En la anterior entrada comentábamos la evolución
del binomio nombre y apellido en la edad media de Castilla, de Las Merindades. Incluso
sembrábamos dudas sobre el nombre de Annaia. Bien, ahora analizaremos las cosas
que nos dicen los diferentes nombres.
Los nombres de pila y apodos, incluso algunos
patronímicos y topónimos de los apellidos, que aparecen en los documentos de
Oña recogen historias de migraciones, viajes, peregrinaciones…, Vale. Es difícil
saber si el portador de un nombre se llama así en atención a su origen o a sus
creencias o como muestra de las modas o tendencias a las que siempre han respondido
los nombres de persona. ¿Todos los niños llamados Iker en Madrid son de origen
vasco o lo son porque sus padres son del real Madrid?
Los vascones aparecen por Las Merindades hacia
los siglos IX al XI y los francos a partir del siglo XI, en un movimiento que
se extiende por todo el sur de Francia y por toda la hispania cristiana.
Peterson analizó la toponimia vascoide en San
Millán y estableció dos flujos migratorios de vascos hacia tierras altoriojanas
y burgalesas: el primero hacia la segunda mitad del siglo VIII y corresponde a
asentamientos en la frontera entre el reino de Asturias y Al-Ándalus en las cabeceras
de los ríos Oja y Tirón. El segundo caracterizado por la profusión de topónimos
en “–uri” (Villa), debió de tener lugar en la segunda mitad del XI, con
asentamientos en las cuencas bajas del Tirón y del Oja, en La Rioja Alta, lo que
para ese momento era ya la frontera entre Castilla y Navarra: “una franja de aproximadamente 15
kilómetros, libre de toponimia vasca, separa los dos estratos”.
La escasez de antroponimia vasca en Castilla en
el periodo condal (siglo X) indica, para Peterson, que los procesos migratorios
ya habrían acabado. La concentración de onomástica en el entorno de la ciudad
de Burgos podría responder a una migración navarra durante el siglo X.
En los textos anteriores al siglo X hay nombres únicos
vinculados, tradicionalmente, al área vascónica occidental (alavesa o de
Valpuesta): Munio, Nuño, Didaco, Oveco, Paterno, Tello, Velasco…, pero también
a la oriental (navarra o pirenaica): García, Eneco y Semeno. Que se encuentren
estos nombres orientales en un área de migración vasca occidental o alavesa
puede explicarse gracias al arraigo que este tipo de apelativos pirenaicos en
Castilla “por cuestiones de prestigio social” según argumenta nuestro ya
conocido Peterson.
Como en todo hay diferentes puntos de vista. Así
Didaco es prerromano para Ana Isabel Boullon Agrelo (USC); para Irigoyen es un
término mixto con base latina “Didius” y un sufijo prerromano “–ko”. Tal vez es
un nombre muy antiguo, latino o prerromano, adaptado en las diferentes áreas
con sufijos autóctonos. En su caso, Oveco parecería evidentemente vasco al
unirse (h)obe (mejor) y el sufijo hipocorístico “-ko”. Paterno y Tello, sin
embargo, tienen un claro origen latino, a pesar de ser características de esta
área antroponímica.
Mención aparte nos merece el término “Velasco”
que, acaso, tenga su origen en el nombre aquitano “Belexconis”, formado sobre la
raíz “Belex-“ y puede que relacionado con el ibero “belés”, “-bels”. Joaquín Gorrochategui
(UPV/EHU) considera que bela, bele, belatz no devienen en Velasco, con “L”
fuerte invariable en vasco histórico y que hubieran desembocado en Berasco en
el vasco medieval. Para Michelena, “Belasco” no puede relacionarse con bela (cuervo).
Entre esta onomástica más antigua, cabe
considerar vascos otros nombres como Lucino Dulquito; Cómiz Ecequera, y acaso
Assur Hanniz, en concreto el patronímico formado sobre Hanne, para el que se ha
llegado a proponer una relación con los nombres aquitanos Hahanni, y Hanna. No
obstante, quedaría sin resolver el problema de la “F-“ esa.
Más nombres que aparecen en los documentos: En
1011, doña Eilo, que es germánico para unos – como Veila de Vigila – y vasco
para otros. En 1180, figura una Ozenda Roíz con propiedades en Hontanizo,
mencionada junto a otra heredad en Bascuñuelos de la Aldea; Ezquerra Martín
(1196), junto a una forma ya romance en Micael Esquierdo (en Castro Urdiales en
1190), como el Gómiz Ecequera del documento de 944. Anderquina figura en 1198 y
1202, apelativo femenino relacionado con Andere (señora). En 1180, consta una
doña Andrés y en 1144 “Oro Andrés”; quizá del mismo modo relacionados con esta
base. Cerraquino (1201), para el que había que postular un sufijo similar al de
“Anderkina”; no obstante, este nombre ha sido igualmente considerado de origen
árabe.
Y -seguro que ustedes lo tienen en mente tras
leer sobre Velasco- nos fijaremos ahora en el topónimo vasco Salazar (junto a Villarcayo),
reflejado en los apellidos onienses con la forma Salarzar, con una terminación
-r (-ri), en coincidencia con otro apellido vasco habitual en estos documentos:
Velascor.
Dejaremos constancia, una vez más, que el hecho
de llevar nombres vascos no implica migración del individuo, sino, generalmente,
una tradición heredada de antiguos pobladores de ese origen o modas. Aun así
estos nombres nos confirman los asentamientos vascos occidentales en Castilla,
principalmente en la zona de la Bureba, entre los siglos VIII y IX.
Pero las sorpresas sobre movimientos de
población no se reducen a la llegada de vascos a la tierra de frontera y
oportunidades del “salvaje oeste” de la Castilla primitiva. También tenemos el
asentamiento de francos en el norte de Burgos y Palencia entre mediados del XII
y la primera mitad del XIII. Estos francos procederían fundamentalmente del
Languedoc y de los Condados Catalanes. Parece que no hubo una fácil integración
al encontrarlos, a menudo, en barrios separados, con una legislación propia. Se
establecieron en la Hispania cristiana desde fines del siglo XI, como
peregrinos, guerreros, eclesiásticos, mercaderes, artesanos y agricultores
propietarios. De hecho, esta es la situación de gran parte de los individuos de
la documentación de Oña. Vemos que nuestros pobladores francos se asentaron alejados
de la actividad del Camino de Santiago aunque cercanos a las villas de Belorado
o Frías que tuvieron población franca.
Con los gentilicios Francés y Franco, o con los
Sancia Merchiant, Roíc Marches (1200), Domínico Chicoth (1204), Escolán (1245)
o los individuos denominados Abril o Febrero, no hay a dudas de su origen
franco. Tampoco con Don Porcet (1161), que emplea un diminutivo del Languedoc o
del oriente Peninsular como también ocurre en Gileth, Chicoth o Arloth.
Miremos algunos casos particulares:
- Lupus Martínez de Macoth (1191). Este personaje
posee además propiedades en el barrio de Sant Nicolay de Espinosa de los
Monteros, en lo que semeja un asentamiento franco. San Nicolás de Bari aparece
frecuentemente como advocación de iglesias y de algunos barrios relacionados
con francos, puesto que era el patrón de los comerciantes.
- Un personaje citado con frecuencia en la documentación es don Oriol (Nombre que reconocemos como catalán), merino de La Bureba (1192, 1193, 1198, 1204, 1223), junto a su hermano domno Petro Oriolo, a su otro hermano Alfonso y a sus hermanas, Elvira y Lambra (Flamma/Flamba). En una permuta de tierra en Navas en 1223 entre el abad de Oña y Pedro Oriol se mencionan entre otros individuos, cuyas tierras limitan con las permutadas, a la ya citada Sancia Merchiant y a Martinus Franco.
- Gómez Alardo (1198, 1200), Joan Alardo (1206), don Alardo (1200), filii Alardi (1223). Don Alardo o filii Alardi pudiera responder a un nombre de persona nombre germánico Alardo(s), variante de Adelardo y Adalhardo, frente al caso de Joan Alardo, integrado en un contexto de individuos con apodo claro.
- Pelagius Fagián, Roíc Fagián, 1200; Roí Faján de Cigüença, 1239. Faian, faizan, faiau son variantes occitanas para “faisán”, una voz que entra en el castellano a través del occitano y que registra sus primeras dataciones en el siglo XIV.
- Don Arloth (1201): aunque la voz arlote “pícaro, bribón” está documentada en la lengua desde Berceo, también se trata de un nombre propio muy conocido en la Occitania medieval, con ese mismo significado. En el mismo documento figura un Martín Giglar (modernamente: Guillard), tal vez el mismo individuo que un Martín Gragiar que figura como testigo en un documento de 1196.
- Domínico Sir Gómez de Santa Eulalia (1202), donde quizá haya que leer dos individuos distintos. Sire es un apodo documentado en Francia.
- Petrus Roberti realiza en 1206 una venta junto con su mujer, María Gonzálvez, y su suegra, domna Sancia, ambas con nombres castellanos; quien recibirá el beneficio de la venta tras su muerte será Sancio Gui (1206). En 1244, otro Pero Robert de Medina figura como padre del hidalgo Joan Pérez, cuyo nombre está plenamente integrado en el sistema denominativo castellano.
- Fredinandus Ricardi (1211), testigo en un documento en el que una de las partes en una permuta se denomina Benetta, nombre frecuente entre los francos.
- Pedro Guillem de Pino (1257), mencionado junto a Domingo de Pino. El apellido del Pin o del Pino es muy habitual entre francos. La mujer de Pedro Guillem se llama doña Juvana. En el mismo documento de 1257 se menciona además a don Yagüe de Terminón (1257); curiosamente este es el texto en el que se registra el apodo Focha pardiella, para cuyo primer elemento se propone un origen catalán (en castellano es foja).
Otros muchos personajes se clasifican más
difícilmente como francos a través del posible topónimo que forma parte de su
apellido: Martín Sánchez de Beñe (1190), Petrus Viales (1161)/Iohannes filio de
Joán de Viale (1208)... A decir verdad, salvo el más evidente Lupus Martínez de
Macoth (1191), no existen en este corpus apellidos de lugar que arrojen luz
sobre su origen, sobre todo si los nuevos pobladores adoptaron como apellido
locativo no la localidad de donde procedían, sino aquella en la que se
asentaban: Pero Robert de Medina (1244). Esto era frecuente en otras
comunidades pobladas por francos y que pudo contribuir a la expansión de este
tipo de apellidos en la Península. Igualmente arriesgado es determinar si todos
los llamados Beltrán, Elías, Ferrant, Florent(e), Llorent, Gil, Clement, Nicolás,
Maté, Tomé, Yagüe o Agnés portan su nombre debido a sus probables orígenes
francos o porque participan de las tendencias onomásticas de la época.
Otra pista sobre la procedencia de parte de los
pobladores es la estructura del nombre doble, dos nombres de pila yuxtapuestos,
propia de occitanos y catalanes: Pedro Guillem, Sancio Gui, Pero Robert, Petro
Oriolo, Rudericus Galdin…, a pesar de que ya en 1144 se recoge un Petro
Gigélmez, similar a un Gugliélmez de Valdegovía de 1190. Con esto último se
evidencia la hibridación entre estructuras y nombres autóctonos castellanos y foráneos,
en este caso francos: Sancia Merchiant, Sancio Gui, el castellanizado Guillem
del Pino o Lupus Martínez de Macoth, hecho que implica la progresiva integración
de estas comunidades, más que una interacción lingüística con la sociedad
castellana.
La documentación de Oña –recordemos: sobre Las
Merindades, La Bureba y Palencia- resalta dos puntos de inflexión importantes
en la evolución de los nombres, en clara convergencia con lo que sucede en el
resto de la Península. El primero de ellos, en torno al año 1000 y a lo largo
del siglo XI, trae la generalización del uso del patronímico (mayoritariamente
en “–ez”), el empleo progresivo de apellidos toponímicos y la entrada desde
centro Europa de un gran número de nombres germánicos y cristianos. Esto,
quizá, favorecido por las peregrinaciones o las repoblaciones.
El segundo, a mediados del XII, gracias a la
explosión económica y demográfica y los grandes cambios sociales. Esto –como
hoy- influyó en la elección del nombre de los hijos, que no solo se forma a
partir del nombre paterno, sino que puede tomarse aleatoriamente o heredarse de
padres a hijos. También hay mayor complejidad en los nombres femeninos y la
entrada de designaciones complementarias relacionadas con apodos, oficios,
relaciones de parentesco…, designaciones que comienzan a fijarse hasta el punto
de que pueden llegar a convertirse en el único nombre de la persona: Abat,
Alardo, Arloth, Escolán, Pardo… Esta variación se produce en pocas décadas,
pero se mantendrá durante siglos.
Así pues, Las Merindades quedan integradas en
las corrientes europeas del año 1000. En la etapa previa quedaron reflejados
los antiguos nombres, que nos vinculaban a la vascónica occidental, consignada
asimismo en Valpuesta o en el Becerro de San Millán. En la etapa final, se registran
cada vez menos nombres de tipo vasco – y los que hay son de tipo oriental,
navarra – y más aportaciones francas (catalanas o languedocianas).
¿Ya está todo? No. falta la evidente influencia
mora. ¿Qué creían?
Bibliografía:
“Antroponimia vasca en la Castilla condal”.
David Peterson.
“Francos y vascos en el norte de Castilla
(IX-XIII): los cambios en las denominaciones personales”. Emiliana Ramos
Remedios.
“Frontera y lengua en el alto Ebro, siglos
VIII-XI. Las consecuencias e implicaciones de la invasión musulmana”. David
Peterson.
Entrada dedicada a Tomas que cabalga entre Sestao y Vitoria a lomos de "megas" y Gigas".
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