Los
eremitorios rupestres estuvieron presentes en todo el mundo mediterráneo
durante la Antigüedad. Los lugares donde se han encontrado más de ellos fueron Capadocia,
Egipto, Tierra Santa, Italia, las Galias y la Cordillera Cantábrica y el valle
del Ebro (Valderredible, Valdivielso, Oña, Tobalina, Cuenca del Omecillo y
Treviño suroriental, entre otros lugares).
Pueblo de Bentretea (Google)
Nuestro
objetivo de hoy nos lleva hasta Bentretea, una pedanía perteneciente al
municipio de Oña, para visitar la que llaman “Cueva de San Patricio”, aunque
resulta un nombre muy irlandés para Burgos. Es una cavidad bajo la antigua
iglesia de San Martín. Quizá por eso también aparecen publicaciones que
refieren a esta cueva como de “San Martín”. La iglesia está en ruinas y la
encontramos en un alto a las afueras del pueblo donde aflora roca de
conglomerado. Para llegar debemos, desde la fuente del pueblo, seguir por la
calle Encimera y casi al final de la misma, tomar un camino hormigonado a la
derecha hasta que veamos aparecer, a la izquierda, una pequeña senda que pasa
junto a una ermita. Siguiendo por ella, llegaremos hasta la cueva.
Una
cueva que contrasta con la idea celda de ermitaño común en la comarca. Pero hay
que tener en cuenta que la mayoría de este tipo de habitáculos han sufrido
transformaciones a lo largo del tiempo que les habrían alejado de su empleo
original dificultando el análisis de los elementos primitivos que los
integraban. Otro problema con el que nos encontramos es la escasez de material
arqueológico asociado y de excavaciones arqueológicas que pudieran datar la
cueva y mostrar su evolución cronológica.
Nuestra
solitaria cueva excavada en la base del promontorio de arenisca abre al Norte. Frente
a nosotros tendremos una cámara alargada, de planta rectangular, cubierta con
bóveda de cañón y entrada recta sin cubierta. En la pared del fondo, orientada
al Sur-Suroeste, se observa un resalte a modo de repisa y sobre éste, aparece
una pequeña ranura. Quizá fuese el resalte de un altar o la base de una tumba
elevada ya que a los costados de la entrada se aprecian dos oquedades
destinadas a cierre del habitáculo. La cueva carece de elementos decorativos
que nos hiciesen pensar en que estamos dentro de una iglesia eremítica. Pero,
por otro lado, los tres metros de ancho no casan bien con las dimensiones que
conocemos en las celdas trogloditas presentes en Las Merindades y aledaños. Eso
sí, la impresión que tenemos es que debemos estar en la celda de un eremita. Y,
es que, solemos asumir que estas cuevas talladas proceden todas de las manos de
eremitas, cenobitas o anacoretas que vivían aislados o en grupo. Por cierto,
anacoreta es un término que originariamente, anachoresis, tuvo un fuerte
trasfondo económico, ya que en el Egipto romano sirvió para denominar a
aquellos que huían de unos impuestos que ya no podían satisfacer. ¡Hoy, la
gente que puede, escapa a Andorra o Portugal!
El
resto de sus dimensiones son seis metros de desarrollo y doscientos veinte
centímetros de altura. Su estado de conservación es bueno porque la erosión ha
afectado levemente a la estructura original de la cámara. Pero siempre hay que
cuidar que no termine convertida en un basurero o lugar para “botellón”.
En
1929, José María Ibero asignó a esta cavidad, una cronología antigua
relacionada con supuestos cultos celtas. Monreal Jimeno la identifica como
eremitorio, aunque nada en su morfología avala esa función, salvo quizá el poyo
en la cabecera. En cambio, la cercanía entre el habitáculo y la iglesia
parroquial situada sobre él podría ser interpretada como prolongación de un
hipotético carácter sacro. Podría tratarse de un hábitat eremítico, convertido
en lugar de veneración -por lo del posible altar o nicho- a la muerte del
personaje que lo ocupa.
No
hay datos para fijar su cronología, salvo la aparente existencia previa de la
cueva respecto de la iglesia parroquial ubicada sobre ella y que podría ser la
causa de la presencia del templo sobre la misma. De ahí podría venir el
llamarla “cueva de San Martín”, como la iglesia. O al revés. Monreal ha
sugerido una datación “antigua” en función de la forma de trabajar las paredes
de la cueva, de su gran tamaño, cubierta abovedada y posición en relación con
la iglesia y el pueblo. Otros autores sopesan la idea de que esta forma de
labrar la roca sería fruto de una segunda ocupación, que amplía y regulariza el
espacio, y lo corona con la bóveda de cañón lo que explicaría una cueva
eremítica tan grande.
Bibliografía:
“Eremitorios
rupestres en la comarca de Las Merindades (Burgos)”. Judit Trueba Longo.
“Eremitorios
rupestres y colonización altomedieval”. Eugenio Riaño Pérez.
“Los
orígenes de Oña y el estudio del territorio”. Francisco Reyes Téllez y Julio
Escalona.
“La
realidad material de los monasterios y cenobios rupestres hispanos (siglos
V-X)”. Artemio Manuel Martínez Tejera.
“Catálogo
de cuevas de Burgos”. G.E. Edelweiss.
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