Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 4 de abril de 2021

Urraca I de león: Reina peleona, acosada, humillada y con un nombrecito...

 
Cerrábamos la anterior visita a la historia de Castilla con la asunción de la Corona leonesa por Urraca. Una mujer viuda. Viuda. Sin hombre. Y con su emparejamiento con el rey de Aragón, Alfonso I conocido por el sobrenombre de “El batallador”. Urraca era la primogénita de Alfonso VI y había nacido hacia 1080. En la anterior entrada sobre este tema les referíamos toda la política y tensión que contenía el tema. Y reventó la pústula por Galicia…

Imagen del Tebeo "Urraca de Castilla" de 1964 
trufado de catolicismo y, acéptenme la palabra, castillicismo.
 
…fastidiando la idílica imagen de unidad –en ese 1110- de casi todos los territorios cristianos peninsulares bajo el cetro de Alfonso I de Aragón y Urraca I de león. Sólo quedan fuera los condados catalanes, pero incluso ellos están vinculados a la corte leonesa por lazos de parentesco. Entonces, ¿Qué estaba pasando en Galicia? Que el conde de Traba y sus partidarios se oponían al matrimonio de Urraca y Alfonso. Argüían defender los derechos del pequeño Alfonso Raimúndez, el hijo de ella en su anterior matrimonio con Raimundo de Borgoña.
 
El conde de Traba, Pedro Froilaz, disponía de grandes posesiones en la actual provincia de La Coruña. Era cercano a Urraca y Raimundo de Borgoña. Llegaba, incluso, a firmar en nombre de Raimundo y Urraca y era el ayo de Alfonso Raimúndez. Muerto Raimundo, Pedro Froilaz se convirtió en el hombre más poderoso de Galicia. Y, cuando Urraca se casó de nuevo, Pedro proclamó a Alfonso, de cinco años, como rey de Galicia. Le secundarán bastantes nobles gallegos que buscarán defender sus intereses frente a leoneses, castellanos, aragoneses y navarros de la corte.
 
Como en las aventuras políticas contemporáneas, el conde de Traba buscó aliados de relumbrón y tanteó al obispo de Santiago de Compostela Diego Gelmírez. Este, zorro viejo, no se significó a pesar de rechazar la boda de Urraca. Y, deben saber que tenía devoción personal y legal por la reina. Reina también de Galicia, entendemos. Además se opusieron a esta coronación los nobles pequeños que no se fiaban un pelo del poder que acumularían los grandes terratenientes gallegos con un rey menor de edad. ¿Resultado? Crearon una hermandad para defender los derechos de doña Urraca. Los de ellos, vamos.

Alfonso I, el Batallador.
 
Urraca y el Batallador acudieron a Galicia con sus ejércitos y aplastaron a los rebeldes en Monterroso. A Alfonso el Batallador se le fue la mano en la represión. Estaba irritado por haberle desviado de su objetivo: guerrear contra el moro. Esta represión marcó un primer conflicto con Urraca. Para más inri los almorávides se habían cobrado la taifa de Zaragoza.
 
¿Suficiente para el batallador? No. Acomódense:
 
  • Tenemos la eventual nulidad del matrimonio entre Urraca y Alfonso el Batallador por parentesco pero en grado lejano que, bien manejado por sus enemigos, podía conseguirse. El arzobispo de Toledo, Bernardo de Sauvetat, acude a ver a la reina Urraca y le informa de que el Papa Pascual II se propone excomulgarlos. ¿Por qué había promovido Bernardo la declaración de nulidad? Por politiquería borgoñona (Clero con mucho poder secular frente a la idea del nuevo rey de sembrar el reino de villas con fueros, derechos y franquicias). Las villas pagaban al rey y no a los señores eclesiásticos borgoñones.
  • Revuelta de nobles de León y Castilla porque Alfonso ha querido reconstruir la estructura política y militar del reino colocando muchos aragoneses y navarros y orillando a Urraca.
  • Urraca no está embarazada. ¿Qué tiene Alfonso entre las piernas? Sin hijos no hay unificación de los reinos. Complementa este factor un terrible ataque de cuernos del rey porque ella, al parecer, frecuenta alguno de sus viejos amigos, o al menos eso dicen las malas lenguas.
  • Urraca y Alfonso no entienden de “juego político”. Para eliminar suspicacias en sus respectivas cortes, Alfonso fue a Toledo a gobernar el Reino de León como si fuera suyo y Urraca marchaba a Huesca para lo mismo. Teóricamente bueno pero Urraca metió la pata ese año 1110 en Olite al liberar a unos rehenes moros. Alfonso el Batallador, cuando se enteró y montó en cólera. ¿Pero no se habían intercambiado los reinos? Parece que solo Urraca. Alfonso la apresó y golpeó. ¡Hombre! Así no se trata a una dama…
 
Tras cuatro días sus nobles (Pedro Ansúrez, Gómez González Salvadórez y Pedro González de Lara) la deslizaron desde lo alto de una torre dentro de un cesto y escaparon a Burgos. Allí se enfrentaron tropas de León y de Aragón. En Galicia sigue la violencia entre la pequeña nobleza, partidaria de Alfonso y Urraca, y los magnates de Pedro Froilaz. Éste, que ha visto que necesita aliados, ha buscado -y encontrado- el apoyo de los condes de Portugal, Enrique de Borgoña y Teresa, la hermanastra de Urraca. Al mismo tiempo, en León y en Castilla los partidarios de Alfonso el Batallador han empezado a hacerse notar: son los caballeros llamados “pardos”, es decir, la pequeña nobleza de las ciudades y también los burgueses, que aprecian la costumbre de Alfonso de dotar a las villas de fueros y franquicias, con la consiguiente reducción del poder de los grandes señores.


El Batallador exige que sean depuestos algunos de sus opositores más notorios: el abad de Sahagún, llamado Domingo, y el arzobispo de Toledo, Bernardo de Sauvetat. Urraca reaccionará con furia. Cuando el rey llega a Sahagún, sus opositores organizan una algarada contra él. Alfonso, les amenaza: cortará “los colgajos de varón a los hombres y las tetas a las mujeres” y se lo enviará todo a Urraca. Además saquea el monasterio de la ciudad. ¡Esto es la guerra! Urraca moviliza a su desavenida gente, incluido el señor de Vizcaya, Diego López de Haro, ganado para su causa a cambio de importantes privilegios. La lealtad, ayer como hoy, hay que pagarla aunque no sepas cuánto durará.
 
Subrayo lo de desavenida porque será en Candespina donde caiga el antiguo amante de la reina, Gómez González Salvadórez, conde de La Bureba. Fue porque se quitó de en medio Pedro González de Lara que comandaba la vanguardia. Alfonso, por su parte, obtuvo la ayuda de los portugueses. Urraca estaba en Burgos cuando recibió el cadáver de su amante. La reina mandó encerrar a Pedro González de Lara. Sencillo y directo, pero el caballero logrará salir a flote. Lo verán más abajo.
 
Y, tras la derrota tocó reconciliación. ¡Qué remedio! Pero, suponemos solo reconciliación política. Y ya que estamos en la política debemos recordar a Froilaz, el gallego que cuidaba a Alfonso Raimúndez. Dado el nivel de embrollo agravado por la nulidad matrimonial dictada por la Santa Sede todo era posible. Así, nos encontramos a la pequeña nobleza gallega –los hermandiños- sitiando al pequeño Alfonso Raimúndez y a la condesa de Traba en el castillo del propio Froilaz, en Santa María de Castrelo. ¿Cómo solucionarlo? Mediante un intermediario que será el obispo Gelmírez que acudió a Castrelo. Se entrevistó con la condesa y el infante y arregló la capitulación. Claro que los sitiadores decidieron saquear el campamento del obispo y, a partir de ahí, Gelmírez vio claro que la solución viable era proclamar al pequeño Alfonso Raimúndez como rey de Galicia. ¡Toma! ¿Para constituir un reino independiente, como habría deseado el de Traba? No, al revés: para regenerar el Reino de León proponiendo una alternativa institucional al caos político del matrimonio de Urraca y el Batallador.

Miniatura con Diego Gelmírez
 
Lo que hizo Gelmírez fue poner sobre la mesa una carta ganadora: un nuevo candidato al trono de León que aunase a las facciones del reino. Tras un secuestro del niño rey por los hermandiños Gelmírez y el conde de Traba acordaron la coronación de Alfonsito. Enviaron un mensaje a la reina solicitándole su consentimiento. Ahora bien, ¿en qué pensaba la reina? Tendremos que esperar a que resuelva el sitio contra su marido en Peñafiel (Esta pareja seguía con esa relación “amor-odio”). También esperó respuesta su cuñado Enrique de Portugal que, jugando cartas con todos los contendientes, le ofrecía una alianza a Urraca.
 
Para Urraca era más importante reconciliarse con el Batallador porque era el rey (su marido), él estaría en deuda con ella y, además, poseía más fuerzas que Enrique quién, por cierto, tenía una relación complicada con la verdad y la palabra dada –como algunos gobernantes españoles de hoy-. Si Urraca hubiera pedido ayuda al de Portugal estaría en deuda con él y sabía que la pasaría al cobro. Pero había que hacer creer al conde portugués que tenía expectativas. Y para eso la comunicación con Alfonso debía ser secreta.
 
Ese pacto político frenaría la ambición de los portugueses y obligaría al batallador a aceptar que los señores de las principales plazas y los castillos más importantes de Castilla y León fueran castellanos y leoneses. Para dejar intacto su orgullo podría nombrarlos él pero a propuesta de la reina. Triunfo de la reina.


¿Se enteraron los portugueses? No. Incluso la propia Teresa a punto estuvo de caer presa en Sahagún. Los condes de Portugal reaccionaron pasando a la ofensiva: mandaron tropas contra los reyes, que estaban en Carrión, y los cercaron. Pero hacía falta mucho ejército para derrotar a Alfonso y Urraca. Pocos días después llegaron refuerzos castellanos y los portugueses se replegaron.
 
¡Genial! Pero… poco tardaron en volver a pelearse. ¿Por qué esta vez? Porque no se aguantaban, por los hombres al frente de las villas y diócesis y porque Urraca debía conciliar tres objetivos: los intereses de su hijo Alfonso Raimúndez, sus propios intereses como reina de León y Castilla y ser esposa del Batallador. Visto lo visto, el 17 de septiembre de 1111, Diego Gelmírez, arzobispo de Santiago de Compostela, coronó al pequeño Alfonso Raimúndez, de seis años de edad, como rey de Galicia… con consentimiento de Urraca.
 
¿Malo? ¿Bueno? Por un lado Pedro Froilaz se convierte en el hombre fuerte de Galicia, pero Gelmírez ha colocado un heredero de la corona de León ¡con título de rey! Lo que encabrona al otro Alfonso. Y a sus partidarios urbanos. Y estalla una guerra civil e ideológica entre un mundo burgués y de villas frente al de grandes señoríos. Aplastados los focos gallegos el partido de Raimúndez marcha hacia León para proclamar al pequeño hijo de Urraca rey de León y Castilla. ¿Lo lograron? ¡Ni por asomo! Los derrotó el aragonés en Viadangos, entre Astorga y León. Gelmírez y el niño escaparon y Pedro Froilaz cayó preso. Alfonso Raimúndez huye a Monzón de Campos y Urraca atacó a su esposo. Alfonso, el Batallador, presiona en las villas del Camino de Santiago, incluso con ataques armados; ocupa guarniciones en La Rioja y La Bureba y además remplaza a los abades de varios monasterios: a su hermano Ramiro, por ejemplo -Ramiro el Monje-, le hace abad de Sahagún. Urraca marcha a Galicia y gana adeptos. Incluso une a las facciones enfrentadas y obtiene el apoyo masivo de los nobles castellanos.
 
En la Pascua de 1112, Urraca, que ya se ha hecho con el liderazgo indiscutido de toda la nobleza leonesa, castellana y gallega, forma un ejército contra su marido; se le suma Enrique de Portugal con una tropa de refuerzo. Marchan a Astorga que era donde estaba Alfonso sitiando la ciudad. Enrique de Portugal moriría de sus heridas de esta refriega. Un “daño colateral” a favor de Urraca. Alfonso se retirar y se hace fuerte en Carrión. Mientras, la pequeña nobleza se levanta en Galicia a favor de Alfonso el Batallador. ¿Casualidad? No suelen ocurrir pero…

Urraca de Castilla según "Mugeres célebres de España"
 
Y, sorprendentemente, las cosas dan un giro al aparecer en el campamento de Urraca el legado del papa, Hermengaud, abad de La Chiusa. Viene para separar al matrimonio y para declarar una tregua porque el Papa ha convocado concilio y los obispos españoles tienen que acudir a Roma. El Batallador se retira de Carrión. Urraca entra en la ciudad. El legado Hermengaud marcha a Santiago para entrevistarse con Gelmírez y deshacer el matrimonio regio a cualquier precio. La reina decide convocar una junta de “hombres buenos” -burgueses de la villa y nobles de su confianza-, que le aconsejan… ¿¡Reconciliarse!? Lógico: los burgueses, en general, estaban con el Batallador, que les ofrecía franquicias y libertades muy apetitosas. Fue la cuarta reconciliación ese verano de 1112… que para Navidad ya estaba rota.
 
Sobre el paisaje de guerra “regia” que enfrenta a los nobles de León y Castilla contra los de Aragón y Navarra, se añade el conflicto social -burgueses partidarios de Alfonso contra magnates partidarios de Urraca-, más los problemas internos gallegos -grandes nobles contra la pequeña nobleza-, más las disputas puramente locales que, ahora, al calor del caos general, vuelven a aflorar con fuerza. Y a eso hay que sumar las esporádicas acometidas de los musulmanes, que aquí y allá, en las zonas fronterizas, exploran el terreno con expediciones de saqueo.
 
Alfonso se apresura a poner guarniciones aragonesas en plazas castellanas, y especialmente en las de la Extremadura, es decir, la frontera que lleva desde Toledo hasta Salamanca. Urraca, por su parte, se siente acosada y pide auxilio al obispo de Santiago, Gelmírez. Urraca firma como Totius Hispaniac Regina, o sea, reina de toda España.Y Alfonso el Batallador, conforme a la tradición leonesa, exhibirá el título imperial: Alfonsus Gratia Dei Imperator Leone et Rex Totius Hispaniac. La propia Urraca le reconocerá este título mientras sean marido y mujer, y al margen de que se hallen en guerra o estén reconciliados.

 
¿Qué pasó para esa nueva pelea? Veamos, Urraca marchó a Aragón mientras Alfonso seguía poniendo guarniciones en el Reino de Toledo, que ya controlaba casi completamente. En un determinado momento Alfonso trató de encerrar a Urraca. Esta, aterrada, escribe una carta al obispo Gelmírez y le pide ayuda. El obispo de Santiago y Pedro Froilaz, organizan un ejército que marcha sobre Burgos ese verano de 1113. Toman la ciudad y expulsan a la guarnición aragonesa. Llegan dos mensajes: una carta del Santo Padre que pide a los obispos españoles que trabajen por la paz en el reino –es decir por separar a Urraca y Alfonso- y otro de Alfonso el Batallador pidiendo una nueva reconciliación. Gelmírez se opuso por tres razones:
 
  • Era un hecho que el matrimonio estaba causando perjuicios sin cuento al reino.
  • Era un hecho que el matrimonio había sido declarado nulo por Roma.
  • Era un hecho que Urraca vivía “en pecado” con Pedro González de Lara, aquel que dejó solo a Gómez González Salvadórez en Candespina para que fuese asesinado.
 
Urraca, que parece que le gustaba la “caña”, volvió con Alfonso. ¿Influencia de los burgueses? No sé. Lo cierto es que Gelmírez sufrió un atentado en Carrión. A su vez, Teresa de Portugal, ya viuda, manda mensajes a Alfonso el Batallador y le persuade de que Urraca intenta envenenarle. Simultáneamente, la irregular situación de la reina, casada con uno -Alfonso-, pero liada con otro -Pedro González-, vuela ya en todas las bocas.


 
La Iglesia interviene y en octubre de 1113 el concilio de Palencia busca una vía de arreglo. Nada. El concilio de León, octubre de 1114, determina que los cónyuges se separaran bajo pena de excomunión. ¡Por fin! Alfonso repudió a Urraca bajo el argumento de consanguinidad. Alfonso formó una comitiva y se dirigió a Soria donde entregó a Urraca a sus súbditos con una lapidaria explicación: “No quiero vivir con ella en pecado”. Así los reinos volvieron a separarse.
 
¿Qué pasaba con los castellanos o leoneses que habían tomado partido por Alfonso el Batallador? ¿Y con el Portugal de su hermanastra que actuaba como un reino independiente? ¿Y Castilla? Jurídicamente el Reino de Castilla quedaba vinculado al Reino de León y, por tanto, bajo mando de Urraca. Pero también Alfonso estaba interesado en retener Castilla porque se había encargado de colocar guarniciones en la cabecera del Tajo y porque a Castilla le correspondían las parias de Zaragoza y, por tanto, el derecho de conquistarla.
 
Desde su forzada separación, en 1114, la situación de Urraca como reina había empeorado. ¿Qué estaba pasando? Que nadie le hacía caso. Ni en Galicia, donde el obispo Gelmírez y el conde de Traba gobernaban a su aire, ni en el Portugal de Teresa, ni en parte de Castilla, donde quien gobernaba de verdad era Alfonso I de Aragón y Navarra, ni en su corte porque una parte importante de los nobles había apostado decididamente por coronar a su hijo, Alfonso Raimúndez de 10 años, que ya era rey de Galicia... Numerosas ciudades y villas se encontraban en estado de abierta rebeldía… En la frontera de Toledo, donde la guerra contra los almorávides seguía viva, se sucedían las operaciones militares pero los señores movían sus huestes en nombre del pequeño Alfonso.
 
¿Qué hará Urraca? Buscará mantener sus derechos sin menoscabar los de su hijo. ¿Y cómo hacer eso? Lo primero acercarse al anciano obispo Diego Gelmírez. Fue a principios de 1115. Por alguna razón los hermandiños de la pequeña nobleza trataron de secuestrar al obispo Gelmírez que escapó por los pelos, pero achacaron el intento de secuestro a la reina Urraca. No la creyeron cuando lo negó y se fue con las manos vacías. Tocaba replanteamiento: dejó al pequeño Alfonso en la fiel Segovia; reunió a sus tropas y marchó a Sahagún que pacificó y donde colocó un abad de su confianza: Domingo. Eso arrinconaba a los aragoneses de su ex marido en Carrión.

 

Con estas bazas retornó a Galicia con su ejército para recuperar la autoridad perdida. Ante este ejército Gelmírez y el conde deciden pactar con la reina para enfrentarse al populacho. Es el pacto de Sahagún. Pero una facción de burgueses y clérigos se encerró en la iglesia de Santiago y atacaron a los parlamentarios regios enviados. A partir de ahí, se extendió por la ciudad la especie de que las tropas del obispo y las de la reina estaban atacando a los compostelanos. En pocas horas estalla una auténtica guerra urbana. Una multitud entra en la iglesia de Santiago y se declara un incendio.
 
La reina y el obispo, con su séquito, huyen primero al Palacio Episcopal y después a la Torre de las Campanas. Todo alrededor es violencia y saqueo. La turbamulta resuelve entonces incendiar la torre para asar vivos a la reina, al obispo y a los caballeros que defienden a ambos. La muchedumbre grita que salga la reina y le garantizan su seguridad porque al que tienen ganas es al obispo. Ella sale. La turba le ataca. La cogieron y la echaron en tierra en un lodazal y desgarraron sus vestidos. Humillada, desnuda y en riesgo de ser lapidada. En serio: una vieja la hirió gravemente con una piedra en la mejilla perdiendo varias muelas. Gelmírez, ladinamente, supo escabullirse cuando peor estaban las cosas.
 
Cuando la reina pudo escapar fue visitada por una embajada de los ciudadanos compostelanos, que se ofrecieron a defenderla. ¡¡¿¿De quién?!! Urraca fingió aceptar el acuerdo con los rebeldes y huyó de Santiago hacia su ejército. Las tropas de la reina sitiaron Santiago de Compostela. Los compostelanos, viendo la que se les venía encima, mandaron emisarios a la reina implorando su perdón. Al final, todo quedó en un multazo de 1.100 marcos de plata, la entrega de cincuenta jóvenes de las familias más acomodadas a modo de rehenes y cien vecinos desterrados como pena por haber promovido los alborotos. Por supuesto, la “hermandad” de los rebeldes compostelanos, en la que había un número importante de clérigos, quedó disuelta. Y Gelmírez, como Urraca, recuperó todas sus posesiones.
 
Pero Urraca sabía que el verdadero vencedor era su hijo y quienes le apoyaban Se nota en que paró los pies al arzobispo de Braga, Mauricio, en beneficio del compostelano, Gelmírez, cuyo apoyo necesitaba. Así neutralizaba la expansión de la condesa de Portugal, Teresa. Luego convocó curia regia en Astorga y convirtió a su hijo Alfonso en rey asociado, con lo cual neutralizaba a quienes pretendían levantar bandera por el hijo contra la madre, pero reconocía ya a Alfonso a un paso del trono. Pocos meses después pactaba formalmente con los partidarios de su hijo y reconocía la legitimidad del infante para sucederla en la corona.

Moneda de Urraca I
 
Urraca, que convivía con el conde Pedro González de Lara y del que tendría dos hijos -Elvira y Fernando- tenía problemas con todo el mundo incluido su hijo Alfonso de once años en ese 1116 del despelote santiagueño. ¿No se han preguntado cómo el reino no se ha desmoronado o ha sido invadido por alguno de sus múltiples enemigos? Porque hay Estado, por decirlo así. Los grandes señores en unos lugares, los concejos en otros, aseguran la continuidad del orden. Y por eso, los caballeros de la frontera en el Tajo pueden enfrentarse a las expediciones almorávides por su propia cuenta, sin intervención del poder real. Sencillamente, el reino ya va solo.
 
En 1117 murió el conde Pedro Ansúrez, último caballero de Alfonso VI, lo que permitirá a Pedro González de Lara, el amante de la reina Urraca, ser el nuevo hombre fuerte del reino. Esto hará que el peso de la facción castellana sea mayor que la molesta gallega. Para completar el cuadro, Teresa de Portugal sigue intentando ampliar sus dominios –su actuación es algo parecido a las CC.AA. nacionalistas- y los almorávides atacan Coímbra. ¡Genial! Bueno, genial para Urraca que aprovecha para reafirmarse en la zona. Entra en Zamora como reina y señora de la ciudad dando un aviso a los nobles gallegos.
 
En 1118 Urraca está en Toledo, donde Alfonso es coronado. Será Alfonso VII. Y el interés de la reina desde este instante será seguir siendo reina a pesar de su hijo. Gelmírez cada vez presiona más para subrayar el papel del pequeño Alfonso VII porque sabe que es la única manera de conciliar todos los intereses del reino, y también porque la garantía de ese equilibrio es precisamente él, Gelmírez.


 
Como si fuesen políticos españoles de este 2021, para mantenerse en el poder –o cerca del mismo- Urraca se dedicará a estimula las rencillas internas entre los gallegos, atacar a Gelmírez y, ¡pásmense! Se acercará a su ex marido, Alfonso el Batallador, con el objetivo de acentuar su presencia en tierras de Segovia y Burgos.
 
La portuguesa Teresa, en esta tesitura, pactará con los grandes nobles gallegos –el conde de Traba- e invadirá Galicia. Urraca envía a sus tropas, cruza el Miño y sitia a Teresa en el castillo de Lanhoso. De aquel conflicto nació un acuerdo: Teresa reconoció a Urraca como soberana. Urraca reconoció a Teresa el condado de Portugal. Problema cerrado... de momento.
 
A Urraca no le importaba tanto la cuestión portuguesa como sujetar a los magnates gallegos. ¿Por qué? Porque eran los apoyos de su hijo Alfonso VII. Todas estas luchas o el agotamiento de los contendientes desembocará en un acuerdo donde Urraca se reserva la plena soberanía sobre León y Castilla; el dominio de hecho sobre Galicia corresponde a Gelmírez; a Teresa se le reconocen sus posesiones portucalenses; y el heredero, Alfonso Raimúndez, manda ya en el viejo Reino de Toledo y en la Extremadura, es decir, en toda la frontera sur.
 
El problema que se le plantea ahora a la corona leonesa es la expansión castellana de Alfonso I, rey de Aragón y Navarra. Después de la victoria frente a los almorávides de Cutanda, Alfonso ve muy fortalecidas sus posiciones en La Rioja, Soria y el camino hacia el Tajo por Guadalajara. Y, como además es titular de la corona navarra, le corresponde el dominio sobre extensas zonas de Burgos y Álava que se proyectan peligrosamente hacia el núcleo de poder castellano, para inquietud de Urraca y, sobre todo, de su hijo, Alfonso Raimúndez. Estos deben marcar una frontera estable con Aragón lo más al este posible. El Batallador tiene en ese momento un problema: Lérida. Los leoneses aprovecharán este momento y se meterán en un círculo de asedios y demostraciones de fuerza, pero no de guerra. El 20 de abril de 1124, un concilio presidido por el obispo Gelmírez declara en España la paz y tregua de Dios, que ante todo significa que los reinos cristianos no pelearán entre sí. Apenas un mes más tarde Alfonso Raimúndez, es armado caballero. Tiene dieciocho años. El rey de Aragón y Navarra conserva importantes plazas occidentales: Castrojeriz, Carrión, buena parte de La Rioja, también Soria...
 
La reina Urraca murió el 8 de marzo de 1126, mientras su ex marido Alfonso se batía el cobre en aventuras místico-políticas por Granada. Urraca tenía cuarenta y nueve años y murió de parto. También murió el niño. El padre de la criatura era Pedro González de Lara, su veterano amante, que ya le había hecho antes dos hijos. Terminaban así diecisiete años de convulso reinado. El cuerpo de Urraca fue sepultado en el monasterio de San Isidoro de León, como ella deseaba. Después será trasladado a la catedral de Palencia.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Moros y cristianos”. José Javier Esparza.
“Urraca de Castilla”. Tebeo de la serie “Mujeres Célebres”.
“Historia de Castilla. De Atapuerca a Fuensaldaña.” Juan José García González.
“Atlas de historia de España” Fernando García de Cortázar.
“Doña Urraca de Castilla”. Francisco Navarro Villoslada.
“Alabando a Dios con piedras terrenales La construcción de la catedral románica de Santiago y su tiempo”. Miguel García-Fernández.
 
Para saber más:
 
Periódico “El español”.
Elige Soria.

 

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.