Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 10 de septiembre de 2023

“El Brazo de Dios”.

 
 
Cuando Güilliam de Canford y la Gatusa subieron al páramo de Masa entendimos en este blog que nos despedíamos de estos personajes creados por Daniel Bilbao y cuyas novelas han sido publicadas por la editorial Mong. Aun así lo recuperamos -¿por última vez?- para recapitular su recorrido por Las Merindades.

 
Lo interesante de esta novela veraniega es la aparición, ya cerca de la ciudad de Burgos, de un interesante viajero que visitó esta bitácora hace muchos años: León de Rosmithal y… ¡Alto! No vamos a destripar una interesante y ligera novela muy apropiada para un par de tardes de tumbona.
 
El libro se lee rápido y se acaba dejándonos un apéndice donde un fantasmagórico profesor universitario nos presenta un informe sobre la historicidad de “el siniestro arquero sin dedos”. Este es el aspecto fundamental que nos hace ver “El Brazo de Dios” como la pieza que cierra el ciclo de Las Merindades al analizar las cinco novelas. Y la razón principal para hablar de una trama que se desarrolla fuera de nuestra zona.

Recreación del castillo de Frías, cortesía de ZaLeZ.
 
En el “informe” se habla de la calidad del papel de los manuscritos, de la ortografía, sintaxis y semántica, de los lugares y de la lógica del mundo feudal.
 
Esta entrada se centrará en las referencias geográficas que aparecen en las descripciones de Daniel Bilbao –Güilliam- a lo largo del, llamémoslo así, ciclo de Las Merindades. Recordemos que “El perro ladrador” transcurre en la ciudad de Frías y en tres ubicaciones principales: el castillo, la iglesia de San Vicente y la judería para lo que se aplicó el trazado actual de la población. Güilliam comentará que se alegraba que “la toma del castillo de Frías no fuese mi problema” dada su configuración similar a la actual. Con respecto a la iglesia de San Vicente, ubicada en el otro extremo del cortado rocoso, no nos encontramos con la que hubiera visto el Arquero porque de la fábrica románica solo quedan unos restos, y su portada principal está en el Museo de los Claustros de Nueva York. La judería estuvo emplazada entre las calles Convenio y Virgen de la Candonga.

Iglesia de Frías, cortesía de Javier Gómez Montacedo.
 
El monasterio de Oña aparecía en “El gato negro” y el autor no incide en describir su arquitectura dado el complejo encabalgamiento de estilos aplicados tras la fecha de la novela. Toca el panteón real, atribuido a fray Pedro de Valladolid, y la bóveda estrellada de la capilla principal, construida en el periodo en que La Gatusa y el arquero visitan Oña por Fernando Díaz de Presencio. Daniel Bilbao aprovecha que un gran número de personajes de la nobleza castellana deseaban -y lo consiguieron- sepultarse allí para crear una trama de corrupción, bastante creíble, maquinada por el ecónomo. También hablará de las gárgolas, cañetes y esculturas con la impronta personal de los masones que las tallaban. Entre ellas encontramos figuras de vírgenes, santos, animales y un gran número de las esculturas grotescas y soeces.

 
Güilliam visitó Medina de Pomar en la crónica titulada “El caballo regalado” y su ambientación siguió, básicamente, las calles actuales, aunque la disposición urbanística de Medina de Pomar difiere de la del siglo XV. El alcázar estaba protegido por una primera muralla que lo aislaba del resto y la población también estaba rodeada de una muralla en la parte oeste y con casas colgantes en el este. Les destriparé algo de la novela para indicarles que el recorrido de la carrera de cerdos fue por la calle Mayor.
 
Desde el alcázar se divisan los dos ríos que pasan junto a Medina: el Trueba al oeste y el Nela al este. Sus riberas llanas permiten imaginar donde situar el hipódromo improvisado y el campamento de la compañía de soldados. El primero estaría a orillas del Trueba, donde ahora se encuentran un polideportivo y unas piscinas, y el segundo a orillas del Nela, zona por la cual se han expandido las urbanizaciones.

 
La crónica de “Los bastardos legítimos” transcurre entre las Merindades de Castilla la Vieja y Valdeporres, más las villas de Cidad, Salazar, Cernégula y Puentedey. Para los recorridos a caballo de Güilliam se han empleado las diferentes rutas de senderismo que cubre la región y se midió el tiempo que se necesitaba para recorrer los diferentes tramos. Cernégula permitirá al alter ego de Daniel Bilbao mostrar su escepticismo con cualquier fenómeno paranormal. Sin embargo, el ambiente que describe es suficiente para promover la leyenda en torno a la Charca de las Brujas en una sociedad más crédula.
 
Una sociedad que Daniel deja señalada someramente a lo largo de las páginas de la serie porque, al relatarse en primera persona por un contemporáneo de los hechos hay muchas circunstancias plenamente asumidas y conocidas por todos, incluidos los lectores: los castillos artillados, la vida de los judíos, la posición de la mujer o el clero…
 
Evidentemente no podemos hablar de la misión de Güilliam pero, a cambio, el autor nos va dejando pinceladas de su vida: nació en Canford, un pequeño pueblo del condado de Dorset, al sur de Inglaterra; que es un bastardo, hijo ilegítimo de un religioso; que era arquero; y que, quizá por su padre, tuvo una extensa y muy poco corriente educación porque Güilliam hace referencia a Occam o a Protágoras, domina la lógica, conoce a los filósofos griegos y posee nociones de aritmética y geometría.

 
Probablemente Daniel Bilbao quiso que su héroe -para facilitar el transcurrir de la obra- aparentase ser un estudioso de su momento. Un chico que se incorporó a la universidad a la edad habitual de catorce años y que recibió la enseñanza incluida en el trivium (gramática, lógica y retorica) y en el quadrivium (aritmética, geometría, astronomía y filosofía). Quizá podamos leer en una futura novela sus andanzas juveniles y salgamos de dudas.
 
Tenemos claro que se incorporó a una compañía de arqueros mercenarios y que formó parte de los helle-kin, una tropa de arqueros montados de élite que cobraban más del triple que un arquero de a pie, aunque debiesen aportar su propia montura. Fue capturado por las tropas francesas y le amputaron los dedos. No nos aclaran cómo convenció al orfebre judío benjamín Sitien para que este le recompensase fabricándole su mano de metal articulada. Ni sabemos nada del crimen con el que le amenaza Fernando el Católico.

 
Daniel Bilbao nos deja caer en el apéndice de este quinto libro, que parece cerrar las crónicas de Las Merindades, múltiples referencias a hechos a producirse desde este punto como para permitirnos soñar con nuevas entregas de este cínico James Bond del medievo.
 
La esperaremos con ilusión, aunque no hablemos de ellas si se desarrollan fuera de Las Merindades.
 
 
 

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