Que no te asusten ni la letra ni el sendero de palabras pues, amigo, para la sed de saber, largo trago.
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domingo, 10 de abril de 2022

En la guerra no se puede bailar la yenca

 
Volvemos a recorrer los caminos de Las Merindades pisando el polvo junto a las tropas liberales que se enfrentaron a los carlistas durante la guerra de 1872-1876, la tercera guerra carlista. Acompañaremos a unas tropas que, aunque pudiera parecer lo contrario por el tremendo “gasto de suelas” y el desgaste de luchar siempre por las mismas poblaciones, actuaron siguiendo despliegues tácticos. Inicialmente los soldados del gobierno revolucionario instalaron guarniciones en poblaciones importantes cercando la zona carlista. Después, parte de las tropas permanecían en multitud de pequeñas guarniciones y el resto estaban en columnas móviles que recorrían el área asignada. Y, finalmente, en 1876, volvieron a las fuertes guarniciones en las capitales y otras menores en los pueblos que rodeaban el territorio carlista, desde Castro Urdiales hasta Jaca, apoyándose en Medina de Pomar, Miranda, Logroño, Tudela y Tafalla.

 
En las guarniciones fijas estaba cerca del cuarenta por ciento de los efectivos. El resto constituía el Ejército de Operaciones que actuaba en bloque en un frente principal, salvo una o dos unidades tamaño división o brigada que operaban en frentes secundarios en labores de distracción o contención. La composición de estas unidades operativas siguió un patrón binario: cuerpos de ejército de dos divisiones, cada una de dos brigadas, divididas a su vez en dos medias brigadas de dos batallones de seis u ocho compañías (100 a 125 soldados) cada una. La caballería estaba estructurada en regimientos de 4 escuadrones de 100 a 125 jinetes cada uno. Además de la artillería y los ingenieros.
 
Los valles de Mena y de Losa eran una zona caliente en esta guerra. Un frente permeable donde los ejércitos fluían y refluían como olas en la playa. El general Loma y Argüelles, comandaba las tropas liberales de Losa y Mena desde septiembre de 1874 cuando asumió la Capitanía General de Burgos. Pero solía dirigir las unidades móviles. En aquellas fechas de junio de 1875, cuando el general Loma no estaba en el valle de Mena, se quedaba la brigada Murriel formada por el batallón de la reserva número 3, mandado por el coronel Senén Caveda con dos piezas de artillería. La operación que relataremos se inició cuando la unidad del brigadier Murriel ocupó los pueblos de Anzó, Carrasquedo y Medianas para asegurar sus posiciones mientras las tropas que se movían con el general estaban ausentes. Enseguida fueron atacados por doce batallones carlistas, dirigidos por Fulgencio de Carasa Soto y Antonio Díez de Mogrovejo Gómez, que se dispusieron en semicírculo frente a los pueblos donde estaban las tropas liberales.

 
El combate duró hasta las cuatro de la tarde momento en que, dada la falta de municiones de las tropas, los de Alfonso XII se fueron replegando hacia Mercadillo. Avisado Loma descendió al valle de Mena desde la Merindad de Montija. Según el periódico “La Política” los carlistas le esperaban porque las unidades situadas en la Peña Complacera le lanzaron algunas granadas que, evidentemente, no les alcanzaron.
 
Villanueva de Mena

El 21 de junio escribía el general Loma y Argüelles al ministro de la guerra: “Villanueva de Mena, 21. He llegado aquí á las siete, rompiéndose el fuego desde Villanueva y este pueblo, ocupado por el enemigo y desalojado con mis tropas, poniéndolo en precipitada huida, y haciéndole algunos prisioneros. Continuó la marcha á Mercadillo. Acto continuo con las tropas de allí y con las que yo traía continué el ataque al enemigo tomando las posiciones y pueblos á pesar de la resistencia y tenacidad en conservarlos. Las bajas que he tenido en este ataque y combate que ha durado hasta la una no puedo aún precisarlas á V. E., pero son insignificantes, habiendo causado bastantes al enemigo, hechos prisioneros y cogidos caballos, municiones y otros pertrechos”.
 
Villasana de Mena 
 
Incluso se puso en duda que el General Loma y Argüelles estuviese al frente de sus tropas porque el telegrama aparecía fechado en Briviesca y hubo algunos que afirmaron que estaba en esa población de la retaguardia. Lo cierto es que Briviesca era el punto más próximo donde había cable telegráfico y allí se envió el parte de guerra.
 
La columna de Loma, tras unas seis horas de combates (hasta las 13:00 h del 22 de junio), desalojará a los de Carlos VII de allí y los empujaron, junto a los soldados del brigadier Muriel, hacia el nordeste liberando poblaciones de esa zona.
 

La prensa liberal destacaba que los soldados de Alfonso XII habían causado “numerosas bajas y haciéndoles muchos prisioneros, cogiéndoles además caballos y municiones. Las bajas de nuestras tropas han sido insignificantes”. En algunos periódicos llegan a señalar unas 500 bajas carlistas.
 
El periódico de referencia de los liberales bilbaínos, el “Irurac Bat” comentaba que “Las pérdidas han debido ser tan considerables, que no guardan proporción con la importancia del combate, ni con la cifra de las fuerzas empeñadas en la acción”.
 
Se hablaba de “varios jefes conocidos é importantes, muertos; de un terrible estrago hecho en las filas carlistas por la caballería de Loma (que los cogió de flanco el segundo día) y del espantoso contingente de pérdidas que han tenido determinados cuerpos, entre ellos un batallón cántabro, el de encartados y el de Durango. Se asegura que entre los muertos figuran el primer jefe de este último batallón, D. José María de Orúe, y entre los heridos, el antiguo capitán de barco y hoy teniente coronel D. Andrés de Olascoaga. En Durango hay un verdadero luto, pues es grandísimo el número de mozos de aquella villa y sus contornos que han sucumbido en la pelea. El fuerte estrago, la ruda lección para la hueste carlista fué, según se tiene por seguro, el segundo día de combate, en que no solo perdieron todo el terreno que habían ganado en algunos puntos, sino que cedieron al empuje de un brillantísimo é impetuoso ataque de flanco del general Loma, quien teniendo noticia del compromiso en que se decía estar Villegas, hizo un regreso ofensivo desde el valle de Losa con celeridad fulminante”. Pero recuerden que los periódicos en una guerra son parte de las unidades bélicas. Son el frente de papel. Ya me entienden.
 

Además, seguramente para dar más empaque o rechifla a la victoria de Loma, se decía que el pretendiente había visitado con Alfonso de Borbón-Dos Sicilias y Austria (conde de Caserta) y Enrique Carlos de Borbón-Parma (Conde de Bardi) el frente de Valmaseda y Orduña donde Mogrovejo le informó del próximo plan de campaña que se supone destinado a alejar a Loma de los valles de Mena y de Losa.
 
No creo que necesitasen los carlistas ningún plan sofisticado porque el general Loma y Argüelles partió hacia el valle de Losa el día 29 de junio de 1875 a las dos de la madrugada. Claro que los problemas empezaron cuando, tras subir por el puerto de la Magdalena, junto a Cadagua, llegaron al pueblo de Lastras (probablemente el apellidado “de la Torre”) en cuyas inmediaciones estaba apostada una avanzadilla carlista que disparó sobre la Caballería de Albuera. Sin más problemas llegaron a Quincoces de Yuso donde estaban alojados a las 16:00 horas.

Cadagua.
 
Esta marcha de las unidades de maniobra derivó en un ataque carlista a Mercadillo el amanecer del día 30 de junio. Las unidades liberales reaccionaron ocupando las alturas cercanas a la capital del valle con cuatro compañías y la contraguerrilla de Mena.
 
En Quincoces de Yuso la diana del día 30 de junio fue a las 03:00 horas. En esta población se reunió todo el tercer cuerpo de ejército al mando de los generales Loma y Villegas. Y enfilaron el camino hacia la Peña de Angulo. Saliendo del pueblo se ordenó a la compañía de vanguardia, en este caso la compañía quinta del segundo batallón de Mallorca, que se desplegase por secciones que marcharían por la izquierda y derecha del camino. Esta última mandada por el capitán José la Huerta.


Llevarían como un cuarto de legua cuando vieron al enemigo dominando los cerros frente a ellos. Los de la quinta compañía del segundo de Mallorca asaltaron a la bayoneta el primero de esos cerros. Dada la alarma avanzó el resto del batallón que se desplegó a la izquierda de la quinta compañía situada en el primer cerro. Las guerrillas de este batallón avanzaron unidas y seguidas por el primer batallón del regimiento como reserva. Expulsaron a los carlistas hacia las 11:00 horas y -según el relato- el general Loma felicitó al coronel Costa.
 
Apoyaron el movimiento de las unidades de Loma y Villegas las tropas de la brigada segunda de este cuerpo y las del brigadier Prendergast que avanzaban por las peñas de Higaña y del Haro.
 
Se consiguió expulsar a los carlistas de las peñas sobre el Valle de Mena y se evitó que disparasen su artillería sobre las tropas liberales. A media tarde, tres horas después de acabar los combates, cuando las tropas del rey Alfonso XII se retiraban hacia los pueblos de los que salieron se desencadenó una tempestad de granizo. Las tropas esperaban que, al día siguiente, se replegasen al Valle de Mena. Todas estas escaramuzas me recuerdan a las operaciones de los norteamericanos en Vietnam o rusos, y norteamericanos, en Afganistán. Espantaban al enemigo y dejaban el terreno para que el contrario lo volviese a recuperar.

 
Días después el general Loma avanzó a través del valle de Losa hasta el pueblo de Salinas de Añana, del que tuvo que desalojar un batallón carlista, porque tenía órdenes de juntarse con las tropas del general en jefe Jenaro de Quesada. Se preparaba la operación de Treviño que abriría el camino a Vitoria.
 
Este modelo organizativo a base de un sólo Ejército de Operaciones desapareció a finales de 1875 cuando, concluida la guerra en el Centro y Cataluña, el Ejército del Norte fue disuelto (14/12/75) y se organizaron 2 ejércitos: el de la Derecha, formado por tropas venidas del Centro y Cataluña y destinado a operar en Navarra, y el de la Izquierda, que aglutinaba a las del antiguo Ejército del Norte y tenía como teatro de operaciones Álava, Guipúzcoa y Vizcaya. En conjunto representaban casi la mitad del Ejército español y eran cuatro veces más que las fuerzas reunidas por los carlistas. La victoria en este frente estaba cantada.
 
 
 
Bibliografía:
 
Periódico “Boletín del Comercio”.
Periódico “El Pabellón Nacional”.
Periódico “La Época”.
Periódico “La Correspondencia de España”.
Periódico “Crónica de Cataluña”.
Periódico “El siglo Futuro”.
Periódico “El Globo”.
Diario Oficial de Avisos de Madrid.
Periódico “El Imparcial”.
Periódico “La correspondencia de la mañana”.
Periódico “La Iberia”.
“La segunda guerra carlista en “el norte” (1872-1876): los ejércitos contendientes”. Juan Pardo San Gil.
Real Academia de la Historia.
Senado del reino de España.
Blog “El rincón de Carlos modelismo y pintura de figuras”.
Bilbaopedia.
 
 
 
Anexos:
 
José Loma Argüelles (1820-1893), primer marqués de Oria. Su trayectoria militar fue rápida dentro de una Nación casi en continua guerra y, por ello, el 13 de febrero de 1838 adquirió el empleo de subteniente de milicias, incorporándose al batallón provincial de Ciudad Rodrigo, que en esos momentos se encontraba en el País Vasco en plena campaña de la Primera Guerra Carlista. Por acciones de guerra ascendió hasta teniente en agosto de 1838. Para 1846 era capitán de Infantería por gracia general. En ese tiempo, estuvo destinado en Valladolid, Pamplona, Tudela, Zaragoza, Santoña, Soria, País Vasco, Galicia, Burgos y Madrid.
 
En 1853 estando destinado en el Regimiento de Gerona ascendió a capitán por antigüedad, permaneciendo en Vascongadas hasta 1856. En el levantamiento contra el gobierno de O’Donnell, Loma intervino contra los sublevados, que le hicieron acreedor de la Cruz de San Fernando. Dos años más tarde, en 1858, recibió la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
 

Estuvo en la guerra contra Marruecos de 1859-1860. Desde ese momento y hasta 1872 su trayectoria profesional le llevó a diferentes unidades y al ascenso a los sucesivos empleos de comandante por antigüedad, teniente coronel por gracia general y grado de coronel por méritos de guerra en las operaciones que ejecutó en el año 1870, impermeabilizando la frontera francesa para evitar el paso de elementos carlistas a España.

 
En 1872 con la reanudación de la Tercera Guerra Carlista, pasó a formar parte con su batallón del ejército del Norte que mandaba como general jefe el capitán general Serrano. Se le ascendió a coronel con el mando del Regimiento del Príncipe. En septiembre de 1873 fue ascendido a brigadier, siendo nombrado también, gobernador militar de Guipúzcoa. El 29 de septiembre se le concedió la jefatura de una las columnas que se organizaron para combatir con mayor eficacia a las fuerzas carlistas. Por sus méritos de guerra contra las tropas carlistas, le fue concedida la Gran Cruz del Mérito Militar en 1873.
 
En febrero de 1874 se vio obligado a abandonar Tolosa, donde hizo su entrada don Carlos el 5 de marzo. En junio fue nombrado capitán general de las Provincias Vascongadas y ascendido, por Decreto de 24 de julio, a teniente general. En septiembre de 1874 asumió la Capitanía General de Burgos y ejerció como comandante jefe del Cuerpo de Ejército de la Izquierda, mando que conservó hasta la finalización de la guerra.
 
En marzo, Loma acompañó, con otros generales, al rey Alfonso XII en su visita a las Provincias Vascongadas y, asimismo, al triunfal regreso del Monarca a la Corte de Madrid. El 2 de abril de 1878, se le concedió el título de marqués con la denominación del Oria, río sobre cuya línea se produjeron algunos de los hechos de armas más significativos protagonizados por el general.
 
Senador por Vitoria en 1876, su papel en la Guerra Carlista y su profundo conocimiento de las provincias vascas motivó que el Gobierno le nombrara nuevamente capitán general de Vascongadas, permaneciendo en dicho cargo nada menos que quince años, hasta 1892, con un paréntesis de un año en 1885, que fue capitán general de Burgos. Asimismo, en 1880 se le concedió la Gran Cruz de Isabel la Católica y en 1892 la Gran Cruz de la Orden de Carlos III.
 
En noviembre de 1892 cesó en el cargo de capitán general, pasando a la reserva y residiendo a partir de entonces, hasta su muerte en 1893, en Vitoria.
 
Estuvo casado con María del Carmen Bárcena.
 
 
Fulgencio Carasa Soto
 
Fulgencio de Carasa y Soto: primer conde de Villaverde de Trucíos (Bárcena de Cicero, Cantabria, 1805-Morentin, Francia, 1877). Ingresó en el primer batallón de Realistas de Vizcaya en 1822 y un año más tarde alcanzó el grado de subteniente, debido a su valía. En 1831 fue ascendido a teniente por su actuación contra la partida de Salvador Manzanares en Estepona. En la primera carlistada comandó el sexto Batallón de Navarra, ascendiendo a coronel en 1837 y a brigadier dos años después. Al no aceptar el Abrazo de Vergara se exilió en Francia y no regresó a España hasta 1847. En 1868 se puso al servicio de Carlos María de Borbón y Austria-Este, pretendiente carlista con el nombre de Carlos VII. Al estallar la Tercera Guerra Carlista (1872-1876) se convirtió en la cabeza de la guerrilla en el norte de España. Nombrado mariscal de campo y comandante general de Vizcaya en 1875, capitaneó las tropas carlistas en la batalla de Villaverde de Trucíos, pudiendo resistir y provocando la retirada del liberal Baldomero Villegas, por esta actuación se le concedió el título carlista de conde de Villaverde de Trucíos. Durante la Acción de Abadiano (último enfrentamiento de importancia registrada en Vizcaya cuando ya la guerra tocaba a su fin), fueron derrotados su batallón junto con los de Cavero y Ugarte por las divisiones liberales mandadas por Loma, Goyeneche, Álvarez Maldonado y Villegas. Al fracasar de nuevo las pretensiones carlistas, se exilió en Francia y un año más tarde falleció.
 
 
 
Antonio Díez de Mogrovejo y Gómez: Se duda donde nació (Mogrovejo o Potes) el 16 de octubre de 1805 y murió en Madrid el 23 de diciembre de 1883. Ya en 1822 empuñó las armas contra el gobierno liberal y se licenció con el rango de alférez. Cursó en Valladolid la carrera de leyes, y al terminarla, coincidiendo con el primer levantamiento carlista en 1833, se alistó bajo las banderas de Don Carlos, entrando en clase de cadete en las fuerzas castellanas. Destacaremos que formó parte de la expedición de Gómez. Al terminar la primera carlistada mandaba el tercer batallón de Castilla con el empleo de teniente coronel y grado de coronel, revalidándose en el ejército y pasando a servir en el regimiento de África, después al de Zamora, tomando luego el mando de los batallones de Barbastro y Baza. Ascendido a coronel se le confirió el mando del regimiento de Asturias. Luchó contra los revolucionarios de Málaga en 1846 y ¡contra los carlistas en la provincia de Burgos durante la guerra montemolinista!
 
Antonio Diez de Mogrovejo

El general O'Donnell, en 1855, a la sazón ministro de la Guerra y presidente del Consejo, le comisionó para organizar en el Pardo la brigada de cazadores, a instruirla en la nueva táctica de Rivera aceptada para la infantería. En pocos meses aquellos batallones eran la escuela del ejército, y con ellos atacó en 1856 a la milicia sublevada en Madrid, logrando dominar el pronunciamiento. Por ello fue ascendido a brigadier.

 
Participó en la guerra de áfrica logrando la gran cruz de Isabel la Católica. Después fue nombrado comandante general de Oviedo, y, luego, de Alicante. Triunfante la revolución de 1868, el brigadier Mogrovejo entendió rotos sus compromisos con Isabel II y retornó al lado de Carlos de Borbón y Austria-Este.
 
En 1872 fue reducido a prisión, formando antes y después de ella parte de la junta secreta de guerra, nombramiento especial que le confirió el mismo Don Carlos. En 1874 se presentó en Lequeitio a su rey. Su llegada fue de gran resonancia en el ejército carlista, pues su fama y nombre hicieron concebir a los carlistas esperanzas que se esterilizaron por diversas circunstancias. En 1875 era jefe del Cuarto militar de Carlos VII. El general Mogrovejo resultó herido de bala en los campos de Urnieta, donde su reputación militar se acrecentó, acrecentándose al propio tiempo su prestigio en el ejército carlista. La herida amenguó sus bríos e hizo decaer su espíritu, y por la avanzada edad que tenía, el general Mogrovejo hubiera podido llegar a ser uno de los hombres que necesitaba el partido carlista.
 
 

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