El
tiempo no nos hace olvidar. Las generaciones recuerdan todo lo que les ocurrió.
Hasta su muerte. Una vez que fallezca el último de esa generación todo lo que
no se registró se pierde. O se conserva distorsionado en la memoria de quienes
escucharon a estas personas. Y la memoria nunca es Historia.
El
recuerdo del paso de los legionarios italianos por Las Merindades sufre los
efectos de la sentencia que les hemos indicado. Y eso que, a pesar de los
esfuerzos institucionales, quedan restos de su paso en lugares recónditos de
nuestra comarca. Evidentemente, sin contar el cementerio militar desmantelado
de la pirámide de El escudo.
Las
Merindades eran un frente tranquilo y los soldados italianos se distribuían por
sus pueblos para descansar. La similitud idiomática -con sus problemas- y la
procedencia rural de muchos de los voluntarios facilitó el contacto. Dicen que
también ayudó la bien surtida cocina de campaña que tenían que se usaba cómo
moneda de cambio para conseguir alojamiento y, quizá, otras cosas. Una niña de
El Almiñé, en el valle de Valdivielso, recordaba que los italianos “Me
cogían en brazos y nos daban macarrones, pan, café con leche que hacían ellos.
Nosotros éramos veintiuno en casa, imagínate sin pan. Por eso nos dieron mucho
de comer y se portaron muy bien, con mucho cariño y demás”.
Los
oficiales se alojaban en casas particulares mientras la tropa lo era en pajares
o tiendas de campaña en las eras cercanas. Era el consistorio local el
encargado de repartir a los oficiales italianos por las distintas casas,
percibiendo un dinero por ello (aunque no siempre se pagaba). Estas
convivencias provocaban malentendidos lingüísticos por “falsos amigos” como “in
questa casa, pulizia sempre” que, traducido es “en esta casa, limpieza siempre”.
Otro recuerdo positivo de los italianos lo tenía José Antonio Gómez, de Teza de
Losa, que cuenta que cuando llegaron los italianos dejaron a su familia el lado
sur de la casa. Los italianos se encargaban de hacer la comida y la madre de
José Antonio siempre dijo que fue el período que mejor se comió en aquel hogar.
Claro que, según las declaraciones recogidas, la convivencia dependía de la
voluntad de cada oficial. Así, en Lastras de las Eras relataban cómo una
familia fue expulsada de su casa a punta de pistola y la tropa segó la hierba
destinada al ganado para hacerse camas. Y no fue el único caso.
Otro
motivo por el que se recuerda vivamente el paso de los italianos por nuestros
pueblos era esa facilidad para el amor tan italiana. No eran pocas las jóvenes
que tenían noviete del CTV. Evidentemente, para los mozos locales eso generaba
envidias y suspicacias. Sin tener en cuenta que la mayoría de los legionarios eran
padres de familia, con una media de tres hijos por cabeza, lo que explicaría
por qué esos hombres se volcaban en alegrar a los niños.
Los
oficiales debían vestir el uniforme en las áreas de descanso y en los pueblos,
que constaba de la camisa y la corbata específicas, diferente del de primera
línea de frente. Llevaban las viseras italianas llamadas “bustinas”, que tenían
unas orejeras móviles y una visera frontal abatible, que es como la llevaron
siempre. Por eso el recuerdo de que eran gente elegante.
Uno
de estos oficiales italianos que llegó a Las Merindades, miembro del partido
fascista, era Darío Grixoni. Un teniente de artillería en SPE (Servicio
Permanente Efectivo), licenciado en Ciencias Políticas en el “Cesare Alfieri”
de Florencia, de veintiséis años y 1`60 metros de altura. Hijo único de un
matrimonio de clase media acomodada que le había pagado sus viajes por Europa
antes de presentarse a liberar España. Su padre, Giuseppe Grixoni, fue un
general de origen nobiliario. El 6 de mayo de 1941 la Consulta Heráldica de la
Presidencia del Consejo de Ministros envió a Giuseppe el decreto con la firma
de Mussolini por el cual se le reconocían “los títulos de Noble con las
cualificaciones de Don y Doña transmisibles a los descendientes legítimos y
naturales de ambos sexos por continuada línea directa masculina y de Caballero,
trasmisible a los descendientes legítimos y naturales varones de varones”.
El
teniente, en sus primeras cartas, pedía a su padre que le enviara el carnet de
estudiante y los apuntes, mientras que a su madre le encargaba una lista de
cosas que iba a necesitar: una corbata, gafas de la marca Viganó, medicinas, en
especial aspirinas y purgantes, una caja con todo lo necesario para limpiar
unos zapatos amarillos y las botas de montaña, y otra caja de costura para
tejido caqui… ¡que su asistente se daba buena maña con la aguja!. Tenemos un
retrato del oficial italiano de la época: elitista, burgués, refinado en sus
gustos y duro con esos campesinos analfabetos que eran sus soldados.
La
unidad de Darío Grixoni formaba parte de la División Littorio, al mando del
general Annibale Bergonzoli. Contaba con dos regimientos de infantería y sus
respectivas baterías de acompañamiento estaban equipadas con cañones de calibre
65/17. Había, además, un regimiento de artillería con dos baterías de 100/17 y
un grupo de tanques y autoblindados, aparte de zapadores y otras unidades
auxiliares. En conjunto unos 7.600 hombres. Esta División fue creada en la
ciudad de Littoria por militares profesionales del “Regio Esercito”, pero voluntarios.
La enseña de la División fueron los fasces romanos de veintiún varas y el lema:
Credere, obedire, combattere. Littoria fue una ciudad encarga por Benito Mussolini,
a unos 70 kilómetros del sur de Roma, sobre unas marismas que visitó en 1932. En
1946 la renombraron como Latina.
En
21 de marzo de 1937 Darío Grixoni entró por primera vez en combate: “He
probado qué es la guerra y me he quitado ya las ganas. ¡Porras!”. En otra
carta advertía a su padre, sobre la batalla -derrota- de Guadalajara, de que no
creyera demasiado en el “optimismo de nuestros corresponsales: a propósito
de la cuña de carretera de Francia, la cosa no ha sido propiamente voluntaria.
Ahí tienes una piedra de parangón para juzgar otras informaciones”.
En
Valladolid encontró, con un colega, “una magnífica habitación con dos camas,
estilo novecento en azul, con toilette de mujer”, y, en otra casa privada,
los diecinueve oficiales del grupo organizaron el comedor, donde se comía “bien
por poco, 5 pts. al día”. Considerando que cobraban 14 pesetas diarias para
comer, al no tener que alojarse en hoteles, podría ahorrar más para enviar a
Italia. La pena para el joven Darío es que, herido en combate en un pie, estuvo
postrado en la cama. Pero, como contábamos arriba, la suerte del oficial hizo
que “la dulce compañía de Conchita, que me hacía de enfermera, me ha ayudado
a aliviar el dolor. Al principio reacia porque decía que en España no se
acostumbra, después convencida cuando le he respondido “pero yo soy italiano”,
me ponía el brazo tras el cuello refrescándome con su piel el cuello ardiente,
y me cantaba nostálgicas canciones españolas, mientras una amiga complaciente
mirando desde la ventana vigilaba la situación y me dejaba hacer todo lo que
quería. Esta vez sí que eran realmente escenas de primer plano de largometraje
americano. Y mientras tanto sudaba, a causa de Conchita y la fiebre”. ¡Un
latín lover! En otra carta escribía: “Total ya he olvidado a la pobre
Conchita, aunque le escribo ardientes cartas de amor para hacer ejercicio ¡¡¡Debe
creer que tras la guerra regresaré a casarme con ella!!!”.
Darío
Grixoni envió otras dos cartas desde Osma, el 19 y 24 de mayo de 1937, aparte
de un telegrama desde Vitoria. Esos días había participado con su batería,
porque Mola había pedido refuerzo de fuego de artillería, en apoyo de los
requetés en su avance desde Murguia sobre San Pedro y en la acción de varias
unidades de asalto (arditi) sobre Orduña. En una misión de reconocimiento se
adentró hasta Bermeo y visitó Guernica. Dijo que estaba destruida sin hablar
del bombardeo.
Finalmente,
el 13 de junio llegó a Medina de Pomar haciendo una parada en Burgos. El día 15
el general Bergonzoli se dirigió a todo el regimiento, formado con ocasión de
la fiesta de la artillería, anunciándoles que “la batalla está cerca y esta
misma tarde tomaréis posiciones con vuestras baterías, preparados para cumplir,
como siempre, el más sagrado deber”. El 17 se desplazó con su batería hasta
Castrobarto en apoyo de las unidades de requetés. Las cartas enviadas por Darío
reflejaban el uso que Franco hizo de las tropas italianas, en un continuo tira
y afloja con el Estado Mayor del CTV y el propio Mussolini. Pero no es el tema
hoy.
Darío
Grixoni, criado en la cultura fascista, ensalzaba la muerte en combate. En una carta
enviada el 23 de junio desde Castrobarto escribía: “Ayer quisimos romper la
monotonía y fuimos a disparar unos centenares de obuses contra la peña que
domina Villasana. Naturalmente despertamos así a las baterías rojas, que nos
contrabatieron y provocaron un muerto y un herido en nuestras filas. Hoy han sido
los funerales. Miles de veces en el cine viendo los episodios patrióticos me he
conmovido, ¡pero la realidad es superior a la ficción! Bajo el sonido lento del
Piave, el coronel ha hecho el llamamiento fascista del caído, cuyo nombre
resaltaba ya con la fecha sobre el escudo de un cañón. El ataúd estaba cubierto
con la bandera tricolor coronada por un ramo de flores y el casco, puesto encima
de un puentecillo sobre dos 68/17, que desde donde yo lo veía se destacaba
contra un cielo borrascoso y oscuro. Los rostros de los hombres inmóviles en el
"presenten armas" expresaban, todos, el mismo sentimiento, y sus
ojos, fijos en el vacío, galvanizados por esas negras notas, miraban hacia la
misma meta: ¡la victoria! Ha prometido el Duce darnos esa posibilidad y
nosotros esperamos confiados, seguros de conseguirla”. Supongo que mientras
el muerto fuese otro…
Por
cierto, la Canción del Piave fue una famosa canción patriótica italiana que
narraba un episodio de los combates en el frente austro-italiano del río Piave
durante la Primera Guerra Mundial, convertida en himno nacional de Italia entre
1943 y 1946.
Las
tres divisiones del CTV estacionadas en la zona de Soncillo trabajaban
preparando las carreteras, trasladando los almacenes a posiciones más
avanzadas, emplazando observatorios o estableciendo conexiones telefónicas. Y
construyendo un aeródromo. Escribió Darío que “hace poco, mientras escribía,
han pasado una treintena de bombarderos y cinco minutos después se han oído
profundas explosiones que nos han hecho entender que de las posiciones
defensivas delante de Soncillo no queda ni el recuerdo. Son evidentemente los
mismos pilotos que ayer, con quince coches, he visto ir al observatorio CTV a
observar la zona de los objetivos: eran italianos y alemanes”.
El
1 de julio estaba en Brizuela escribiendo cartas. Para los soldados, las cartas,
enviadas y recibidas, era el único puente con su mundo familiar y sentimental. Por
eso se enfadaban cuando no recibían correspondencia o por los retrasos en la
entrega de la misma. El correo aéreo solo llegaba los domingos, miércoles y
viernes. El 4 de julio estaba Darío en Argomedo.
Una
de esas mañanas se había reunido toda la División Littorio en una llanura cerca
de Villarcayo para la entrega de medallas al valor a manos del general Bastico.
“Como ya os he dicho, en mi regimiento nada (quién sabe quién ha parado esas
propuestas), mientras que la infantería y especialmente el regimiento de asalto
divisional han logrado bastantes (una de plata y una docena de bronce)”. Darío,
el artillero, achacaba ese reparto al amiguismo sin pararse a pensar en otras
razones.
El
día 8 estaba en el observatorio emplazado ante Soncillo, donde ya estaba todo
preparado para romper las líneas republicanas. Pero no llegaba la acción lo que
desesperaba a nuestro muchacho: “Así que en este momento estoy
tranquilamente en el observatorio, descansando de la habitual niebla y del
acostumbrado frío húmedo ¡Qué lata!”. Circulaba el rumor de que la
suspensión “se ha debido al hecho de que la aviación ha tenido que volar
desde nuestro frente al de Madrid para ayudar a contener el ataque de los rojos
en estos últimos días”. Desde el 6 de julio el Ejército de la República
estaba lanzando una ofensiva en la zona oeste de Madrid, en torno a Brúñete,
para aliviar la presión de los ejércitos de Franco sobre el frente norte.
“Anteayer,
sin embargo, los rojos no nos pillaron por los pelos. Estábamos haciendo un
tiro de ajuste sobre los objetivos aquí frente a nosotros, cuando los rojos nos
atacaron con un infernal fuego de contrabatería sobre nuestras propias
baterías, que están dispuestas casi sobre un único alineamiento aquí, debajo
del observatorio. Por fortuna que tienen pocas piezas, disparos aquí y allí, y
que el terreno está muy blando y las granadas no han hecho ningún efecto,
porque el tiro estaba bien centrado. Una granada ha explotado a los pies de un
subteniente que estaba de pie detrás de su sección, a no más de 50 cm -os lo
aseguro, con la máxima exactitud y ninguna exageración- y, bien ¡sólo se ha
ensuciado el uniforme de tierra!”.
Por
lo que cuenta Darío, las bucólicas fotografías de Guglielmo Sandri no eran toda
la realidad: tuvo que interrumpir la escritura de una carta “porque han
caído en picado como halcones, aquí encima, nada menos que 12 cazas rojos. Si
esperamos todavía más dentro de poco tendrán una armada ¡y pensar que apenas
llegados nosotros aquí, en Santander no tenían ni siquiera uno! Podemos agradecérselo
a Francia e Inglaterra”.
La
monotonía y el tiempo disponible permitía a los voluntarios italianos escribir a
menudo. Nuestro ejemplo, Darío, decía los días 29 y 30 de julio, desde
Brizuela, que “vegeto en el aburrimiento más absoluto y desolador”, tanto
que “la cosa está asumiendo aspectos preocupantes y creo que más de uno de
nosotros acabará en el manicomio si esto sigue así”. Al menos, este
teniente, después de cobrar las 210 pesetas del comedor, recibió un permiso
para ir a Vitoria y Bilbao. Para ello durmió bien la noche anterior, se afeito
y duchó “mediante abluciones con una esponja de pie sobre un barreño de 50
cm de diámetro”, se vistió de paseo y montó en un FIAT 618 -un camión
ligero- y, pasando por Medina de Pomar, llegó a Miranda de Ebro. Allí, con un
taxi, marchó hacia Osma, Berberana, Orduña, Amurrio, Llodio y Bilbao, llegando
a las cuatro de la tarde. En la retaguardia de Berberana (Burgos), según contó
tiempo después el asistente de Darío, intervino el teniente calmando una riña
entre dos concejales “que ya habían llegado a las manos, en presencia de
soldado de tropa y, lo que es peor, de algunos legionarios alemanes”.
Ciertamente, en plena guerra resultaría una situación tragicómica.
La
ofensiva en el frente de Santander seguía parada a finales de julio, pero sabemos
que se romperá en agosto. Los cañoneos de los últimos días de julio habían
provocado el abandono de todos los pueblos situados en el radio de tiro de las
baterías. Cuando el 5 de agosto se produjo el ataque sobre Villasante, tras la
incorporación del grupo de cañones 100/17, Darío escribía que había “falta
el efecto sorpresa, pero el enemigo está ya fuertemente desmoralizado por el
martilleo continuo sobre sus posiciones desde hace más de un mes”. La superioridad
del ejército sublevado gracias al apoyo militar alemán e italiano era
manifiesta, y la artillería republicana era exigua. Darío Grixoni comenzó agosto
en la cresta montañosa que dominaba Villasante, contemplando una sucesión de
bombardeos aéreos sobre esa localidad burgalesa, “un magnífico
espectáculo... algo simplemente cinematográfico”. Podemos decir que era una
ventaja de un oficial de artillería de 1937 que veía la guerra desde la
distancia, en un lugar casi seguro.
Darío
escribía el día 12 de agosto que “dentro de dos horas salimos para ir a la
línea de frente en Argomedo, desde donde pasado mañana deberemos comenzar la
ofensiva para la toma de Santander”. Avisaba de que le sería difícil
escribir en varios días, aunque intentaría enviar un telegrama en cuanto le
fuera posible. El día 14 de agosto empezó la batalla de El Escudo con una ofensiva
desde la línea entre Soncillo y Argomedo (Burgos), donde se habían juntado nada
menos que 32 baterías divisionales, incluido el grupo 65/17 de la Littorio. En
los días siguientes los combates fueron especialmente intensos entorno a
Cilleruelo de Bezana, Torres de Abajo y de Arriba y, más tarde, Ontaneda.
El
día 17 mandó una carta con el remite “Hacia Santander”, desde Castrillo de
Bezana, “aprovechando un momento de descanso bajo la sombra de una encina”,
con una breve cronología de su “épico y glorioso avance sobre Arija, que
desde este punto veo extenderse en la llanura quemada por el sol”. Relataba
el inicio de la ofensiva desde Argomedo del día 14: “Por la mañana un fuego
infernal: artillería y aviación en oleadas sucesivas han cubierto de humo todo
el frente delante de nosotros; después de la comida el tiovivo ha continuado,
mientras la infantería -XXIII Marzo a la izquierda y Fiamme Nere a la derecha,
Littorio (infantería) extendida hacia Villarcayo- avanzan con decisión
conquistando todos los objetivos asignados. Acción simultánea de los tanques
que precedían a las diversas columnas de infantería. (...) Hoy parada aquí
porque es necesario rastrear la zona conquistada anteayer y ayer, para evitar
que avanzando los que dejamos atrás puedan causar problemas ¡Nada de tonterías
tipo Guadalajara! Miles de prisioneros, todos bien felices de pasar a nuestras
manos. Avanzaba y nos besaban y nos abrazaban sin tener cuidado de levantar las
manos y considerándonos como hermanos: se ve que la verdad ya se había
difundido. Conclusión: creo que nos hemos comportado bien y que Guadalajara
puede ser olvidada también por los demás... Creo que para Santander ha sonado
ya la hora de la caída. No puedo ni imaginar que piensen en una resistencia en
serio, ahora que han visto cómo estamos organizados y los medios de que
disponemos. Dominio absoluto del aire y absoluta preponderancia de fuego. Los
periódicos, naturalmente, para exaltar hablarán de héroes, etc., etc. No os lo
creáis, hemos dado un paseo, y lo puedo decir yo que he ido por delante durante
un buen rato con el batallón de asalto de la Littorio. Pérdidas prácticamente
ninguna. Además, no tienen armas; ¿y con qué nos tendrían que fastidiar? Al
máximo con las pocas ametralladoras de que disponen”.
Pasarían
doce días antes de que sus padres recibieran una nueva carta desde Santander,
fechada el 29 de agosto de 1937. La última carta que recibieron estaba fechada
el 22 de julio de 1938. Esto convertiría el título nobiliario hereditario que
había concedido Mussolini al padre de Darío en un reconocimiento inútil tras la
muerte de su único hijo en la guerra de España. Fin.
Bibliografía:
“Morir
lejos de casa. Las cartas de los soldados italianos en la Guerra Civil
española”. Javier Muñoz Soro.
“Guglielmo
Sandri en Las Merindades. La Guerra Civil tras la cámara del teniente
italiano”. Miguel Ángel Moreno Gallo (Coordinador).
“El
paso del C.T.V. por Las Merindades”. José Luis García Ruiz.
Archivo
de la provincia autónoma de Bolzano Alto Adige (Sudtirol).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.