Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 23 de febrero de 2025

La cueva de San Patricio (o de San Martín) de Bentretea.

  

Los eremitorios rupestres estuvieron presentes en todo el mundo mediterráneo durante la Antigüedad. Los lugares donde se han encontrado más de ellos fueron Capadocia, Egipto, Tierra Santa, Italia, las Galias y la Cordillera Cantábrica y el valle del Ebro (Valderredible, Valdivielso, Oña, Tobalina, Cuenca del Omecillo y Treviño suroriental, entre otros lugares).

Pueblo de Bentretea (Google)
 
Nuestro objetivo de hoy nos lleva hasta Bentretea, una pedanía perteneciente al municipio de Oña, para visitar la que llaman “Cueva de San Patricio”, aunque resulta un nombre muy irlandés para Burgos. Es una cavidad bajo la antigua iglesia de San Martín. Quizá por eso también aparecen publicaciones que refieren a esta cueva como de “San Martín”. La iglesia está en ruinas y la encontramos en un alto a las afueras del pueblo donde aflora roca de conglomerado. Para llegar debemos, desde la fuente del pueblo, seguir por la calle Encimera y casi al final de la misma, tomar un camino hormigonado a la derecha hasta que veamos aparecer, a la izquierda, una pequeña senda que pasa junto a una ermita. Siguiendo por ella, llegaremos hasta la cueva.

 
Una cueva que contrasta con la idea celda de ermitaño común en la comarca. Pero hay que tener en cuenta que la mayoría de este tipo de habitáculos han sufrido transformaciones a lo largo del tiempo que les habrían alejado de su empleo original dificultando el análisis de los elementos primitivos que los integraban. Otro problema con el que nos encontramos es la escasez de material arqueológico asociado y de excavaciones arqueológicas que pudieran datar la cueva y mostrar su evolución cronológica.

 
Nuestra solitaria cueva excavada en la base del promontorio de arenisca abre al Norte. Frente a nosotros tendremos una cámara alargada, de planta rectangular, cubierta con bóveda de cañón y entrada recta sin cubierta. En la pared del fondo, orientada al Sur-Suroeste, se observa un resalte a modo de repisa y sobre éste, aparece una pequeña ranura. Quizá fuese el resalte de un altar o la base de una tumba elevada ya que a los costados de la entrada se aprecian dos oquedades destinadas a cierre del habitáculo. La cueva carece de elementos decorativos que nos hiciesen pensar en que estamos dentro de una iglesia eremítica. Pero, por otro lado, los tres metros de ancho no casan bien con las dimensiones que conocemos en las celdas trogloditas presentes en Las Merindades y aledaños. Eso sí, la impresión que tenemos es que debemos estar en la celda de un eremita. Y, es que, solemos asumir que estas cuevas talladas proceden todas de las manos de eremitas, cenobitas o anacoretas que vivían aislados o en grupo. Por cierto, anacoreta es un término que originariamente, anachoresis, tuvo un fuerte trasfondo económico, ya que en el Egipto romano sirvió para denominar a aquellos que huían de unos impuestos que ya no podían satisfacer. ¡Hoy, la gente que puede, escapa a Andorra o Portugal!
 
El resto de sus dimensiones son seis metros de desarrollo y doscientos veinte centímetros de altura. Su estado de conservación es bueno porque la erosión ha afectado levemente a la estructura original de la cámara. Pero siempre hay que cuidar que no termine convertida en un basurero o lugar para “botellón”.
 
En 1929, José María Ibero asignó a esta cavidad, una cronología antigua relacionada con supuestos cultos celtas. Monreal Jimeno la identifica como eremitorio, aunque nada en su morfología avala esa función, salvo quizá el poyo en la cabecera. En cambio, la cercanía entre el habitáculo y la iglesia parroquial situada sobre él podría ser interpretada como prolongación de un hipotético carácter sacro. Podría tratarse de un hábitat eremítico, convertido en lugar de veneración -por lo del posible altar o nicho- a la muerte del personaje que lo ocupa.

 
No hay datos para fijar su cronología, salvo la aparente existencia previa de la cueva respecto de la iglesia parroquial ubicada sobre ella y que podría ser la causa de la presencia del templo sobre la misma. De ahí podría venir el llamarla “cueva de San Martín”, como la iglesia. O al revés. Monreal ha sugerido una datación “antigua” en función de la forma de trabajar las paredes de la cueva, de su gran tamaño, cubierta abovedada y posición en relación con la iglesia y el pueblo. Otros autores sopesan la idea de que esta forma de labrar la roca sería fruto de una segunda ocupación, que amplía y regulariza el espacio, y lo corona con la bóveda de cañón lo que explicaría una cueva eremítica tan grande.
 
 
 
 
Bibliografía:
“Eremitorios rupestres en la comarca de Las Merindades (Burgos)”. Judit Trueba Longo.
“Eremitorios rupestres y colonización altomedieval”. Eugenio Riaño Pérez.
“Los orígenes de Oña y el estudio del territorio”. Francisco Reyes Téllez y Julio Escalona.
“La realidad material de los monasterios y cenobios rupestres hispanos (siglos V-X)”. Artemio Manuel Martínez Tejera.
“Catálogo de cuevas de Burgos”. G.E. Edelweiss.
ZaLeZ.
 
 
 

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