Baltasar Gaspar
Melchor María pasó por Las Merindades allá por septiembre de 1797 y reflejó
esta experiencia en sus diarios. Nuestro protagonista de hoy nació en Gijón el
5 de enero de 1744. Era el décimo hijo del matrimonio formado por Francisco
Gregorio de Jovellanos y Carreno, Alférez Mayor y Regidor perpetuo de la villa de
Gijón y de Francisca Apolinaria Jove Ramírez, hija del marqués de San Esteban
del Puerto, prima carnal del duque de Losada que era sumiller e íntimo de
Carlos IV. Sólo ocho de los hermanos llegaron a la edad adulta: Benita
(1733-1801), Juana Jacinta (1734-1772), Catalina (1738-1808), Alonso
(1741-1765), Francisco de Paula (1743-1798), Josefa (1745-1807), Gregorio
(1746-1780) y Gaspar que fue destinado a la Iglesia.
Gaspar estudia
en Gijón las primeras letras y la Gramática latina. En 1757, con trece años, marcha
a Oviedo a estudiar Filosofía. Allí el obispo Manrique de Lara le confiere la primera
tonsura. Pasa a Ávila en 1759 donde el recién nombrado obispo de la ciudad,
el asturiano Romualdo Velarde Cienfuegos, le acogió y ayudó en su promoción. En
junio de 1761 recibe el grado de bachiller en Cánones por la Universidad de
Osma, que era conocida por su descrédito y por la facilidad con la que concedía
títulos. Pero este grado permite a Baltasar Gaspar Melchor María acceder a dos
nuevos beneficios simples concedidos por el obispo de Ávila en 1761 y en 1763.
En este último año, 1763, Gaspar incorpora su grado de bachiller en Cánones por
la Universidad de Ávila, que gozaba de mucho más prestigio que la de Osma, y
acto seguido se licencia. Todo esto lo acercó a su verdadero propósito:
ingresar en el prestigioso Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares.
Lo consigue en mayo de 1764.
Con ello se
introduce en un mundo elitista e influyente. Graduado ya como bachiller en
Cánones retorna a Asturias en mayo de 1765. A mediados de 1766 está de nuevo en
Alcalá, donde permanece hasta octubre de 1767. ¡Mejor la Corte que las
provincias! Piensen que Gaspar tenía buena planta, buena voz y gustaba de… “disfrutar
de su juventud”. Logra tener gran afinidad con una marquesa que le eligió como su
pareja en fiestas y le llevaba en su coche a los paseos públicos. A través de
ella contactó con su pariente lejano el duque de Losada. No está claro lo que
obtuvo pero Ceán Bermúdez cuenta que, decidido opositar a la canonjía doctoral
de Tuy, pidió cartas de recomendación a sus primos los marqueses de Casa Tremañes
y a su preceptor Juan Arias de Saavedra que, en cambio, le presionaron para que
fuese abogado. Y cede. Jovellanos, el 31 de octubre de 1767, es propuesto para
alcalde de Cuadra de la Audiencia de Sevilla donde llega en marzo de 1768.
Tenemos a un
muchacho con fama de picaflor, de 24 años y con una escasa preparación para la
judicatura. Ceán, su amigo y biógrafo, decía que “Sobre todo era generoso, magnífico y pródigo en sus cortas facultades:
religioso sin preocupación, ingenuo y sencillo, amante de la verdad, del orden
y de la justicia; firme en sus resoluciones, pero siempre suave y benigno con
los desvalidos; constante en la amistad, agradecido a sus bienhechores,
incansable en el estudio y duro y fuerte para el trabajo”. Llegado al cargo
-como curiosidad- decidió abandonar la peluca que usaban los magistrados.
Parece ser que por orden del conde de Aranda. Más seria fue su renuncia a las tasas
que podía cobrar por cada uno de los juicios en que intervenía que tuvo que
volver a cobrar por presiones del gremio judicial.
En Sevilla,
Jovellanos conoce a Pablo de Olavide y su tertulia formada por influyentes
científicos, viajeros, magistrados y poetas. Esta motivación cultural hará que Gaspar
aumente su biblioteca y aprenda idiomas para leer muchos de los libros que le
llegan. Algunas eran publicaciones prohibidas por la Inquisición pero para las
que él había pedido la correspondiente licencia. También empezará a escribir
poesía amorosa y piezas dramáticas como “La muerte de Munuza” (1769) y la
exitosa “El delincuente honrado”.
Mientras tanto,
los problemas económicos de Jovellanos aumentan. En principio cobraba sólo medio
sueldo y en julio de 1768 escribe a Pedro Rodríguez Campomanes, fiscal del Consejo
de Castilla, pidiéndole un aumento. Pero, para ello, era necesario que alguno
de los alcaldes ascendiese. Eso ocurre cuando es nombrado oidor Juan Luis de
Novela, y el 20 de diciembre del mismo año Jovellanos entra a gozar del sueldo
completo como Alcalde de Cuadra. Y siguió comprando libros con ese aumento de
pecunia.
A la muerte de Pedro
José Ramos, oidor de la Real Audiencia, Gaspar de Jovellanos y Ramírez es
nombrado para el cargo por Carlos III. Estamos en marzo de 1774. Nuestro
protagonista participó, asimismo, en la creación de la Sociedad Económica de
Amigos del País de Sevilla, creada el 16 de diciembre de 1777 y de la que él
fue secretario en la comisión de Industria, Comercio y Navegación. Participó en
la creación de escuelas de hilanzas y se preocupó por la salubridad de los
hospicios. Fue juez del Real Protomedicato de Sevilla, por lo que intervino en
diversos nombramientos, en la mejora de la sociedad médica y en la reforma de
los estudios de medicina de la Universidad.
A finales de
julio de 1778 la Cámara del Consejo de Castilla consulta al Rey sobre el
nombramiento de Alcaldes de Casa y Corte y Jovellanos es nombrado para el
cargo. Algo había tenido que ver en este nombramiento el duque de Alba que,
según nos cuenta González de Posada, le dijo al duque de Losada que estaba
interesado en que Gaspar llegase a Madrid. Era un empleo que no le gustaba
porque actuará como juez de lo criminal. En él permaneció hasta el 1 de octubre
de 1779, fecha en la que pasó a la Sala de lo Civil.
En 1780, el rey
le designa para el Consejo de las Órdenes por lo que fue armado caballero de la
Orden de Alcántara. Por entonces ya era miembro de la Sociedad Económica
Matritense y de la Real Academia de la Historia. Retorna a Asturias el 20 de
marzo de 1782. Consecuencia de ésta visita fueron las “Cartas del viaje de
Asturias”. Abrazó a su familia pero se centró en analizar las obras de la nueva
carretera entre Oviedo y Gijón. Incluso propone al Ayuntamiento gijonés un Plan
para mejorar la villa.
El 20 de febrero
de 1782 ingresó también en la Academia de Cánones, Liturgia, Historia y
Disciplina Eclesiástica. La buena opinión que de él se tiene como economista le
lleva en 1783 a la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas, en la que participa
con algunos informes y dictámenes. El 7 de diciembre de 1784 fue nombrado
presidente de la Sociedad económica de Madrid. En 1785 participa de nuevo en
una comisión para preparar una edición del Fuero Juzgo, pero ya no asiste a
ninguna sesión más en ese año, y sólo va a una de 1786 y a dos en 1787. Después
de ese año no vuelve más.
En la Corte
tiene Jovellanos una vida social intensa lo que le permite tener una buena red
de contactos. Uno de sus amigos era Francisco de Goya que le hizo dos retratos.
Pero toda esta actividad pública y privada dio pie a murmuraciones sobre vida
disipada.
La caída en
desgracia de Cabarrús, presidente del banco de San Carlos por intentar cerrarle
el grifo económico a la reina María Luisa de Parma, salpica a Jovellanos que trataba
de ayudarlo. Y sufrirá también la ira de la reina: Es enviado a Asturias pero
no solo por su amistad con el caído en desgracia sino por su actitud ilustrada
en un tiempo de revoluciones en Francia. El 20 de agosto, unos días antes de
emprender viaje, comienza a escribir su Diario que incluirá su paso por Las
Merindades. En los años siguientes se pide la opinión de Jovellanos sobre
diversos problemas relativos a la minería y, mientras tanto, él realiza varios
largos y fructíferos viajes, tanto por Asturias como por las provincias del
norte: Cantabria, País Vasco, León, Burgos, La Rioja, Valladolid, Salamanca y
Zamora. Aunque en ocasiones el viaje tiene alguna excusa oficial, otras veces
utiliza cualquier pretexto para salir y poner en práctica su enorme afición por
ver tierras, monumentos y archivos. Nos interesa, por ello, el viaje que por
real Orden del 21 de junio de 1797 le envía a reconocer la fábrica de
municiones y cañones de La Cavada. El Ministerio de Marina quería que observase
y analizase el estado de la minería en el tercio norte peninsular y comprobar
las condiciones de esa Real Fábrica de armamento para detectar los problemas
que dificultaban una correcta industrialización en España, como un punto clave
del programa político ilustrado. El conjunto siderúrgico de La Cavada era una
pieza central de la economía y la política españolas del siglo XVIII, donde se
fabricaba la artillería con los que se dotaban los barcos y los puestos defensivos
del imperio. Y visitará otras zonas y actividades relacionadas con este
“conglomerado cívico militar”.
Saliendo de Gijón
a las 15:15 horas del sábado 19 de agosto de 1797 recorrió Oviedo, Pola de Lena,
León, Reinosa, Villarcayo, Medina de Pomar, Espinosa de los Monteros, Vitoria,
Vergara, Cestona, Bilbao, Santander o Carrión de los Condes entre otras muchas
poblaciones. Junto a Gaspar de Jovellanos inician el viaje José Acebedo
Villarroel, Nicolás de Armayor, Pachín de Peón, Toribín y el granadero de
Asturias, Baltasar de Morís. En sus diarios veremos muchas referencias a su
tarea indicando la situación la industria y a las comunicaciones con Godoy al
que se cuida de llamarlo Príncipe de la Paz. También consigna en ellos el
movimiento de dineros y las diversas cartas que escribe. E, incluso, el estado
de las posadas y chascarrillos varios.
Entró en Las
Merindades el domingo tres de septiembre de 1797. Ni él ni su equipo tienen una
ruta definida dependiendo todo de sus cabalgaduras y del lugar donde se
encontraban las personas con las que quería reunirse. Vendrá desde el lado de
Reinosa saliendo de madrugada a través de la Virga de Corconte que define como dehesa
de guijo arenoso y fondo de barro seco y un firme “con las aguas pantanoso y falso, tanto que sin práctico es Intransitable;
es un anfiteatro de legua de diámetro coronado de peñas, terminado al frente
por el cerro y castillo del Cilleruelo; esta la capital del valle de Arreba,
perteneciente al duque de Uceda (duque de Frías)”. Nos dejó constancia de que Cilleruelo –de Bezana por la ruta
tomada- tenía cuarenta vecinos y que era capital de Arnedo, Villamediana,
Quintanilla, Bezana, Torres de Arriba, Torres de Abajo, Hoz, Pradilla,
Lándraves, Cidad, Vallejo, Arreba, Crespos y Momediano. Nos habla de un
castillo que, en sus palabras, está “bien
conservado en sus muros, abandonado por dentro; alta torre; torreones
triangulares; cortinas presentando también sus ángulos; es del tiempo de Carlos
V, pues hay armas con el toisón. Una inscripción que diría el autor y el tiempo
está corroída. Sólo pude leer: “de la casa de Tobar””.
Almorzaron allí
para, después, ir hacia Soncillo –Roncillo, capital del valle de Bezana, del
señorío de los Virtos para Jovellanos- donde llegaron a las doce y media
disfrutando de una deliciosa mañana al levantarse la niebla. Parece que las
nieblas de la zona ya estaban presentes antes de la construcción del pantano
del Ebro. De Soncillo nos cuenta que tiene veinte vecinos y once lugares. Aquí
busca referencias de una persona que quiere localizar: “Un montañés, procedente de Villarcayo para su casa, valle de Toranzo,
casado con sobrina de Terán, me da noticias de Ibáñez: le cree en Medina de
Pomar”. Salen hacia Brizuela a las cuatro de la tarde. Nos informa de que
el camino que tomaron era malo “todo
sobre el lomo de una peña, al parecer caliza” y que “lo es en gran manera la penosísima bajada que está sobre Bizuela”.
Por lo menos le permitió ver desde de lo alto Puentedey del que dice que “dióle su nombre el río Nela, que entrándose
por la peña que está paralela de su lecho, anda por bajo de ella como un tiro
de bala, y tiene encima la iglesia y una porción del pueblo”.
Nos deja
constancia de la frondosidad del camino hacia el cañón del Nela citando gran
cantidad de hayas, robles, encinas y algún mostajo repartidos entre Valdeporres
y Valdebezana. Citaba las altas peñas de la vertiente opuesta, escarpadas y
coronadas de árboles, dejando, con sus enormes cortaduras, grandes bancales de
tierra cultivados hasta el valle inferior. Se fijará mucho en la composición de
la tierra y la roca del lugar.
Gaspar llegará a
Escaño enfadado por el camino que emplearon al decirnos: “endemoniada subida a él por la peña que pudimos o debimos evitar yendo
por bajo; pero lo ignorábamos”. Es allí cuando les coge la noche y recurren
a un muchacho del pueblo para que les guíe hasta Villarcayo. Prosiguen los
diarios: “el camino más tratable, y
aunque con nubes, la luna conservó bastante claridad para no llevar susto.
Puente sobre el rio Nela, bastante caudaloso (…) le cruzamos por un puentecito
en Escaño, y caminando a su izquierda, volvimos a pasarle por otro puente junto
al lugar de Cigüenza (aquí el sepulcro de Nuño Rasura), tomándole a la nuestra
por un cuarto de legua hasta Villarcayo”. Población a la que llegaron a las
20:00 horas.
El asturiano
quedó desencantado con la posada que define como grande pero no muy limpia.
Aquí vemos su interés por encontrarse con el señor Ibañez del que le dicen que
está en Medina de Pomar. La relación de malentendidos continúa al aparecer ante
Jovellanos José Ramón Bustillo, caballero de Calatrava, que creía que Ibáñez estaba
con Gaspar Melchor. El delegado regio aprovecha y le pide que le lleve a la
casa de José Linares donde es bien recibido y le invitan a pasar las noches que
esté en Villarcayo allí. Acepta y con él se queda José Acevedo Villarroel. Sucintamente
describe a alguno de los presentes en la casa: Pedro Peña y su sobrino que
sirvió en Marina y casado en Burgos, con rentas en Villarcayo y que pasa aquí los
veranos. Allí también llega el Corregidor Lloréns. Se presenta la esposa de
José Linares, Mariana, y los tres hijos: el mayor, miliciano que sirvió en la
última guerra; el segundo, filósofo, cursó en Osma; el tercero, como de doce
años.
La conversación trató
sobre montes y sobre el escurridero de Espinosa de los Monteros del que se
comentaba que era inestable e ineficiente “que
se desmoronan sobre él las peñas laterales; que saltan fuera y lejos muchas
maderas; que se malean en las pilas, en el agua, en el dique; que dan carbón,
poco y flojo”. Cuando escribió Gaspar estas líneas había decidido estar en
Villarcayo hasta el mediodía del día siguiente, lunes cuatro de septiembre.
Este ilustre
asturiano se levantó a las siete de la mañana tras pasar una buena noche en una
“cama delicada”. Elogió la habitación
definiéndola de cómoda y bien adornada. Tras poner al día su correspondencia
visitó a María Ascensión, señora de Peña, que nos la describe como chiquita,
redonda de cara y agraciada. Y a su hermana, Carmen, que puntualiza que es soltera,
delgadita, más alta que la otra, buenos ojos y buen tono y aire. Son hijas de Francisco
Antonio de Vera Tenza Fajardo y Quiñones, marqués de Espinardo. También se pasó
por la casa de Bustillo a cuya hija describe como “una hija casadera, no desgraciada (y de) facciones algo groseras”.
Gaspar visitó la
iglesia de Santa Marina –cosa que nosotros ya no podemos hacer- de la que dice
que tiene buen retablo mayor, gran zócalo con medios relieves de buena escultura
con un primer cuerpo de orden corintio y estatuas de la patrona, San Juan y
Santiago y un segundo cuerpo con Jesucristo crucificado.
Durante la
visita turística le dan información sobre la Merindad de Castilla la Vieja. Le
enseñan el nuevo empedrado de la plaza y escribe: “licencia del Consejo para hacerle; suspenso a instancia de algunos
vecinos; me indican sus quejas, las examino, doy mi dictamen; disputan sobre
esto; parecen mostrarse dispuestos a hacerme árbitro, pero hay muchos temas y
nada adelantaré”. Después compartirá mesa y mantel con Peña, Bustillo y
otros dos parientes y, luego, la obligada siesta. Vuelta a la plaza donde “se examinan los reparos, se da un corte,
con el que parece aquietarse Bustillo; no así Manuel Saravia que no reclama
ningún perjuicio, pero dice que la obra va mal, y no da razón concluyente”. El
cabreo parecía venir de que la obra de la plaza estaba está parada, y había
recursos al Consejo y a la Justicia de Burgos.
La noche será de
velada teatral puesto que un grupo de jóvenes de la localidad repetirán para
Jovellanos y sus acompañantes la pieza, escrita por Gaspar Melchor, “El
Delincuente honrado” en la sala de audiencias públicas. Los intérpretes fueron Torcuato,
el primogénito de José Linares; Simón, un hijo de Bustillo; Anselmo, de Pedro
Peña; un tal Justo; Laura, una estudiante de buena figura y otros jóvenes.
Jovellanos definió la actuación como “bastante
bien”. Esa noche entregó a Acevedo seiscientos cuarenta reales porque al
día siguiente partiría hacia Espinosa de los Monteros con una carta de Linares
para el padre prior de allí.
El martes cinco
sale Gaspar Melchor hacia Medina de Pomar. A las nueve montarán a caballo José
Linares, José Ramón Bustillo y Carlos Careaga. Registra que el camino es bueno
aunque parte del mismo es pedregoso. Parece que accede “al barrio de Santa Clara, donde el convento de monjas de esta Orden,
fundación rica del condestable D. Iñigo Fernández de Velasco; junto e incorporado,
el Hospital de la Santa Vera Cruz, de la misma fundación”. Se hospedó en
casa de José Careaga, padre de Carlos, y luego paseó por la ciudad reflejando
sus opiniones en los diarios: “A ver la
iglesia: grande, bella, gótica; mal retablo mayor, pero hay uno muy gracioso en
la capilla de la Concepción, del gusto de Juan de Juni con bella medalla de la
Virgen, sentada, con el Niño en brazos, gran relieve; tres estatuitas a cada
lado, una sobre otra; gran zócalo, y en él las estatuas de San Francisco y Santa
Catalina, orden dórico; en el suelo el sepulcro de los fundadores, sin cosa
notable, por parecer escultura del siglo XV; en el retablo mayor gran relicario
presentado al frente; su frente se ve a la espalda; es un gracioso retablito;
en medio una Crucifixión muy bien pintada , y en las puertas San Francisco y
San Antonio; detrás se reserva un bellísimo crucifijo de marfil, que se dice
haber sido de San Pío V en sobremanera bien trabajado; hay varios sepulcros e
inscripciones; quedó en copiarlas y enviarlas Careaga menor”. Visitó el
archivo municipal que estaba en la casa del escribano de Ayuntamiento. Refleja
que este hombre es sordo pero no su nombre. Allí ve una confirmación original
del fuero de Medina de Pomar hecha por Alfonso X en la Era de 1292.
La siguiente
parada de su ruta medinesa será la iglesia de San Pedro que aparece reflejada
con estas palabras: “monjas agustinas;
iglesia moderna; altares modernos con decentes cuadros modernos; en el altar
mayor un bellísimo crucifijo de escultura, como de media vara de alto”. De
San Pedro marchará la comitiva a almorzar tras lo cual se acercará al Alcázar
de los Velasco: “Es famoso el castillo y bien
conservado en lo exterior; tiene dos hermosas y altas torres que dominan todo
el país; todo el pueblo, iglesias y obras, plagados de las armas de Velasco”.
Recordó que
había un convento de franciscanos; una Congregación de San Felipe Neri, “a extinguirse; no hay más que uno; mejor
para el pueblo”; catorce plazas en el Hospital de la Santa Vera Cruz con un
sacerdote para pobres célibes o viudos, mayores de cincuenta, bien pagado y
asistido por tres o cuatro cartujos también bien mantenidos. Este hospital de
la Vera Cruz era gobernado por un provisor (que en aquel año era José Careaga),
dotado “con 350 ducados, casa, ración,
veinticinco fanegas de cebada y ocho de centeno para mantener mula y perro;
tiene jurisdicción ordinaria dentro de la casa; fundación del mismo condestable”.
No se olvida de la fundación de la Congregación de la Cuarta, donde nos dice
que viven catorce hombres y cuatro mujeres, con su párroco administrador, y que
están bien asistidos gracias a la fundación velasqueña. Remata los escritos con
esta frase: “así pretendieron estos
señores, manteniendo holgazanes, expiar sus robos y excesos”. No sé si
visitaría el Acueducto que nace en Rosales, al Nordeste, pero sí lo refleja en
sus diarios indicando que fue obra de Alfonso Regalado. No hay ninguna
referencia a la búsqueda de Ibáñez. Rastreando los diarios vemos que el día dos
de Septiembre de este año un tal Altamirano –Quizá Carlos López Altamirano- recomienda
a un Ibáñez para el Priorato de San Benito de Valencia. Y, tal vez, por ello no
refleja su búsqueda en sus diarios el bueno de Gaspar. Si es que es el mismo
Ibáñez. Porque en su época de ministro enchufó a un tal Antonio Ibáñez de
Corvera y como en sus diarios solo refleja a esta persona por el apellido y de
forma amistosa…
Vuelven a montar
a caballo a las cinco de la tarde para retornar a Villarcayo donde Jovellanos
debe enfrentarse a la tarea de buscar un acuerdo entre José dé Linares y Diego
Gustillo, por parte de la Junta municipal, y José Ramón Bustillo y Manuel
Saravia para las obras de la plaza que está paralizada por el corregidor hasta
que se pongan de acuerdo los citados. Decidirán que se presente “un pedimento de acuerdo”, que continúe
la obra hasta la conclusión del tercio que tenían empezado, que se acuerde cómo
continuar y si se mantiene al maestro de obra. La jornada para Jovellanos
terminó con la tertulia de la mujer de Peña.
El miércoles
seis madrugaron porque para las siete ya estaban cabalgando hacia Espinosa de
los Monteros aprovechando la buena mañana que les salió. Cabalgaron con José
Linares. Manuel López Rojo creía que el camino que tomaron fue a través de
Fresnedo y Barriuso porque Gaspar Melchor decía “camino hasta la subida de los montes; en ellos malo; pésima bajada”.
Por lo visto hasta épocas recientes hubo un camino carretero por Peñacorva, Los
Prados, Pando y Alto de las Mulillas que llevaban a Bedón. Al llegar les
recibieron el padre prior de Berrueza, asturiano de Villaviciosa, apellido
Arguelles, también cura, y el padre Montes de Nava, cura de San Nicolás de
Bari, concejo de Quintanilla y Santa Olalla de Castañeda, concejo de su nombre,
y barrios de la villa de Espinosa.
Se apearon en el
priorato –seguramente el de Santa María de Berrueza en espinosa delos Monteros- viendo su
iglesia: “A ver su iglesia: al lado del
Evangelio una capilla del marqués de Mortara, abandonada al polvo y las arañas,
con un gracioso retablo en madera, y en él un más gracioso Cuadro grande que
representa la Sacra Familia, y que me pareció obra de alguno de los
escurialenses, acaso del Tibaldi”.
El jueves el
madrugón fue de aúpa porque estaban en pie a las cuatro y media para ponerse en
marcha a las cinco con el padre Damián por un mal camino con una subida larga y
penosa; a la izquierda los montes de Barcena, muy dilatados y poblados todos de
quejigo. Cuenta nuestro asturiano viajero: “Parroquias
de Barcena: sus casas de cal y piedra, cubiertas de la misma, con tejas de
grano en forma pizarrosa; abajo corral con su puertecita para el ganado,
escalera por fuera y puerta alta para subir a la habitación y pajar; cada una
su prado o más; en los rellanos, y cerca del rio Trueba, algún cultivo; en la
subida cráteres de varios tamaños; las altas peñas, de grano con puntos brillantes,
algunas mezcladas con guijo menudo, blanco y transparente; a trechos grandes
masas, o tongadas de caliar obscura y durísima; un fresno (al parecer) cubierto
de pinas encarnadas, formadas de una frutilla como pequeñas cerezas; dicen ser
hembra; es el mostajo bujo; su fruta no se come”. Una relación de notas
cuasitaquigráficas que, supongo, le servirían para recordar sus viajes.
Jovellanos
miraba la viabilidad económica de los montes de la zona. Recordemos que ese era
el objetivo del viaje: industria militar y servicios a esa industria. Así dirá
que están sembrados sin ninguna producción, con grandes hayedos y un mal
reparto de plantaciones para la repoblación. Vio pilas de madera muy
deterioradas. Pasiegos que llevaban carbón vegetal en sus cuévanos al precio de
doce reales la carga o diez y medio, según los sitios en que está hecho de
cuenta del rey en Bustalejo y Azana. Escribió que trabajaban en ello mujeres y
niños con cuévanos, de carga, de media carga y de un cuarto de carga.
Incidió en la
caída de masas de piedras sobre los caminos de montaña quizá fruto de las
filtraciones del agua en las rocas durante las nevadas. Comentó que vio dos que
“pasarían de seiscientos quintales”
que serían unas diez toneladas. Siguió su ascensión hasta el Portillo –puerto-
viendo el deterioro del camino hasta llegar al resbaladero. Describió la obra y
su estado y utilidad e incide en que, para ese año de 1797, estaba ya acabada
la casa de la instalación que define como bien construida y que tiene su
capillita, sin espadaña ni campana. Jovellanos dejó constancia de una serie de
observaciones relativas a costes, durabilidad de materiales o desperdicio de
subproductos.
Finalmente, llegaron
hasta la cima del portillo y luego desandan el camino hasta Espinosa de los
Monteros. Este ilustre asturiano y su compañía se lavaran los pies con
aguardiente, cenarán y se acostarán temprano para conocer, ese viernes, la
villa de Espinosa de los Monteros que él llama pueblo: “antigua torre de Vivanco, perteneciente al abad (lego comendatario) de
este título. Casa de Ortiz de Vivanco: portada con dos cubos o torreones de
buen gusto; la casa fuerte, con cuatro pequeños cubos en los ángulos y saeteras;
parece la arquitectura del tiempo de Carlos V”. Pasea junto a la Casa de
los azulejos y se fija en el mensaje sobre el dintel: “Do se alcanza tal victoria debe osar morir el hombre, muera él y viva
el nombre”. Escribe sobre la casa del marqués de las Cuevas de Velasco, apellido
Rada, que no la deja muy bien pero sí resalta su capilla con un cuadro de la
batalla de Clavijo y su retablito con cuadro de la Coronación de la Virgen. Jovellanos
se hace eco del refrán: “Espinosa de los
Monteros, muchas torres y pocos dineros”.
Comentó la casa
de los Mortara, como conde de Liences, con una casa de bonita arquitectura, dos
torres, ventanas con sombreretes y la escalera apoyada en cuatro columnas. Visitó
el archivo de la Villa escribiendo sobre la fábula –así lo dice- de la condesa
Ava. Tras la comida acudió al monte de Edilla, del concejo de Berrueza, plagado
de robles y de ganado principalmente caprino. Un monte limpio y que se
entresaca anualmente. Además, se reparten las bellotas entre los vecinos y el
que no tiene puercos vende su derecho. Incluso si el año es bueno indicaba que
se podía arrendar el resto a forasteros.
Tras la visita del
circuito maderero y los restos de la fábrica de lienzos ya no había razones
para permanecer en Espinosa de los Monteros por lo cual diseñaron su marcha.
Les acompañaría fray Damián que era el cura párroco de San Nicolás y Santollana
de Bárcena por el monasterio de Oña. Lo describe como chiquito y feo.
El sábado día
nueve se ensillaron los caballos a las cinco y media y avanzaron por la falda
del Edilla hacia Villalázara y El Ribero. Aparentemente tomaron el camino de
Castrobarto para llegar a Quincoces de Yuso. Este último pueblo tiene
diferentes montes de haya y roble y uno de roble y pino, mucho cultivo en buena
tierra y suelo de lastra descubierta. Llegaron a las once y media, comieron
allí y partieron a las tres y media en un clima nublado. Dejan a su derecha,
San Martin de Losa. Pasan por la venta de Mambliga y Villalba de Losa. Comenta
Gaspar de esta zona que hay “bastante
población y cultivo; la tierra buena, pero roca madre; la lastra se halla al
punto. Es increíble la sequía del año: arroyos, ríos, todo está árido; vese el
camino real que va a Bilbao; muchas lanas conducidas por él. A su orilla Berberana;
a nuestra izquierda, vista de Osma, donde debemos hacer noche”. En este
punto Jovellanos abandona las Merindades.
Bibliografía:
“Diarios
(memorias íntimas) 1790-1801”. Gaspar Melchor de Jovellanos.
Periódico “El
Comercio”.
“Las visiones de
un viajero (II): los inicios de la industrialización y los cambios sobre la
vida y medio tradicional”. Sergio Maseda González, Rubén García Pérez,
Indalecio José García Martínez, Pedro Álvarez Viña.
“Jovellanos.
Apuntes biográficos, inéditos”. Ceán Bermúdez
Fundación Foro Jovellanos
del Principado de Asturias.
“Villarcayo.
Capital de la comarca Merindades”. Manuel López Rojo.
“Biografía de
Jovellanos”. José Miguel Caso González.
Anexos:
Continuación de la biografía de
Jovellanos desde 1797:
Durante el viaje, estando en Pola de Lena, fue nombrado embajador
en Rusia. La idea más generalizada sobre el porqué de este nombramiento como
embajador, parte de las Memorias de Godoy que dicen que se nombró embajador a
Jovellanos para poder, en realidad, nombrarle ministro. Pero la documentación
existente demuestra que las cosas no fueron exactamente así, que Godoy pensaba
realmente en Jovellanos para embajador porque lo consideraba un hombre con
enorme prestigio. No se trataba, por tanto, de alejar a Jovellanos de España,
ni tampoco de ninguna intriga de corte. El 13 de noviembre de 1797 recibe una
noticia más dura aún: la de su nombramiento como ministro de Gracia y Justicia.
El cargo de ministro supuso un sacrificio para Jovellanos
que casi le cuesta la vida. Su principal biógrafo afirmaba que Jovellanos
estaba siendo envenenado. Empezó con una grave gastroenteritis, siguió una
polineuritis que alcanza el punto culminante en setiembre. Pudo ser por su intento
de reforma del Tribunal de la Inquisición o por la reforma de los estudios universitarios
o por la reforma jurídica. Gaspar desatendió la costumbre de dar parte a la
Reina de las vacantes que se producían en el ministerio y evitó así las
correspondientes recomendaciones de ésta. La Reina, claro está, se consideró
insultada por Jovellanos. También fue atacado de irreligioso y de nepotismo
-¡De nepotismo!-. El 15 de agosto de 1798 Jovellanos es cesado en el ministerio.
Aunque sólo estuvo en él nueve meses, cuando regresó a Asturias había
envejecido varios años.
Hacia 1801 Jovellanos empieza a ser un apestado. Incluso
hubo anónimas delaciones en su contra demostrando que la lucha contra él no
había terminado con su retirada del ministerio. No era solo contra Gaspar sino
contra todos los ilustrados. En la madrugada del 13 de marzo de 1801,
Jovellanos es apresado y conducido como reo de estado a Mallorca y tratado
cruelmente. Desde 1804 las condiciones de su vida mejorarán y vuelve a escribir.
La caída de Godoy y Carlos IV le saca de la cárcel. Es tentado por Josefinos y
franceses pero Gaspar Melchor repite lo de su mala salud y su deseo de
retirarse para sanar. El 7 de julio es nombrado ministro del Interior en el
gobierno de José I. Se niega a aceptar el cargo. Pero sí formará parte de la Junta
Suprema Central Gubernativa del Reino en representación de Asturias. Llegará a
Cádiz y participará en el proceso constitucional. Tras un dificultoso viaje al
norte y tras saber que los franceses han abandonado Gijón, Jovellanos llega a
Asturias el 17 de julio. Tendrá que marchar cuando regresen los franceses. El
27 de noviembre de 1811 fallecerá en el Puerto de Vega.
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