Nos vamos hasta el desfiladero de La Horadada en
busca de un yacimiento que creemos, a lo más, romano. Nos iremos hasta unos 500
metros de la entrada del lado de Trespaderne, andando pegados al borde de la
carretera -que hay tráfico pesado- y pasando bajo la fortaleza de Tedeja y
junto a los restos de la iglesia de Santa María de los Reyes Godos. Nos
pararemos junto a un espolón de roca caliza desgajado de la Sierra de la Tesla.
Peña Partida (Google) |
Estamos ante Peña Partida, parece que se llama
así por la voladura que hubo que practicar para poder construir esta carretera.
La “Turris” debió estar sobre esta peña. Tal cual. Pero la roca es inaccesible excepto
con técnicas de escalada o llegando a ella desde la parte alta del Vallejo de
Santullán. Alcanza en su vertical unos treinta metros de altura sobre la
carretera que unido a la su localización lo convirtieron en un punto
privilegiado para controlar el paso en el desfiladero.
El lugar era conocido ya como yacimiento
arqueológico desde antes de la elaboración del Inventario Arqueológico
Provincial, estando publicado en la carta que realzaron Bohigas, Campillo y
Churruca en 1984, pero de forma imprecisa pues se atribuida a esa plataforma un
material recogido y documentado previamente a su pie, catalogado como romano
-cerámica y tégulas-, y se añadían relatos tradicionales referidos a restos de
muros en su cota superior.
El progreso y la ampliación de la carretera del
desfiladero de La Horadada desencadenaron el estudio del yacimiento porque el
proyecto inicial proponía perforar la Peña Partida bajo el yacimiento, y abrir
su salida, en dirección Trespaderne, precisamente por medio del yacimiento –ya
presentado en Siete Merindades- de Santa María de los Reyes Godos. ¡Típica
salvajada!
¿La solución definitiva? No perforar ese túnel
para no dañar el yacimiento de Santa María de los Reyes Godos, que es muy
valioso -¡Bien!- pero ampliar la actual carretera cortando, otra vez, la Peña
Cortada -¡Mal!-. Se perdía toda o parte de esta roca y, por tanto, del
yacimiento. En fin, hubo que agradecer que se tuvo tiempo para la excavación
arqueológica. Traducido: cuando se acerquen a conocer los yacimientos del cañón
de La Horadada se encontrarán una peña nuevamente afeitada y un yacimiento
parcialmente perdido y del que solo quedan los documentos.
Sobre el trabajo de campo diremos que fue una
campaña a contra reloj en la que se buscó excavar la máxima superficie posible
y registrar arqueológicamente el yacimiento y sus materiales antes de la
voladura. Además el trabajo fue difícil y peligroso pues hubo que abrir
una vía para escalada, desbrozar el terreno, fijar algunos sistemas de
seguridad anti-caída y determinar la zona de excavación. Incluso el momento de
hacer la campaña de excavación fue anormal: diciembre de 1999 con unas
condiciones meteorológicas duras y escasas horas de luz.
El yacimiento estaba en una estrecha plataforma con
una anchura máxima de diez metros pero la norma eran seis metros. No solo eso,
existía una fuerte inclinación de unos sesenta grados aunque compensada base de
terrazas escalonadas cortadas a plomo sobre la carretera y sobre el Vallejo de
Santillán. Solo la cara oeste tiene un pronunciado reborde rocoso, que actúa
como muro o pretil natural.
En la última de estas terrazas o plataformas, la
más cercana a la carretera, eran visibles, entre la vegetación arbustiva, los
restos de dos muros de piedra paralelos y transversales a la pendiente del
crestón.
La pared occidental del crestón se eleva por
encima de la cota de la plataforma, de manera que tanto el muro construido como
esta pared vertical deben entenderse como integrantes de la misma construcción,
ya que la sobre elevación pétrea vertical evita tener que levantar muros de
fábrica en lugar tan complicado. En el alzado de este “parapeto” rocoso
natural, no se identificaron huellas de instrumental ni mechinales o retalles
para estructuras anexas.
En el flanco oriental de la roca, este muro
natural no alcanzaba el desarrollo del anterior pero suficiente para ayudar a
la construcción de los muros de fábrica, paralelos entre sí y dispuestos
transversalmente al eje de la peña. Tenemos así una habitación cuadrangular de
unos nueve metros de lado.
Los muros estaban construidos con la técnica de muro
caja. Fruto de su deterioro se ve mejor su interior que sus forros externos. El
núcleo se compone de mampostería caliza autóctona y cantos de río, de tamaño
medio y grande, irregulares y sin ordenación alguna, con algunos fragmentos de
teja rojiza, todo ello concertado con argamasa de cal y arena, blanquecina,
dura y compacta, de muy buena calidad, para trazar una pared recta y de potente
anchura, que en su forro exterior todavía conserva algunos sillares. Tenían una
orientación este a oeste.
El primer muro empieza desde el mismo reborde o
crestón occidental de la peña, el más próximo a la carretera. Se levantaba
desde una cota inferior respecto a su par y tenía un alzado mejor conservado,
de casi dos metros por su paño exterior aunque por su cara interior solo conservaba
una hilada de sillares. Se le estudió una longitud de unos 260 cm (aunque debe
prolongarse algo más hasta alcanzar el límite oriental de la plataforma) y un
grosor de algo más de 1`6 metros. Su paño interior estaba construido con
grandes sillares de caliza –se reconocieron cuatro- muy semejantes entre sí y
perfectamente alineados. Los huecos entre los muros de la caja se rellenan con
sillarejo, mampostería y argamasa.
Se ve como uno de los laterales de la torre queda construido por la roca |
El paño exterior muestra directamente el relleno
ya que los recortes antiguos de la roca y la erosión natural parecen haberlo
destruido. Por ello se muestra aparentemente muy alterado. Este muro, por su
cara interna, presentaba claros síntomas de rehabilitaciones y reutilizaciones
posteriores tras momentos de ruina o amortización, llegándose a un momento dado
en que ya no se reconstruyó el muro y su caja, y junto a la pared natural,
sirvió para establecer un hogar.
Al norte de este muro hay un derrumbe que
colmatará el interior de la construcción. Se compone de piedras calizas de gran
tamaño, algunas areniscas y tobas, así como de una matriz terrosa con
abundantes fragmentos de teja. Su extensión es mayor que la del área de
excavación, al menos hacia el Este. Debajo se documentó un nuevo suelo que
constaba, a su vez, de dos unidades estratigráficas distintas. Por un lado, un
nivel de argamasa de cal y arena, muy regular, que incluye pequeños fragmentos
de roca y una coloración de grises claros con una fuerte compactación, con una
potencia de unos 15 cm. y que prácticamente puede ser catalogado como un opus
signinum. Bajo esta capa una segunda: un relleno formado por piedra caliza de
tamaño medio y grande y alguna arenisca, mezclado con tierra arenosa y suelta de
color marrón claro. Este nivel de suelo no llega a tocar actualmente el paño
interior del muro meridional de la construcción, aunque debió hacerlo en su
tiempo pues hoy es claramente visible la línea interfacial de destrucción del
mismo.
Fuera del área de excavación pero junto al
primer muro descrito, pegando al reborde rocoso del crestón, se halló un hogar:
una pequeña cubeta excavada sobre las misma piedras del relleno y alcanzando, en
algún punto, la roca madre. Su forma era casi circular con un diámetro
aproximado de 80 cm y huellas de combustión, de fuego. En el interior del hogar
se detectó un relleno terroso con abundante material orgánico y de color ceniciento.
La posición estratigráfica del hogar es posterior a la amortización del muro.
El análisis llevó a determinar que hubo un
primer suelo y que, tras el derrumbe, se dispuso un nuevo suelo sobre los
escombros que, aunque material y técnicamente era parecido al anterior, mostraba
peor preparación previa. Con esto, su cota quedaba sobre elevada unos 70 centímetros.
Su superficie hacia el Este supera el área de excavación.
Los arqueólogos trabajaban contra reloj y
ampliaron la zona de trabajo para alcanzar unos restos materiales,
constructivos, de tipo muro, que se ya se habían documentado previamente en
superficie. Un muro dispuesto en paralelo al anterior, a una distancia respecto
a él de unos 9`5 metros, en una cota superior de la plataforma sobre el
crestón. Se construyó con bloques calizos de tamaño medio, formas irregulares y
caras superiores planas para permitir un mejor asiento de las sucesivas hiladas;
en algunos tramos se detectó restos de argamasa. Se hallaron, al menos, dos
hiladas. Un trabajo tan apresurado no permitió llegar a conclusiones taxativas
con lo cual su interpretación solo fue provisional y contextualizada. Podría
ser el muro septentrional de la construcción. Por sus características formales parecía
una reforma posterior a la obra inicial. Siempre y cuando esta última fuese el
muro de sillería del que hablamos. Esta reforma y el hogar citado demostrarían
la reutilización de la construcción a lo largo de un amplio periodo de tiempo.
¿Cuánto tiempo? Pues, nos metemos en un problema
porque la situación del yacimiento y su excesiva erosión más los cortes distorsionan
el cálculo temporal. Y no olvidemos que, una vez que perdió su funcionalidad,
era una buena cantera de piedra labrada relativamente accesible. Y si nos
acogemos a la teoría de Roberto Fernández Ruiz sobre la Aceifa de La Morcuera
podemos llegar a pensar que su ruina pudo llegar por esta acción bélica.
No es el único tema que queda colgando, tampoco
se pudo identificar el lugar y el sistema para acceder a
la construcción. A los arqueólogos les pareció razonable suponer que el acceso
se produciría desde la parte superior del monte, desde la parte alta del
Vallejo de Santillán, o incluso desde las laderas de Tedeja, descendiendo por
la cúspide de todo el crestón. ¡Hombre! Pudo haber alguna puerta sobre el vacío
y una escalera retirable. No hay pruebas de su existencia o de su falta.
Se concluye que era una construcción poliorcética
vinculada a Tedeja como parte de sus defensas por el lado del desfiladero de La
Horadada -¿una torre albarrana dado que no conocemos acceso?-. Cualquiera es
posible para el control directo y efectivo del desfiladero desde este punto porque
este control no puede realizarse desde lo alto de la colina donde sitúa la
fortaleza. Y explicaría también su pervivencia y reconstrucción.
Conocemos que tuvo una planta rectangular, de unos
9`50 metros de largo (orientación norte sur) y unos 7`00 metros de ancho
condicionados por la roca en la que se construyó. ¿Demasiado grande? Parece de
un tamaño excesivo para una torre de funcionalidad limitada y de época temprana
pero el estudio aclaraba que los dos muros documentados eran de dos momentos
diferentes. Vamos, que eran de dos edificios distintos.
El muro sur, tanto por su tipología como por el uso
de la plataforma incluso después de su amortización parcial como demuestra el
hogar, parece demostrar que es más antiguo que el localizado al norte de la
cata. Lo vemos en que este era de peor calidad mostrándonos la menor
capacitación técnica o, subsidiariamente, menor disposición de medios en esta
fase de ocupación.
Así, puede hablarse de un primer nivel de
ocupación de la construcción, a la que se vinculan diversas estructuras como
son el potente muro norte, un relleno para acondicionar la plataforma y un suelo
de opus caementicium. Posteriormente se documenta un colapso de la construcción
-al menos parcial-, cae parte de ese muro y la cubierta de la torre, que
colmata parcialmente su interior. ¿Se abandonó? ¿Sí? ¿No? ¿Durante mucho
tiempo? Lo que sabemos es que al recuperarse se arrellana ese nivel de derrumbe
y se reacondiciona el suelo. Además se repararía parcialmente el muro meridional
y se levantaría de nuevo el muro norte pero con medios y modelos constructivos alejados
de los iniciales. Lo que tendríamos en esta segunda fase sería un simple parapeto
a fin de permitir estancias temporales sobre la Peña, para lo que se instala un
lugar para cocinar. Cuando por segunda vez el edificio se derrumba se abandona.
¿Ya no es necesario?
Asignar a cada uno de estos periodos de
ocupación un momento histórico concreto y acotado con precisión es difícil. Tampoco
ayudan los restos materiales encontrados: son escasos y con características
técnicas, formales y decorativas muy homogéneas y persistentes dentro de la
Alta Edad Media. Provienen mayoritariamente del derrumbe de piedras que cubre
el suelo más antiguo y sirve de solera para el siguiente y del hogar instalado
sobre la amortización del muro meridional de la construcción.
Tenemos algo de cerámica que irían desde el
periodo tardo romano hasta el altomedieval. Predominan las elaboraciones a
torno con pastas sedimentarias bien decantadas. La cocción se produjo bajo
ambientes mixtos. Las superficies presentan principalmente acabados alisados,
aunque algunos ejemplares muestran engobe exterior. La mayoría son formas
cerradas de tipo ollita. En menor proporción se reconocen jarritas. Hay un
amplio predominio de los fondos planos, tanto para unas como para otras.
Los motivos decorativos más frecuentes son los
acanalados paralelos de disposición horizontal, siguiendo las líneas del torno,
que por lo general se agrupan en bandas bajo el borde, en el cuello o en la
parte superior de la panza. Algunas piezas, en menor número, muestran acanalados
simples en delineación ondulada. También muy frecuentes son los fragmentos que muestran
decoración pintada, en motivos lineales simples o reticulados. Menos abundantes
son las decoraciones incisas e impresas. De todo ello parece desprenderse una
adscripción cronológica básicamente altomedieval. Nos situaríamos en los siglos
VIII a X d.C.
Pero la cosa no es tan sencilla porque una parte
de las cerámicas tienen aires visigodos. Entendamos que la caída del reino
visigodo no fue instantánea sino que la mancha islámica fue extendiéndose a
distintos ritmos y zonas. Y así su influencia. Por ello, esta cerámica la
podemos asociar a las halladas en La Cabeza de Navasangil
(Villaviciosa-Solosancho, Ávila), Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, Palencia),
Castillo de Camargo (Cantabria), Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara) o
El Bovalá (Serós, Lleida).
(Google) |
También se documentaron algunos restos óseos de
procedencia animal. Varios de ellos muestran huellas de manipulación humana.
Tenemos restos de ovicáprido, equino, aves y de un cánido. ¡Incluso hay una
concha!
También se han encontrado tejas curvas, cocidas en
ambiente oxidante aunque hay algunos fragmentos que parecen corresponderse con
piezas cocidas en ambientes mixtos. Predominan las coloraciones rojizas y
anaranjadas. Son de gran tamaño, aunque no se conserva ninguna entera. Pese a
que su sección es variable y tienen un mayor o menor radio de curvatura,
resulta un lote claramente homogéneo. Equiparables a los encontrados en los
yacimientos de Mijangos y de Reyes Godos.
Esta torre formaría parte de un sistema creado
en época bajoimperial. La pista no lo dan los restos encontrados, básicamente altomedievales,
sino la secuencia estratigráfica del yacimiento. Es decir, los restos estaban
sobre los derrumbes que cubren el primer suelo del edificio, un opus signinum. Pero
esto solo nos dice que existía antes de una fecha no desde cuando existía.
Buscando ese dato se apuntaba la existencia de algunos fragmentos del periodo siglo
IV a VI.
La existencia de otra pieza, recogida hace años
por los obreros del Santander-Mediterráneo y que hoy forma parte de una
colección particular, puede ayudarnos a avanzar en este sentido; se trata de
una punta de lanza. De hierro, tiene la hoja lanceolada con sección losángica,
con nervio central y bordes paralelos. Su cuello es cónico; mide 24 cm y tiene
enmangue tubular abierto, por enroscamiento del metal del vástago. Es un tipo
de pieza documentada en el limes británico, en Vindolanda como pieza utilizada
por unidades de caballería fronteriza desde el siglo II d.C. Se trata de un
arma típica de caballería, la lanza larga no arrojadiza. También se encontró una
punta similar en la necrópolis de Tañine (Soria), del siglo V y en las “Necrópolis
del Duero”, antaño relacionadas con tropas limitáneas y hoy con tropas particulares
vinculadas a los latifundios tardorromanos.
En cualquier caso somos conscientes de que
resulta difícil establecer relaciones entre tipos y datas, pues, como dice
Soler del Campo, “desde la Edad del
Bronce (…) podían cambiar los materiales, pero no siempre las formas, por lo
que la identificación y catalogación de los modelos genéricos es muy complicada
(…). Las puntas de forma laurel o de traza triangular de doble filo, asociadas a
un enmangue tubular y dotadas de nervadura central, son tipo de gran
pervivencia conocidos también en época visigoda”
La mejor herramienta para la datación de este
yacimiento es Tedeja, donde se han hecho análisis radiocarbónicos, debido a que
La torre de Peña Partida forma parte de un sistema de vigilancia asociado a la
fortaleza.
La simple comparación tipológica y de sus rasgos
constructivos con los modelos básicos de tipología poliorcética romana, así
como por su posición en la secuencia estratigráfica de la fortaleza, afirmaríamos
que la obra original procedería del Bajo Imperio. Por datos comparados con Tedeja
lo situaríamos en el siglo IV. Y la segunda ocupación, tras un lapso temporal
de abandono relativamente largo a tenor del nivel de ruina de los muros
primigenios y por la ausencia de material cerámico explícito del periodo V-VII,
se produjo ya en el periodo altomedieval. Época que, además, se encuentra documentada
en el material cerámico exhumado que, a grandes rasgos, puede datarse entre el
VIII y el X.
Una vez practicada la intervención, Peña Partida
fue parcialmente volada, lo que supuso el daño parcial del yacimiento.
Bibliografía:
“Batallas en Las Merindades”. Aitor Lizarazu
Pérez y Felipe González López.
“Estudio arqueológico del desfiladero de La
Horadada: La transición entre la tardorromanidad y la Alta Edad Media (ss.V-X
d.n.e.)”. José Ángel Lecanda.
Interesante post. La zona es un todo un desaprovechado filón histórico con el castillo de Tedeja, Santa María de los Reyes Godos, la ermita de N. S. de Encinillas, S. M. de Mijangos o la posible batalla de Covadonga en las proximidades.
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