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domingo, 30 de julio de 2023

Paramos en Argés.

 
 
Nos situamos en el Valle de Manzanedo, tan cerca y tan lejos de Villarcayo, y que aparece citado por primera vez en 1352 (“Çiudat de Mançanedo”) para acercarnos al pueblo de Argés. Esta localidad -bueno, esta zona- estuvo ocupada ya en el neolítico-calcolítico como nos lo demuestra un dolmen allí presente; estuvo ocupado en la Protohistoria como se ve en el cercano Castro Redondo; también en época romana, gracias al campamento situado en la península de Las Mesillas; y en la Alta Edad Media a través del eremitorio de San Pedro. Este pueblo formó parte de la jurisdicción del Valle de Manzanedo que, a su vez, estaba incluido en la Junta General de Las Merindades.

 
Un vecino de Argés (Domingo Iohannes de Arages) hizo de testigo en una venta al monasterio de Rioseco permitiendo datar el pueblo en esa escritura de 1207. En 1235 conocemos dos individuos de Argés que hacen de testigos de Castilla Vieja en un documento por el que la abadesa de Villamayor, llamada Marina, permutaba unos bienes con Diego González. Ella entregaba todo lo que tenía en Robledo (Castilla Vieja). Los firmantes de Castilla Vieja son fijosdalgo y labradores, casi todos de lugares del actual Valle de Manzanedo y sus pueblos limítrofes. Entre los hidalgos figura Gil de Farages y entre los labradores Juan Martínez de Farages. En 1237 el rey Fernando III confirmaba al monasterio de Rioseco los bienes que poseía donados por él mismo y sus antecesores y entre ellos se cita solares y heredades en Farages (Argés).

 
Argés se denomina Forrages en 1350 dentro del Becerro de Behetrías. Lo identifican como lugar de señorío de Pedro Fernández de Velasco donde el monasterio de Elines tenía un solar y otro el monasterio de Rioseco, que estaban yermos. Pagaban al rey moneda y servicios. Al Señor le pagaban sus infurciones -tributo que se pagaba por el solar de las casas- en cada solar. La cuantía iba desde ocho almudes de pan mediado (mitad trigo y mitad cebada) y 20 maravedís en moneda a dos almudes de pan mediado y 8 maravedís y sendas gallinas por carnestolendas.
 
Parece que en 1515 Argés estaba yermo según el apeo de los bienes diocesanos de ese año. En 1591 tenía 11 vecinos. Gozó de la protección del rey, según declararon sus pobladores en las respuestas generales del Catastro del Marqués de la Ensenada en 1752. A Argés llegó Felipe López de Irús que se reunió con los lugareños Francisco Ruiz, Felipe García y Tomás de la Serna, cura beneficiado de la población de Manzanedo. El de Argés era Andrés Sánchez que estaba ausente. El catastro dice muchas cosas en un orden y con unas expresiones de su tiempo que, a veces, confunden. Entre otras cosas nos cuenta que el pueblo tenía un “pedazo de monte áspero que llaman Castro Redondo”; que las tierras son de secano que no sirven para hortalizas ni dan frutos dos veces al año. Había olmos, encinas y robles en diversas fincas. Cultivaban trigo, centeno, comuña, maíz, habas, legumbres, lino, yeros, avena y cebada. No había ingenios de ningún tipo en el pueblo, pero sí 75 colmenas, bueyes de labranza, machos, pollinos, caballos, novillos, carneros, cabras, cerdos… Tampoco piensen que eran muchos porque sólo había ocho vecinos (es decir, unos 60 habitantes) que vivían en once casas en el casco urbano. Dado su tamaño carecían de cargos públicos, hospitales, tabernas y demás. Incluso carecían de casa del cura porque este residía en San Miguel de Cornezuelo.

 
En el diccionario de Miñano, hacia 1826, nos comentaba que tenía 39 vecinos. ¿Pocos? Sí. Porque sumaban 188 habitantes que pastoreaba una sacerdote. Ya les digo que me parece una cifra muy, pero que muy, abultada. Un error, casi seguro. Describía Argés situado en una cuesta a distancia de ¡un tiro de bala! del pueblo. Producía unas 400 fanegas de granos, 190 de grana y abundantes hortalizas y legumbres. Los vecinos se dedicaban a la agricultura.
 
Pascual Madoz (1850) nos decía que el pueblo se componía de “treinta casas de dos pisos y de 20 a 25 pies de altura que formaban varias calles incómodas, sucias y sin empedrar”. Nos cuenta que tuvo escuela de primeras letras abierta solo algunas temporadas al año a la que acudían de 15 a 20 niños y niñas. Nos dicen que la iglesia está bajo la advocación de San Pedro con un cura de provisión. Abundaban los robles, encinas y pastizales. Deja constancia de que el Ebro está a seis minutos del pueblo “cuyas avenidas son tan excesivas que la que tuvo lugar el 18 de febrero de 1843 se elevó 28 y medio pies sobre su nivel natural”. Para llegar al pueblo los caminos eran carreteros de pueblo a pueblo. Se cultivaba trigo, centeno, maíz, yeros y legumbres. El ganado era lanar, cabrío y alguna vaca y burro. Constan 52 residentes lo que es reducir a una cuarta parte el número de residentes de hacía 25 años. ¿Error o falsedad? Seguro que no fueron tantas ni son tan pocas.

 
Quizá esa posible mentira fuese perdonada por el cura beneficiado del lugar Luis Ruiz Díez, de cuarenta años, que tenía 97 personas viviendo en Argés. ¡Albricias! Aumentó de nuevo la población. Si lo miramos por vecinos -peculiar calificación administrativa- eran 26 vecinos. La misma cifra figura en 1863. Pero, es que, para 1872 vivían allí 103 personas. Y, según el “Anuario Riera” de 1880, este año residían 120 ciudadanos en cuarenta y ocho casas, “en su mayor parte de dos pisos, y están distribuidas formando alguna calle irregular; hay una fuente de cuyas ricas aguas se surte el vecindario”. Este anuario nos informa que el terreno es de mediana calidad cosechándose trigo, centeno, hieros, maíz y legumbres.

Anuario Riera de 1908
 
Al finalizar el siglo XIX -1894- contaba con 84 personas. De 1905 a 1911, al menos, el párroco era Lino Sanz Llorente que cuidaba del espíritu de sus 65 habitantes. En 1950 había 55 habitantes de hecho. Que nos dice que solo ocupan once viviendas con otras veintiún edificaciones para otros usos. La Guía diocesana le atribuye dos residentes en el año 2000 fruto de la persistente emigración de la segunda mitad del siglo XX.

 
Su iglesia, dedicada a Santa Eulalia, es de construcción sencilla, de una nave. En algunos documentos nos citan que la advocación es San Pedro. Fue restaurada ofreciendo hoy un buen aspecto. Tiene ábside rectangular, la portada es románica simple y la torre es una espadaña rematada en pináculos y cruz, con dos huecos y dos campanillos. Sus libros parroquiales dan comienzo en 1595. Esta iglesia románica podemos datarla en la Plena Edad Media.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar (1846-1850)”. Pascual Madoz.
“Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal”. Sebastián Miñano y Bedoya.
“diccionario geográfico, estadístico, histórico, biográfico, postal, municipal, militar, marítimo y eclesiástico de España y sus posesiones de ultramar”. Pablo Riera Sans.
“Anuario del comercio, de la industria, de la magistratura y de la administración”.
“Anuario Riera”.
“Indicador general de la industria y el comercio de Burgos”.
“Amo a mi pueblo”. Emiliano Nebreda Perdiguero.
“Las Merindades de Burgos: un análisis jurisdiccional y socioeconómico desde la Antigüedad a la Edad Media”. María del Carmen Sonsoles Arribas Magro.
“Estadística del Arzobispado de Burgos”.
“Censo de Población de las provincias y partidos de la Corona de Castilla en el siglo XVI”. Tomás González.
“Nomenclátor de las ciudades, villas, lugares, aldeas y demás entidades de población de España formado por el Instituto Nacional de estadística con referencia al 31 de diciembre de 1950”.
Becerro de Behetrías.
“Colección Historia de Las Merindades de Burgos. El Valle de Manzanedo. El Valle de Mena”. María del Carmen Arribas Magro. 
 
 
 

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