Este duro refrán que
solemos decirlo, a veces, quedándonos en las dos primeras palabras explica a
quién lo escucha que nos acordaremos de no recibimos ayuda por su parte. El
Instituto Cervantes, en su página Web dice: “Si
alguien nos niega su ayuda, pensamos que, cuando nos necesite, seremos nosotros
quienes no le haremos el favor que nos pida. Se dice este refrán como
advertencia o intención oculta con la idea de desquitarnos de los agravios
recibidos o de la actitud contraria de alguien”. Claro que, asociar la
venganza fría a los arrieros nos predispone en contra de ellos ¿no?
Y, si nos lo tomamos
a pecho, podríamos llegar a pensar que Las Merindades era una tierra de
venganza porque esta era una tierra donde abundaban los muleros. ¿Y eso? Verán,
la principal razón para la presencia de arrieros en nuestra comarca fue,
fueron, los caminos de Las Merindades. Estos eran irregulares y deficientes lo
que obligaba a recurrir principalmente a las recuas de mulas o burros por lo menos
hasta el siglo el siglo XIX. En los espacios más llanos y propicios, convivió
con los carros y carretas que se fueron implantando. Estos últimos facilitaban
el transporte de cargas más voluminosas y pesadas pero, en contrapartida, no
podían ser utilizados en los caminos que tenían pasos estrechos, gran pendiente
o mal estado, que… ¡era la característica general de los caminos de la
cordillera Cantábrica!
Consta, en 1571, que
por el “balle de Mena y Salzedo pasaba el
camino real a la billa de Bilbao y Castro de Hurdiales e otras partes, por
donde pasaban muchos tragineros y biandantes por ser las dichas billas puertos
de mar, y las calçadas estaban tan malas que los dichos tragineros padeszian
mucho y peligraban muchos machos y bestias dellos...”. En 1641 se documenta
que en Mena el camino es “por donde
forzossamente se a de pasar para yr y benir a el puerto de Bilbao y billa de
Castro, de donde sale tanta cantidad de pescados frescos y ssalados, y ottras
muchas mercadurias que bienen a la billa de Madrid, Balladolid, Ssalamanca,
ttierra de Campos, Burgos”.
En el mismo sentido
Ortega Valcárcel afirma que "el
arriero, el transportista con caballerías propias, constituye una verdadera
institución en las siete Merindades que hunde sus raíces en plenos siglos
medios y que pervivirá hasta el nuestro (siglo XX)". Asimismo subraya
que "los tres puntos más caracterizados
de esta función de intercambio", dentro de las históricas Montañas de
Burgos, eran el Valle de Mena, los pueblos de la Montañuela en la Merindad de
Cuesta Urria y una parte de las Merindades de Sotoscueva y Montija.
Un testigo decía en
un interrogatorio realizado en 1515 que “sabe
que ay muchos mulateros de las dichas merindades, e que es ofyçio que se trata
mucho en las dichas merindades e que oy lo seran vnos y mañana los seran
otros...”, y que hacía unos 12 años había “en las dichas merindades mas de dosyentos e çinquenta mulos, e que
abia mas que no hagora, porque se ganaban mas dineros”. En la zona del
norte de Burgos, existieron localidades, en las que una gran parte de sus
vecinos se dedicaban a la arrieria, constituyendo sagas familiares en las que
el oficio se transmitía de padres a hijos.
Muchos arrieros
dirán. Pero, aclaremos, no es que abundasen las “empresas de transporte” sino
que muchos eran arrieros a tiempo parcial, cuya actividad principal era la
agricultura. Evidentemente también existían arrieros a tiempo completo. Entendamos
que el transporte tenía una gran dependencia del clima y del ciclo agrario.
Diciembre y enero eran meses poco propicios por ser fríos y lluviosos, haciendo
pantanosos y de difícil tránsito los caminos, al tiempo que la nieve
dificultaba los pasos de montaña. Por contra, escaseaba el pasto en agosto,
septiembre y octubre, los tres secos. En enero y febrero se necesitaban los
animales para arar y sembrar, y en junio y julio para la siega. Vamos que
elegir la fecha para transportar mercancías era como un sudoku.
Dadas las
circunstancias, la mayor parte de los muleros -arrieros- hacían cuatro o cinco viajes al año
con sus respectivos cargamentos dedicando al transporte entre 5 semanas y 8
meses. En el caso de los profesionales de Sotoscueva la temporada hábil se
dividiría en dos etapas, la primera desde mediados de abril a julio y otra más
corta de finales de agosto hasta principios de octubre. También existían
transportistas que hacían un único viaje al año de 15 días, recorriendo en este
tiempo los 800 Kilómetros que suponían el camino de ida y vuelta de Bilbao a
Cuenca. La duración de los viajes de Sotoscueva a Madrid y Bilbao, de acuerdo
con los datos señalados y contando con los días de descanso, podrían fijarse
sobre los veinte días. Con esto deducimos que había recorridos de corta
distancia y de larga distancia (como los trenes). Los primeros entre
poblaciones cercanas y los otros, como hemos señalado, llegaban desde los
puertos del Cantábrico hasta Burgos y más allá. Estos últimos no pararon de
aumentar desde el siglo XIII y se intensificaron a partir del reinado de los
Reyes Católicos con las activas comunidades de Medina del Campo, Burgos y
Bilbao planteando la nueva tendencia de la economía castellana ligada a la de
la Europa septentrional.
El oficio de arriero
a “temporada completa” era un trabajo que se ejercía en toda España pero,
asumámoslo, preponderante en las tierras más pobres. Gil y Carrasco lo resumía
en 1839 refiriéndose a los arrieros maragatos: “Los hombres buscan en la arriería lo que su ingrato suelo les rehusa;
y durante su ausencia las mujeres corren con las faenas de la labranza”.
Famosos eran los arrieros maragatos, los de Atienza o los de la soriana
Yanguas. El número de personas dedicadas a la arriería en las Montañas de
Burgos era, en 1752, según la relación elaborada por Ortega Valcárcel, de 307.
De ellas doscientas (65,15 %) las definiríamos como arrieros y el resto
trajinantes. En Sotoscueva, en cambio, prácticamente todos eran arrieros.
Manuel López Rojo señala
que, "paso obligado de carreteros,
trajineros y arrieros, la llanada del Trema y Nela -ríos ambos que atraviesan
Sotoscueva- ha sido tierra de mercaderes y mulateros" y Rafael Sánchez
Domingo afirmaba que "el territorio
de las siete Merindades ha sido tierra de muleros y mercaderes hasta el siglo
XIX".
La clasificación de
los muleros o arrieros se podía hacer, también, por los servicios que se
prestaban: unos solo ofrecían el transporte a terceros, mientras que otros
utilizaron sus acémilas para transportar mercancías que previamente habían comprado
o adquirido a trueque por otras, y que debían buscar y obtener mercadería de retorno
para no volver de vacío. Muchos, combinaron las dos facetas, tratando de sacar
el máximo partido a sus desplazamientos. Nada nuevo, es lo que hacen ahora las
cooperativas de transportistas para minimizar los viajes en vacío.
Otra fuente de
negocio era subcontratar la carga de un carretero cuando el camino se ponía
difícil. Lugares como el puerto de Corconte –El Escudo- o la bajada a El Almiñé.
Pero, generalmente, el recorrido con recuas era completo por ser más cómodo operar
sin interrupciones y trasvases.
Ortega Valcárcel
califica a la arriería de oficio de riesgo y de "dedicación bronca y difícil" y al arriero de "mal carácter y apasionado".
¿Será que de ahí sale este refrán tan vengativo? Gómez Mendoza atribuye a este
transporte terrestre, "carestía, extremada
lentitud y elevado riesgo". Quizá, pero lo que es cierto es que era
mucho más rentable que la agricultura. El Catastro de Ensenada reconoce que los
carreteros y muleros "se mantienen,
visten y calzan y a sus mujeres y familiares, con esplendidez, además de
aumentar sus caudales". Pedro Gil, afirma que "disfrutaban de un nivel económico superior al de boticarios,
maestros, escribanos, etc. de los pueblos en que vivían". Conseguían
vivir bien en unas tierras poco dadas a la agricultura. Por todo ello no deja
de llamar la atención, que prefirieran considerarse labradores antes que
arrieros, sobre todo teniendo en cuenta que tanto sus ingresos, como quizá
también los días de trabajo empleados en las tareas agrícolas, eran inferiores
a los que obtenían y dedicaban a su actividad comercial. Probablemente, la
debilidad de la demanda de transporte les mantenía vinculados a las tareas del
campo.
Pero debemos tener en
cuenta también lo malo del trabajo que, tal vez, es lo que les hacía sacar ese
carácter tan osco. Estos hombres que conectaban las zonas agrícolas excedentarias
y productoras con las demandantes lo hacían a costa de fatigas, esfuerzos y
duro trabajo. Dormir al raso, frecuentar incómodas ventas y mesones, sufrir las
inclemencias atmosféricas y arriesgar la vida eran parte del trabajo. Cuando
podían, iban en pequeños grupos para auxiliarse, aunque era corriente la figura
del arriero solitario. El auxilio y la necesidad de ayuda también residen en el
refrán de “arrieritos somos y en el camino nos veremos”.
Pero existieron
impedimentos a esta actividad generalmente de parte de los concejos que les
veían como consumidores de artículos de primera necesidad locales (yerba,
frutos…) tanto para las bestias como para los arrieros; y como competidores de
sus vecinos y arrieros ocasionales. Aunque estos eventuales también sufrían las
restricciones de pastos y caminos por los pueblos vecinos. Ya sabemos que donde
las dan las toman. No importaba que la mayoría de estos transportistas llevaba
mercancías de primera necesidad tales como vino, aceite de oliva, cereales,
combustible, pescado, verduras, caza y materiales de construcción,
especialmente la madera.
¿Cosas sencillas? Sí.
Cerca del 75 % de los cargamentos estaban asociados a una economía rural.
¡Evidente! España estaba poco industrializada y con baja demanda. Excepto el
abastecimiento de Madrid, dice García-Baquero, "en el resto del país apenas si hay un modesto tráfico
interregional limitado básicamente al intercambio de bienes de
subsistencia". En el caso concreto de la Merindad de Sotoscueva los
trayectos de sus muleros eran entre la vinícola Rioja y las cerealistas Tierras
de Campos y Arévalo y Bilbao y la Montaña santanderina. Vamos, movían vino y
trigo y algo de aceite.
¿Tan malo era el
comercio que se zancadilleaban los pueblos unos a otros? Lo debía ser porque Pedro
Ezquerra, en nombre de los concejos del valle de Soba, argüía que muchos de sus
vecinos llevaban mercaderías en sus bestias a Medina de Pomar haciendo un alto
en la Merindad de Montija, descargando allí sus recuas y apacentando sus
bestias. Pero, en cierto momento, los montijeños les prendían cuando paraban o
dormían en su término. El Consejo falló en 1507 que los vecinos de Soba, cuando
pasasen con sus rocines y bestias de carga por Montija entre septiembre y
marzo, podían apacentar sus bestias de noche y de día en Montija, guardando panes,
viñas, dehesas dehesadas, prados de guadaña y los otros prados acotados; y que
de abril a agosto, podían apacentar sus bestias en dicho valle, no pudiendo
pacer de noche sin licencia del concejo, debiendo, en este caso, descargar en poblado
y dormir en él, pues en esos meses no lo hacen las bestias de Montija; pero en
el término comunero de este valle en que sus vecinos podían pacer de noche en
ese tiempo, podrán hacerlo los de Soba sin pena alguna.
Otro caso del estilo
es el que cuenta, en 1483, Fernando Sáez de Fresnedo, vecino de Villanueva de
Ladrero, en nombre de los mulateros dijo que siempre habían pasado libremente
por el camino real de Ordunte camino de Castro-Urdiales y Bilbao por el valle
de Mena, pero que desde 1475, el concejo de Villasana y el merino de Mena los
prendían y les obligaban a ir por el camino de Villasana que lo asumían como más
largo y farragoso. Los Reyes mandaron al concejo y al merino que dejaran a
estos mulateros “e todas las otras
personas mulateros e biandantes destos nuestros Rreynos” transitar
libremente con sus mulos y acémilas cargadas o vacías por el camino real de la
Ordunte.
Aunque, a veces,
había otras razones para entorpecer el libre tránsito de mercancías. Me
explico, en el siglo XVII las merindades de Castilla Vieja se quejaban que el
alcalde mayor que les envió el Rey realizaba mordidas a los arrieros que pasaban
por el lugar donde residía y les robaba pescado, por lo que, los arrieros,
evitaban pasar allí y eso les afectaba.
En 1515 los mulateros
de Castilla Vieja, Sotoscueva y Sonsierra se quejaron de que se les obligaba a
dar un rodeo por Medina de Pomar, cuando por Villarcayo era un camino más
directo. ¿La razón? Pagar el portazgo al Condestable. Además, los puntos
auxiliares de la aduana para el paso del ganado se encontraban en
Villacomparada y en Incinillas, para evitar que los que fuesen por Villarcayo
no pagasen. Un testigo dijo que desde “quarenta
e çinco años a esta parte ha bisto coger el dicho portazgo en Billaconparada y
Enzinillas”, y otro que “todos los
ganados que pasan por el lugar de Villaconparada e Villacayo, deben çierto
portazgo al [Condestable] que es una blanca de cada cabeça de ganado mayor, e
media blanca de cada caveça menor”.
En un interrogatorio
realizado en diciembre de 1624 a arrieros de Las Merindades sobre cómo los oficiales
del Condestable obligaban a ir a los arrieros por Medina y no por Villarcayo para
cobrarles el rediezmo y portazgo, se indica que el lugar idóneo para ver si los
arrieros y mercaderes tienen registradas las cargas y mercaderías es
Villasante, donde estuvo hasta casi 1590, al juntarse los caminos que vienen de
los tres puertos para la meseta. Y lo rebaten los hombres del Condestable
diciendo que la mayor parte de los portes se hacen por la peña de la Madalena
que -¡casualidad!- da a Medina de Pomar y hacia Trespaderne y Oña. Como vemos la
lucha por obtener los beneficios de los arrieros chocaba con el repudio que
producía en los pequeños pueblos que no obtenían ingresos por su paso y sí
gastos y problemas.
Bueno, hoy en día se
cobran tasas a los camioneros de naciones diferentes a los del país en cuestión
para soportar los costes que produce su paso. Este es un buen ejemplo: En 1499
comenzó un largo proceso en el que los mulateros promueven la reparación del
camino de Burgos a Laredo. Para ello se rectificarán antiguos trazados y se
construirán nuevos puentes, labor siempre condicionada por la escasez económica
y por los impagos de las localidades y entidades incluidas en los
repartimientos. Así, en enero de ese año Pedro de Espinosa, procurador de los
mulateros, dijo que los Reyes habían mandado, a petición de la cofradía, una
Carta para el corregidor de las Cuatro Villas y el alcalde mayor de Castilla
Vieja, mandándoles que viesen el estado de los caminos entre Burgos y Laredo ya
que muchas gentes y bestias peligraban y se perdían las mercaderías. En la
pesquisa realizada se vio que, entre otros, recibían beneficio los mulateros y
viandantes. En agosto, los mulateros dicen que para reparar dichos puentes,
calzadas y caminos se les habían repartido en 10 años muchas cuantías de maravedíes,
cobrándolos algunas personas que no han dado razón de lo recibido, por lo que
pidieron que se tomase cuenta de lo que les habían cobrado. Bueno, el asunto
era que debieron pagar para el mantenimiento de esos caminos.
Continuamos la semana
que viene.
Bibliografía:
“La arriería en la
merindad de Sotoscueva”. Pedro Fernández Díaz-Sarabia.
“Abastecimiento y
consumo en burgos durante el siglo xviii. Una primera aproximación”. Adriano
Gutiérrez Alonso.
“Los puentes del
norte de la provincia de burgos durante la edad moderna”. Inocencio Cadiñanos
Bardecí.
“La Hidalguía en las
Merindades antiguas de Castilla”. Julián García Sainz de Baranda.
“Caminos burgaleses:
los caminos del norte (siglos XV y XVI)”. Salvador Domingo Mena.
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