Yusuf
ben Tashfin, ochenta años y flaco, tiene buena pegada y noqueará Al-Ándalus. Pero
solo al islam hispano. El caudillo almorávide encarna la potencia militar y la
pureza de la fe. Y, es la resurrección de Al-Ándalus frente a unos reyes de
taifas sumisos a los cristianos que, ante la “espontánea revolución popular”, trataron
de renovar sus pecadores lazos con los reinos norteños. Tarde, la revolución
almorávide había comenzado.
Dejábamos
a Yusuf ben Tashfin camino de Granada cuyo rey, Abdalá, había pedido ayuda a
Alfonso VI. El rey de León corrió a socorrerlo, pero no llegó a tiempo. Los
almorávides habían entrado en la ciudad. Los paladines de la fe prendieron al
rey Abdalá, le humillaron ante su pueblo y lo enviaron al norte de Marrakech.
El
siguiente fue el rey de la taifa de Málaga, Tamim (hermano de Abdalá). A
África. En ambos casos, Yusuf se aseguró de contar con todas la bendiciones de
los alfaquíes, que dictaron sentencias contrarias a los reyes de taifas. Digamos
que el africano explotó su perfil goebbelsiano y convirtió su conquista del
poder en una revolución. ¿Pero había ideología tras Yusuf o solo manipulación? Parece
que creía en su misión religiosa. Las taifas se habían habituado a una
situación de dependencia: gobernantes musulmanes de origen árabe o bereber
(aunque de linajes ya abundantemente hispanizados), sobre una población
mayoritariamente hispana, y una importante cantidad de cristianos entre sus
súbditos con tierras ricas y poca fuerza militar. Frente a eso, los almorávides
representaban la reislamización.
Yusuf
no entendía de componendas con la cristiandad -ni con la interior de la España
mora ni con la de los reinos cristianos- como las que habían caracterizado a
los Reinos de Taifas. El designio era la islamización a fondo de la sociedad
andalusí. Por eso recibió el incondicional apoyo de los alfaquíes y demás
guardianes de la ortodoxia islámica.
Visto
el destino de los hermanos Abdalá y Tamim en Granada y Málaga, los demás reyes
se apresuraron a protegerse. ¿Cómo? Doblándose ante Alfonso VI. El cual,
naturalmente, también estaba interesado en mantener el statu quo. ¿Quiénes
pactaron con los cristianos? Al-Qadir en Valencia, al-Mustaín en Zaragoza,
quizás al-Mutawagil en Badajoz y con toda seguridad al-Mutamid en Sevilla, así
como su hijo Fath, que gobernaba en Córdoba. Todos ellos se convertirán en
enemigos del poderoso Yusuf. Con Granada y Málaga en sus manos, Yusuf ben
Tashfin se apoderó de Tarifa, instaló allí su base y volvió a África, pero
antes dejó a un hombre con instrucciones precisas. El hombre: Abu Bakr, el jefe
de las tropas saharauis. Su objetivo: al-Mutamid de Sevilla.
Abu
Bakr se lo pensó mucho y bien. Tardó casi nueve meses en rendir la ciudad. Impidió
la llegada de tropas leonesas ocupando el valle alto del Guadalquivir y
Despeñaperros. Es decir, Córdoba. Esta la defendía Fath, un hijo de al-Mutamid,
que murió con la caída de la ciudad. Pero envió a su esposa Zaida a Toledo en
petición de auxilio. Era marzo de 1091. Esta, viuda de Fath y nuera de
al-Mutamid, escapó con todos sus hijos y buena parte del tesoro real. Refugiada
en el castillo de Almodóvar, corrió enseguida a Toledo para ofrecer a Alfonso
VI un nuevo pacto: a cambio de su ayuda militar, al-Mutamid le entregaría las
plazas fuertes del norte de la taifa de Sevilla, que eran Uclés, Amasatrigo y
Cuenca. Alfonso dijo que de acuerdo y envió una expedición al mando de Álvar
Fáñez que no pasó de Almodovar. Junto a las tropas africanas había miles de
voluntarios. Tomada Córdoba, Abu Bakr estrechó el cerco sobre Sevilla. Ocupó
Jaén, Ronda, Calatrava, Almodóvar, Carmona... Sevilla cayó en septiembre de
1091. ¿Al-Mutamid? ¡A África!
Alfonso VI y Zaida según una serie de televisión. |
Sobreviven
Badajoz -donde al-Mutawagil se sostendrá hasta 1094-, Zaragoza y Valencia. Serán
los ejes de la defensa cristiana e hispanomusulmana. León ocupa la frontera
portuguesa con la taifa de Badajoz (Lisboa, Santarem y Cintra). Deja al mando,
como gobernador, al caballero Suero Méndez, bajo la dirección de Raimundo de
Borgoña, el yerno del rey Alfonso. El problema era la trama de alianzas y
tensiones en Valencia y Zaragoza. Esta, amenazada por Aragón, tiene pactos con
Alfonso VI y con el Cid, pero éstos, además de estar enfrentados entre sí, no
ven como enemigo al rey de Aragón. En cuanto a Valencia, amenazada por los
almorávides y por Alfonso VI, debía su protección al Cid y a Zaragoza. Un
laberinto.
Si esto
no fuera suficiente, la propaganda almorávide se voceaba desde las mezquitas. Tanto
al-Mustaín como al-Qadir tenían interés en pactar con los cristianos. Además,
Zaragoza y Valencia contaban con abundante población mozárabe. Es decir que,
además de la pugna entre musulmanes partidarios de las taifas y musulmanes
partidarios de los almorávides, había otra pugna dentro de las propias taifas
entre población musulmana y población cristiana.
Estatua de El Cid. |
El Cid
ha constituido una amplia zona bajo su control en la taifa de Valencia. Rodrigo
Díaz de Vivar se traslada a Zaragoza y trata de convencer a al-Mustaín para que
se coaligue con él: entre ambos pueden mantener Valencia a salvo de los
almorávides. Pero el Cid no es el único que ambiciona la ciudad: Alfonso de
León también tiene puestos allí sus ojos. ¿Pero el Cid no gobierna en nombre de
Alfonso VI? Ya no. El leonés diseña una operación terrestre con Aragón y
Barcelona y naval con Génova y Pisa para la primavera de 1092. Alfonso había
cometido el error de no advertir al Cid de sus movimientos. Error deliberado,
sin duda: no iba el rey a pedir auxilio a un vasallo. Bueno, da igual: todo le
salió mal. Las flotas italianas no se presentaron. Los aragoneses y los
catalanes tardaron en llegar o, simplemente, decidieron en algún momento dar la
vuelta. El hecho es que la gran expedición alfonsina fue un fracaso. Encima,
ante el asalto, los partidarios valencianos de los almorávides dan un golpe de
Estado. Será el final del rey al-Qadir. Y el Cid se cabreó y se vengará en las
tierras riojanas de García Ordóñez.
Gobernará
Valencia el cadí Ben Yahhaf, un juez que veía mal las componendas de al-Qadir
con los cristianos. Instaura un gobierno de “verdaderos musulmanes”, una
especie de república islámica. Al-Qadir, se fuga, pero Ben Yahhaf ordena que se
le persiga y mate. Cuando el Cid llegó a Valencia anunció que vengaría la
muerte de su aliado. El cadí Ben Yahhaf esperaba los refuerzos de los
almorávides, pero nanay. El hijo de Yusuf consideraba más importante recuperar
Lisboa y se limitó a enviar a Valencia una pequeña guarnición. La estrategia
del Cid consiguió que en el verano de 1093 los almorávides se retiraran y que el
cadí pagara las mismas parias que al-Qadir -1.000 denarios semanales-. Esto
sonó mal en África y se ordenó a Abu Bakr que marchara contra Valencia para
acabar con el Campeador.
Aprovechando
que El Cid estaba fuera de valencia los ciudadanos habían enviado una embajada
a los almorávides pidiendo ayuda. La única salida que tuvo Rodrigo fue tomar
Valencia para enfrentarse a los africanos desde una posición de fuerza. Además,
Alfonso VI le había otorgado derecho de señorío sobre cuantas tierras conquistase.
¡Y ese derecho seguía en vigor! Con Valencia bajo su mano, Rodrigo se
convertiría en señor de un auténtico reino: un reino de taifas... cristiano. Al
final las tropas de Yusuf no pasarían de Almusafes. La ciudad cayó en julio de
1094 tras un duro asedio. Ben Yahhaf fue juzgado por el asesinato de al-Qadir y
quemado vivo. Y la mezquita consagrada como Catedral. Alfonso podía asumir que
el tema de Valencia estaba, más o menos, solucionado.
Bautismo de Zaida. |
¡Alfonso
VI tenía nueva pareja!: Zaida. Esta le había dado el ansiado hijo varón. Por lo
demás, eran años de sinsabores: en el otoño de 1094 se pierde Lisboa; y muere
Sancho Ramírez de Aragón y Navarra siendo sustituido por su hijo Pedro que continúa
el acoso a la taifa de Zaragoza. Inevitablemente la ofensiva contra Huesca iba
a enfrentar al rey de Aragón y Navarra -ambas seguían bajo la misma corona- con
Alfonso VI de León. Huesca tenía que caer. Alfonso no faltó al pacto con
Zaragoza.
La
batalla decisiva fue en Alcoraz, al lado mismo de la ciudad sitiada. Era el 19
de noviembre del año 1096. Ganaron los aragoneses. En la batalla brilló un
joven hermano del rey Pedro: Alfonso, que pasaría a la Historia como “el
Batallador”. Huesca ya era aragonesa. Y en ésas estaba Pedro I de Aragón, cuando
el Cid pedía refuerzos ante un nuevo desembarco almorávide, necesitaba socorrer
Peña Cadiella. Allí fueron el rey Pedro y su hermano Alfonso. Los de Aragón, junto
a las tropas del Cid, llegaron hasta Peña Cadiella y abastecieron la plaza.
Pero cuando el ejército cristiano emprendió el camino de regreso hacia
Valencia, se encontró con que los almorávides le habían cerrado el camino:
apostadas en el castillo de Bairén se proponían aniquilar al ejército del Cid
y, luego, tomar Valencia. No lo consiguieron. La batalla de Bairén de 1097
decidió al Cid a cristianizar enteramente la ciudad.
Pedro I de Aragón. |
Y en
ésas estábamos cuando, de repente, una noticia voló por toda la Península: el
viejo Yusuf ben Tashfin, el emperador almorávide, con más de noventa años,
desembarcaba de nuevo en España y se dirigía, otra vez, contra Toledo. Las alarmas
volvían a sonar.
Alfonso
pidió ayuda a Pedro I de Aragón, y éste, cabal, ofreció sus tropas. El rey de
León mandó también mensajes al Cid, y el Campeador igualmente envió a sus
huestes comandadas por su hijo, Diego Rodríguez. La ofensiva de Yusuf constaba
de dos brazos: Uno, el más nutrido, se dirigía hacia Toledo, la capital de
Alfonso VI; el otro, hacia Cuenca, probablemente para llegar desde allí hasta
Valencia o, al menos, para aislar a Valencia del territorio cristiano. Alfonso
decidió cortar el paso al contingente principal de los invasores y corrió hacia
la plaza de Consuegra, varios kilómetros al sur de Toledo. Era el 15 de agosto
cuando el rey cristiano vio lo que se avecinaba.
Los
refuerzos que llegaban desde Valencia tuvieron la mala fortuna de encontrarse
por el camino con la hueste almorávide que marchaba contra Cuenca. Fueron
concretamente los jinetes de Álvar Fáñez los que tuvieron que afrontar la
prueba. Cerca de la ciudad se vieron envueltos por los almorávides. La refriega
fue dura. Algunos jinetes cristianos cayeron allí. Otros pudieron volver a
Valencia. Todavía un tercer grupo, el del propio Álvar Fáñez, logró zafarse del
enemigo. Aquí las fuentes se contradicen: unos dicen que Álvar Fáñez llegó a
Consuegra; otros, que no.
Ese 15
de agosto de 1097, Alfonso VI había dispuesto a sus tropas en dos grandes alas.
Una, la izquierda, la mandaban Pedro Ansúrez y, si llegó, Álvar Fáñez. No era
el grupo más numeroso, pero sí el más compacto, con tropas muy experimentadas y
caballeros de élite. La otra, la derecha, la componían los hombres del Cid, que
eran los mejor armados, al mando de Diego Rodríguez, hijo del Campeador, y
junto a ellos se alineaban las huestes del conde de Nájera, García Ordóñez, con
la orden expresa de proteger con su caballería la vida del hijo del Cid.
¡¿
García Ordóñez?! ¿Uno de los principales enemigos del Cid? ¿Saben lo que pasó?
Que se retiró dejando al hijo del Cid en la estacada durante el repliegue
ordenado para evitar ser embolsados. El único hijo varón del Cid, y heredero del
señorío valenciano del Campeador, moría con diecinueve años de edad. Con las
líneas deshechas y una parte del contingente aniquilado, el ejército de Alfonso
se parapetó tras el castillo de Consuegra. Ocho días duraría el asedio; y
después de esos días, los almorávides se marcharon. Seguían sin valer para los
asedios. En cuanto a los almorávides que habían llegado hasta Cuenca, también
volvieron grupas, aunque, eso sí, después de dejar allí a sus partidarios como
dueños de la ciudad. Estaba claro que el horizonte de Yusuf ben Tashfin no era
penetrar en los reinos cristianos, sino restablecer el dominio musulmán sobre
el territorio de las viejas taifas... al menos, de momento.
Consuegra |
Y
después de Consuegra, ¿qué? Después de Consuegra, desolación. Alfonso VI debía
abandonar cualquier propósito de extender sus territorios. El problema político
volvía a gravitar en torno a la cuestión zaragozana, donde Pedro I de Aragón no
iba a renunciar a sus pretensiones. Pero el mayor golpe se lo llevó el Cid, que
perdió a su único heredero. Es probablemente en este momento cuando Rodrigo
Díaz de Vivar arregla el compromiso de sus hijas, Cristina y María. La primera
se casará con el infante Ramiro Sánchez de Pamplona, que pronto partirá como
cruzado a Tierra Santa; la otra, María, lo hará con el conde de Barcelona Ramón
Berenguer III.
Ramón Berenguer III |
La
decisión tenía un alcance político decisivo, porque en la práctica significaba
ceder a Aragón y a Barcelona, y no a Castilla, la herencia del esfuerzo bélico
del Cid. Quizá Rodrigo no vio claro que León pudiera mantener la actividad
guerrera tan lejos de sus fronteras naturales. El hecho es que de esos
matrimonios saldrán linajes de reyes: García Ramírez, el restaurador del Reino
de Pamplona, fue nieto del Cid, y un rey de Castilla, Alfonso VIII, será
tataranieto del Campeador.
Pero ahora,
en 1099, muere el Cid sin heredero varón, ¿qué pasaba con Valencia? Todas las
tierras ganadas por el Cid quedaron bajo el mando de Jimena, la esposa de Rodrigo.
Pero la situación era ciertamente difícil: los almorávides no tardaron en
enterarse de que el gran guerrero cristiano había muerto y pronto reanudaron el
acoso contra Valencia.
El
truco para que un soldado de fortuna como Rodrigo sobreviviese se basaba en dos
pilares: buenas relaciones con la taifa de Zaragoza –su retaguardia- y mover
tropas para reforzar la plaza frente a las ofensivas almorávides. Sus herederos
no podían hacerlo porque o bien estaban en perpetuo conflicto con Zaragoza o no
disponían de ejército suficiente. Sólo Alfonso VI de León, bien avenido con la
taifa zaragozana, podría enviar tropas a Valencia, pero le restaba brazos para
defender otros puntos de su frontera.
Mazdalí,
primo de Jusuf, cercaba Valencia (agosto de 1101) y los territorios que, hasta
ese momento, obedecían al Cid pagaban ya tributo a los almorávides. ¿Qué
hicieron los cristianos? La leyenda cuenta que Jimena exhumó el cadáver
embalsamado de Rodrigo, ordenó que lo montaran en un caballo y lo sacó a las
puertas de la ciudad, lo cual hizo huir a los sitiadores.
La
realidad es menos poética: Jimena pidió ayuda a Alfonso VI que acudió con un
ejército mandado por él mismo. Ante la llegada de los cristianos, los moros
levantaron el sitio. Alfonso VI persiguió a los almorávides hasta Cullera,
donde hubo una batalla de contención: allí quedó la línea de frontera entre las
dos fuerzas. ¿Qué hacer ahora? Pues, abandonar una posición tan débil y
alejada. Era mayo de 1102. Jimena recogió el cadáver de su marido y los viejos
castellanos incendiaron la ciudad. La población cristiana de Valencia se marchó
también. Centenares de hombres volvían a Castilla transportando el cuerpo de su
jefe muerto. El Cid será enterrado en Burgos, en San Pedro de
Cardeña.
La
conquista de Valencia fue un movimiento decisivo para los almorávides, que
ahora contaban con una base privilegiada para hostigar al condado de Barcelona
y, sobre todo, para conquistar la taifa de Zaragoza. Además Yusuf, con más de
noventa años, nombraba heredero a su hijo Alí y le ponía al frente de la
provincia andalusí.
En el
año de 1104 moría en el valle de Arán el rey Pedro I de Aragón y Navarra con treinta
y seis años y sin hijos. Con él Aragón había crecido hasta amenazar la ciudad
de Zaragoza. Por desgracia su muerte planteaba un “problemín” sucesorio. Pedro había
estado casado con Inés de Aquitania, que le dio dos hijos enfermizos: Isabel y
Pedro junior. Cuando murió la reina Inés, Pedro se casó con una dama italiana llamada
Berta, que no le dio hijos. Isabelita (+1101) y Pedrito (+1104) murieron
pronto. Reinará el hermano varón siguiente al rey difunto: Alfonso, soltero,
treinta y un años y un “Ardor Guerrero” extremo, muy religioso y… misógino.
Yusuf
ben Tashfin moría en su palacio de Marrakech en el año 1106, a la avanzadísima
edad de noventa y siete años. En su Al-Ándalus los cristianos seguían siendo
ciudadanos de segunda, como en cualquier territorio bajo la ley Coránica, pero
en peores condiciones que cuando los reinos de taifas. El verdadero objetivo de
Yusuf se había cumplido: frenar la degradación del islam ibérico e impedir
nuevos avances cristianos.
Lo que hubo fue una interminable sucesión de constantes refriegas a lo largo de
toda la frontera leonesa, desde Portugal hasta Cuenca. Y la suerte de las
armas, en general, será adversa para los cristianos, como le ocurrió al yerno
del rey, Raimundo de Borgoña: después de perder Lisboa fue encargado de
repoblar tierras de Salamanca y Segovia y terminó estrellándose en la batalla
de Malagón.
La
situación en el conjunto de la España cristiana era difícil. El clima de
impotencia militar frente al empuje almorávide terminaba de complicar las
cosas.
El rey
de Zaragoza, al-Mustaín, pedirá apoyo a los almorávides contra “El Batallador”.
En este ambiente se tornará fundamental consolidar las fronteras. Y eso
significa reconocer a los aguerridos pobladores de la frontera. Los colonos de
las películas de vaqueros. Alfonso VI necesitaba asegurar los pasos del Sistema
Central y Aragón consolidar las posiciones ganadas en el llano.
Alí ben
Yusuf, hechura de su padre pondrá a un hermano suyo, Tamim, al frente del
gobierno de Al-Ándalus con capital en Granada. En la primavera de 1108 lanzará
su primera ofensiva contra Uclés. Este lugar estaba en el camino que llevaba de
Toledo a Zaragoza. ¿Por qué Uclés? Porque está menos defendido que Toledo y, no
menos importante, no es el único objetivo estratégico de Alí: está Zaragoza.
Cuando
un mensajero llega a Sahagún, donde estaba Alfonso VI, trae noticias confusas: que
un poderoso ejército almorávide se dirige desde Granada hacia el norte. ¡¡¡¡Toledo!!!!
El rey llama a sus nobles. Él no irá: tiene sesenta y ocho años y sus viejas
heridas le están martirizando. Además, en ese momento acaba de casarse de
nuevo. Pocos años antes había muerto la madre del heredero, la mora Zaida,
probablemente de sobreparto. Su nueva esposa es la italiana Beatriz de Este. Nominalmente
encabezará el ejército su hijo, Sancho. El mando efectivo lo tendrá su ayo y
tutor, García Ordóñez, el de Nájera, así como el imprescindible Álvar Fáñez.
Estamos
en mayo de 1108. La hueste almorávide dirigida por Alí, con sus habituales
contingentes senegaleses -espadas indias, tambores y escudos de piel de
hipopótamo-, llega hasta Jaén. Allí se le unen refuerzos de Córdoba: son las
columnas mandadas por Ibn Abi Ranq. El ejército enfila entonces hacia Baeza y
penetra en La Mancha. Entre La Roda y Chinchilla afluyen nuevos refuerzos: las
tropas de Murcia y también las de Valencia.
En
Toledo, el infante Sancho Alfónsez -el heredero- y sus nobles tutores envían
mensajes en todas direcciones. Piden refuerzos para Toledo a las plazas de
Calatañazor y Alcalá, entre otras. Pero hay algo raro: los invasores van al
este, a Uclés.
Castillo de Uclés. |
El 27
de mayo de 1108, las primeras vanguardias almorávides aparecen en Uclés. El
ejército cristiano parte desde Toledo con los refuerzos recibidos. La masa
musulmana se precipitó sobre las frágiles defensas de Uclés como un ciclón. Los
mudéjares que allí vivían recibieron a los invasores como a libertadores: ellos
fueron quienes mostraron a los almorávides por dónde entrar. Fue un baño de
sangre. Al anochecer de ese día sólo quedaba la alcazaba con un puñado de
defensores. Los cristianos llegaron a Uclés el día 28. En poco más de dos días
habían logrado cubrir los cien kilómetros que separan ambas localidades.
Sancho
traería entre 3.000 y 3.500 combatientes entre caballeros, escuderos, mozos de
caballos, encargados de las provisiones y colonos reclutados sobre el terreno.
No es mucho, solo lo suficiente para ahuyentar a los almorávides. Claro que,
como en Las Termópilas, aparece un traidor del ejército cristiano, un joven
musulmán que se presentó ante Tamim y le dio todo género de detalles sobre el
ejército leonés. Con esos datos darían la batalla contra los cristianos.
Al alba
del 29 de mayo de 1108, viernes, los musulmanes salen al encuentro de los
leoneses. En vanguardia van las tropas de Córdoba; las de Murcia y Valencia, en
las alas; Tamim se reserva el centro con sus huestes de Granada. Enfrente, los
cristianos alinean a los suyos: Álvar Fáñez ocupa el centro del dibujo táctico;
en un flanco, el conde García Ordóñez con el infante Sancho; en el otro, el
conde de Cabra. Repartidos, entre ambos, las tropas de los alcaldes de Toledo,
Calatañazor y Alcalá de Henares, así como las huestes de otros condes leoneses
y castellanos. En retaguardia, una tropa auxiliar de judíos.
Cuando
las alas musulmanas buscaban con su caballería ligera envolver a los cristianos
algo nos sale mal: la retaguardia cristiana, formada por aquella tropa auxiliar
de judíos, se dio a la fuga y permitió que las tropas de León quedaban rodeadas
por todas partes. Cambio de planes para los de Alfonso VI que se concentran en
salvar al heredero, Sancho. Para empeorar la situación la guarnición cristiana de
Uclés no saldrá de sus muros. Álvar Fáñez y García de Nájera tendrán que
arreglárselas solos. El conde García Ordóñez, alférez del rey, ha caído
interponiendo su cuerpo entre el heredero de León y las espadas almorávides.
Otros muchos caerán hasta conseguir apartar de allí al joven. La retirada es
muy difícil. Sus caballos son grandes, corpulentos, cubiertos de gualdrapas y
protecciones que los hacen letales en el avance, pero muy lentos en la
retirada. Los musulmanes no tardan en alcanzarlos. Los cristianos se dividen. El
infante buscará cobijo en el castillo de Belinchón y el grueso de las tropas, al
mando de Álvar Fáñez, tomará el camino de Toledo.
Un
destacamento musulmán se lanza en persecución del grupo que protege al infante
Sancho. Los caballeros de su escolta pondrán sus vidas entre el infante y sus
perseguidores. Siete condes, con sus guerreros más allegados, se plantan en el
camino y hacen frente a los moros. Son como los espartanos: sin vuelta atrás. Conocemos
los nombres de seis de ellos: Martín Flaínez y su hijo Gómez Martínez (de los
Flaínez de León); los hermanos Diego y Lope Sánchez, con su tío el magnate Lope
Jiménez; y el conde llamado Fernando Díaz. El séptimo que pudo ser el propio
conde de Nájera.
Sicuendes |
Los
musulmanes, con su nulo sentido de la caballerosidad, bautizaron al lugar como
Siete Puercos. Sólo años más tarde, cuando Uclés sea recuperada, se cambiará su
nombre por Siete Condes. La denominación derivará a Sicuendes, donde hubo un
poblado a mitad de camino entre Tribaldos y Villarrubio. Hoy allí no queda
nada. Ni el recuerdo de su sacrificio. No sirvió de nada. Sancho llegó a Belinchón,
un poblado musulmán, con una pequeña guarnición cristiana. Cuando los
musulmanes supieron lo que había pasado se sublevaron. La guarnición, y el
infante, perecieron.
En
Uclés, los restos del ejército cristiano fueron aniquilados. Después, los
musulmanes cumplimentaron su macabro ritual: decapitaron a los cadáveres,
amontonaron las cabezas en sanguinolentos túmulos y sobre ellos subieron los
almuédanos para llamar a la oración. Y hecho esto, Tamim, el jefe almorávide,
regresó a Granada.
Los de
la guarnición de Uclés decidieron, tras que llegara la calma, evacuar la plaza.
Fue su perdición: los gobernadores de Murcia y Valencia permanecían en los
alrededores y habían dispuesto tropas emboscadas en previsión de que los
cristianos se retiraran. Muchos cristianos murieron; otros fueron hechos
esclavos.
-¿Dónde
está mi hijo?- Preguntaría Alfonso VI a Álvar Fáñez. Sólo algunos días más
tarde se encontró su cuerpo muerto en Belinchón. Sancho, catorce años, fue
enterrado junto a su madre, Zaida, en Sahagún.
Monasterio de benedictinas de Santa Cruz de Sahagún. Lugar de descanso de Alfonso VI, Zaida y su hijo. |
Las
consecuencias de la batalla de Uclés fueron desastrosas. Perdido ese punto
estratégico, todos los territorios fronterizos que habían pasado a León con la
mora Zaida volvieron a manos musulmanas: Ocaña, Amasatrigo, Huete, Belinchón,
Cuenca. Los mermados ejércitos de Alfonso tuvieron que concentrarse en la
defensa de Toledo; la misión se le encomendó al veterano Álvar Fáñez.
Con el
infante Sancho moría el único heredero varón de Alfonso VI. Al rey ya sólo le
quedaban hijas. La mayor, Urraca, hija de su matrimonio con Constanza de
Borgoña. Otras dos, Elvira y Sancha, hijas de su matrimonio con Zaida. Y aún
dos más, Teresa y otra Elvira, que engendró en su amante Jimena Muñoz, poderosa
dama que ejercía como tenente del castillo de Cornatel, en El Bierzo. ¿Quién
heredaría el trono?
Apenas
un año después de Uclés, en julio de 1109, el rey expiraba en Toledo. Dejaba
tras de sí una obra de gobierno muy notable: había reconquistado tierras hasta
el Tajo, había recuperado la idea imperial leonesa, había hecho florecer el
Camino de Santiago, había europeizado a conciencia el reino introduciendo la
liturgia romana y los usos feudales... Fue un rey decisivo.
Las
disputas por la corona marcarán los próximos años. Dos grandes partidos
dividirán a la corte de León. Y la guerra, como suele ocurrir, será la que dé y
quite razones. Urraca es la primogénita del difunto Alfonso VI. Nacida hacia
1080, siendo niña fue prometida en matrimonio a Raimundo de Borgoña, aquel
cruzado que vino a España cuando la batalla de Sagrajas. El rey Alfonso
construyó para ellos un poderoso condado: toda la actual región de Galicia, en
torno a la sede de Santiago, y además las tierras al sur del Miño
reconquistadas en la estela de la campaña sobre Santarem y Lisboa. Urraca y
Raimundo de Borgoña habían dirigido la repoblación de Salamanca y Ávila; peor
les había ido en el oeste del reino, donde perdieron Lisboa. Raimundo murió un
año antes del desastre de Uclés y su esposa, Urraca, quedaba viuda con
veintiocho años y dos hijos: Sancha y Alfonso, ambos de muy corta edad.
Urraca, hija de Alfonso VI |
La otra
hija que entra en liza es Teresa Muñoz, de veintiséis años, casada con otro
cruzado borgoñón, Enrique, y Alfonso les construyó un condado en tierras
portuguesas, en torno a Coimbra, que se convirtió en el señorío familiar. Y
Enrique, por su parte, aprovechó que la puerta estaba abierta para entrar hasta
el fondo. ¿Cómo? Nombrando obispos adictos -franceses todos ellos- en las tres
diócesis de sus condados, que eran Coimbra, Braga y Oporto.
El rey,
antes de morir, había convocado concilio en Toledo. La corona, por orden de
sucesión, pasaba a la viuda Urraca. Mujer sin hombre que la gobernase. Por
ello, era preciso buscarle un marido. Un marido poderoso, para que el reino
quedase reforzado. Un marido ducho en las artes de la guerra, porque enfrente
estaban los almorávides. Un marido como Alfonso I el Batallador.
Alfonso I "El batallador". |
Y
Urraca, ¿qué pensaba de todo esto? Urraca tenía un novio o, al menos, un
amante: don Gómez González Salvadórez, alférez del rey, conde de La Bureba. El
partido castellano de la corte apoyaba a don Gómez como esposo de Urraca. Pero para
Alfonso VI no valía gran cosa y, además, generaría conflictos internos. Por el
contrario, una unión de León y Aragón sería invencible en el campo de batalla.
Así Urraca se vio casada con Alfonso I el Batallador. Y cuando el rey de León
murió (uno de julio de 1109), el enlace se celebró de inmediato. El nombre de
Alfonso el Batallador tenía la virtud de causar terror entre los musulmanes.
Los almorávides, que habían dispuesto tropas en torno a Toledo para tantear un
asedio, levantaron el campo en cuanto se enteraron de la boda, no fuera a
aparecer Alfonso por allí. Se fueron a cercar Madrid, pero también allí
fallaron; decididamente, la guerra de asedio no era el punto fuerte de los
almorávides.
La boda,
el contrato o pacto matrimonial, se celebró en el castillo de Monzón de Campos,
en Palencia en septiembre u octubre de 1109. Actuó como padrino el veterano
Pedro Ansúrez, magnate principal del Reino de León y Castilla. Aquel pacto
contenía dos cláusulas de unión: si engendraban un hijo varón, éste heredaría
todos los reinos -León, Castilla, Navarra y Aragón-; y, si no tenían hijos, cuando
Alfonso muriese, Urraca se haría con las tierras del aragonés. En caso de morir
primero Urraca, sus tierras las heredarían conjuntamente Alfonso y los hijos
que pudiesen tener en común. Si no tenían descendencia conjunta, Alfonso I "El Batallador" disfrutaría vitaliciamente de las tierras de su esposa en usufructo, que al
fallecer él pasarían a Alfonso, el hijo que Urraca había tenido en su primer
matrimonio. Esto extendía la idea imperial leonesa a todo el territorio
cristiano y representaba una merma del poder de los nobles y los señores
feudales.
Urraca I de León y Castilla. |
Así, aparecieron
dos corrientes: Una, la unionista, partidaria de la unión de coronas
representada por el magnate Pedro Ansúrez con vínculos familiares con Cataluña
y Aragón; y, enfrente, otra corriente más potente en Galicia, Castilla, León... en todas partes. ¿Quiénes estaban en contra del matrimonio? Para empezar, el
alto clero del Reino de León, casi todo de origen francés, traído por la
difunta reina Constanza, y capitaneándoles el arzobispo de Toledo, Bernardo de
Sauvetat.
¿Por
qué se oponían?
- El clero porque Alfonso de Aragón, cruzado vehemente, tenía su propia idea sobre cómo organizar la jerarquía eclesiástica.
- La nobleza gallega porque con Urraca y Raimundo había ganado puestos de influencia que ahora temía perder.
- Teresa, su hermana, y su marido Enrique, desde su señorío en Portugal veían con muy malos ojos el reforzamiento de la idea imperial.
Un
bando exige que sea Urraca quien ejerza el poder en León y Castilla, pues ella
es la reina propietaria. Lo encabeza Gómez González, el conde de La Bureba, el
amante de Urraca. Otro bando -el de Pedro Ansúrez- defiende que el poder
ejecutivo pase a Alfonso I el Batallador. Ansúrez está en minoría y será desterrado
de la corte. Será Alfonso I el que consiga que vuelva a Toledo.
Y
mientras tanto, el partido de quienes se oponen al matrimonio hará correr un
bulo: que el enlace es nulo por derecho canónico, asunto que salió, al parecer,
de Pedro Agés, obispo de Palencia.
El
conflicto comenzará por Galicia. ¿Por qué? Porque el pacto nupcial de Alfonso y
Urraca había dejado pendiente un asunto muy enojoso: ¿qué pasaba con los hijos
del primer matrimonio de Urraca, y especialmente con el varón, Alfonso
Raimúndez? Alfonso tenía sólo cuatro años, pero, según el testamento del rey, a
ese niño le correspondía Galicia si su madre, Urraca, volvía a casarse.
Y
Urraca había vuelto a casarse. ¿Defendían estos gallegos el derecho del pequeño
Alfonso Raimúndez al trono gallego? No exactamente: lo que querían era evitar a
toda costa la unificación de toda la cristiandad peninsular. A partir de esta protesta
particularista comenzará una cadena de conflictos que desgarrará la España
cristiana.
Bibliografía:
“Moros
y Cristianos”. José Javier Esparza.
“Atlas
de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
“Historia
de España” de Salvat.
Web
“Arre Caballo”.
SigPac
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