Dejábamos
la historia en el lecho de muerte –por llamarlo de alguna manera- de Sancho II
de Castilla. La infanta Urraca ha ganado y ve como los castellanos se retiran
con el cadáver de su rey para sepultarlo en Oña, aquí mismo. De Zamora también
se aleja un mensajero a Toledo para informar a Alfonso. Durante sus ocho meses
de exilio toledano, Alfonso y su alférez, Pedro Ansúrez, habían trabado una
intensa relación con su huésped y tributario, el rey al-Mamún. Y sellaron un
compromiso vitalicio de ayuda y protección tanto para al-Mamún como para su
primogénito.
En
Zamora numerosos nobles y magnates de León, Galicia, Portugal y Castilla aguardaban
a Alfonso. Entre los castellanos estaba el conde de Lara, Gonzalo Salvadórez,
dueño y señor de La Bureba, llamado “cuatro manos” por su habilidad guerrera.
Nadie iba a levantar la espada contra el rey pero, como en la política
contemporánea, habría gestos y cesiones. Asumamos que flotaba una cierta
animadversión de los castellanos hacia los leoneses. El rey jurara no haber
tomado parte en la traición que costó la vida a su hermano. ¿Importaba el
trámite? Sí, y mucho porque, si Alfonso hubiera incurrido en felonía, esa falta
le inhabilitaría para ser rey. Otra pregunta: ¿eran creíbles los juramentos?
Recordemos esa frase de Enrique de Borbón –“París
bien vale una misa”- como referencia a jurar por jurar para obtener un
beneficio. Claro que estamos unos cuatrocientos años antes y, en la edad media,
el juramento era algo de importancia extraordinaria, con valor legal. Era una
vieja costumbre germánica que esa España cristiana conservaba intacta. ¡Incluso
había iglesias juraderas! Lugares reservados para hacer juramentos.
Evidentemente
hablamos de la famosa jura de Santa Gadea donde Rodrigo Díaz de Vivar, el
Campeador, como alférez de Castilla, tomó juramento a Alfonso VI. Tenemos la
imagen de Charlton Heston obligando a jurar al rey por la fuerza y generándose
un odio real para toda la película. Digo, la vida. Pero, de haber sido,
difícilmente hubiera transcurrido de esa forma, y en ese lugar, por mucho que
diga el cronista que “Alfonso, humillado,
experimentó tal sensación de ira que le cambió el color de la piel”. ¿Cierto
o falso? El poema épico del Mío Cid lo relata así pero puede ser una mera
reconstrucción literaria muy posterior.
Jura de Santa Gadea según "El Cid" Charlton Heston y John Fraser (Alfonso VI). Es en el patio de un castillo (Cortesía de Playmoguardian) |
¿Por
qué se niega la historicidad del hecho? Porque el Poema nos dice que Rodrigo
Díaz de Vivar fue desterrado a causa de la jura, pero nos consta que en aquel
momento no hubo tal destierro. Ahora bien, el hecho de que Rodrigo no fuera
desterrado en aquel momento no significa que no hubiera jura. Es perfectamente
posible, por tanto, que Alfonso se viera sometido al trance del juramento para
recuperar la corona. Menéndez Pidal y Luis Suárez consideran verosímil la jura
de Santa Gadea. Y, por su parte, tampoco hay nada que descarte la mala relación
entre el rey Alfonso VI y Rodrigo que podría tener una vertiente de enemistar
política al representar el de Vivar la corriente contraria a Alfonso y a los
leoneses.
Rodrigo
perdió el rango de alférez del rey, que recayó en el conde de Carrión Pedro
Ansúrez pues este caballero había sido siempre el alférez de Alfonso. Más aún,
el de Vivar fue favorecido por el rey con un buen matrimonio, bien por él o por
congraciarse con los sanchistas castellanos. Ella era la dama asturiana Jimena
Díaz, emparentada con la casa real. Y, para rematar el asunto, el rey otorgó al
caballero castellano cometidos de alta responsabilidad, como cobrar las parias
del reino taifa de Sevilla. Ni rastro de un destierro por la arrogancia de
obligar a jurar a un rey.
También
el rey de Galicia -García, ¿lo recuerdan?- estaba calentando por la banda
porque esperaba recuperar su corona. Enterado de lo de Zamora cabalgó a León
buscando convencer a Alfonso para recuperar su reino o, al menos, la parte que
Sancho le había arrebatado. García no acertaba…
En un
primer momento Alfonso VI pensó en ir a su encuentro, suprimirle en el campo de
batalla y poner así fin al problema. Pero la infanta Urraca -que ya figura en
varios documentos como reina- y el alférez Pedro Ansúrez, por evitar un nuevo
fratricidio, aconsejaron una solución menos expeditiva. ¿Cuál? Encerrarlo de
por vida. Algo así como un precedente del “Hombre de la máscara de hierro” de
Alejandro Dumas. Así Alfonso citó a García y lo apresó. Era febrero de 1073.
García fue recluido en el castillo de Luna, en Burgos, de donde nunca más
saldría hasta el día de su muerte, el 22 de marzo de 1090, diecisiete años
después. En este caso no aparecieron los tres mosqueteros para liberar al
prisionero.
Alfonso
VI se convirtió, definitivamente, en único rey de todos los territorios
reconquistados por el impulso de la vieja monarquía asturiana. Asturias y León,
Galicia y Portugal, Castilla y sus prolongaciones hacia Álava y La Rioja... Y
conservaba una preponderancia indiscutible sobre las taifas musulmanas.
Mejor
aún, en el año 1076 será eliminado del tablero otro de los sanchos: Sancho IV
de Navarra. El reino había quedado encajonado entre en nuevo León, el creciente
Aragón y las taifas cercanas. A partir de un determinado momento Sancho IV se
enemista con Sancho Ramírez de Aragón, al que amenaza con ocupar las tierras
repobladas en el norte de Huesca. ¿Por qué hizo eso el de Pamplona? Porque
quería asegurarse el cobro de las parias de Zaragoza, cuyo rey moro estaba en
guerra con Aragón. Por el mismo motivo, el rey de Navarra obligó a una enojosa
inactividad a la nobleza guerrera del reino, que tenía vetado atacar al moro.
Y, como
si fuese el precursor del dirigente comisionista que se enriquece Sancho IV se
forraba el riñón con dinero contante y sonante, ganado, reservas de vinos,
pieles, armaduras, lujosas monturas... ¡Y no repartía! Ciertamente, a este
Sancho le perdió la codicia. Y, seguramente, la envidia y avaricia de los
suyos.
Cortesía de "España Fascinante" |
Hay
constancia documental de que las tensiones entre Sancho y los nobles navarros
alcanzaron extremos “poco saludables”. Reiteradas veces fue necesario renovar
los juramentos y los compromisos, pero Sancho los interpretaba siempre a su
favor buscando sacar la mayor tajada. La arbitrariedad del rey concitó odios
sin fin: en la mentalidad de la época, un rey injusto, dado al vicio y al
perjurio, perdía cualquier legitimidad.
El caldo
estaba hirviendo y dentro se removían los ocho hermanos legítimos del rey y los
dos bastardos. Vale, seis eran mujeres y no cuentan en la sucesión… pero sí en
las intrigas en la corte. Los hermanos varones tenían señoríos productivos. -¿Y
eso ha frenado la ambición?- Todo esto nos dibuja la situación en el barranco
de Peñalén donde el rey Sancho IV se detiene a descansar y... cae por el
barranco. Ayudado.
Sancho IV de Navarra |
Todas
las crónicas apuntan a Ramón de Navarra, sexto hijo legítimo de García Sánchez,
y señor de Murillo y Agoncillo. Junto a él se cita siempre a una hermana:
Ermesenda, casada con Fortún Sánchez, señor de Yarnoz y de Yéqueda. Sancho IV estaba
casado con Placencia de Normandía y tenía dos hijos, pero eran de muy corta
edad y no iban a heredar. Pero tampoco los hermanos del rey que habían quedado
estigmatizados por el regicidio.
¿Entonces?
Los nobles se dividieron en partidarios de Castilla y Alfonso VI de León y
partidarios de Aragón. Estos reinos se repartirán Navarra. El rey de León persigue
los mismos objetivos que venían buscando los castellanos desde treinta años
atrás: Álava, Vizcaya y La Rioja, en torno al poderoso centro monástico de San
Millán de la Cogolla. La zona segregada por el lejano testamento de Sancho el
Mayor. Y Aragón estaba por el acuerdo.
Reino de Navarra con Sancho Garcés |
Así, Navarra
reconocía la hegemonía castellana sobre Álava, Vizcaya, parte de Guipúzcoa y La
Rioja. Sancho de Aragón prestaba vasallaje a Alfonso, pero sólo en tanto que
rey de Pamplona –que se la había quedado-, no como rey de Aragón. Y por otro
lado el aragonés se garantizaba una salida al mar Cantábrico entre San
Sebastián y Hernani. Desde el punto de vista territorial, la mayor ganancia era
para el Reino de León, con aquella Castilla ampliada. Pero desde el punto de
vista político, quien asumía la corona navarra era el monarca de Aragón.
Durante
su reinado, Alfonso VI, reorganizó internamente sus reinos de tal forma que
fomentó la seguridad en el Camino de Santiago; atrajo monjes de Cluny e impulsó
la reforma cluniacense en sus monasterios; acogió nobles extranjeros como
Raimundo de Borgoña y Enrique de Lorena que casarían con sus hijas Urraca y
Teresa; introdujo la liturgia romana; y pasó de la letra visigoda a la carolingia.
Y,
mientras, los moros luchaban para que sus taifas sobrevivieran al chantaje
cristiano. Los reyezuelos más poderosos están conquistando las taifas menores y
acumulando fuerzas para negarse al pago de las parias. El rey de Badajoz,
al-Mutawagil, cuya frontera estaba relativamente tranquila, encabeza la
oposición: no quiere seguir pagando. Sevilla duda. Zaragoza juega a dos bandas.
Y Toledo, por su parte, prefiere mantener la alianza con los cristianos. ¿Era
realmente el pagar o no las parias lo que estaba en discusión?
Claro
que sí. Pero no era lo único que estaba en juego. El peso político de una taifa
estaba asociado a su necesidad de pagar por su protección. Así, para Badajoz,
la alianza de León es innecesaria pero para Toledo es fundamental si quiere
mantener su poder sobre el triángulo Toledo-Córdoba-Valencia.
Eso lo
sabía el asesinado al-Mamún –el que había pactado con Alfonso VI en Toledo-
pero no su hijo al-Qadir que rompe los pactos que había heredado. Era el año
1076 cuando el rey expulsaba de Toledo a los partidarios de la alianza con
Alfonso VI, fundamentalmente mozárabes y judíos. Como eso que se cuenta del
efecto mariposa nuestro aprendiz de brujo... la lió: la rescisión del pacto con
León provoca enfrentamientos entre las facciones de la ciudad; el dominio
toledano sobre Valencia y Córdoba se tambalea al carecer del refuerzo militar
cristiano (¡como que se le independizan!); el rey de Badajoz, al-Mutawagil, aprovecha
y ataca el reino de Toledo derrotándolo en 1080.
El
nieto de al-Mamún tiene que huir de la vieja capital visigoda y se refugia en
Cuenca. La ha fastidiado bien. ¿Cómo puede salvar su vida y recuperar el reino?
¿Se lo imaginan? Pues, pactando con Alfonso VI que es una especie de “Tío Sam”
ibérico. Y hay pacto… a cambio del reino de Toledo. Dirán que vaya trato para al-Qadir.
El truco para que aceptase será que en cuanto el moro estuviera en condiciones
de recuperar también Valencia esta sería para al-Qadir y Alfonso tomaría
posesión de Toledo. ¡Toledo de nuevo cristiana! Eso sería todo un golpe de
efecto.
Pero
los sectores musulmanes de Toledo que habían cooperado a la derrota de al-Qadir
acudieron a otros aliados: al-Mutamid de Sevilla, incluso al-Muqtadir de
Zaragoza. Y, es que, la alarma entre los reyezuelos del islam hispano era
grande. Entendamos que estaban dispuestos a pagar la protección pero no a
perder los reinos. Atacaron las fronteras de Alfonso VI simultáneamente tropas
de Zaragoza, Badajoz y Sevilla. Dejaremos constancia de que entre las tropas
atacantes figuraban cristianos al servicio de los reyes de taifas quienes, en
ocasiones, preferían confiar su defensa a mercenarios que depender de caros y
volubles príncipes cristianos. Estos no dudaban en retrasar la ayuda militar
debida ni en atacar al protegido para incrementar la cuantía de los tributos aprovechando
los momentos de dificultad.
El rey
de León, en una galopada extraordinaria, marcha sobre Sevilla, cruza la taifa y
llega hasta Tarifa, en el extremo sur de la Península. Toledo, la vieja capital
hispanogoda, cuya herencia reclamaba la corona de Asturias y de León, está
ahora sitiada por ejércitos cristianos. Tres siglos y medio después de la
invasión musulmana, la ciudad está a punto de volver a la cruz. Mayo de 1085
marcará un punto de inflexión decisivo en la Reconquista. Para el islam fue
catastrófico porque perdía una parte notable de su territorio histórico y una
urbe relevante y porque era el primer asentamiento estable de la cristiandad en
su ámbito soberano.
Los
musulmanes de la Península, concluyendo, empiezan a mirar por todas partes en
busca de aliados ante el miedo a nuevas conquistas y el peso de las parias.
Para su desgracia los encontrarán.
Entendamos
que la reconquista de Toledo fue un acontecimiento capital que saltó las
fronteras españolas: euforia cristiana y alarma musulmana. Las condiciones para
los habitantes de Toledo fueron generosas: serían libres de permanecer en la
ciudad bajo dominio cristiano o de marchar a otro lugar con todos sus bienes.
Si alguno marchara y después quisiera regresar, se le reconocerían todas sus
propiedades. En cuanto a la mezquita mayor, no se cristianizaría, sino que
permanecería reservada para el culto islámico. Era evidente que a Alfonso le
interesaba, ante todo, poner el pie en la capital y poder proclamar que Toledo
volvía a la Hispania cristiana, incluso con una porción de población musulmana.
El 6 de
mayo de 1085 quedó firmada la capitulación de Toledo. Alfonso VI ya podía hacer
su entrada triunfal. El rey cristiano entró en Toledo el 25 de mayo de 1085.
Alfonso no quiso proclamarse emperador en Toledo, aun cuando el título le
correspondiese como cabeza de la corona leonesa. El Papa Urbano restauró la
sede toledana como primada de España ¡en nombre de la herencia visigoda! La
atmósfera de Reconquista lo envolvía todo. En la misma línea, los cluniacenses,
siempre apoyados por la reina Constanza, burlaron las cláusulas de las
capitulaciones y se adueñaron de la mezquita de Toledo para convertirla en
catedral. Y, por supuesto, se conquistó Valencia para al-Qadir lo que disgustó
a las taifas circundantes.
El
dominio de Toledo convierte a Alfonso VI en dueño de todo el norte del valle
del Tajo y, con ello, fortificará plazas como Talavera, Madrid y Guadalajara. No
solo eso, aumentan las tierras cultivables entre el Duero y la Cordillera
Central. Las huestes leonesas empiezan a presionar también en dirección a
Córdoba, Badajoz y Zaragoza. Los libros de historia recogen que sometió a
tributación a la taifa de Granada. Los diplomas hablan ya de Alfonso como
emperador, y lo hacen con varias fórmulas: “Emperador de toda España”,
“Emperador de las dos religiones” y “Emperador sobre todas las naciones de
España”. La rebelión contra las parias, iniciada años atrás en Badajoz y
Sevilla había terminado con la caída de Toledo. Y, encima, a la muerte de
al-Muqtadir de Zaragoza, Alfonso VI había puesto cerco a esa ciudad para
conseguir, al menos, un aumento de las parias que cobraba. Pero Zaragoza no
cayó.
¿Por
qué? Porque acababan de desembarcar los almorávides. Estamos a 30 de junio del año
1086 y setenta mil hombres han puesto pie en Algeciras. Muchos de ellos son africanos
negros que aporrean sin cesar gruesos tambores de piel de hipopótamo. Al frente
avanzaba un viejo caudillo, flaco y austero vestido con pieles de oveja, Yusuf ibn
Tashufin. En seguida se le unirán las tropas de los reyes de Sevilla, Málaga,
Granada y Almería. El rey de Sevilla, al-Mutamid, lo expresó así: “Puesto en el trance de escoger, menos duro
será pastorear los camellos de los almorávides que guardar puercos entre los
cristianos” -no sé si será cierto pero, de serlo, se le concedió y tuvo tiempo
de arrepentirse-. Los reyes moros de Sevilla, Badajoz y Granada habían marchado
a África para entrevistarse con Yusuf y este les había atendido.
Este
gran ejército se dirige a Badajoz, donde les espera el rey al-Mutawagil, el
mismo que había intentado apoderarse de Toledo. Alfonso abandona Zaragoza y
corre hacia el sur. Lo hace acompañado de contingentes aragoneses y navarros
que Sancho ha puesto a su disposición bajo el mando de su propio hijo, el
infante Pedro. El refuerzo aragonés incluye caballeros franceses e italianos,
cruzados que buscaban gloria en tierras de Huesca. Y al mismo tiempo, otro
contingente cristiano se desplaza desde Valencia hacia el oeste: son los
castellanos de Álvar Fáñez. Los cristianos convergen en el noroeste de Badajoz,
a la vera del arroyo Guerrero, en el paraje que los cristianos llaman Sagrajas
y los moros Zalaca.
Alfonso
VI necesitaba derrotar a los almorávides para volver a cobrar parias a los
reinos musulmanes peninsulares. ¿Podía Alfonso luchar contra aquel ejército? Sus
armas nunca habían sufrido un revés serio. ¿Cuántas espadas alineaban los
cristianos? Al margen de las exageraciones de los textos de la época, que
ofrecen cifras fabulosas, parece que las banderas de Alfonso agrupaban a unos
catorce mil hombres, y entre ellos dos mil caballeros. La mayor parte del
contingente era castellano y leonés, con los mencionados refuerzos aragoneses.
Pero las cifras del ejército musulmán eran muy superiores, en torno a treinta
mil guerreros. Conocemos incluso su organización: una primera división en
vanguardia, con cerca de quince mil hombres, casi todos andalusíes, bajo el
mando de al-Mutamid de Sevilla; una segunda división de maniobra con once mil
hombres dirigida por el propio Yusuf, y una tercera unidad de reserva integrada
por cuatro mil guerreros negros africanos, armados con espadas indias y
jabalinas.
La
batalla comienza el viernes 23 de octubre de 1086, con el alba. Los musulmanes
envían a su vanguardia. Son las huestes sevillanas de al-Mutamid y los demás
reyes de taifas. Los castellanos de Álvar Fáñez los acometen con energía. Este
Álvar Fáñez, de unos cuarenta años y señor de Villafañe, al que la tradición
hizo lugarteniente del Cid, era en realidad un noble castellano que había
servido con el difunto Sancho de Castilla, y que era, sí, amigo y tal vez
pariente de Rodrigo Díaz de Vivar, pero que había permanecido junto a Alfonso
VI. Su nombre se cita como cabeza de la repoblación en Medina del Campo, Alcocer
y Santaver. En el momento del desembarco almorávide estaba en Valencia,
respaldando al gobierno taifa de al-Qadir. Los castellanos de Álvar Fáñez
hicieron estragos en las líneas andalusíes. Las huestes de las taifas huyeron
desordenadas. Los de Álvar Fáñez saquearon los campamentos de Dawud ibn Aysa y
del rey de Badajoz, al-Mutawagi.
Alfonso
VI, viendo el retroceso de la vanguardia mora, quiso explotar el éxito y avanzó
contra la otra línea musulmana, la del propio Yusuf. La maniobra llevó a los
leoneses hasta las mismas tiendas de los almorávides. Todo parecía salir a
pedir de boca. Ése, sin embargo, fue el momento escogido por el jeque para
maniobrar. Como guerrero experimentado que era, el jefe almorávide aguardó
hasta el instante preciso para mover sus piezas.
Primer
movimiento: una ofensiva de refuerzo a la línea de al-Mutamid. La tarea le fue
encargada al general Abu Bakr, un caudillo de las tribus lamtuna, al frente de
las cabilas marroquíes.
Segundo
movimiento: el propio Yusuf, al frente de sus huestes saharianas, marchó sobre
la retaguardia de Alfonso VI, envolviendo al contingente leonés. Y esa maniobra
alteró completamente las cosas.
Ahora
la situación era la siguiente: en un lado, Álvar Fáñez tratando de frenar a los
contingentes marroquíes de Abu Bakr; en el otro, Alfonso VI peleando entre dos
fuegos, con enemigos delante de sí y también a su espalda. Toda la clave de la
batalla estaba en que los cristianos consiguieran replegarse con orden y vencer
la tentación de la fuga, porque una huida en desbandada desorganizaría sus
líneas y sería letal.
Seguramente
era eso lo que intentaban Álvar Fáñez y el rey Alfonso cuando Yusuf sacó su
última carta, la jugada decisiva: un ataque de la reserva africana, aquellos
cuatro mil senegaleses con sus espadas indias y sus tambores y escudos de piel
de hipopótamo. La reserva africana, fresca, con sus energías intactas, arrolló
literalmente a los cristianos. Los senegaleses llegaron incluso hasta la
posición del rey Alfonso. La maniobra de Yusuf había resuelto la batalla.
Espoleadas por el contraataque, las huestes andalusíes que habían huido en
dirección a Badajoz volvieron al frente. Ahora las huestes cristianas no sólo
habían perdido la iniciativa, sino que además estaban en franca inferioridad.
No quedaba otra opción que retirarse. Fue el final.
Dicen
las crónicas de la época que sólo cien caballeros cristianos lograron volver
vivos. Entre los caídos se cita al conde de Asturias Rodrigo Muñoz y al conde
de Álava Vela Ovéquez. Los cálculos más recientes arrojan la cifra de unas
siete mil bajas en total, es decir, la mitad de la fuerza inicial. El propio
Alfonso VI salió de allí herido en un muslo por un lanzazo; abandonó el campo
sangrando profusamente, y aún tuvo que cabalgar cien kilómetros, de noche,
hasta llegar a Coria. Las bajas musulmanas también fueron muy cuantiosas,
particularmente entre las huestes de las taifas, verdadera carne de cañón de
Yusuf.
Cortesía de "Templarios en Extremadura" |
Victoriosos,
los almorávides se entregaron al macabro ritual de costumbre. Decapitaron a los
muertos y a los desgraciados que cayeron presos. Acumularon en grandes túmulos
las cabezas cortadas. A las sanguinolentas pirámides subieron los almuédanos
para llamar a la oración. Y después cargaron las cabezas en carros que
viajarían hasta las principales ciudades de Al-Ándalus y el Magreb para dar fe
de la victoria.
La
derrota de Sagrajas no tuvo consecuencias inmediatas. Yusuf no la aprovechó
para avanzar contra el norte cristiano: seguramente no tenía tropas
suficientes, ni ganas para meterse en el fregado. Tampoco confianza en los
reyes de taifas que habían de ayudarle. Por otro lado, en aquel momento murió
el heredero de Yusuf, y el viejo caudillo debía regresar a África. Los
almorávides habían llegado como una ola, y como una ola se retiraban. Pero lo
que quedaba era un panorama complicado que Alfonso supo leer con celeridad.
Para empezar, los Reinos de taifas habían encontrado un protector ante el que
doblaban la cerviz y que les permitía liberarse del pago de las parias y del
ataque norteño. Para el leonés era momento de buscar nuevas alianzas y afianzar
los territorios reconquistados. ¿Cómo?
¡Mediante
una Cruzada! Que es un buen método para movilizar tropas externas y recoger
voluntarios por la fe. Pero hubo la respuesta esperada. Sí llegaron caballeros
con sus huestes, y en particular gentes de Borgoña, la tierra de la reina
Constanza de León. Hubo una campaña de cruzada: la que acosó Tudela en 1087,
pero fue un fiasco.
Afortunadamente
la alianza con Aragón fue sencilla porque Sancho Ramírez entendía que los
Almorávides dificultarían la toma de Zaragoza. Y en ese clima había que
eliminar los puntos de fricción entre ambos reinos: las tierras de Navarra que
habían pasado a Castilla; y la expansión aragonesa Cinca abajo, en la taifa de
Zaragoza, que era aliada del rey de León. Cuando hay ganas todo se soluciona. Alfonso
reconoció a Sancho como rey de Aragón y Navarra pero se creaba un “condado de
Navarra” que lo diferenciaba de Aragón y le dejaba las manos libres en el Bajo
Cinca. Sancho, por su parte, reconocía como castellanas Álava, Vizcaya, La
Bureba y Calahorra. Esta alianza, firmada en la primavera de 1087, ofrecía al
moro un sólido frente en el este de la Península.
También
en la primavera de 1087 Alfonso VI se relacionará con Mío Cid que obtiene la
tenencia de Dueñas, Gormaz, Langa y Briviesca y, además, se le encomienda que los
reyezuelos de Zaragoza y Valencia, al-Mustaín y al-Qadir respectivamente, no caigan
bajo la presión almorávide. Y Rodrigo obtiene un buen pago: el derecho de
herencia de todas las tierras que conquistase.
En el
flanco Occidental recolocó al mozárabe Sisnando Davídiz en Coimbra para
fortificar toda la región. Sisnando debía de ser por entonces un anciano, pero
dio pruebas de una energía considerable: organizó la repoblación de Tentugal,
Castañeda, Arauca y Penela, levantando fortalezas en cada una de ellas, y además
instaló en Coimbra a su primer obispo, de nombre Paterno.
Todo
muy organizado pero había problemas con Valencia. Allí gobernaba al-Qadir, en
virtud de su pacto con Alfonso. Pero cuando Álvar Fáñez marchó a Sagrajas, la
posición de al-Qadir flaqueó y Valencia era una tierra muy deseada por sus
riquezas agrarias y comerciales. La codiciaba al-Mundir, el rey de Lérida; la
codiciaba su sobrino y enemigo, al-Mustaín, rey de Zaragoza, y la codiciaba
también el conde de Barcelona, Berenguer Ramón II, el Fratricida, que aún no
había tenido que exiliarse y trataba de ampliar su poder a costa del sur.
Valencia,
en fin, estaba en peligro. El rey de Lérida y el conde de Barcelona eran
aliados; el rey de Zaragoza y el de León, también. Así se construyeron los
bandos del combate. Pero el Cid tenía sus propios criterios. Cuando al-Mundir
de Lérida y el Fratricida de Barcelona emprendieron una ofensiva conjunta para
tomar Valencia, el Cid les salió al encuentro. Rodrigo consiguió levantar el
asedio de la ciudad, pero los moros de Lérida se hicieron con Sagunto (que
entonces se llamaba Murviedro) y establecieron allí un baluarte inexpugnable
que les permitía amenazar Valencia.
El tema
estaba complicado por lo que Rodrigo Díaz viajó a Toledo para entrevistarse con
Alfonso y pedirle refuerzos. Cuando volvió a Valencia halló al fratricida
asediando la ciudad. El Cid lo logró expulsar… y empezó a cobrar las parias de
Albarracín, Alpuente y la propia Valencia.
Pero
Alfonso VI estaba preocupado por Aledo y no por Valencia. O no en el mismo
grado. Aledo era un pueblo de Murcia situado a pocos kilómetros de las costas
mediterráneas; era el vigía de los pasos entre Levante y Andalucía; y una lanzadera
para partir la España musulmana en dos. El rey emplazó allí un baluarte a cargo
del castellano García Giménez. Desde aquí podía acosar a los moros de Alicante,
Granada y Almería. Para conseguir desbordar el vaso político, el rey de la kora
de Murcia, Ibn Rasiq, se proclama independiente de la taifa de Sevilla, a la
que pertenecía. Entre las correrías de García Giménez y la rebeldía del
murciano Ibn Rasiq, los reyes moros volvieron a sentirse acosados. Necesitaban
suprimir la plaza de Aledo. Pero solos no podían. ¿Y a quién pidieron auxilio? Al
emperador almorávide Yusuf ben Tashfin.
El
verano de 1088 el emperador almorávide cruzó de nuevo y enfiló Aledo. Alfonso
VI, cuando se enteró del desembarco, reunió un ejército de dieciocho mil
hombres, marchó sobre el lugar y ordenó al Cid que se le uniera en Villena para
reforzar la plaza. Pero el Cid no acudió. ¿Problemas logísticos? ¿Miedo a
perder Valencia? ¿Porque le resultaba indiferente Alfonso? ¿Porque se perdió
por el camino a la altura de Molina de Segura? Alfonso VI desterró por segunda
vez al Cid. Y Rodrigo decidió entonces actuar por su propia cuenta.
No nos
olvidamos de Aledo. La fortaleza no cayó. Los almorávides no valían para
trabajos de asedio. Yusuf volvió a África. Eso sí, con la determinación de que
la próxima vez que desembarcase en la península Ibérica lo haría para quedarse.
Castillo de Aledo |
Con
Yusuf, y sus tropas, en África los reinos de taifas estaban, nuevamente, a
merced de Alfonso de León… y pactaron con él. A un precio mayor porque todos
ellos habían traicionado a León en la batalla de Sagrajas. Y, todo ello, en un
complicado paisaje político estimulado por el propio Alfonso VI para enfrentar
a unas taifas con otras. León invadirá la Sevilla de al-Mutamid saqueando sus
campos como represalia por la batalla de Sagrajas. Con lo cual, de paso,
acentuaba el odio de al-Mutamid hacia Badajoz que se había librado de la
represalia a base de oro.
Para
1090 Rodrigo Díaz de Vivar, en uso de su derecho, se ha construido un auténtico
reino en el este, a caballo entre Valencia, Cuenca, Teruel y Castellón. Hasta ese
día esas tierras obedecían, por medio de Rodrigo, a Alfonso VI de León. A
partir de ahora obedecerán sólo al Cid. Rodrigo era un factor de distorsión en
Levante. Por ello, no resultó tan sorprendente la petición del rey de la taifa
de Lérida, al-Mundir, al rey de Aragón de alianza para combatir al Cid. También
pidió ayuda a Berenguer Ramón II de Barcelona e incluso a al-Mustaín de
Zaragoza.
Pero…¡¿estos
no eran enemigos entre sí?! Sí, lo eran. Pero el interés hace extraños
compañeros de cama. Aunque no siempre porque ni Sancho Ramírez ni al-Mustaín
accedieron a la petición de al-Mundir. Ninguno quería problemas con Rodrigo. Incluso
el rey de Zaragoza se chivó al Cid. Resumiendo, el único apoyo que consiguió el
moro de Lérida fue el del conde de Barcelona. Rodrigo, que se sabía en inferioridad
de condiciones, esperó al Fratricida en el Pinar de Tévar, en el Maestrazgo.
Berenguer Ramón II cayó preso junto a muchos de sus caballeros. El botín fue
enorme: sólo por el rescate de los prisioneros obtuvo 80.000 marcos de oro (1`8
toneladas de oro) y consiguió las parias de Denia. La del Campeador era una
grata posición de fuerza.
A
Berenguer Ramón II le esperaban en Barcelona los agrios días que finalmente le
conducirían al destierro y a la muerte. Y el Campeador quedaba como dueño
absoluto de Levante, a las puertas de Valencia y en tratos ya con Aragón y
Zaragoza para firmar una alianza política que consolidara su poder. Pero en
algún momento de esta campaña, después de la batalla de Tévar, Rodrigo Díaz de
Vivar recibió una importante carta. Se la enviaba la reina Constanza, la esposa
de Alfonso VI. Informaba que su marido, el rey de León, marchaba sobre Granada
para combatir a los almorávides, que habían vuelto a desembarcar en España.
¿Qué estaba pasando en el sur?
El
verano de 1090 no solo había traído buen tiempo sino que era el momento elegido
por el caudillo almorávide para apoderándose de Al-Ándalus. Frente a la
debilidad de los reyes de taifas, corruptos y vendidos al cristiano, Yusuf
representaba la ortodoxia religiosa y la potencia militar. Una buena propaganda
le había convertido en la esperanza del pueblo andalusí y en particular de los
alfaquíes, los doctores del islam. Yusuf marchó contra Toledo dado que su
verdadero enemigo era Alfonso VI, al que todos habían pedido auxilio. Entendía
que si destruía Toledo tendría con ello la necesaria prueba de su fortaleza
ante sus nuevos súbditos andalusíes.
Alfonso
corrió hacia Toledo. También Sancho Ramírez de Aragón, que aportó sus tropas
para frenar a los invasores. Y Toledo resistió. Yusuf cambió de objetivo: Granada.
Alfonso VI de León. |
Alfonso
VI también marchará hacia allí para responder a las demandas de los reyes de
taifas de Sevilla y Granada.
Y
Rodrigo Díaz de Vivar.
La
expedición Leonesa será inútil. Un reino de taifas tras otro caen en manos de
Yusuf: Córdoba, Málaga, Granada, Sevilla...
Bibliografía:
“Moros
y Cristianos”. José Javier Esparza.
“Historia
de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña”. Juan José García González.
“La
Castilla del Cid”. José Luis Martín en Cuadernos de Historia 16.
“El Cid
and the reconquista”. De la serie MEN AT ARMS
“Historia
de España”. Salvat.
“Atlas
de la historia de España”. Fernando García de Cortazar.
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