En los límites del pueblo de Manzanedo se
localiza la iglesia rupestre conocida como la “Cueva de los Moros” -¡Cómo no!-
o "Cueva del Hoyo". Les adelanto que ningún musulmán habitó el lugar.
Está casi en lo alto del monte, en una zona de toba bajo una fuente natural de
la que surge un arroyo y que, quizá en su día, surtió de agua al castro de la
cumbre. Desde el lugar se disfruta de una hermosa vista de Manzanedo y del
valle aunque es un paraje solitario.
La iglesia rupestre tiene cerca agua y posibilidades
agrícolas y ganaderas. Además el amplio control visual potencia su carácter
estratégico. Ya hemos señalado que la tenemos bajo el castro.
Nos lo encontraremos en un estado bastante
aceptable dado que muchos de los conjuntos rupestres están muy deteriorados por
causas naturales. Entendamos que la naturaleza de la roca, su estructura, su
resistencia, su disposición y su orientación influyen en la supervivencia de la
obra.
Para acceder al lugar hemos de seguir el camino
hormigonado que pasa junto al cementerio y asciende ya convertido en pista
forestal. Tras un empinado paseo llegamos junto al arroyo próximo al roquedo de
toba en el que está la cueva. Lo del arroyo es importante porque evitaba que se
tuviesen que emplear sistemas de recogida y almacenaje del agua de lluvia o tinajas
y recipientes para transportarlo y hacer acopio para una temporada. Una vez
situados junto a la base del roquedo lo rodearemos por la izquierda hasta
llegar a la explanada situada sobre la iglesia. Al final de la explanada, en el
borde donde acaba la hierba y comienzan las rocas, aparece un caminito que
desciende hasta la entrada de la cueva.
La iglesia se encuentra en una cavidad natural que
fue retocada. Está abierta al Suroeste mediante una puerta irregular que
presenta huellas de cerramiento en ambos laterales por lo cual asumimos que
hubo una puerta. A su Izquierda hay picada una ventana baja desde la que se podría
divisar pueblo y valle y que ilumina el templo.
Si nunca se han enfrentado a una iglesia
rupestre deben tener en cuenta que su ejecución es radicalmente diferente a las
edificadas. De hecho, no se crea el espacio sino que se “vacía” en figuras que
podrían llegar a ser imposibles en un edificio. Aquí no hay cargas ni empujes,
elementos sustentantes o sustentados. Sólo actúa la resistencia de la roca y
por eso los arcos y bóvedas que encontramos son decorativos. Es como un
escultor que pica lo que sobra de una obra de arte.
Eso sí, podríamos pensar que las excavaban
porque trabajar la piedra de toba es más sencillo que picar piedras, darlas formas
y construir un edificio; porque resultaba un escondite bien camuflado y
caliente. O podríamos preguntarnos: ¿qué sentido tenía la cueva? Procedamos,
una cueva tiene una marcada idea de alejamiento del mundo, contacto con la
naturaleza y retiro ascético. Enterrarse en vida, literalmente.
Además, son conocidas las interpretaciones de la
cueva como matriz telúrica a donde se ingresa para la iniciación, expiación y
purificación, y de la que se saldrá a la vida verdadera. La cueva penetra en la
tierra y participa de su poder generador y regenerador. En las cuevas se
percibe la relación eterna y original entre el hombre y la tierra. ¡Alucinante!
Pero nada nuevo, nada creado por lo eremitas medievales.
Varios pasajes del Antiguo Testamento relacionan
la cueva con una protección sagrada. Así, por ejemplo, el profeta Isaías se
refiere a la cueva como el refugio del hombre ante el juicio de Dios: “Métete en las peñas, escóndete en el polvo,
ante el Señor terrible, ante su majestad sublime...” (Isaías 2, 10), “Se meterán en las cuevas de las rocas, en
las grietas de la tierra, ante el Señor terrible...” (Isaías 2, 19), “Aquel día arrojará el hombre sus ídolos...,
y se meterá en las cuevas de las rocas y en las hendiduras de las peñas...”
(Isaías 2, 20-21). En el Nuevo Testamento no se dice que Jesucristo naciese en
una cueva, aunque la tradición cristiana lo mantenga. Pero hay dos episodios
evangélicos en los que se establece una clara asociación de la cueva con muerte
y resurrección. El sepulcro de Lázaro y el de Jesús.
En las fuentes monásticas orientales se alude
con frecuencia a un hábitat en cuevas, sin que se especifique si son naturales
o artificiales, aunque algunas regiones, tanto de Palestina y Siria como de
otros países, ofrecen una topografía tan abundante en cuevas que resultaría
tonto construirlas. Junto a esto es conocido el influjo que las formas de
monacato oriental ejercieron sobre Occidente por lo cual podemos admitir que
debió haber cierto… bueno, que lo copiaron en occidente.
Tras esta explicación volvemos a nuestra cueva
en cuyo techo se abre otro pequeño orificio, a modo de tragaluz, que quizás es un
derrumbe natural. Dentro, entre la puerta y el vano artificial, tenemos una
especie de hornacina aprovechando el resalte de la roca. La iglesia es de una
sola nave, ancha más que larga, de mayor longitud a sus pies que en su cabecera
y cubierta con bóveda natural. El muro que delimita la nave por la derecha
desde sus pies, está decorada con dos arcos ciegos de medio punto unidos entre
sí por una pilastra. Evidentemente, muy erosionados. Da la impresión de haber
un banco corrido bajo los arcos.
El muro izquierdo presenta un entrante irregular
que profundiza en la roca cual canalillo, y es evidente un banco corrido junto
a dos sepulturas de bañera de tamaño adulto, orientadas según el ritual
cristiano medieval, con la cabeza al Oeste y los pies al Este. Al menos una de
ellas dispuso de losa de cobertura al resistir el rebaje para su colocación. Seguramente
la tuvieran ambas. Sobre los restos del banco corrido podemos aventurarnos a
opinar que, probablemente, recorriese toda la nave.
Elevada sobre el nivel de la nave aparece la
cabecera separada mediante un arco triunfal de medio punto del resto del
templo. El lado derecho del arco reposa sobre una media pilastra labrada. Un
arco peraltado, vamos. Este espacio está cubierto con bóveda natural retocada
para aproximarla a una de cañón aunque parece plana. Tallado en la pared del
fondo de la cabecera tenemos un pequeño arco parecido a otro en Argés. Bajo
este arco, se aprecia parte del altar de bloque flanqueado por basamentos
corridos labrados en las paredes laterales de la cabecera.
En la zona sur el reborde añade un pequeño
habitáculo para guardar objetos litúrgicos o sagrados y vemos una pequeña
repisa. El fondo es recto pero al mismo se adelanta, excavado en la parte
central, un altar. Ha perdido el nicho donde pudieran estar ubicadas las
reliquias. Vemos en la zona de los arcos claras señales de la talla, de forma
dura y bastante tosca.
El estado de la iglesia se debe, principalmente,
a la erosión de la dúctil roca de toba y a la falta de cuidado a lo largo de
siglos al haberse encontrado restos de hogueras hechas en el interior que
contribuyen al deterioro del mismo. La tumba se encuentra expoliada y, como
hemos apuntado, sin tapa de cubierta.
La cueva ha tenido dos fases de construcción,
una primera como eremitorio que posteriormente se convirtió en lugar de culto.
La primera fase estaría entre los siglo VI-VII y en ella situaríamos las tumbas
ovaladas. En la segunda fase, se transforma el lugar en centro de culto
tallándole la cabecera y se ensancha la nave; se añade el banco corrido; y los
arcos ciegos del costado sur de la nave. La llegaremos a datar entre el siglo
IX y el X gracias a las características de los arcos de medio punto y la
bóvedas.
Una horquilla amplia en cuanto al momento de su
ejecución porque con las fechas nos encontramos con una dificultad. Se suele
admitir que las tipologías de las iglesias rupestres siguen los modelos de la
arquitectura convencional. Pero, ¿este influjo es inmediato o pasan varias
décadas hasta que se aplica? Además, para poder emplear el método comparativo,
necesitaríamos conocer con precisión las cronologías de las iglesias con las
que lo compararemos. Seamos sinceros, muchas iglesias hispánicas de la temprana
y alta Edad Media generan dudas cronológicas.
No solo eso sino que la obra rupestre escapa a
la férrea disciplina y a la lógica constructiva exigida por la arquitectura tradicional,
ya que todos los elementos de su interior son solo decorativos como indicábamos
antes. Otro elemento que debemos acentuar en las iglesias rupestres son las
necesidades de adaptación a la gruta: las asimetrías suelen ser constantes,
los muros pueden a veces ser cóncavos o convexos, los arcos no son de carga y
suelen carecer de dovelaje, privándonos así de datos orientadores. Además, este
tipo de obras rupestres no tienen exteriores, haciendo imposible el estudio del
muro, su aparejo, su articulación, molduras, frisos, cornisas, así como los
volúmenes de sus arquitecturas.
Dejemos caer que al Oeste de esta “cueva de los
Moros” tenemos un habitáculo de-nominado “el Hoyo 2” del que solo queda el fondo,
por el desplome de las rocas.
Con relación a la advocación de la “cueva del
Hoyo” disponemos de un Santillán en Manzanedo no ubicado, así o bien se trata
de algún centro allí situado o podría ser un recuerdo de este propio centro. Hay
constancia de dos grupos de grandes propietarios en la zona: los Manrique y los
Manzanedo. Uno de ellos era Rodrigo Rodríguez Málrric que vendió al monasterio
de Rioseco propiedades en Manzanedo en el siglo XIII, entre ellos era la heredad
de San Martín de Ciella que podría ser este eremitorio. Los demás eran diez
solares que estaban arrendados, media presa en los molinos, el parral de
Palacio, un haza de viña y la quinta parte de las torres.
¿Por qué creemos que San Martín de Ciella fuese esta
Cueva de los Moros? Porque es uno de los dos hábitats que quedan sin advocación
y “Ciella” es una palabra que se utilizaba en la documentación del medievo para
referirse a los eremitorios puesto que su origen latino tiene el significado de
celda. Más: San Martín es una advocación ligada en Las Merindades a los
eremitorios, del mismo modo que lo es San Esteban.
Apuntamos a San Martín por la referencia unida a
Ciella. Un ejemplo paradigmático es el de San Martín de Cella propiedad del
monasterio de Oña en Montejo de Bricia (Alfoz de Bricia), documentado también
en el siglo XII, que perdió la advocación y es conocido como Cueva del Moro.
Pero son todo conjeturas.
En resumen, esta cueva de los Moros o cueva del
Hoyo es uno de los ejemplos más característicos de eremitorio rupestre. Posee
área de culto -la cabecera con el altar- y estancia de habitación. También se
localizan en su interior dos sepulturas de tipo ovalado y arcos ciegos en el
costado sur.
Bibliografía:
“Eremitorios rupestres en la comarca de Las
Merindades (Burgos)”. Judith Trueba Longo.
“Colección Historia de Las Merindades. El Valle
de Manzanedo. El Valle de mena”. María del Carmen Arribas Magro.
“Arquitectura religiosa de oquedades en los
siglos anteriores al románico”. Luis Alberto Monreal Jimeno.
“Centros eremíticos y semieremíticos en el valle
del Ebro: aspectos metodológicos”. Luis Alberto Monreal Jimeno.
Grupo Espeleológico Edelweiss
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, tenga usted buena educación. Los comentarios irrespetuosos o insultantes serán eliminados.