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domingo, 18 de febrero de 2024

¿Doncellas? Pues, ¡pon 100!

 

Viajemos a la oscura Edad Media. Oscura no porque el cielo fuese menos azul o el sol estuviese más apagado sino porque carecemos de la suficiente información histórica y la que nos ha llegado está, seamos sinceros, trufada de mentiras. Pero, ¡¿Cómo dice eso, Sr. Lebato de Mena?! Queridos lectores, deben comprender que hace mil años no se buscaba la veracidad de los hechos. El historiador de entonces es un escritor de leyendas que volcaba en historias -falsas o auténticas- la esencia de las personas y los acontecimientos relatados. Así tenemos en la memoria a la condesa traidora, el Fernán González del poema, los jueces de Castilla, el Cid del cantar o la batalla de Clavijo que no son aceptados por los historiadores actuales pero que nos muestran el carácter del pueblo que las creó. Numerosas leyendas recogidas en las crónicas entraron en la literatura y persistieron en la poesía y el teatro de siglos posteriores. Una de las leyendas más interesantes, desde este punto de vista, es la del tributo de las cien doncellas -Cincuenta para matrimonio y cincuenta para concubinato o, según otras referencias: cincuenta nobles y cincuenta villanas- y de la liberación de esa carga por intervención y ayuda sobrenatural.

 
La primera mención al tema de las doncellas aparece en el siglo XIII en las Crónicas de Lucas de Tuy y del arzobispo Ximénez de Rada. Se relata la humillación y vergüenza que produce entre los cristianos hispanos el tributo de las cien doncellas, iniciado por Aurelio o Mauregato y terminado con la batalla de Clavijo, o la de Simancas.
 
Como ven la creación y el fin del tributo de marras son un par de razones para sospechar de la falsedad del relato. ¿Empezó con Aurelio (768-774) o Mauregato (783-789)? La atribución a Aurelio aparece en un texto del obispo Sebastián de Salamanca: “praelia nulla exercuit, quia cum Arabibus pacem habuit”. Y Lucas de Tuy agregó: “Aurelio (…) nunca fizo guerra con los caldeos, ante, firmó con ellos paz y [a] algunas buenas nobles christianas consentió ser ayuntadas por casamiento a los moros”. Claro que esta frase no significaría, sino que Aurelio permitió los matrimonios mixtos entre cristianas y moros, pero… Fray Mateo de Anguiano (1649-1726) optaba por otra teoría: “Desde el año 783, hasta el de 788, con auxilio de los Moros, y pactos infames, ocupo el Reyno de Oviedo y León, Mauregato, hijo bastardo en todo del Rey D. Alonso Primero, y de una Mora esclava suya (algunos escritos la llaman Sisalda). Entre las condiciones del pacto, fue una que Mauregato avia de pagar cada año en feudo, un tributo nefando de cien doncellas de sus estados Catholicos: de las quales, las cincuenta avian de ser Nobles, y las demas del estado general. Corrió el tributo infame algunos años, y con obligacion de llebarle hasta la raya, y confines del Reyno, donde se hazia la entrega. Mucho se ofendió Dios deste pecado, y lo mostró con varios sucessos, y milagrosos acaecimientos, que refieren nuestras Historias. Bramaban los Christianos sobre este feudo, especialmente los Nobles, que no saben sufrir infamias. Y de aqui resulto, el que varios Cavalleros esforçados, les quitaron de las manos el tributo algunas veces; y aun huvo ocasion, en que defendieron a las inocentes doncellas, los toros de una bacada, jugando contra los Moros sus puntas, y despedazándolos”. El relato estaba inspirado en fuentes anteriores y Mauregato (el Moro-Godo) es dibujado como un rey nefasto. Pero, ciertamente, sus principales apoyos surgieron de la nobleza del reino astur, sin descartar que los cordobenses cizañeasen y ayudasen. Es tan importante el peso del relato de las doncellas que cinco años más tarde, Mauregato murió asesinado por los nobles Arias y Oveco, glorificados como justicieros por la imposición del tributo. Su sucesor, Bermudo I (789-791), intentó transformar ese pago en dineros. El destronado y sucesor de Bermudo, Alfonso II el Casto (791-842), anuló el pago de doncellas durante su reinado al vencer en la batalla de Lutos (794). Abderramán II (822-852) exigió de Ramiro I (842-850) de Asturias la reinstauración de tal carga. El nuevo rey de Asturias ordenó a los pueblos entregar determinado número doncellas.


En este momento se integra en el fluir principal de la historia el relato de Simancas que envió las siete doncellas que le habían señalado mancas de la mano izquierda. Sabido lo cual Ramiro I renegó del pacto y aprestó sus mesnadas. (¿Renegó después de enviar otros lotes de chicas?). Abderramán responderá: “Si mancas me las dais, mancas no las quiero”. Por cierto, actualmente el seis de agosto se celebran en este pueblo fiestas en memoria de esa mutilación. Y es poco probable que el nombre del pueblo surja de esta expresión. Más bien, lo contrario. ¿Qué idioma hablaba Abderramán II? Pero esto es lo de menos.
 
Simancas fue conquistada en el año 883 por el ejército de Alfonso III (852-910), y pocos años después, -cuenta otra variante del tributo- la noble familia de los Simancas se encontró en la obligación de cumplir parte del tributo aportando siete doncellas… “(…) en un acto de valentía las jóvenes se atrevieron a plantar cara a la injusta situación cortándose la mano izquierda a modo de desafío. Abderramán III (912-929), tras recibir su “lote defectuoso” indignado sentenció: “Si mancas me las dais, mancas no las quiero””. Esta leyenda nos trasladará el final del tributo de las cien doncellas a la batalla de Simancas en el año 939. Allí lucharán el rey de León, Ramiro II, y Abderramán III, el octavo y último emir independiente y primer califa omeya de Córdoba. Claro que si no hubo tributo… tampoco nos tenemos que romper los cuernos para cuadrar tanto relato con fechas y nombres variables.

Monumento a las mancas de Simancas
 
Otra razón para suponerla falsa es que la leyenda suena a “cosa conocida”. Los hombres medievales cultos -sacerdotes, monjes, etc.- valoraban los mitos clásicos como el relato de “Teseo y el Minotauro” y, en nuestro caso, parece adaptarse para que el héroe sea ayudado por un santo -y no por Ariadna- para triunfar.
 
Además, como vemos, el tributo de las cien doncellas está asociado a la dudosa batalla de Clavijo. Si esta es falsa, también aquel. En Clavijo se apareció el Apóstol Santiago convertido en Santiago Matamoros ayudando a Ramiro I de Asturias. Era el 23 de mayo de 844 cuando derrotarán a Abderramán II (792-852) y eliminarán el tributo doncellil. ¡Y es una batalla sin rastro histórico fidedigno! Lo más probable es que Clavijo se basara en las batallas de Albelda o en la de Simancas del año 939. Entendamos que la utilización de acontecimientos históricos y de sus protagonistas para fines político sociales posteriores sigue hoy aplicándose y deja rastros duraderos en en el folklore.
 
La narración sobre la batalla de Clavijo tiene variaciones de una fuente a otra: Ramiro I, monarca asturiano, parte de la corte hacia Castilla la Vieja para contraer matrimonio en segundas nupcias con Paterna. Con ocasión del viaje real, los pares de su reino intentan destronarlo. Abderramán II tiene noticia del suceso y moviliza sus huestes. Para debilitar más a Ramiro I reclama el pago del tributo de las cien doncellas. Entró Ramiro en La Rioja y ganó a los moros la plaza de Nájera, continuando después camino de Albelda, ciudad importante del califato en la cuenca del Bajo Iregua, en donde Abderramán se encontraba esperando para iniciar la batalla. Aprovechamos la pausa nocturna para fijarnos que este relato chirría con lo contado sobre las doncellas de Simancas cuya historia transcurre en un entorno de estabilidad política en León y de frecuente entrega de chicas a los moros.

 
Esa noche el rey Ramiro recibió la visita en sueños del apóstol Santiago que le promete su ayuda. Durante la lucha se abrieron los cielos y surgió la figura de Santiago en túnica blanca con cruz roja al pecho, espada en mano y montado sobre un blanco corcel. Ramiro tomó la ciudad de Albelda, e hizo un voto según el cual tanto él como sus vasallos debían ceder, a perpetuidad y anualmente, a la Iglesia de Santiago en Galicia una medida de trigo cada labrador, y una de vino cada cosechero. Además, se anulaba el ominoso tributo de las doncellas, se instauraba la Orden de Caballería de Santiago y se fundaba el noble solar Camerano de Valdeosera.
 
O sea, ¿Clavijo podría ser la batalla de Albelda con otro nombre? Lo primero que debemos decir es que, en la zona de Albelda, se produjeron dos batallas. Una hacia el año 852 con una derrota cristiana y la segunda batalla en 859 en el denominado Campo de la Matanza, en las cercanías de Clavijo y ganada por Ordoño I (850-866). Esta última ha creado el mito gracias a su inclusión en la “Historia Gothica” por el arzobispo Rodrigo Jiménez de Rada. Ahí es donde encontramos el sueño de Ramiro I y Santiago Matamoros junto con el Voto de Santiago. ¡Bien por Ramiro I! La pena es que su reinado fue breve y soso, del 842 al 850. Pero esta relación con la divinidad y esta victoria lo ensalzaron post mortem. Y eso tenía un precio en forma de dádivas eclesiásticas. ¡¡¡Bingo!!!

Santiago Matamoros
 
Clavijo ya era discutida en el siglo XVIII por los historiadores Gregorio Mayans y Francisco Cerda y Rico. Estudios actuales sostienen que nunca existió el Tributo de las cien doncellas y que tanto su vigencia, como la aparición de Santiago Apóstol en Clavijo, fueron un argumento, ideado en el siglo XII, para justificar la implantación de un sustancioso impuesto, llamado el “Voto de Santiago”, que se recaudaba en beneficio de los canónigos de Santiago de Compostela entre los habitantes de Galicia, León y la parte de Castilla sobre el Duero, en donde se encuentra Las Merindades. Tuvieron que ser las Cortes de Cádiz las que abolieron el voto de Santiago en 1812, junto con otros privilegios del Antiguo Régimen, si bien, durante la guerra civil de 1936, con carácter simbólico se reinstauró. Y, es que, es sospechoso que los documentos andalusíes no nos hablan de la batalla de Clavijo, ni siquiera para minusvalorarla o reconocerse vencedores.
 
Vale, puede ser. Pero también podemos explicar el tributo de las cien doncellas como una personificación de la extorsión que sufrían todos los reinos cristianos por parte del emirato o el califato y la consecuente necesidad de hacer frente a las cargas fiscales asociadas y al necesario esfuerzo de guerra. De hecho, el tributo de Mauregato o de Aurelio no solo eran de carne humana, sino que se incluían 10.000 onzas de oro, 10.000 libras de plata, 10.000 caballos y 10.000 mulos, 1.000 lorigas, 1.000 espadas y 1.000 lanzas. Mucho, ¿Verdad? Lo más seguro es que sean cifras para adornar la humillación cristiana y exacerbar el odio a Mauregato o son desbarres de algunos divulgadores. Es decir, acentuar el relato sentimentaloide como si fuesen nuestros políticos populistas de hoy. Si les sirve de consuelo, las fuentes árabes hablan de treguas con Mauregato pero nada de entregar unos bienes de guerra improbables de producir y de aceptar. Claro que, también podemos anclar la existencia del tributo de las cien doncellas en una posible convivencia con el califato. ¿Recuerdan el consentimiento de Aurelio para las bodas de damas nobles asturianas con andalusíes? Pues serviría para reforzar la paz con Córdoba mediante la celebración de matrimonios mixtos. Pasado este momento los cronistas cristianos, que son clérigos y abogan por la lucha sin límites con el infiel, transmutarán las bodas en raptos, en el tributo de las cien doncellas.

 
Como la batalla de Clavijo tiene ese tufo a falsedad parece que debió ser necesario apuntalar el voto de Santiago o ampliar el número de cristianos perjudicados por los moros y de los héroes matamoros. Así surge el relato “Tributodoncellas 5.0”de que se reunió la nobleza cristiana de los diferentes reinos con los emisarios califales. En esa reunión se levantó indignado el conde Fernán González (910-970) afirmando que esas doncellas no iban a ser castellanas y lo mismo contestaron los reyes de León y de Navarra. Y, por si esto fuera poco, los mensajeros del califa fueron decapitados allí mismo. Me recuerda, un poquito, a la película “300” y el descalabro de los enviados de Jerjes.

 
Abderramán III salió a castigar la osadía de los cristianos. Ante ello, el rey de Navarra sugirió plantear batalla encomendándose a San Yago, milagroso santo enterrado en Galicia que ya les había ayudado en Clavijo. Por su parte, Fernán González dijo que también en Castilla tenían un protector: San Millán de la Cogolla. El rey de León aceptó el reto, y todos los cristianos pasaron la noche rezando, seguros de su derrota, pero ansiosos de sacrificarse por eliminar el tributo de las cien doncellas. ¿Problema? Pues que ese tributo se había terminado en la batalla de Clavijo, unos cien años antes. Si se tuvo que hacer una segunda batalla fue o bien porque Clavijo no existió o porque, entonces, no impidieron el pago en doncellas. O porque esa batalla estaba lejos en el tiempo para una recaudación efectiva. Incluso podríamos llegar a pensar, absurdamente seguro, que fue una elaboración castellana para resaltar su nueva fuerza político militar y su capacidad de imponer un santo en igualdad con un Apostol.
 
Los cristianos antes de entrar en batalla, se hincaron de rodillas y se encomendaron a Santiago y San Millán. Viendo esta sumisión cristiana, los musulmanes atacaron. Pero en el cielo aparecieron dos caballeros: obviamente eran Santiago y San Millán. Ganaron los cristianos y, por segunda vez, se terminó el tributo de las cien doncellas.

San Millán Matamoros
 
Pero que no existiese el tributo de las cien doncellas -Creo que ya lo tenemos claro- no impidió que diversas casas nobiliarias creasen laureles propios en torno a las cien doncellas anuales. Citaremos dos: Los Figueroa y los Miranda.

Figueroa
 
Si viajan a la localidad de Bordel (La Coruña) encontrarán en ella la torre de Peito Bordel, donde dicen que encerraban a las muchachas antes de ser embarcadas en la ría de Betanzos para su forzado cautiverio en la ciudad de Córdoba. Así fue durante años, hasta que le tocó a la hija de un hidalgo. Según una versión, el padre de la joven, que no la quería entregar, ideó un plan para acabar con tal deshonroso tributo. Según otras versiones serían los cinco hermanos de la joven los que idearon el plan. Se disfrazaron de mujer y se introdujeron entre las que iban a ser embarcadas, atacando a los musulmanes con ramas de higuera ya que sus lanzas estaban rotas, liberando a las mujeres. Otra versión dice que se escondieron entre las higueras para, con apoyo de la población local, atacar a los raptores. Evitando así la entrega de las muchachas y que éstas cumplieran la promesa de… ¡amputarse las manos! antes que servir a los musulmanes cordobeses. Parece que la población de Simancas no era muy original. Con todo, las armas de los Figueroa tienen cinco hojas de higuera. En el escudo de los Miranda figuran cinco bustos de doncellas cargadas en el pecho de una venera de oro; en orla dos serpientes de sínople, anudados sus cuellos en el jefe y las colas en la punta. Los cinco bustos recordarían la hazaña de Alvar Fernández de Miranda, que en desigual combate con los árabes liberó a cinco nobles muchachas destinadas a engrosar el harén del Emir, en cumplimiento del tributo de las cien doncellas.

 
Pero volvamos a la trama profunda del relato del tributo de las cien doncellas. Hemos comentado ya que esta historia suena a conocido y es porque sigue la línea de los relatos épicos de los clásicos grecolatinos: el combate entre el bien y el mal, el héroe que dirige a su pueblo a la victoria con la ayuda de la deidad, la entrega de las adolescentes a las manos de la muerte, ritos iniciáticos de las muchachas, etc.
 
Los investigadores del tributo de las cien doncellas ven cierto paralelismo con el mito de Teseo que fue recogido por varios autores clásicos, entre los que destaca Plutarco quien sintetizó varias tradiciones al respecto. Teseo fue hijo de Egeo, mítico fundador de Atenas, y de Etra. Otra versión de su nacimiento lo convierte en hijo de Poseidón. La vida de Teseo es una concatenación de episodios iniciáticos.

Teseo con Egeo.
 
Estando en Atenas con su padre, vinieron los embajadores del rey Minos para hacer efectivo el pago del tributo que tenía pactada la ciudad con el reino insular. Este tributo se había firmado para apaciguar al rey Minos debido a la extraña muerte de su hijo de la que hacía culpable a los atenienses. El tributo consistía en la entrega de un grupo de siete chicos y otras tantas muchachas en edad casadera y todos vírgenes. Eran conducidos a Cnosos donde el rey los introducía en el laberinto del Minotauro. Teseo se presentó voluntario a la ofrenda. Camino de Creta pararon en el oráculo de Delfos donde Apolo les aconsejó que se encomendaran a la diosa Afrodita. En Creta fueron conducidos al laberinto, pero Ariadna, la hija de Minos, una de las diferentes manifestaciones de la diosa Afrodita, se enamoró de Teseo y le dio información acerca del monstruo y del laberinto. Además, le entregó un ovillo de hilo para encontrar la salida. Teseo mató al Minotauro y, gracias al ovillo, escapó. La muerte de la bestia concluyó con el tributo.

 
Si ahora observamos las estructuras básicas del relato de las cien doncellas o de Ramiro I y el de Teseo veremos que tienen los mismos elementos estructurales y de evolución: hay un tributo para apaciguar la embestida de la representación del mal. El pago consiste en la entrega anual del grupo de jóvenes vírgenes en edad de contraer matrimonio. Se efectúa el pago hasta que aparece la figura del héroe que, ayudado por la deidad correspondiente, consigue derrotar al mal, ante el que se encuentra en notable minoría, y concluye el tributo. Debemos matizar que el relato hispano se refiere solo a chicas.
 
José Antonio Quijera Pérez creyó que el mito peninsular no procedía del griego y presumía encontrarse ante dos variantes formales de un arcaico tema mediterráneo. Así la variante peninsular habría llegado a través del filtro altomedieval, pero asentado sobre una línea de pensamiento precristiano muy arcaico. La variante griega muestra las marcas de la helenización sobre su substrato anterior, que asocia objetos simbólicos atestiguados con anterioridad al helenismo. Con ello entenderíamos que los lugares donde nos dicen que se desarrolla el mito -Creta, La Rioja, León, Castilla o Asturias- no deben ser considerados como los focos de creación y propagación del tema mítico.

 
Si les parecen pocas “pruebas de la veracidad” del tributo tenemos la constancia de las procesiones de doncellas. Bueno, de parte de ellas. Estas procesiones representaban la iniciación femenina al matrimonio y existen, también, fuera de la península ibérica. Recuerden que van vestidas de blanco, de novias. En el pueblo de Solorzano, cerca de Albelda, se localiza una de estas procesiones que se asocia con el tributo… y con la fertilidad de los campos. Pero, de los más de veinte rituales de doncellas existentes en la Península tan sólo unos pocos miran hacia el tributo. El resto ha creado un mito particular. La procesión de Santo Domingo de la Calzada está relacionada con la vida de su santo, por ejemplo.
 
En León capital celebran una fiesta, las Cantaderas, donde chicas procedentes de las parroquias de San Marcelo, San Martín, Santa Ana y Santa María del Mercado recorren las calles de la ciudad antigua para postrarse ante el califa. Una excusa promocional de la ciudad a ritmo de mercado medieval con tres heroínas, Elvira, Leonor Garavito y Leonor de Quiñones, que avergüenzan a reyes y nobles. No está claro si las cien doncellas eran todas de la ciudad o de todo el reino.

Lope de Vega y Carpio
 
El tributo de las cien doncellas fue un elemento recurrente en el teatro. Así, Lope de Vega, en su obra teatral “Las famosas asturianas”, sostiene que el monarca que se comprometió a pagar el tributo fue Alfonso II, pero en su versión las doncellas, al ver que iban a ser ofrecidas como tributo, acusan a los cristianos de cobardía y provocan su reacción para que luchen y consigan impedir el vergonzoso pago. Repitió con “Las doncellas de Simancas”. Otros autores fueron Rafael García Santisteban con su opereta “El tributo de las cien doncellas” que llevaba música de Francisco Asenjo Barbieri; Luis de Guzmán y su comedia famosa titulada “El blasón de don Ramiro y libertad del fuero de las cien doncellas”; o Manuel Fernández y González, un clásico del folletín decimonónico, nos dejó “El tributo de las cien doncellas”.
 
Junto a tradiciones escritas y orales, el Tributo de las Cien Doncellas también ha llegado hasta nuestros días a través de la escultura como la representación que existe en la Iglesia de Santa María de la Victoria de Carrión de los Condes. En efecto, en las arquivoltas de la fachada románica de esta Iglesia del siglo XII aparecen representados moros, doncellas y toros. Estas esculturas recuerdan cómo una milagrosa manada de toros evitó que los musulmanes se apoderasen de cuatro muchachas en esa ciudad palentina, por si no habíamos hablado de lugares diversos con doncellas entregadas.
 
Curiosamente en Las Merindades parece que no se ha asentado nada sobre este tributo de las cien doncellas a pesar de que, de haber existido, varias mozas hubieran tenido que ser entregadas anualmente a los poderes de Al-Ándalus. De lo que no nos debimos librar fue del pago del Voto de Santiago.
 
  
Bibliografía:
 
“El tributo de las cien doncellas. Un viejo mito mediterráneo”. José Antonio Quijera Pérez.
España en la historia.
FJT    
Al-Andalus,Vida cotidiana: musulmanes y cristianos.
Periódico “León Noticias 15”.
Cervantesvirtual.com
Periódico “Diario de Burgos”.
http://pucelaproject.com
Periódico “La Razón”.
https://www.parlamento-larioja.org
Revista “Etheria Magazine”.
“Aproximación a la procesión de las cien doncellas de Sorzano. Orígenes y sentido actual”. Jesús Gonzalo Moreno.
Periódico “Diario de León”.
Periódico “ABC”.
https://www.tradicionesyfiestas.com
https://www.cirkwi.com
Xacopedia.
España Fascinante.
“La ideología mahometana y su influencia revolucionaria en la invasión y conquista de España”. Julián García Sainz de Baranda.
“Notas histórico-críticas sobre el poema de “Fernán González”. Fray Justo Pérez de Urbel.
“Catalogación de documentos medievales de la Rioja Burgalesa”. Flor Blanco.
“Del Burgos de antaño. Claros linajes burgaleses: Los Sanzoles”. Ismael García Rámila.
“Las fiestas de doncellas en Logroño”. Consolación González Casarrubios.
“Santiago Matamoros en la historiografía hispano-medieval: origen y desarrollo de un mito nacional”. Luis Fernández Gallardo.
“Así fue… el tributo de las cien doncellas”. Enrique Ossorio Crespo.
“Ficción y realidad en Don Alfonso el Casto”. Gabriel Maldonado Palmero.
“Revista de Folklore” número 389.
“Diccionario enciclopédico gallego-castellano”. Eladio Rodríguez González.
“Las cien doncellas: trayectoria de una leyenda”. M. Manzanares de Cirre.

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