Alfonso
VIII alcanzará la mayoría de edad el año 1170. En años previos los leoneses habían
pactado con los Almohades protegerles la zona de Badajoz, atacada por los
portugueses. Y el regente castellano, Nuño Pérez de Lara, mantenía una alianza
con el Rey Lobo, Ibn Mardanish, rey de Murcia y Valencia, el menos moro de los
reyes moros que buscaba un postrer aliado. Este reyezuelo había perdido la
protección de Aragón por no pagarle unos 40.000 morabetinos. Y, escusándose en
ello, el joven monarca aragonés, Alfonso II, ya mayor de edad, lo atacó. El rey
Lobo, a su vez, atacó a su suegro Abenmochico porque este quería entregar Jaén
a los almohades. Ibn Mardanish cede a los castellanos las plazas de Vilches y Alcaraz
que controlaban Despeñaperros y La Mancha y el valle alto del Guadalquivir. Nuño
de Lara había, también, recuperado Toledo y su área de influencia, importante en
la continua disputa sobre los derechos de reconquista.
Rey Lobo
A
cambio de una ayuda militar constante de varios miles de caballeros -por otra
parte, estupendamente pagados por el Rey Lobo-, el rebelde de Murcia era un
muro que protegía Castilla por el sur. ¿Diríamos, entonces, que los Lara habían
sido unos buenos regentes? Para decidirnos miremos al norte donde no pudieron
impedir que Navarra sustrajera, entre 1162 y 1163, una buena porción de
territorio castellano de las Provincias Vascongadas y La Rioja. Navarra volvía
a situarse cerca de Las Merindades. Las hostilidades se mantuvieron hasta 1167
cuando se firmó una tregua para diez años.
Gracias
a los leoneses los Almohades tuvieron las tropas libres para atacar al rey Lobo
quien, a su vez, sufría desordenes internos. A partir de mayo de 1169, el califa
Abu Yaakub Yúsuf envió a su hermano Abu Hafs a la península con un gran
ejército. Aceptará la sumisión de Abenmochico y su territorio de Jaén. Eso
acercaba a los Almohades al territorio del rey Lobo y le dejaban sin sus ricos
recursos para mantener sus tropas, y que ahora tendría que obtener elevando los
impuestos sobre su población. Cuando termina el año 1171 ya sólo tiene bajo su
control la ciudad de Murcia y sus alrededores, defendida por mercenarios que apenas
puede pagar. Castilla nunca le ayudó. Adelantamos que el 27 de marzo de 1172 morirá
el rey Lobo y sus hijos entregarán la ciudad a los almohades. A partir de ese
momento, el Imperio almohade ocupó todo Al Ándalus.
Alfonso VIII de Castilla
En el
año 1170 Alfonso VIII de Castilla cumple quince años. Momento en que las
Cortes, reunidas en Burgos, le proclaman rey. Alfonso había visto cómo su
reino, durante la larga regencia de Nuño Pérez de Lara, se convertía en presa
de los monarcas vecinos. Fernando de León controlaba Medina de Rioseco y Sancho
VI de Navarra ocupaba una amplia franja en La Rioja, Álava y Vizcaya. Al menos,
eso sí, Castilla había quedado a salvo de las invasiones almohades. Alfonso II
de Aragón cumple ese año de 1170 trece años. Los consejeros de Castilla y de
Aragón, asumieron que ambos reinos tenían que entenderse porque el enemigo de
ambos era Sancho de Navarra. Los dos Alfonso se encontraron en aquel 1170 y
concluyeron una “alianza y ayuda mutua contra todos excepto contra el rey de
Inglaterra, al cual tenemos como padre”. ¡¿El rey de Inglaterra?! Inglaterra
controlaba los territorios franceses del sur, vecinos de Navarra, y habían
comenzado las relaciones comerciales entre los puertos castellanos del
Cantábrico y los mercados anglosajones. Y, ¿qué ganaba el inglés? Secar las
aspiraciones de quienes querían recuperar la unidad de la Francia carolingia y
desactivar una posible amenaza navarra en sus territorios de Gascuña. También
se pactaron matrimonios. Alfonso VIII de Castilla casaba con una hija del rey
de Inglaterra, Leonor Plantagenet, que aportaba los territorios del condado de
Gascuña. Él otorgaba a su nueva esposa, de once años, cierto número de
castillos, rentas y la ciudad de Burgos. Por su parte, Alfonso II de Aragón
casaría con Sancha de Castilla y Polonia, hija de Riquilda, tía del rey castellano.
Alfonso II de Aragón
Una numerosa
comitiva de condes, obispos y señoritingos castellanos acudieron a Burdeos a
recoger a la novia de Alfonso VIII. La boda se celebró en Tarazona en el mes de
septiembre de 1170 con numerosos nobles ingleses y franceses como invitados. El
padrino fue Alfonso II de Aragón.
Paralelamente
a ese tiempo de felicidad marital y alianzas cruzadas, el califa almohade Abu Yaakub
Yúsuf prepara una ofensiva que obligará, en el futuro, a los cristianos peninsulares
a firmar una alianza bajo inspiración papal. Aun a pesar de las alianzas que
mantenían con musulmanes y contra cristianos. Desde septiembre de 1173, el califa
atacó las posiciones leonesas. Las treguas que había firmado con Castilla y
Portugal le permitieron concentrar todas sus fuerzas en la frontera de León.
Claro
que, este tema de alianzas, treguas y ataques sectoriales, a Castilla y Aragón
también les permitía trabajarse Navarra. Castilla tenía litigios por los
territorios de Álava y Vizcaya, La Rioja, el norte de Soria... En definitiva,
las salidas navarras al mar, las vías de comunicación y áreas ricas en recursos
agrarios. El rey de Navarra, Sancho VI, está dispuesto a luchar por mantenerlas
frente a la alianza de los Alfonso. En 1173 se inician los combates entre
cristianos… que aprovechan los Almohades para presionarlos. Alfonso VIII se
ayudará, para blindar la frontera desde 1174, de las órdenes militares cediendo
villas como Maqueda y Zorita de los Canes a la Orden de Calatrava, o la villa
de Uclés a la Orden de Santiago. El último acto del pleito con Navarra fue la
Paz de Fitero (1176), donde los dos monarcas implicados se sometían al
arbitraje del rey de Inglaterra, Enrique II. Pero el navarro tenía razones para
cuestionar la imparcialidad del árbitro: el inglés era tutor del rey de Aragón
y suegro del rey de Castilla. Sancho VI de Navarra no aceptará la decisión de
Enrique de Inglaterra que señala que La Bureba, Logroño y otras plazas riojanas
deben volver a Castilla, mientras que Alfonso VIII debe retornar las plazas capturadas
últimamente a Navarra.
León,
tras el ataque Almohade, vio hundirse todo su frente sur: cayeron Alcántara y
Cáceres; los territorios del sur del Tajo fueron saqueados; la población huyó al
norte, a Ciudad Rodrigo... El rey de León movilizó cuantas tropas pudo y marchó
a socorrer esa ciudad. Lo consiguió: en octubre de 1174 los almohades
abandonaban desordenadamente el asedio. Eso sí, todos los territorios al sur
del Tajo se habían perdido. A la altura de junio de 1177, los reyes Fernando II
de León, Alfonso VIII de Castilla y Alfonso II de Aragón se reúnen en Tarazona.
Por cierto, les recuerdo que Fernando es tío de los otros dos.
En las
semanas siguientes, Alfonso VIII de Castilla, que ya había llevado a sus tropas
hasta la vista de Cuenca desde principios de 1177, recibe refuerzos aragoneses
y leoneses para el sitio de la ciudad tras la reunión de Tarazona. Estas
tierras habían sido escenario reciente de una de las ofensivas almohades pese a
la tregua de Castilla con el califa Abu Yaakub Yúsuf: en el verano anterior los
moros de Cuenca habían saqueado las tierras cristianas de Huete y Uclés.
Aquello rompió la tregua y movió a Alfonso VIII a ordenar el cerco de la ciudad
de Cuenca. Al mismo tiempo, Fernando de León lanza una campaña que bordea
Sevilla y llega hasta jerez. En Portugal, el príncipe Sancho, que dirige a las
tropas ahora que su padre ha quedado impedido, ejecuta otra ofensiva simultánea
y saquea a conciencia el territorio sevillano. Alfonso II de Aragón, por su
parte, mueve a sus tropas sobre territorio murciano. Se actúa al mismo tiempo y
en todos los frentes.
El
alcaide moro de Cuenca, llamado Abu Beka, pidió refuerzos al califa, pero el
caudillo almohade andaba en ese momento demasiado ocupado en África. Sin
refuerzos, Abu Beka intenta una cabalgada contra el campamento cristiano para
matar al rey Alfonso VIII. Era el 27 de julio de 1177. La hueste mora galopa buscando
la tienda del rey Alfonso. Los caballeros cristianos rechazan sangrientamente a
los conquenses y el rey está a salvo. Pero no el conde Nuño Pérez de Lara, el
viejo regente de la corona, que ha muerto defendiendo a su rey. Dejaba tres
hijos y una viuda: Teresa Fernández de Traba. El 21 de septiembre de 1177,
festividad de San Mateo, Cuenca era castellana.
¿Todo
bien y paz eterna entre los cristianos? Pues no. León tenía problemas con
Portugal y con Castilla. Centrados en esta última, se disputaban el control de
la Tierra de Campos y sus recursos agrarios. Fernando II desarrolló una
estrategia en varios frentes. Destacamos que se casó con la viuda gallega del
viejo regente castellano Nuño Pérez de Lara, Teresa Fernández de Traba, lo cual
le permitía estrechar lazos con la nobleza gallega y acercarse a los poderosos Lara.
Por su parte, Alfonso de Castilla ordenó una incursión militar por la zona de
Medina de Rioseco. Era noviembre de 1178. La tensión crece y la búsqueda de
aliados se hace imprescindible. Castilla se atrae a aragoneses y portugueses.
Fernando
II se encuentra atrapado entre dos frentes. A lo largo de 1180 convoca dos
curias, en Coyanza y en Benavente, para persuadir a la nobleza leonesa de que
actúe sobre la Tierra de Campos. Nanay, no le veían el beneficio para ellos. El
conflicto terminará en marzo de 1181 con la firma del Tratado de Medina de
Rioseco. Allí se fijó un colchón fronterizo mediante la entrega de cinco
castillos por cada reino a las órdenes militares de Santiago y del Hospital para
que mantuvieran y vigilaran la paz. ¡Útiles órdenes militares!
La
frontera quedaba fijada en una larga línea desde Saldaña hasta Peñafiel. León conseguía
paz y tranquilidad y Castilla la Tierra de Campos. A su vez, Castilla y Aragón habían
firmado el Tratado de Cazola, en Soria, de 1179. Acordaron que la corona de
Aragón reconquistaría el Reino de Valencia hasta las plazas de Játiva, Denia,
Biar y Calpe. Y Castilla podría hacer lo propio con los territorios y plazas
situados al oeste del castillo de Biar. ¿Dónde? Era el oeste de lo que hoy es
la provincia de Alicante. Compensación: Aragón dejaba de ser reino vasallo de
Castilla. ¿Y eso? El vasallaje procedía del antiguo reino de Zaragoza y tenía
ciertas obligaciones.
El Tratado
de Cazola precipitó la solución de otros problemas fronterizos. El rey Sancho de
Navarra decidió aceptar el arbitraje de Enrique de Inglaterra y devolvía a
Castilla todas las tierras de La Rioja y La Bureba. Se quedaba con las
Provincias Vascongadas y también con Rueda de Jalón y Albarracín, el viejo
dominio de Zafadola. Así, entre Fitero, Medina de Rioseco y Cazola, se termina
de dibujar, a la altura de los años 1177-1180, el mapa de la España cristiana
medieval.
En 1184,
mismo año de la victoria portuguesa en Santarem, Alfonso de Castilla toma Alarcón
y Aragón se orienta hacia el mediterráneo y el sur de Francia. En 1188 muero
Fernando II de león, rey de un reino con escasez de recursos económicos, peleado
con castellanos y portugueses y enfrentado a los moros. Alfonso VIII aprovecha
para invadir tierras fronterizas con León. ¿Quién será el nuevo rey? Alfonso IX,
tras pelearse con su madrastra que buscaba coronar a su hijo Sancho, de dos
años. León estaba desarticulado y en plena crisis económica. Para solucionarlo,
Alfonso IX, optó por convocar unas Cortes “democráticas”. Las primeras de la
historia de Europa.
Alfonso IX de León
Las
campañas castellanas en Al-Ándalus han sido incesantes: después de la que asoló
las tierras de Córdoba en 1182, Alfonso VIII ha dirigido a sus huestes sobre
Alarcón, Iniesta, Plasencia (ciudad que funda en 1186) y hasta Alcalá de
Guadaira en 1189, a las mismas puertas de Sevilla. Por su lado, los portugueses
atacan el Algarve. En una situación así, la única política posible era pactar
con unos y guerrear con otros. Y eso hizo el califa almohade a la altura de 1190.
¿Por qué se lanzó a la guerra? Porque su poder procedía de una sociedad
guerrera que era azuzada por intransigentes principios religiosos que ya no
podían ser contenidos por más tiempo. Abu Yúsuf Yaacub al-Mansur -no confundir
con su antecesor- ataca Portugal y tiene treguas y paces con León y Castilla.
Esto
conllevará que, entre los cristianos, nadie se fie de nadie. Entre los años 1190
y 1194 se suceden las rupturas y los pactos entre nuestros cinco reinos. No
solo son los pactos con los Almohades, sino que el poder de Castilla levanta
suspicacias en los demás reinos. Alfonso VIII de Castilla mantenía
reivindicaciones sobre territorios que estaban bajo las coronas navarra y
aragonesa. También era visto como aliado de Enrique II Plantagenet, su suegro.
Por otro lado, el rey Sancho VI de Navarra estaba casado con una tía de Alfonso
de Castilla. Y una hija del rey navarro, Berenguela, era la esposa de Ricardo
Corazón de León, el heredero de los Plantagenet. Con estos mimbres, Alfonso II
de Aragón vio que en su flanco oeste se podía formar un peligroso cesto: una
alianza entre Castilla, Navarra y los Plantagenet que lo podía eliminar. Y por
eso Alfonso de Aragón decidió promover una alianza anticastellana. En 1190 se aúna
con la encajonada y acosada Navarra. Por este tiempo, los reinos de León y de
Portugal, largamente enfrentados, se ponían de acuerdo y lo ratificaban con una
alianza matrimonial sin dispensa papal materializada hacia el invierno de 1191.
Estas dos alianzas se unen en mayo de 1191 y pactan un programa común: no hacer
la guerra entre sí; no hacer la guerra sin el consentimiento de los otros tres
socios; hacer la guerra a Castilla; y no firmar paces por separado con nadie. Con
esto, en junio de 1191, los reyes de Navarra y Aragón atacan Tarazona, en
territorio castellano. ¿Qué salvaría a Castilla? Dios. Bueno, su representante
en la Tierra.
Enrique II Plantagenet
Llegó
el dictamen del papa Celestino III sobre el matrimonio de Alfonso de León y Teresa
de Portugal (el matrimonio sellador de la alianza de esos reinos): nulo por la
consanguinidad de los esposos. Esto era como privar de legitimidad al Reino de
León. Como Alfonso IX de León mantenía treguas con los almohades, el Papa no se
mordió la lengua declarando al monarca leonés como enemigo de la cristiandad. Traducido
a nuestro siglo XXI: los súbditos de León quedaban exonerados del deber de
obediencia a su rey. Y así, en muy pocos meses, se pasó de una situación en la
que Castilla estaba perdida a otra en la que el que estaba perdido era el Reino
de León. Y se convirtió en el pimpampum de sus vecinos.
Celestino III
Portugal
invadió Galicia con la connivencia de una facción de la propia nobleza gallega.
Castilla atacó por Benavente y después por Astorga. Alfonso VIII llegó en su
campaña a las mismas puertas de León. A todo esto, el papa Celestino III,
enterado de lo que estaba pasando, se tiraba de los pelos. El obispo de Roma
quería que Alfonso de León negociase su matrimonio y rompiese los acuerdos con
los Almohades y no… no lo había logrado. Celestino III envía a España a su
sobrino, el cardenal Gregorio de Santángelo, en calidad de legado pontificio
para conseguir la paz y la unidad de acción contra los musulmanes.
Pese a
la apariencia de paz en la frontera, la tensión aumenta sin tregua. A la altura
de 1193 el califa almohade expulsa a los embajadores castellanos en Marrakech.
¿Por qué? Porque castellanos y leoneses empezaron a ponerse de acuerdo después
de años de conflicto. ¡Bien por la política papal! Y por las órdenes religiosas
que eran una fuerza militar dependiente del Vaticano. Sepan que, en el año 1193,
Celestino III pide a las órdenes militares hispanas que continúen la lucha contra
los musulmanes, dejando a los reinos cristianos en medio de “moros” y “curas”. Comienza
el año 1194. El papa consigue por fin la alianza entre los reyes de Castilla y
de León que se han reunido en Tordehumos, Valladolid, bajo la inspiración del
legado papal, el cardenal Gregorio.
El rey
de Castilla, Alfonso VIII, devolverá al rey de León, Alfonso IX, los castillos
ocupados en las guerras anteriores: Portilla, Alba, Luna... Así mismo, el
castellano se compromete a que después de su muerte sean devueltas a León el
resto de plazas ocupadas: Valderas, Bolaños de Campos, Villafrechós,
Villarmenteros, Siero de Riaño y Siero de Asturias. Por su lado, el cardenal
Gregorio concedía a León la propiedad de los castillos que entraron en el reino
como dote de Teresa de Portugal, aunque el matrimonio de ésta con el rey de
León había sido anulado. ¿Sólo ganaba León en este acuerdo? No, se acordó
también que, si Alfonso IX moría sin descendencia, el rey de Castilla heredaría
León. Por último, y para garantizar que todo esto se cumpliría, el acuerdo se
puso bajo la vigilancia de las órdenes militares: León designaba al maestre de
la Orden del Temple y Castilla al de la Orden de Calatrava, ambos con la misión
expresa de guarnecer los castillos entregados como prenda de paz y obligar a
los monarcas firmantes a respetar lo pactado.
Tordehumos
llega en el momento oportuno, porque -parafraseando a Rosa Klebb en “Desde
Rusia con Amor”- “la guerra fría iba a ponerse muy caliente”. Alfonso VIII de
Castilla comunica a los habitantes de las áreas fronterizas que se preparen para
la guerra. Y como la mejor defensa es un buen ataque, las huestes de Castilla
penetran en tierras de Jaén y Córdoba y baten el valle del Guadalquivir hasta
las mismas puertas de Sevilla. Al frente de estas tropas iba el arzobispo de
Toledo Martín López de Pisuerga. El caudillo almohade tenía en ese momento un
fuerte ejército movilizado en dirección a Ifriquiya (Túnez) para castigar a los
rebeldes de esa región. Después de golpear allí, esas tropas se dirigirían
contra Hispania. Por su parte, en un lugar de Ciudad Real, sobre cierto cerro a
cuyos pies corre el Guadiana, Alfonso VIII está construyendo la plaza fuerte de
Alarcos.
Alrededor
de junio de 1195 llegan los soldados almohades a la península y marchan a Sevilla,
su capital en Al-Ándalus. Un ejército de unos trescientos mil hombres entre
jinetes y tropas de a pie que partirá por el viejo camino de guerra musulmán. Abu
Yúsuf Yaacub al-Mansur llega a Córdoba el 30 de junio y le recibe el gobernador
Pedro Fernández de Castro, señor de Castro y del infantado de León, que añade
sus propias huestes al ejército del califa. ¡¡¿Qué hacía un Castro en Córdoba?!!
Pertenecía a un linaje determinante en Castilla, pero estuvieron enfrentados a
los Lara durante la minoría de edad de Alfonso VIII y se pasaron a León. Pedro
estaba con los moros porque no vio futuro a seguir en León. Abandonan Córdoba
el 4 de julio, salvan Despeñaperros y enfilan el camino de Toledo. Pero para
llegar a la capital castellana deben superar la fortaleza de Alarcos.
Cerro de Alarcos
Gracias
a las patrullas de la orden de Calatrava los castellanos reciben noticias precisas
sobre la ofensiva almohade. Alfonso VIII sabe que sus defensas manchegas son
débiles y están dispersas en distintos castillos y plazas de la llanura. Si las
desbordan los moros dominarán el valle del Tajo. El rey reúne en Toledo cuantas
fuerzas puede. Alfonso sabe que cuenta con el apoyo militar de León, Navarra y
Aragón. ¡Hay que parar a los almohades! Y sólo puede ser en la plaza de Alarcos,
la llave del valle del Tajo. Pero está todavía en construcción.
Tanto
Alfonso IX de León como Sancho VII de Navarra están cerca de Toledo con sus mesnadas.
El papa Celestino III, por su parte, acaba de hacer pública la concordia de
Tordehumos y llama a los monarcas y príncipes de España a colaborar en la
guerra contra el sarraceno, bajo pena de excomunión. Todo apunta, pues, a que
será posible formar un ejército invencible, capaz de desmantelar la ofensiva
almohade. Sólo es cuestión de esperar unos pocos días.
Pero
Alfonso VIII no está tranquilo. El 16 de julio de 1195, los almohades se han
acercado a Alarcos, han llegado hasta sus mismos alrededores y el ejército
cristiano aún no está constituido. ¿Qué hacer? Si el rey de Castilla espera,
aunque sólo sean dos días, puede perder esa plaza capital; por el contrario, si
acude en solitario a Alarcos tal vez salve la ciudad, pero se enfrenta a un
enemigo muy superior. Las huestes de León y de Navarra se acercan, pero Alfonso
VIII de Castilla no puede esperar más. ¿Su pesadilla? Alarcos perdida, su frontera
sur mutilada y un poderoso ejército almohade en el corazón mismo de La Mancha. Y
en esa coyuntura, ¿de qué serviría tener un gran ejército en torno a Toledo si
la baza fundamental ya se había perdido? El rey de Castilla decidió marchar él
solo a Alarcos para luchar.
El 17
de julio llegan a Alarcos las fuerzas castellanas. En primer lugar, la
caballería pesada, punta de lanza de la estrategia militar cristiana en esos
tiempos. Son unos diez mil hombres al mando del señor de Vizcaya, Diego López
de Haro. Alfonso VIII ha visto ya a su numeroso enemigo. En ese momento las tropas
de León están ya en Talavera, a unos doscientos kilómetros de Alarcos. Las
vanguardias moras ya ocupan los alrededores de Alarcos y aún no ha terminado de
reunirse.
Alfonso
VIII sale de Alarcos y envía a sus tropas contra la vanguardia del avance musulmán.
Espera descomponer a la muchedumbre de Abu Yúsuf Yaacub al-Mansur antes de que
hayan podido alinearse. No lo consigue. Termina el día 18 y, al alba del día 19
de julio, los Almohades se despliegan en torno a una colina cercana a Alarcos, La
Cabeza. Abu Yúsuf coloca en primera línea a los voluntarios de la yihad (bereberes
benimerines, zenatas y hentatas, sucesivamente), carne de cañón destinada a
frenar y cansar a los cristianos. En los flancos están las fuerzas más ligeras,
que envolverán al enemigo a base de velocidad. Y en la retaguardia las unidades
más experimentadas con la misión de intervenir en un tercer momento para dar el
golpe final al oponente. Todo ello aderezado con un poderoso cuerpo de arqueros
que debía someter al enemigo a una lluvia de hierro antes del cuerpo a cuerpo y
que se situaban casi al final de los voluntarios. El mando de esta formación se
le dio al visir del califa, que se llamaba Abu Yahya. A la izquierda formaron
los jinetes árabes. A la derecha, las fuerzas andalusíes. Y detrás quedó el
califa con las mejores fuerzas almohades y su guardia negra de esclavos.
La
estrategia castellana consistía en romper la línea de los voluntarios de la
guerra santa con rapidez para que las otras formaciones del cuadro musulmán
quedaran en posición desventajosa. Si la vanguardia mora se quebraba en los
primeros compases, de nada serviría el movimiento envolvente de las alas
musulmanas, porque los cristianos habrían quedado dueños del campo con sus
líneas intactas. Y entonces podría avanzar la segunda línea, el grueso de la
tropa, mandada en esta ocasión por el propio rey Alfonso VIII, para terminar la
faena. De lo contrario…
Ese
primer ataque lo ejecutará la caballería pesada, miles de jinetes y caballos
cubiertos de hierro. La primera carga se estampó contra las masas de
benimerines y zenatas. Los jinetes se trabaron en los infantes enemigos y
tuvieron que volver grupas. Ejecutaron una segunda carga. Y una tercera que fue
más eficaz y puso en fuga a los voluntarios bereberes. Con la caballería
cristiana en medio del campo, había llegado la hora de los movimientos
envolventes. Para anticiparse a la maniobra musulmana, los jinetes de Diego
López de Haro cargaron contra el flanco de las tropas andalusíes. Pero la
marabunta almohade cayó sobre la caballería castellana e impidió la maniobra.
Mientras, el otro ala mora, la de la caballería ligera, se ha precipitado sobre
la vanguardia cristiana y le ha cerrado la salida. Por si fuera poco, los
arqueros sarracenos hacen su trabajo y cubren de flechas el cielo. Los jinetes
cristianos se encuentran ahora rodeados por todas partes y expuestos a la
lluvia de saetas del enemigo.
Se cumplen
ya tres horas de combate bajo el duro sol del verano manchego. Es en ese
momento cuando Alfonso VIII de Castilla ordena su segundo movimiento: el grueso
de su ejército avanzará contra los musulmanes. Pero... era inútil ante la masa
de soldados moros. “Oscureciose el día con la polvareda y vapor de los que
peleaban -dice la crónica árabe-, tanto que parecía noche: las cábilas de
voluntarios alárabes, algazaces y ballesteros acudieron con admirable
constancia, y rodearon con su muchedumbre a los cristianos y los envolvieron
por todas partes. Senanid con sus andaluces, zenatas, musamudes, gomares y
otros se adelantó al collado donde estaba Alfonso, y allí venció, rompió y
deshizo sus tropas”. Las tropas de refresco moras, las huestes almohades y
la guardia del califa, se lanzaron contra las posiciones castellanas.
Diego
López de Haro trataba de abrirse paso fuera del cerco en que se encontraban.
¿Hacia dónde? Hacia Alarcos, el castillo inacabado. Detrás quedaban los cadáveres
del maestre de la Orden de Santiago, Sancho Fernández de Lemos; del maestre de
la Orden portuguesa de Évora, Gonzalo Viegas; de Ordoño García de Roda, obispo de
Ávila; de Pedro Ruiz de Guzmán, obispo de Segovia; y de Rodrigo Sánchez, obispo
de Sigüenza.
Alarcos,
no obstante, era solo un conjunto de construcciones sin muros sólidos ni protección
suficiente y nula defensa. Pronto cinco mil sarracenos sitian el lugar. “Allí
fue muy sangrienta la pelea para los cristianos, y en ellos hicieron horrible
matanza”, dice la crónica mora. Los que pueden, tratan de escapar hacia el
collado donde Alfonso VIII ha plantado su tienda. Diego López de Haro rinde la
plaza a Pedro Fernández de Castro, que apenas había participado en la batalla.
En
todo caso, con rendición incluida, la entrada de los almohades en Alarcos fue
una carnicería. La crónica mora lo describía con deleite. Halláronse en Alarcón
veinte mil cautivos, pero la crónica mora dice que Abu Yúsuf Yaacub, para gran
irritación de sus tropas, liberó a los cautivos. Quizá el califa quiso
mostrarse generoso en el momento de la victoria, o tal vez trató de enviar un
mensaje político a los otros monarcas cristianos, aquellos que, por falta de
tiempo y por la precipitación del rey castellano, no habían llegado al campo de
batalla. Sea como fuere, el balance de la batalla ya estaba escrito: un desastre
sin paliativos para las armas castellanas.
Los
almohades levantaron el campo, renunciaron a seguir hacia el norte y se
replegaron de nuevo hacia Andalucía. El propio califa, Abu Yúsuf Yaacub
al-Mansur, abandonó España y volvió a Marruecos para reforzar sus huestes. No necesitaba
seguir guerreando porque Castilla había perdido su potencia militar. El cálculo
de bajas oscila entre los veinte mil y los treinta mil castellanos. Para
reponerlos necesitaría diecisiete años, lo que tarda en llegar a la edad adulta
una nueva generación. Se esfumó el trabajo de repoblación de los decenios
anteriores, y que había colonizado, y fortificado, la ancha llanura que se
extiende desde la sierra de Guadarrama hasta Sierra Morena. Amén de que la
seguridad de Toledo será precaria.
Como
nota irónica los reyes coaligados exigieron explicaciones a Alfonso VIII por su
apresuramiento. El de Navarra, Sancho VII, enojado, se volvió a Pamplona y el
de León, Alfonso IX, enfurecido, se llegó a Toledo para abroncarlo y reclamarle
los castillos señalados un año antes en el Tratado de Tordehumos. Aquí jugó un
papel de importancia Pedro Fernández de Castro, el magnate que había pasado al
campo almohade, quien negociara con Diego López de Haro la rendición.
Seguramente es a Pedro Fernández de Castro al que hay que atribuir las
circunstancias relativamente benignas de la capitulación: Diego López de Haro
salvó la vida y se le permitió marchar, así como a los demás supervivientes de
Alarcos. Cautivos del moro sólo quedaron doce caballeros como rehenes para el
pago de rescates, lo cual era una práctica habitual de la guerra en ese tiempo.
Sabemos que esto irritó grandemente a los almohades de Abu Yúsuf, que sin duda
hubieran preferido una degollina masiva, pero el califa dejó hacer a Castro.
¿A qué
estaba jugando el califa? ¿Y a qué estaba jugando Castro? Todo indica que ambos
trataban de utilizar su victoria en Alarcos para dibujar un nuevo equilibrio
político en la península. Antes de Alarcos, los cristianos habían formado
frente común por insistencia del Papa; pero ahora, después de Alarcos, los
leoneses y los navarros estaban cabreados con Alfonso VIII que había querido
combatir solo. Por tanto, la ocasión la pintaban calva para provocar una nueva
ruptura entre Castilla y León, lo cual aliviaría sobremanera la posición
almohade. Es muy sintomático que quien negocie la rendición de Alarcos no sea
un caudillo moro victorioso, sino un cristiano como Castro. Y aún más sintomático
es que Castro, después de la batalla, aparezca de nuevo junto al rey de León.
¿Cuál era el objetivo leonés de Pedro Fernández de Castro? Recuperar los
territorios que el anterior rey de León había otorgado a su padre entre
Trujillo y Montánchez, entre el Tajo y el Guadiana. Territorios que Castilla se
había quedado. Mientras duró la alianza entre Castilla y León, Pedro no podía
tener la menor esperanza de recuperar aquel señorío familiar, y por eso pasó al
lado almohade. Pero ahora, al calor de Alarcos, con Castilla debilitada, León
podía plantear exigencias. Y el rey de León podía, además, contemplar la
posibilidad de un nuevo pacto con el califa. ¿Quién era el intermediario idóneo
para ese pacto? Sin duda, Pedro Fernández de Castro. El cual, por su parte,
recuperaría el señorío de los Castro en la frontera.
Leonor de Plantagenet
Hubo
pacto entre el califa y León. Y entre el califa y Navarra. Pactos temporales y
por separado que contemplaban, en el caso de León, una tregua, y en el caso
navarro, la neutralidad del reino de Pamplona. Suficiente para cumplir el
objetivo de romper la alianza de los reinos cristianos. Pero hubo un error. Los
almohades, después de devastar La Mancha y Extremadura -con apoyo leonés-,
marcharon contra los territorios que Castro consideraba suyos: Trujillo,
Montánchez, etc. Pedro Fernández de Castro rompió sus relaciones con el califa
almohade y pasó decididamente al lado del rey de León, que le nombró mayordomo
mayor. Pero al califa Abu Yúsuf Yaakub al-Mansur, seguramente, todo aquello le
daba ya igual y volvió a África, donde le quedaba pendiente el problema del
rebelde almorávide Ibn Ganiya. La última campaña de Abu Yúsuf fue precisamente
contra este último resto de la vieja dinastía. Y luego murió en 1199. Había
reinado quince años. En ese periodo el Imperio almohade conoció su mayor
esplendor. Le sucedió su hijo Muhammad al-Nasir.
¿Y en la
España cristiana? Lo que quedaba en la España cristiana era un paisaje de
extrema inestabilidad. Vuelve a reproducirse el esquema de pactos y alianzas
entre y contra los cinco reinos, en paz unas veces, en guerra otras, buscando
cada cual la definición de su propio espacio político a costa del vecino.
Bibliografía:
“Moros
y cristianos”. José Javier Esparza.
“Atlas
de historia de España”. Fernando García de Cortázar.
“Historia
de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González.
“Historia
de España”. Colección de SALVAT.
Periódico
“Lanza”.
Periódico
“La tribuna de Ciudad Real”.
Blog “Mancha
Ignota”.
Blog
de “Juan Carlos Isla”.