Nos trasladamos
a Bisjueces. Un hermoso lugar que evoca las más profundas leyendas de Castilla,
de Castilla Vieja. De Las Merindades. Leyendas que no cuentos. Nosotros
hablaremos de estos gracias al esfuerzo de Elías Rubio Marcos, José Manuel
Pedrosa y César Javier Palacios por su trabajo publicado en 2002. Recorrieron
la provincia de Burgos preguntando a los más viejos. Que eran aquellos que no
marcharon a Bilbao, Madrid o Barcelona, y que custodiaban las viejas costumbres,
supersticiones y relatos. Conseguir sonsacarles era difícil. Muy difícil porque
procedían de una época en la cual sus “padres
no tenían tiempo para cuentos”.
Triste porque los
cuentos nos acompañan desde la noche de los tiempos y son un instrumento de conservación
de cultura, conocimientos y moral de los pueblos. Hay papiros egipcios que han
preservado cuentos que se remontan al año 2000 A.C. También se han identificado
tramas de cuentos en la literatura de las antiguas Asiria y Babilonia y en los
relatos mitológicos grecorromanos, muchos de cuyos argumentos han pervivido en
la tradición oral moderna.
La literatura
medieval tuvo un fundamental ingrediente de tipo mágico y fabuloso relacionado
con la tradición folclórica y con el cuento en particular. Así, en la
literatura francesa medieval, numerosos episodios de “La novela de Renart” o “del
zorro”, compilado por más de veinte autores entre 1175-1250, y de los “Lais de
María de Francia” (mitad del siglo XII) constituyen sencillas y hermosas
versiones literarias de diversos cuentos populares. Importantes novelas de
caballería francesas medievales se inspiraron también en el acervo popular. Una
de las más importantes, la de “Roberto el diablo”, es un evidente correlato
literario del cuento de Juan el Tiñoso.
Por la misma
época florecieron en todo Occidente las adaptaciones de cuentos grecolatinos,
de relatos hagiográficos, caballerescos y bizantinos, así como de sermones
religiosos y profanos con cuentos incorporados, en latín y en las diversas
lenguas vulgares. El cuento era empleado en los textos de educación de
príncipes y de sermones religiosos y morales. Era el tiempo de Giovanni
Boccaccio (1313-1375) con “El Decamerón” y de Geoffrey Chaucer (1340-1400) con “Los
cuentos de Canterbury”.
La situación
política de la península ibérica fue la puerta de entrada hacia el cristianismo
de numerosos cuentos del extremo Oriente y de la India, que pasaron por Persia,
Siria y el mundo árabe. A mediados del siglo XIII aparecieron las primeras adaptaciones
al castellano de cuentos orientales: el “Califa e Dimna” y el “Sendebar”.A
partir de mediados del siglo XIV aparecen recopilaciones de origen diferente. La
obra más importante de esta tradición sería el “Libro de los enxiemplos del
conde Lucanor et de Patronio” (1335) del infante don Juan Manuel, que bebe de
todo tipo de fuentes orientales y occidentales. Se tiene constancia de que los
sermonarios de los predicadores estaban también llenos de cuentecillos.
En el
Renacimiento se consolidaron, gracias a la imprenta, las colecciones de cuentos
populares y recreaciones más o menos literarias. La inmensa mayoría de estas colecciones
se centró en el género de los cuentos humorísticos o chistes, en vez de en los
cuentos maravillosos.
En Francia, los
años finales del siglo XVII trajeron la eclosión de literatura cuentística
vinculada con la tradición folclórica. Jean de La Fontaine (1621-1695) publicó
diversas colecciones de Cuentos, entre 1665 y 1685, y de Fábulas, entre 1668 y
1778. En 1697 se publica la colección de Charles Perrault (1628-1703) titulada “Historias
o cuentos de tiempos pasados” o “Cuentos de mi madre la Oca”, tomada de fuentes
folclóricas y reelaborada. Ahí tenemos títulos como “La bella durmiente del
bosque”, “El gato con botas” y “Cenicienta”. En España, los repertorios más
nutridos fueron los recopilados por Juan de Timoneda en “Sobremesa y alivio de
caminantes” (1563, ampliado en 1569), “Buen aviso y portacuentos” (1564) y “El
Patrañuela” (1565).
Pero, también,
se conservan muchos otros cuentos interpolados dentro de obras de signo muy
distinto. Están englobados dentro de obras misceláneas, eruditas, dialogadas, novelas,
etc. Por ejemplo, “La lozana andaluza” de Francisco Delicado; o “El Lazarillo
de Tormes”. Muchas obras teatrales de los mayores dramaturgos de la época, como
Gil Vicente, Lope de Rueda, Lope de Vega, Tirso de Molina o Calderón de la Barca,
e innumerables entremeses anónimos, están inspirados o tienen interpolados cuentos
tradicionales.
El siglo XVIII, el
de la Razón o de la Ilustración, marginó las obras literarias populares que
resurgieron gracias al Romanticismo. Este los rescató tanto desde el punto de
vista de la documentación y desde el punto de vista del estudio, análisis e
interpretación. Son los hermanos Grimm con sus “Cuentos de los niños y del
hogar”, recopilación pionera de la recolección moderna, donde añadieron comentarios
y reflexiones que inauguraron los estudios modernos sobre el cuento folclórico.
A mediados y en
la segunda mitad del siglo XIX comenzaron a aparecer en toda Europa colecciones
de cuentos recogidos y estudiados con criterios cada vez más precisos y
científicos. La recopilación de cuentos folclóricos se inició en España al
mismo tiempo que en casi toda Europa occidental, en la segunda mitad del siglo XIX. Uno de sus precursores fue el
escritor Antonio de Trueba (1819-1889), autor de un volumen de Cuentos
populares aparecido en 1859.
Y ahora pasamos
a los cuentos aprendidos en Bisjueces relatados por Julio Rebolleda, vecino de
La Aldea que tenía 91 años en junio de 1999. Detectaremos el trasfondo
educativo o burlesco que contiene el relato.
El lazarillo y el ciego
“Le llevaban una vez a uno un lazarillo.
Y iban pidiendo por las puertas. Y le dieron al lazarillo, se conoce que una
persona caritativa… Y le dio un trozo de pan y un trozo de chorizo. Y el
lazarillo, como no le habían dicho al ciego lo que le daban, pues se cogió para
él el chorizo, y al ciego, pues, le dio solamente el pan. Y el ciego olía, olía
el chorizo. Pero venga a buscar dentro del pan, y no lo encontraba, porque se
lo estaba comiendo el lazarillo. Y entonces dice el ciego, dice:
-Parece que huele a chorizo.
Dice:
-Pues no sé, no sé de qué puede oler a
chorizo, no lo sé.
Y entonces llegó, por ejemplo, contra un
poste, y le dice el lazarillo, dice:
-¡Salta, que hay un arroyo!
Le agarra de la mano [al ciego] y [le]
dice:
-¡Salta ahora! ¡Salta!
Y se pegó contra el poste el pobre ciego,
y se hizo sangrar de la nariz.
- ¡Pero bueno! ¿Cómo me has hecho eso?
Dice:
-Pues mira: si habrías olido el poste
como has olido el chorizo, no te habrías “pegao”.
Esto lo contaban los que eran más viejos
que yo".
Parecería que
este cuento oral sería una síntesis de dos episodios de “El Lazarillo de Tormes”.
A saber: el de la longaniza y el del poste. Debemos comprender que, casi
seguro, el autor de “El Lazarillo” se inspiró en un cuento popular al existir textos
del Siglo de Oro que se pueden reconocer como variantes independientes de la
versión de esta novela picaresca. Estas variaciones han corrido y siguen
corriendo en la tradición. La de Las Merindades sería la única versión que
tiene una analogía completa con el texto literario, pues menciona el chorizo y
el poste.
¿Es una versión
oral del texto? O, por el contrario, ¿Es una fosilización e una cuento medieval
del que partió la versión escrita en la obra clásica? Me da que será lo primero. El empleo del término
“lazarillo” por el narrador podría ser indicio de ello.
Destaquemos que
Julio Rebolleda parecía ignorar la probable procedencia literaria de su cuento que
presentaba como tradicional: "Esto
lo contaban los que eran más viejos que yo..."
Los mesoneros robados
por el arriero
“Eso [era] que una vez el arriero se paró
en una posada. Y, al día siguiente, le dice al patrón:
- Bueno, ponme la cuenta, a ver lo que te
tengo que pagar.
Y le dice:
-Espera que se lo diga a la mesonera, a
ver qué dice.
Dice:
- Oye, mira lo que dice aquí el arriero,
que a ver, que [le] pongas la cuenta.
Dice:
-Pues ven, toma. Y le dice, así por lo
bajo… dice:
-Mira, esto es lo que le tienes que
[cobrar]. Y, al que va de paso, [cañonazo]
Pero el arriero oyó lo que le decía, y
dice:
-¡Coño, qué bonito! Conque yo que siempre
paso por aquí y hago aquí noche, y al que va de paso, cañonazo ¿eh?
Cogió, dice:
-Bueno, bueno, ya subo enseguida.
Se fue adonde tenía las mulas, ya
preparadas y todo, y cogió dos gallinas que tenían allí en la cuadra. Cogió, y
las retorció el cuello y las metió en las alforjas, y al carro con ellas.
Dice [el mesonero]:
- Pues mira, esto me ha dado la mesonera,
que es lo que tienes que pagar.
Dice:
-Bueno, está bien. -Dice- y le dices a la
mesonera que… ¡por la Puerta de Alcalá van dos damas y un galán!
Dos gallinas que la había “robao” y el
gallo”.
El sastre y la zarza
“Pues entonces, los sastres tenían que ir
por los pueblos. Y iban, claro, pues a ver si tenían que hacer ropa a los
hijos, o al matrimonio, o al que sea. Y claro, éste al parecer tenía mucha
confianza con una familia, y le dijo el cliente:
-Mira: ya que estás aquí, quédate a cenar
con nosotros. Total, de aquí a tu casa no vas a tardar mucho de ir, y la noche
está buena. Quédate.
Y tanto decirle, pues se quedó a cenar
con ellos. Cenaron, y ya sabe usted que antiguamente se usaban mucho las capas;
se la echaban por encima y no tenían frío.
Cogió, y claro, antes no había carreteras
ni coches ni nada de eso; tenían que ir por los caminos, que no eran tan lisos
como ahora, [y] tenían que arrimarse a las orillas. Y éste, en una de éstas,
fue a arrimarse a las orillas porque relucía el agua; y una zarza se le
enganchó en la capa y no le soltaba. Y el hombre se creyó que alguno le había “agarrao”
la capa y le sujetaba, y le sujetaba. Y allí, quieto, y allí quieto, hasta que
a otro día amaneció. Y [él seguía] allí “agarrao” en la zarza. Y el hombre dice:
- ¿Qué es lo que quieres? ¡Suéltame! ¿Qué
es lo que quieres? ¡Suéltame!
Y entonces ya, por la mañana, cuando se
volvía a ver quién le estaba sujetando, vio que era la zarza. Y entonces dice:
-¡La madre que te echó! ¡Si sé que eres
tú -dice- , saco la tijera y te hago dos agujeros a un tiempo!”
La que hemos
leído es la versión de nuestro ya conocido, por los cuentos anteriores, Julio
Rebolleda. Pero, de este relato, disponemos de más versiones por toda la provincia de Burgos. Añadiremos un par de ellas.
Fijémonos en lo
que cuenta en Poza de la Sal Antonio Pedrosa Lete que tenía 85 años en septiembre
de 2000:
“Aquí hubo un sastre que bajaba a
Hermosilla. Y bajaba a hacer una capa allí para el señor alcalde, a aquel
Tomás, que era el alcalde aquel año. Y bajaba por ahí, por el camino viejo -
que madrugó mucho el sastre- , y cogió y se enganchó en una mata. Y allí estuvo
toda la noche enganchao.
Y había una perdiz, y decía :
-¡Cáscale, cáscale , cáscale!
Las perdices dicen eso. Y después, el
macho hacía:
-¡Huaaaaá, huaaaaaá! ¡Por ahí va, por ahí
va!
Y allí estuvo toda la noche “amarrao”.
Y al amanecer, según amaneció, vio que
era una mata. Sacó la tijera y le dijo:
-¡Si como eres mata, fueras hombre, ahora
mismo te cortaba el pescuezo!”
Vemos que este
informante transforma el cuento en una broma, un chiste, sobre alguien de la
localidad. Da unos datos geográficos e incluso un nombre de un alcalde de Poza
de la Sal. Que pudo existir o no. No importa.
La siguiente
versión es de Navas del Pinar y la contó Clementino Blanco de 70 años en octubre
de 2001:
“Iba un sastre a tomar medidas a los
pueblos de “al lao”. Y, claro, ya se le hizo de noche cuando venía “pa” casa.
Y, al pasar, pues quiso atajar el camino, en vez de venir por la carretera. Y
entonces, pues resulta de que, al pasar por un [sitio] estrecho, pilló una
zarza y se le enganchó. Y él pensó que le cogía el lobo. Y allí [estuvo] “tó” la
noche encogido, quieto, quieto, quieto, hasta que amaneció. Y, cuando amaneció,
vio que era la zarza. Cogió la tijera y cortó el tallo, y dice:
- ¡Lo mismo hubiera hecho con tu brazo si
fueras un hombre!”
Cortesía de Condadodecastilla.es |
Finalmente referiremos
la versión contada en Melgar de Fernamental. Claudio Gutiérrez del Olmo, de 73
años en octubre de 2001, nos cuenta:
“El sastre de Osornillo: un pueblo cerca
de Burgos, pero en la provincia de Palencia, en la comarca del Pisuerga. El
sastre de Osornillo tenía una novia en Melgar, y el pobre era tan pobre que no
tenía ni bicicleta, ni burro, ni caballo. Y venía a ver a la novia. Entonces,
se le echó la noche y se despistó, se salió del camino, y se trabó en unas
zarzas. Y el pobre hombre, pues estaba “preocupao”. Navaja no tenía, no tenía
más que las tijeras. Pero no valía para nada, no tenía... Para matar a nadie,
no valía. Y pensaba:
- ¿Cogeré las tijeras y se las clavaré?
¿Le mataré? -Dice-. Pero, si le mato, me condeno. No, esperaré a más “adelante”,
a ver si viene el día y me suelta.
Quieto allí en la mata, rezaba; venga a
rezar, y venga a rezar...
- ¡Ay, Dios mío! Pero suélteme: si soy un
pobre sastrecillo que no tiene dinero ni nada, que apenas vivo de dos
pantalones que hago, y la mitad no me les pagan...
Otra hora, y otra hora... Venga rezos y
venga rezos, venga lamentaciones.
-¡Por favor, suélteme usted, hombre,
suélteme, que soy un pobre!
Bueno, ya viene el día, el amanecer; abre
los ojos, empieza a mirar, coge las tijeras [y dice]:
-¡Maldito seas, si llegas a esperar un
poco más, te corto las manos!
Y era la zarza, que le estaba agarrando”.
Como vemos, la
población no les tenía mucho cariño a los sastres. ¿Por qué? Parece que estos,
junto a Gitanos, médicos, curas, gallegos y zapateros, eran blanco de burlas y chascarrillos
al menos a partir del Renacimiento. La literatura seria lo refleja en múltiples
ejemplos como en el episodio de Sancho en la Ínsula Barataria que hace burla
del sastre ladrón que monta un pleito ante el gobernador, o el del médico
disparatado que impide a Sancho tomar alimento.
Los enfermos hacen
régimen.
“Esto era un pueblo que no había más que
eso, que un médico y un practicante. Tenía una vecindad de unos cuarenta
vecinos, o así. Pero resulta que se puso el practicante malo y avisaron al
médico. Y que se había puesto el practicante malo y que vendría a verle. Y vino
a verle, y estuvo mirándole bien, auscultándole por todos los sitios. Y dice:
- Tú, me parece a mí que has comido una
cosa que no tenías que haber comido. ¿Sabes qué tienes que hacer? Dieta, dieta,
dieta. Tres días de dieta, pero sin comer nada.
Y claro, el practicante dijo:
-Bueno, bueno, pues si hay que estar sin
comer nada, pues [estoy] sin comer.
Y claro, estuvo un día sin comer nada, y
ya se iba arreglando un poco, y dice:
- ¡Cago en diez! ¿Cómo estoy yo aquí
otros dos días más sin comer nada?
Con que, en una de éstas, que la mujer se
fue a comprar algo por ahí, se levanta, se coge una naranja, se la lleva a la
cama, se la pela y se la come. Y las peladuras las coge y las tira debajo de la
cama. En esto, que viene el médico y dice:
-Pues mira, pensaba haber venido mañana,
pero pasaba por aquí y he entrado para ver al enfermo - le dice a la mujer-, a
ver qué tal sigue.
Y claro, entra el médico a la habitación
, y ve las peladuras debajo de la cama.
Dice:
-Pero, ¿no has hecho lo que yo te dije,
eh? Te dije: dieta, dieta, dieta.
Dice:
-¡Y a dieta estoy, que no he comido nada!
Dice:
-A mí no me engañas. ¿Cómo dices que no
has comido nada, si lo que no has querido lo has tirado ahí debajo de la cama?
Y entonces el practicante no tuvo que
hacer más que callarse y dormir.
Pero resulta que, a los ocho días, se
pone malo el médico, y tuvo que ir a verle el practicante. Claro, no había
más...y llevaba la canción de lo que le había pasado a él:
-Bueno, yo creo que has comido alguna
cosa que no te ha hecho bien, así que dieta, dieta, dieta, ¿eh? Tres días de
dieta, sin comer nada.
Dice:
-Bueno, pues si hay que estar a dieta,
pues a dieta.
Con que el médico se está tres días a
dieta. Y el practicante viene a verle, y lo primero que hace es mirar a ver lo
que había debajo de la cama. Y entonces no es como ahora, que se duerme en
buenos colchones y eso. Éste estaba durmiendo en un colchón de paja de avena, y
del colchón pues se habían caído algunos trozos de paja de las avenas.
- ¡Le dije a usted ayer que tenía que
estar a dieta!
Dice:
-¡Pues a dieta estoy!
-¡Pues usted ha comido paja!
- ¿Cómo que he comido paja?
-¡Hombre, me lo va a negar usted a mí,
que lo que no ha querido lo ha “tirao” debajo de la cama!”
Con este último
cuento de Julio Rebolleda lo dejamos. Es una clara muestra de relato jocoso con
los grupos sociales influyentes durante mucho tiempo como sujeto de burla.
Bibliografía:
“Cuentos
burgaleses de tradición oral (teoría, etnotextos y comparatismo)”. Elías Rubio
Marcos, José Manuel Pedrosa y César Javier Palacios.
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