García IV de Navarra
En el frente
navarro García y Alfonso empezaron negociaciones de paz en 1139. El rey de
Navarra pronto vuelve a convertirse en vasallo y aliado de León, aunque
permanezca abierto el conflicto territorial con Aragón. En 1140 surge la
posibilidad de avanzar en la paz gracias a la muerte de la esposa de García.
Les pongo en situación: el rey Alfonso de León tenía una bastarda llamada
Urraca Alfonso de once años hija de Gontrodo Pérez, esposa por entonces del
tenente de Aguilar. Había sido criada en palacio e iba a ser la prenda de la
alianza entre León y Navarra sellada el 24 de junio de 1144 con una boda.
A
tiempo porque el carcomido edifico almorávide no aguantó más y el poder pasa a
los almohades que son más fundamentalistas. Alfonso VII lanza ese 1144 sus
huestes sobre Jaén y Córdoba. Jaén cae. Córdoba pacta... ¡Les presento los Segundos
Reinos de Taifas! Les nombro a los jugadores principales del lado moro: Zafadola,
el último descendiente de los reyes moros de Zaragoza, aliado de León y que se
ofrece a los andalusíes como relevo hispano; Yahya Ibn Ganiya, uno de los
grandes generales almorávides, que queda ahora como gobernador de Córdoba y
único baluarte del viejo poder; Abencasi (Abu-l-Qasim) que es del Algarve y que
tiene su propia escuela religioso-política: son los almoridín (“los adeptos”); y
Abenalmóndir, que se subleva en Silves, Sidrey y Évora. Pero las facciones
musulmanas pronto se pelean entre sí, y entonces Abencasi escapa a Marruecos
para pedir auxilio a los almohades.
Cuando
Ibn Ganiya sale de la ciudad para hacer frente a Abencasi con los almohades los
partidarios cordobeses de Zafadola se sublevan. Los lidera el cadí Abenhamdin.
El levantamiento tiene éxito, pero en Córdoba hay recelo hacia Zafadola.
Conclusión: los cordobeses llaman a Ibn Ganiya. El cadí Abenhamdin tiene que
huir. ¿Adónde? A Marruecos, a pedir auxilio a los almohades, como había hecho
Abencasi. Ibn Ganiya reacciona pactando con Alfonso VII. ¿Sorprendente? No. Ibn
Ganiya sabía que el mundo almorávide estaba muriendo. El hecho es que ahora, en
Córdoba, se enfrentan dos facciones y las dos son aliadas de Alfonso VII. El
emperador estaba jugando bien sus cartas.
Zafadola
parecía querer ser un nuevo califa, un unificador hispanoárabe de Al Ándalus: dominaba
Jaén y Granada y enviaba mensajeros a Valencia y Murcia. Esos y otros lugares
se sublevan en nombre de Zafadola. ¡Y siguen añadiéndose jugadores! En
Mallorca, Muhammad ibn Ali, uno de los hijos del emir almorávide, que gobernaba
la isla desde hacía veinte años, se declara independiente y bajo obediencia del
califa de Damasco. En las taifas de Valencia (no terminó siendo de Zafadola) y
Málaga hay ya poderes independientes. Cuando Zafadola marcha contra Sevilla los
de Valencia a atacaron Murcia. Pero el nuevo líder moro de Valencia será
derrotado y su territorio pasa al partido de Zafadola. Mientras, Ibn Ganiya
derrota a los partidarios de Zafadola, así que éste abandona Granada. El caos
es fenomenal. Y, a medida que avanza el tiempo, aumentan los jugadores y
reaparecen las viejas hostilidades y animadversiones entre clanes familiares y
tribales.
Para
muchos musulmanes hispanos la única solución es que los almohades, que están a
punto de hacerse con el poder en el Magreb, lleguen cuanto antes. Podríamos
hablar de eso de “cuidado con lo que deseas” porque estos fundamentalistas está
a punto de desembarcar en Al Ándalus y no, precisamente, para acabar con el
caos sino para intentar dominar el territorio. Con lo que el caos aumentará.
Alfonso
VII está apoyando a Zafadola, pero, al mismo tiempo, ha pactado con Ibn Ganiya,
lo que procura al rey cristiano una buena cobertura ante el desembargo almohade.
Tras ganarse esos aliados el emperador Alfonso busca conquistar Calatrava, en
el sur de La Mancha, cara a las sierras andaluzas. Ese control permitirá avanzar
hacia Alicante y Murcia y dividir en dos Al-Ándaluz. A Zafadola no le agrada
porque aspira a dominar todo el territorio musulmán y no le interesa solo una
parte menguada o, en el mejor de los casos, dos trozos separados. Zafadola
romperá su alianza con León. Supongo que pensó que no estaba viviendo un buen
momento al verse expulsado de Granada por Ibn Ganiya y refugiarse en Murcia.
Zafadola,
Abu Cha'far, “el sable del Estado” (que eso es lo que quería decir su nombre), tiene
la suerte de que Alfonso VII no quiere tenerlo como enemigo y el leonés quiere
demostrarle que sigue siendo su aliado fiel. ¿Cómo? Devolviéndole lo que ha
perdido: Alfonso recuperará para Zafadola las plazas de Úbeda, Baeza y Jaén. Destaca
para ese objetivo a Manrique de Lara, Armengol de Urgel y Poncio de
Extremadura, condes en la corte. Y como hombre conocedor del terreno emplea a Martín
Fernández, alcalde de Hita que había salvado la vida gracias al sacrificio de otro
fronterizo, Munio Alfonso, y que tiene un odio visceral al moro.
Alfonso VII de León y Castilla
Las
tropas de Alfonso VII toman esas poblaciones en pocos días. Obtienen numerosos
prisioneros y un cuantioso botín. Los de Jaén están desesperados: ya no hay
almorávides que les puedan prestar ayuda. Entonces toman una decisión
asombrosa: escriben a Zafadola, al que ellos mismos habían expulsado antes, y
le imploran su socorro. “Ven, libéranos
de los cristianos y seremos nuevamente tuyos”. Zafadola acude a Jaén pero
no como vasallo agradecido que recupera la ciudad de manos de los cristianos,
sino como liberador al frente de un gran ejército que atiende a la llamada de
auxilio de sus hermanos de religión. Despliega sus mesnadas en torno al
campamento cristiano. Los capitanes de Alfonso VII no entienden nada de nada:
ellos han combatido para Zafadola y ahora el morito se pone gallito. ¡Incluso
se atreve a decir que viene en son de paz!
¿De
paz? ¿Con exigencias? Ordena que los cristianos devuelvan el botín y liberen a
los prisioneros. Eso ya eran palabras mayores. Hablaron las armas… y los leoneses
vencieron. Zafadola cayó preso. Los capitanes decidieron llevarle ante el
emperador, para que entre ambos arreglaran sus asuntos. Pero entonces... aparece
muerto Zafadola. Dice la tradición que lo ajusticiaron los “caballeros pardos”,
un conglomerado de segundones, mercenarios de buen nombre, infanzones sin
fortuna y villanos con armas que constituían la base de los ejércitos
cristianos de frontera. ¿Por qué? Lo más probable es por odio y deseo de
cobrarse pendencias atrasadas en un noble musulmán. Daba igual que fuese aliado
-o algo así- de Alfonso VII. Era el moro derrotado ese febrero de 1146.
Óbolo de Alfonso VII
Al
descubrir lo que había pasado, los condes de Alfonso VII, Manrique, Armengol,
Poncio, se alarmaron. No por Zafadola –para ellos, un moro más-, sino por temor
al emperador. ¿Solución? Mintieron a su rey. Tampoco eso, maquillaron la verdad
diciendo “tu amigo el rey Zafadola ha muerto”. Dio igual, el emperador se
cabreó una barbaridad. Tanto por la pérdida de un peón como por la imagen que
podían percibir de Alfonso VII. Por todas partes hizo saber que él no había
tenido arte ni parte en aquello. Muchos en el lado musulmán pugnaron entonces
por quedarse con la herencia del muerto, de manera que las luchas internas
entre los sarracenos se recrudecieron. En Murcia quedó como rey provisional Ibn
Farach al-Zagri. En Valencia se hacía con todo el poder Ibn Mardanis, al que
los cristianos llamaron “rey lobo” por su familia de origen cristiano. Entre
Sevilla y Córdoba quedaba Ibn Ganiya, el viejo almorávide, soñando con una
restauración poco probable. Y mientras tanto, los almohades estaban ocupados
poniendo sitio a Marrakech, última jugada de su ascenso hacia el poder.
Y en
este río revuelto, el emperador acababa de tomar Calatrava. Esta plaza y Jaén abrían
la reconquista hasta Sierra Morena. ¡Genial! Ahora podía partir en dos la Hispania
musulmana. ¿Cómo? Apoderándose de Almería, ciudad que, por otro lado, se había
convertido en un auténtico problema internacional por los numerosos piratas que
desde allí lanzaban sus razias por todo el Mediterráneo. ¿Pero los piratas no
eran siempre bereberes y eso?
Calatrava la Vieja
Almería
era uno de los principales astilleros de Al-Ándalus. Tenía unos 28.000
habitantes y mucha gente vivía de la navegación. Pero, como en el actual caso
de Somalia, cuando el orden empezó a hundirse y la ley se convirtió en algo
difuso la piratería permitió sobrevivir a muchos navegantes que atacaban a cualquier
mercante cristiano que atravesara el Mediterráneo occidental. Como la piratería
era un problema internacional, Alfonso VII convocó a todos los afectados. Hubo
un respaldo unánime: Génova y Pisa, que tenían buenas relaciones comerciales
con el condado de Barcelona, ofrecieron sus naves. El conde de Montpellier,
vasallo de León, hizo lo mismo. Alfonso, incluso, consiguió una tregua entre Ramón
Berenguer IV y García Ramírez de Pamplona que seguían teniéndoselas tiesas por
asuntos fronterizos. Al fin y al cabo Alfonso era cuñado de Ramón y suegro de
García y pudo imponerles el tratado de paz de San Esteban de Gormaz. Por si
fuera poco, el papa concedió a la empresa la categoría de cruzada.
La
concentración de tropas por tierra y mar para la empresa de Almería debió de
ser impresionante. De Galicia llegó el conde Fernando Pérez de Traba con sus
mesnadas; la caballería leonesa estaba bajo el mando del conde Ramiro Flórez; Pedro
Alfonso mandaba las de Asturias; Los castellanos hablando una lengua que “resuena como trompeta con tambor” según
el poema épico de esta aventura y que es la primera definición lírica de la
lengua castellana… De Castilla viene también Álvaro, el nieto de Álvar Fáñez, y
sus huestes. Portugueses mandados por Fernando Juanes. Caballeros de Logroño…
De todas las tierras del reino. Con el rey emperador cabalgan García Ramírez, el
conde Armengol de Urgel, Gutierre Fernández de Castro y Manrique de Lara. La
campaña comenzó en la primavera de 1147.
El
ejército cristiano llegó a Calatrava y enfiló después hacia Andújar y Baeza. Los
espacios que iban dejando atrás, saqueados a conciencia, quedaban bajo el
control del conde Pérez Manrique de Lara, hijo de Pedro González de Lara –el
amante de la reina Urraca, la madre de Alfonso VII-. Mientras, las naves de
Pisa y Génova, con refuerzos catalanes, se acercaban. En mayo estaban en Mahón
(Menorca) plaza que conquistaron. Cuando los ejércitos del emperador llegaron a
Almería, aparecieron en el mar los refuerzos navales esperados: las naves de
Pisa, Génova, Barcelona y Montpellier. La flota mediterránea bloqueará el
puerto de Almería, anular y hundir los barcos piratas y desembarcar tropas.
Alfonso
VII estaba en agosto sitiando Córdoba dentro de sus maniobras para minar a los
poderes musulmanes enfrentados entre sí y recibiendo dos noticias: que los
moros de Almería trataban de llegar a un arreglo prometiendo grandes cantidades
de oro; y que la flota italiana y catalana estaba preparada para actuar. Los
italianos presionaros para que no hubiese un acuerdo. Esa actitud pactista hispana
era algo incomprensible para ellos. No habría componenda con los almerienses
que serán asediados hasta la rendición de la ciudad el 17 de octubre de 1147. Hubo
botín para todos. Almería quedó bajo un doble gobierno italiano y castellano:
por parte genovesa se nombró a un administrador llamado Otón de Bonvillano; por
parte castellana se designó a Manrique Pérez de Lara.
Después
de que Alfonso VII tome Almería, Abd al-Mumin –el almohade- entiende que sus
conquistas en España corren peligro y opta por fortificar las plazas de
Trujillo, Montánchez y Santa Cruz, en el sureste de Cáceres, para proteger
Mérida. Y de momento, no puede aspirar a más.
El rey
de Navarra, García Ramírez, nieto del Cid, murió en 1150. Su muerte reabría la cuestión
navarra. Roma no había reconocido el reino navarro y García IV Ramírez tuvo que
hacer mil contorsiones -y alguna demostración de fuerza- para salvar la corona.
Esta la heredó su hijo Sancho, que será Sancho VI, llamado el Sabio. Llegaba al
trono con menos de veinte años. Roma no le reconoció como rey, sino simplemente
como “duque” de Pamplona. Su primer movimiento fue intentar calmar las cosas
con Aragón y Barcelona: un acercamiento diplomático a Ramón Berenguer IV Pero
eso provocó la reacción del emperador Alfonso VII, que a su vez maniobró
ofreciendo a Ramón Berenguer otro pacto: repartirse entre los dos el territorio
navarro. Eso fue el Tratado de Tudilén, de enero de 1151. Un pacto que permitía
al conde de Barcelona el derecho a reconquistar Valencia y Murcia. Sancho VI
recurrió a la diplomacia del amor: ofreció a su hermana Blanca Garcés como
esposa del primogénito de Alfonso VII, el infante Sancho. Era un matrimonio
sensato, entre dos personas de la misma edad y, además, con intereses
territoriales convergentes: Castilla y Navarra. Después de todo, un negocio
bien hecho. Sancho el Sabio salvó su corona.
Mientras
tanto, y por debajo de todas estas cosas, la vida proseguía y la España
reconquistada empezaba a llenarse de nuevas villas con sus concejos. Pero como
se había reconquistado más territorio del que es posible repoblar, la custodia
de las nuevas comarcas se entregó a las órdenes militares. Estas garantizaban
la seguridad de la frontera, el señorío sobre las tierras encomendadas y
reglamentaban una repoblación que fue, ante todo, ganadera. Todo esto dará un
perfil singular a la España del sur del Tajo distinta de la de Castilla la
Vieja.
¿Y qué
pasaba mientras tanto en Al-Ándalus? Que el poder almohade se consolidaba. A
excepción de los anchos territorios del Rey Lobo en Valencia y Murcia. Como
todavía quedan resistencias en el sur de Portugal, Al-Mumin llama a capítulo a
los reyes de taifas: Évora y Beja, Niebla y Tejada, Badajoz... Los reyezuelos,
convocados en la ciudad marroquí de Salé, se ven ante un ultimátum: si se
someten al almohade, mantendrán su posición; si no, será la guerra. Y todos
ellos ceden, por supuesto. A partir de este momento, la expansión almohade por
Andalucía es imparable. Al-Mumin nombra a su hijo Yakub gobernador de Al-Ándalus
con residencia en Sevilla.
Los
almohades combaten con ejércitos numerosísimos, ante los que de poco sirven las
tácticas empleadas contra los almorávides. Alfonso VII reacciona tomando la
plaza clave de Andújar, pero el emperador olfatea el cambio de tercio. Para 1157
los almohades deciden sacarse la espinita de Almería. Los esfuerzos de Alfonso
por sumar a los demás reinos cristianos en un frente común contra los almohades
no fructificaron.
En el
plano personal, la reina Berenguela había muerto. Viudo, Alfonso se casó de
nuevo con Riquilda de Polonia, hija del duque Ladislao el Desterrado. Hizo más
cosas a esa altura de su vida: casó a su hija Constanza con el rey Alfonso VII
de Francia; introdujo la Orden del Císter en España, que iba a tomar el relevo
de Cluny en el liderazgo de la cristiandad; convocó un concilio en Valladolid
para tratar de alinear a todos los reinos cristianos en un esfuerzo común;
pactó con Ibn Mardanish, el Rey Lobo. Ahora, en 1157, con cincuenta y tres años
de edad debe salvar Almería, sitiada por los almohades. La ciudad era una isla
cristiana en medio de territorio hostil. Las tropas genovesas y castellanas que
allí quedaban poco podían hacer ante los enormes ejércitos almohades. Su única
opción era encerrarse en el alcázar y aguantar hasta que llegaran refuerzos.
Alfonso VII, enfermo y agotado, concentró a sus tropas en Toledo, pidió
refuerzos al Rey Lobo, marchó hacia el sur... El Rey Lobo no faltó a la cita,
pero ni siquiera con sus tropas -en su mayoría cristianas- se pudo romper el
asedio de Almería.
Viendo
que no podía romper el cerco, Alfonso decidió atacar Granada y obligar así al
enemigo a fragmentar sus tropas. No salió bien. Granada había mejorado mucho
sus defensas, y los almohades no siguieron el juego. Almería capituló y la represión
almohade en la ciudad fue brutal. En la Almería cristiana se había refugiado el
médico y rabino judío Maimónides, que había tenido que abandonar Córdoba
perseguido por los nuevos amos de Al-Ándalus. En su casa había dado cobijo a su
maestro, el filósofo musulmán Averroes, igualmente perseguido por la intolerancia
almohade. Maimónides tuvo que huir al sur de Francia; Averroes terminará en
Egipto.
Córdoba
El
emperador, mientras tanto, emprendía el camino de vuelta. A su derrotada hueste
se iban uniendo las guarniciones de Andújar, Baeza y Úbeda: había llegado el
momento de replegarse detrás de Sierra Morena. Pero Alfonso no puede más:
apenas pasado Despeñaperros cuando se siente morir. La comitiva se detiene en
el paraje de Las Fresnedas. Alfonso se tumba debajo de una encina. Allí la vida
se le va. Era el 21 de agosto de 1157.
Bibliografía:
“Moros
y cristianos”. José Javier Esparza.
“Historia
de España”. Salvat.
“Atlas
de Historia de España”. Fernando García de Cortázar.
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