Las
pequeñas historias humanas de nuestros antepasados difícilmente nos suelen
alcanzar porque muchos de los documentos en que se registraban se tiraban o,
cuando se guardaban, terminaban siendo alimento de ratones. Sin olvidarnos los
casos en que se conserva suficientemente bien estos expedientes, pero no están
siendo conocidos por el público dado el gran coste que tendría su escaneo
y catalogación informática. Supongo que los políticos tienen otras prioridades
como, yo qué sé, ¿subirse los sueldos?
Ironías
aparte no vamos a fijar uno de los documentos que Policarpo López-Sanvicente de
la Horra recupera de aquellos escribanos. Seguramente en su investigación leyó muchos
testamentos, pero había otros expedientes con más morbo como eran los casos de
cuernos, de adulterio. Pero antes de retroceder hasta el lejano año de 1580
tengamos en cuenta que las infidelidades siempre han existido y existirán. ¡Fíjense
en la Biblia y en los códigos legales antiguos! La diferencia es que hoy es un
asunto privado en que la Ley no se inmiscuye.
Un
tal Juan López -descrito como alto, fuerte, moreno de pelo y tez, campesino en
tierras familiares, atrevido y calculador- tenía la sangre caliente y era amigo
de cortejar a las mozas. A muchas y muy seguidas. Se interesó y parece que
cortejó a Catalina Martínez, también vecina de Ahedo de Linares. La rondaba,
procuraba cruzarse con ella y asistir a todas las fiestas y mercados en que la
pudiera encontrar. No piensen que era alguna forma de acoso porque, durante los
años de cortejo, ella parecía corresponderle. Pero había voces que decía que
Juan deseaba conocer mundo a pesar de tener tierras a heredar de sus padres.
Su
contacto con mercaderes de vino de Aranda a los que compraba su producto
pagándoles con trigo de sembradura, cebada o lino, le llevó a concluir que él
podía ser trajinante adquiriendo a buen precio o mediante préstamo los cereales
de sus vecinos y revenderlos en otros mercados. Juan tenía jumentos, carro y capacidad
para salir del pueblo. Se asumía que quería hacerse con dinero para pagar la
dote de Catalina y asentarse en tierras más prósperas. Pero debemos tener en
cuenta que los matrimonios eran asuntos de familia por lo cual, aunque el chico
pudiese tener más capacidad de intervenir que las muchachas, el peso de las
distintas familias y las necesidades de ascenso o mantenimiento social de las
familias pesaban más que los enamoramientos de los muchachos.
Es
en este entorno cuando la familia de Catalina aceptó la petición matrimonial
por la muchacha de un convecino de mayor edad y posición. La joven se plegó a
los deseos familiares, y a una situación segura frente a las promesas de Juan y
el peso de la familia de este, y se casó con Sebastián Ruiz. Nos presentan al
maduro esposo como hombre paciente, de carácter templado, poco amigo de
disputas, con tierras para mantenerse, hijodalgo y buen cristiano. Diríamos que
tiene el perfil deseable para futuro cornudo según la canción de Joaquín
Sabina. Juan se movió para intentar evitar la boda: visitaba a Catalina con
mayor frecuencia, insistía en su amor… pero nada. ¡Como si el amor fuese
importante en un matrimonio! Una vez casada, Juan hacía lo que podía por verla
y ella parece que se lo facilitaba.
Sebastián
les pilló volviendo juntos del campo en varias ocasiones y -hasta el hombre más
calmado siente el peso de los cuernos- empezó a sospechar. Un día siguió a
Catalina y pudo verlos conocerse en el sentido bíblico. ¿Qué hizo? ¿Los mató por
ese supuesto derecho de matar a la mujer infiel? Pues no. No nos creamos muchas
de las fantasías que nos han llegado de aquel tiempo de la mano de los
protagonistas del teatro del “Siglo de Oro”. Cierto que en el “Fuero Juzgo”, en
el “Fuero Real” y en la “Nueva recopilación de las leyes de España” de 1567 permitían
este acto, pero -siempre hay que fijarse en los “peros”- se tenían que cumplir
una serie de condiciones: pillarles en el acto y, tras el asesinato de ambos,
contar al menos con un testigo. Por ello, no eran muy habituales los asesinatos
por honor y los que se realizaban llegaban a ser muy conocidos.
Dicho
esto, Sebastián marchó a Villarcayo a dar parte al corregidor. Denunció a Juan
por adulterio y fue detenido. Pero a los ruegos de Catalina y la promesa de no
volver a ver, Sebastián perdonó al adúltero. Cualquiera podría pensar en este
momento que Sebastián, “además de cornudo, apaleado”. Pero, legalmente, no
era algo extraño porque tras denunciar y si el caso estaba probado, antes de la
condena los jueces consultaban al esposo para que él mismo la ratificara si la
consideraba idónea (punto este importante en esta historia) y si quería que se
aumentase, se ejecutase o perdonar a la esposa.
Juan
se quitó de en medio con la excusa de ir a conocer nuevos mercados en los que
vender sus productos, pero, cuando supuso que el asunto se había enfriado,
volvió. Catalina, por su parte, evitaba las habladurías y no salía del pueblo,
ni prácticamente de casa. Bastante debía tener con haberse librado del común
castigo de internamiento en un convento de forma temporal. Juan, que estaba
señalado, a todas las partes a las que iba en Haedo de Linares se le vigilaba.
Pero, el tiempo trae la relajación y como no dieron señales de volver a las
andadas los cotillas relajaron la vigilancia. Ese era el momento que esperaba
Juan para retomar el acercamiento a Catalina.
Volvió
a perseguirla, primero de lejos, y después, conociendo sus horarios y los de
Sebastián, acercándose. Ella le rehuía -inicialmente- y Juan decidió rondar de
noche la casa de “su dama” cual Juan Tenorio de pacotilla. Estaba al acecho.
Avanzó un paso más: “si no accedes a mis deseos, te mato porque eres mía”
le dijo. Daba que pensar. Llegados a este punto el triángulo amoroso que
estamos conociendo se va, poco a poco, asemejando a una obra de Lope de Vega y
Carpio.
Una
noche de domingo en la que Sebastián se encontraba ausente, según consta, se coló
en la casa de Catalina y la violó. O eso se dijo a posteriori. Al escabullirse
del lugar fue visto por algún vecino. La noche siguiente, Juan intentó volver a
entrar en la casa, pero la puerta estaba cerrada. Catalina, que seguía sin su
marido, y estaba muy segura de que Juan volvería -¿Por qué estaba tan segura?-
cerró la casa y se fue a dormir con los vecinos. Juan rompió la cerradura y se
introdujo en la casa y allí aguardó a Catalina que observaba todo desde esa
casa cercana. Pasaron unas horas y viendo que no llegaba la señora de la casa,
en un ataque de cólera, comenzó a romper objetos. En ese momento, Catalina
pidió a varios vecinos que la acompañaran a su casa. ¡Cuan importantes son los
testigos! Cuando los vio llegar Juan, furioso, cogió lo que pilló y saltando
por la ventana del pajar trasero escapó.
Sebastián
había estado tres días fuera de su casa retornando ese 25 de abril de 1.581. Inmediatamente
Catalina y los vecinos le informaron de lo sucedido. Sebastián salió hacia
Villarcayo donde denunció ante el Alcalde Mayor a Juan, nuevamente por
adulterio y por los daños que en su casa había cometido. Se ordenó la detención
de Juan. Lo detuvieron en un monte cercano a sus tierras y lo trasladaron a la prisión
del corregimiento donde se le informó de la acusación. Juan pidió salir bajo
fianza hasta que el alcalde Mayor y corregidor Juan Ruiz de Velasco dictase su sentencia,
pero se le negó. Claro que, un día al pasar revista al alba, el alcalde de la
cárcel vio que Juan se había escapado.
No
se le localizó por lo que los autos continuaron en rebeldía de Juan
sentenciándose hacia el nueve de agosto de 1581 que “debo condenar y condeno
a que en cualquier parte e lugar de estos reinos donde pudiera ser ávido el
dicho Juan López sea preso e traído a buen recaudo a la cárcel real de estas
merindades e que luego sea llevado a las galeras de España para que
perpetuamente por todos los días de su vida sirva a su majestad al remo sin
sueldo e sin de ellas poderse ausentar ni huir en manera alguna so pena de
muerte, condénole además en seiscientos ducados que aplico la mitad para la
cámara e fisco de su majestad e la otra mitad para el dicho Sebastián Ruiz e
para la dicha Catalina Martínez su mujer e las costas cuya tasación me reservo
e por esta mi sentencia, e juzgado así lo pronuncio e mando e de parte de su
majestad pido e requiero a todos e cualesquiera justicias de estos sus reinos e
señoríos que los que por esta mi sentencia fueren requeridos la guarden cumplan
e ejecuten tanto e cuanto puedan e como en derecho deben. La cual dicha
sentencia doy e pronuncio estando en audiencia pública en la dicha Villa de
Villarcayo a nueve días del mes de agosto de mil e quinientos e ochenta e un
años. El Doctor Juan Ruiz de Velasco”.
Y
fue notificada en los estrados de la audiencia del dicho modo por la ausencia y
rebeldía del dicho Juan López. Si le atrapaban ya le aplicarían la sentencia
que, seguramente, era tan dura por la fuga del reo.
Amigos
y conocidos de Juan López se movieron por mercados cercanos para localizarlo.
Supieron que se relacionaba con mercaderes de Aranda y, según cuenta Policarpo,
el escribano Francisco López de Pereda marchó camino de Aranda. Lo localizó
viviendo en una cabaña, en el campo junto a otros, empleado en la vendimia de
los campos. No se paren a pensar porqué la Santa Hermandad no lo había
localizado porque, aunque se hubiera puesto a ello, cualquier persona podía
cambiarse el nombre o la apariencia con suma facilidad e identificar con
certeza a alguien era difícil sin declaraciones de familiares o vecinos. Volviendo
al tema, Juan desconocía que lo habían sentenciado a galeras. Tras sopesar ideas
de huida bastante peregrinas aceptó la sugerencia de Francisco de volver y
entregarse para recurrir ante la Real Chancillería. También esperaban
aprovecharse de que el Alcalde Mayor y Corregidor de las Merindades, para
cuando se fallara no sería el doctor Juan Ruiz de Velasco. Los corregidores y Alcaldes
Mayores no estaban más de un año en el cargo.
Aranda de Duero
Juan
se entregó en la casa de Justicia de Aranda donde le hicieron preso y se
preparó su traslado a Villarcayo para ser recluido en la cárcel de
corregimiento. Por su parte, la apelación presentada ante la Real Chancillería pedía
la revocación de la sentencia dictada. Cuando llegó el momento de probanzas se
emplazó a testigos y a Sebastián Ruiz y Catalina Martínez. El marido cornudo
-que ya había perdonado a los amantes una vez- había perdido interés en un
castigo ejemplar y la esposa, que dijo haber sido violada, no quería que Juan
fuese castigado. Al menos con aquella extrema dureza. Por estos argumentos o
por otros ninguno de ellos se presentó ante el tribunal de apelación. El pleito
continuó su curso, mientras Juan López se mantenía encarcelado.
El
5 de abril de 1582 La real Chancillería dictó Sentencia definitiva: “En el
pleito que es entre Sebastián Ruiz y Catalina Martínez su mujer vecinos del
lugar de Ahedo de Linares acusadores de la una parte y Juan López vecino del
dicho lugar reo acusado de la otra, fallamos atentos los autos e méritos del
proceso del dicho pleito, que el doctor Juan Ruiz de Velasco, Alcalde Mayor de Las
Merindades de Castilla la Vieja que del conoció, que la sentencia definitiva
que en el dio e pronunció e que por parte del dicho Juan López fue apelada, en
cuanto por ella le condenaba a pagar ducados para la parte, cámara y gastos,
juzgó y pronunció bien. Por ende, debemos confirmar y confirmamos su juicio por
el dicho Alcalde Mayor con que los dichos maravedís sean ocho mil y no más, los
seis mil para los dichos Sebastián Ruiz y Catalina Martínez su mujer y los dos
mil restantes para la cámara e fisco de su majestad y gastos de juicio. Y, en
todo lo demás en la dicha sentencia contenido la debemos revocar y revocamos y
damos por ninguna e de ningún valor y efecto y haciendo juicio le condenamos en
Destierro de esta corte de su majestad con las cinco leguas al derredor y del
dicho lugar de Ahedo de Linares, sus términos y jurisdicción por tiempo y
espacio de diez años cumplidos primeros siguientes y los salga a cumplir dentro
del tercero día que para ello fuere requerido y lo guarde e cumpla e no lo
quebrante so pena de que sea doblado y por esta nuestra sentencia definitiva
así lo pronunciamos y mandamos y que se ejecute”.
Resumiendo:
tenía que pagar las cantidades dinerarias y la condena a galeras era saldada
con una condena de destierro a un mínimo de cinco leguas durante diez años. A
unos 25 kilómetros. Como el matrimonio ofendido no se presentó no recurriría la
apelación. El reo saldría de la cárcel cuando se pidiese la ejecutoria de la
sentencia y liquidase los pagos. Tras ello, tendría tres días para partir al
destierro. Si nos damos cuenta, una vez libre pudo retornar a Aranda de Duero,
cosa que ocurrió el 11 de noviembre de 1582. Policarpo nos cuenta que leyó que
en Aranda negoció con vinos, requebró a una moza con la que formó familia y
donó dinero a la iglesia de su pueblo natal. Bonito final.
Sí.
Puede serlo, pero debemos darle vueltas a dos ideas. La primera, que no podemos
juzgar lo que pasa dentro de cada dormitorio. Y, la segunda, es que… ¡qué poco
dura el amor eterno, ese por el que arrostramos los mayores riesgos y las
mayores penalidades!
Bibliografía:
“Crónicas
y relatos inéditos de Villamartín de Sotoscueva”. Policarpo López-Sanvicente de
la Horra.
Canción
“Cuernos” de Joaquín Sabina.
“La
mujer adúltera en la edad moderna y su plasmación en la literatura y las artes”.
Eva María Ramos Fredo.
“Villarcayo,
Capital de la comarca Merindades”. Manuel López Rojo.
Anexos:
Letra
de la canción “Cuernos” de Joaquín Sabina del álbum “Hotel, dulce Hotel”.
Si como yo eres
De los que prefieren
Los placeres que brindan las mujeres
Que pasan de los treinta
Entre las casadas
Busca tus amadas
Los cuernos le pondrán a tu almohada
Su sal y su pimienta
Tienes que conseguir que su marido
Valga para cornudo, el elegido
Tendrá que ser civilizado
Huye de la mujer del comisario
¿qué vas a hacer desnudo en el armario
De un tipo que va armado?
Con dos
Cuernos, cuernos, cuernos
Siempre tan modernos
Cuernos, cuernos, cuernos
Es la solución
Pon un par de cuernos
A tu depresión
En asuntos tales
Las clases sociales
Compiten pero siempre sobresale
La noble clase alta
Las señoras con
Rango y posición
Si no adornan la frente del varón
Notan que algo les falta
Pero que no te lleve el desenfreno
A hacer de gallo en el corral ajeno
De alguna Cenicienta obrera,
Y menos si el marido es un parado
Aparte de cornudo apaleado
Se pone hecho una fiera con los
Cuernos, cuernos, cuernos
Siempre tan modernos
Cuernos, cuernos, cuernos
Es la solución
Pon un par de cuernos
A tu depresión
Pasa con prudencia
De las apariencias
Si quieres seducir a alguna esposa
Marchosa y posmoderna
Tiene mala pata
Que al tercer cubata
Se duerma en el sillón y tu allí con
El rabo entre las piernas
Nada mejor que un buen ejecutivo
Apóstol de programas intensivos
Almidonado como un traje
Elige de entre todos los maridos
A ese infeliz que siempre está reunido
Y siempre de viaje con dos
Cuernos, cuernos, cuernos
Siempre tan modernos
Cuernos, cuernos, cuernos
Es la solución
Pon un par de cuernos
A tu depresión
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