Recorremos
nuevamente el mundo prehistórico de Las Merindades para indagar la localización
de dólmenes en esta tierra. Todos nos hemos acercado al páramo de Masa para
enseñar a amigos y conocidos los allí situados. La cuestión es: ¿Por qué nos
tenemos que desplazar hasta allí? Vale, la respuesta sería porque están
localizados en esos lugares. No quiero decir eso sino por qué no los
encontramos fácilmente por los valles de Las Merindades.
¿Por qué se acumulan
en determinadas comarcas y desaparecen en otras? ¡A saber! No nos podemos poner
en la piel de aquellas personas. Las gentes del Neolítico, como las de
cualquier otra época, utilizaban patrones de asentamiento que respondían a sus
necesidades básicas. Lógico, pero el problema es que hablamos de tumbas que no
necesitan ser tan funcionales como los poblados y que están más cargadas de
simbología. Asumimos, como principio, que las tumbas se instalaban cerca de los
pueblos -no tendría sentido construir monumentos para no verlos o visitarlos-,
pero es mera hipótesis.
Una de las
formas de estudiar el problema es mediante la estadística. Con ella se analizan
las características geográficas de los territorios megalíticos y,
posteriormente, contrastar el modelo con los vacíos observados. ¿Sencillo? No.
Nada. Ni por asomo porque el problema estriba en que el análisis del espacio
puede necesitar analizar unas 300 características o más: la composición de la
tierra, la geología, litología, minerales, cuevas... ¡todo puede ser factor de
atracción o rechazo para un asentamiento!... La geomorfología, las pendientes
del terreno, la altitud, los barrancos, los páramos lisos... Sin olvidarnos del
clima que, incluso hoy, condiciona el poblamiento. Tenemos que estudiar la
temperatura, la variación estacional, la lluvia, el balance hídrico mes a mes,
la insolación, el viento…
La combinación
de geología y clima permite analizar la composición de los suelos, sus
características físicas y químicas; estudiar la evolución del agua: sus formas
y presencia, la cantidad y calidad que condicionan la presencia de poblaciones
y de túmulos; analizar, fruto de lo anterior, la vegetación presente y su
abundancia, cobertura o composición. Junto a la vegetación hay que analizar la
fauna y, a su vez, la acción del ser humano en el paisaje. Ser humano con un
bagaje fruto de las culturas que influyeron en aquellos individuos cuyas
señales reconoceríamos o ser humano que hereda y reutiliza los usos y
costumbres de sus mayores (poblamientos, formas de trabajo, etc).
Todos los datos
obtenidos de estas diversas fuentes deben ser tratados informáticamente para
ver el espacio determinado en múltiples dimensiones.
Hecho todo ello
nos encontraríamos con una clara relación entre los lugares megalíticos y las
formaciones geológicas del Cretácico que solían ser calizas y margas. Tierras
cerealistas, además. También se observa que las estepa esclerófilas (vegetación
cuyas especies arbóreas y arbustivas están adaptadas a largos períodos de
sequía y calor y que posee hojas duras y entrenudos cortos) de páramos y bordes
de las sierras son los territorios con mayor presencia de enterramientos bajo
túmulo. Zonas con una insolación baja (es decir, que la cantidad de energía en
forma de radiación que llega a un lugar de la Tierra en un día concreto es baja),
con evaporación desde el suelo y evaporación desde la superficie cubierta por
plantas de nivel moderado y un balance hídrico elevado.
Entendemos, por
tanto, que las zonas llanas y secas con plantas pobres y escasas y los suelos
destinados al uso ganadero o maderero son las preferidas. Otro elemento a
destacar es el alejamiento de las grandes cuencas de agua. ¿Qué nos dice esto? Que
para surtirse de agua solo necesitaban fuentes y charcas para el ganado. Sobre
la vegetación en la zona de los enterramientos megalíticos actualmente es de
tipo atlántica (quejigares y encinares no mediterráneos). El páramo como
comarca agraria y el buen rendimiento de cereal son otras dos características
reseñables. Hemos dicho que se analizó la fauna, pues la que se podría indicar
es la de las aves roqueras y pequeños mamíferos de zonas húmedas.
En los terrenos
con mayor presencia de enterramientos se asentaron posteriormente los pueblos
prerromanos cántabros y autrigones, aunque se trataría de una consecuencia, y no
de una causa. Asimismo, si un territorio se usa actualmente como pastizal o
erial, tiene mayores posibilidades de haber sido un lugar con restos megalíticos.
Parece ser que
para la ubicación de las tumbas megalíticas no tienen incidencia las cuevas, la
orientación del terreno, las cañadas, los núcleos de población o los caminos. ¿Caminos?
Al menos los actuales. Tampoco encontramos dólmenes en las cuencas bajas de los
ríos en la zona del norte de Burgos frente a lo que ocurre en muchos lugares de
Extremadura y Andalucía. Ni en las cumbres de las cordilleras montañosas, ni en
los suelos aluviales ni en zonas de vegetación mediterránea.
(Cortesía de Rutas y Tracks)
Es posible
incluso elaborar mapas predictivos, suponiendo que otros territorios comparten
las características de las zonas megalíticas estudiadas. Casi siempre aparecen
dólmenes donde ya había más, y no en los lugares vacíos. A modo de ejemplo, en
toda la comarca de Medina de Pomar no hay ni un solo vestigio, frente a un
centenar en Polientes o Sedano. Pero precaución porque es fácil suponer dónde
van a abundar los dólmenes pero no quiere decir que donde no tendrían que
aparecer, después, aparezcan.
Nos había
quedado la duda sobre la relación entre los caminos y los dólmenes. Es evidente
que las antiguas vías no tendrían que coincidir con las carreteras actuales y,
de hecho, vemos que la inmensa mayoría de los dólmenes tienen un acceso
complicado hoy en día. Entonces, ¿Cuáles eran los caminos en la Prehistoria?
¿Se puede saber? ¡Hombre! Se puede llegar a estimar y presuponer. ¿Cómo? A
través de procesos informáticos donde se crease un mapa de costes (el esfuerzo
de subir o bajar), al que superponer las barreras naturales como: los cauces de
los ríos; las líneas de escarpe; las fuentes; los posibles terrenos de cultivo;
etc. Se consigue así, gracias a estos elementos y un “navegador” para optimizar
las rutas, un mapa de líneas.
Estas líneas
atravesaban los páramos y se entrecruzaban entre sí buscando los trazados con
la menor pendiente posible, evitando los escarpes y el paso por cauces
fluviales. Se vio que los dólmenes estaban ubicados junto a los supuestos
caminos de tránsito natural y con preferencia en los cruces de los mismos. De
forma sorprendente, el programa informático se empecinaba en cruzar barrancos
por lugares insospechados, pero los investigadores, una vez sobre el terreno, comprobaron
que por allí discurrían viejos caminos o eran sendas de los animales salvajes.
Quizá los caminos humanos eran trazados por el ganado por librarse de la
vegetación; o tal vez en una malla que uniría los recursos naturales; o, por
qué no, rutas dirigidas específicamente a sus propios monumentos.
Por ello debemos
entender que, aunque ahora nos parezca apartado y en medio de la nada, algún
camino transitaría junto al Dolmen de Ahedo de las Pueblas. Hoy para llegar al
dolmen debemos continuar por la carretera al norte de la población camino del
parque eólico. Al llegar al collado se sigue la línea de aerogeneradores que
coincide con la ruta GR-1. Tras haber andado como un kilómetro se llega al
yacimiento que está a una altitud de 918 m sobre el nivel del mar. Lo verán
cerca de unas grandes rocas.
Es un túmulo de unos
3`00 m de longitud y 0`90 m de anchura. El área de enterramiento lo encontramos
bien delimitado mediante cuatro ortostatos. Es un dolmen simple, rectangular,
similar a los de Baiarrate y Aznabasterra en el País Vasco. Está orientado de este
a oeste con un túmulo de unos trece metros de diámetro. Cubrir el dolmen no
significaba que se desease ocultarlo, más bien, se ejecutaba esta tarea para
realzarlo y señalarlo. Nos damos cuenta de que este es de reducido tamaño que
pudo servir de tumba individual. Podríamos suponer que se usase de forma temporal
en relación a unos grupos de vida trashumante. La losa de cobertura se conserva
en un lateral de la tumba colocada a un costado como si, en su día, se hubiese
levantado en busca de “tesoros”. En la superficie del túmulo se observan trazos
de otras lajas que pudieran haber servido como refuerzo estructural. Su
datación es difícil estando en una horquilla de 3.000 a 2.000 años antes de
Cristo.
El estudio de la
cista no recuperó resto humano alguno, pero es indudable su carácter funerario.
Abasolo y García escribieron sobre este dolmen, excavado en 1974, en 1975.
Siguiendo lo indicado en esta entrada diremos que no es un dolmen aislado sino
que hay constancia de otro a una distancia cercana a los tres kilómetros: el de
Robredo.
Bibliografía:
“Tumbas de
Gigantes. Dólmenes y túmulos en la provincia de Burgos”. Miguel A. Moreno
Gallo, Germán Delibes de Castro, Rodrigo Villalobos García y Javier
Basconcillos Arce.
Blog “ZaLeZ”.
Blog “Áreas
recreativas de Cantabria y alrededores”.
“1954-2004:
medio siglo de megalitismo en la provincia de Burgos”. Miguel Moreno Gallo.
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