Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 31 de diciembre de 2023

“Son las armas del vencido (y el campo del vencedor)”

 
 
Husmearemos nuevamente entre los vetustos hechos asociados a la orden de San Juan de Jerusalén y a su encomienda de Vallejo. Bueno, en realidad -lo pienso mientras escribo- hablaremos de uno de los comendadores o priores de la misma: Fernando de Vivanco Saravia de Hierro.

 
Fernando nació en la villa de Espinosa de los Monteros, y estuvo allí avecindado. Debió nacer hacia 1547 o 1548. Su primer apellido revelaba que su linaje era del Valle de Mena: la casa de Vivanco. Rufino Pereda escribía, a finales del siglo XIX, que los Vivanco “fueron moradores de esta Villa desde muy antiguos tiempos donde han poseído casas solares y castillos en los que se ostentan sus escudos de armas y más particularmente en la antiquísima casa sita en el barrio de Quintanilla y sitio llamado del Pedrero”. Hubo vivancos monteros del rey y abades de Vivanco, pero nada comparado con lo que nos ilustra el bueno de Rufino Pereda: “En el libro Becerro, tomo 15, folio 44, encontramos que Toribio Vivanco fue muy valeroso y cuando se perdió España de los moros pasó a servir al Infante Don Pelayo con sus hijos hallándose con él en la toma de Oviedo y por lo bien que le habían servido le hizo aumento de las armas que tenía y que describiremos luego. Otro de este linaje se halló al servicio de los Reyes Católicos en Fuenterrabía, donde tuvo un desafío con un caballero francés, con pacto de que el vencedor tomase las armas del vencido, por lo que agregó a los suyas este lema: Son las armas del vencido”.
 
Desconocemos la vida de Fernando de Vivanco Saravia hasta su nombramiento como caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén en 1566. Bueno, algo se sabe: que residía en Madrid. El expediente -¡bendita burocracia!- conteniendo la declaración, entre otras, de un testigo “que conoció al padre y madre del gentilhombre que quiere recibir el hábito”, nos lleva a inferir que con dieciocho o diecinueve años Fernando estaba en la Corte, ocupando el oficio de gentilhombre, no sabemos exactamente qué clase de tareas realizaba porque la Real Academia de la Lengua define la voz Gentilhombre como “Hombre de condición distinguida que servía en las casas de los grandes”. ¿Qué Grande? ¿El rey? Y si esto no fuese suficiente el gentilhombre podía ser gentilhombre de boca o de lo interior (Integrante del cortejo real en las comidas, funciones de capilla y otras solemnidades públicas), de cámara (Cortesano que acompañaba al rey en sus aposentos privados, auxiliando al sumiller de corps), de la casa (gentilhombre siguiente al de boca en la antigua jerarquía palatina), de manga (criado que en la Casa Real servía al príncipe y a cada uno de los infantes mientras estaban en la menor edad) o de placer (que no es nada de lo que piensan sino que se referían al bufón). Deseamos suponer que esa persona de alcurnia fuese el rey, alguno de la familia real o un noble de la Grandeza de España - ¿El duque de Frías?-. Fernando pudo ser enviado de niño, aprovechando las buenas conexiones de su villa natal con La Corte e iría ascendiendo en los diversos oficios hasta llegar al puesto de gentilhombre.

 
Pero no nos despistemos, que tenemos que hablar de la familia de nuestro comendador. Sus padres eran Pedro Ortiz de Vivanco y María Sarabia de Hierro. Ella aparece también como María González de Hierro, ¡cosas de la variabilidad de los apellidos en esa época! Sus abuelos paternos eran Hernando Ortiz de Vivanco (Montero del rey y veedor de Felipe I el Hermoso) y María Saravia Marroquín y los maternos Fernán González de Hierro y Mariana Saravia de la Peña. Pedro y Hernando eran de la casa de Vivanco de Mena y los Angulo de Losa.
 
Los investigadores presuponen que Hernando Ortiz de Vivanco pudo ser primo de Fernando de Vivanco Sarabia de Hierro. Este Hernando Ortiz era vecino de las villas de Espinosa de los Monteros y de Madrid, furriel mayor de la caballeriza del rey Felipe II y montero de cámara. Solo para que vean como estaba de bien relacionado. Sobre los abuelos maternos un testigo de La Cerca dijo que “el solar de los Yerro y de la Peña son casas conocidas de hidalgos en la dicha villa de Salinas de Rosío”.
 
Hernando Ortiz de Vivanco y María Saravia tuvieron seis hijos:
  • Fernando Ortiz de Vivanco casado con Susana Fernández de Angulo. Tuvieron dos hijos llamados Hernando de Angulo y Vivanco y Pedro de Angulo Vivanco, también conocido como Pedro Ortiz de Vivanco. Hernando hijo obtuvo el cargo de cerero mayor del príncipe Carlos (hijo de Felipe II) y fue abad de Vivanco, al pasar este título a su rama familiar al ser primo del anterior poseedor.
  • Pedro Ortiz de Vivanco, fue montero del rey y casó con María Sarabia de Hierro teniendo cinco hijos, llamados: Francisco, Juan, Pedro, Fernando y Ana de Vivanco Saravia de Hierro. Francisco, Juan y Pedro de Vivanco, capitanes, fallecieron en combate. Ana de Vivanco, casada con Francisco de Rozas, tuvo al menos un hijo llamado Agustín de Rozas y Vivanco, quien heredó el mayorazgo que fundó su tío Fernando de Vivanco.
  • Francisco de Vivanco.
  • Mariana de Vivanco.
  • María de Vivanco que en septiembre del año 1556 se hallaba en Tordesillas. Esto, quizá, quiera decir formaba parte del séquito de Juana I, muerta en 1555 en Tordesillas. Seguro que gracias a los contactos familiares.
Desde marzo de 1566 Fernando estará, junto con sus hermanos, en la milicia llegando a ser, como lo señala la inscripción de su sepulcro, maestre de campo del tercio de Agustín Iñiguez de Zárate.

 
El expediente para la concesión del título de caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén se realizó en Madrid donde Hernando -nuestro Fernando- otorgó un poder a favor de Diego Ortiz de Velasco, Bartolomé de Vivanco (portero de cámara de Su Majestad), Hernando de Angulo (vecino de Salinas de Rosío), Andrés de Yerro y de Manuel de Vallejo, criado de Su Majestad, para que informasen sobre la limpieza y nobleza de sangre del investigado. Condición para merecer el hábito.
 
El tres de marzo de 1566 llegaron a Las Merindades dos comendadores de la Orden de San Juan para interrogar a testigos en Espinosa de los Monteros, Irús, Valle de Mena, Návagos, Villate, La Cerca, Villamor, Salinas de Rosío y La Riba. Y, tras todos estos interrogatorios, llegaron a la conclusión de que “las dichas provanzas son tales y tan buenas quales se requieren, y por toles los aprobamos y damos por buenas, e nos parece que se deben pasar en Dios y en nuestras conciencias, y ansi nos se las pasamos, (...)”. Las “provanzas” o pruebas solo eran entrevistas someras. ¿La causa? Tanto el padre como el abuelo de Hernando habían sido monteros del rey. Y si tu padre y tu abuelo habían superado esas pruebas y tenían pureza de sangre… ¡¿Cómo no ibas a tenerla tú?! De hecho, los investigadores ni siquiera molestaron al abad de Vivanco -primo carnal de Fernando- o estudiaron los escudos heráldicos. Resumiendo: el nueve de marzo de 1566 se le concede el hábito de caballero de la orden de San Juan de Jerusalén.

Encomienda de Vallejo 

Fernando de Vivanco pudo ser comendador de la encomienda de Vallejo desde julio o agosto de 1591 aunque consta de manera documental, en ejercicio firme, desde el mes de septiembre de ese año hasta el año 1614. Dudamos con la fecha inicial porque su antecesor cesa en junio de 1591. En el momento de su nombramiento tendrá entre cuarenta y tres y cuarenta y cuatro años de edad.
 
Desconocemos si desde 1615 tuvo otra encomienda o permaneció en Espinosa de los Monteros esperando algún destino hasta su fallecimiento en 1621. Y, es que, la parca termina llevándose a todos por lo que hay que dejar las cosas ordenadas con un buen testamento. O un testamento malo. En el fondo da igual. Lo firmó el día 31 de mayo de 1595, ante Simón de Pereda, escribano del pueblo de Cornejo (Merindad de Sotoscueva) que se desplazó para ello a casa de Fernando. Los testamentarios serían su hermana Ana de Hierro, el hijo de esta Agustín de Rozas Vivanco, su primo Cristóbal Alonso (montero de cámara), el bachiller Fernando Saravia (vicario de la villa de Espinosa de los Monteros) y el mayordomo que en el momento de su fallecimiento llevase la cuenta y cargo de su casa y hacienda. Los testigos fueron: Pedro Martínez de Santísteban, Pedro Ortiz de El Pedredo, Pedro Gómez Mazón de Bárcenas, Juan Marañón Sastre, Diego de Vívanco que era criado del comendador, Hernándo Zorrilla Marañón y Pedro Martínez de Santolalla, todos vecinos de Espinosa, salvo su criado, que era únicamente habitante, dado que muy probablemente era vecino del Valle de Mena.

Foto cortesía de Triskel
 
Cómo hizo el testamento al principio de su mandato es fácil asumir que era un trámite obligatorio. En este documento figura la fundación de un mayorazgo para gestionar ese patrimonio. Además, por los estatutos de la orden, los comendadores, estaban obligados a aprobarlo y ratificarlo anualmente, en el caso que nos ocupa conocemos dos ratificaciones, una otorgada en Medina de Pomar el día 19 de agosto del año 1598, y la otra en Espinosa de los Monteros el día 18 de abril del año 1600.
 
El testamento incluyó una serie de condiciones habituales en los mayorazgos: que los bienes de mayorazgo siempre estuviesen juntos y vinculados; que de ninguna manera se pudiesen dividir, cambiar, vender o enajenar; que el poseedor los tuviese cuidados y bien tratados; que no estuviesen obligados por deudas; o que la justicia no pudiese confiscarlos por delitos crímenes o excesos, por graves que estos fueran cometidos por el titular.

Interior de San Lorenzo de Vallejo.
Foto cortesía de 
Ricardo Martín Herrero.
 
No es un testamento pequeño. Contiene, entre otras cosas que veremos, dónde quería ser sepultado: “que mi cuerpo sea sepultado en la Yglesia parrochial de San Llorente de Vallejo, en Mena, en el entierro que yo tengo y hordeno de hazer en la capilla maior al lado de el evangelio, sobre las gradas de la dicha capilla, donde como tal comendador me mando enterrar según el uso y costumbre de mi religión, quedando siempre preferido a otro qualquier comendador; a el qual entierro mando se hallen presentes los clérigos de el Valle de Mena que se pudieren haber, y a mis cabezaleros les pareciere allende de los priores que ai de mi abito en el dicho valle, y se les den y paguen honradamente sus derechos, y mando que mi cuerpo sea traído a la dicha iglesia de donde yo falleciere, aunque sea promovido y mejorado en otra encomienda o encomiendas, y mando que mí cuerpo sea sepultado como se requiere y la horden de caballería manda, que se entiende con mi ropa y manto de puntas y cordón, botas y espuelas doradas y estoque dorado, y con el rostro descubierto según la horden y costumbre de mi abito, caballería y horden, puesto en un ataúd al tiempo del entierro, y hasta que sea hechado en la sepoltura baia por la horden dha y en andas descubierto el rostro, y guardando en todo la horden que se requiere, y para este día mando se vistan seis pobres de luto que baian con sus achas ardiendo”.
 
Una muestra del carácter de Fernando lo encontramos cuando indicó en su testamento que ningún otro comendador puede ser enterrado allí. Quizá esta tumba sea la causa de tener tapas de sarcófagos descontextualizadas a los pies de la nave de la iglesia. ¿Corresponderían al entierro de otros comendadores o priores? En fin, así tenemos un pegote renacentista en un edificio románico. El detalle de las ropas es porque su vestimenta fúnebre difería de los usos del Valle de Mena más apegado al empleo del hábito y cordón de San Francisco.

 
Fernando no se privó de diseñar su mausoleo: “Ytem digo que por quanto yo tengo hordenado y comenzado de hazer y acabar en la dicha Yglesia de San Llórente deVallejo, en la dha parte y lugar donde yo mando sepultar mi cuerpo, un arco y carnero (sic). de mi entierro, mando y encargo a mis testamentarios, si acaso yo fallesciere antes, que le acabe de hazer y fabricar, que le fenezcan y acaben a quenta de mis bienes, y compelan y apremien a el maestro fulano de Frías, maestro y escultor, vezino de Valpuesta, entre el qual y mi ai echa escriptura sobre ello..y mando que allende de la dha obra, se ponga sobre mi sepoltura arrimado al mesmo entierro y pared, un túmbulo de luto alto que reconozca y esté casi zerca de el altar maior a la dicha parte de el evangelio, y en el paño de luto de el dicho túmbulo se haga una cruz semejante a la de mi abito, que atraviese el dicho paño de largo a largo y de ancho en ancho grande, y usando de la bulla y facultad y prebilexio que tengo de Su Santidad y de mi religión para este efecto, lo que yo en virtud de ella quisiere hordenar y mandar y aprovecharme de ella, mando en virtud de santa obediencia y so pena de excomunión, que ninguna persona en ningún tiempo de el mundo, eclesiástica ni seglar de ninguna calidad ni condición que sea, no sea osada a se entrometer ni entrometa a quitar ni inquietar el dicho mi entierro, arco ni capília ni tumbulo y carnero (sic) en manera alguna, ni enterrarse allí, ni tocar ni desbaratar mis armas ni cosa alguna de esto que dicho es, apercibiéndole que (el), que lo contrario hiziere o tratare, desde agora para entonces, y de entonces para agora, sea visto incurrir e que incurra en pena de excomunión, y luego ypso facto quede descomulgado, según y de la manera que yo por virtud de la dicha bulla lo puedo mandar, sin que ningún prelado ni persona eclesiástica le pueda absolver de Su Santidad abajo, porque ansí lo concede y declara la dicha bulla, y en virtud de ella, ansí lo mando y ordeno y es mi determinada voluntad, aunque sea absuelto de la dicha descomunión todavía el dicho mi entierro arco y tumbulo y armas esté en su fuerza y vigor exento como dicho es libremente, y aunque subzeda quererse enterrar en la dicha iglesia algún comendador o comendadores de la dicha orden, aia de ser y sea haciendo en ella su entierro como le pareciere, sin perjuicio del dicho mi entierro, y que se guarde mi ancianidad y anterioridad, según y de la manera que lo manda la horden de nuestra religión, y mando que esta cláusula se saque con pie y cabeza de este mi testamento, y se ponga en (una), tabla (en), el dicho arco de mi entierro, para que sea notorio a todos, y nadie pretenda ignorancia”. Este hombre tenía claro que su poder y capacidad duraría por siempre. O era un soberbio porque vemos como se apropiaba del entierro común de los comendadores y, mediante una bula, excomulgaba a futuros comendadores que quisieran ejercer su derecho a esa sepultura. Fernando no asumió que era un cargo temporal, no privativo, pero prohibía a sus sucesores a reposar allí. También es cierto que muchos no llegaron siquiera a residir en Vallejo, actuando por medio de apoderados y que esta prohibición -irónicamente- impidió que esta actitud fuese emulada por sucesivos comendadores que hubieran podido llenar el ábside de mausoleos. Si tienen ganas pueden comparar la descripción del testamento con la escultura. Mejor si la pueden ver in situ.

Cortesía de Casa Rural Valle de Mena
 
Dispuso, a su vez, el número de misas a celebrar por su alma y el modo de agasajar a los clérigos oficiantes. No solo en Vallejo, también en la iglesia de Santa Cecilia de Espinosa de los Monteros, en la de la Santa Cruz de Medina de Pomar, en Nuestra Señora del rebollar (Merindad de Sotoscueva) y en el monasterio de San Francisco de Medina de Pomar. Encargó que se dijesen por su alma y las de sus familiares más de mil trescientas misas, que son muchas si las comparamos con las que se encargaban en otras últimas voluntades.
 
El testamento contiene una relación de pagos y saldos a sus colaboradores cercanos como: Pedro de Vivanco, su mayordomo y cobrador de rentas, que junto los pagos monetarios se le ayuda a casarse lo que podría hacernos pensar en cierto parentesco; a Casilda Martínez, criada; a su criada María; a su criada Mariquita; y a sus tres pajes Diego de Vivanco, Guillermo Francés y Roberarete Flamenco. Evidentemente estos dos últimos debieron ser contratados en Flandes con lo cual Hernando debió estar allí.

Cortesía de Santiago Abella
 
Decíamos que Fernando creó un mayorazgo donde se incluían bienes raíces, derechos y bienes muebles. Incluso vincula al mismo el oficio de Montero del Rey que recibió de su padre y un anillo de oro para sellar con las armas de Vivanco. Pero también se incluían: Las casas del barrio espinosiego de El Pedredo -donde vivía- y sus huertas; las fincas de Tras Otero, Rucabado (Quintana los Prados) y en Socobe (Espinosa de los Monteros); o cobrar todas las rentas y derechos atrasados y no cobrados en ese momento procedentes de la encomienda. Todo un chollo que contenía ciertas obligaciones como cumplir y pagar las misas incluidas en el testamento con esos bienes durante veinte años.
 
Le sucedió en el mayorazgo su hermana Ana de Vivanco, viuda de Francisco de Rozas y, tras ella, heredaría el hijo de esta Agustín de Rozas y Vivanco. Pero debería llevar preeminentemente el apellido Vivanco y así sus hijos si querían heredar el mayorazgo. Si ninguno quisiera cumplir las condiciones se seguiría la búsqueda del heredero prefiriendo siempre el mayor al menor, y el hombre a la mujer, y que fuesen hijos legítimos de matrimonio legítimo. Si no llegase a tener heredero se lo llevaría todo la Iglesia Católica con la creación de un monasterio. Serían los patronos el ayuntamiento de Espinosa de los Monteros y el arzobispo de Burgos. ¡Qué generosidad! O casi, porque estaba la coletilla siguiente: “(…) sean preferidos en el entrar de el dicho monasterio los deudos y parientes de dichos mis padres y de sus allegados y deudos, como son Vivancos, Ortices, Sarabias, y Hierros, Angulos y Arzeos (...)”.

 
Fernando, o Hernando, dejó una relación de bienes a entregar a su hermana tras su muerte y, después, a su sobrino. Le insisto en que se fijen en que lo hace por “su buena voluntad” y no porque no se lo puede llevar de este mundo: “Ytem, mando que se le de y entregue a la dicha Doña Ana de Vivanco Hierro toda la ropa blanca de camas y la de mi cama donde yo duermo, ansí la ropa que dicha mi señora y madre dejó, por la buena voluntad que le tengo, y porque ruegue a Dios por mi ánima, y por justas causas, entiéndese la manda de la cama en que yo duermo con su madera y aderezo y cortinas de rajette verde, y con dos colchas nuevas blancas de Olanda, y un cobertor azul. Y asimismo le mando los bufetes, cofres y arcas y mesas y bancos de mi casa que tengo y he comprado, entiéndese los dichos cofres y arcas varios con sus llaves…, y le mando más los guadamezis que tengo, que son quatro y las alfombras y carpetas de mis mesas…” a estas “generosidades” se les sumaba una imagen de plata de la Anunciación, dos tazas y cucharas de plata, las alhajas del servicio de la casa y alfombras y tapices. La relación de bienes entregados tanto a su hermana como a su sobrino nos llevan a un tiempo en el que cosas que hoy en día no tendrían valor para los herederos -terminan, generalmente, en el contenedor de Cáritas- en el año 1600 y hasta hace poco eran queridos y deseados.
 
La lista incluyó: un traje negro (usado, claro) de capa, calzas y jubón y ropilla; una espada; un sombrero con cadenillas de oro y piezas de oro; una gorra de riza; todas las armas a su disposición pero que estaban incluidas en el mayorazgo; un cofrecillo escritorillo negro; y su biblioteca. El testamento continúa con una relación pormenorizada de muebles y ajuar doméstico para su hermana o sus criadas en la que no vamos a insistir.

 
También incluyó donaciones al hospital situado en Pedredo; a la fábrica de la iglesia de Santa Cecilia de Espinosa; a las iglesias de Nuestra Señora de Fuera de San Sebastián y de Nuestra Señora de Berrueza, situadas en Espinosa. Entre toda la hojarasca del testamento nos encontramos una curiosidad relativa al oficio de montero de cámara y era ¡que se podían empeñar! Fernando dejó por escrito que su hermano Francisco de Vivanco dejó empeñado el oficio de montero a Andrés de Barahona, otro montero, por quinientos ducados. Quedaban pendientes de pagar doscientos que se incluirán entre las obligaciones testamentarias y en el mayorazgo.
 
A pesar de ser comendador de la Encomienda de Vallejo, Fernando residió en su casa de la villa de Espinosa de los Monteros desplazándose de manera puntual a Vallejo para resolver asuntos de la encomienda. Quizá para compensar esa -digamos- desafección mandó ser sepultado en la iglesia de Vallejo, en el sepulcro destinado a sepultar a los comendadores, situado en el presbiterio de la iglesia. Es fácil de identificar ese presbiterio porque lo modificaron con la estatua orante de Fernando, única muestra de estatua de bulto redondo en el Valle de Mena. En ella tenemos su escudo de armas con los símbolos de la Orden de San Juan de Jerusalén en forma de dos cruces de Malta y hay una lápida con una inscripción que él incluyó en su testamento:
 
“Aqvi iaze el esforzado cavallero Don Fernando de Bibanco / natvral de la villa de Espinosa de los Monteros, caballero de la Orden de ca / ballería de San Jorge i del avito de San luán comendador de la Encomien / da de Ballejo, hijo de Pedro Ortiz de Bibanco i de Doña María Saravia de / Ierro, nieto de Hernando Ortiz de Bibanco i de Doña María Saravia M /arroquín i por parte de madre de Fernán González de Ierro i de Doña Ma / riana Saravia de la Peña, descendiente de las mvi antiguas i noble / s casas i solar de Bibanco qve es en el Valle de Mena i de las mvi no / bles i antiguas casas i solar de La Cerca qve es en la Merinda / d de Losa, el qval sirvió al rei Don Felipe segvndo de capitán de / infantería española  i maestro de campo  en el tercio de A / gvstin Iñiguez de Çlárate, falleció año de 1621”
 
Pero Agustín Iñiguez de Zárate era maestre de campo del tercio que llevaba su nombre, entonces ¿cómo es posible que Fernando de Vivanco fuera maestre de campo de ese tercio? Si pensamos mal podemos llegar a la conclusión de que, simplemente, mintió el buen Fernando. Lo siento, pero no. No mintió. El problema es administrativo porque al fallecer Agustín 1584 y 1587 Fernando de Vivanco asumiría el cargo y, el posible cambio de nombre del tercio al de su nuevo maestre de campo solía tardar entre tres y siete años.


Fernando era un hombre valorado por su familia y lo vemos en 1609 como albacea de los testamentos de sus tías María y Mariana. Ambas dejaron mandada la constitución de una capellanía perpetua para que se dijese cada día una misa en la iglesia de Santa Cecilia de Espinosa de los Monteros y por patrón de esta a Fernando de Vivanco. Y, como todo debe quedar en familia, que en el siglo XVII el nepotismo era muy valorado, estas señoras tenían voluntad de nombrar por capellán a Pedro de Vivanco, un pariente suyo clérigo presbítero, natural de Lezana, hasta el momento en que Juan de Vivanco, que era hijo del primer matrimonio del abad de Vivanco, que en ese 1609, era menor de edad, pudiese hacerse cargo de ella.
 
La casa espinosiega de Fernando Vivanco está en la calle El Pedrero. No encontrarán nada atractivo. Sobre todo, si lo comparamos con otras joyas de la población. Quedan tres paredes, pero hasta hace pocos años había una construcción más o menos veterana rellenando los restos. Hay recuerdo gráfico de esa situación que aguantó hasta finales del siglo XX.

 
Miremos esta antigua estampa donde, aparte de la Citroën C-15, vemos a la derecha una edificación de piedra que parece un avance de la casa con tres huecos en fachada. El primero de la planta baja dispone de cuatro piedras que simulan dos fustes de columna y sus capiteles. Tosco, eso sí, pero atractiva en su simplicidad y supervivencia. Estaba cegada y cerca de ella se abrió un ventanuco de bodega. La de la planta superior, tapiada y desaparecida, parecía la salida a un balcón -se ve una posible repisa- y no solo la ventana que había en sus últimos momentos. A esta área del edificio se entraba desde el interior de la casa a través de un arco apuntado. Más arriba hubo una pequeña cornisa con puntas de diamante. La parte central fue un añadido posterior. A la izquierda nos queda un muro de buena cantería con una ventana geminada con arco conopial muy pronunciado. Hay restos de una saetera anterior, una pequeña ventana con arco de cortina y el espacio destinado a otro escudo que nunca se colocó. Y, a fachada, el escudo del comendador que lo tenemos sobre un modillón de rodillos y cubierto por una cornisa todo el ancho del muro. Lleva por tenantes a dos amores y por timbre un casco, de gran tamaño, ornado de penachos y lambrequines. En su campo de color azul figura un castillo dorado y saliendo de su homenaje un caballero de plata armado, con una espada desnuda en la mano diestra y una rodela en la siniestra. En los cantones del jefe dos cruces de Malta, y en la punta tres supuestos árboles o haces, puestos en faja: Armas de Vivanco y alianzas. No aparece el lema de la familia: “Las armas son del vencido y el campo del vencedor” que debería ir en una bordura alrededor del mismo.

 
Evidentemente, es el escudo de Fernando de Vivanco Sarabia de Hierro, según testigos del año 1566. De esas conversaciones se sabe que, originalmente, sobre el castillo se representaba un brazo con una espada en la mano en vez del hombre armado posterior.
 
 
 
Bibliografía:
 
“Blasones y linajes de la provincia de Burgos. V Partido Judicial de Villarcayo”. Francisco Oñate Gómez.
“La ruta heráldica de Espinosa de los Monteros”. Proyecto Aldaba.
“Los Monteros de Espinosa”. Rufino Pereda Merino.
Auñamendi Eusko Enziklopedia.
Casa rural Valle de Mena. 
www.terranostrum.es
ArkeohistoriaTriskel.
www.Arteguias.com
www.romanicoenruta.com
Santi Mendiola (fotógrafo).
Blog “Tierras de Burgos”.
Periódico “El Correo”.

Para saber más:

El halcón maltés y el Rebollar.
 
 
Anexos:
 
Monteros de apellido de Vivanco: En 1624, Antonio Ruíz de la Escalera Vivanco, Abad de Vivanco; Francisco de Vivanco y Villagómez, del hábito de Santiago; Francisco de Pereda Vivanco y Francisco de Vivanco; en 1626, Francisco Ortiz de Vivanco; en 1631, Juan de Pereda Vivanco y Francisco de Vivanco Angulo, señor de las casas de este apellido; en 1641, Juan de Rozas Vivanco, y Andrés Barahona Vivanco; en 1657, Francisco de Angulo Vivanco; en 1661, Policarpo de Angulo Vivanco, Alcalde de Bárcenas; en 1663, Pedro Angulo Vivanco; en 1666, Pedro Angulo Vivanco; en 1691, José Ortiz de Vivanco, y Francisco de Angulo Vivanco; en 1693, José de Vivanco Ortiz y Juan de Angulo Vivanco, Alcalde Ordinario de la Villa de Espinosa y su jurisdicción; en 1702, José Ortiz de Vivanco, Vizconde de Santolalla la Plana, y José Angulo Vivanco; en 1755, Antonio de Pereda Vivanco; en 1784, Pedro de Angulo Vivanco, Alcalde Ordinario; Antonio Angulo Vivanco, y otro Pedro Angulo de Vivanco.
 
 

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