Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 6 de diciembre de 2020

Cuentos en Las Merindades para noches frías (I).



Cuentos. ¿Qué son? Diremos que son esos relatos orales en prosa que desarrollan concisamente un relato completo sin autor conocido. Pero, vamos, intuitivamente sabemos lo que es un cuento. ¿Verdad? La palabra “cuento” procede del verbo contar, derivado del latín computare (computar, numerar).

Recurriremos de nuevo, principalmente, a Elías Rubio Marcos para presentarles esta recopilación. Él se sorprendía de que a principios del siglo XXI, y en pequeñas aldeas de Castilla, hubiese sobrevivido un folclore burlesco de espíritu medieval y un repertorio de anécdotas procedentes del Renacimiento y en el Siglo de Oro. Nosotros también porque en esta era de Netflix y de ancianos que viven lejos de los nietos es imposible la transmisión oral de viejas historias.


Dicho esto, nos fijaremos en las características que suelen tener estos relatos:

  • El estilo oral: sencillez, naturalidad, coloquialismos y formulas ritualizadas.
  • La variabilidad: no hay una versión canónica y el cuento muta cada vez que se cuenta.
  • La ubicuidad: el mismo cuento está presente en diferentes culturas. Puede que hayan constituido objetos de intercambio cultural entre pueblos igual que los mitos, las leyendas, las canciones, las baladas, etc.
  • La inconcreción temporal y geográfica que los diferencian de los mitos y leyendas (localizados en un tiempo protohistórico o histórico, y en lugares relacionados o conocidos por la comunidad que los transmite).
  • El simbolismo: Los personajes encarnan valores morales, relaciones de parentesco, estamentos y tensiones sociales, animales... No tienen mucha profundidad.
  • Ser entretenidos: papel primordial de ocio y diversión dentro de la sociedad, especialmente entre la población infantil.
  • La función socializadora: el cuento suele contener una enseñanza moral o un mensaje de afirmación sociocultural.


Por otra parte, se ha intentado crear una clasificación entre los cuentos. El investigador norteamericano Stith Thompson fijó las siguientes en su libro “El cuento folclórico” de 1946:

  • Cuento de hadas: es el cuento extenso, complejo e integrador de una sucesión de motivos que se localizan en un mundo irreal y simbólico. Su protagonista superará una serie de pruebas con intervención de elementos mágicos que terminan felizmente.
  • Novella: tipo de cuento similar al anterior, pero localizado en un tiempo y en un lugar concretos, y con menos peripecias fabulosas. “Las Mil y Una Noches” o “Simbad el Marino” responderían a esta tipología.
  • Cuento heroico: El protagonista es un héroe mítico-cultural (tipo de Hércules o de Teseo).
  • El cuento de orígenes que explica el origen de pueblos o instituciones humanas o características físicas, morales o de conducta de las personas, de los animales, de las plantas o de los astros.
  • La fábula: cuento de animales que incluye una enseñanza moral explícita.
  • Cuento de animales.
  • El cuento humorístico, chiste o chascarrillo.
  • La leyenda:
  • El mito.


Por supuesto, el que un cuento no encaje en una de estas clasificaciones no lo excluye de ser uno de ellos. Y la inclusión en uno de los grupos no le excluiría de formar parte de otros. Además, en numerosos casos -en particular en las historias de sastres, de zapateros, de curas, de médicos, de borrachos, etc- estos relatos corresponden a un repertorio tradicional, antiguo y susceptible de encontrar correspondencias literarias.


Y, es que, como decimos, en los cuentos hay mucho más de lo que se ve a primera vista. Para ello marcharemos primero a Villamartín de Sotoscueva de la mano de Encarnación López con el cuento del pastor y marzo:

“Había un pastor que decía:
-Marzo, marzuco tras de mí floreció el saúco.
Y le contesta marzo:
-¡Calla, pastor malvado, que con tres días que me faltan y dos que me preste abril, mi hermano, te he de hacer andar con los carneros al hombro y los cencerros en la mano!”

Para nosotros, urbanitas que vemos el campo a través de las ventanas del monovolumen, es difícil discernir que hemos leído el enfrentamiento entre un pastor que se alegra de la llegada de la primavera y se burla del invernal marzo. El mes le responde con la amenaza de que todavía podrá matar de frío los rebaños porque el invierno no termina con la llegada de abril.

Este cuento tan simple ya existía en el siglo XVI como demuestra el libro de refranes de Pere Vallés (1549): “Alla vayas Febrero corto co[n] tus días venyte [sic] y ocho: que lleuaste lo d'ogaño: alla queda Março mi hermano que quando buelue de rabo: ni dexa pastor encamarrado: ni carnero encencerrado".

El cuento -refrán de El pastor y marzo ha sido ampliamente documentado en todo el mundo hispánico, francés, Suizo, Italiano, británico, árabe africano y asiático. Aunque algunas versiones tengan como protagonista a una vieja y no un pastor. Esta expansión nos lleva a pensar en la procedencia indoeuropea del miedo a que los últimos días de marzo y los primeros de abril que son peligrosos para los ganados, encerrados, subalimentados y agotados tras un largo invierno.


Es posible que este cuento pastoril de Villamartín de Sotoscueva sea, en realidad, una versión oral, abreviada, de un tópico mítico que enseña el modo en que los ciclos ecológicos regulan el tránsito de unas estaciones a otras y su impacto sobre las economías (ganaderas) campesinas.


Los tres gallos y el ladrón


Seguiremos en este pueblo de Villamartín de Sotoscueva para continuar escuchando a su vecina Encarnación López López que tenía 77 años cuando fue entrevistada. Este podría ser un típico cuento de animales, aunque podría ser humorístico.

“Un hombre tenía tres gallos. Y uno cantó:
- ¡Mi amo es un ladrón!
Dice:
-¡María, hay que matar al gallo!
Es que el amo salía por las noches a coger [robar] cosas. Mataron al gallo. Conque a otro día, cantó el otro gallo:
-¡[A] mi compañero, por decir la verdad, le han matado ya!
- ¡María, hay que matar al gallo!
Y le mataron. Después, fue el tercero y cantó:
-j El que quiera de este modo gozar, oír, ver y callar!
-¡María, éste “pa” casa, “pa” casa!”

La vieja burlada por los estudiantes

 “Era una vieja que era birrocha. Birrocha es que estaba soltera, que vivía sola. Y había unos estudiantes que necesitaban dinero y eso.
Dice:
-Vamos a casa de la señora beata (la llamaban la beata). Vamos a casa de la señora beata.
-Señora beata, mire, ¿no me dejará cinco duros, que luego, cuando me mande mi padre, se los devolvemos?
Dice:
-Sí, te los doy con la condición de que tal día a tal hora vayas a la iglesia y te metas en unas andas que hay allí, y te hagas el muerto.
-Bueno, pues si no es más que eso...
Conque fue el otro:
-Señora beata, ¿no me dejaría algo de dinero?
Que no sé qué, no sé cuántos. Dice:
-Sí, hijo, sí. Te lo doy a condición de que tal día a tal hora vayas a la iglesia y cojas unas velas y te pongas a alumbrar un muerto que hay allí.
-Bueno, pues si no es más que eso...
Fue otro:
-Señora beata, ¿no me deja algo de dinero?
Dice:
-Sí, hijo, sí, a condición de que tal día a tal hora vayas a la iglesia con unas cadenas arrastrando, y vayas diciendo: "Yo soy el diablo, que vengo a llevar al muerto y al que le está alumbrando".
Conque, bueno, dice:
-¡Esta tía bruja!
Todos “asustaos”. Conque fueron a su casa por la chimenea, y dice:
-Señora beata, mire, soy la Virgen, que vengo a llevarla en cuerpo y alma al cielo. Prepárelo todo, que la vamos a llevar en cuerpo y alma al cielo.
-Bueno, venga otro día, bien.
- ¡Y acuérdese de los estudiantes!
Conque viene otro día:
-Señora beata, mire, ya venimos a llevarla en cuerpo y alma al cielo. ¿Ya lo ha arreglado todo?
-Sí, ya lo tengo “arreglao”.
Tenía a su lado la sobrina, y [la] decía:
-Toma, sobrina, toma esto de tu tía, “pa” ti.
- ¿Pero “usté” está tonta? ¿Pero qué hace?
Nada, que me van a llevar en cuerpo y alma al cielo. Y le daba las cosas. Conque ya llegó el día y:
- Señora beata, baje, que la estamos esperando.
Conque ya bajó las escaleras. Fueron, la llevaron a una casa quemada que estaba llena de ortigas, y la dejaron allí y la dijeron:
-¡Éste es el cielo!
Después, ella viene [a casa] poco a poco, poco a poco, y [dice]:
-¡Ábreme la puerta, sobrina, que soy tu tía!
Dice:
- ¡Ay, tía, cómo se la han “dao” los estudiantes!
Dice:
- Pueda, pueda, pueda”.


Encarnación López López nos ha contado este chascarrillo y nos contará el siguiente cuento asociado a un grupo profesional: el de los zapateros.


El zapatero disfrazado de fantasma

“Había un zapatero que resulta que por la noche la gente cogía muchísimo miedo, porque nada más que anochecía, salía uno “tapao” con una sábana blanca y con unas cadenas arrastrando, un farol y una esquila. Y decía:
- ¡Mi papá! ¡Mi mamá! ¡Ahaaaaaaaaa!
Y recorría todo el pueblo. Y después se iba a meter al cementerio. La gente bajaba el “ganao” de día y se metía en casa, del miedo que tenían todos. Decían que era un alma en pena. Conque el señor cura llamó a todos los vecinos del pueblo, y les dijo que no hay almas en pena:
- Venid todos esta noche a mi casa - les dijo.
Todos fueron. Les dio una botella de aguardiente, tomaron unas cuantas copas y después, a la hora que iba a salir el hombre, dice:
-Vamos al portillo.
Había un portillo, una pared un poco caída “pa” entrar al cementerio .Y unos por aquí y otros por allá. Conque empezó el hombre:
-¡Mi papá, mi mamá! ¡Ahaaaaaaaa! ¡Rompompompom!
Con todas [las] cadenas arrastrando. Y aquello imponía. Fue a saltar el portillo, le echaron la mano, y resulta que era el zapatero del pueblo. Le dieron una paliza morrocotuda. Eso ha “pasao” en Villamartín [de Sotoscueva]; por lo menos, así lo decían”.


En este caso nos intentan dar una localización del relato. También vemos que es un ejemplo del clásico “burlador burlado” a través de un, unos, relatos satíricos que imagina de manera tópica, distorsionada, exagerada y, por supuesto, irreal e injusta, a diversos grupos sociales definidos por su identidad como pueblo (Ios gallegos, los gitanos), por su oficio (curas, sastres, zapateros, médicos) o por su nivel social.


La pasiega y el Guardia Civil

Encarnación también nos deja este chiste donde se mezclan dos grupos genéricos como son los pasiegos y la guardia civil:

“[Era] una pasiega que iba por una carretera con el cuévano. Y claro, se cansó, y se sentó en un sitio así, con el cuévano, y se le quedaron las faldas arriba. Conque un Guardia Civil, de una pareja que andaba por allí, la vio así, tan amañadita, que... ipumbai [Y dice la pasiega]:
- Oiga, señor guardia, esta vez que pase, pero otra vez, no se le ocurra ¿eh?”



Las edades de los animales y del hombre

Isabel Reigadas Pineda, de Angulo de Mena, que tenía 70 años en octubre de 2001 contaba esta historia menesa que podemos adscribir al grupo de los cuentos de Orígenes al explicar comportamientos sociales muy humanos:

“Dios creó primero al burro. Y le dijo:
-Te vaya conceder cincuenta años [de existencia]. Vas a pacer hierba, toda la vida vas a estar llevando cargas. Y tal.
Y le dijo el burro:
-¡Ay, Señor (entonces hablaban los animales), cincuenta años es mucho, quítame treinta!
Dice:
-Bueno, bueno, pues te quito treinta.
Luego creó al perro. Y le dijo:
- Bueno, vas a guardar todo lo que te manden, y tal. Y vas a comer los huesos que te den, y tal. Te vaya dar veinticinco años.
Y dice el perro:
-¡Huy, Señor, veinticinco años es mucho, quítame quince!
-Bueno, bueno, pues te quito quince.
Luego creó al mono, y le dice:
-Tú vas a estar saltando de árbol en árbol. Y vas a divertir, pues, a todos los animales y todos los demás de la creación, y tal. Y comerás los frutos del campo, y tal. Te doy veinte años.
-¡Huy, Señor, veinte años es mucho! Bueno, pues quítame diez. Y le quitó diez.
Luego, al final, creó al hombre, y le dijo:
-Te vaya dar veinte años.
y dice el hombre:
- ¡Dios mío, veinte años es muy poco -dice-, dame más, dame más!
Dice:
-No, veinte años es bastante.
-¡Por Dios, Señor, pues dame los treinta que le quitaste al burro, los quince que le quitaste al perro, y los diez que le quitaste al mono!
Dice:
- Bueno, bueno, pues te lo regalo, te lo regalo.
La cosa [es] que el hombre vive: veinte años siendo un hombre de los pies a la cabeza -¿no?- Se casa, y vive quince años siendo un burro de carga. Luego, los hijos se casan, y tal, y un perro guardián. Y luego, diez años saltando de casa en casa y haciendo tonterías para divertir a los nietos”.



Blancanieves y los siete enanitos

Encarnación tenía también su versión de Blancanieves, el clásico cuento de hadas que no tiene origen peninsular sino centro europeo y, además, se ha acotado geográficamente. Pero no es nuestro tema hoy:

“Era una [niña] que tenía madrastra. Era muy guapa, la hija era muy guapa, muy guapa, y la madrastra le tenía envidia y la mandó matar. Iban tres a matarla y la llevaron al bosque, y resulta de que les daba pena, y una la quería matar y otro no. Y la tenían que llevar el corazón a la madrastra. Le tenían que llevar el corazón. Y dice:
-¿Cómo hacemos para llevárselo? -Dice- vamos a matar un pájaro.
Total, que le perdonaron la vida. Y entonces, ya le llevaron el corazón (del pájaro o de algún bicho que habían “matao”), y la otra se quedó tranquila.
Conque resulta de que ella se quedó allí [en el bosque], y fue y vio una casita abierta y entró. Y había cositas muy pequeñitas, todo muy pequeñito, muy pequeñito. Entonces vio siete platitos muy chiquitines, y ella comió un poco de cada cosa, un poco de cada platito. Y se quedó dormida. Y vinieron los enanitos, y la vieron allí tan guapa...Y ya se despertó, y vivía con ellos.
Entonces, la otra [la madrastra] se miró al espejo y le dijo:
- Espejito mío, ¿quién es la más guapa del mundo?
Dice:
-¡Ay, es la Buena Moza -dice- , que está con los enanitos en el bosque.
y fue [la madrastra], y se vistió de pobre. Y fue y le dijo:
-Oye, niña: ¿no me darías un vaso de agua?
Dice:
-No, no se lo voy a dar de agua, se lo voy a dar de vino -dice-. Tenga, que aquí viven los enanitos. Y le dio el vaso de vino. Dice:
- Bueno, pues como me has dado eso, te voy a hacer un regalo: toma, que te comas esta manzana.


Dice:
-¡Que no, que no, que no!
Dice:
- ¡Que sí, que sí, come la manzana!
Comió la manzana, y se quedó como muerta. Entonces vinieron los enanitos [y dicen]:
-¡Ay! ¿Qué hacemos con ella?
Allí, todos llorando. Y fueron e hicieron una urna, y la subieron a un árbol, la pusieron en un árbol a la Buena Moza. Entonces, vino el rey de caza, con el hijo, y dice:
- ¡Huy, que ésa es una Virgen! ¡No hacerle daño, bajadla con cuidado!
Y la bajaron, y entonces abrieron. Y al darle un golpe a la caja, ella se volvió una chica muy guapa, muy guapa. Y entonces pues el príncipe le dijo que si se quería casar con él, y [ella] le dijo que sí, pero que tenía una persona muy mala, muy mala.
Y dice [el príncipe]:
-¿Quién es?
Dice:
-Mi madrastra.
Dice:
-¿Dónde vive?
Dice:
-En palacio.
Dice:
-Pues iremos a buscarla.
Fueron a buscarla, y mataron [a] la madrastra. Y vivieron felices y comieron perdices”.



El reparto de los huevos

Isabel Reigadas Pineda contaba a Elías Rubio este cuento de “guerra de sexos”:

“Era un matrimonio. Y tenían gallinas. Y siempre por las noches, “pa” cenar, no había más que tres huevos. Y el marido se comía dos huevos, y la mujer uno. Y un día, la mujer se plantó y dijo:
-Ay, guapo, nos casamos en la misma iglesia y a la misma hora. [Así que] una noche comes tú dos huevos y yo como uno, pero otra noche como yo dos huevos y tú comes uno.
Y dice el marido que nones, que si come “na” más un huevo, se muere.
-¡Pues muérete tú, si quieres!
Y se hizo el muerto. La cosa que la gente, claro, vinieron a velarle y tal, y le llevaban a enterrar. Y entonces, en los pueblos, se llevaban [los difuntos] a hombros, y de trecho en trecho ponían unas sillas y descansaban.
Y decía ella:
-¡Ay, dejádmele ver por última vez, dejádmele ver por última vez!
Y la gente se apartaba .Y ella se arrimaba, y dice:
-¡Este calamidad! ¡Si no se ha muerto, seguramente que se ha hecho el muerto!
Y [le] dice [en voz baja]:
-¿Te comes uno, o te comes dos?
Y decía él:
-Me como dos.
Dice [ella]:
-Que siga el entierro.
Y pasaban, y lo menos por dos o tres veces eso [se repetía la pregunta]. La cosa que dice la mujer, dice:
-Pero mira que es burro ¿eh?
La cosa que ya, pues le iban a meter ya al hoyo, y dice:
-¡Dejádmele ver por última vez!
Ella llorando y tal. La gente ya se apartó. Y entonces va y le dice [otra vez en voz baja]:
- ¿Te comes uno o te comes dos?
Y dice:
-¡Me como los dos!
Y dice:
- ¡Pues cómetelos, hijo, cómetelos! -Dice- ¡Éste, seguro que se deja enterrar!
La cosa que ya, claro, le habían metido ya [en la fosa]. Y al poco, dice:
-¡Sacadme, sacadme!
Salió él de la caja, y dice:
-¡Me como dos, me como dos!
jMe cagüen! Empezó a correr toda la gente...
Y dice:
-¡A mí no, a mí no, a mí no!”



Los gallegos tontos y los ladrones

“Eran tres gallegos... Bueno, no lo sé, yo digo gallegos porque allí, en mi pueblo, había uno, y le tomaban el pelo. Pero bueno, iban por un bosque y, ¡demonio! Era en aquellos tiempos [en] que los ladrones llevaban todo en monedas y en sacos. ¡Ay, madre de Dios! Vieron a lo lejos que vienen tres bandidos con unos sacos.
Dice:
-¿Qué hacemos?
Y se subieron a una encina, en un árbol grande. Y allí escondiditos estaban.
Dice:
-Que no nos vean.
Y da la mala casualidad que los ladrones se pararon en el mismo árbol. Extendieron una manta allí y tiraron todos los sacos allí, pues para hacer el reparto de las monedas. Y un gallego no se pudo contener, y dijo:
-¡Huy, si yo tuviera tanto oro!
[Y dice uno de los ladrones]:
-¡Cagüen la pena morena! Pero, ¿no has oído tú [algo] por ahí?
Dice:
-Sí, me ha parecido la voz de un hombre ¡Mira dónde demonios está!
Le echaron abajo y le cortaron el cuello.
Y dice uno:
-¡Jo, qué negra es la sangre gallega!
Y dice otro [de los gallegos]:
-¡No, no es negra, señor ladrón, no es negra, es que mi compañero había comido muchas moras!
Y dice:
-¡Otra vez que habla uno por ahí! Mira a ver dónde está -dice-. ¡Esta gente es tonta! ¿Quién les mandaba hablar?
Y dice el tercero:
-¡Por eso yo me estoy calladito en este escondrijo!”


Isabel Reigadas Pineda, de Angulo de Mena nos deja aquí una historia muy alejada de la Corrección Política al dejar a “los gallegos” como gente atolondrada –algo así como los “leperos” de hoy en día- sujetos de burla.


El ladrón convertido en burro

 “Era un pobre hombre que trabajaba con un burro. Se ganaba las alubias, se puede decir, trabajando con un burro. Y iba el hombre con el burro, así, abatido, venga a pensar, pensar... Pues iría echando cuentas, y diciendo:
-Pues ahora hago esto, ahora lo otro.
Y tal. Y ahora los estudiantes pues vaya, menos mal, pero antiguamente no tenían una gorda, y discurrían mucho, claro, porque, como decía mi madre, "discurren más los necesitados que los abogados".
Y bueno, agarra un estudiante y va despacio, despacio, y le quita el cabezal al señor. Echa el burro para atrás, y se le pone en la cabeza. Agarra, viene el otro, agarra el burro y se le lleva. Y el hombre estaba tan “ensimismao” en sus pensamientos, que iba: taca, taca, taca... Y, cuando ya había desaparecido el burro y habían “andao” un trecho, el otro tiró del ramal, y mira el hombre “p'allá” y dice:
- ¡Huy, Dios mío, pero si traía un burro! Y ahora resulta que... ¿Qué ha “pasao” aquí?
Dice:
-¡Por Dios, señor! -le dice el estudiante- ¡Por Dios, señor, tenga compasión de mí, tenga compasión de mí, que yo era mal estudiante, y como era tan mal estudiante, me convirtieron en burro, pero ahora ya me han “quitao” este castigo!
Y [le] dice el señor:
-Bueno, ¿y qué vaya hacer yo contigo? Con el burro me valía “pa” llevar esta carga, la otra y la otra... ¡Venga, venga! Marcha, marcha, marcha por ahí. ¿Qué voy a hacer yo con [sin] el burro?


La cosa es que luego el señor decía:
-Pues si no [me] queda más remedio que comprar otro burro... ¡Pobre de mí! y tal. La cosa que, bueno, ya, pues tardaría equis tiempo, no mucho, mucho, y fue a una feria, y vio a su burro y dijo:
-¡Madre, ya le han convertido a este tío otra vez en burro! - y dice-: ¡majo, quien no te conozca, que te compre, que yo bien sé que eres estudiante!”

Isabel Reigadas Pineda desarrolla en este cuento humorístico una historia que me lleva a “El asno de Oro” de Apuleyo con la transformación en burro de una persona a causa de sus fallas. El protagonista romano lo era por impiedad y el estudiante de Isabel lo es por vagancia.

El criado hambriento

“Era una familia de campesinos muy pobres que tenían muchos hijos. Esta familia se veía obligada a tener un criado para cuidar su ganado y ayudar en las labores del campo. Su criado era un mozo joven y hambriento, hijo de los pastores del lugar. Cuando comía la familia, dejaban una pequeña cantidad para su criado hambriento, que procuraba acompañarlo con abundante pan para satisfacer su gran apetito. Los amos, preocupados por esta voracidad, pensaron darle pan duro, y él, sin inmutarse, comió y comió, diciendo:
-¡A pan duro, diente agudo! Y yo los tengo muy buenos.
Entonces acordaron darle pan a medio cocer, pero él manifestó que así le gustaba mucho:
-¡Pan a medio cocer, doblar y meter! Muy, muy bueno.
Decidieron darle el pan en masa, y el muchacho, muy alegre, dijo:
-¡Pan en masa, en media hora pasa! ¡Buenísimo!
Después de las experiencias, optaron por darle pan en su punto, y no pensar en nuevos métodos. Y colorín colorado”.


Isabel Reigadas Pineda en Villasana de Mena contó esta versión leída y la siguiente con escasos días de diferencia mostrando una de las características de los cuentos: la variabilidad.

“Antes había mucha pobreza en los pueblos. Y había uno que tenía un “criao” que comía pan. Y le dice la mujer al marido:
-Nos va a arruinar, ¿eh?
Y dice:
-¿Sabes lo que vamos a hacer? Vamos a poner pan duro, duro, duro, duro.
Y cogía el “criao”, y decía:
- ¡A pan duro, diente agudo!
Y comía lo mismo que antes. Y dicen:
- ¿Sabes lo que vamos a hacer? Vamos a ponerlo a medio cocer.
Y decía el “criao”:
- ¡El pan a medio cocer, doblar y meter!
Y dice:
-Bueno, ¡pero si es que con este hombre no podemos hacer carrera! Vamos a ponerlo en masa, porque en masa, ¿quién lo come?
Y decía el “criao”:
- ¡El pan en masa, a la media vuelta se pasa!
Y entonces quedaron ya en..., dice, mira:
- Vamos a ponerlo como Dios manda, porque lo estamos pasando nosotros también mal, y de una forma u otra éste nos arruina”.



El criado perezoso

Isabel Reigadas Pineda también contó este otro cuento de criados:

“Un matrimonio cogieron a un “criao”. Era un mocete ya, y le contrataron por un año. Y, al de poco, fue la familia a verle - los padres-. Y dice:
- ¿Qué tal? ¿Estás contento?
- ¡Ay, qué va! No estoy nada contento, no estoy nada contento. Menos mal que cortas son las horas malas.
Y empezó a echar cuentas:
-Onces meses, tres semanas, y lo que queda de aquí al domingo...
¡Y era el lunes!”

Como vemos, en el imaginario popular, los criados tenían imagen de vagos e indolentes. Aunque subsiste un retazo de ingenio y sabiduría popular.



El hermano asesinado y el árbol que habla.

En agosto de 2001 se recogía este relato de Cuento de Hadas, aunque sean hadas religiosas, gracias a Aurora Fernández –no todo iba a ser Isabel Reigadas-, de Villasana de Mena, que tenía 70 años:

“En un país muy lejano gobernaban unos reyes muy felices. El rey era muy valiente, y la reina muy buena y muy guapa. Todos les querían. Tenían dos hijos muy juguetones. Un día, los niños se fueron a jugar al bosque. Allí encontraron a un anciano que parecía muy enfermo. Tenía un vaso en la mano y les pedía un poco de agua del manantial que había cerca. El hermano mayor miró con desprecio sus harapos y dio media vuelta. El pequeño le miró con cariño, tomó el vaso, lo llenó de agua fresquita y lo acercó a los labios del viejecito. El viejo bebió y dio las gracias:
-Soy San Pedro, y he querido poner a prueba vuestros sentimientos. Vaya premiar tu caridad.
A continuación, le entregó tres bolitas de oro que le iban a proporcionar felicidad, y el anciano desapareció. De regreso a palacio, contó a su hermano lo sucedido, y éste le exigió las bolas de oro, alegando que él era el mayor. El pequeño dijo que no podía dárselas, que eran un premio a su buena obra. Su hermano se enfadó, y, lleno de envidia, mató al pequeño, enterrándolo a la orilla del camino. Cuando llegó adonde sus padres, comenzó a llorar, diciendo que a su hermano lo había comido un oso. Salieron todos a buscar el oso, pero no encontraban nada. Pasó el invierno. Los reyes seguían muy tristes. Al comenzar la primavera, cuando el campo se llena de flores, el rey salió a dar un paseo, y al pasar por el camino junto al que estaba su hijo enterrado, descubrió un precioso rosal cuajado de rosas. Se acercó a olerlas y, al hacerlo, oyó una vocecita que cantaba:


-Padre mío, huéleme bien, que mi hermano el mayor me mató, por las tres bolitas de oro que el bendito San Pedro me dio.
El rey se sobrecogió. Corrió a palacio y rogó a su esposa que le acompañara, a ver el nuevo rosal que había en la orilla del camino. Llegó la reina muy temblorosa, besó una rosa, y oyó la vocecita cantando:
-Madre mía, bésame bien, que mi hermano el mayor me mató, por las tres bolitas de oro que el bendito San Pedro me dio.
Los reyes volvieron al palacio, y pidieron a su hijo que fuese a tocar el rosal. Llegó el príncipe, muy asustado, y tocó el rosal con mucho temor. [Y] nuevamente la voz:
-Hermano mío, tócame bien, que tú fuiste el que me mataste, por las tres bolitas de oro que yo no podía darte.
Arrepentido, se echó a llorar, contó lo sucedido y, arrancando el rosal entre los tres, salió su hermanito, a quien todos besaron y abrazaron. Todos vivieron muchos, muchos años felices. Y colorín, colorado...”



La sopa de piedras

La septuagenaria Aurora Fernández no solo contó el relato de maldad entre hermanos, un claro reflejo de la lucha entre Caín y Abel, sino que contó más cuentos como este de corte burlesco donde el hambre agudizaba el ingenio. Recurre a otro arquetipo: el soldado.

“Éste era un soldado que regresaba de la guerra. Al dirigirse hacia su casa, cansado, mojado y hambriento, le sorprendió la noche al pasar por una aldea. Llamó a una casa, y la mujer que abrió la puerta le mandó pasar, advirtiéndole que eran pobres y que de comer no podían darle. Al soldado no le importó. Dijo que necesitaba secar su ropa, calentarse y dormir. Y delante del fuego, indicó a la mujer que su abuela hacía una sabrosa sopa de piedras. La señora se interesó, y él la pidió que pusiera al fuego un puchero con agua y un poco de sal.
Al pie de las goteras frente a la casa eligió unos guijarros redondeados y limpios. Echados en el agua, pronto comenzó a hervir.
-Quizá tenga usted media zanahoria, una hoja de col, un tomatito, medio pimiento u otra cosa de la huerta, cualquier cosilla -dijo.
Las pocas verduras que halló la señora acompañaron a las piedras, junto con un ajo picadito y un trozo de cebolla.
El soldadito no cesaba de contar "batallas" interesantes...
-¿Tendrá un currusco de pan duro por ahí? - Preguntó- es por suavizar un poco.
La señora buscó un mendrugo, que también fue a parar al puchero. Entre historia e historia, solicitó una corteza de tocino o una esquina de pernil, aunque estuviese rancia.
Con su labia consiguió una suculenta sopa, que se apresuró a cenar. Como la mujer viese que apartaba las piedras, le preguntó el motivo de cocerlas en la sopa, a lo que el soldado contestó muy tranquilo:
-¿Las piedras? Sólo eran para dar gusto”.



No quiero dormirles con más cuentos ¡que todos sabemos que es un efecto secundario de los mismos! Por ello, continuaremos en la próxima entrada.

Bibliografía:

“Cuentos burgaleses de tradición oral (teoría, etnotextos y comparatismo)”. Elías Rubio Marcos, José Manuel Pedrosa y César Javier Palacios.





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