Debemos
remontarnos al lejano 1811 cuando –según nuestra mitología política- los
españoles luchaban con todo lo que podían contra el invasor francés que tenía
secuestrado al legítimo rey Fernando VII. El cuadro general de la situación a
principios de 1811 tenía varios vectores: la necesidad de refuerzos por parte
del Mariscal André Masséna en Portugal; la distribución de las tropas imperiales
del centro peninsular con 275.313 soldados; la ubicación de los patriotas con
seis ejércitos -Cataluña, Valencia, Murcia, Cádiz, Extremadura y Galicia- que
sumaban unos 110.000 hombres; y el inglés Wellington cuidando sus 110.000
combatientes británicos y portugueses. Y de sus intereses.
Como vemos el
año empezaba con los franceses dominando el centro y con más soldados. Sus
desventajas, porque todos sabemos que perdieron, eran la cantidad de soldados
destinados a cubrir retaguardia y líneas de suministros y la falta de unidad de
mando. Entiendan que la unidad de mando era fundamental para aprovechar la
ventaja estratégica de disponer del centro peninsular al permitir desplazar
rápidamente unidades desde un frente a otro. Y si esto fuera poco estaba la
pelea entre Napoleón y su hermano José a causa de la creación de los Gobiernos
Militares del norte de España que dependían directamente de Francia y el deseo
del emperador de pacificar la península a sangre y fuego –y pasándole la
factura a los españoles- frente a la voluntad de pacto de su hermano.
¿Conclusión? Las tropas francesas encabronaban al paisanaje y las acciones
amistosas de José desequilibraban el golpe militar e irritaban a los mariscales
de Napoleón que reaccionaba con acciones agresivas que torpedeaban la política
de José.
Claro que estas
ineficiencias eran compensadas por las torpezas del lado español: irrecuperable
desgaste militar; población agotada y empobrecida por la guerra; falta de recursos
dado lo reducido del territorio controlado y al alejamiento de las colonias
americanas; y tensión política del proceso constituyente por el régimen de
libertad de imprenta.
Napoleón, para
unificar el mando en el norte de España, creó el Ejército del Norte. Buscaba
suprimir situaciones como que cada gobernador general sólo persiguiera a las
guerrillas dentro de los límites de su territorio, lo que impedía que los brigantes
fueran aniquilados a pesar de la enorme desproporción entre los efectivos
franceses y los de la resistencia española. Longa, por acercarnos más a nuestra
zona, actuaba en un espacio dividido entre los gobiernos militares cuarto (provincias
vascas y Santander) y quinto (Burgos). Como jefe de este nuevo ejército fue nombrado
el mariscal Bessières, duque de Istria, que ya había operado en Burgos. Controlaría
–es un decir- el tercer Gobierno Militar de Navarra, el cuarto de las
provincias vascas y Santander, el quinto de Burgos, Aranda y Soria, el sexto de
Valladolid, Palencia, León, Benavente, Toro y Zamora, el Principado de Asturias
y la provincia de Salamanca. Lo haría con 57.702 hombres y 8.783 caballos
organizados en seis divisiones (dos de ellas de la Guardia Imperial) una
brigada de caballería ligera, la Legión de Gendarmería a caballo –unidades de
caballería de línea que destacaron en Astorga y Cuidad Rodrigo- y unidades
estacionadas en los diversos gobiernos.
La Guardia
Imperial era lo más granado de la Grande Armée, una unidad de élite con divisiones
de infantería y de caballería. ¡Un ejemplo a seguir por el ejército! En sus
inicios eran un cuerpo protocolario. La infantería de la Guardia raramente era
usada en combate pero la caballería era lanzada en gloriosas y renombradas
cargas.
La caballería
ligera empleaba caballos ágiles y veloces. Tenían sables curvos para herir con
el filo en la lucha individual y se empleaba en las fases preliminares de los
combates y durante la persecución. Los cazadores empleaban la carabina y la
pistola en sus misiones de exploración, mientras que los húsares preferían el
arma blanca y solían desempeñar tareas de enlace y explotación del éxito.
Este ejército
debía ocupar unos 86.000 kilómetros cuadrados, pacificarlos y mejorar el
control de la ruta Madrid-Olmedo-Valladolid-Irún de 430 km y de sus
ramificaciones con Portugal y Aragón. Y esto no era nada sencillo. Les explico:
España y Portugal, grandes potencias imperiales, eran metrópolis pobres según
los estándares continentales tanto económica como agrícolamente. Únicamente si
un Ejército se trasladaba con gran rapidez podría subsistir en estas tierras. Si
esta limitación se ve ayudada por la red de caminos, poco desarrollada, y la
topografía montañosa de la cornisa cantábrica, tenemos a las tropas marchando
por las mismas rutas –esquilmadas- una y otra vez. Y los brigantes, o
guerrilleros, que cortaba los abastecimientos no solo de hombres sino también
de animales.
Si esto fuera
poco, Bessières estaba obligado a crear un “muro cantábrico” contra las
incursiones de la marina británica y los cuerpos españoles que ésta
desembarcaba periódicamente mediante unas treinta guarniciones entre Avilés y
el Bidasoa. Sin olvidar que tenía que proteger Asturias y el Reino de León al
norte del Duero contra el sexto ejército español de Galicia y los portugueses
de Silveira. No solo eso sino que serviría como apoyo al Ejército de Portugal. ¿A
que ahora parecen pocos su sesenta y pico mil soldados?
Bessières sabía
que cumplir todo era algo harto difícil al tener unas fuerzas escasas tanto en
cantidad como en calidad. Salvo la división Bonet que actuaba en Asturias. Los
años de guerra habían hecho mella en el ejército Imperial. Muchos oficiales no vigilaban
la disciplina y el entrenamiento de sus soldados. Existió un el constante
deterioro de la calidad de las tropas francesas en España a pesar, o como
consecuencia, del aumento de la recluta con este destino que cubría plazas de
cualificados veteranos muertos.
Para cubrir las
vías de comunicación este Mariscal de Francia diseñó una red de guarniciones y
puestos de etapas separados unos 30 km entre sí. Y unidades para escoltar a los
emisarios, correos y convoyes. Traducido: la Intendencia francesa aprendió a
funcionar en cooperación con las tropas para conseguir suministros. Por hacer
paralelismos con el presente estos puestos serían como los destacamentos
aislados del Afganistán Soviético que eran abastecidos por helicópteros. Ningún
mando francés ignoraba el impacto que tenía en sus hombres el permanecer en un
lugar poco conveniente o inhóspito más tiempo del necesario. Para que todas
estas unidades cumpliesen con su cometido era necesaria una trama de columnas
móviles para acopio de víveres (faltaban más de cien años para que se inventase
algo parecido al helicóptero) y cobro de contribuciones. Si en 1809 habían
bastado unos 50 hombres por columna, en 1811 ya se necesitaban varios
centenares, en 1812 las columnas se debían constituir por 800 o 1.000 hombres.
El mariscal Bessières
buscó reducir la tensión con los españoles mediante medidas de clemencia. Buena
idea pero… tarde. Entiendan que había que alimentar la maquinaria de la guerra,
de una manera o de otra. Se exigió a España una contribución con la que el Ejército
Imperial adquiriese lo que precisase o… permitirle saquear y procurarse su
subsistencia. Lo que nunca hace un ocupante es cubrir los gastos de la
ocupación con su dinero porque convierte esta en una carga de la que se
beneficia ¡el país ocupado! Además, en 1810, las finanzas del Imperio se tambaleaban,
y Napoleón decidió que España, que hasta entonces había procurado la
alimentación –es un decir- del Ejército de ocupación, abonase además los
sueldos.
En febrero de
1811 en Ejército del Norte Imperial trasladó 6.000 hombres de la Guardia
Imperial de Burgos a Valladolid, lo que mejoraría la situación patriótica en Las
Merindades. Para abril de 1811 había 8.000 infantes, y 2000 caballos entre
Burgos, Aranda y Soria y el total de Bessières eran 24.500 bayonetas y 3.520
sables (unos 9.000 combatientes menos que a principios del año). El mariscal
tenía un dilema: si se dispersaba para ocupar el territorio y cubrir las líneas
de comunicación no era suficientemente fuerte en ningún punto para poner en
aprietos a la guerrilla, si se reunía en varias columnas potentes capaces de
amenazar seriamente a las fuerzas insurrectas, perdía el control de las
comunicaciones y la población, dejando libres extensos territorios donde otras
partidas se podían instalar. Sólo permaneciendo en las poblaciones más
importantes de forma continua conseguían las fuerzas ocupantes someter a los
habitantes. Pero, si no estaban los imperiales, las partidas podían castigar o
amenazar a los colaboracionistas. Problema, problemón.
A la dispersión
general de fuerzas en pequeños núcleos había que añadir que cada una de esas
unidades tenía que destacar pequeñas guarniciones a una serie de poblaciones
cercanas quedando el núcleo principal de fuerzas aún más reducido.
A diferencia de
las fuerzas ocupantes que a lo largo de los primeros meses de 1811 redujeron su
presencia en las provincias del tercero, cuarto y quinto gobiernos militares,
la guerrilla fue incrementando su fuerza. En las provincias vascas los
guerrilleros que allí operaban no pasaban en aquellas fechas de 4.000,
incluyendo la fuerza de Longa que actuaba también fuera de esa área. En la
actual Cantabria actuaba Campillo. Más al oeste encontraba su territorio
Herrero. Al sur y suroeste del feudo de Longa, por los llanos y sierras burgaleses
y riojanos, operaban Amor y Salazar. Por la tierras de Palencia cabalgaban Tapia
y Padilla, y hacia el suroeste de Las Merindades la guerrilla del cura Merino.
Cuevillas se movía por toda aquella región sin un santuario fijo. En los
límites con Soria se estaba organizando una fuerza bien instruida y
disciplinada el brigadier Durán. Longa disponía de una partida de casi mil
hombres, un tercio de ellos de caballería. Amén de un servicio de información
sobre el Camino real a la altura de Miranda de Ebro para vigilar las idas y
venidas de los soldados franceses.
El 7 de enero de
1811 aparecieron en Villalaín los soldados y la mujer de Bartolomé Amor que
vinieron a instalarse en Villarcayo y se hicieron cargo de la vigilancia por aquel
lugar. Bartolomé Amor había nacido en Revenga de Campos, provincia de Palencia.
Al principio de la guerra era soldado en las milicias provinciales de Burgos y
tenía experiencia en campaña: participó en la batalla de Gamonal y, tras la
derrota, formó parte de la guerrilla de Porlier donde actuó como su sargento
mayor. En este momento disponía de su propia partida que actúa por las provincias
de Burgos, La Rioja y Soria.
Las
discrepancias o la descoordinación o ¡Vayan a saber! entre Longa y Amor permitió
que 150 lanceros franceses llegaran hasta la misma plaza de Villarcayo matando
a siete hombres de Longa y llevándose 53 caballos. Seguramente fuesen unidades
de caballería ligera, cazadores o lanceros, que realizaban misiones de
descubierta. Enterado el jefe guerrillero local marchó con algunos jinetes y
con toda la infantería disponible en persecución de los lanceros: Su caballería
les alcanzó entre Villalaín e Incinillas.
Desgraciadamente
allí estaban otros 150 lanceros imperiales que se acercaban en apoyo de los que
atacaron Villarcayo. Esto permitió que los caballos ya quedasen fuera del
alcance de los españoles. Aun así se persiguió a las tropas de Napoleón hasta
Puente Arenas. El combate no sería sencillo porque, a pesar de la pérdida de
calidad de las tropas francesas, la caballería solía vencer a las pobres tropas
montadas españolas y sus oficiales mantenían un buen control sobre sus tropas y
las dirigían acertadamente en las batallas.
Al anochecer
llegó allí también la infantería de la partida que mantuvo una intensa lucha.
Me temo que los franceses escaparon con los caballos. No sé. Me lo dice que no
consta su recuperación. Aunque también lo reconoció Longa en un oficio al general
Mariano de Renovales unos días después. En una rápida operación la guerrilla
había perdido casi un veinte por ciento de sus monturas a favor de los
franceses.
Pero los imperiales
no siempre se lanzaban a combatir en operaciones de descubierta. Cuando de
Vitoria salieron columnas de 400 y 500 hombres contra la guerrilla de Francisco
de Longa este debió replegarse a Cantabria porque, el 20 de enero, los
imperiales ocuparon los puntos de paso sobre el Ebro: 300 soldados en Frías
cerrando el paso por su puente y 400 cubrían Trespaderne y el puente del cañón
de la Horadada.
Y ya que estaba
por La Montaña –antiguo nombre de la zona- Longa decidió atacar la guarnición
de 150 hombres de Cabezón de la Sal. Era el 26 de enero de 1811. ¿Recuerdan lo
de los destacamentos aislados de Bessières? Eso facilitó las acciones de la
guerrilla. Al caer la guarnición de Cabezón de la Sal, que era la principal de
la provincia al oeste de Torrelavega, las otras próximas quedaron en una
situación muy precaria y con dificultad para recibir refuerzos. El día 30 Longa
atacó la guarnición de Comillas, compuesta por unos 40 hombres, encerrados en
una casa-colegio. Ya no le fue tan fácil porque los franceses de la comarca se
organizaron para hacerle frente y pidieron refuerzos.
En Burgos y
Vitoria empezaron a concentrarse inmediatamente tropas imperiales para acudir
en socorro de las guarniciones de la Montaña. La mayor parte de la fuerza se
dirigió hacia Santander y Torrelavega para una vez allí actuar de común
acuerdo. Al saber que Longa se hallaba en Molledo se preparó el siguiente plan:
tres columnas subirían de norte a sur por los valles de Toranzo al este, Besaya
directamente a Molledo y Cabuérniga al oeste, mientras una cuarta columna
bajaría desde Reinosa. El clásico embolsamiento. No salió bien, claro. A pesar
que se calculó en 7.000 hombres el número de tropas francesas que acudieron La
Montaña. Longa había interceptado el 7 de febrero cerca de Torrelavega un
correo francés del coronel Lauriber al general conde Dorsenne en que se
detallaban el plan para cazar a la partida de Longa en Molledo.
Para escapar del
cerco, Longa, dejó 50 hombres distribuidos por el valle de Cabuerniga que era
donde se había refugiado del acoso imperial con la orden de mantener encendidas
numerosas hogueras y retener a la población local para que el enemigo creyera
que la guerrilla seguía allí. Los demás salieron hacia Soncillo esperando que
los retrasados se les uniesen al día siguiente. Desde allí se dirigirían
reunidos hacia Medina de Pomar. Longa, en 21 horas, bajo la lluvia y la nieve,
llegó a Soncillo. Los 50 hombres que habían quedado en el valle de Cabuérniga se
reunieron, al amanecer, en Cabezón de la Sal donde fueron sorprendidos y
atacados por una columna francesa.
Una vez reunida
la partida en Soncillo, ésta se dirigió a su cuartel general en Medina de Pomar
y Villarcayo. La noche del 12 de febrero, al poco tiempo de haber llegado a su
feudo, el ya teniente coronel Longa recibió la noticia de sus espías de que
habían llegado a Soncillo, en persecución de la guerrilla, 1.600 franceses y
que de Reinosa habían salido otros 80 lanceros y 800 de infantería que se
encontraban en Manzanedo. ¿Qué hizo Longa quien estaba en Moneo? Decidió lanzar
su caballería para frenar a los franceses y dar cobertura a la infantería para
que se retirase sin peligro.
Los franceses ocuparon
por unos días Villarcayo y Medina de Pomar. Y hasta allí llevaron a dos
oficiales de Longa que habían cogido prisioneros en Cabezón de la Sal: Dionisio
Álvarez y Mateo Fernández de Arenas. Les ahorcaron, uno en Medina de Pomar y el
otro en Villarcayo. Se ensañaron sobre ambos, pues a uno le atravesaron con una
espada de parte a parte antes de ascenderle al patíbulo y al otro le dieron
primero un balazo en el vientre. Se recalcó que no se les dejaba confesarse
como tortura psicológica para ellos y los testigos de la ejecución.
A principios de
marzo una fuerza de 2.000 hombres avanzó en tres columnas para expulsar a la
guerrilla de Las Merindades y las zonas cercanas de Álava y Vizcaya. Reocuparon
Medina de Pomar, Villarcayo, Valmaseda, Arceniega, Orduña, Berberana y Salinas
de Añana. Por un rato.
Bibliografía:
“Francisco de
Longa. De guerrillero a general en la guerra de la independencia”. José Pardo
de Santayana y Gómez de Olea.
“El Ejército
Imperial en la Guerra de la Independencia. Napoleón sin gloria (II)”. Jesús
Maroto y Miguel Ángel Martín Más.
“El fracaso de
Napoleón en España”. Teniente coronel Madelín del Ejército Francés.
Para saber más:
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