La
Guerra de la Independencia española, dentro del ciclo de las guerras
napoleónicas, propició la aparición de un formato literario que llamaríamos “memorias
de soldados” que recogían sus impresiones sobre nuestra primera guerra patria
del siglo XIX. Claro que salpimentado con anécdotas y observaciones acerca de las
tierras y gentes donde éstos se desarrollaron. Bien es cierto que no son
relatos históricos porque, este género tiene su buena cantidad de
imprecisiones. Distinguiríamos, por ello, dos tipos de viajeros: los
“notariales” que se limitan a dar testimonio de lo que ven o creen haber visto;
y los “turistas” que confunden adrede lo que han visto con lo que, consciente o
subconscientemente, hubieran deseado ver.
Un
factor que nos dejan las “memorias de soldados” es las muestras de camaradería
entre ellos. Un camarada era un miembro conocido de unidad militar, del
batallón, de la sección… Era el elemento básico de solidaridad entre la tropa.
Más profundo era el “fellow”, un compañero-amigo, a quien se le podía confiar
la vida. La amistad se originaba al cobijo de la vida cotidiana en los
campamentos o en las largas y difíciles marchas a través de los
caminos y montes de la Península: compartir enseres habituales, raciones de
alimentos, compartir el ocio y conversaciones, las guardias y salidas vivaqueras.
Y la fidelidad religiosa, en especial católicos británicos, a modo de lazo de
defensa mental dentro de sus propias filas.
Incidimos
en “el reparto de la comida”, donde lo más frecuente en el inicio de una
amistad duradera era el reparto voluntario entre hombres de confianza de los
alimentos que tenían. Al respecto, las raciones reglamentarias dentro del
Ejército Británico eran abundantes, pero poco apetitosas, monótonas y no muy
nutritivas. Estaban basadas en grandes cantidades de un tipo de galleta de
cereal, combinadas con legumbres y hortalizas. Además, los productos de mejor capacidad
nutritiva iban a parar a los hombres de graduación y rango más altos, con las
consecuentes derivaciones en cuanto a vigor y capacidad de aguante en lo
cotidiano y, posteriormente, en situaciones de combate de la tropa. El rancho
fraguaba amistades dado que son múltiples los casos de soldados veteranos
ofreciendo algún trozo de pan de centeno, galletas de cereal o incluso trozos
de carne a los soldados novatos que no solían preservar bien sus alimentos. También
encontramos amistades surgidas en la obtención de alimentos o en la información
de localización de huertas o establos. Paralelamente hemos de reseñar que, si
bien el Ejército Británico se autoabastecía con sus propias viandas (siendo
prácticamente las únicas fuerzas armadas mínimamente eficaces en tal tesitura
logística), en cuanto existía escasez entre las tropas la reacción inmediata
era doble: la compra y el saqueo, bien de granjas y huertas, bien de
poblaciones civiles enteras.
Por
supuesto, había otros factores que aunaban amistades como el alcohol, el
cuidado de los enseres de los compañeros, el compartir guardias de regimiento o
batallón mientras los compañeros descansaban -que, además se hacían en pareja-,
o el redistribuirse el peso durante las marchas (con casi 45 kilos de macuto a
las espaldas, entre provisiones, enseres y munición).
Todo
esto lo podemos ver reflejado en la traducción de la obra “Portrait of a
soldier” del Private Edward Costello, del nonagésimo quinto de Rifles:
“Tras
algunas escaramuzas y cañoneos (los
franceses) prosiguieron su retirada hacia Burgos. A la mañana siguiente nos
sobresaltó una tremenda explosión, que en un principio indujo a muchos de
nuestros hombres a pensar que se trataba de un terremoto, hasta que comprobamos
que se debió a la explosión de una mina, con la que los franceses habían
destruido el castillo y algunos de las obras de la localidad de Burgos.
El
16 de junio (de 1813)
pasamos por el bonito y pequeño pueblo de Medina de Pomar, y acampamos al otro
lado de él, cerca de la orilla de un gran río (¿Río Trueba? ¿Río Nela?). En esta
marcha sufrimos mucho por la deficiencia de suministros de la comisaría, como
raciones que rara vez recibimos. Yo y uno o dos más, con unos pocos centavos,
decidimos partir a escondidas, ya que no se nos permitió movernos de nuestro
campamento, y comprar pan en un pequeño pueblo que vimos al otro lado del río,
que vadeamos sin ser vistos, y entramos en el pueblo. Allí, sin embargo, la
alarma de la gente se hizo muy grande ante nuestra aparición, y no queriendo
aparentemente tener ningún trato con nosotros, pidieron un precio inmenso por
el pan. Irritados por esta conducta y empujados por el hambre, tomamos un pan cada
uno y arrojamos el precio habitual en el país. Al ver que estábamos todos
totalmente desarmados, porque ni siquiera teníamos nuestras armas individuales (fusil
y bayoneta), la gente empezó a protestar contra nosotros y tuvimos que
correr por nuestra seguridad. Hicimos esto, llevando los panes con nosotros,
hasta que fuimos alcanzados por algunos campesinos de pies ligeros armados con
cuchillos y garrotes. Puesto que nuestras vidas estaban en peligro por el pan
tan caro obtenido, nuestro grupo recurrió a las piedras para defenderse.
"Muerte a los perros ingleses". “Matad a los perros ingleses”, era el
grito generalizado de los españoles, mientras blandían sus navajas.
Evidentemente, estaban a punto de precipitarse sobre nosotros, por lo que mis
propias aventuras personales y las de mis compañeros, con toda probabilidad, se
habrían terminado en el acto, cuando varios hombres de los regimientos 43 y 52,
pertenecientes a nuestra división, volvían corriendo, como nosotros, tras
buscar comida entre los españoles.
Apenas
habíamos escapado del ataque de los españoles y llegamos a la orilla del río,
cuando el general sir Lowry Cole se acercó al galope con parte del estado mayor,
que de hecho podría denominarse la policía del ejército. "¡Hola! ustedes,
bribones saqueadores de la división ligera, ¡deténganse! " fue la orden
del general, mientras se levantaba las gafas que usaba de la sien. Nos quedaba
un único recurso, que era zambullirnos en el río, que en esa parte era muy
profundo, y cruzar a nado con el pan entre los dientes. Nos lanzamos de inmediato,
cuando Sir Lowry, en un tono agitado, que honraba su corazón, gritó: “¡Vuelvan
a la orilla, hombres, por el amor de Dios, se ahogarán! Vuelvan y no les
castigaré ". Pero los temores del general eran innecesarios; pronto salimos
en el otro lado.
Al
llegar a nuestro campamento nos encontramos con que habían pasado lista varias
veces y que nos habían puesto “ausentes sin permiso”; pero tuvimos la suerte de
escapar con una leve reprimenda.
No
puedo dejar de hacer aquí algunas observaciones con referencia a los hombres
que componían nuestro batallón en la Península. El lector podrá imaginarse que
aquellos hombres, que tenían la costumbre de buscar comida después de un día de
marcha, no eran más que soldados indiferentes. Permítame, con algunas
pretensiones del nombre de un veterano, corregir este error e informar al
lector, que estos fueron los mismos hombres cuya valentía y atrevimiento en el
campo excedieron con creces los méritos de sus camaradas más tranquilos en el
cuartel.
Se
podría decir que nuestros hombres, durante la guerra, se componían de tres
clases. Uno era celoso y valiente hasta la devoción absoluta, pero que, además
de sus "deberes de lucha", consideraba como un derecho una pequeña
indulgencia; la otra clase apenas cumplía con su deber cuando estaba bajo la
mirada de su superior; mientras que el tercero, y me alegra decirlo, el más
pequeño con mucho, eran merodeadores y cobardes, su excusa era la debilidad por
falta de raciones; se arrastraban hacia la parte trasera y rara vez se les veía
hasta después de que se había librado una batalla…”
Vale,
ya hemos visto lo que hace este muchacho hambriento en Medina de Pomar. Pero,
¿Quién es este soldado? Es Edward Costello, del nonagésimo quinto regimiento de
rifles del ejército británico, nació en Mountmellick (Irlanda) en 1788, se unió
a la Milicia de la Ciudad de Dublín en 1805 y al primer batallón del regimiento
comentado en 1808, con veintiún años, mientras era zapatero. Su batallón se
embarcó en mayo de 1809 rumbo a la Península Ibérica. Su compañía estaba al
mando de Pete O'Hare, el capitán principal del primer Batallón, por lo que
pronto estuvo en la lucha. En marzo de 1810 participó en la escaramuza de Barba
del Puerco, donde cuarenta y tres soldados del nonagésimo quinto mantuvieron a
600 infantes ligeros franceses durante media hora antes de ser reforzados. Fue
herido en la Acción del Río Coa en julio del mismo año.
En
1812 sobrevivió al asalto de Ciudad Rodrigo y Badajoz y fue galardonado con la
medalla de regimiento "Esperanza Desamparada". Al final de la guerra,
debió haber estado con el 2/95 o el 3/95, ya que el 1/95 -el suyo- no estuvo presente en
la Batalla de Orthez. Recibió la Medalla de Servicio General Militar con 11
broches: Busaco, Septiembre 1810; Fuentes d'Onor, Mayo 1811; Ciudad Rodrigo,
Enero 1812; Badajoz, Abril 1812; Salamanca, Julio 1812; Vitoria, Junio 1813; Pirineos,
Julio 1813; Nivelle, Noviembre 1813; Nive, Diciembre 1813; Orthes, Febrero 1814;
Toulouse, Abril 1814.
También
estuvo en la campaña de Waterloo de 1815. En la Batalla de Quatre Bras estaba
en el acto de apuntar a unos escaramuzadores franceses cuando una bola golpeó
su dedo en el gatillo, arrancándolo y girando el gatillo a un lado. Su batallón
perdió más hombres el 16 de junio que el 18 de junio en la batalla de Waterloo.
Regresó con su batallón a Waterloo y luego continuó hacia Bruselas, donde
finalmente le curaron la herida.
El
26 de mayo, Costello fue ascendido a cabo, rango que mantuvo hasta su baja del
ejército en 1819. Se reenganchó en 1836, cuando se alistó como voluntario, a
los 47 años, en la Legión Auxiliar Británica de la Reina Isabel II, combatiendo
en la Primera Guerra Carlista. Fue nombrado teniente y reclutó a 500 veteranos
de la Guerra de Independencia como regimiento de fusileros del séptimo de
Infantería Ligera. Una vez en España, fue ascendido a Capitán. A los pocos meses
de su llegada a España volvió a ser herido e, inválido, retornó a Inglaterra.
Por este servicio fue galardonado con la medalla de la Legión Británica en España
1835-1836. Dos años más tarde obtuvo un puesto como Yeoman Warder en la Torre
de Londres -el conocido Beefeater-, cargo que ocupó hasta su muerte en 1869 a
la edad de 84 años.
La
autobiografía de Edward Costello se encuentra entre las mejores escritas por
la tropa. “Adventure of a Soldier” se publicó en 1841, pero
una gran parte, compuesta poco después de su regreso de la Guerra Carlista,
apareció por primera vez en forma serializada en el United Service Journal de
Colbourn de 1839-1840 como las Memorias de Edward Costello. Una segunda edición
del libro se publicó en 1852.
El
regimiento donde luchó Edward, el nonagésimo quinto de rifles, era una unidad
de las que hoy llamaríamos “de élite” que vestía un característico uniforme
verde oscuro adornado con cuero negro, alejado de las tradicionales casacas
rojas inglesas. Costello comentó que “me encantó la apariencia elegante de
los hombres con su uniforme verde”. Claro que esta peculiaridad en sus
colores los llevaba a recibir “fuego amigo”. Pero lo que destacaba de este
regimiento no era su uniforme -un primer intento de camuflaje- sino su entrenamiento,
tácticas y dirección. Fue la plasmación de la experiencia de las guerras
americanas (Guerra Francesa, Guerra de los Siete Años y la Revuelta de sus colonias
americanas) donde las tácticas de sigilo, puntería y formaciones abiertas tenían
mucho peso en la guerra.
Actuando
sobre esta experiencia y recibiendo la aprobación del duque de York (el jefe
del ejército británico), el coronel Coote Manningham estableció un “Cuerpo
Experimental de Fusileros” en 1800 en Horsham Camp, Inglaterra. Este regimiento
se formó tomando tropas de los otros regimientos del ejército. Más tarde, este
método fue reemplazado por el método tradicional de reclutamiento en las
tabernas. En la Guerra de Independencia la misión de esta unidad fue
enfrentarse a los escaramuzadores franceses y evitar que estos se enfrentaran a
las líneas británicas. Armados con el rifle corto calibre 62 Baker, con miras
para 90 a 250 metros y más precisión que los tiradores franceses armados con
fusiles. Como los franceses, los soldados de este regimiento tenían la misión
de eliminar en las batallas a los oficiales franceses, suboficiales, tambores
(que estaban acostumbrados a transmitir órdenes) y artilleros. Los fusileros
formaban una pantalla frente a los campamentos del ejército para detectar
ataques sorpresa. Los fusileros fueron entrenados para disparar detrás de la
cubierta en posiciones de pie, de rodillas, boca arriba y boca abajo. Sin
embargo, la velocidad de disparo de un rifle era de un disparo por minuto
frente a los tres disparos por minuto de un mosquete. La razón de la recarga
lenta fue que los fusileros usaban una bola parcheada que tenía que ser
golpeada por el orificio para asegurar que el proyectil encajara firmemente en
el cañón.
Sin
olvidar la bayoneta de 59 centímetros de largo que estaba fijada al costado de
la boca del arma. La longitud de la bayoneta se utilizó para compensar la
longitud más corta del rifle. El peso de la bayoneta de la espada hizo que el
rifle fuera pesado en la boca y afectó la puntería del arma. El uso práctico de
la bayoneta era cortar leña, trinchar carne y limpiar la maleza para acampar. El
fusilero tenía una caja de cartuchos para llevar 52 cartuchos, una bolsa de
bolas para 30 bolas sueltas, un cuerno de pólvora para contener la pólvora
finamente molida, morral (bolsa de pan), cantimplora y mochila. La mochila
británica resultó tan incómoda durante la marcha que los fusileros buscaron las
mochilas francesas y las utilizaron siempre que fue posible.
Con
todo esto pueden hacerse una composición clara de lo que fue Edward Costello y
su bagaje cuando salía corriendo de Medina de Pomar hacia la vega escapando de
los enfadados habitantes del lugar.
Bibliografía:
“Memorias
de guerra y crónicas de viajeros, dos visiones de la Guerra de la Independencia
y de Andalucía”. Marion Reder Gadow y Pedro Luis Pérez Frías.
“Los
Hombres de Wellington: “Amigos en el Averno”. La amistad, conjunto emocional de
supervivencia entre las tropas británicas. España y Portugal, 1808-1813”. José
Gregorio Cayuela Fernández.
“Viajeros
por Las Merindades”. Ricardo San Martín Vadillo.
“Portrait
of a soldier”. Private Edward Costello, 95th Rifles.
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