Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 20 de noviembre de 2022

Perseguido por “robapán”.

 
La Guerra de la Independencia española, dentro del ciclo de las guerras napoleónicas, propició la aparición de un formato literario que llamaríamos “memorias de soldados” que recogían sus impresiones sobre nuestra primera guerra patria del siglo XIX. Claro que salpimentado con anécdotas y observaciones acerca de las tierras y gentes donde éstos se desarrollaron. Bien es cierto que no son relatos históricos porque, este género tiene su buena cantidad de imprecisiones. Distinguiríamos, por ello, dos tipos de viajeros: los “notariales” que se limitan a dar testimonio de lo que ven o creen haber visto; y los “turistas” que confunden adrede lo que han visto con lo que, consciente o subconscientemente, hubieran deseado ver.

 
Un factor que nos dejan las “memorias de soldados” es las muestras de camaradería entre ellos. Un camarada era un miembro conocido de unidad militar, del batallón, de la sección… Era el elemento básico de solidaridad entre la tropa. Más profundo era el “fellow”, un compañero-amigo, a quien se le podía confiar la vida. La amistad se originaba al cobijo de la vida cotidiana en los campamentos o en las largas y difíciles marchas a través de los caminos y montes de la Península: compartir enseres habituales, raciones de alimentos, compartir el ocio y conversaciones, las guardias y salidas vivaqueras. Y la fidelidad religiosa, en especial católicos británicos, a modo de lazo de defensa mental dentro de sus propias filas.
 
Incidimos en “el reparto de la comida”, donde lo más frecuente en el inicio de una amistad duradera era el reparto voluntario entre hombres de confianza de los alimentos que tenían. Al respecto, las raciones reglamentarias dentro del Ejército Británico eran abundantes, pero poco apetitosas, monótonas y no muy nutritivas. Estaban basadas en grandes cantidades de un tipo de galleta de cereal, combinadas con legumbres y hortalizas. Además, los productos de mejor capacidad nutritiva iban a parar a los hombres de graduación y rango más altos, con las consecuentes derivaciones en cuanto a vigor y capacidad de aguante en lo cotidiano y, posteriormente, en situaciones de combate de la tropa. El rancho fraguaba amistades dado que son múltiples los casos de soldados veteranos ofreciendo algún trozo de pan de centeno, galletas de cereal o incluso trozos de carne a los soldados novatos que no solían preservar bien sus alimentos. También encontramos amistades surgidas en la obtención de alimentos o en la información de localización de huertas o establos. Paralelamente hemos de reseñar que, si bien el Ejército Británico se autoabastecía con sus propias viandas (siendo prácticamente las únicas fuerzas armadas mínimamente eficaces en tal tesitura logística), en cuanto existía escasez entre las tropas la reacción inmediata era doble: la compra y el saqueo, bien de granjas y huertas, bien de poblaciones civiles enteras.

 
Por supuesto, había otros factores que aunaban amistades como el alcohol, el cuidado de los enseres de los compañeros, el compartir guardias de regimiento o batallón mientras los compañeros descansaban -que, además se hacían en pareja-, o el redistribuirse el peso durante las marchas (con casi 45 kilos de macuto a las espaldas, entre provisiones, enseres y munición).
 
Todo esto lo podemos ver reflejado en la traducción de la obra “Portrait of a soldier” del Private Edward Costello, del nonagésimo quinto de Rifles:
 
“Tras algunas escaramuzas y cañoneos (los franceses) prosiguieron su retirada hacia Burgos. A la mañana siguiente nos sobresaltó una tremenda explosión, que en un principio indujo a muchos de nuestros hombres a pensar que se trataba de un terremoto, hasta que comprobamos que se debió a la explosión de una mina, con la que los franceses habían destruido el castillo y algunos de las obras de la localidad de Burgos.

 
El 16 de junio (de 1813) pasamos por el bonito y pequeño pueblo de Medina de Pomar, y acampamos al otro lado de él, cerca de la orilla de un gran río (¿Río Trueba? ¿Río Nela?). En esta marcha sufrimos mucho por la deficiencia de suministros de la comisaría, como raciones que rara vez recibimos. Yo y uno o dos más, con unos pocos centavos, decidimos partir a escondidas, ya que no se nos permitió movernos de nuestro campamento, y comprar pan en un pequeño pueblo que vimos al otro lado del río, que vadeamos sin ser vistos, y entramos en el pueblo. Allí, sin embargo, la alarma de la gente se hizo muy grande ante nuestra aparición, y no queriendo aparentemente tener ningún trato con nosotros, pidieron un precio inmenso por el pan. Irritados por esta conducta y empujados por el hambre, tomamos un pan cada uno y arrojamos el precio habitual en el país. Al ver que estábamos todos totalmente desarmados, porque ni siquiera teníamos nuestras armas individuales (fusil y bayoneta), la gente empezó a protestar contra nosotros y tuvimos que correr por nuestra seguridad. Hicimos esto, llevando los panes con nosotros, hasta que fuimos alcanzados por algunos campesinos de pies ligeros armados con cuchillos y garrotes. Puesto que nuestras vidas estaban en peligro por el pan tan caro obtenido, nuestro grupo recurrió a las piedras para defenderse. "Muerte a los perros ingleses". “Matad a los perros ingleses”, era el grito generalizado de los españoles, mientras blandían sus navajas. Evidentemente, estaban a punto de precipitarse sobre nosotros, por lo que mis propias aventuras personales y las de mis compañeros, con toda probabilidad, se habrían terminado en el acto, cuando varios hombres de los regimientos 43 y 52, pertenecientes a nuestra división, volvían corriendo, como nosotros, tras buscar comida entre los españoles.

 
Apenas habíamos escapado del ataque de los españoles y llegamos a la orilla del río, cuando el general sir Lowry Cole se acercó al galope con parte del estado mayor, que de hecho podría denominarse la policía del ejército. "¡Hola! ustedes, bribones saqueadores de la división ligera, ¡deténganse! " fue la orden del general, mientras se levantaba las gafas que usaba de la sien. Nos quedaba un único recurso, que era zambullirnos en el río, que en esa parte era muy profundo, y cruzar a nado con el pan entre los dientes. Nos lanzamos de inmediato, cuando Sir Lowry, en un tono agitado, que honraba su corazón, gritó: “¡Vuelvan a la orilla, hombres, por el amor de Dios, se ahogarán! Vuelvan y no les castigaré ". Pero los temores del general eran innecesarios; pronto salimos en el otro lado.
 
Al llegar a nuestro campamento nos encontramos con que habían pasado lista varias veces y que nos habían puesto “ausentes sin permiso”; pero tuvimos la suerte de escapar con una leve reprimenda.
 
No puedo dejar de hacer aquí algunas observaciones con referencia a los hombres que componían nuestro batallón en la Península. El lector podrá imaginarse que aquellos hombres, que tenían la costumbre de buscar comida después de un día de marcha, no eran más que soldados indiferentes. Permítame, con algunas pretensiones del nombre de un veterano, corregir este error e informar al lector, que estos fueron los mismos hombres cuya valentía y atrevimiento en el campo excedieron con creces los méritos de sus camaradas más tranquilos en el cuartel.

 
Se podría decir que nuestros hombres, durante la guerra, se componían de tres clases. Uno era celoso y valiente hasta la devoción absoluta, pero que, además de sus "deberes de lucha", consideraba como un derecho una pequeña indulgencia; la otra clase apenas cumplía con su deber cuando estaba bajo la mirada de su superior; mientras que el tercero, y me alegra decirlo, el más pequeño con mucho, eran merodeadores y cobardes, su excusa era la debilidad por falta de raciones; se arrastraban hacia la parte trasera y rara vez se les veía hasta después de que se había librado una batalla…”
 
Vale, ya hemos visto lo que hace este muchacho hambriento en Medina de Pomar. Pero, ¿Quién es este soldado? Es Edward Costello, del nonagésimo quinto regimiento de rifles del ejército británico, nació en Mountmellick (Irlanda) en 1788, se unió a la Milicia de la Ciudad de Dublín en 1805 y al primer batallón del regimiento comentado en 1808, con veintiún años, mientras era zapatero. Su batallón se embarcó en mayo de 1809 rumbo a la Península Ibérica. Su compañía estaba al mando de Pete O'Hare, el capitán principal del primer Batallón, por lo que pronto estuvo en la lucha. En marzo de 1810 participó en la escaramuza de Barba del Puerco, donde cuarenta y tres soldados del nonagésimo quinto mantuvieron a 600 infantes ligeros franceses durante media hora antes de ser reforzados. Fue herido en la Acción del Río Coa en julio del mismo año.

 
En 1812 sobrevivió al asalto de Ciudad Rodrigo y Badajoz y fue galardonado con la medalla de regimiento "Esperanza Desamparada". Al final de la guerra, debió haber estado con el 2/95 o el 3/95, ya que el 1/95 -el suyo- no estuvo presente en la Batalla de Orthez. Recibió la Medalla de Servicio General Militar con 11 broches: Busaco, Septiembre 1810; Fuentes d'Onor, Mayo 1811; Ciudad Rodrigo, Enero 1812; Badajoz, Abril 1812; Salamanca, Julio 1812; Vitoria, Junio 1813; Pirineos, Julio 1813; Nivelle, Noviembre 1813; Nive, Diciembre 1813; Orthes, Febrero 1814; Toulouse, Abril 1814.
 
También estuvo en la campaña de Waterloo de 1815. En la Batalla de Quatre Bras estaba en el acto de apuntar a unos escaramuzadores franceses cuando una bola golpeó su dedo en el gatillo, arrancándolo y girando el gatillo a un lado. Su batallón perdió más hombres el 16 de junio que el 18 de junio en la batalla de Waterloo. Regresó con su batallón a Waterloo y luego continuó hacia Bruselas, donde finalmente le curaron la herida.

 
El 26 de mayo, Costello fue ascendido a cabo, rango que mantuvo hasta su baja del ejército en 1819. Se reenganchó en 1836, cuando se alistó como voluntario, a los 47 años, en la Legión Auxiliar Británica de la Reina Isabel II, combatiendo en la Primera Guerra Carlista. Fue nombrado teniente y reclutó a 500 veteranos de la Guerra de Independencia como regimiento de fusileros del séptimo de Infantería Ligera. Una vez en España, fue ascendido a Capitán. A los pocos meses de su llegada a España volvió a ser herido e, inválido, retornó a Inglaterra. Por este servicio fue galardonado con la medalla de la Legión Británica en España 1835-1836. Dos años más tarde obtuvo un puesto como Yeoman Warder en la Torre de Londres -el conocido Beefeater-, cargo que ocupó hasta su muerte en 1869 a la edad de 84 años.
 
La autobiografía de Edward Costello se encuentra entre las mejores escritas por la tropa. “Adventure of a Soldier” se publicó en 1841, pero una gran parte, compuesta poco después de su regreso de la Guerra Carlista, apareció por primera vez en forma serializada en el United Service Journal de Colbourn de 1839-1840 como las Memorias de Edward Costello. Una segunda edición del libro se publicó en 1852.

 
El regimiento donde luchó Edward, el nonagésimo quinto de rifles, era una unidad de las que hoy llamaríamos “de élite” que vestía un característico uniforme verde oscuro adornado con cuero negro, alejado de las tradicionales casacas rojas inglesas. Costello comentó que “me encantó la apariencia elegante de los hombres con su uniforme verde”. Claro que esta peculiaridad en sus colores los llevaba a recibir “fuego amigo”. Pero lo que destacaba de este regimiento no era su uniforme -un primer intento de camuflaje- sino su entrenamiento, tácticas y dirección. Fue la plasmación de la experiencia de las guerras americanas (Guerra Francesa, Guerra de los Siete Años y la Revuelta de sus colonias americanas) donde las tácticas de sigilo, puntería y formaciones abiertas tenían mucho peso en la guerra.
 
Actuando sobre esta experiencia y recibiendo la aprobación del duque de York (el jefe del ejército británico), el coronel Coote Manningham estableció un “Cuerpo Experimental de Fusileros” en 1800 en Horsham Camp, Inglaterra. Este regimiento se formó tomando tropas de los otros regimientos del ejército. Más tarde, este método fue reemplazado por el método tradicional de reclutamiento en las tabernas. En la Guerra de Independencia la misión de esta unidad fue enfrentarse a los escaramuzadores franceses y evitar que estos se enfrentaran a las líneas británicas. Armados con el rifle corto calibre 62 Baker, con miras para 90 a 250 metros y más precisión que los tiradores franceses armados con fusiles. Como los franceses, los soldados de este regimiento tenían la misión de eliminar en las batallas a los oficiales franceses, suboficiales, tambores (que estaban acostumbrados a transmitir órdenes) y artilleros. Los fusileros formaban una pantalla frente a los campamentos del ejército para detectar ataques sorpresa. Los fusileros fueron entrenados para disparar detrás de la cubierta en posiciones de pie, de rodillas, boca arriba y boca abajo. Sin embargo, la velocidad de disparo de un rifle era de un disparo por minuto frente a los tres disparos por minuto de un mosquete. La razón de la recarga lenta fue que los fusileros usaban una bola parcheada que tenía que ser golpeada por el orificio para asegurar que el proyectil encajara firmemente en el cañón.

 
Sin olvidar la bayoneta de 59 centímetros de largo que estaba fijada al costado de la boca del arma. La longitud de la bayoneta se utilizó para compensar la longitud más corta del rifle. El peso de la bayoneta de la espada hizo que el rifle fuera pesado en la boca y afectó la puntería del arma. El uso práctico de la bayoneta era cortar leña, trinchar carne y limpiar la maleza para acampar. El fusilero tenía una caja de cartuchos para llevar 52 cartuchos, una bolsa de bolas para 30 bolas sueltas, un cuerno de pólvora para contener la pólvora finamente molida, morral (bolsa de pan), cantimplora y mochila. La mochila británica resultó tan incómoda durante la marcha que los fusileros buscaron las mochilas francesas y las utilizaron siempre que fue posible.
 
Con todo esto pueden hacerse una composición clara de lo que fue Edward Costello y su bagaje cuando salía corriendo de Medina de Pomar hacia la vega escapando de los enfadados habitantes del lugar.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Memorias de guerra y crónicas de viajeros, dos visiones de la Guerra de la Independencia y de Andalucía”. Marion Reder Gadow y Pedro Luis Pérez Frías.
“Los Hombres de Wellington: “Amigos en el Averno”. La amistad, conjunto emocional de supervivencia entre las tropas británicas. España y Portugal, 1808-1813”. José Gregorio Cayuela Fernández.
“Viajeros por Las Merindades”. Ricardo San Martín Vadillo.
“Portrait of a soldier”. Private Edward Costello, 95th Rifles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.