Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 13 de diciembre de 2020

Cuentos en Las Merindades para noches frías (II).


Otros elementos que tendremos en cuenta respecto a los cuentos son el escenario, el momento, el narrador, el auditorio y el ambiente que en torno a la narración de los cuentos se crea. Los cuentos se narraban junto a la lumbre de las noches de invierno, es decir, cuando las labores del campo dejaban mayor holgura en la vida familiar. Noches largas en las que se rezaba el rosario y se cenaba antes de dar comienzo a la velada. El relato contribuía a reforzar la cohesión familiar al compartirse el tiempo del ocio... No es cierto que lo único importante sea el texto que nos preservan los libros. La persona de mayor edad o autoridad de la casa era el narrador gracias a su mayor experiencia y conocimiento de la vida. ¿Recuerdan la película infantil “Los croods”? ¿Quién narraba los cuentos al inicio?


 

Sólo con los profundos cambios producidos en la sociedad rural al pasar al mundo industrializado, la vida familiar se hizo menos trabada, el rito fue desfigurándose y perdiendo su sentido, quedando la tradición narrativa al albur de momentos azarosos y diversos hasta su casi extinción. Ese cambio llevó a la pérdida de muchos cuentos que han desaparecido con la memoria de los que los atesoraban.

 

No solo se pierden los textos –que hubieran podido salvarse- sino la forma de contarlos de cada uno de esos “cuentacuentos” y que formaban la comunicación no verbal. Era un entorno de intercambio entre el narrador y los oyentes. Conseguían transformar la vida gracias a los cuentos y sus mensajes, creando un modelo cultural que, explícita o subliminalmente, abogaba por el mantenimiento o el rechazo de unos principios y valores que impregnaban la vida social.

 

Así, en este mundo cuyo contexto de transmisión es la velada familiar, resulta elocuente y explicable la ausencia de cuentos que pusiesen en entredicho el celibato sacerdotal o las infidelidades matrimoniales, tan abundantes en cualquier tradición. Los personajes que protagonizan estas historias se dividen en engañadores y engañados, dando lugar a los consabidos prototipos de listos y tontos.

 

Y, ahora, continuaremos contándonos cuentos en estas vísperas de la Navidad.


El hombre preñado

Este curioso cuento fue recogido en Huidobro. Podría verse tanto como un mito o como un cuento de orígenes que describe las razones de las diferencias sociales entre el hombre y la mujer. Podría verse, también, como un chiste que ridiculiza a los hombres que no quieren trabajar. Incluso como resto de la tradición celta de la Covada.


La Covada, a su vez, podría tener dos explicaciones: ser el resto de una transición del matriarcado al patriarcado; y el sudar el padre al hijo para transmitirle así sus caracteres, sustituyendo, o al menos compartiendo con la madre, la transmisión directa de las cualidades por la sangre. Pero esto, seguramente, no lo tenía en mente Emilia Martínez, de Huidobro, que tenía 75 años en agosto de 1997 cuando relataba este cuento:

 “Pues era un hombre que tenía envidia a la mujer cuando estaba en “estao”, porque la cuidaban mucho, y la daban el chocolate y todas esas cositas. Y él quería también tomarlo [y que le mimaran]. Y dicen:
-Pues bueno, ¡el próximo le vas a tener tú!
Y se hizo el “embarazao”, como que estaba en “estao”. Y venga a darle de comer, y venga todo. Ya pasaron los nueve meses y dice:
-Bueno, pues ahora, ya te tienes que poner de parto.
Se puso de parto y, claro, ¡cómo iba a parir! Pero cogieron un lagarto y se le pusieron en el bicho [pene], y a morderle.
Cuando ya después pasó el tiempo, le pusieron una muñeca envuelta, y le dijeron:
-Hala, éste es el niño que has tenido.
Y dijo:
-¡Ay, carita de cielo, dientes de plata, cuántos dolores has hecho pasar a papá!”


El gallego pierde su chaqueta

“Era un gallego que quería comprar un burro. Y era la feria, y fue a la feria. Y en la feria, pues se encontró con unos amigos, y así, y compraron el burro. Y ya, después, dice:
- Vamos, vamos por ahí, a echar unos chiquitos por ahí, y luego a comer.
Y comiendo, pues bebieron bastante. Bueno, ya se le hizo la hora [y dice]:
-Bueno, me voy para casa. Iba para casa, y el burro iba delante. Iba delante el burro, y hacía calor y le echó la chaqueta encima al burro. El burro iba andando, andando, y la chaqueta se movía. Y el hombre [dice]:
- ¡Anda, ya se han “dejao” perder aquí la chaqueta!
Y la cogió.
Iba un poco más adelante y... ¡otra vez la chaqueta! Y la volvió a coger. Dice:
-¿Quién se habrá “dejao” perder tantas chaquetas? Pues alguno... ¡La voy a poner encima [d]el burro!
Y así hasta tres o cuatro veces. Pasan por un puente, por un río que había un puente, y se le cae la chaqueta otra vez. Y dice:
-¡Pero bueno! Pero, ¿quién se dejará perder la chaqueta?
Y la tiró al río. Llegó a casa, baja la mujer y [dice]:
-¡Oye! ¡Baja, baja [y] mete el burro!
Y él estaba todavía un poco piripi. Conque la mujer va a meter el burro a la cuadra [y dice él:]
-¡Quita, quita la chaqueta, que la he “dejao” encima [d]el burro!
Dice:
-¡Aquí no hay ninguna chaqueta!
Dice:
- ¡Ay, seguro que es la que he “tirao” al río!
Y después le dice a la mujer:
- ¡Ay, Maruxiña, qué desgracia! ¡Ahora tenemos burriño y no tengo chaqueta!”


Curioso relato humorístico este que fue recogido de boca de Eloísa Fernández, de Valdelacuesta, que tenía 74 años en abril de 2002, y que no deja muy bien parados a los gallegos.


El cura, la criada y el muchacho indiscreto

 “Esto era un cura que tenía una criada muy maja, y andaba con ella. Hacía el amor con ella y eso. Y tenía el cura un sobrinillo -que se había “quedao” sin padres y le cuidaba él. ¡Y era más listo aquel chavalín...! muy listo. Y le mandaban pues, por la noche, a buscar la burra -que la burra no venía a casa y le mandaban a buscarla- Y aquella noche, el chavalín les había oído algo, que iban a hacer el amor y eso. Conque el chaval le mandaron a buscar la burra, pero, en vez de ir a buscar la burra, se metió bajo la cama, se metió debajo de la cama. Y ya, pues estaban haciendo el amor el cura y la criada, y decía el cura:
-¡Huf Veo el sol! ¡La luna! ¡Las estrellas! ¡Veo todo el firmamento!
Y ya, salta el chavalillo:
-¡Tío! ¿Se ve la burra?”

Hay que reconocerle a Eloísa Fernández que mantenía un buen grado de humor y ganas de desquitarse –como ocurre con los cuentos asociados a oficios o grupos sociales- de aquellos que ejercían poder o superioridad ante el pueblo llano. Vale, también servían para designar un chivo expiatorio como serían “los gallegos”.



El hombre sediento y las corbatas

“Era un señor que iba por el desierto, y se le acabó el agua que llevaba. ¡Y pasaba ya una sed!... Ya se veía morir de sed... ¡un calor!... Y viene un señor vendiendo corbatas, y dice:
-¡Corbatas, corbatas, señor! ¡Cómpreme una corbata!
Dice:
-Si me vendiera usted agua en vez de corbatas... ¿Si me estoy muriendo de sed, para qué quiero yo la corbata?
Pasaba un poco más “adelante” y, ¡otro señor!:
-¡Corbatas, corbatas! ¡Señor, cómpreme una corbata!
-¡Déjeme en paz, que me estoy ahogando de sed! ¡No quiero yo corbatas!
Y así hasta tres veces se le apareció un señor con las corbatas. Y él que no y que no. ¿Para qué quería la corbata? Si se estaba muriendo de sed. Conque ya va un poco más “adelante”, y ve una luz. Dice:
-A ver si es alguna casa y allí me dan de beber.
Conque llega allí, y era un hotel grandísimo, elegante y eso. Y había dos guardias a la puerta, y él iba a entrar, y qué va, le echaron mano y que no le dejaban entrar. Y dice:
-¿Cómo no me dejan ustedes entrar, si tengo mucha sed? ¡A ver si aquí bebo alguna cosa y se me quita la sed!
Dice:
-Señor, aquí no se puede entrar sin corbata”.

Eloísa Fernández reiría mucho con este chiste. Pero nos helaría la sangre con su siguiente cuento.



Barba Azul

“Barbazul era un hombre muy poderoso, y se casaba y a la mujer la mataba y la colgaba en una habitación. Se volvía a casar y la mataba también, y la colgaba. Y un día -ya había “matao” a tres o cuatro- se volvió a casar, y le dijo a la mujer que podía andar por todo el palacio menos por una habitación. Y aquella habitación la tenía siempre cerrada con llave, pero él le daba a la mujer “tó” las llaves. Dice:
-Puedes andar por donde quieras, por “tó” las habitaciones y por “tol” palacio, menos en esa habitación.
Y la señora aquella pues era un poco curiosa, y dice:
-Tengo que saber lo que hay, tengo que saber lo que hay. Ahora que se ha “marchao” él, voy a ver lo que hay.


Conque abrió, y vio allí a unas mujeres colgadas, y se asustó, y se le cayeron las llaves. Se le cayeron las llaves, que se le mancharon de sangre. Se le mancharon de sangre, y la mujer venga a limpiarlas, venga [a] limpiarlas, y que a la llave no se le quitaba. Cuando vino el marido la preguntó, y a ver, y... Dice:
- No, pues muy bien. Sí, hay “andao” por ahí, por todas habitaciones menos por ésa, y tal.
Y dice:
-Dame las llaves.
Le dio las llaves y vio que la llave aquella estaba manchada de sangre. ¿Y qué hizo? Cogió, y la cortó la cabeza, y la metió allá, colgada con las otras”.

Terrible este cuento de hadas europeo, recopilado y adaptado por Charles Perrault en 1695. Hoy no suele referirse a Barba Azul como un cuento infantil dado que el elemento central de la historia son los cadáveres de las esposas y no tiene un perfil muy Disney. Ya me entienden. Perrault recogió el relato de fuentes populares, pero no se sabe con certeza cuánto añadió o modificó. ¿Modificaría Perrault el final al salvarse la última esposa y morir Barba Azul? ¿Lo modifica Eloísa al condenarla por curiosa y desobediente?


La posible base real de la historia sería el noble bretón del siglo XV y asesino en serie, Gilles de Rais pero asesinaba chicos jóvenes. Puede ser un disfraz tras el que se escondería Enrique VIII de Inglaterra. Da igual.


La Virgen y el milagro de las gallinas

Eloísa Fernández tuvo más que contarnos. En este caso es un claro cuento de hadas donde los poderes sobrenaturales, mágicos, los posee la Virgen María que protagoniza esta historia reforzadora de la fe e incentivadora de la ayuda al necesitado:

“Andaba la Virgen por el mundo con el Niño Jesús, y fue a un pueblo y pidió posada, y nadie la quería dar posada. Y fue a una casa de los más pobres que había en el pueblo, y allí la dieron posada. Y tenían gallinas y eso... Y le dijo a ver si podían matar una gallina “pa” cenar. Y aquella señora mató la gallina “pa” cenar, que creo que aquella señora no debía tener más que aquella gallina. Y la mató “pa” cenar, “pa” darla de cenar - que no sabían que era la Virgen, pero bueno, mató la gallina y la cenaron- Y la Virgen, cuando estaba cenando, pues “tó” los huesecitos de la gallina los iba juntando en un mantoncito. Y después ya, cuando marchó, ya se despidieron -se quedó a dormir y todo- Ya, cuando marchó, se despidieron y todo. Y decía la señora:
-Bueno, pues ahora ya no tengo gallinas. He “matao” la que tenía y ya no tengo que bajar a echar de comer a las gallinas.
Conque bajó para allá abajo, para las cuadras, donde tenía el gallinero y las gallinas, y cuando ve el albergue lleno de gallinas. Y era un milagro que había hecho la Virgen con los huesecillos de la gallina. Ya, después, dice:
-¡Ha sido la Virgen! ¡Ha sido la Virgen!
Y después, los otros que no la habían querido dar posada se tiraban de los pelos”.



La vaca robada al cura y el niño listo

Obdulia González, de Soncillo, recordaba esta humorada digna de la novela picaresca a la edad de 68 años. Es una clara burla a la autoridad y una rechifla hacia los curas:

“Pues éste era un cura y el monaguillo. Y resulta que al cura le faltaba la vaca Morita. Y le dice el cura al chaval [al monaguillo]:
-Oye, niño, ¿tú no habrás visto quién me ha llevado la vaca Morita?
Y dice el niño:
-Mire, la vaca Morita la tiene mi padre en el cuarto bajito, con sal y ajito, “pa” comer buenos pucheritos.
-¡Ay, madre, no me digas! -Dice- si dices esto el domingo en el altar, te vaya comprar un traje y unos zapatos, y [te doy además] mil pesetas.
- ¡Sí, lo digo!
Va a casa [el monaguillo], y le dice a su padre:
-Padre, me ha dicho el cura que si digo:

la vaca Morita
del cura chiquito
la tiene mi padre
con sal y ajito
pa comer buenos pucheritos,
me va a comprar un traje [y] unos zapatos, y [me da] mil pesetas.
-¡Ay, hijo, eso no lo puedes decir, que nos meten a la cárcel! Tienes que decir:

El cura chiquito
durmió con mi madre;
la risa será
si mi padre lo sabe.

Y dijo:
-Bueno.


Conque llegó el domingo el cura a misa, y le dijo al niño:
-Bueno, ¿vas a decir eso en el altar?
Dice:
-Sí, lo vaya decir.
Dice:
-Pues mira, lo vas a decir cuando yo te diga en el altar.
y va, y dice [el cura]:
-Lo que va a decir el niño hoy va a ser más cierto que el Evangelio de la misa de hoy.
Y dice el chaval:
-¡El cura chiquito durmió con mi madre; la risa será si mi padre lo sabe!
Y dice el cura:
- ¡Orates, frates, no hagáis caso de disparates!


El cura desmemoriado

Jesús Fernández, de Munilla que tenía 93 años en agosto de 1998, cuando fue entrevistado por Elías Rubio en Brizuela, contaba:

“Era un cura muy buen señor, pero muy corto de memoria, porque era mayor. Y tenía que, un domingo, decirles a los feligreses, anunciarles la fiesta del pueblo, que era San Pedro y [que] caía en jueves. Y, a la vez, tenía que decirles la vigilia de San Pedro, que fue la semana anterior y se le había “olvidao”. Era el viernes de la semana anterior, y se le había “olvidao”. Y tenía que leer unas amonestaciones: que la novia se llamaba Petra Pérez y el novio se llamaba Felipe. Y tenía que decirles también que no se podía mandar las procesiones, porque había llovido y todos los caminos estaban llenos de barro. Y también tenía que decirles que a un señor se le había perdido la chaqueta y no la encontraba, y lo tenía que hacer presente. Todo eso presente. Bueno, pues se vuelve a los feligreses y les dice:
-Mis queridos feligreses: ya sabrán que el jueves de la presente semana es viernes de la pasada.
Quería decir de la vigilia, que se le había “pasao”.
-Pero ¿qué dice ese hombre?
-No se podrán andar las procesiones porque ha los barros están llenos de caminos. Y también, desea contraer matrimonio la vigilia de Petra Pérez con San Pedro, que es el patrón del pueblo.
- ¡Coño! Pero, ¿qué dirá este hombre?
- Si alguno tiene noticias de algún impedimento por lo cual este matrimonio no pudiera ser debidamente contraído, está obligado a decírmelo, porque ésta es la primera chaqueta que se ha perdido en el pueblo. Procuren no perder otra, que cuesta mucho el buscarla.
Dice:
-Bueno, esto está un poco “borrao”.
Pero - dice-:
-Y para terminar, los del pueblo ya lo saben, y a los de fuera poco les importa. Ésta es la primera y última amonestación”.



No existe ningún hombre feliz

Jesús también recitó este otro cuento de un perfil depresivo y que es un claro cuento de Orígenes:

“Había una vez en un pueblo un señor que tenía un hijo enfermo, y consultaba a los médicos. Pero fue a uno que era..., no sé si sería supersticioso, que dijo que eso sólo se le curaría con un hombre que sería feliz [que se encontrara y al que pidiese su camisa]. Y el señor, pues fue andando. Y, en un pueblo, les había “tocao” la lotería a unos señores.
Dice:
-Pues esos tienen que ser felices, porque les ha “tocao” la lotería.
Pero fueron allí y...
-¡Qué vamos a ser felices! Tenemos un chico que ha salido mal en los estudios... ¡De ninguna manera!
Y fue ande un señor que iba con la azada a la finca, y dice:
- ¿“Usté” es feliz?
- ¡Qué voy a ser feliz! ¡Si tengo que trabajar con la azada! Y después viene, cuando porque hay seca, cuando porque hay una tormenta -dice- , ¡nada!
Ya fue al monte, y vio a un pastor que bailaba, y [le pregunta] :
- Oiga: ¿”Usté” es feliz?
Dice:
-Soy completamente feliz, vivo en la vida muy feliz.
-Bueno, pues entonces me tiene que vender la camisa.
- El caso es que no tengo camisa, así que no le puedo vender la camisa.
Y se murió aquel chico. Claro, [así quedó demostrado que] no había un hombre feliz.



La cabra montesina

María Luciana Gómez, de Cigüenza que tenía 46 años cuando fue entrevistada por Elías Rubio, en Quintana Martín Galíndez, en enero de 2002 contaba este relato de hadas con cruce con el cuento de “Las siete cabritillas”, al menos en el final:

“Había una vez una mamá que tenía dos hijos [que se llamaban Juanito y Pepito]. Un día, la mamá le dijo a Juanito:
-Juanito, vete al desván a por un tarro de miel para desayunar.
Y en el desván estaba la cabra montesina, que dijo:
- ¡Uuuuu! ¡Soy la cabra montesina, que corre por montes y valles y se come a los niños a pares!
Juanito no se lo creyó, y la cabra se lo comió. Pasó un rato largo, y la mamá de Juanito estaba muy nerviosa, porque no bajaba su hijo con la miel. Entonces le dijo al otro hijo:
-Pepito, sube al desván a por la miel, que tu hermano se lo estará comiendo todo. Sube Pepito, y la cabra le dice:
-¡Uuuuu! ¡Soy la cabra montesina, que corre por montes y valles y se come a los niños a pares!
El niño no se lo creyó, y la cabra se lo comió. Y dijo la mamá:
- ¡Estos chicos, mira que no bajan con la miel! Subiré yo, a ver lo que hacen.
Subió la mamá, y la cabra la dijo:
- ¡Uuuuu! ¡Soy la cabra montesina, que corre por montes y valles y se come a las mamás a pares!
La mamá se pensó que sus hijos la querían hacer una broma, y la cabra se la comió. Salió la cabra de casa. Y en la puerta de la casa había una hormiguita, [a quien la cabra dijo lo mismo]:
-¡Uuuuu! [Soy la cabra montesina, que corre por montes y valles y se come las hormigas a pares.
Y la hormiga la dijo:
-Yo soy la hormiga de mi hormigal, que, si te doy un picotazo, te hago rebailar.
La hormiga se saltó en el cuello de la cabra, y la cabra, del picotazo que le dio la hormiga, no podía parar, y se tiró al río, y con tanto peso que llevaba, se ahogó. La hormiguita le abrió la tripa, y salieron la mamá con sus dos hijitos, que se lo agradecieron mucho a la hormiguita. Y la decían:
-[De premio], la llevaremos un saco de trigo.
Y la hormiguita les dijo:
-No, no, eso no cabe en mi hormigal, ni muele tanto mi molino.
-Pues le daremos una latita de trigo.
y la hormiguita les dijo:
-No, no, eso no cabe en mi hormigal, ni muele tanto mi molino.
-Pues le daremos un granito de trigo.
-Eso sí, eso cabe en mi hormigal y muele mi molino.
Se hicieron muy amigos de la hormiguita, y la mamá con sus dos hijos se fueron a su casa, muy contentos.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.






Bibliografía:

 “Cuentos burgaleses de tradición oral (teoría, etnotextos y comparatismo)”. Elías Rubio Marcos, José Manuel Pedrosa y César Javier Palacios.
“Dos costumbres muy antiguas: el relinchido y la covada”. Jaime Valdivielso Arce.
Revista de Folklore. “Consideraciones antropológicas sobre el cuento de tradición oral (a propósito de algunos cuentos de costumbres castellanos). César Augusto Ayuso.




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