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domingo, 19 de septiembre de 2021

Alfonso VII: La muerte espera al sur. (1143-1157)

 
García IV de Navarra
 
En el frente navarro García y Alfonso empezaron negociaciones de paz en 1139. El rey de Navarra pronto vuelve a convertirse en vasallo y aliado de León, aunque permanezca abierto el conflicto territorial con Aragón. En 1140 surge la posibilidad de avanzar en la paz gracias a la muerte de la esposa de García. Les pongo en situación: el rey Alfonso de León tenía una bastarda llamada Urraca Alfonso de once años hija de Gontrodo Pérez, esposa por entonces del tenente de Aguilar. Había sido criada en palacio e iba a ser la prenda de la alianza entre León y Navarra sellada el 24 de junio de 1144 con una boda.
 
A tiempo porque el carcomido edifico almorávide no aguantó más y el poder pasa a los almohades que son más fundamentalistas. Alfonso VII lanza ese 1144 sus huestes sobre Jaén y Córdoba. Jaén cae. Córdoba pacta... ¡Les presento los Segundos Reinos de Taifas! Les nombro a los jugadores principales del lado moro: Zafadola, el último descendiente de los reyes moros de Zaragoza, aliado de León y que se ofrece a los andalusíes como relevo hispano; Yahya Ibn Ganiya, uno de los grandes generales almorávides, que queda ahora como gobernador de Córdoba y único baluarte del viejo poder; Abencasi (Abu-l-Qasim) que es del Algarve y que tiene su propia escuela religioso-política: son los almoridín (“los adeptos”); y Abenalmóndir, que se subleva en Silves, Sidrey y Évora. Pero las facciones musulmanas pronto se pelean entre sí, y entonces Abencasi escapa a Marruecos para pedir auxilio a los almohades.


 
Cuando Ibn Ganiya sale de la ciudad para hacer frente a Abencasi con los almohades los partidarios cordobeses de Zafadola se sublevan. Los lidera el cadí Abenhamdin. El levantamiento tiene éxito, pero en Córdoba hay recelo hacia Zafadola. Conclusión: los cordobeses llaman a Ibn Ganiya. El cadí Abenhamdin tiene que huir. ¿Adónde? A Marruecos, a pedir auxilio a los almohades, como había hecho Abencasi. Ibn Ganiya reacciona pactando con Alfonso VII. ¿Sorprendente? No. Ibn Ganiya sabía que el mundo almorávide estaba muriendo. El hecho es que ahora, en Córdoba, se enfrentan dos facciones y las dos son aliadas de Alfonso VII. El emperador estaba jugando bien sus cartas.
 
Zafadola parecía querer ser un nuevo califa, un unificador hispanoárabe de Al Ándalus: dominaba Jaén y Granada y enviaba mensajeros a Valencia y Murcia. Esos y otros lugares se sublevan en nombre de Zafadola. ¡Y siguen añadiéndose jugadores! En Mallorca, Muhammad ibn Ali, uno de los hijos del emir almorávide, que gobernaba la isla desde hacía veinte años, se declara independiente y bajo obediencia del califa de Damasco. En las taifas de Valencia (no terminó siendo de Zafadola) y Málaga hay ya poderes independientes. Cuando Zafadola marcha contra Sevilla los de Valencia a atacaron Murcia. Pero el nuevo líder moro de Valencia será derrotado y su territorio pasa al partido de Zafadola. Mientras, Ibn Ganiya derrota a los partidarios de Zafadola, así que éste abandona Granada. El caos es fenomenal. Y, a medida que avanza el tiempo, aumentan los jugadores y reaparecen las viejas hostilidades y animadversiones entre clanes familiares y tribales.

 
Para muchos musulmanes hispanos la única solución es que los almohades, que están a punto de hacerse con el poder en el Magreb, lleguen cuanto antes. Podríamos hablar de eso de “cuidado con lo que deseas” porque estos fundamentalistas está a punto de desembarcar en Al Ándalus y no, precisamente, para acabar con el caos sino para intentar dominar el territorio. Con lo que el caos aumentará.
 
Alfonso VII está apoyando a Zafadola, pero, al mismo tiempo, ha pactado con Ibn Ganiya, lo que procura al rey cristiano una buena cobertura ante el desembargo almohade. Tras ganarse esos aliados el emperador Alfonso busca conquistar Calatrava, en el sur de La Mancha, cara a las sierras andaluzas. Ese control permitirá avanzar hacia Alicante y Murcia y dividir en dos Al-Ándaluz. A Zafadola no le agrada porque aspira a dominar todo el territorio musulmán y no le interesa solo una parte menguada o, en el mejor de los casos, dos trozos separados. Zafadola romperá su alianza con León. Supongo que pensó que no estaba viviendo un buen momento al verse expulsado de Granada por Ibn Ganiya y refugiarse en Murcia.
 
Zafadola, Abu Cha'far, “el sable del Estado” (que eso es lo que quería decir su nombre), tiene la suerte de que Alfonso VII no quiere tenerlo como enemigo y el leonés quiere demostrarle que sigue siendo su aliado fiel. ¿Cómo? Devolviéndole lo que ha perdido: Alfonso recuperará para Zafadola las plazas de Úbeda, Baeza y Jaén. Destaca para ese objetivo a Manrique de Lara, Armengol de Urgel y Poncio de Extremadura, condes en la corte. Y como hombre conocedor del terreno emplea a Martín Fernández, alcalde de Hita que había salvado la vida gracias al sacrificio de otro fronterizo, Munio Alfonso, y que tiene un odio visceral al moro.

Alfonso VII de León y Castilla
 
Las tropas de Alfonso VII toman esas poblaciones en pocos días. Obtienen numerosos prisioneros y un cuantioso botín. Los de Jaén están desesperados: ya no hay almorávides que les puedan prestar ayuda. Entonces toman una decisión asombrosa: escriben a Zafadola, al que ellos mismos habían expulsado antes, y le imploran su socorro. “Ven, libéranos de los cristianos y seremos nuevamente tuyos”. Zafadola acude a Jaén pero no como vasallo agradecido que recupera la ciudad de manos de los cristianos, sino como liberador al frente de un gran ejército que atiende a la llamada de auxilio de sus hermanos de religión. Despliega sus mesnadas en torno al campamento cristiano. Los capitanes de Alfonso VII no entienden nada de nada: ellos han combatido para Zafadola y ahora el morito se pone gallito. ¡Incluso se atreve a decir que viene en son de paz!
 
¿De paz? ¿Con exigencias? Ordena que los cristianos devuelvan el botín y liberen a los prisioneros. Eso ya eran palabras mayores. Hablaron las armas… y los leoneses vencieron. Zafadola cayó preso. Los capitanes decidieron llevarle ante el emperador, para que entre ambos arreglaran sus asuntos. Pero entonces... aparece muerto Zafadola. Dice la tradición que lo ajusticiaron los “caballeros pardos”, un conglomerado de segundones, mercenarios de buen nombre, infanzones sin fortuna y villanos con armas que constituían la base de los ejércitos cristianos de frontera. ¿Por qué? Lo más probable es por odio y deseo de cobrarse pendencias atrasadas en un noble musulmán. Daba igual que fuese aliado -o algo así- de Alfonso VII. Era el moro derrotado ese febrero de 1146.

Óbolo de Alfonso VII
 
Al descubrir lo que había pasado, los condes de Alfonso VII, Manrique, Armengol, Poncio, se alarmaron. No por Zafadola –para ellos, un moro más-, sino por temor al emperador. ¿Solución? Mintieron a su rey. Tampoco eso, maquillaron la verdad diciendo “tu amigo el rey Zafadola ha muerto”. Dio igual, el emperador se cabreó una barbaridad. Tanto por la pérdida de un peón como por la imagen que podían percibir de Alfonso VII. Por todas partes hizo saber que él no había tenido arte ni parte en aquello. Muchos en el lado musulmán pugnaron entonces por quedarse con la herencia del muerto, de manera que las luchas internas entre los sarracenos se recrudecieron. En Murcia quedó como rey provisional Ibn Farach al-Zagri. En Valencia se hacía con todo el poder Ibn Mardanis, al que los cristianos llamaron “rey lobo” por su familia de origen cristiano. Entre Sevilla y Córdoba quedaba Ibn Ganiya, el viejo almorávide, soñando con una restauración poco probable. Y mientras tanto, los almohades estaban ocupados poniendo sitio a Marrakech, última jugada de su ascenso hacia el poder.


 
Y en este río revuelto, el emperador acababa de tomar Calatrava. Esta plaza y Jaén abrían la reconquista hasta Sierra Morena. ¡Genial! Ahora podía partir en dos la Hispania musulmana. ¿Cómo? Apoderándose de Almería, ciudad que, por otro lado, se había convertido en un auténtico problema internacional por los numerosos piratas que desde allí lanzaban sus razias por todo el Mediterráneo. ¿Pero los piratas no eran siempre bereberes y eso?

Calatrava la Vieja
 
Almería era uno de los principales astilleros de Al-Ándalus. Tenía unos 28.000 habitantes y mucha gente vivía de la navegación. Pero, como en el actual caso de Somalia, cuando el orden empezó a hundirse y la ley se convirtió en algo difuso la piratería permitió sobrevivir a muchos navegantes que atacaban a cualquier mercante cristiano que atravesara el Mediterráneo occidental. Como la piratería era un problema internacional, Alfonso VII convocó a todos los afectados. Hubo un respaldo unánime: Génova y Pisa, que tenían buenas relaciones comerciales con el condado de Barcelona, ofrecieron sus naves. El conde de Montpellier, vasallo de León, hizo lo mismo. Alfonso, incluso, consiguió una tregua entre Ramón Berenguer IV y García Ramírez de Pamplona que seguían teniéndoselas tiesas por asuntos fronterizos. Al fin y al cabo Alfonso era cuñado de Ramón y suegro de García y pudo imponerles el tratado de paz de San Esteban de Gormaz. Por si fuera poco, el papa concedió a la empresa la categoría de cruzada.


La concentración de tropas por tierra y mar para la empresa de Almería debió de ser impresionante. De Galicia llegó el conde Fernando Pérez de Traba con sus mesnadas; la caballería leonesa estaba bajo el mando del conde Ramiro Flórez; Pedro Alfonso mandaba las de Asturias; Los castellanos hablando una lengua que “resuena como trompeta con tambor” según el poema épico de esta aventura y que es la primera definición lírica de la lengua castellana… De Castilla viene también Álvaro, el nieto de Álvar Fáñez, y sus huestes. Portugueses mandados por Fernando Juanes. Caballeros de Logroño… De todas las tierras del reino. Con el rey emperador cabalgan García Ramírez, el conde Armengol de Urgel, Gutierre Fernández de Castro y Manrique de Lara. La campaña comenzó en la primavera de 1147.

 
El ejército cristiano llegó a Calatrava y enfiló después hacia Andújar y Baeza. Los espacios que iban dejando atrás, saqueados a conciencia, quedaban bajo el control del conde Pérez Manrique de Lara, hijo de Pedro González de Lara –el amante de la reina Urraca, la madre de Alfonso VII-. Mientras, las naves de Pisa y Génova, con refuerzos catalanes, se acercaban. En mayo estaban en Mahón (Menorca) plaza que conquistaron. Cuando los ejércitos del emperador llegaron a Almería, aparecieron en el mar los refuerzos navales esperados: las naves de Pisa, Génova, Barcelona y Montpellier. La flota mediterránea bloqueará el puerto de Almería, anular y hundir los barcos piratas y desembarcar tropas.
 
Alfonso VII estaba en agosto sitiando Córdoba dentro de sus maniobras para minar a los poderes musulmanes enfrentados entre sí y recibiendo dos noticias: que los moros de Almería trataban de llegar a un arreglo prometiendo grandes cantidades de oro; y que la flota italiana y catalana estaba preparada para actuar. Los italianos presionaros para que no hubiese un acuerdo. Esa actitud pactista hispana era algo incomprensible para ellos. No habría componenda con los almerienses que serán asediados hasta la rendición de la ciudad el 17 de octubre de 1147. Hubo botín para todos. Almería quedó bajo un doble gobierno italiano y castellano: por parte genovesa se nombró a un administrador llamado Otón de Bonvillano; por parte castellana se designó a Manrique Pérez de Lara.

 
Después de que Alfonso VII tome Almería, Abd al-Mumin –el almohade- entiende que sus conquistas en España corren peligro y opta por fortificar las plazas de Trujillo, Montánchez y Santa Cruz, en el sureste de Cáceres, para proteger Mérida. Y de momento, no puede aspirar a más.
 
El rey de Navarra, García Ramírez, nieto del Cid, murió en 1150. Su muerte reabría la cuestión navarra. Roma no había reconocido el reino navarro y García IV Ramírez tuvo que hacer mil contorsiones -y alguna demostración de fuerza- para salvar la corona. Esta la heredó su hijo Sancho, que será Sancho VI, llamado el Sabio. Llegaba al trono con menos de veinte años. Roma no le reconoció como rey, sino simplemente como “duque” de Pamplona. Su primer movimiento fue intentar calmar las cosas con Aragón y Barcelona: un acercamiento diplomático a Ramón Berenguer IV Pero eso provocó la reacción del emperador Alfonso VII, que a su vez maniobró ofreciendo a Ramón Berenguer otro pacto: repartirse entre los dos el territorio navarro. Eso fue el Tratado de Tudilén, de enero de 1151. Un pacto que permitía al conde de Barcelona el derecho a reconquistar Valencia y Murcia. Sancho VI recurrió a la diplomacia del amor: ofreció a su hermana Blanca Garcés como esposa del primogénito de Alfonso VII, el infante Sancho. Era un matrimonio sensato, entre dos personas de la misma edad y, además, con intereses territoriales convergentes: Castilla y Navarra. Después de todo, un negocio bien hecho. Sancho el Sabio salvó su corona.

 
Mientras tanto, y por debajo de todas estas cosas, la vida proseguía y la España reconquistada empezaba a llenarse de nuevas villas con sus concejos. Pero como se había reconquistado más territorio del que es posible repoblar, la custodia de las nuevas comarcas se entregó a las órdenes militares. Estas garantizaban la seguridad de la frontera, el señorío sobre las tierras encomendadas y reglamentaban una repoblación que fue, ante todo, ganadera. Todo esto dará un perfil singular a la España del sur del Tajo distinta de la de Castilla la Vieja.
 
¿Y qué pasaba mientras tanto en Al-Ándalus? Que el poder almohade se consolidaba. A excepción de los anchos territorios del Rey Lobo en Valencia y Murcia. Como todavía quedan resistencias en el sur de Portugal, Al-Mumin llama a capítulo a los reyes de taifas: Évora y Beja, Niebla y Tejada, Badajoz... Los reyezuelos, convocados en la ciudad marroquí de Salé, se ven ante un ultimátum: si se someten al almohade, mantendrán su posición; si no, será la guerra. Y todos ellos ceden, por supuesto. A partir de este momento, la expansión almohade por Andalucía es imparable. Al-Mumin nombra a su hijo Yakub gobernador de Al-Ándalus con residencia en Sevilla.
 
Los almohades combaten con ejércitos numerosísimos, ante los que de poco sirven las tácticas empleadas contra los almorávides. Alfonso VII reacciona tomando la plaza clave de Andújar, pero el emperador olfatea el cambio de tercio. Para 1157 los almohades deciden sacarse la espinita de Almería. Los esfuerzos de Alfonso por sumar a los demás reinos cristianos en un frente común contra los almohades no fructificaron.

 
En el plano personal, la reina Berenguela había muerto. Viudo, Alfonso se casó de nuevo con Riquilda de Polonia, hija del duque Ladislao el Desterrado. Hizo más cosas a esa altura de su vida: casó a su hija Constanza con el rey Alfonso VII de Francia; introdujo la Orden del Císter en España, que iba a tomar el relevo de Cluny en el liderazgo de la cristiandad; convocó un concilio en Valladolid para tratar de alinear a todos los reinos cristianos en un esfuerzo común; pactó con Ibn Mardanish, el Rey Lobo. Ahora, en 1157, con cincuenta y tres años de edad debe salvar Almería, sitiada por los almohades. La ciudad era una isla cristiana en medio de territorio hostil. Las tropas genovesas y castellanas que allí quedaban poco podían hacer ante los enormes ejércitos almohades. Su única opción era encerrarse en el alcázar y aguantar hasta que llegaran refuerzos. Alfonso VII, enfermo y agotado, concentró a sus tropas en Toledo, pidió refuerzos al Rey Lobo, marchó hacia el sur... El Rey Lobo no faltó a la cita, pero ni siquiera con sus tropas -en su mayoría cristianas- se pudo romper el asedio de Almería.
 
Viendo que no podía romper el cerco, Alfonso decidió atacar Granada y obligar así al enemigo a fragmentar sus tropas. No salió bien. Granada había mejorado mucho sus defensas, y los almohades no siguieron el juego. Almería capituló y la represión almohade en la ciudad fue brutal. En la Almería cristiana se había refugiado el médico y rabino judío Maimónides, que había tenido que abandonar Córdoba perseguido por los nuevos amos de Al-Ándalus. En su casa había dado cobijo a su maestro, el filósofo musulmán Averroes, igualmente perseguido por la intolerancia almohade. Maimónides tuvo que huir al sur de Francia; Averroes terminará en Egipto.

Córdoba
 
El emperador, mientras tanto, emprendía el camino de vuelta. A su derrotada hueste se iban uniendo las guarniciones de Andújar, Baeza y Úbeda: había llegado el momento de replegarse detrás de Sierra Morena. Pero Alfonso no puede más: apenas pasado Despeñaperros cuando se siente morir. La comitiva se detiene en el paraje de Las Fresnedas. Alfonso se tumba debajo de una encina. Allí la vida se le va. Era el 21 de agosto de 1157.
 
 
Bibliografía:
 
“Moros y cristianos”. José Javier Esparza.
“Historia de España”. Salvat.
“Atlas de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
 

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