Por
fin Alfonso XI, el rey niño que dejábamos en el anterior capítulo rodeado de
lobos, alcanza su mayoría de edad. Más joven incluso de lo que piden corpúsculos
de extrema izquierda en España que abogan por que la edad de voto sean los 16
años. ¡Ya saben lo maduro que se es con esos años! Pero la realeza debe ser de
otra pasta o, al menos la de hace casi mil años donde se dejaba poco espacio al
infantilismo. Con 15 años dispondrá Alfonso XI de todo el poder. ¿Qué hizo? ¿Se
lanzo a una vida de placer y lujuria?
Empezó
por ajustar cuentas con los mangantes magnates que habían vampirizado los
reinos de Castilla y León. Tras la muerte de su abuela, María de Molina quedaron
al frente del reino el infante Felipe (tío de Alfonso XI), Juan el Tuerto (hijo
de Juan el de Tarifa) y el infante Juan Manuel, peleados entre sí. Los dos
primeros intentaron asesinar al tercero. Lo que lleva a Juan Manuel a encerrarse
en su villa de Belmonte y a dedicarse en serio a la literatura. Ya saben, “El
conde Lucanor” y eso. Sentado ya en el trono, Alfonso XI tenía una buena lista
de agravios que empezaría a saldar. En 1326 Juan el Tuerto es emboscado por los
hombres del rey en Toro y asesinado. ¡Un mensaje muy claro! El infante Felipe
dejó de intrigar y se sometió al joven monarca: fue nombrado mayordomo mayor y
murió poco después, en abril de 1327, a los treinta y cinco años… de muerte
natural. El infante Juan Manuel recibió “una propuesta que no podía rechazar”:
ser el suegro de Alfonso XI. ¡Genial! Salvo que el rey cambió de parecer y
encerró a Constanza -la hija de Juan Manuel- y se prometió con una hija del rey
de Portugal. La corona de Castilla estaba en paz. En su vida resolverá Alfonso
XI de forma expeditiva sus problemas, por eso se le llamará “el Justiciero”.
En
el exterior, los sarracenos habían aprovechado el caos castellano para
desestabilizar la frontera. ¿Quién echaba leña al fuego? Los benimerines
africanos conocidos por sus ataques a Algeciras, Gibraltar y Tarifa. Su
objetivo era mantener el control sobre las dos orillas del estrecho de
Gibraltar, para lo cual contaban con el apoyo implícito del reino nazarí de
Granada. Este reino peninsular podía permitirse una guerra permanente contra
Castilla y Aragón siempre que estuviese apoyado por los benimerines. Lo bueno
para los cristianos es que los benimerines debían hacer frente a episódicas
revueltas en los montes del Rif, lo cual les impedía sostener una ofensiva
prolongada en la península.
En
1329, el rey de Aragón, Alfonso IV, ha declarado la cruzada contra el reino de
Granada porque quiere controlar el sureste de la península para frenar a los
piratas berberiscos y asegurar su dominio en el Mediterráneo. El aragonés,
también, trata de firmar treguas con los sultanatos independientes de Bugía y
Túnez, en la costa norteafricana. Y, claro, resuelto el problema rifeño, los
benimerines deciden atacar. Con los granadinos atacando el sur de Andalucía,
toman Algeciras y asedian Gibraltar.
Alfonso
XI de Castilla reacciona atacando Teba, al oeste de Málaga, uno de los puntos
fuertes de la estructura defensiva de Granada. Era agosto de 1330. Esta es la
batalla en la que combatieron un grupo de escoceses con el corazón del rey
Roberto I. Alfonso XI de Castilla ganó la batalla y obtuvo un ventajoso
acuerdo: Castilla, Aragón y Granada firmaban una paz de cuatro años y los
granadinos quedaban obligados a pagarle tributo. Se mantenía abierto el frente
benimerín en Algeciras. En 1333 Abu Malik, hijo del califa benimerín, asedia y
toma Gibraltar. En esta defensa fracasada tiene parte de culpa el infante Juan
Manuel que, escocido por el maltrato del rey a su hija, se ha negado a aportar
sus tropas. Con Gibraltar en su poder, el califa benimerín Abul Hassan enviará
tropas desde Marruecos. Durante meses el estrecho disfruta de un intenso
tráfico de tropas con continuas refriegas navales. La armada castellana no
consigue bloquear el estrecho al no tienen ni la cantidad ni la capacidad para
frenar a esta de marabunta mora. Al acabar la década de 1330, Alfonso XI se
enfrentó a la mayor invasión musulmana desde los almohades.
Estaba
aliados con el benimerín el reino de Granada, mudéjares bajo autoridad
cristiana y las flotas de centros costeros norteafricanos. El plan era atacar
simultáneamente Cádiz y Valencia. Los reyes de Castilla y Aragón pactan mutua
asistencia y deciden una acción naval contundente que elimine el flujo de
tropas a la península.
Los
musulmanes intentan varios movimientos tácticos en busca de víveres en Lebrija,
Jerez, Arcos, Tarifa, Siles... que son frenados por Alfonso XI. En Jerez muere
Abu Malik, el hijo del sultán. El sultán Abul Hassan envía nuevos refuerzos. ¡Es
preciso taponar cuanto antes el estrecho! El almirante de la flota castellana,
Alonso Jofre Tenorio, dispone a sus naves para frenar el inminente desembarco
sarraceno. Cuenta con el refuerzo de la flota aragonesa al mando del almirante
Jofre Gilabert. El plan era bueno, pero todo se torció. Cuando llegaron a
Algeciras, Gilabert resultó seriamente herido y se dispersa la flota aragonesa.
Jofre Tenorio, viéndose solo ante las naves moras, atacará de frente a la flota
de los benimerines. Fue un desastre. Solo cinco navíos cristianos lograron
escapar hacia Cartagena. Jofre Tenorio fue capturado, torturado y decapitado
por los moros.
El
14 de agosto de 1340, Abul Hassan desembarca en Algeciras y se reúne con el rey
moro de Granada, Yusuf I, y juntos se dirigen contra Tarifa. Alfonso XI pidió
ayuda a su suegro el rey de Portugal, Alfonso IV. El rey portugués le recordó
al joven rey castellano que tenía abandonada a su esposa María de Portugal en
beneficio de su amante, Leonor de Guzmán. Del lío entre la esposa, la concubina y los hermanastros Pedro y Enrique hablaremos en el futuro. Alfonso XI, entonces, se arrastró ante
su suegro. Tras lo cual el rey de Portugal se puso en camino hacia Sevilla con
sus mesnadas y envió a aguas de Cádiz una flota al mando del genovés Manuel
Pezagno. Allí los portugueses se fueron reuniendo con las naves supervivientes
de la dispersa flota aragonesa y con varios barcos genoveses comprados a toda
prisa por Castilla. De hecho, será un genovés quien mande la flota castellana:
Egidio Bocanegra.
A
primeros de octubre de 1340, la flota cristiana lograba cortar la línea de
suministro de los moros, pero había 60.000 musulmanes, entre benimerines y
granadinos, sitiando Tarifa. El 29 de octubre los cristianos, desde la Peña del
Ciervo, determinaran su orden de combate: Alfonso IV de Portugal atacará a los
nazaríes de Yusuf y Alfonso XI atacará el contingente benimerín. La batalla se
librará en las orillas del río Salado. Con el rey de Portugal forman tropas de
Castilla y de León, varios concejos extremeños y los caballeros de las órdenes
militares. Con el rey de Castilla se alinean todos sus magnates varios concejos
andaluces, las milicias de Zamora y tropas venidas de León, Asturias y las
tierras vascas.
Alfonso
XI se entera de que los moros están desbordando la línea de Tarifa y manda una
columna de socorro allí para, después, avanzar en varias direcciones
simultáneas para sorprender a los sarracenos. El choque tuvo lugar el 30 de
octubre. La estratagema castellana salió bien. Cuando el sultán benimerín maniobraba
para hacer frente al aluvión, se encontró con que también su retaguardia era
atacada por una columna enviada días antes a Tarifa, que reaparecía ahora para
sembrar el caos en las filas moras.
El
sultán Abul Hassan huyó a lomos de una yegua, llegó a Algeciras y zarpó hacia
Marruecos. Mientras tanto, sus huestes eran masacradas por las vanguardias de
Castilla y Portugal. Los benimerines seguirían dando guerra, pero nunca más
intentaron una invasión. ¿Cuál es la situación ahora? Los castellanos han
reconquistado el valle del Guadalquivir hasta Huelva y Cádiz, los portugueses
han liberado por completo su territorio, los aragoneses han llegado hasta
Murcia y acosan Almería. El poder islámico en la península es el reino de
Granada (las actuales provincias de Granada, Málaga y Almería, más parte de
Jaén, Sevilla, Murcia, Córdoba y Cádiz) y su fracción entregada a los benimerines,
el reino de Algeciras y Ronda, una franja desde las sierras de Málaga hasta
Gibraltar. Este reino benimerín protege el flanco occidental de Granada y es la
puerta de los norteafricanos en la península.
Tras
la victoria en el río Salado, Alfonso XI toma Alcalá la Real, Priego,
Carcabuey, Rute y Villamartín. La presión en toda la frontera comprime a los
benimerines y los empuja hacia el sur. A Algeciras. Por su parte, la flota cristiana
se reúne en la bahía de Getares. Barcos de Castilla, genoveses -de Egidio
Boccanegra-, aragoneses al mando de Pedro de Moncada y las naves portuguesas
del almirante Carlos Pezano. Los reyes de Inglaterra y Francia apoyan la
empresa y de Europa empiezan a llegar cruzados. Para pagar esta aventura las
Cortes castellanas aprueban en Burgos implantar la alcabala, un impuesto sobre
las compras y ventas en el territorio de la corona.
La
flota bloquea Algeciras para evitar que a la ciudad lleguen socorros por mar y
las tropas de vanguardia -los almogávares castellanos- hacen incursiones en
terreno enemigo, capturan prisioneros y recaban información sobre la situación
de la ciudad. Sobre el río Barbate se construyen dos puentes; por ahí pasarán
las tropas. Una cadena de barcazas en el Guadalete asegurará su
avituallamiento. Alfonso XI sale de Jerez el 25 de julio de 1342. Con él 4.000
soldados de a pie y 1.600 de a caballo. A primeros de agosto, el rey planta su
cuartel general en lo que hoy se conoce como Torre de los Adalides, al norte de
Algeciras. En el interior de la ciudad sitiada 30.000 habitantes y, entre
ellos, unos 13.000 soldados. El propósito de los sitiadores es que Algeciras
caiga por hambre.
Los
benimerines atacan tratando de desmantelar el tapón. Los castellanos logran cortar
la comunicación de Algeciras con Gibraltar. A primeros de septiembre Aragón se
ve envuelto en una guerra en Mallorca y sus naves abandonan el cerco. Alfonso
XI improvisa y coloca nuevas máquinas de asedio en la muralla oeste, donde la
ciudad se abre al camino gibraltareño. Las huestes cristianas se van
aproximando a los muros a través de galerías cubiertas y torres móviles. Los
benimerines usan un arma nunca antes vista en Iberia: los “truenos”, artefactos
que escupen pesadas bolas de hierro propulsadas con pólvora. Había aparecido la
artillería. En octubre, un gran temporal inunda el campamento cristiano; los
benimerines aprovechan el caos y atacan causando graves daños.
Pero
Alfonso XI está decidido a mantenerse en el campo: el arzobispo de Toledo y el
prior de San Juan viajan a Europa para recabar apoyo del rey de Francia y del
papa. El uno prestará 50.000 florines y 20.000 el otro. El propio rey Alfonso
ordenará fundir sus joyas de plata. En diciembre de 1342 llegan refuerzos
cristianos: son las milicias de los concejos de Castilla y Extremadura. Pronto
aparecen también las mesnadas de Juan Núñez de Lara y del ya anciano infante Juan
Manuel. Además, retorna la escuadra aragonesa, esta vez al mando de Mateo
Mercer. El cerco vuelve a estrecharse. Justo a tiempo, porque Granada prepara
una expedición de socorro. A la altura de mayo de 1343, Algeciras se ha
convertido ya en uno de los principales campos de batalla de Europa. Un fuerte
ejército nazarí ha llegado desde Granada. Toma posiciones en el río Palmones y
amenaza a los sitiadores. En el campo cristiano aparecen más cruzados de
Alemania, Inglaterra y Francia. También ha acudido nada menos que el rey de
Navarra, Felipe III, con abundancia de hombres y víveres. Sigue el asedio, el
desgaste y la ocasional escaramuza. Aun así, cae el rey de Navarra.
Los
benimerines redoblan la apuesta y concentran una gran flota en Ceuta para
romper el bloqueo naval. Aragón manda diez galeras al mando del valenciano
Jaime Escribano. En octubre de 1343 la flota marroquí zarpa desde Ceuta, pero
van a Gibraltar. Las flotas mora y cristiana quedan una frente a otra. Todos
esperan la batalla. Menos lo genoveses que abandonarán si no se les paga lo que
se les adeuda. Génova y los benimerines estaban en buenas relaciones y esos
barcos pueden cambiar de bando. Alfonso XI paga. Para colmo los barcos de
Marruecos soltaron en Gibraltar 40.000 peones y 12.000 jinetes. Y se anunciaba
la llegada de nuevos refuerzos moros de Granada. ¿Qué hará en castellano? Esperar
y ver. El desenlace fue el 12 de diciembre de 1343 cuando la presión cristiana
sobre los muros de Algeciras abre una leve brecha. Los de Algeciras, temiendo
un asalto inminente, hicieron señales a los ejércitos de Granada y Gibraltar.
Pero estos, al ver las señales, interpretaron que el asalto cristiano había
comenzado ya, de manera que ordenaron reunir a todas sus tropas en sus
posiciones del río Palmones. El asunto es que los cristianos no entraban en
Algeciras y, al ver la maniobra mora, lanzó a su ejército contra los que
intentaban pasar el río.
Los
nazaríes y los benimerines, incapaces de reorganizarse en el trance de vadear
el Palmones, flaquearon ante el ataque cristiano. Los nazaríes volvieron como
pudieron a su campamento, acosados sin tregua por los cristianos, y los
benimerines se desperdigaron por las colinas cercanas, donde se convirtieron en
blanco fácil de sus perseguidores. A primeros de marzo, el rey de Granada envía
un emisario al campamento castellano: entregará Algeciras con la condición de
que se deje salir a sus habitantes con sus pertenencias. Granada pedía una
tregua de quince años y en prenda pagaría a Castilla un tributo anual de 12.000
doblas de oro (cada dobla pesaba 4`6 gramos). Alfonso aceptó, pero redujo la
duración de la tregua a diez años.
El
26 de marzo de 1344, los moros de Algeciras abandonaban la ciudad. El 28 se
celebraba misa en la mezquita, convertida en catedral. Alfonso XI organizó la
repoblación de la ciudad y promovió la llegada de colonos repartiendo tierras y
concediendo derechos a los nuevos habitantes. Castilla tenía ahora el control
del estrecho de Gibraltar y el reino benimerín en la vieja Hispania quedaba
reducido a su mínima expresión: el peñón de Gibraltar.
A
la altura de 1350, Alfonso XI de Castilla, treinta y ocho años, se dispuso a
ejecutar en Gibraltar lo mismo que había conseguido en Algeciras: un asedio
decisivo. Aún contaba con el apoyo naval de Aragón y Génova. Además, la tregua
con Granada seguía en vigor, de manera que los benimerines estarían solos. En
marzo de 1350, con el asedio recién establecido, una epidemia de Peste Negra se
declaró en la región. La Peste, que se inició en 1348, penetró en la Meseta
Superior por los puertos de Bayona y Tuy a través del Camino de Santiago. Entró
en Andalucía por Sevilla y Almería con manifestaciones virulentas en Granada,
Córdoba, Sevilla y Gibraltar, donde murió por su causa el monarca Alfonso XI.
Bibliografía:
“¡Santiago
y cierra España!”. José Javier Esparza.
“Historia
de Castilla: de Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González.
“Atlas
de la historia de España”. Fernando García de Cortázar.
“Historia
de España” Enciclopedia de Salvat.
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