Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
Retorna tanto como quieras que aquí me tendrás manando recuerdos.


domingo, 10 de diciembre de 2023

“¡Tres navíos en el mar… Otros tres en busca van!”. (III)

 
Esta es la tercera jornada en la que disfrutaremos de la prosa y los Recuerdos de Villarcayo de Ricardo San Martín Vadillo sobre el Villarcayo de su infancia y juventud. Recuerdos que todos atesoramos y que se difuminan, junto a cada uno, en la bruma del tiempo pasado. Desde esta bitácora aprovechamos la cordial relación que tenemos con Ricardo para que nos pinte su acuarela de sentimientos más privados que le han acompañado en su recorrido vital y que, afortunadamente, ha decidido compartirlos fuera del círculo familiar más íntimo.
 
"El tiempo no es, sino el espacio entre nuestros recuerdos". 
Henry F. Amiel
 
Familia, escuela, instituto, juegos, canciones, travesuras, excursiones y lecturas.
 
Sentado mirando ese tiempo pasado me asaltan las imágenes de los juegos que compartíamos por las calles y los campos de Villarcayo: indios y vaqueros (con un fuerte de madera); las chapas; el pincho o hinque; el burro; tres navíos en el mar; el pañuelo; el escondite; la cadena; tres en raya; tarjos, canicas; el zurriago; tirachinas y para los más pudientes una chimbera o carabina -¡qué poco ecologistas éramos!-; saltar a la comba o la goma -las niñas, claro, porque nuestros juegos eran poco inclusivos-; carreras de aros; las sillas; la gallinita ciega; coger cangrejos, negrises y ranas; cambio de cromos; el intercambio de TBOs; la bici; el futbol… Siempre había algo con que jugar.

 
Pero había momentos para la pausa y la lectura. El “TBO” y sus personajes: Doña Urraca, Las hermanas Gilda; don Pío; La familia Ulises; en negrito Balabú; El profesor Franz, Zipi y Zape, Pascual, criado leal, El doctor Cataplasma… Mi revista juvenil favorita era Roberto Alcázar y Pedrín con sus frases: “¡Ostras, Pedrín!” o “¡Toma del frasco, Carrasco!”. Otras lecturas eran El Guerrero del Antifaz, El Capitán Trueno, El Jabato; Pulgarcito; Jaimito, DDT, Pumby; El Cachorro; Colt 45; El Príncipe Valiente, FBI, Diego Valor, Red Ryder; Hazañas Bélicas… Mortadelo y Filemón, lo leyeron ya mis hijos.

 
Luego vinieron los libros: la triste La cabaña del tío Tom; Marcelino, pan y vino; Aprendiz de hombre; Luiso o María, matrícula de Bilbao. Y después las lecturas juveniles: Guillermo, el travieso; Los cuentos de Calleja; Emilio Salgari, Enid Blyton, etc.
 
¡¿Qué decir de los cromos?! Los coleccionábamos de todo tipo: de futbolistas, ciclistas, coches, veleros, trenes, razas humanas, calendarios comerciales, los cromos de Nestlé en los álbumes “Maravillas del Universo”… Una actividad de preparación a los “intercambios comerciales en edad adulta” era el intercambio de “repes” que nos mostrábamos de forma rápida, mientras el otro niño iba diciendo: “Lo tengo, lo tengo, lo tengo, también, también…” Si salía un cromo difícil de conseguir comenzaba una ardua negociación con tira y afloja hasta llegar a un acuerdo (o no).

 
Y cómo no, sellos. Y música. Las canciones de aquellos años que nunca he olvidado: “Con el guri, guri, guri…”, Dos gardenias”, “Angelitos negros”, “Si quieres que yo te dé…”, “El emigrante”, de Juanito Valderrama; “A lo loco…”, “Frenesí”, “Tico, tico”, “La raspa”, “Mi jaca”, “Alma, corazón y vida”, “Mi vaca lechera”, “¿Qué será, será?”, “santa Marta”, “Cachito mío”, etc. ¿Qué canciones recuerdo haber oído cantar a la gente o en la radio? Estas son algunas de ellas: “Fumando espero” (1957), “El relicario” (1958), por Sara Montiel; “Cocinero, cocinero” (1956); “Por el camino verde” (1955); “Si vas a Calatayud” (1958); “Campanera”, por Joselito (1959); “Soy minero” (1955); “A lo loco, a lo loco”; “María de la O”, “El chacachá del tren” (1958); “Espinita” (1957); “Sombrero, ay mi sombrero”; “Qué rico el mambo”; “Dos cruces”; “Mi jaca” (1965); “Doce cascabeles” (1959); “Ya viene el negro zumbón” (1953). Curiosamente el estribillo de casi todas ellas permanece en mi memoria, aunque no las he vuelto a oír ni a cantar.
 
Entre mis recuerdos está la primera vez que vi la televisión, en blanco y negro, con distorsiones de la imagen, rayas, todos agolpados frente al escaparate de Abundín (junto al bar Toledo). Toda la chiquillería viendo (o intentando ver) la serie de “Rin Tin Tin”, de 1954 a 1959, las aventuras de aquel niño soldado, el cabo Rusty, y su perro Rin Tin Tín.
 
En el Padrón de 1949 encontré el nombre del torero Fernando Rojo. De él había leído muy brevemente en el libro de Manuel López Rojo. Debió ser buen torero; tenía por sobrenombre “Nelita” (referencia al río de Villarcayo). El Diario de Burgos (28/09/1949) da noticia del triunfo del Chico de Vista Alegre y de Nelita el día anterior en Poza de la Sal: Nelita estuvo bien con sus dos novillos, puso banderillas y salió a hombros de la Plaza. De él también da noticia la revista “El Ruedo” (09/02/1950) aplaudiendo su habilidad en el salto de la garrocha.

 
Una ocasión que haría las delicias de los periodistas de “Cuarto Milenio” fue la aventura de los “fantasmas” en la casa de Bocarredo, en Horna. ¿Cómo fue aquello? ¿Qué bulo se corrió por el pueblo? ¿Había “fantasmas” en aquella casa de Bocarredo? Allí estaba una gran parte del pueblo, de pie, ¿esperando qué? ¿iba a aparecer algún espectro? Yo también estaba allí, a la espera de un hecho paranormal. Dicen que la explicación era más sencilla: quizás unos inquilinos no deseados a los que se pretendía asustar…
 
En diciembre de 1956 don Julio Danvila Rivera fue nombrado “Hijo Adoptivo” de Villarcayo por sus gestiones en pro de la villa. Pero, para mí, resultó más importante que mi tío, Félix Vadillo, lograra pescar, junto con su amigo Paco Fernández, una trucha en el Nela, a la altura de Escanduso, de 6`75 Kilos. Mi tío, que con sus amigos Paco y Pepín compraron, a partes iguales, un Biscuter plateado. Yo me subí varias veces en él para ir a pescar cangrejos. No tenía marcha atrás y para aparcarle se le movía levantándole de la parte trasera.

 
El colegio de Nuestra Señora de la Sabiduría se inauguró en 1958 y estuvo activo hasta 1972. Allí estudiaron provechosamente muchos niños y niñas de Villarcayo. Yo acudí a clases particulares de francés y de inglés con aquellas monjas canadienses y ese hecho fue fundamental para mi futuro.
 
Villarcayo fue elegida en 1963 para celebrar “el Día de la Provincia” y ese año, además, se inauguró, en agosto, la Residencia Infantil “Nuestra Señora de los Ángeles”, con presencia de autoridades de Bilbao y de Villarcayo, así como la presencia de doña Carmen Polo de Franco. Aquella Residencia fue importante para Villarcayo por sus excelentes instalaciones y el servicio que dio a los niños bilbaínos que venían a disfrutar del aire puro y las actividades recreativas.

 
Mi amigo Lebato de Mena me preguntaba hace un año: ¿La casa de Jarabo (familia Guinea) que se derribó, era de José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris, aquel que asesinó a cuatro mujeres en Madrid y que fue condenado a garrote vil y ejecutado en 1959? La respuesta es sí, su padre era José María Jarabo Guinea.
 
En noviembre de 1968 se concedió a Villarcayo el accésit en el concurso de embellecimiento de pueblos, dotado con 50.000 pts. Quizá eso ayudó a que para 1970 Villarcayo tuviese 2.611 habitantes. En 20 años había pasado de 1.714 a 2.611, lo cual era un considerable aumento. Sin embargo, el mayor salto se produjo entre 1970 y 1975 en que se alcanzaron los 4.249 habitantes (en cinco años casi se duplicó la población). Y, claro, eso conllevó prisas para construir las casas y equipamientos demandados. Recuerdo el día en que estaban levantando la torre metálica de la nueva iglesia y se cayó impactando sobre la pared de la antigua frutería de Sotero, con enorme estruendo. O aquel bloque de pisos, cerca de donde está el actual Casino, que también se derrumbó sin herir a nadie porque se vino abajo a la hora de comer y no estaban los albañiles.

 
Accidentes ha habido siempre, y los habrá, pero no sabes la razón para recordar solo algunos. El camión que después de bajar la cuesta de Bocos sin frenos, chocó con el pretil del puente y cayó al río con toda su carga de latas de sardinas. ¡Mucha gente fue a “pescar” gratis sardinas en el río Nela!
 
Y sueños. Como el del oro negro en la Lora cuando anhelábamos convertir aquellos secos páramos en campos de petróleo, al estilo de Tejas o California en los Estados Unidos
 
¿Quién, mirando a su infancia, no ha sonreído recordado sus travesuras? Para que mis hijos conociesen a aquel Ricardito de los años cincuenta escribí el libro Las aventuras de Caíto que recoge algunas de mis “hazañas oscuras”: mis “guerras” con las gallinas del gallinero a las que perseguía con mi espada de madera, creyéndome El Guerrero del Antifaz; y si de “guerras” se trata eran proverbiales aquellas “batallas” en pleno invierno entre los niños de la escuela, todos contra todos, con bolas de nieve (alguno metía dentro de la bola de nieve una piedra y si te alcanzaba los efectos eran demoledores). Épico fue el “asalto” y rotura de mi hucha con mis ahorros para ir a la confitería de las Remigias (¿se llamaba La Reinosana?) a comprar chocolatinas de Nestlé y regaliz hasta el empacho; el azadillazo involuntario a mi prima Elvira en la huerta familiar mientras aseguraba yo querer ayudar a mi abuelo Silvestre a sacar las patatas (ya lo decía mi abuelo: “¡Niño, estate quieto con la azadilla que no la haces limpia!”); encerrar a mis primos Pedro y Begoña en un armario y aterrorizarles con prender fuego; poner en marcha el torno de mi tío Pedro un domingo estando solo en el garaje, lo cual pudo causarme un grave accidente; el fuego que provoqué en la huerta familiar jugando a indios y vaqueros y que pudo llegar a encender el cobertizo; el “robo” de los recortes de hostias y vino albillo en la sacristía de la iglesia de Santa Marina en ausencia del cura; las trastadas en la escuela con la estufa de serrín; las peras tiradas a los coches desde la cuesta de la Descomposición; la caza de pajarillos con el tirabeque o tirachinas; el petardo que hice explotar en el porche de la iglesia Santa Marina mientras las beatas rezaban el Rosario y que terminó por explotarme en la mano al ir a encenderlo; los cangrejos cogidos a mano en el río Nela que luego hervíamos en una lata; los muñecos de papel que lanzábamos al techo de la clase en la escuela y que quedaban flotando, movidos por el aire; el intento de entrar en la Abadía de Rueda por una ventana con un amigo y la caída de éste desde la ventana al suelo… Estas son algunas de las travesuras de Caíto, pero hay muchas más. Y es que ya lo decían su abuela Anselma y su tía Margarita: “¡Este niño es de la piel del diablo!”.

 
Famoso debió ser en Villarcayo años antes Quinito “Barrabás” por sus fechorías. Me contó mi padre que los niños recitaban estas rimas: “En la calle de San Roque no se puede pasar // porque han puesto de guarda a Quinito Barrabás”.
 
 

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