Husmearemos
nuevamente entre los vetustos hechos asociados a la orden de San Juan de
Jerusalén y a su encomienda de Vallejo. Bueno, en realidad -lo pienso mientras
escribo- hablaremos de uno de los comendadores o priores de la misma: Fernando
de Vivanco Saravia de Hierro.
Fernando
nació en la villa de Espinosa de los Monteros, y estuvo allí avecindado. Debió
nacer hacia 1547 o 1548. Su primer apellido revelaba que su linaje era del
Valle de Mena: la casa de Vivanco. Rufino Pereda escribía, a finales del siglo
XIX, que los Vivanco “fueron moradores de esta Villa desde muy antiguos
tiempos donde han poseído casas solares y castillos en los que se ostentan sus
escudos de armas y más particularmente en la antiquísima casa sita en el barrio
de Quintanilla y sitio llamado del Pedrero”. Hubo vivancos monteros del rey
y abades de Vivanco, pero nada comparado con lo que nos ilustra el bueno de
Rufino Pereda: “En el libro Becerro, tomo 15, folio 44, encontramos que
Toribio Vivanco fue muy valeroso y cuando se perdió España de los moros pasó a
servir al Infante Don Pelayo con sus hijos hallándose con él en la toma de
Oviedo y por lo bien que le habían servido le hizo aumento de las armas que tenía
y que describiremos luego. Otro de este linaje se halló al servicio de los
Reyes Católicos en Fuenterrabía, donde tuvo un desafío con un caballero
francés, con pacto de que el vencedor tomase las armas del vencido, por lo que
agregó a los suyas este lema: Son las armas del vencido”.
Desconocemos
la vida de Fernando de Vivanco Saravia hasta su nombramiento como caballero de la
Orden de San Juan de Jerusalén en 1566. Bueno, algo se sabe: que residía en
Madrid. El expediente -¡bendita burocracia!- conteniendo la declaración, entre otras, de un
testigo “que conoció al padre y madre del gentilhombre que quiere recibir el
hábito”, nos lleva a inferir que con dieciocho o diecinueve años Fernando estaba
en la Corte, ocupando el oficio de gentilhombre, no sabemos exactamente qué
clase de tareas realizaba porque la Real Academia de la Lengua define la voz
Gentilhombre como “Hombre de condición distinguida que servía en las casas
de los grandes”. ¿Qué Grande? ¿El rey? Y si esto no fuese suficiente el
gentilhombre podía ser gentilhombre de boca o de lo interior (Integrante del
cortejo real en las comidas, funciones de capilla y otras solemnidades públicas),
de cámara (Cortesano que acompañaba al rey en sus aposentos privados,
auxiliando al sumiller de corps), de la casa (gentilhombre siguiente al de boca
en la antigua jerarquía palatina), de manga (criado que en la Casa Real servía
al príncipe y a cada uno de los infantes mientras estaban en la menor edad) o
de placer (que no es nada de lo que piensan sino que se referían al bufón). Deseamos
suponer que esa persona de alcurnia fuese el rey, alguno de la familia real o
un noble de la Grandeza de España - ¿El duque de Frías?-. Fernando pudo ser
enviado de niño, aprovechando las buenas conexiones de su villa natal con La
Corte e iría ascendiendo en los diversos oficios hasta llegar al puesto de
gentilhombre.
Pero
no nos despistemos, que tenemos que hablar de la familia de nuestro comendador.
Sus padres eran Pedro Ortiz de Vivanco y María Sarabia de Hierro. Ella aparece
también como María González de Hierro, ¡cosas de la variabilidad de los
apellidos en esa época! Sus abuelos paternos eran Hernando Ortiz de Vivanco (Montero
del rey y veedor de Felipe I el Hermoso) y María Saravia Marroquín y los
maternos Fernán González de Hierro y Mariana Saravia de la Peña. Pedro y
Hernando eran de la casa de Vivanco de Mena y los Angulo de Losa.
Los
investigadores presuponen que Hernando Ortiz de Vivanco pudo ser primo de
Fernando de Vivanco Sarabia de Hierro. Este Hernando Ortiz era vecino de las
villas de Espinosa de los Monteros y de Madrid, furriel mayor de la caballeriza
del rey Felipe II y montero de cámara. Solo para que vean como estaba de bien
relacionado. Sobre los abuelos maternos un testigo de La Cerca dijo que “el
solar de los Yerro y de la Peña son casas conocidas de hidalgos en la dicha
villa de Salinas de Rosío”.
Hernando
Ortiz de Vivanco y María Saravia tuvieron seis hijos:
- Fernando
Ortiz de Vivanco casado con Susana Fernández de Angulo. Tuvieron dos hijos
llamados Hernando de Angulo y Vivanco y Pedro de Angulo Vivanco, también
conocido como Pedro Ortiz de Vivanco. Hernando hijo obtuvo el cargo de cerero
mayor del príncipe Carlos (hijo de Felipe II) y fue abad de Vivanco, al pasar
este título a su rama familiar al ser primo del anterior poseedor.
- Pedro
Ortiz de Vivanco, fue montero del rey y casó con María Sarabia de Hierro
teniendo cinco hijos, llamados: Francisco, Juan, Pedro, Fernando y Ana de
Vivanco Saravia de Hierro. Francisco, Juan y Pedro de Vivanco, capitanes,
fallecieron en combate. Ana de Vivanco, casada con Francisco de Rozas, tuvo al
menos un hijo llamado Agustín de Rozas y Vivanco, quien heredó el mayorazgo que
fundó su tío Fernando de Vivanco.
- Francisco
de Vivanco.
- Mariana
de Vivanco.
- María
de Vivanco que en septiembre del año 1556 se hallaba en Tordesillas. Esto,
quizá, quiera decir formaba parte del séquito de Juana I, muerta en 1555 en Tordesillas.
Seguro que gracias a los contactos familiares.
Desde
marzo de 1566 Fernando estará, junto con sus hermanos, en la milicia llegando a
ser, como lo señala la inscripción de su sepulcro, maestre de campo del tercio
de Agustín Iñiguez de Zárate.
El
expediente para la concesión del título de caballero de la Orden de San Juan de
Jerusalén se realizó en Madrid donde Hernando -nuestro Fernando- otorgó un
poder a favor de Diego Ortiz de Velasco, Bartolomé de Vivanco (portero de
cámara de Su Majestad), Hernando de Angulo (vecino de Salinas de Rosío), Andrés
de Yerro y de Manuel de Vallejo, criado de Su Majestad, para que informasen sobre
la limpieza y nobleza de sangre del investigado. Condición para merecer el
hábito.
El
tres de marzo de 1566 llegaron a Las Merindades dos comendadores de la Orden de
San Juan para interrogar a testigos en Espinosa de los Monteros, Irús, Valle de
Mena, Návagos, Villate, La Cerca, Villamor, Salinas de Rosío y La Riba. Y, tras
todos estos interrogatorios, llegaron a la conclusión de que “las dichas
provanzas son tales y tan buenas quales se requieren, y por toles los aprobamos
y damos por buenas, e nos parece que se deben pasar en Dios y en nuestras
conciencias, y ansi nos se las pasamos, (...)”. Las “provanzas” o pruebas solo
eran entrevistas someras. ¿La causa? Tanto el padre como el abuelo de Hernando habían
sido monteros del rey. Y si tu padre y tu abuelo habían superado esas pruebas y
tenían pureza de sangre… ¡¿Cómo no ibas a tenerla tú?! De hecho, los
investigadores ni siquiera molestaron al abad de Vivanco -primo carnal de
Fernando- o estudiaron los escudos heráldicos. Resumiendo: el nueve de marzo de
1566 se le concede el hábito de caballero de la orden de San Juan de Jerusalén.
Fernando
de Vivanco pudo ser comendador de la encomienda de Vallejo desde julio o agosto
de 1591 aunque consta de manera documental, en ejercicio firme, desde el mes de
septiembre de ese año hasta el año 1614. Dudamos con la fecha inicial porque su
antecesor cesa en junio de 1591. En el momento de su nombramiento tendrá entre cuarenta
y tres y cuarenta y cuatro años de edad.
Desconocemos
si desde 1615 tuvo otra encomienda o permaneció en Espinosa de los Monteros
esperando algún destino hasta su fallecimiento en 1621. Y, es que, la parca
termina llevándose a todos por lo que hay que dejar las cosas ordenadas con un
buen testamento. O un testamento malo. En el fondo da igual. Lo firmó el día 31
de mayo de 1595, ante Simón de Pereda, escribano del pueblo de Cornejo (Merindad
de Sotoscueva) que se desplazó para ello a casa de Fernando. Los testamentarios
serían su hermana Ana de Hierro, el hijo de esta Agustín de Rozas Vivanco, su
primo Cristóbal Alonso (montero de cámara), el bachiller Fernando Saravia
(vicario de la villa de Espinosa de los Monteros) y el mayordomo que en el
momento de su fallecimiento llevase la cuenta y cargo de su casa y hacienda.
Los testigos fueron: Pedro Martínez de Santísteban, Pedro Ortiz de El Pedredo,
Pedro Gómez Mazón de Bárcenas, Juan Marañón Sastre, Diego de Vívanco que era
criado del comendador, Hernándo Zorrilla Marañón y Pedro Martínez de
Santolalla, todos vecinos de Espinosa, salvo su criado, que era únicamente
habitante, dado que muy probablemente era vecino del Valle de Mena.
Foto cortesía de Triskel
Cómo
hizo el testamento al principio de su mandato es fácil asumir que era un
trámite obligatorio. En este documento figura la fundación de un mayorazgo para
gestionar ese patrimonio. Además, por los estatutos de la orden, los
comendadores, estaban obligados a aprobarlo y ratificarlo anualmente, en el
caso que nos ocupa conocemos dos ratificaciones, una otorgada en Medina de
Pomar el día 19 de agosto del año 1598, y la otra en Espinosa de los Monteros
el día 18 de abril del año 1600.
El
testamento incluyó una serie de condiciones habituales en los mayorazgos: que
los bienes de mayorazgo siempre estuviesen juntos y vinculados; que de ninguna
manera se pudiesen dividir, cambiar, vender o enajenar; que el poseedor los
tuviese cuidados y bien tratados; que no estuviesen obligados por deudas; o que
la justicia no pudiese confiscarlos por delitos crímenes o excesos, por graves
que estos fueran cometidos por el titular.
Interior de San Lorenzo de Vallejo.
Foto cortesía de
Ricardo Martín Herrero.
No
es un testamento pequeño. Contiene, entre otras cosas que veremos, dónde quería
ser sepultado: “que mi cuerpo sea sepultado en la Yglesia parrochial de San Llorente
de Vallejo, en Mena, en el entierro que yo tengo y hordeno de hazer en la
capilla maior al lado de el evangelio, sobre las gradas de la dicha capilla,
donde como tal comendador me mando enterrar según el uso y costumbre de mi
religión, quedando siempre preferido a otro qualquier comendador; a el qual
entierro mando se hallen presentes los clérigos de el Valle de Mena que se
pudieren haber, y a mis cabezaleros les pareciere allende de los priores que ai
de mi abito en el dicho valle, y se les den y paguen honradamente sus derechos,
y mando que mi cuerpo sea traído a la dicha iglesia de donde yo falleciere,
aunque sea promovido y mejorado en otra encomienda o encomiendas, y mando que
mí cuerpo sea sepultado como se requiere y la horden de caballería manda, que
se entiende con mi ropa y manto de puntas y cordón, botas y espuelas doradas y
estoque dorado, y con el rostro descubierto según la horden y costumbre de mi
abito, caballería y horden, puesto en un ataúd al tiempo del entierro, y hasta
que sea hechado en la sepoltura baia por la horden dha y en andas descubierto
el rostro, y guardando en todo la horden que se requiere, y para este día mando
se vistan seis pobres de luto que baian con sus achas ardiendo”.
Una
muestra del carácter de Fernando lo encontramos cuando indicó en su testamento
que ningún otro comendador puede ser enterrado allí. Quizá esta tumba sea la
causa de tener tapas de sarcófagos descontextualizadas a los pies de la nave de
la iglesia. ¿Corresponderían al entierro de otros comendadores o priores? En
fin, así tenemos un pegote renacentista en un edificio románico. El detalle de
las ropas es porque su vestimenta fúnebre difería de los usos del Valle de Mena
más apegado al empleo del hábito y cordón de San Francisco.
Fernando
no se privó de diseñar su mausoleo: “Ytem digo que por quanto yo tengo
hordenado y comenzado de hazer y acabar en la dicha Yglesia de San Llórente
deVallejo, en la dha parte y lugar donde yo mando sepultar mi cuerpo, un arco y
carnero (sic). de mi entierro, mando y encargo a mis testamentarios, si acaso
yo fallesciere antes, que le acabe de hazer y fabricar, que le fenezcan y
acaben a quenta de mis bienes, y compelan y apremien a el maestro fulano de
Frías, maestro y escultor, vezino de Valpuesta, entre el qual y mi ai echa
escriptura sobre ello..y mando que allende de la dha obra, se ponga sobre mi
sepoltura arrimado al mesmo entierro y pared, un túmbulo de luto alto que
reconozca y esté casi zerca de el altar maior a la dicha parte de el evangelio,
y en el paño de luto de el dicho túmbulo se haga una cruz semejante a la de mi
abito, que atraviese el dicho paño de largo a largo y de ancho en ancho grande,
y usando de la bulla y facultad y prebilexio que tengo de Su Santidad y de mi
religión para este efecto, lo que yo en virtud de ella quisiere hordenar y
mandar y aprovecharme de ella, mando en virtud de santa obediencia y so pena de
excomunión, que ninguna persona en ningún tiempo de el mundo, eclesiástica ni
seglar de ninguna calidad ni condición que sea, no sea osada a se entrometer ni
entrometa a quitar ni inquietar el dicho mi entierro, arco ni capília ni
tumbulo y carnero (sic) en manera alguna, ni enterrarse allí, ni tocar ni
desbaratar mis armas ni cosa alguna de esto que dicho es, apercibiéndole que (el),
que lo contrario hiziere o tratare, desde agora para entonces, y de entonces
para agora, sea visto incurrir e que incurra en pena de excomunión, y luego
ypso facto quede descomulgado, según y de la manera que yo por virtud de la
dicha bulla lo puedo mandar, sin que ningún prelado ni persona eclesiástica le
pueda absolver de Su Santidad abajo, porque ansí lo concede y declara la dicha
bulla, y en virtud de ella, ansí lo mando y ordeno y es mi determinada
voluntad, aunque sea absuelto de la dicha descomunión todavía el dicho mi
entierro arco y tumbulo y armas esté en su fuerza y vigor exento como dicho es
libremente, y aunque subzeda quererse enterrar en la dicha iglesia algún
comendador o comendadores de la dicha orden, aia de ser y sea haciendo en ella
su entierro como le pareciere, sin perjuicio del dicho mi entierro, y que se
guarde mi ancianidad y anterioridad, según y de la manera que lo manda la
horden de nuestra religión, y mando que esta cláusula se saque con pie y cabeza
de este mi testamento, y se ponga en (una), tabla (en), el dicho arco de mi
entierro, para que sea notorio a todos, y nadie pretenda ignorancia”. Este
hombre tenía claro que su poder y capacidad duraría por siempre. O era un
soberbio porque vemos como se apropiaba del entierro común de los comendadores
y, mediante una bula, excomulgaba a futuros comendadores que quisieran ejercer
su derecho a esa sepultura. Fernando no asumió que era un cargo temporal, no
privativo, pero prohibía a sus sucesores a reposar allí. También es cierto que
muchos no llegaron siquiera a residir en Vallejo, actuando por medio de
apoderados y que esta prohibición -irónicamente- impidió que esta actitud fuese
emulada por sucesivos comendadores que hubieran podido llenar el ábside de
mausoleos. Si tienen ganas pueden comparar la descripción del testamento con la
escultura. Mejor si la pueden ver in situ.
Cortesía de Casa Rural Valle de Mena
Dispuso,
a su vez, el número de misas a celebrar por su alma y el modo de agasajar a los
clérigos oficiantes. No solo en Vallejo, también en la iglesia de Santa Cecilia
de Espinosa de los Monteros, en la de la Santa Cruz de Medina de Pomar, en
Nuestra Señora del rebollar (Merindad de Sotoscueva) y en el monasterio de San
Francisco de Medina de Pomar. Encargó que se dijesen por su alma y las de sus
familiares más de mil trescientas misas, que son muchas si las comparamos con las que
se encargaban en otras últimas voluntades.
El
testamento contiene una relación de pagos y saldos a sus colaboradores cercanos
como: Pedro de Vivanco, su mayordomo y cobrador de rentas, que junto los pagos
monetarios se le ayuda a casarse lo que podría hacernos pensar en cierto
parentesco; a Casilda Martínez, criada; a su criada María; a su criada
Mariquita; y a sus tres pajes Diego de Vivanco, Guillermo Francés y Roberarete
Flamenco. Evidentemente estos dos últimos debieron ser contratados en Flandes
con lo cual Hernando debió estar allí.
Cortesía de Santiago Abella
Decíamos
que Fernando creó un mayorazgo donde se incluían bienes raíces, derechos y
bienes muebles. Incluso vincula al mismo el oficio de Montero del Rey que
recibió de su padre y un anillo de oro para sellar con las armas de Vivanco.
Pero también se incluían: Las casas del barrio espinosiego de El Pedredo -donde
vivía- y sus huertas; las fincas de Tras Otero, Rucabado (Quintana los Prados) y
en Socobe (Espinosa de los Monteros); o cobrar todas las rentas y derechos atrasados
y no cobrados en ese momento procedentes de la encomienda. Todo un chollo que
contenía ciertas obligaciones como cumplir y pagar las misas incluidas en el
testamento con esos bienes durante veinte años.
Le
sucedió en el mayorazgo su hermana Ana de Vivanco, viuda de Francisco de Rozas
y, tras ella, heredaría el hijo de esta Agustín de Rozas y Vivanco. Pero
debería llevar preeminentemente el apellido Vivanco y así sus hijos si querían
heredar el mayorazgo. Si ninguno quisiera cumplir las condiciones se seguiría
la búsqueda del heredero prefiriendo siempre el mayor al menor, y el hombre a
la mujer, y que fuesen hijos legítimos de matrimonio legítimo. Si no llegase a
tener heredero se lo llevaría todo la Iglesia Católica con la creación de un
monasterio. Serían los patronos el ayuntamiento de Espinosa de los Monteros y
el arzobispo de Burgos. ¡Qué generosidad! O casi, porque estaba la coletilla
siguiente: “(…) sean preferidos en el entrar de el dicho monasterio los
deudos y parientes de dichos mis padres y de sus allegados y deudos, como son
Vivancos, Ortices, Sarabias, y Hierros, Angulos y Arzeos (...)”.
Fernando,
o Hernando, dejó una relación de bienes a entregar a su hermana tras su muerte
y, después, a su sobrino. Le insisto en que se fijen en que lo hace por “su
buena voluntad” y no porque no se lo puede llevar de este mundo: “Ytem,
mando que se le de y entregue a la dicha Doña Ana de Vivanco Hierro toda la
ropa blanca de camas y la de mi cama donde yo duermo, ansí la ropa que dicha mi
señora y madre dejó, por la buena voluntad que le tengo, y porque ruegue a Dios
por mi ánima, y por justas causas, entiéndese la manda de la cama en que yo
duermo con su madera y aderezo y cortinas de rajette verde, y con dos colchas
nuevas blancas de Olanda, y un cobertor azul. Y asimismo le mando los bufetes,
cofres y arcas y mesas y bancos de mi casa que tengo y he comprado, entiéndese
los dichos cofres y arcas varios con sus llaves…, y le mando más los guadamezis
que tengo, que son quatro y las alfombras y carpetas de mis mesas…” a estas
“generosidades” se les sumaba una imagen de plata de la Anunciación, dos tazas
y cucharas de plata, las alhajas del servicio de la casa y alfombras y tapices.
La relación de bienes entregados tanto a su hermana como a su sobrino nos
llevan a un tiempo en el que cosas que hoy en día no tendrían valor para los
herederos -terminan, generalmente, en el contenedor de Cáritas- en el año 1600
y hasta hace poco eran queridos y deseados.
La
lista incluyó: un traje negro (usado, claro) de capa, calzas y jubón y ropilla;
una espada; un sombrero con cadenillas de oro y piezas de oro; una gorra de
riza; todas las armas a su disposición pero que estaban incluidas en el
mayorazgo; un cofrecillo escritorillo negro; y su biblioteca. El testamento
continúa con una relación pormenorizada de muebles y ajuar doméstico para su
hermana o sus criadas en la que no vamos a insistir.
También
incluyó donaciones al hospital situado en Pedredo; a la fábrica de la iglesia
de Santa Cecilia de Espinosa; a las iglesias de Nuestra Señora de Fuera de San
Sebastián y de Nuestra Señora de Berrueza, situadas en Espinosa. Entre toda la
hojarasca del testamento nos encontramos una curiosidad relativa al oficio de montero
de cámara y era ¡que se podían empeñar! Fernando dejó por escrito que su
hermano Francisco de Vivanco dejó empeñado el oficio de montero a Andrés de
Barahona, otro montero, por quinientos ducados. Quedaban pendientes de pagar
doscientos que se incluirán entre las obligaciones testamentarias y en el
mayorazgo.
A
pesar de ser comendador de la Encomienda de Vallejo, Fernando residió en su
casa de la villa de Espinosa de los Monteros desplazándose de manera puntual a
Vallejo para resolver asuntos de la encomienda. Quizá para compensar esa
-digamos- desafección mandó ser sepultado en la iglesia de Vallejo, en el
sepulcro destinado a sepultar a los comendadores, situado en el presbiterio de
la iglesia. Es fácil de identificar ese presbiterio porque lo modificaron con
la estatua orante de Fernando, única muestra de estatua de bulto redondo en el Valle de Mena. En ella tenemos su escudo de armas con los
símbolos de la Orden de San Juan de Jerusalén en forma de dos cruces de Malta y
hay una lápida con una inscripción que él incluyó en su testamento:
“Aqvi
iaze el esforzado cavallero Don Fernando de Bibanco / natvral de la villa de
Espinosa de los Monteros, caballero de la Orden de ca / ballería de San Jorge i
del avito de San luán comendador de la Encomien / da de Ballejo, hijo de Pedro
Ortiz de Bibanco i de Doña María Saravia de / Ierro, nieto de Hernando Ortiz de
Bibanco i de Doña María Saravia M /arroquín i por parte de madre de Fernán
González de Ierro i de Doña Ma / riana Saravia de la Peña, descendiente de las
mvi antiguas i noble / s casas i solar de Bibanco qve es en el Valle de Mena i
de las mvi no / bles i antiguas casas i solar de La Cerca qve es en la Merinda
/ d de Losa, el qval sirvió al rei Don Felipe segvndo de capitán de / infantería
española i maestro de campo en el tercio de A / gvstin Iñiguez de
Çlárate, falleció año de 1621”
Pero
Agustín Iñiguez de Zárate era maestre de campo del tercio que llevaba su
nombre, entonces ¿cómo es posible que Fernando de Vivanco fuera maestre de
campo de ese tercio? Si pensamos mal podemos llegar a la conclusión de que,
simplemente, mintió el buen Fernando. Lo siento, pero no. No mintió. El
problema es administrativo porque al fallecer Agustín 1584 y 1587 Fernando de Vivanco
asumiría el cargo y, el posible cambio de nombre del tercio al de su nuevo
maestre de campo solía tardar entre tres y siete años.
Fernando
era un hombre valorado por su familia y lo vemos en 1609 como albacea de los
testamentos de sus tías María y Mariana. Ambas dejaron mandada la constitución
de una capellanía perpetua para que se dijese cada día una misa en la iglesia
de Santa Cecilia de Espinosa de los Monteros y por patrón de esta a Fernando de
Vivanco. Y, como todo debe quedar en familia, que en el siglo XVII el nepotismo
era muy valorado, estas señoras tenían voluntad de nombrar por capellán a Pedro
de Vivanco, un pariente suyo clérigo presbítero, natural de Lezana, hasta el
momento en que Juan de Vivanco, que era hijo del primer matrimonio del abad de
Vivanco, que en ese 1609, era menor de edad, pudiese hacerse cargo de ella.
La
casa espinosiega de Fernando Vivanco está en la calle El Pedrero.
No encontrarán nada atractivo. Sobre todo, si lo comparamos con otras joyas de
la población. Quedan tres paredes, pero hasta hace pocos años había una
construcción más o menos veterana rellenando los restos. Hay recuerdo gráfico
de esa situación que aguantó hasta finales del siglo XX.
Miremos
esta antigua estampa donde, aparte de la Citroën C-15, vemos a la derecha una edificación
de piedra que parece un avance de la casa con tres huecos en fachada. El
primero de la planta baja dispone de cuatro piedras que simulan dos fustes de
columna y sus capiteles. Tosco, eso sí, pero atractiva en su simplicidad y
supervivencia. Estaba cegada y cerca de ella se abrió un ventanuco de bodega.
La de la planta superior, tapiada y desaparecida, parecía la salida a un balcón
-se ve una posible repisa- y no solo la ventana que había en sus últimos
momentos. A esta área del edificio se entraba desde el interior de la casa a
través de un arco apuntado. Más arriba hubo una pequeña cornisa con puntas de
diamante. La parte central fue un añadido posterior. A la izquierda nos queda
un muro de buena cantería con una ventana geminada con arco conopial muy
pronunciado. Hay restos de una saetera anterior, una pequeña ventana con arco
de cortina y el espacio destinado a otro escudo que nunca se colocó. Y, a
fachada, el escudo del comendador que lo tenemos sobre un modillón de rodillos
y cubierto por una cornisa todo el ancho del muro. Lleva por tenantes a dos
amores y por timbre un casco, de gran tamaño, ornado de penachos y lambrequines.
En su campo de color azul figura un castillo dorado y saliendo de su homenaje
un caballero de plata armado, con una espada desnuda en la mano diestra y una
rodela en la siniestra. En los cantones del jefe dos cruces de Malta, y en la
punta tres supuestos árboles o haces, puestos en faja: Armas de Vivanco y
alianzas. No aparece el lema de la familia: “Las armas son del vencido y el
campo del vencedor” que debería ir en una bordura alrededor del mismo.
Evidentemente,
es el escudo de Fernando de Vivanco Sarabia de Hierro, según testigos del año
1566. De esas conversaciones se sabe que, originalmente, sobre el castillo se
representaba un brazo con una espada en la mano en vez del hombre armado posterior.
Bibliografía:
“Blasones
y linajes de la provincia de Burgos. V Partido Judicial de Villarcayo”.
Francisco Oñate Gómez.
“La
ruta heráldica de Espinosa de los Monteros”. Proyecto Aldaba.
“Los
Monteros de Espinosa”. Rufino Pereda Merino.
Auñamendi
Eusko Enziklopedia.
Casa rural Valle de Mena.
www.terranostrum.es
ArkeohistoriaTriskel.
www.Arteguias.com
www.romanicoenruta.com
Santi
Mendiola (fotógrafo).
Blog
“Tierras de Burgos”.
Periódico
“El Correo”.
Para saber más:
El halcón maltés y el Rebollar.
Anexos:
Monteros
de apellido de Vivanco: En 1624, Antonio Ruíz de la Escalera Vivanco, Abad de Vivanco;
Francisco de Vivanco y Villagómez, del hábito de Santiago; Francisco de Pereda Vivanco
y Francisco de Vivanco; en 1626, Francisco Ortiz de Vivanco; en 1631, Juan de
Pereda Vivanco y Francisco de Vivanco Angulo, señor de las casas de este apellido;
en 1641, Juan de Rozas Vivanco, y Andrés Barahona Vivanco; en 1657, Francisco
de Angulo Vivanco; en 1661, Policarpo de Angulo Vivanco, Alcalde de Bárcenas;
en 1663, Pedro Angulo Vivanco; en 1666, Pedro Angulo Vivanco; en 1691, José
Ortiz de Vivanco, y Francisco de Angulo Vivanco; en 1693, José de Vivanco Ortiz
y Juan de Angulo Vivanco, Alcalde Ordinario de la Villa de Espinosa y su
jurisdicción; en 1702, José Ortiz de Vivanco, Vizconde de Santolalla la Plana,
y José Angulo Vivanco; en 1755, Antonio de Pereda Vivanco; en 1784, Pedro de
Angulo Vivanco, Alcalde Ordinario; Antonio Angulo Vivanco, y otro Pedro Angulo
de Vivanco.
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