea”.
 
Episodios de la vida de María de Egipto están pintados al fresco en el Monasterio de San Salvador de Oña, en nuestra comarca. Vale, genial, pero ¿qué tiene que ver una santa tan lejana con el Valle de Mena?

 
Bueno, porque se apareció en este valle de Las Merindades, y eso fue la causa de la construcción de la primera iglesia. Porque hubo dos. La aparición fue en Anzo y se produjo en el mismo lugar donde ahora se alza la ermita de su advocación. Se comprobó el suceso con numerosos testimonios en la información que mandó abrir Francisco Manso de Zuñiga, Arzobispo de Burgos, para depurar el hecho y condenar cualquier superchería que pudiera caber en el mismo. Dictaminaron que fue verdadero en una carta pastoral que dirigió a los fieles de su diócesis.
 
La leyenda cuenta que allí se apareció la virgen a un pastorcillo de ovejas, Lázaro de Crisantes, de 13 años. Era 1645. Pidió la santa a Lázaro que se edificase un templo en su honor allí mismo. El muchacho regresó al pueblo y sus convecinos -calculen no más de treinta familias- no le creyeron. ¿Podía ser porque era un mocoso de trece años? ¿Porque podían pensar que era una alucinación? ¿Porque podían pensar que era una triquiñuela del sacerdote?… Conminaron al chico a que volviera al lugar a ver si se repetía el milagro. Hecho. Y Santa María Egipciaca volvió a aparecerse ante Lázaro. Para que fuese creída la aparición, tomó unos hilos del gabán del mocoso y, con ellos, formó una cruz que fue prendida al Rosario de Lázaro. Ya saben, para demostrar un milagro… ¡Hacer algo que pueda hacer cualquiera!

 
Esta prueba fue tan impactante que los meneses no sólo construyeron la ermita, sino que convirtieron a Santa María Egipciaca en patrona del valle. Una versión más detallada cuenta que los vecinos de Anzo intentaron construir la ermita en el mismo casco urbano del pueblo, pero los materiales de construcción desaparecían por la noche y aparecían milagrosamente en el monte La Revilla. Y de nada servía el esfuerzo de los vecinos para evitar este misterioso traslado hasta que comprendieron que detrás de las palabras del pastor había un poder sobrenatural contra el que era imposible luchar.
 
Para dicha construcción se unieron todos los vecinos, accediendo al "mandato de María" como dice una de las estrofas del cántico a Santa María Egipciaca que todavía se conserva por aquellos lares. Desde entonces al barrio más cercano a la ermita también se le llama de Santa María. Según los papeles de Manuel de Novales, en el siglo XVII, cuando apenas se extendía la devoción a la Egipciaca fuera del lugar de Anzo, se licenció al cura de Vivanco (del año 1654) para que pudiera celebrar dos misas consecutivas, una de ellas en Cantonad.

 
Por supuesto esta ermita tuvo una escultura de la santa que patrocinaba este templo. Era de madera y representaba la Aparición de Santa María Egipcíaca al pastorcillo. La imagen que conocemos mide poco más de un metro de altura, con base de madera estando el resto cubierto de estuco endurecido y pintado de colores brillantes. Detrás lleva la marca (o firma) del escultor. Sus formas recuerdan ligeramente a la Magdalena de Pedro de Mena, santas a las que a veces se ha confundido en las representaciones artísticas. A los pies de la estatua estuvo la figurita del pastorcillo, pero hoy ha desaparecido. El autor fue Manuel Francisco Álvarez de la Peña y fue realizada hacia 1770. Eso nos dejaría pensar en la existencia de una escultura previa.
 
La ermita sufrió el abandono y deterioro -la virgen fue llevada tiempo ha a la iglesia de Anzo- pero se le colocó una nueva cubierta y acondicionó el entorno en 2020. Si se acercan a observarla verán que no data de finales del siglo XVII sino que es una reconstrucción y ampliación realizada en el siglo XIX. La primitiva construcción era de base rectangular levantada hacia 1650, con muros de piedra básicamente ciegos y que se acondicionó y remató con una potente cornisa perimetral y una proporcionada espadaña, a la vez que campanario, construido en sillería y con el mismo tipo de piedra caliza oscura de la zona.

 
Los muros de carga del edificio presente, incluso la puerta de madera, estaban en buen estado funcional por lo que únicamente requirieron en 2020 labores de conservación y mantenimiento. Se reajustaron las piedras que conformaron la cornisa de remate y esto permitió que la cubierta a tres aguas se asentase sobre los tres muros perimetrales y en el muro final del ábside. Las ventanas, recercadas en piedra de la misma calidad que la cornisa y la espadaña, se han dejado como estaban por encontrarse en buen estado en cuanto a su estabilidad y geometría. Ahora solamente resta que la Junta Vecinal de Anzo y la Iglesia se comprometan a restaurar el interior arruinado de la ermita que no se contemplaba en este proyecto.

 
Se construyó, asimismo, otra ermita dedicada a Santa María Egipciaca en el más céntrico Mercadillo, dado que era patrona del valle. La había patrocinado Luís del Valle Salazar, del hábito de Santiago y del Consejo de Su Majestad, que buscaba que la patrona del valle tuviese un mejor templo. Claro que no fue él solo, sino que acoquinaron también Fr. Pedro de Iñigo, ex-Provincial de la orden de San Francisco (con ocho mil reales); Pedro de Ubilla-Vallejo, Abad de Burgohondo (con trescientos reales); y Manuel de la Azuela, Pedro de Angulo y Tomás Ortiz de la Riva que proporcionaron todo el hierro empleado en la obra. En 1776 se terminó esta ermita.
 
La religiosa María Josefa de Santa María Egipciaca (antes María Josefa del Valle Salazar), del convento de Villasana de Mena, y la que era abadesa de la misma casa, prepararon las ropas y los ornamentos del altar. Luís del Valle Salazar donó estas reliquias: “una de la Santa y un dedo de los Santos Mártires de Cárdeno”, con las correspondientes “auténticas”. Ofreció, además, una imagen de la Virgen María de plata; una Verónica, de filigrana, y un Cristo de marfil, con los cabos y la peana de plata entre otras cosas.

 
Aparte de estas personas de renombre muchos vecinos del Valle, gente pobre, contribuyeron como peones de obra o transportando los materiales. Santa María Egipciaca fue durante poco tiempo patrona del Valle de Mena hasta ser sustituida por Ntra. Señora de Cantonad. Esta iglesia, tras pasar varios años abandonada y sirviendo de establo para animales, hasta que de ella solo quedaban las paredes, fue vendida y reconvertida en un taller de coches: “Talleres Ordunte”.
 
La finalidad fundamental del edificio de esta ermita de Mercadillo sería la de servir de lugar de Junta de Partidos del valle, que en realidad se habían comprometido a hacerlo en la de Anzo pero que no cumplía por su lejanía y aislamiento. Es posible que, para “compensar” dicho abandono, se encargara tallar a Álvarez, por medio del mencionado Valle Salazar residente en Madrid, la imagen de la que hemos hablado.
 
Con la desaparición de esta ermita, o iglesia, se perdió parte de la historia política del Valle de Mena porque en la iglesia de Santa María Egipciaca juraban los representantes del valle. El 31 de diciembre de cada año las cuatro juntas que tenía el territorio elegían sus oficiales: cuatro diputados regidores generales, dos procuradores, dos jueces de alzada, dos alcaldes de Hermandad, un fiscal y dos alguaciles, mayor y menor. El juramento de aceptación se celebraba en la ermita de Santa María Egipciaca. De hecho, las reuniones de las Juntas Generales de Hijosdalgo tenían lugar en el consistorio de Mercadillo, junto a la mencionada ermita, costumbre que hubo de abandonarse tras el incendio que los carlistas provocaron en esos edificios a fines de 1835. Quizá por la desaparición de este templo de Mercadillo los oficiales de justicia, al ser elegidos, juraban sus cargos bajo la ermita de Santa María Egipciaca en Anzo.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Aleteia” web
www.alfayomega.es
“Aciprensa” web.
Enciclopedia Católica.
“Santa María de Egipto: la vitalidad de la leyenda en castellano”. Connie L. Scarborough.
Blog “Tierras de Burgos”.
“Noticia del noble y real valle de mena, provincia de Cantabria”. Anónimo.
“Ordenanzas del Valle de Mena (Burgos, siglos XVI-XVI”). Pedro Andrés Porras Arboledas.
“Dos imágenes de Manuel Álvarez en la provincia de Burgos”. Inocencio Cadiñanos Bardecí.
“Boletín Trimestral del Ayuntamiento del Valle de Mena”.
Algunas de las fotografías de esta entrada son cortesía de José Antonio San Millán Cobo.
 
 
 
Anexos:
 
Bollandista: Una asociación de estudiosos eclesiásticos dedicados a editar las Actas de los Santos (Acta Sanctorum). Esta obra es una gran colección hagiográfica comenzada durante los primeros años del siglo diecisiete y continuada hasta nuestros días. Los colaboradores se llaman bolandistas, como sucesores de Bolland, el editor del primer volumen. La colección contiene 68 volúmenes.
 
 
MANUEL ALVAREZ: Lo que sabemos de este artista es gracias a Ceán Bermúdez que lo rescató del archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Este escultor de la segunda mitad del siglo XVIII nació en Salamanca en 1727 y mostró grandes dotes escultóricas como vemos en sus encargos, proyectados algunos por Ventura Rodríguez, como la madrileña fuente de Apolo. Manuel Francisco Álvarez de la Peña (o Pascua) se formó con Simón Tomé Gavilán, de gustos barrocos, que por entonces gozaba de cierto prestigio en esa ciudad. Después estudió con Alejandro Carnicero, pero no satisfecho se trasladó a Madrid en 1751 entrando en el estudio de Felipe de Castro, llegado poco tiempo antes de Roma, de quien imitaría los nuevos gustos neoclásicos. AlcAnzo Álvarez tal prestigio que, junto con el maestro, realizaría en años posteriores varias obras para el Palacio Real y su capilla. Para su ciudad natal ejecutó también varias esculturas que por desgracia han desaparecido en su mayoría. En 1752 ingresó de alumno en la Academia realizando como tema de examen la figura del Mercurio de Algardi, en barro, que por su interés sería colocada en el centro del salón de la Casa de la Panadería. Dos años después obtenía el primer premio de primera clase de escultura por lo que se le pensionó con una beca para completar su formación en Roma. No pudo tomar posesión de dicha plaza por su precaria salud, aunque en alguna ocasión recordó a la Academia que no renunciaba “de pasar a perfeccionarme a Roma”. Su aplicación personal y el estudio de los modelos clásicos de yeso del centro suplirían esta ausencia. En 1757 era ya académico de mérito ascendiendo en 1762 a teniente director por la escultura. Durante estos años su actividad como escultor refleja todavía gustos barrocos, aunque atenuados, bien manifiestos en las estatuas de la citada fuente de Apolo, la Inmaculada del Palacio Real, la imagen de la Fe en San Isidro el Real... Formas cercanas a las de otros compañeros de Álvarez como su maestro Felipe de Castro, Salvador Carmona o Bergaz. En 1784 es nombrado Director de la escultura por muerte de Juan Pascual de Mena, por votación unánime a pesar de haberse presentado también académicos de tanto prestigio como Isidro Carnicero y Alfonso G. Bergaz. En estos años se acentúan sus gustos y formas clasicistas por lo que comienza a denominársele “El Griego”. La desaparecida “Huida a Egipto” de la Capilla de Belén, en la parroquia de San Sebastián, de inspiración rafaelesca, podría ser una buena muestra de lo dicho. El 20 de febrero de 1786 Manuel Álvarez asciende al alto cargo de director de la Real Academia por tres años, que el Rey Carlos III prorrogaría otros tres más. Sus últimos años fueron de postración en cama lo que le impidió trabajar consolándose, quizá, con haber sido nombrado escultor honorario de Cámara de Su Majestad. El 13 de marzo de 1797 fallecía Álvarez a los 70 años de edad.
 
 
 
 

domingo, 22 de mayo de 2022

Derecho y guerra. ¡Vaya coyunda! (Segunda y tercera sesiones)

 
A las diez de la mañana del día ocho de octubre de 1936 se retomó el juicio contra los treinta y cuatro procesados acusados por rebelión y auxilio a la rebelión por los sucesos desarrolladas en los pueblos de Las Merindades de Quintanilla de Sopeña y Noceco.

 
El presidente, señor Álvarez, concedió la palabra al Ministerio fiscal, representado por Julio Sañudo (o Mendaro) que elevó a definitivas sus conclusiones provisionales:
 
Como autores, de rebelión a los procesados Dionisio Chaparro Isla, Ignacio Mata Rodríguez, Amaranto Velasco Pineda, Pedro Ruiz Beato, Juan Gutiérrez Solana, José Revuelta López, Pablo López Regúlez, Pedro Llarena Pérez, Pedro Saiz de la Maza, José Zorrilla Echevarría, Fulgencio Gutiérrez Solana, Domingo Vallejo Cobo, José López Martínez, Antonio Saiz de la Maza, Eduardo Cano Riaño, Jesús de la Fuente Villamañal, Aurelio Ruiz Zorrilla, Desiderio Lucio Campillo, Tomás González Fernández, Juan Santa María Paniagua, Hilario Palacios Sáez, Balbino González González, Rosendo González López, Antonio Saiz de la Maza Chaves, Pedro Vallejo Chaves, Valerio Gómez, Mauricio Sanz y José María Pereda Helguera.
 
Como auxiliares de la rebelión a Nazario Varona García, Consuelo Isla Céspedes, Bernarda Ruiz, Valeriano Rozas y Lucía Zorrilla, estos dos últimos en rebeldía, y como menores de dieciocho años a Juan Gutiérrez Solana, José López Martínez, Hilario Palacio Sáez y Balbino González González. A su vez, el fiscal retira la acusación, por no existir pruebas determinantes de su actuación, contra Manuel Lomana Ruiz y Emiliano Diego Fernández.

Espinosa de los Monteros
 
Su alegato contuvo los siguientes términos: “Ciudadanos del Jurado, magistrados, letrados defensores: ¡salud! Yo no sé si en la historia del derecho procesal tendrán antecedente o precedente las palabras que voy a pronunciar. De no ser así, yo ruego a los señores de la Sala me disculpen. Soy un hombre formado políticamente en las doctrinas de izquierda, y, por lo tanto, en el sentimiento más humanitario, siento ahora un desasosiego espiritual que no puedo ocultar, por la gravísima responsabilidad contraída por los procesados, que tomaron parte en los sucesos desarrollados en los pueblos de Quintanilla de Sopeña y Noceco, en los días 21 y 25 de julio del presente año, con ocasión de la criminal sublevación militar contra el Gobierno legítimo de la República. Pero estas vacilaciones espirituales no me han de hacer vacilar en la representación que ostento. A este Ministerio fiscal le basta con saber que la República y su Gobierno legítimo han sido atacados cobardemente, por unas tropas facciosas que, arrastrando tras de sí a gentes de los institutos armados de la nación, que estaban en la sagrada obligación de defender al régimen aun a costa de su propia sangre, para que cumpla estrictamente con su deber, aunque ello le duela en lo más íntimo como hombre”.
 
Relató el señor Sañudo -o Mendaro, según periódicos- los hechos de autos y después se dirigió al Jurado, rogándole que cumpliese con su obligación como genuina representación del pueblo, por dolorosa que ella le fuese, cuando contestasen a las preguntas del veredicto.
 
Tras el fiscal habló el abogado Leandro Mateo qué, como sus dos compañeros los señores Mazarrasa y Casanueva representaron a los procesados como abogados de oficio: “Me dirijo ante un nuevo tribunal dispuesto por orden del Gobierno legitimó, entresacado de la masa popular, correspondiendo a los principios democráticos que informan todos sus actos. Yo, que respeto todas las instituciones y al Gobierno emanado de la voluntad popular, no sólo acato y respeto a este tribunal, sino que aprovecho esta ocasión que se me brinda para dirigirle un saludo. Pero este tribunal que ha salido del pueblo no ha de ser distinto por eso en la administración de la justicia que los demás. Y yo recuerdo que la ilustrada presidencia en alguna otra causa ha prevenido al Jurado que había de obrar sin flaqueza, pero dentro de la verdadera justicia. Una represión exagerada pudiera ser perjudicial para el propio régimen, y por eso yo me atrevo a recoger aquellas palabras de la presidencia en las que se decía que la ley está por encima de todo.

 
Venimos aquí a colaborar en la administración de esa justicia, ocupando nosotros los puestos de la defensa. Nosotros servimos así también a la República, porque servimos a la Justicia. (Vemos aquí una clara voluntad del abogado de protegerse de futuras represalias).Yo recuerdo que durante varios días el Gobierno, al ocurrir el levantamiento militar, ocultó la extensión del movimiento, porque así convenía, desconociéndose también los fines que los rebeldes pretendían, ya que, desde las radios facciosas, al terminar los “speakers” sus peroratas, daban vivas a la República. Luego hemos sabido toda la verdad: que el ataque era contra la República. Había, pues, confusión, y en los pueblos se hablaba de comunismo en la forma simplista del terror que algunos dan a esa palabra. En los pueblos sublevados no había, además, más referencias del hecho que las que daba la Prensa de las capitales sublevadas, que aquí no ha llegado, pero cuya característica conocemos. Y estos procesados sólo sabían lo que decían los periódicos de Burgos.
 
Relató, a continuación, los hechos del día 25 de julio. Que llegó a Espinosa de los Monteros la camioneta de Burgos, ocupada por fuerzas militares, y los jefes que venían con ellos obligaron a los guardias y a los civiles (paisanos) a seguirlos, y estos guardias tenían que ajustarse a la inflexible disciplina de su reglamento, en el que se dice que “el guardia es ajeno a toda responsabilidad cuando ha cumplido las órdenes de sus jefes” (Art. 22). Como soldados, eran, pues, ajenos a toda responsabilidad. Y, además, en todo el sumario y en toda la prueba del juicio, no se ha dicho más que el cabo de la Guardia civil les ordenó hacer un reconocimiento, y cuando se dieron cuenta de que había lucha y ésta era contra el Gobierno, dejaron de combatir y se entregaron a las fuerzas leales. Por eso son ajenos al delito de rebelión”.

 
Reclamó, luego, la atención del Jurado sobre la afirmación hecha por el fiscal de que los dos guardias procesados eran los jefes de la rebelión de Espinosa, añadiendo que nadie lo ha insinuado en la vista, ni nadie les ha acusado de ello. El propio señor Villarías y el alférez de su columna, que declararon en la sesión del día 7 de octubre de 1936, dijeron que no sabían quiénes eran los jefes, pero que vieron a un cabo de la Guardia civil entre ellos. “No pueden, por tanto, ser estos guardias los jefes de la rebelión. Fueron los cabos, que, dándose cuenta de su responsabilidad, porque estaban al tanto de lo que pasaba en España, huyeron, poniéndose a salvo enseguida”.
 
Después, Leandro Mateo modificó sus conclusiones con relación a Valerio Gómez, hombre de formación liberal, en el sentido de apreciar la circunstancia de que desconocía la trascendencia del movimiento subversivo, y que únicamente cumplió las órdenes de sus superiores. Si no fuese así el abogado solicitó se le considerase solamente como ejecutor de las órdenes de sus mandos. Este abogado pasó, después, a determinar quiénes fueron los jefes de la rebelión, y según los diferentes testigos y procesados fueron dos cabos de la Guardia civil, de graduación superior a Valerio Gómez. Leyó algunos fragmentos de leyes internacionales de la época en lo referente al trato de los prisioneros de guerra y también de varios artículos del Código de Justicia militar sobre el mismo asunto.
 
Luego pasó a referirse a Nazario Varona, Bernarda Ruiz, Valeriano Rozas y Lucía Zorrilla por haber tomado parte en los sucesos de Quintanilla Sopeña, manifestando que el día 21 de julio no era posible que ellos supieran lo que ocurría en la nación. Solicitó la absolución para ellos. Llamó la atención de los jurados para que no se considerase al guardia Valerio Gómez como incurso en el delito de rebelión, ni a los otros procesados como auxiliares de la misma, y les pidió benevolencia dentro de la justicia, para que se humanizase la guerra civil, “por lo que en todo momento laboran los preclaros varones de la República”.

 
El letrado Adolfo Mazarrasa, que defendió a José María Pereda, Dionisio Chaparro, Ignacio Mata, Manuel Lomana, Amaranto Velasco, Pedro Ruíz Beato y Consuelo Isla, habló con voz muy baja que apenas llegaba a la tribuna de prensa. Aludió este abogado a los sucesos del día 21 de julio, en el mismo pueblo de Quintanilla Sopeña, y calificó de humanitario el proceder de Consuelo al recoger en su casa, para curar a Pedro Ruiz Beato, sin preguntarle a qué bando pertenecía. Dijo que lo ocurrido a Consuelo Céspedes y a Ignacio Mata fue obra de la fatalidad, y, respecto a Chaparro, señaló que en todo el sumario nada se había dicho contra él. De ser algo hubieran sido simples ejecutores y solicitó para ellos la libre absolución. Luego el letrado se refirió a José María Pereda, al que el fiscal calificó de jefe de la rebelión en Espinosa. Analizó la vida del procesado en aquel pueblo y recordó a los jurados qué ninguno de los procesados con él ha dicho en la vista de la causa, ni en el sumario, que fuera jefe del movimiento. Ninguno de ellos dijo que fuera inocente y que se metió en el asunto por indicación de Pereda, a pesar de tenerle sentado entre los acusados y sin poder hacer nada contra ellos. Tampoco los guardias le inculparon de la entrega de las armas que llegaron de Burgos con los jefes que mandaron la expedición contra la columna Villarías.
 
Terminó deseando que sus palabras hubieran hecho reflexionar a los jurados y pidiéndoles hiciesen justicia, apartándose de las tendencias políticas. “A vosotros no deben llegar los rumores ni las iras de la calle, sino los dictados de vuestra conciencia, para que estos tribunales estén rodeados de todo prestigio”.
 
El abogado Arturo Casanueva, tras saludar al jurado de hecho -formado por representantes de los partidos del Frente Popular-, comienza recordando un artículo de Indalecio Prieto en el que se dice que “los hombres nunca somos dueños de nuestro destino”. Aplicó esta máxima al guardia civil Mauricio Sanz porque la fatalidad fue la que le llevó al banquillo. Para delinquir hace falta que al hecho le asista el deseo de delinquir. “Y este no es el caso de mi patrocinado, que se casa en aquellos días, y al terminar su permiso, y cuando vive con su compañera (que no “esposa”) días de ilusión, le sorprenden los gravísimos sucesos que ensangrientan el suelo de España, en un remoto pueblecito de la provincia de Soria, y unas horas después, en el pueblo de Espinosa, donde un jefe suyo, que es el cabo que ha llegado de Burgos, le obliga a incorporarse a los guardias y paisanos que van a ir, sin que él los sepa, a operar contra la columna leal que está en Los Tornos. Y, cuando se da cuenta, no hace un solo disparo y abandona la lucha, entregándose a las fuerzas del Gobierno”.

 
Citó, convenientemente, dos estrofas de un verso Federico García Lorca -ejemplo de “paseado” por los nacionales- sobre la disciplina de la Guardia civil, disciplina acatada por el defendido sin titubear. Hizo suyas las palabras del abogado Leandro Mateo, a quien dirige grandes elogios por su informe, para aplicarlas a la defensa de sus patrocinados, extendiéndose después en consideraciones sobre la sentencia dictada en una causa en que tomó parte y la actual. El Presidente paró esta digresión sobre el caso del “Tiburón” diciéndole que “los jurados son hombres que llegan allí a juzgar los hechos y por eso hay que limitarse a exponerles los hechos y pruebas del juicio”.
 
Casanueva solicitó para el agente Mauricio Sanz la absolución, por no haber cometido delito, pues obedeció las órdenes del jefe superior, y, en el peor de los casos, se le considerase como mero ejecutor. Una cosa como aplicarle las leyes de “Obediencia Debida” Argentinas. En cuanto al resto de sus defendidos, solicitó fuesen considerados como simples ejecutores y a los menores de dieciocho años les sean rebajadas las penas con arreglo a la ley.
 
La sesión del día terminó continuándose al día siguiente, 8 de octubre de 1936, a las diez de la mañana cuando el Presidente, Roberto Álvarez, procedió a explicar a los jurados las sesenta preguntas de que constaba el veredicto. Llevó toda la sesión de la mañana por lo cual se retomó a las cuatro de la tarde.
 
Esa tarde de octubre se dio lectura al veredicto que fue de culpabilidad para la mayoría de los procesados. Con este motivo se abrió juicio de Derecho, informando a continuación el fiscal, que dijo que, oídas las contestaciones a las preguntas del veredicto, pide, en nombre de la República, las siguientes penas:
 
Para los guardias civiles Valerio Gómez Santa Olalla (hago notar que los periódicos le llamaron indistintamente Valeriano o Valerio) y Mauricio Sanz Sanz y el civil José María Pereda Helguera, por el delito de rebelión, comprendido en el párrafo primero del artículo 238 del Código Militar, la pena de muerte.

Cueva de Noceco que fue refugio 
ante los bombardeos en 1936-1937
 
Para los civiles Pablo López Regúlez, Pedro Llarena Pérez, José Zorrilla Echevarría, Eduardo Cano Riaño, Domingo Vallejo Cobo, Antonio Suárez de la Maza, Jesús de la Fuente Villamañal, Aurelio Ruiz Zorrilla, Amaranto Velasco Pinedo, Desiderio Liaño Campillo, Tomás González Fernández, Juan Santamaría Paniagua, Rosendo González López, Pedro Saiz de la Maza Chávez, Pedro Ruiz Beato y Pedro Chaves Vallejo, por rebelión militar, con arreglo al artículo 238, párrafo segundo del Código de Justicia Militar, la pena de reclusión perpetua.
 
Para los civiles menores de dieciocho años, José Revuelta López, Juan Gutiérrez Solana, Fulgencio Gutiérrez Solana, José López Martínez, Hilario Palacios Sáez y Balbino González González, por rebelión militar, según el párrafo segundo del artículo 238, en relación con el 211, del mismo Cuerpo legal, la pena de diecisiete años y un día.
 
Para los civiles Consuelo Isla Céspedes, Valeriano Rozas y Luisa Zorrilla, como autores de auxilio a la rebelión, comprendidos en el artículo 240 del Código de Justicia Militar, la pena de doce años y un día de inclusión militar.
 
Se absuelve a Emiliano Diego Fernández, Manuel Lomana Ruiz, Ignacio Mata Rodríguez, Dionisio Chaparro Isla, Sergio Saiz de la Maza, Nazario Varona García y Bernarda Ruíz López.

 
Finalmente, el Presidente concedió la palabra a las defensas, haciéndolo en primer lugar el letrado Leandro Mateo, quien manifestó: “Sé que el veredicto es indestructible, y no hay más verdad que la que se ha pronunciado en sus respuestas; pero como, del mismo resulta clara la culpabilidad de mi defendido Valerio Santa Olalla, como jefe de la rebelión, esta defensa no puede adherirse a la pena de muerte que se le ha impuesto”. Añade que su defendido tuvo intervención en la acción de guerra librada en el pueblo de Noceco contra la columna Villarías, pero que no se puede concretar cuál fue la responsabilidad de las tres personas que se condenan al mismo castigo. Y, como con arreglo al Código de Justicia Militar de 1890, no puede haber más que un jefe en toda acción de esa clase, los tres no podían ser condenados como tales jefes. ¡Lo podría ser uno, pero no los tres! Y no habiendo distinción entre los guardias, la pena que corresponde con arreglo al veredicto a Valerio Gómez Santa Olalla es la de reclusión perpetua, que es la que para él solicitó Leandro Mateo.
 
El letrado Adolfo Mazarrasa dijo también que el veredicto dado por el pueblo es inapelable pero que en el mismo no se determinaba quién había sido el jefe de la rebelión y solicitó para su defendido, José María Pereda, la pena de reclusión temporal. Para Consuelo Isla Céspedes solicitaba una disminución en la pena pedida por el fiscal, ya que su participación en los hechos no fue de cooperación a los facciosos, sino un acto de humanidad con un herido.
 
El señor Casanueva alagó al jurado como sus compañeros y solicitó para el guardia Mauricio Sanz la pena de reclusión militar perpetua y pidió al Jurado que al pronunciarse la sentencia votase por la conmutación de la pena.
 
Llegados a este punto el Presidente suspendió el juicio para que el tribunal redactase la sentencia. A las siete de la tarde se abrió nuevamente el Juicio. Roberto Álvarez Eguren, presidente del tribunal, en medio del silencio de la sala, leyó la sentencia que se ajustaba a las peticiones del fiscal. La sentencia no la escucharon los condenados a muerte al ordenar el Presidente que fuesen previamente llevados a la cárcel donde se les notificaría. Tras la lectura se procedió a votar para ver si el jurado de hecho estimaba si se conmutaba la pena de muerte a Valerio Gómez Santa Olalla, Mauricio Sanz Sanz y José María Pereda, siendo negativo el resultado.

 
Lo mismo ocurre, en las sucesivas votaciones, y después de que el Presidente ordenó poner en libertad a los procesados absueltos, se dio por terminada la causa.
 
Los tres defensores de oficio, Leandro Mateo, Adolfo Mazarrasa y Arturo Casanueva fueron felicitados por el Jurado por la discreción que habían observado en sus informes. Lo cual no sé si definirlo como bueno o como malo pero, al menos, significativo dados los meses venideros.
 
Los tres condenados a muerte fueron ejecutados el 9 de noviembre de 1936, así lo indica la prensa, aunque tuvieron una primera fecha en el 22 de octubre, en el campo de Rostrio. Fernando Obregón se decanta por esta última fecha dando la hora del fusilamiento las siete y cuarto de la mañana y el lugar las tapias del cementerio de Ciriego. Por su parte debemos sopesar la ventaja de esta aplicación rápida de la ley es que ningún gobierno, por necesidad u otra razón, podía caer en la tentación de indultarles.
 
Con relación a los demás sabemos que Pedro Llarena Pérez fue liberado por las tropas nacionales en las cercanías de Gijón junto a Antonio Sainz de la Maza, Domingo Vallejo Cobo – que viviría hasta 1991, al menos- y Rosendo González López el 24 de octubre de 1937. Los que purgaron su culpa en Santoña llegaron a sus casas en agosto de 1937.

Quisicedo
 
Eduardo Cano Riaño debió morir en el penal de Santoña en 1937.
 
 
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “La voz de Cantabria”.
Periódico “El Cantábrico”.
“La radio en la segunda república española: sociedad y publicidad”. Ana Sebastián Morillas.
Código de Justicia Militar Español de 1890.
“La República sitiada: Trece meses de Guerra Civil en Cantabria”. Miguel Ángel Solla Gutiérrez.
Blog de Iñaki Anasagasti.
Blog “medallas e insignias de la guerra civil, postguerra y franquismo”.
Periódico “Hoja oficial del Lunes”
Periódico “La libertad”.
“República, Guerra Civil y Postguerra en Espinosa de los Monteros y merindades de Montija, Sotoscueva y Valdeporres (1931-1950)”. Fernando Obregón Goyarrola.
Blog “Merindades en la Memoria”.
“uniformes de la Guardia Civil”. Delfín Salas.
 

domingo, 15 de mayo de 2022

Derecho y guerra. ¡Vaya coyunda! (Primera sesión, parte dos)

 

Dejábamos este proceso judicial en plena guerra cuando se producía el receso para comer. Ciertamente todo esto resulta irónico cuando la gente estaba ya dándose “matarile” por montes, pueblos y ciudades pero la Justicia tiene plazos diferentes al resto. Volvamos al tema.

Quisicedo
 
A las cuatro y cuarto volvió a constituirse la Sala, de la misma forma que lo estuvo durante la mañana. Se continuó la declaración de los procesados:
 
JOSE ZORRILLA ECHEVARRÍA. De casi dieciocho años de edad y labrador. Procesado por los incidentes del día 25 de julio de 1936. Y defendido por Arturo Casanueva. A preguntas del fiscal dijo que él fue obligado, que si disparó contra las fuerzas leales lo hizo presionado por el cabo de la Guardia civil que mandaba la expedición. Al pretender huir en la camioneta, los guardias no estaban en ella, pero que al ponerse en marcha el vehículo, subió Valerio, para huir con los demás. Añadió, contestando al defensor Leandro Mateo, que el corneta de Espinosa y los cabos de Espinosa y de Quisicedo, organizaron la expedición. A preguntas del jurado Vicente Solar, dijo que él jamás había empuñado un fusil y que tan sólo le fue dada una ligerísima instrucción momentos antes de comenzar el tiroteo contra las fuerzas del Gobierno.
 
EDUARDO CANO RIAÑO. Era un muchacho natural del Valle de Ruesga en Cantabria, nacido el 15 de noviembre de 1915. Era hijo de Francisco Cano Galán y Paz Riaño Cano, maestra. Vivía en Quintanilla de los Prados donde era maestra su madre. A preguntas del Ministerio público negó haber pertenecido a las Juventudes Católicas. Pero otro resumen de prensa dijo que Eduardo respondió afirmativamente. Manifestó que fue a Espinosa a pasar el día de Santiago (25 de julio) con unos familiares, y que allí la Guardia civil le obligó a subir a la camioneta. Dentro viajaban elementos de Acción Popular y varios números de la Guardia civil y, agrega, que quien les enseñó el manejo del fusil fue un corneta de la benemérita. En la acción guerrera, se desplegó en guerrilla con los demás haciendo uso de las armas.


DIONISIO CHAPARRO ISLA. De diecinueve años en aquel momento, soltero, natural de Villasante y de profesión chófer. Vecino de Quintanilla Sopeña. A las preguntas del presidente confirmó su anterior procesamiento pero que fue absuelto de haber dado vivas al fascio. Creía que su detención fue porque su padre era de derechas, pero negó ser fascista. Manifestó que el día 21 de julio de 1936, encontrándose en casa de un vecino, le detuvieron y que estaba desarmado. Afirmó no conocer a José María Pereda.
 
MANUEL LOMANA RUÍZ. Defendido por Adolfo Mazarrasa. Nacido en 1911, soltero, natural de Mijangos, vecino de Bercedo, auxiliar de caminero. Confirmó al fiscal que él fue quien informó al capataz de Obras Públicas de existir en la carretera varios agujeros. Y negó que fueran obra suya. Escuchó el tiroteo entre las fuerzas leales al Gobierno y las procedentes de Espinosa de los Monteros. Fue detenido en casa de su patrona, María Cruz López, el día 22 de julio, a la una de la madrugada.
 
DOMINGO VALLEJO COBO, 29 años en 1936, soltero, natural de Espinosa de los Monteros, labrador. Dijo que en la camioneta viajaban varios guardias civiles y treinta y tantos paisanos. Que el arma se lo dieron cuando subió a la camioneta. Aseguró que quien dio la orden de disparar contra las fuerzas de Villarías fue el cabo de la Guardia civil. A las preguntas de la defensa, entiendo que Arturo Casanueva, declaró no pertenecer a agrupación o partido político alguno. Que “no conoce a José María Pereda como jefe de los falangistas de Espinosa, ni recibió órdenes, ni vio que se las diera a nadie el guardia Mauricio”. El presidente preguntó: “¿Hay muchos mozos de su edad en él pueblo?” Domingo contestó que unos doscientos o trescientos. “Y, ¿cómo no se llevarán más que a ustedes?” Respondió que no lo sabía.


ANTONIO SAINZ DE LA MAZA CHAVEZ, nacido en 1912, soltero, de Espinosa de los Monteros, labrador y aspirante a Guardia civil. En su declaración dijo que el día 24 de julio le requirió el cabo del puesto de Espinosa, para que se incorporase al cuartel como otros mozos que tenían solicitado el ingreso en el Instituto Armado. A preguntas del fiscal dijo que escuchó que el alcalde, afiliado a Izquierda Republicana, y otros elementos de izquierdas habían huido del pueblo. Afirmó que quien mandó la expedición facciosa, que hizo frente a la columna leal, fue el cabo de la Guardia civil. No supo de quién partió la orden de fuego, pero que él disparó voluntariamente para asegurar su defensa. A preguntas del jurado Cipriano López Monar dijo que “se presentó en el cuartel el día 24 por la noche pero que el arma le fue entregada en el ayuntamiento”. Como la declaración prestada en la vista, difería de la expuesta con anterioridad en el de sumario, el presidente del Tribunal le obligó a confirma si era su firma la que aparecía en el sumario. Lo era, pero el acusado incurrió en contradicciones en su declaración.
 
JOSÉ LÓPEZ MARTÍNEZ. De dieciséis años en 1936, soltero, natural de Espinosa de los Monteros. En su declaración dijo que él viajó en la segunda camioneta, en cuyo interior y al momento de subir a ella le fue entregado el fusil por uno de los guardias civiles, que supuso pertenecían a la plantilla de Burgos. Negó haber disparado, ni que sea fascista, ni pertenece a la juventud católica. Le obligó a subir al vehículo un guardia de barba cerrada. Negó que le hubiesen torturado y confirmó que salieron de Espinosa al mando de dos cabos de la Guardia Civil.

 
JESUS DE LA FUENTE VILLAMAÑAL. De 18 años, natural de La Espina (León), vecino de Sotoscueva (Burgos), en 1936 era auxiliar de Farmacia. Contó que el día de Santiago, mientras hablaba con unas chicas, pasaron unos cuantos en un coche saludando a estilo fascista y le obligaron a ir a con ellos a Espinosa de los Monteros. En el camión donde él viajó iban dos guardias civiles. Le obligaron a subir a la camioneta pero antes le dieron un fusil. Allí le enseñaron el manejo del arma. Dijo que había siete u ocho individuos, venidos de Burgos, que vestían camisas pardas considerando a alguno de ellos como jefes pues eran ellos los que daban las órdenes a los guardias y al chofer. No reconoce a ninguno de los vestidos de pardo entre los procesados. Este vestir de pardo podría recordarnos al uniforme de la milicia JAP. Por ello, entiendo, la insistencia en preguntar por esta organización a los procesados.
 
JOSE MARIA PEREDA y HELGUERA. En la prensa del momento aparece como Helguero. De 56 años, soltero, natural de Madrid, profesor mercantil. Era hijo de José Pereda y María Helguera. Negó haber celebrado o asistido a reuniones fascistas ni haber sido jefe ni dio dinero a los fascistas. Refiriéndose a la concentración derechista de Medina del Campo, aseguró que sólo dio “una exigua cantidad de dinero a una persona para que se trasladara a dicha concentración, ya que quien deseaba tomar parte en la misma carecía de recursos”. Negó hubiese pertenecido jamás a partido político alguno. Acompañó al diputado de derechas –y médico- Manuel Bermejillo Martínez en la campaña electoral de febrero de 1936, pero lo hizo tan sólo por vínculos de amistad. Afirma no haber tenido nunca amistad con el doctor Albiñana -José María Albiñana Sanz, líder del Partido Nacionalista Español-. Explicó que cuando tuvo noticias del suceso ocurrido en Quintanilla Sopeña el 21 de julio y, el día 25, vio llegar gentes de Burgos armadas, deseó alejarse de Las Merindades para trasladarse a Amurrio porque allí tenía parientes. Dijo que fue detenido en el Crucero de Villasante, sin que llevase arma alguna, ni documento que no fuese su cédula personal. Añadió que al llegar detenido a Bercedo, oyó los tiros.

 
AURELIO RUIZ ZORRILLA. De 24 años, soltero, ebanista. Manifestó que el fusil se lo entregaron en el domicilio social de Acción Popular, en Burgos. Insistió en que fue reclutado por la fuerza, los jefes le dijeron que no se trataba de combatir en el frente, sino de hacer un reconocimiento hasta Villarcayo. Sumó unos veintiocho paisanos y dos guardias civiles en el grupo. Informa que en el camino recogieron a un chico de Espinosa. El Fiscal le pregunto: “¿Y cómo 25 hombres armados se dejaron manejar por dos guardias civiles?” a lo que respondió Aurelio que porque iban con otros hombres también armados. El defensor Leandro Mateo preguntó si en Burgos había una gran organización y si fue el guardia Valerio el que levantó el pañuelo para entregarse a lo que respondió afirmativamente. El jurado Eleofredo García preguntó “¿Cómo estaban vestidos los jefes fascistas?” Vestidos de color garbanzo, dijo Aurelio.
 
EMILIANO DIEGO FERNANDEZ. De 23 años, soltero, labrador. Dijo que iba a Espinosa el día de Santiago para visitar a su familia y que al llegar allí le obligaron a engrosar las líneas facciosas. A otras preguntas, dijo que él no es fascista, pero que simpatiza con los partidos derechistas. (Casi un rasgo de integridad suicida).
 
AMARANTO VELASCO PINEDO. Estuvo en la acción de la casa de Consuelo del día 21 de julio. Le cogieron en Trespaderne y le llevaron a Burgos, desde donde le trajeron a Bercedo. Estuvo en la acción de aquel pueblo y luego se refugió en la casa. Afirmó que le amenazaron para que disparase y que siempre que lo hizo, fue al aire. Curioso para alguien que en 1955 tenía licencia de armas de caza.


DESIDERIO LUIS CAMPILLO. Le requisaron su camioneta y le llevaron al frente de Espinosa unos guardias civiles y algunos jefes civiles que iban con ellos. Cuando se entregaron ante la columna Villarías, los que iban con él desaparecieron.
 
TOMÁS GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, de veintiún años, soltero y chofer. Era propietario de una camioneta y estaba al servicio de un tal Juan Gómez. Le requisaron la camioneta y le llevaron a Burgos, desde donde fue a Espinosa obligado por un jefe de la expedición de coches. A preguntas del fiscal, dijo que no pertenecía a ningún partido político de derechas. Vio cómo era herido el corneta y detener a un guardia y tres civiles.
 
JUAN SANTAMARIA PANIAGUA, de 23 años, tallista. Contó al fiscal que estaba en un asilo y que fueron a buscarle, dándole el fusil en Burgos, en el Centro de Acción Popular de la que era afiliado. Salió el 25 de julio para Espinosa, al mando de dos hombres, llamados Salgado y Sedano, que iban de paisano. Cuando montó en la camioneta fue detenido. Hizo cinco disiparos sin ver al enemigo.
 
HILARIO PALACIO SAEZ, de 19 años, de Burgos. Era tipógrafo y contestó al fiscal que la expedición que salió de Burgos estaba organizada militarmente. Iba con el botiquín, y le detuvieron en la camioneta, a la vez que a uno de los guardias civiles que estaba en el banquillo.
 
BALBINO GONZÁLEZ GONZÁLEZ, de diecisiete años, labrador. Contó que fue a Espinosa de los Monteros porque era día de fiesta. Allí el corneta le dio un fusil y le obligó a subir a una camioneta. Niega que disparase a las tropas del gobierno. “Me escondí detrás de una pared y me detuvieron con el fusil en la mano”
 
ROSENDO GONZÁLEZ LÓPEZ, de veinticinco años. Contó que “estaba en un café y el cabo de la Guardia civil me obligó a ir con él a Los Tornos”. Que al mando estaban los cabos y el guardia civil Mauricio Sanz. Fue detenido, el día 25 de julio, en la carretera, donde estaba escondido.

Espinosa de los Monteros
 
CONSUELO ISLA CÉSPEDES, de cincuenta y un años, de Quintanilla Sopeña, dueña del chalet donde se escondieron los sediciosos el día 21 de julio de 1936. Abrió la puerta para curar a un herido que iba desangrándose. Dejó la puerta abierta y allí se metieron algunos de los que huían. Sintió el tiroteo por las cuatro esquinas de la casa, y vio cómo entraban los milicianos, sin que supiera que primero habían entrado los rebeldes. El fiscal preguntó: “¿Cómo se opuso usted a que entraran las fuerzas del Gobierno?” ella respondió que “cuando cesó el tiroteo abrí la puerta al señor Villarías y dije que de los otros no sabía si estaban dentro o habían salido. No vi si disparaban desde dentro de mi casa, porque estaba en la parte de abajo”. Tampoco sintió disparos dentro del chalet cuando entró el señor Villarías.
 
BERNARDA RUIZ LÓPEZ, de cincuenta y siete años, del pueblo de Bercedo. El fiscal le preguntó: “¿No indicó usted a los rebeldes que fueran por determinado sitio para coger por la espalda a las fuerzas del Gobierno?” “No, señor,”-respondió- “Es un “invento” que se ha hecho contra mí. Yo oí los tiros que se hacían en la tejera de Bercedo y me refugié en mi casa”. Prosiguió el fiscal: “¿No recuerda usted quién le dijo que Nazario había pasado un susto tremendo al oír los tiros?” Bernarda respondió: “Creo que fue su mujer”. Fiscal: “¿Y a eso sólo fue la mujer de Nazario a su casa por la noche”? Bernarda: “A eso sólo”
-¿Simpatiza usted con las derechas?
-Sí, señor.
-Entonces, a quién tenía usted más miedo, ¿a los leales o a los rebeldes?
-A los tiros solamente.
 
PEDRO SAIZ DE LA MAZA. Procesado por los incidentes del día 25 de julio. Quedó lesionado en un pie y, por ello, el presidente le ordenó tomar asiento en una silla. Dijo que el día de Santiago le entregaron un fusil en Espinosa y le subieron al Ayuntamiento, donde le dieron de comer. “Si no cogía el fusil me pegaban un tiro, y marché con los de Espinosa en la camioneta”. Conocía poco al guardia Valerio, y dijo que la orden de echar pie a tierra la dio el corneta, que resultó muerto. Él no disparó y que le dijeron que había que proteger la vía del ferrocarril de La Robla contra una columna del Gobierno mientras se arreglaban algunos tramos. Y que no quería ir con ellos.


PEDRO RUIZ BEATO, tomó parte el día 21 en la acción de Quintanilla Sopeña, marchando allí desde Burgos, en cuyo Gobierno civil estuvo haciendo guardia hasta la noche del día 19 de julio. Se sintió herido a los primeros tiros, y se refugió en el chalet de Consuelo, donde llegaron luego las fuerzas de Villarías. Se entregó a los milicianos una media hora después de ser herido. Preguntado por el jurado Manuel Prieto Ruiz, dijo qué vio entrar en el chalet a cinco hombres armados de los suyos, a los que Consuelo no pudo ver por estar en la cocina.
 
PEDRO VALLEJO CHAVES, de dieciocho años, labrador. Salió de Espinosa el día 25 de julio en la camioneta con un fusil que le dieron en el Ayuntamiento. Manifestó que todo lo hizo obligado y que no disparó. Le hicieron prisionero, y como iba herido en la nariz, llevaba casi tapados los ojos y no vio a nadie.
 
En este momento hubo un receso de diez minutos en el juicio. Para continuar con las declaraciones de los restantes acusados.
 
NAZARIO VARONA GARCIA, casado, de cuarenta y cuatro años, también labrador. No sabía nada de nada. El día de Santiago estaba en unas praderas, segando cebada, con su mujer y sus hijos. Desde lejos, un conocido del pueblo, apellidado Sánchez López, le gritó que había tiros, estando a unos cien metros de él. Dijo Nazario que Sánchez López disparó luego un cohete. Indicó que apenas conocía a la señora Bernarda. Que quien la conocía era su mujer. A preguntas del fiscal, alegó que su familia, al oír los primeros disparos, se escondió en una alcantarilla del ferrocarril. Negó que hubiera montado a caballo para llevar muchachos al frente. La defensa le preguntó si conocía a Ángela López. Contestó que no. Todo claro, pero en el resumen de prensa de otro periódico cuentan que: “se hallaba en una finca de su propiedad cuando le dijo un soldado que iba a haber tiros, lo que le hizo buscar a sus hijos pequeños, para llevárselos a su casa. Dejó el ganado en el campo y dijo a su mujer que había pasado mucho miedo”. Refleja este segundo noticiero que respondió al fiscal que no indicó a los fascistas dónde se encontraban los leales y que no había vuelto a hablar con Bernarda hasta que los llevaron detenidos a Ramales.

 
VALERIO GÓMEZ SANTAOLALLA, Nacido en Fuentecén (Burgos) era hijo de Maximino Gómez y Brígida Santaolalla. Treinta y cinco años. Guardia civil destinado en Quisicedo, soltero según la prensa, pero otras fuentes lo definen como casado. Procesado por el incidente del día de Santiago. Reflejamos el interrogatorio:
 
Fiscal: -¿Tuvo Conocimiento del movimiento faccioso?
-De Burgos; sí, señor.
-¿No ha prestado juramento de fidelidad a la República?
-Sí, señor.
-Y ¿cómo tomó parte en la acción contra las fuerzas leales al Gobierno?
-Porque nos lo mandó el cabo, que traía instrucciones.
-¿Usted no sospechó, al ir en la camioneta, que allí ocurría algo anormal?
-Lo sospeché, sí, señor.
-Y ¿cómo se desplegaron en guerrilla?
-Porque no creímos que había que hacer fuego.
-¿Eran ustedes Leales a La República?
-Hasta el día 23, sí, señor.
-¿Y usted no sabe que podía ir en contra de las órdenes quo le daba su superior?
-Sí, señor. Pero no me podía oponer a lo que me decía mi superior.
-En el caso de rebelión contra el Gobierno debió usted no acata esas órdenes.
-Yo no lo sabía...
-¿Sabía usted que la columna que luchaba contra ustedes era del Gobierno?
-No, señor. Yo no oí las balas; pero al darme cuenta de ello saqué el pañuelo, para entregarme. (La rendición de la camioneta)
-¿No se enteraron de lo ocurrido en (Quintanilla) Sopeña?
-No, señor.
-¿Hacían ustedes guardia por la noche, acompañados de paisanos?
-Sí, señor. Cuatro guardias.
 
Contestando al defensor Leandro Mateo, dice que hasta el día 27 no se había enterado que había focos de rebelión en distintos puntos de España.
 
-¿Usted ha sido siempre liberal?
-Sí, señor. Me gustaba más ser amigo de los de izquierda que de los de derecha.
 
Habló de la llegada de la camioneta de Burgos, y afirmó que los que llegaron se entendieron directamente con el cabo. Luego cuando confirmó que las tropas ante las que se enfrentaban eran las del gobierno, se entregó con el fusil y las municiones. Indicó que fue el cabo quien mandaba, no poniéndose él en comunicación con persona alguna.
 
-¿Tienen ustedes qué cumplir ciegamente las órdenes de sus superiores?
-Sí, señor.
-¿Si hubiera usted podido pasarse a las fuerzas del Gobierno, lo hubiera hecho?
-Sí, señor.
-¿Huyeron los cabos?
-Sí, señor.

El jurado Cipriano López Monar preguntó si conocía bien el reglamento del Cuerpo, y si sabía que cuando un jefe se declara en rebeldía no hay que obedecerle. El procesado contestó que así es, pero que no lo sabía.
 
-¿A pesar de que la primera autoridad municipal había sido depuesta?
-A pesar de eso.
 
Pregunta el Presidente si Mauricio llegó a Espinosa antes de los sucesos.

-Llegó cinco días antes.
-¿Fueron ustedes en la camioneta con los paisanos?
-Sí, señor.
-¿Dónde montaron?
-En el Ayuntamiento. Fuimos seis guardias y dos cabos.
-¿Fueron las dos camionetas al mismo tiempo?
-Sí, señor.
-¿Se desplegaron en guerrilla?
-Yo me fui con otro y nos detuvimos en una portilla de un prado para echar un cigarro. Después oímos los tiros.
-Entonces, ¿usted no intervino en nada?
-No señor.


A preguntas concretas del defensor, Leandro Mateo, responde que el día 25 llegó a Burgos una camioneta con gente desconocida y que con esta camioneta venia un coche particular. Al hablar de los guardias civiles que eran sus compañeros de puesto dio algunos nombres: Carbolleda, Villarreal, Germán, Carmelo Hernando, Jesús Fernández Gómez y el corneta Escudero. Seis guardias y dos cabos, contando a los dos guardias procesados.
 
MAURICIO SÁNZ Y SÁNZ. Nació en Aldea del Pinar (Burgos). Tenía 28 años en 1936. Era hijo de Tomás Sanz y Benita Sanz casado, guardia civil que estaba en Soria en casa de sus padres cuando se inició la lucha civil. Dijo que en su pueblo no había aparatos de “radio”, o, que, si los había, él no los conocía. Llegó a Espinosa de los Monteros el día 18 de julio por la noche con su esposa.
 
Fiscal: ¿No pertenecía usted a Quisicedo?
-Sí, señor. Pero al llegar a Espinosa, el cabo me dijo que me quedase allí como concentrado.
-¿No sabía usted nada del movimiento subversivo?
-Hasta el día 23 o 24, no, señor.
-¿Quién le ordenó subir a la camioneta con los paisanos?
-El cabo. Me dio la orden por un compañero, cuando estaba echando la siesta, y subí a la camioneta.
-¿Iban paisanos armados?
-Sí, señor.
-¿Quién buscaba a los paisanos?
-El cabo, que les daba las armas.
-¿A todos los que armaban eran de tipo fascista?
-No lo sé. No conocía bien el pueblo.
-Cuando se realizó la acción militar, ¿qué hizo usted?
-Me quedé solo. Sospeché algo al ver a los paisanos armados, pero el cabo no nos dijo nada.
-¿Usted fue con los paisanos?
-No, señor. Me quedé en la carretera.
 
El defensor, Arturo Casanueva, le pregunta qué día se casó, y contesta que el día 19 de julio. Lo que, si son perspicaces, choca con lo arriba declarado que refiere a su llegada a Espinosa de los Monteros el día 18 de julio con su esposa. Dijo que estaba en un puesto de la provincia de Soria y de allí le trasladaron a Quisicedo, donde estuvo prestando servicio ocho días. Al llegar a Espinosa, terminado el permiso, le dijo el cabo que se quedase allí. Añadió que no conoce nada de política y que no realizó ninguna detención. Insistió que no es posible a los guardias desobedecer las órdenes de un superior.
 
-¿Hizo usted fuego?
-No, Señor.
-Sabiéndolo, ¿hubiera usted luchado contra el Gobierno?
-No, señor.
-Cuando usted se dio cuenta de que las fuerzas contrarias eran del Gobierno, ¿se entregó?
-Inmediatamente.
 
El Jurado Cipriano López Monar preguntó: ¿Estaban armados todos los paisanos?
-No, señor.
El presidente: ¿No disparó usted?
-No, señor.
-¿Cada uno se fue por donde quiso?
-Sí, señor. Y el Cabo huyó.
 
Y con este interrogatorio el presidente suspendió el juicio hasta la mañana siguiente, día 8 de octubre de 1936.
 

 
 
Bibliografía:
 
Real Academia Nacional de Medicina de España.
 
Periódico “La voz de Cantabria”.
Periódico “El Cantábrico”.
“La radio en la segunda república española: sociedad y publicidad”. Ana Sebastián Morillas.
Código de Justicia Militar Español de 1890.
“La República sitiada: Trece meses de Guerra Civil en Cantabria”. Miguel Ángel Solla Gutiérrez.
Blog de Iñaki Anasagasti.
Blog “medallas e insignias de la guerra civil, postguerra y franquismo”.
“República, Guerra Civil y Postguerra en Espinosa de los Monteros y merindades de Montija, Sotoscueva y Valdeporres (1931-1950)”. Fernando Obregón Goyarrola.
Blog “Merindades en la Memoria”.
“uniformes de la Guardia Civil”. Delfín Salas.
 
 
 
Anejos:
 
Manuel Bermejillo Martínez, (28/04/1897-21/7/1977). Nacido y muerto en Madrid, hizo la carrera de medicina en la Universidad de su ciudad y obtuvo el Premio Extraordinario de doctorado. Ganó la cátedra de Patología de la facultad de Medicina de esa universidad. También fue durante muchos años director del Instituto de Higiene y Seguridad en el Trabajo. Fue diputado a Cortes en 1936 por la CEDA. Doctor en Medicina y Cirugía con Premio Extraordinario (1925). Diputado por Burgos (1931). Subsecretario de Sanidad y Previsión Social. Director del Hospital de San Francisco Javier (Burgos). Catedrático, por oposición, de Patología General de la Facultad de Medicina de Madrid (1943). Director del Instituto y Escuela de Medicina y Seguridad del Trabajo. Vicepresidente del Tribunal Central de Medicina del Trabajo. Director del Hospital de San Francisco de Asís y de su Escuela de Enfermeras. Vocal Consejero del Patronato "Santiago Ramón y Cajal" del CSIC. Presidente de la Asociación de la Prensa Médica Española y cofundador de la revista "Medicina". Director de la Academia Médico-Quirúrgica Española. Presidente del Consejo de Administración de Previsión Sanitaria Nacional, del Patronato de Médicos y del de Protección a la Mujer y del Consejo General de Colegios Médicos de España. Primer Presidente de la Federación de Hermandades Médico-Farmacéuticas de los Santos Cosme y Damián y fundador de su Academia Deontológica (Madrid). Medalla de la Campaña. Medalla de Oro de la Cruz Roja. Cruz de Alfonso X el Sabio. Gran Cruz de Sanidad. Medallas de Oro de la Previsión y del Mérito al Trabajo. Destacan sus publicaciones "Muerte por quemaduras", "Alteraciones gástricas de origen ovárico", "Vacunoterapia de la tos ferina", "Fisiología y fisiopatología de la circulación pulmonar", etc. Ocupó la Medalla Nº 7 de la Real Academia Nacional de Medicina y fue su Presidente (1970-77).

Manuel Bermejillo Martínez
 
 
José María Albiñana Sanz. Nació el 13 de octubre de 1883 en la localidad valenciana de Enguera. Durante su época de alumno de Medicina en la Universidad de Valencia fue un destacado cabecilla estudiantil. Promotor del asociacionismo entre los estudiantes, fue uno de los impulsores de la Unión Escolar de Valencia, constituida en 1903, sociedad de la que fue secretario y luego presidente. Licenciado en medicina, entró en la actividad política animado por Francisco Moliner Nicolás y presidiendo la Juventud Liberal-Democrática de Valencia. Fue académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina donde fue premiado por su obra “Concepto actual de la Filosofía médica y su valor en el desarrollo de la Medicina”.
 
Fue fundador del periódico “La Sanidad Civil” que reivindica los derechos de los profesionales de la medicina y pretende conseguir para ellos una paga estatal. En 1920 oposita sin éxito a la cátedra de Historia de la medicina de la Universidad Central. Al considerar injusto el resultado, se aparta de la vida universitaria. Pero no le apartó de la publicación de numerosas obras relacionadas con la ciencia.

 
Se trasladará a Mexico donde establece su clínica. Esta nueva vida le permite conocer la realidad hispanoamericana, desarrollando su sentido de la hispanidad que se tradujo en varios trabajos y conferencias. Este país norteamericano vive una política peligrosa y sangrienta que terminará con la expulsión del doctor Albiñana al intentar participar de aquella. Fue el fundador del Partido Nacionalista Español en la primavera de 1930.
 
Durante la II República fue detenido tras emitir, en marzo de 1932, un discurso contrario al gobierno republicano en el que ofrecía a sus paramilitares, los “Legionarios de España”, para defender a la patria de los “lobos revolucionarios” y tras enviar un mensaje en el que atacaba al ministro de la Gobernación. Participo en el intento de golpe de Estado de la Sanjurjada y fue recluido en Las Hurdes, primero en la alquería de Martilandrán, para poco después ser trasladado a Nuñomoral, donde estuvo confinado diez meses. Fue elegido diputado por Burgos en las elecciones generales de 1933 y nuevamente en las elecciones de 1936.
 
Durante estos años recorre la provincia de Burgos y consigue el afecto de ciertas capas de la población atendiendo a cuestiones prácticas, intentando resolver necesidades reales de sus vecindarios: Rectificación legal del funcionamiento de la Compañía de Aguas de Burgos, instalación de teléfono en Villarcayo y Medina de Pomar, creación del aeropuerto de Burgos, consiguiendo importantes subvenciones, etc. Sus numerosas intervenciones en las Cortes se centraban tanto en los problemas específicos de su circunscripción (como son carreteras, teléfonos, mercado triguero, sanidad, etc.) como en sus ataques a Azaña y al catalanismo.
 
En 1934 aceptó la jefatura de José Calvo Sotelo en el Bloque Nacional, al que se adhirió el Partido Nacionalista Español. El ideario antirrepublicano de Albiñana fue con frecuencia acompañado de un visceral antisemitismo, con los habituales tópicos de raza, Imperio, antijudaísmo o antimasonería.
 
En los inicios del Golpe de Estado contra la República, julio de 1936, Albiñana optó por refugiarse en el Congreso. Dormía en una habitación contigua al botiquín, y se hacía llevar la comida desde un bar próximo. Hacia el 28 de julio se presentó en la cámara el vicepresidente, Luis Fernández Clérigo, quien en nombre del presidente Diego Martínez Barrio le exigió que abandonara el edificio porque temía que el Congreso fuera asaltado por las turbas. Fue detenido por las autoridades republicanas y encarcelado. El 22 de agosto de 1936, sin embargo, la turba descontrolada asaltó la Cárcel Modelo. Un numeroso grupo de milicianos anarquistas comenzó a fusilar a algunos de los detenidos en la prisión, entre los que se encontraban el propio Albiñana y otros como el falangista Ruiz de Alda o el republicano liberal Melquíades Álvarez.

Doctor Albiñana
 
Una vez que triunfó el bando sublevado y acabada la guerra, se le dedicaron calles en localidades varias, sobre todo valencianas y burgalesas.