Desde niño escuché a mi padre decirme las cuevas
de los moros que existían en el Valle de Manzanedo. Me las señalaba cuando
pasábamos a sus diferentes alturas mientras caminábamos por la carretera junto
al Ebro. Cuevas de los moros… que nunca habían visto uno. Relatos referidos a la
"época de los moros" para indicar su antigüedad, de cuando Castilla
no sabía cómo se llamaba. Pueden también hacer referencia a la procedencia de los posibles pobladores de algunas aldeas, ya desaparecidas, con iglesias rupestres. Desaparecidos estos quedó el topónimo "moros" aludiendo a aquella procedencia mozárabe. O no.
Seres voraces de sangre cristiana o adalides de
una cultura que el norte bárbaro había perdido son los dos extremos de un arco de
percepciones sobre este mundo y sus gentes muy enraizado en los pueblos de Hispania.
No era extraño, pues, que mi padre me transmitiese unas tradiciones que exhalaban
sus últimos mensajes sobre cuevas de moros, peñas de moros, fuente de los moros
y castillos de los moros. Eran lugares misteriosos, quizá relacionados con la
muerte y con el más allá, con fantasmas…
Y, por supuesto, lugares de tesoros ocultos. Avara
visión acentuada por los escritores románticos del XIX como hace Washington
Irving en sus “Cuentos de la Alhambra”: “He
notado que las historias de tesoros escondidos por los moros, que prevalecen tanto
en España, son muy corrientes entre la gente menesterosa. ¡De tal suerte la
benévola Naturaleza consuela con la fantasía la falta de recursos: el sediento
sueña con fuentes y fugitivas corrientes; el hambriento, con fantásticos banquetes;
el pobre, con montones de oro escondidos! ¡Nada hay, en verdad, más espléndido
que la imaginación de un pobre!”
Las leyendas morunas de Las Merindades son
similares a las que se pueden encontrar en el resto de Castilla y de España. Citemos
la cueva de los moros situada próxima a Quecedo de Valdivielso y que son dieciséis
nichos excavados en la pared de roca abiertos al sur y alineados. Probablemente
de época altomedieval, entre los siglos VIII-IX. En ese sentido podrían haber visto
algún moro pero poco probable que fuesen habitadas por ellos. No hay sitio. Otro
ejemplo sería la Torre de los moros de Quintanilla de Sotoscueva o la de Barcenillas
de Cerezos. A finales de la década de 1981-1990 Elías Rubio recopiló en Quecedo
de Valdivielso frases del estilo: “Se
dice que allí vivían (los moros),
pero no se sabe más. No es profunda (la cueva de los moros de la población)”. En Quintanilla de Sotoscueva se decía
que las torres de Espinosa y otras habían sido construidas en tiempos de los
moros. Incluso que las habían construido los moros. Y en Barcenillas de Cerezos
se recogió la idea de que no solo la torre -entiendo que la torre de los
Velasco de Espinosa de los Monteros- la hicieron los moros sino, además, que bajaban
por un túnel que tenían hecho a buscar agua al río.
Algo así se comentaba en Lomana: que el castillo
de la población se comunicaba con el de Frías; y que tenía otro pasadizo que lo
unía con la Fuente de los Moros. Ciertamente los moros de estas historias eran unos
trogloditas muy laboriosos.
Y generosos, a tenor de esta historia recogida
en Valdelacuesta: “Dicen que bajaban los
moros a por agua a la Fuente de los Moros. Y había una pastora cuando eso aquí
y estaba criando un niño; y la mora le bajaba un niño a mamar a la pastora unos
cuantos días. Y después, un día le bajó unas piedritas en una bufandita, y
después que marchó la mora, decía la pastora: -¿Para qué quiero yo esto? y se
le quedaron unas piedritas en el bolsillo del delantal y bajó aquí al pueblo y
dice: ¿Qué os parece que me ha pasado? Mira, como le doy de mamar a un niño, a un
marica, me ha dado unas piedras y he cogido y las he tirado, pero me han quedado
aquí algunas. Las miraron y rasparon un poquitín y dice: -¡Si es oro! Corrieron
todos a buscarlo y ya no estaba, ya lo había cogido la mora otra vez”. Es
curiosa la historia porque nos presenta unos moros huidizos y apartados de los
cristianos. Se comportan como duendes de la naturaleza que acuden al contacto
humano en los cauces de agua como las lamiak e, incluso, en el momento del pago
lo hacen como si de una prueba de pureza fuese al darle el oro cubierto de
tierra. Por supuesto la pastora ve esto como una rareza más de los moros, o
símbolo de su estupidez, y las tira. Cuando advierte su equivocación retorna al
lugar y al no poder recuperar las piedras asume que el pago no puede reclamarse
más veces y que la mora las ha recogido.
Comentábamos arriba la épica de los tesoros
ocultos por los moros o por antiguos pobladores y como Washington Irving se
burlaba de la credulidad hispana. En la literatura en castellano está muy
presente el motivo del tesoro escondido desde los relatos medievales a “La celestina”
o “El quijote” como cuenta cervantes referido al moro Ricote que vuelve
clandestinamente a España para encontrar el tesoro dejado por sus antepasados.
En la literatura universal también aparece esta búsqueda de tesoros ocultos:
los nibelungos, la isla del tesoro…
En el pueblo de Munilla se decía que había una
cueva de los moros y se cantaba:
Ureña, Ureña,
cuánto oro y plata
queda en tu peña.
En general suele ser un tesoro en forma de becerro
de oro (evidentes reminiscencias bíblicas) o un toro de oro, o que está escondido
en un pellejo de buey o de toro. Y, es que, en la tradición española
encontramos numerosos ejemplos acerca de toros, vacas o bueyes de oro o vinculados
al oro. En Gerona es bien conocida la leyenda de un mágico buey de oro que se
cree que fue abandonado por los judíos. En Huesca tienen una leyenda parecida: “Los montenegrinos codician el toro de oro
que, a buen seguro, permanece oculto en algún pasadizo misterioso de los que
recorren el interior del monte en cuya base hoy se alza la iglesia de
Lanaja".
Pero volvamos más cerca. En Huidobro relataban
los viejos del lugar que debajo del dolmen "El Moreco" había una piel
de toro llena de oro escondida por los moros. Desconocían la profundidad a la
que estaba.
En Valdelacuesta se comentaba que en los subterráneos
del castillo de Montealegre había una piel de un buey llena de oro. Y que no se
podía entrar porque estaba encantado. El que entraba allí, allí se quedaba. Por
su parte, en Cidad de Valdeporres “sabían” que había enterrada una piel de toro
llena de oro entre un moral, una higuera y un pino junto al castillo de Cidad…
Que si lo había escondido el marqués dueño del castillo… Que una vez, cuando
estaban haciendo la vía del Santander-Mediterráneo subieron unos obreros y se
pusieron a excavar para encontrarlo, y que sacaron dos empuñaduras de puñal o
de espada, y que el marqués de Chiloeches no les dejó continuar cuando se
enteró, porque lo hicieron sin permiso.
Si nos movemos hasta Valmayor de Cuesta Urria un
residente hablador dejaba constancia a finales de la década de 1990 que: “Oí una vez que si habían ido a donde una
adivinadora, que llamaban, y había dicho que aquí, en esta cuesta, en Retuerta,
que ahí habían dejado los moros un juego de bolos de oro, todo escondido. Yo
eso se lo he oído a la gente mayor de antes”.
En Busnela también tenían adaptada la historia
de la bolera de oro de los moros y la situaban en la cueva del oro, en la Peña
Dulla, cerca de Pedrosa de Valdeporres.
Una variante de esta búsqueda del tesoro es la
opción de encontrárselo porque sí. Esta opción suele tener como protagonistas a
pastores, gente que anda por el monte en contacto con las fuerzas telúricas y
de la naturaleza cuidando animales. Muchos de ellos convivían con animales
astados, con ganado vacuno. De la raza de los toros de oro. Hay que considerar
como una concesión a la realidad el hecho de que el héroe de la narración a
menudo no consigue quedarse con el tesoro encontrado, no es capaz de recuperar
el tesoro, o no lo hace en el momento adecuado. Suele perder el tesoro por
tener que ocuparse de su rebaño o porque no se atiene a determinadas
condiciones como, por ejemplo, guardar silencio. Nada nuevo si pensamos en el
mito de Orfeo.
Otro tema tesorero es aquel en que el tesoro se
convierte en leña y que luego vuelve a convertirse en oro. Véase, por ejemplo,
la versión de “El tesoro y la leña” recogida en Cillaperlata: “Que fue a atender una señora de Mijangos,
vieja, mayor, a otra señora, y que la dieron, en vez de dinero, un poco de
leña; y, por el camino, dijo: -Pero ¿para qué bajo esto? y que lo tiró. Pero
que se le había quedado un poco en lo de la falda... Y cuando llegó a casa, que
era oro. Volvió adonde lo había tirado, pero ya no lo encontró”. Los
paralelos de este cuento son abundantísimos en todo el mundo. Incluso han leído
una variante de este unos cuantos párrafos antes. Una de las Leyendas alemanas
de los hermanos Grimm, la de “La señora Halla y el campesino”, mostraba a esta
deidad pidiendo a un campesino que la ayude a reparar su carro. Cuando el
hombre termina de hacerlo, ella se lo agradece de este modo: -Recoge las
astillas y tómalas como propina. Y luego siguió su camino. Al hombre las
astillas le parecieron una inútil tontería, y sólo recogió un par para
entretenerse, Cuando llegó a casa y metió la mano en su bolso, la astilla se
había convertido en oro puro; enseguida se volvió para coger las otras que
había dejado allí, pero, aunque buscó por todas partes, era demasiado tarde y
no había ya nada. Aquí, al menos, no dice que la señora Halla las recogiese.
Una curiosidad, la guerra de la independencia
también dejó su huella entre el nomenclátor de las poblaciones de Las
Merindades. Así en Quintanilla de Sotoscueva hay un prado llamado del picadero
que la sabiduría popular asocia a que era lugar donde los franceses domaban caballos.
Hasta ahora hemos visto tesoros mágicos o de
tiempos antiguos, de tiempos de los moros. Pero tenemos una variante que son
los tesoros carlistas. Leyendas difundidas por toda España. Y el mundo. El mito
se adapta, incluso, a los tesoros nazis escondidos por media Europa. Entre los
recuerdos que aún se conservan hay muchos sobre el miedo que inspiraban las
partidas carlistas que se dedicaban a saquear los pueblos o que se llevaban
forzosamente a los jóvenes para incorporarlos a sus filas. Pero también abundan
las historias sobre tesoros que se escondieron por campesinos que querían ponerlos
a salvo de los atacantes o por los carlistas que no podían cargarlos en sus
cabalgadas. Pero lo que más miedo daba no era la retirada de los carlistas,
evidentemente, sino su llegada. En la conversación mantenida por Elías Rubio
Marcos en Barcenillas de Cerezos donde un confidente recordaba que “cuando la guerra de la carlistada, (había)
oído decir a mis abuelos que los soldados se metían en los árboles y se
salvaban. Pedro Maqueta se salvó durante la guerra. Se decía: Si no es por un
árbol viejo, matan a Pedro Maqueta. Era un obrero, y se refugió dónde podía. Pedro
Maqueta era de Espinosa, y trabajaba en la vía”.
Así que ya lo saben: si se mueven por Las
Merindades, y quieren hacer dinero, acompáñense de una pala y tengan los oídos
abiertos a estas historias.
Bibliografía:
“Héroes, santos, moros y brujas (Leyendas
épicas, históricas y mágicas de la tradición oral de Burgos)”. José Manuel
Pedrosa, César Javier Palacios y Elías Rubio Marcos.
"Los alfoces de Arreba, de Bricia y de Santa Gadea. Los valles de Bezana y de Zamanzas". María del Carmen Arribas Magro.
"Los alfoces de Arreba, de Bricia y de Santa Gadea. Los valles de Bezana y de Zamanzas". María del Carmen Arribas Magro.
Como siempre interesantísimo. Me resulta curioso que en Galicia disocien la etimología 'mouros' de los moros, atribuyéndoles solamente el carácter de duendes, de genios malévolos cuando en el resto de España es mas que obvia la relación. Un ejemplo https://es.wikipedia.org/wiki/Mouro
ResponderEliminarGracias. E interesante su apreciación.
Eliminar